1. Memoria y self
“Y llego a los campos y extensos recintos de la memoria,
donde están los tesoros de innumerables imágenes tomadas
por los sentidos. Allí también me encuentro ‘conmigo mismo’
y me acuerdo de mí y de qué hice, cuándo y dónde y de
qué modo estaba afectado cuando lo hice […] Y de allí
viene la capacidad de pensar, construir imágenes del pasado
y prever el futuro” (Agustín de Hipona, Confesiones. Libro X).1
Estas frases, tomadas de la traducción de las Confesiones, no dejan duda de que Agustín, a través de la sensorialidad y la percepción, buscaba en la memoria la puerta de entrada al mundo interior del hombre, a la vez que la consideraba como equivalente o constituyente de lo que hoy llamaríamos self o sí mismo (menda, propuse llamarlo en castellano castizo). Agustín, como todos los autores de la Antigüedad, le llamaba “alma”, que es la palabra que en alemán (seele) usaba Freud y que Strachey tradujo erróneamente al inglés por mente (mind), aunque casi todos los anglosajones siguen traduciendo así tanto el alemán seele como el latín anima. Las Confesiones, como viaje de Agustín a su interioridad – a su “animus” o a su mente – a través de la memoria, se convierten en un tratado de psicología con sorprendentes similitudes y premoniciones psicoanalíticas que anuncian incluso el concepto de inconsciente: “¡Grande es el poder de la memoria, una multiplicidad profunda e infinita!… Y este poder es de mi alma (animus, en latín; mind, en inglés) y pertenece a mi naturaleza, pero ni yo mismo abarco todo aquello que soy […] el ánimo (mind) es angosto para contener aquello de sí que él mismo no abarca. Y ¿dónde está aquello de sí mismo que en él no cabe?” (X.8). Agustín Uña, traductor de las Confesiones, comenta: “Memoria es autopresencia, encuentro del Yo con el Yo y con toda la resonancia interior de lo vivido. Es memoria sui”.
Agustín se maravilla de la grandeza de la memoria (“una multiplicidad profunda e infinita”), como Modell (2000) se maravilla de que “las experiencias de la relación analítica en tiempo real puedan modificar los recuerdos afectivos del pasado”, proceso al que se refiere como “algo todavía misterioso”. Ciertamente, ese proceso todavía algo misterioso es el meollo de la práctica psicoanalítica, el proceso por el que la memoria se hace presente, actuante y actuable, en la transferencia. Ya Agustín se ocupaba y se maravillaba de ello quince siglos antes y nos daba una explicación. En el libro XI de las Confesiones dice: “Si las cosas futuras y pretéritas en realidad son, quiero saber dónde están […] donde quiera que estén no son allí futuras ni pretéritas, sino presentes. Pues, si allí también son futuras, allí todavía no son, y si allí son pretéritas, allí ya no son. Por tanto, donde quiera que estén, sean lo que fueren, no son sino presentes. Aunque al narrar cosas pasadas se narren como verdaderas, se extraen de la memoria no las cosas mismas, ya que pasaron, sino las palabras concebidas a partir de las imágenes suyas que se grabaron, como huella en el alma (mind), al pasar por los sentidos (XI.18). Mi infancia, que ya no es, en tiempo pretérito es, el cual ya no es. Pero cuando la recuerdo y la narro, intuyo su imagen en el tiempo presente porque en mi memoria aún es […] sé con certeza que a menudo nosotros premeditamos nuestras futuras acciones y que esa su pre-noción nos es ya presente y, sin embargo, la acción misma que premeditamos en realidad aún no es, porque es futura”. La transferencia es memoria hecha presente (“Mi infancia, que ya no es…” es en el tiempo presente “porque en mi memoria aún es”).
