Desde hace ya tiempo los psicoanalistas están recuperando y reconsiderando su historia. Un creciente pluralismo ha facilitado retomar –y a veces rescatar– las obras de autores tan importantes como Sándor Ferenczi, Ronald Fairbairn, John Bowlby y Otto Rank. Si las obras de los tres primeros están traducidas y publicadas en nuestro país, y nunca ha dejado de leerse, no ocurre lo mismo con la de Otto Rank, cuya obra posterior a 1924 no ha sido ni traducida, ni apenas leída. La traducción que Víctor Hernández nos ofrece de su artículo Más allá del psicoanálisis, de 1929, es una oportunidad para volver a leerlo. Y de recordar quién fue Otto Rank: este es el objetivo de las siguientes líneas.
La excepcional importancia de Otto Rank (1884-1939) en la historia del Psicoanálisis, se puede justificar brevemente recordando los siguientes puntos:
-Fue el más cercano y seguramente el más íntimo colaborador de Freud durante casi veinte años (1905-1924).
-Fue destacado protagonista y testigo de excepción de las vicisitudes del desarrollo del movimiento psicoanalítico como responsable de relevantes cargos institucionales y, de manera especial, como miembro del Comité secreto.
-Destacó por sus múltiples y extraordinarias aportaciones al psicoanálisis aplicado.
-Fue un lúcido crítico de los vicios y excesos de la práctica psicoanalítica de la primera etapa.
-Cumplió una importante labor como catalizador y dinamizador en el desarrollo de la teoría y la práctica psicoanalítica.
Estas dos últimas tareas las siguió realizando tras su lamentable marginación del movimiento psicoanalítico (1926). Desde los años noventa asistimos a una revaloración de su figura y de su obra.
Otto Rosenfeld, más tarde conocido como Otto Rank, nació en Viena en 1884, en el seno de una familia disfuncional. Tuvo una conflictiva relación con un padre alcohólico, hecho que le sirvió a Freud para atribuir a su historia personal la “relativización” del papel del padre en El trauma del nacimiento. En 1903 cambió su apellido, tomando el de Rank del personaje de Casa de muñecas de Ibsen.
Trabajó en un taller mecánico, formándose de manera autodidáctica, hasta que en 1905 se presentó a Freud llevándole el manuscrito de su ensayo El artista. A partir de entonces se convirtió durante muchos años en un devoto y servicial discípulo y laborioso colaborador de Freud. Éste le correspondió apadrinándole, pagándole sus estudios y ofreciéndole en alto grado su reconocimiento y afecto. Único miembro del Comité secreto que vivió en Viena, Rank fue, sin duda, una de las personas más cercanas a Freud; alguien a quien dejó entrar en su intimidad familiar y en la intimidad de sus sueños, que le dejaba interpretar. El “Eckermann” de Freud, según decía Fritz Wittels. El único discípulo que escribió dos capítulos para La interpretación de los sueños, figurando con su nombre como autor, debajo del de Freud, en varias ediciones (Lieberman, 1985).
Dueño de una inmensa erudición, destacó muy temprano en la aplicación del psicoanálisis a la literatura y el arte. Entre dichas obras cabe destacar El artista (1907, 1918), El mito del nacimiento del héroe (1909), El tema del incesto en la poesía y la leyenda (1912, Don Juan (1924) y El doble (1925). Con Hanns Sachs fundó y coeditó a partir de 1911 la revista Imago, dedicada a la aplicación del psicoanálisis al arte.
Después de la Gran Guerra, se casó y comenzó a ejercer como psicoanalista, al tiempo que continuó con su ingente trabajo, que incluía sus funciones como director de la editorial Internationaler Psychoanalytischer Verlag y como coeditor, con Ernst Jones, del International Journal of Pycho-Analysis.
En diciembre de 1923 publica El trauma del nacimiento. La obra parte de una idea que Freud había escrito en 1909 en una nota a pie de página de la edición revisada de La interpretación de los sueños: “el acto de nacer es la primera experiencia de angustia y, por tanto, la fuente y el prototipo de ésta”.
Rank desarrollaba radicalmente esta idea y hacía de la angustia experimentada en el nacimiento el factor determinante del desarrollo mental del individuo, el último fundamento biológico de lo psíquico. Con el nacimiento se pierde el sentimiento de unidad con el todo. El ser humano entra en el mundo envuelto en angustia y esta angustia es anterior a la del destete, la castración y la sexualidad. Y si la angustia al nacer es la base de cualquier otra (o miedo) posterior, todos los goces de la vida se entienden como un intento de restablecer el goce primario del estado intrauterino. Para Rank, “el círculo entero de la creación humana, incluyendo todos los síntomas neuróticos y psicóticos, sueños, fantasías, mitos, religión, arte filosofía, revoluciones y guerras, representan en última instancia intentos de materializar el «paraíso perdido» del estado intrauterino o repeticiones del trauma del nacimiento” (Stolorow y Atwood, 1976).
