“…se me presentó con un sudario de capucha, para reprocharme:

-Debería haber llevado traje. Te equivocaste”

 

Philip Roth publica su obra Patrimonio* en 1991 y la subtitula: Una historia verdadera.

Escrito en primera persona, el texto arranca con un «Mi padre había perdido casi por completo la visión del ojo derecho cuando cumplió los ochenta y seis…». Y seguirá hasta su final centrado en la relación padre e hijo, este último pudiendo ser, o no, el autor de la obra.

Es la historia verdadera que nos presenta Roth sobre los últimos años de vida de su padre, desde que el tumor cerebral que padece es diagnosticado y comienza a manifestarse y va haciendo sus estragos hasta que acaba con él. Es también la historia posible de la experiencia de Philip Roth como testigo lúcido del progresivo e imparable deterioro y de la agonía y muerte de su padre. Y de las transformaciones sucesivas que se dan en su relación, cargándose de emociones extremas. Emociones que se expresan en la definitiva despedida del hijo:

«…hasta que me incliné para acercarme a él cuanto pude y, con los labios muy cerca de su hundido rostro en ruinas, alcancé finalmente a decirle: Voy a tener que dejarte ir, papá. Llevaba varias horas inconsciente y no podía oírme, pero yo, conmocionado, asombrado, llorando, estuve repitiéndole la frase una y otra vez hasta creérmela».

Emociones que siguen en el duelo que se abre tras la desaparición de ese padre antaño fuerte, trabajador, encantador.

El mismo día que falleció su padre, Roth encuentra en la habitación de aquel dos cobertores de oración judía. Decide guardar para sí el más antiguo y emplea el otro para envolver el cadáver del padre a modo de sudario para su entierro. Pero esta última decisión le resulta especialmente difícil: el padre no era un hombre religioso, era un hijo de este planeta urbanizado, trabajador de una compañía de seguros, anclado en la cotidianeidad. Pero el hijo no toleraba que fuera enterrado con un traje: «como si fuera a la oficina». Y tampoco tenía valor para que su cuerpo quedara desnudo.

Una noche, varias semanas después de su entierro, el hijo Roth tiene un sueño en el que su padre se le presenta con un sudario de capucha para reprocharle: «Debería haber llevado traje. Te equivocaste».

Philip Roth escribe lo que sigue, expresando lo que experimentó y también su interpretación del sueño y la conclusión a la que llega. Y con todo ello acaba Patrimonio:

«Me desperté de un aullido. Lo único visible bajo el sudario era el disgusto de su rostro muerto. Y sus únicas palabras fueron para reprenderme: lo había enviado a la eternidad con la ropa equivocada.

Por la mañana me di cuenta de que se refería a este libro, que , como corresponde a la falta de decoro propia de mi profesión, estuve escribiendo durante toda su enfermedad y su agonía. El sueño me decía que -ya que no en mis libros ni en mi vida-, al menos en mis sueños yo seguiría siendo el hijo niño de mi padre, con la conciencia de un hijo niño, y que él seguiría vivo no sólo como padre mío, sino como padre. En permanente juicio de todas mis acciones.

No hay que olvidar nada».

 

Rafael Mª Nicolás
Psicoanalista de la SEP-IPA.

rnicolasb@telefonica.net

 

* Todas las citas corresponden a Patrimonio. Una historia verdadera. Traducción de Ramón Buenaventura. Seix Barral, 2003.

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