Son evidentes las resonancias freudianas (huella mnémica, nachträglichkeit) y hasta bionianas (preconcepción, memoria del futuro…) de algo escrito tan en el pasado y que aún siendo pasado sigue siendo tan presente. Por el momento sólo quiero recalcar que parece como si Agustín respondiera en el siglo IV a una “pre-noción” de lo que, Modell, maravillándose, se preguntaba en los albores del siglo XXI. Además, la “pre-noción” del concepto freudiano de huella mnémica me parece muy importante para la comprensión de la “retranscripción” (Nachträglichkeit), o sea, de la presencia del pasado (que “ya no es”) en el presente y de su proyección en el futuro y, en conjunto, para la comprensión de toda manifestación psicopatológica.
2. Huella mnemica (nachträglichkeit) , memoria arcaica y simbolismo sensorial
“Conocemos dos cosas acerca de lo que llamamos nuestra
psique (o vida mental). Primeramente, el cerebro (o sistema nervioso),
su órgano corporal y escenario de acción; luego, nuestros actos de
consciencia, que son datos inmediatos y no pueden explicarse con
ninguna forma de descripción. Cualquier cosa que se encuentre entre
los dos (sistema nervioso y datos de conciencia) nos es desconocida
y los datos no incluyen relación directa alguna entre esos dos puntos
terminales de nuestro conocimiento. Si existiera, en el mejor de los
casos no haría más que proporcionarnos una localización exacta de
los procesos de conciencia y no nos ayudaría a comprenderlos”
(Freud, Compendio de Psicoanálisis, cap. I).
A nivel psicopatológico se confirma continuamente lo que ya se sabía a nivel popular: que las experiencias emocionales condicionan desde el inicio de la vida y a lo largo de la primera infancia el desarrollo y la maduración de la personalidad. Esta tempranísima influencia de los factores emocionales sólo parece posible si se acepta que las experiencias presimbólicas y preverbales quedan grabadas o imprimen una huella en la mentalidad incipiente de quien las vive, una huella que influye y condiciona la conducta presente y futura (“se extraen de la memoria no las cosas mismas, ya que pasaron, sino las palabras concebidas a partir de las imágenes suyas que se grabaron, como huella en la mente, al pasar por los sentidos”).
Rubinfine (1961) nos recuerda un texto del capítulo VII de La Interpretación de los Sueños: “Un componente esencial de esta experiencia de satisfacción es una determinada percepción (la del amamantamiento, por ejemplo), la imagen mnémica de la cual permanece asociada a partir de entonces con la traza (huella, rodera) mnémica de la excitación producida por la necesidad […] Como resultado de este vínculo así establecido, en la próxima ocasión en que surja esta necesidad se producirá inmediatamente un impulso psíquico que buscará reinvestir la imagen mnémica de la percepción y revocar la percepción en sí misma, es decir, restablecer la situación de la satisfacción original…”. La lectura actual de este texto y otros parecidos nos llevaría a pensar que la huella mnémica es un concepto fronterizo entre lo que podríamos llamar la inscripción neurobiológica de la experiencia sensorial y la búsqueda intencional (psicológica) de la experiencia original o, dicho con otra terminología, entre la excitación sensorial primaria (huella mnémica) y el deseo excitante del reencuentro (deseo). Esa compleja experiencia constituye un proceso circular entre la experiencia primitiva de la huella mnémica, la experiencia actual y el deseo, que es una verdadera memoria dinámica en que la imagen del pasado, la actual y la futura (el deseo introduce claramente la noción de tiempo en sus tres dimensiones), que está muy de acuerdo con los progresos de la neurociencia en el terreno que nos ocupa (Solms, 2000).