El trauma del nacimiento enfatizaba así el papel de la madre en el desarrollo del niño: la madre era el punto originario, tanto del bienestar (útero) como del dolor (nacimiento). La obra, precursora de la teoría de las relaciones de objeto, reconocía la importancia de los procesos de separación e individuación. En todos nosotros coexisten tendencias progresivas y regresivas; la tendencia apremiante a la separación y la diferenciación, y la tendencia también apremiante a la fusión, que incluye la unión con la familia y la comunidad. En la separación hay tanta alegría como sufrimiento.
Para Rank, el objetivo de la terapia es la superación de la fijación materna primaria a través de la repetición del trauma del nacimiento. El propio tratamiento se concibe como un renacer traumático en el que se revive y reelabora el trauma, con la ayuda de una comadrona experta: el analista. Terapeuta y paciente se fusionan en uno solo, emocionalmente, para que el paciente pueda emerger en su individualidad singular, enriquecido y espiritualmente renovado. Y habiendo aprendido a soportar el traumatismo de la separación con menos sufrimiento que antes.
Cada sesión es una experiencia de unión y separación. Algo debe nacer en cada sesión; un tratamiento psicoterapéutico es en cierto sentido un renacimiento. El nacimiento del individuo jamás se acaba. No se termina sino con la muerte, última forma de separación.
El trauma del nacimiento anuncia la posterior concepción rankiana de la vida humana como creación de la propia individualidad, como desarrollo de la propia individualidad creadora. El hombre pasa de creatura a creador. Rank contempla al hombre como un artista que crea su personalidad, que crea su vida, que afirma su individualidad a través de la creación de su vida y en su vida. El neurótico es un artiste manqué, que fracasa en esta tarea. Para Rank, esta tarea creadora hacia la individualidad supone separaciones y conflictos, vencer las resistencias del grupo, y se acompaña siempre de culpa y ansiedad. La tarea del analista sería favorecer ese proceso, facilitando que el paciente sea él mismo en la relación terapéutica, reconociendo y aceptando su individualidad creadora con la menor angustia y culpa posibles.
El trauma del nacimiento fue bien recibido en un primer momento por Freud, a quien está dedicado, pero pronto se convirtió en motivo de polémica, en tanto que parecía rebajar la importancia del complejo de Edipo. Finalmente dio lugar a una de las rupturas más lamentables de la historia del movimiento psicoanalítico. En ella jugaron un papel la inestabilidad emocional de Rank y la torpeza con que expuso sus ideas. Pero, sobre todo, la intolerancia y el dogmatismo de Karl Abraham y Ernst Jones, que presionaron a Freud en contra de la obra, convenciéndole finalmente, lo que provocó una contrarreacción en Rank que agudizó el conflicto. Antes de que se consumara la separación de Rank, se dio el lamentable episodio de su carta de autocrítica (24 de diciembre de 1924), dirigida a los otros miembros del Comité, en la que se humillaba reconociéndose como neurótico para justificar su comportamiento; si bien –vale la pena recordarlo- en la carta no reniega de su teoría. Fruto de la polémica fue la revisión que hizo Freud de su teoría de la ansiedad en Inhibición, síntoma y angustia, como respuesta a los argumentos expresados en El Trauma del nacimiento.
Con la marcha de Rank se rompió el equilibrio entre dos maneras de entender el tratamiento y el movimiento psicoanalítico mismo –representadas por el eje del norte (Jones-Abraham) y el eje del sur (Rank-Ferenczi)-. Pero, sobre todo, el psicoanálisis perdió a un trabajador incansable y a una figura excepcionalmente creativa en todos los ámbitos, que ejercía una función dinamizadora y catalizadora en su desarrollo.
Primero dentro y después, a partir de 1926, fuera del movimiento psicoanalítico, Rank fue un crítico lúcido de los excesos y de las prácticas rutinarias y estereotipadas de la primera generación de analistas.
Así, valoró siempre el sentido común y la eficacia, criticando la subordinación de la terapia respecto de la investigación porque resultaba en detrimento de la eficacia.
Reivindicó la experiencia emocional del análisis sobre la intelectual. El tratamiento debía ser sobre todo una experiencia emocional. En este sentido, criticó la indifferenz de muchos analistas, su actitud de frialdad y desapego, que consideraba un error técnico que disminuía la experiencia emocional y deshumanizaba el tratamiento (Lieberman, 1985; Kramer, 2006; Krim, 1999). “El psicoanálisis –dirá- es una filosofía de la asistencia” (Rank, 2002).