Diversos tipos de experiencias parecen confirmar la existencia de huellas mnémicas que se reactivan retrospectivamente contribuyendo a dar un sentido a la experiencia actual. Podría considerarse como un ejemplo la conducta ante el extraño descrita por Spitz a los seis meses de edad del niño, precedida hacia los tres meses de la conducta de reconocimiento con signos afectivos positivos de una máscara que reproduzca los rasgos básicos y esquemáticos de la cara humana. Ambas observaciones que han quedado grabados como huella mnémica los rasgos esquemáticos del rostro humano (hacia los tres meses) y luego (hacia los seis meses) el rostro, ya diferenciado, de la madre. Aún más arcaicamente, los signos de reconocimiento del olor de la madre muestran la existencia de un registro sensorial olfativo primario. También cabe recordar, en este orden de registros sensoriales arcaicos, la experiencia realizada por Meltzoff y Borton (1979) con niños de tres semanas. Estos autores dieron a succionar un chupete de superficie suave a un grupo de bebés y uno de superficie rugosa a otro grupo, impidiéndoles a ambos que vieran el chupete. Posteriormente, los niños del primer grupo dirigían más su mirada hacia los chupetes suaves y los del segundo hacia los chupetes rugosos. Aparte de interesantes observaciones sobre la intermodalidad sensorial, es evidente que en esta experiencia está implícito el registro de una huella mnémica sensorial que condiciona la conducta visual y afectiva hacia el chupete. Julia Corominas (1991) nos ha hablado mucho de las experiencias sensoriales no mentalizadas e incluso de “huellas sensoriales” y de las metáforas idiosincráticas (Irene Oromí, 2004).
Refiriéndose ya a adultos, Damasio (1999) relata una experiencia con un paciente al que llama David como demostrativa de la existencia implícita de huellas mnémicas que, sin posibilidad de ser concienciadas, condicionan significativamente la conducta relacional y emocional del individuo. David sufría lesiones cerebrales irreversibles en los lóbulos temporales, el hipocampo y la amígdala, por lo que no podía aprender nada nuevo ni reconocer a ninguna persona nueva por su cara, su voz ni su nombre, ni tampoco recordar nada sobre las circunstancias ni los hechos que rodearan su encuentro con aquella persona siempre nueva y siempre desconocida. El equipo de Damasio designó para el paciente una situación experimental a la que llamó el experimento de “la persona buena y la persona mala”. Durante una semana y en circunstancias totalmente controladas colocó al paciente en tres situaciones distintas de interacción humana: una con alguien extremadamente simpático y agradable (la persona buena); otra con alguien extremadamente neutral (la persona neutral), y la tercera con un individuo brusco y antipático que sometió a David a una prueba designada para aburrir a un santo (la persona mala). Después de la semana de interacciones se le presentaron al paciente fotografías de varias personas entre las que estaban la buena, la neutral y la mala y, aunque no reconocía a ninguna ni se acordaba de nada, al preguntarle a quién acudiría si necesitara algo o quién era su amigo, respondía significativamente señalando al que había representado el papel de bueno. Comenta Damasio: “No había nada en la mente consciente de David que diera razón alguna de por qué escogía correctamente al bueno y rechazaba al malo. No sabía por qué escogía al uno o rechazaba al otro; simplemente, lo hacía. Sin embargo, la preferencia no consciente que manifestaba estaba relacionada probablemente con las emociones inducidas en él durante el experimento, así como con la reinducción no consciente de parte de aquellas emociones en el momento de la prueba. David no había adquirido ningún conocimiento nuevo del tipo de los que se manifiestan en nuestra mente en forma de imágenes. Pero algo permanecía en su cerebro y ese algo producía resultados no en forma de imágenes, sino en forma de acciones y conducta”.
Puede decirse que a la predisposición constitucional neurológica, dependiente del sustrato biológico genético y madurativo (la localización exacta en el sistema nervioso a la que aludía Freud), se le suma una predisposición emocional y psicológica, dependiente de la experiencia relacional y que en general tiene que dejar algún tipo de memoria, tanto más patógena cuanto más arcaica e inconsciente sea. La suma de ambas conforman una disposición que podrá tener ya potencialidades psicopatológicas específicas, o sea, que contendrá en sí misma la tendencia hacia una u otra de las formas básicas de sufrimiento psicopatológico. En psicopatología, dejando aparte algunas formas de sufrimiento predominantemente orgánicas, como puedan ser ciertas neuropatías degenerativas y demencias, los factores genéticos y constitucionales psicopatógenos, es decir, los componentes de la personalidad previos a los factores relacionales interpersonales, predisponen al sufrimiento mental y a la construcción de estructuras mentales deficitarias o defensivas que, si son reforzados por experiencias también patógenas (como las carencias o privaciones emocionales o las experiencias emocionales traumáticas), se convierten en disposiciones patógenas. Pero los factores de la experiencia emocional también pueden dejar una huella mnémica, a guisa de una memoria biológica (como la de las células que generan anticuerpos, buscando un ejemplo arcaico), suficientemente patógena para que se desarrollen formas psicopatológicas de relación con cierta independencia de los factores neurobiológicos predisponentes. Así pues, la aparición de formas psicopatológicas de relación puede tener un origen mixto por la suma de predisposiciones constitucionales y emocionales o bien ser causadas aisladamente por factores constitucionales o por factores emocionales que, por su propia carga psicopatógena, actúan independientemente como disposiciones que llevan al desarrollo psicopatológico. En cualquier caso estarán presentes desde la infancia estructuras psicológicas dotadas ya de potencialidades psicopatológicas importantes y relativamente específicas relacionadas con la experiencia biográfica personal, incluso a niveles tan preverbales e inconscientes (sin posibilidades de concienciación pero sí de influir en la conciencia y en la acción) como la huella mnémica (Nachträglichkeit de Freud). No obstante, las huellas mnémicas no deben entenderse como una inscripción que se lee más o menos fielmente cuando se reproduce, ni como marcas literalmente grabadas en la mente, sino como “disposiciones funcionales” (Brierley, 1951). Modell (1990) desarrolla una psicología circular de la memoria y reconsidera la transferencia como un proceso mental en el que se organiza la experiencia interna y la memoria mediante “categorías afectivas”: “el yo es una estructura implicada en el procesamiento y la reorganización del tiempo que busca en la interacción personal, especialmente en la transferencia, una similitud con la organización afectiva interna de la experiencias y las relaciones del pasado…. Las experiencias pasadas no se registran en el cerebro de modo isomórfico con los hechos; lo que se almacena es el potencial para activar categorías de experiencia”. Como Modell (2005) recuerda, Sir Frederick Bartlett ya observó en 1932 que la memoria es retranscriptiva: “El recuerdo no es la reexcitación de innumerables huellas fijas, desvitalizadas y fragmentarias, sino una reconstrucción imaginativa”.
En general podemos considerar que la suma de factores predisponentes de índole constitucional y de índole emocional constituyen un sustrato de la personalidad de base que implica una disposición y una vulnerabilidad y también una memoria. Por ejemplo, si un niño constitucionalmente predispuesto a la ansiedad por características neurofisiológicas de su funcionamiento cerebral, que ya pueden depender de experiencias emocionalmente traumáticas muy precoces, ha vivido además experiencias ansiógenas y carenciales en sus primeros años con una madre ansiosa e incapaz de ayudarle a metabolizar emocionalmente la ansiedad, desarrollará una disposición al sufrimiento ansioso y será especialmente vulnerable a cualquier circunstancia emocional y relacional potencialmente ansiógena. Para explicarnos su situación y su posible patología podemos remitirnos al diagnóstico de los factores neurofisiológicos de la ansiedad e incluso podemos tratarlo con psicofármacos que modifiquen aquellos factores (ansiolíticos, por ejemplo). Desde esta perspectiva diagnóstica y desde esta orientación terapéutica no atenderemos a los factores emocionales y relacionales de la experiencia que también han contribuido a la disposición o personalidad ansiosa y no comprenderemos las características específicas de su vulnerabilidad a determinadas situaciones relacionales. Podremos tratar con ansiolíticos a una persona que sufre una crisis de ansiedad, sin comprender que la ansiedad está relacionada con la pérdida o el temor a la pérdida de las personas con las que se establece una relación emocional profunda y que esta ansiedad de separación hunde sus raíces en experiencias prematuras de separación que dejaron una huella mnémica que, al activarse por experiencias emocionales simbólicamente similares, predispone a vivir las separaciones como una amenaza a la propia integridad personal. Si atendemos a estas circunstancias personales y al sentimiento de amenaza a la integridad, se hará comprensible también el hecho clínico de que las crisis de ansiedad o de pánico se acompañen siempre de sensación de muerte o de enloquecimiento. Los factores neurofisiológicos nos permiten explicar la crisis de ansiedad pero no nos permiten comprenderla, en el sentido de relacionarla significativamente con los factores emocionales y relacionales. La explicación nos lleva a establecer una causa sin significado personal, mientras que la comprensión nos lleva a introducir en el concepto de causalidad mental el significado específico y personal de las experiencias vitales en función de la biografía emocional de la persona. La explicación pertenece más a la esfera de la llamada medicina científico-natural; la comprensión a la de la medicina personal y a la de la psicología dinámica. Desde la explicación puede bastar el tratamiento médico; desde la comprensión hay que incluir el tratamiento psicológico-relacional. Una visión holística que reuniera ambas perspectivas haría de la medicina una medicina mucho más personal que no tendiera a desdeñar el valor causal del significado emocional y personal, muy especialmente en todo lo referente a la psicopatología, que en esencia es el estudio y el tratamiento del sufrimiento psicopatológico.