Advirtió de los riesgos de la intelectualización y la adoctrinación durante el proceso. Criticó el abuso de la interpretación transferencial (como recreación del pasado) y la exigencia de descubrir o revelar un complejo de Edipo básico en cada analizando. Consideró la importancia del aquí y ahora de la sesión, expresión que fue el primero en utilizar, destacando la importancia de la repetición en detrimento de la rememoración. Consideró que la experiencia del aquí y ahora era irreductible a la transferencia, señalando la influencia de la persona del analista en el análisis. Y señaló por primera vez que centrarse en el pasado era una manera de evadir defensivamente la experiencia presente, el aquí y ahora de la sesión (Rank, 2002, 2005) .
Muchas de estas críticas las expresó en Metas para el desarrollo del psicoanálisis, obra de extraordinaria importancia en la historia del psicoanálisis, escrita en colaboración con Sándor Ferenczi y publicada en 1924.
Con Rank, Freud perdió un colaborador insustituible, un crítico y un interlocutor válido que hubiera facilitado mantener la tensión dialéctica entre teoría y técnica, experiencia emocional y comprensión intelectual, terapia e investigación, presente y pasado, repetición y rememoración, arte y ciencia, etc.
En efecto: a las pretensiones freudianas de concebir el análisis como una ciencia, Rank opuso la concepción del análisis como arte; y al psicoanálisis entendido como psicobiología opuso la concepción del psicoanálisis como hermenéutica y psicología.
Frente al énfasis freudiano en el inconsciente y la represión, Rank reivindicó la conciencia y la expresión del yo. A Rank le interesaron más la voluntad y la creatividad que el deseo y el instinto; la experiencia emocional que la comprensión intelectual; la relación en el aquí y ahora que la transferencia como recreación del pasado; el miedo a la vida que el miedo a la muerte; el desarrollo de la individualidad que el restablecimiento de la normalidad (Lieberman, 1997). La enriquecedora dialéctica entre estos polos se vio comprometida con su alejamiento del movimiento psicoanalítico.
Con un lenguaje propio, su obra fue precursora de la teoría de las relaciones de objetos y del psicoanálisis relacional. Y anticipó algunos aspectos de las obras de Klein, Winnicott, Alexander, Kohut y Bollas (Rudnytsky, 1991).
Alejado progresivamente del psicoanálisis, siguió escribiendo obras valiosas entre las que destacan El arte y el artista (1932), Terapia de la voluntad (1936) y Verdad y realidad (1936).
A partir de 1926, año de su último encuentro y despedida de Freud, Rank inicia su andadura personal, desligándose progresivamente del movimiento psicoanalítico. A lo largo de ella, fue calumniado y perseguido, incluso hasta después de su muerte, por Jones, Brill y otros dogmáticos. Se estableció primero en Paris, para instalarse progresivamente en Estados Unidos, donde murió en 1936 muy pocas semanas después que Freud.
Referencias bibliográficas
Ferenczi, S. y Rank, O. (1924), Metas para el desarrollo del psicoanálisis: de la correlación entre teoría y práctica, México, Literales, 2005.
Kramer, R. (2006), “Lucidité (insight) et aveuglement: les ‘visions’de Rank”, Le Coq-héron (Otto Rank, l’accoucheur du sujet), nº 187 –2006/4, pp. 11-51.
Krim, M. (1999), “A Review of Otto Rank: A Psychology of Difference. The American Lectures”, Contemporary Psychoanalysis, nº 35, pp. 166-170.
Lieberman, E. J. (1985), Acts of Will: The Life and Work of Otto Rank, New York, The Free Press.
–(1997), “The Evolution of Psychotherapy Since Freud”, www.ottorank.com/home/essays-about-rank; Psychiatric Times, vol. XIV, nº 4, April 1997.
Rank, O. (2002), Volonté et psychothérapie, Paris, Payot.
Rudnytsky, P.L. (1991), The psychoanalytic vocation: Rank, Winnicott, and the legacy of Freud, New Haven and London, Yale University Press.
Stolorow, R.D. y Atwood, G.E. (1976), “An Ego-Psychological Analysis of the Work and Life of Otto Rank in the Light of Modern Conceptions of Narcissism”, International Review of Psycho-Analysis, nº 3, pp. 441-459.
Ramón Echevarría
Doctor en Medicina. Psiquiatra. Psicoanalista (SEP-IPA)
Profesor de la FPCEE y del Institut Universitari de Salut Mentalt (Fundació Vidal i Barraquer) de la Universitat Ramon Llull.
13991rep@comb.es