En la psiquiatría y la psicopatología clásicas, especialmente desde el esfuerzo sintetizador de Kraepelin, las dos estructuras básicas de la personalidad psicopatológica son la esquizoide (que predispone a las psicosis esquizoides) y la cicloide (que predispone a las psicosis afectivas). Curiosamente, las corrientes psicoanalíticas actuales influidas por el pensamiento de Melanie Klein, aparentemente tan apartado del de Kraepelin, convergen con éste al considerar, desde el estudio de las formas elementales de ansiedad (catastrófica, esquizoparanoide y depresiva), que las estructuras fundamentales de la personalidad que condicionan las formas básicas de la psicopatología se organizan alrededor de dos posiciones básicas ante las experiencias relacionales: la posición esquizoparanoide y la posición depresiva, en las que queda constituida, respectivamente, la predisposición o la disposición a las psicosis en sus dos formas básicas (psicosis esquizofrénica y psicosis afectivas) o a las neurosis. También la psicofarmacología, que tanto está condicionando actualmente la conceptualización psiquiátrica, sigue la misma dirección, aunque por otro camino, desarrollando psicofármacos que quedan claramente divididos en tres grandes grupos (los ansiolíticos, los neurolépticos y los antidepresivos) que apuntan, en grandes líneas, a la neurosis, las psicosis del círculo esquizoide y las psicosis afectivas del círculo cicloide o maníaco-depresivo.
3. Ilustraciones clínicas
A continuación presentaré muy brevemente dos viñetas clínicas para luego deducir de ellas algunas conclusiones. Ambas corresponden a casos estudiados en grupo en los diversos equipamientos asistenciales de «Sant Joan de Déu, Serveis de Salut Mental» de Barcelona.
La primera se refiere a un caso de repetidas descompensaciones o episodios psicóticos con contenidos delirantes de tipo melancólico de ruina y alucinaciones corporales tipo Cotard de fragmentación y deformaciones viscerales en una mujer de mediana edad, casada y con varios hijos. El hecho de que remitieran clínicamente con un ingreso de pocos días y con dosis ligeras de psicofármacos sorprendía repetidamente a los clínicos que la atendían. No obstante, el significado de las descompensaciones quedaba bastante claro al estudiar la biografía de la paciente, quien, desde una primera infancia llena de carencias y situaciones traumáticas (muerte de varios hermanos, uno trágicamente ahogado en un pozo cuando ella tenía alrededor de un año; hambre y desgracias de todo tipo) en relación con un ambiente familiar de miseria total (física y psíquica), había llegado a equiparar la supervivencia mental con la económica y se descompensaba mentalmente o se psicotizaba en cada ocasión en que, por circunstancias diversas, sentía amenazada su seguridad económica y la de su familia (paro del marido, despido de algún hijo, enfermedad, etc.), simbólicamente equiparada a la integridad personal. Revisando la historia clínica podía observarse que los últimos ingresos coincidían siempre con situaciones de este tipo. Si bien el diagnóstico nosológico era de descompensaciones psicóticas de tipo melancólico, en el grupo llegamos a diagnosticarla, irónica pero significativamente, de «miserofobia». Según este caso, cuando las experiencias relacionales y emocionales del paciente adquieren un significado que las asocia simbólica o metafóricamente al significado o significados del núcleo psicótico de carácter arcaico y de las correspondientes huellas mnémicas, generalmente en relación con experiencias o ansiedades catastróficas infantiles, se produce la activación de la huella y su expresión sintomática con carácter preverbal y sensorial (memory feelings de M. Klein, embodied memories de M.Leuzinger-Bohleber, metáforas idiosincráticas de I. Oromí, etc.). Lo más corriente en psicoanálisis es que el significado se comprenda y exprese con metáforas (Modell, 2005) y que el aspecto psicótico de las situaciones psicopatológicas se presente precisamente cuando el funcionamiento mental del paciente ha perdido su capacidad metafórica y su pensamiento se construye con símbolos del tipo del simbolismo sensorial primitivo (Hernández, 1992). Los recuerdos reprimidos de Freud podrían volver a hacerse conscientes, pero las huellas mnémicas arcaicas no, puesto que nunca lo han sido. Estas son las que dan el carácter psicótico transitorio a la paciente de la “miserofobia”. Podemos imaginar que una de las más primitiva fuera quizás la del hermanito muerto en el pozo; en tal caso, cada episodio de descompensación psicótica tiene repetidamente el significado metafórico de “agonizar hundida en el pozo de la miseria”, pero, en los momentos más agudos los síntomas sensoriales de la ansiedad (ahogo, sensaciones cenestésicas de troceamiento, hinchazón de las vísceras…) son tan acentuados que el carro de la metáfora se pierde en la huella o rodera mnémica y acaba descarrilando en el lodazal de un simbolismo sensorial primitivo casi amorfo.
La segunda viñeta corresponde a un paciente joven (de unos 20 años). Un año antes de su primer ingreso había presentado una sintomatología inespecífica de tipo depresivo: cansancio, cefalalgias y desmotivación general coincidiendo con un fracaso escolar que le hizo repetir curso en contraste con un buen rendimiento hasta entonces. La sintomatología, que fue atribuida al estrés debido a que trabajaba mucho a la vez que estudiaba, desapareció con un ligero tratamiento antidepresivo. Reemprendió los estudios, pero al poco tiempo volvió a empeorar, esta vez ya con síntomas de agitación y aparición de ideas autorreferenciales (en la radio hablaban de él, sentía que su voz había cambiado, le llamaban marica, etc.). En esta situación paranoide ingresó en la Unidad de Agudos, de donde, recuperado, salió de alta a los quince días para seguir tratamiento ambulatorio en el Centro de Salud Mental. Se observa, pues, el paso de una sintomatología imprecisa e inespecífica a una sintomatología mucho más regresiva y patológica, de tipo paranoide. En la entrevista para el ingreso en el Hospital de Día aparece un joven de buen aspecto y contacto agradable. Le acompañan los padres, que son personas aparentemente sanas, de nivel sociocultural superior al habitual y preocupadas por la situación de su hijo. En el curso de la entrevista aparece también un síntoma sorprendente y nuevo: hace un movimiento con los brazos como si rodeara algo invisible y se besara a sí mismo. La impresión del entrevistador era que el paciente actuaba como si tuviera una chica imaginaria entre los brazos y se diese besos a sí mismo en vez de dárselos a ella.
El ambiente de trabajo cotidiano en el Hospital de Día y el contacto más constante con el paciente y con sus padres permite ir obteniendo una anamnesis detallada y profunda. Los padres explicaron que el paciente nació con muchas dificultades después de un embarazo normal. Tenía tres vueltas de cordón alrededor del cuello y nació morado y con signos de asfixia, hasta el punto que los médicos le dieron por muerto hasta que el padre, que se dió cuenta de que el niño hacía un pequeño movimiento, requirió a los médicos para que le atendiesen y consiguieron que viviera o, según expresión del padre, que «resucitara». Se crió al pecho durante dieciocho meses y la sorpresa fue que no había forma de destetarlo porque se agarraba al pecho con gran avidez y ganas de vivir. La madre recurrió a métodos aparentemente tradicionales en su región de origen, como era el de untarse la piel del pecho con miel y sal, sin éxito alguno porque el niño apartaba con su manita la miel y la sal hasta que aparecía el pezón («era muy listo», dice la madre). El destete no fue posible hasta que llegó el tiempo de la recogida de la aceituna, circunstancia que aprovechó la madre para aplicar el único método que podía funcionar con seguridad, el de desaparecer: se fue al campo y dejó al niño con la abuela. A partir de aquí describen a un niño algo retraído pero normal, que estudiaba, tenía amistades y no presentaba conflictos aparentes hasta la situación que motivó las consultas psiquiátricas. El conflicto se pone de manifiesto cuando el padre tiene una enfermedad grave y se ha de someter a una operación quirúrgica seria que afrontó con la idea de la muerte muy presente y creyendo que no volvería a casa; de hecho, estuvo bastante tiempo ingresado y muy enfermo. Entre tanto, el hijo (que ya tenía 18 ó 19 años) dejó los estudios (aquella referencia inicial al fracaso escolar resulta ser que dejó los estudios en estas circunstancias) y se puso a trabajar, iniciándose una nueva organización familiar en la que él reemplazaba al padre, como si éste ya estuviese muerto o, en el caso de que sobreviviese, hubiera de quedar inválido. En esta época, en la que trabaja y continúa estudiando por las noches, es cuando le diagnostican el stress que se recuperó en pocos días con tratamiento antidepresivo. Los síntomas psicóticos empiezan a manifestarse cuando, para sorpresa de todos, el padre se recupera, vuelve a casa, reemprende el trabajo y le dice al chico que deje de trabajar para volver a dedicarse a los estudios. En ese momento es cuando comienzan realmente las manifestaciones psicóticas del proceso actual.
En esta situación, que una vez profundizada la exploración en el diálogo con el paciente y con sus padres es tan diferente de lo que parecía en el informe inicial, pueden apreciarse elementos de narcisismo, entendido como organización encaminada a mantener e incrementar la autoestima mediante una actividad que le ofrece la satisfacción de sentirse fuerte, capaz y convertido en el cabeza de familia y en el sostén de la madre y de los hermanos menores. No obstante, todo esto ocurre en una situación en la que se contaba con la muerte o la invalidez del padre, por lo que puede pensarse que este aumento de la autoestima basado en el trabajo y en la capacidad de sacar adelante la familia estaba conflictivamente fundamentado también en la rivalidad con el padre y en su desaparición y, por lo tanto, en una situación de duelo. Este era un aspecto de la patología que se podía comprender desde el punto de vista del sufrimiento del duelo y de la regresión narcisista, así como también desde la satisfacción narcisista del triunfo. Pero como el triunfo lo era sobre el padre, también aparece otro posible enfoque, que creo complementario: el del triunfo edípico basado en la rivalidad con el padre y en la realización de la fantasía de eliminarlo y colocarse en su lugar. Al reflexionar con el equipo sobre este caso pensamos que, en el fondo, se trataba de algo más grave relacionado con la experiencia de muerte del nacimiento y con la capacidad de sobrevivir del paciente buscando la vida, el objeto. Aún estando como muerto al nacer, esta capacidad vital le había permitido aferrarse al pecho y, cuando querían destetarlo, continuar buscando el objeto desesperadamente y poniendo de manifiesto que no estaba dispuesto a entregarse a un retraimiento o repliegue narcisista, sino que era capaz de buscar el pezón y de encontrarlo a través de las capas de sal y de las dificultades que le pudieran poner; era capaz de aferrarse a la vida resistiéndose animosamente a soltarla. Suponíamos que después de esto se había producido un trauma muy doloroso con ocasión del destete que, a pesar de su capacidad vital de aferrarse al objeto, había llevado finalmente a que pecho y madre desaparecieran, y pensábamos que, con esta chica imaginaria que tenía entre los brazos, podía estar dramatizando inconscientemente la situación mental en que había quedado ante esta situación de duelo: cogido como siempre, vehementemente y con fuerza, a alguien que le había desaparecido y mostrando dramáticamente el vacío que le había quedado dentro de su propio self, delimitado por sus brazos. De esta forma, el paciente estaría negando omnipotentemente la desaparición del objeto a través de una organización narcisista y sustituyéndolo por él mismo identificado con el objeto interno. El síntoma mostraría, dramática y simultáneamente, el vacío, la negación omnipotente y la identificación narcisista, todo lo cual hacía temer una evolución francamente psicótica, como se pudo comprobar en la evolución posterior del caso.
Inicialmente, el relato clínico del caso, que se presentaba desvinculado de sus conexiones con la biografía del paciente, sería el de un muchacho que sufre un período de stress con síntomas depresivos ligeros, luego un episodio paranoide y, finalmente, un delirio megalómano y mesiánico. Pero, atendiendo a la experiencia biográfica del paciente, a su desarrollo emocional y a sus relaciones estructurales con los objetos internos, la historia clínica adquiere un aspecto mucho más comprensible humanamente. Las primeras experiencias vienen marcadas por una fuerza vital interna (constitucional) que consigue imponerse a la muerte y le permite «resucitar» abriéndose camino entre graves dificultades externas (ambientales). Pero la experiencia del destete forzado con desaparición de la madre debió ser una experiencia catastrófica que imaginamos como una huella mnémica relacionada con la desaparición final del pecho, tras una lucha titánica para reencontrarlo y retenerlo, que se reactiva y expresa en la conducta del abrazo a un objeto imaginario que retiene entre sus brazos.
Como ya hemos dicho, estas primeras experiencias dejan huellas en la estructura mental, huellas mnémicas que, sin ser memoria consciente ni declarativa, sino procedimental para usar la nomenclatura actual, tienen potencialidades activas para las conductas mentales y relacionales, sobre todo cuando experiencias actuales adquieren un significado emocional (simbólico o metafórico) que las reactiva. Podríamos decir que la estructura mental (y también la estructura neurológica en la que aquélla se apoya o de la que deriva) queda específicamente sensibilizada a nuevas experiencias de significación real o simbólica similar a las que marcaron tempranamente su huella y que esta sensibilización constituye en sí misma una “memoria” y, psicopatológicamente, una predisposición o vulnerabilidad.
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Resumen
Un concepto particular, dentro del más genérico de influencia de las experiencias emocionales en la estructuración de la personalidad y en el condicionamiento de algunas conductas psicopatológicas, es el de huella mnémica y de su activación por vivencias simbólicamente relacionadas que aportan significados nuevos (Nachträglichtein). Se presentan algunas viñetas clínicas ilustrativas.
Palabras clave: memoria, huella mnémica, significado emocional.
Summary
Included in the more generic concept about the influence of emotional experiences on the structure of the personality and the conditioning of some psychopathological conducts there is the concept of mnemic trace and of its activation through experiences simbolically related that bring to the situation new meanings (Nachträglichtein). The author presents some clinical vignettes.
Key words: memory, mnemic trace, emotional meaning.
Víctor Hernández Espinosa
Psiquiatra y psicoanalista.
Profesor del Instituto de Psicoanálisis de Barcelona y del Instituto Universitario de Salud Mental (Universitat Ramon Llull) de la Fundació Vidal i Barraquer.
Correo electrónico: vhernandez54@hotmail.com
1 En lo que sigue, tenemos en cuenta la traducción del inglés: “Allí también me encuentro ‘conmigo mismo‘ (myself, en la traducción inglesa) y me acuerdo de mí (myself) y de qué hice, cuándo y dónde y de qué modo estaba afectado (how I felt, cómo me sentía)…”