Nacido en 1919, en Barcelona, Pere Folch Mateu es una figura de capital importancia en el desarrollo del psicoanálisis en Cataluña y España. Ha sido cofundador, junto a Pere Bofill y Júlia Coromines, de la Sociedad Española de Psicoanálisis. Pero, sobre todo, ha sido y es un maestro extraordinario e inolvidable para varias generaciones de psicoanalistas.

Entrevista realizada por Sacha Cuppa, Ramón Echevarría, Isabel Laudo, Rafael Nicolás y Mabel Silva.

Pere Folch Mateu

Dr. Folch, ¿nos puede contar algo de su familia? ¿Cómo fue el ambiente familiar en el que creció?

Nací en Barcelona, en pleno barrio del Ensanche, en una familia que, después de morir los abuelos maternos cuando yo tenía 5 años, quedó reducida a los padres y a una hermana unos años mayor que yo. La muerte casi repentina de esta hermana a los 22 años a causa de un síndrome de Landry poliomielítico fue una experiencia cruel, catastrófica para mis padres y para mí. Yo tenía 16-17 años. Hasta entonces todo había sido relativamente fácil y llenode ilusión, a pesar de nuestra situación modesta. Mi padre tenía una barbería, pero una afección crónica en la vista le privaba a menudo de un trabajo activo.

Estos padres sencillos que he tenido estaban llenos de ideales sociales y culturales. Querían para sus hijos el nivel cultural que ellos no habían podido conseguir, luchando para afincarse en Barcelona cuando dejaron sus respectivos hogares en el campo de Tarragona. Tanto mi hermana como yo nos sentimos empujados hacia delante en los estudios. Yo no me recuerdo con ninguna vocación precoz particular, pero encontraba extraordinario este entusiasmo de mis padres. Buena parte de lo que he podido ir haciendo lo siento como un efecto de este estímulo continuado de mis padres. Seguían de cerca nuestros estudios y nos animaban a leer buena literatura de la época. Fomentaban la afición a la música y al teatro. Me recuerdo yendo todos a los conciertos de la Banda Municipal y del Orfeó Català, o también a algún teatro de barrio, y excepcionalmente al Romea o al Liceu. La afición al teatro nos llevó –a mi hermana y a mí- a organizar pequeñas veladas teatrales de rigurosa “sala y alcoba«, en casa de unos vecinos y más tarde en algún centro cultural.

Cuando tenía 9 o 10 años las perspectivas de hacer el bachillerato se tambaleaban por la difícil penuria económica. Pero tuve la suerte de una beca en el Colegio de los Jesuitas de Caspe, y allí hice tres cursos de bachillerato, hasta que los jesuitas fueron expulsados poco tiempo después del advenimiento de la República. Decidimos entonces que me pusiera a trabajar en una oficina y que continuara el bachillerato nocturno. El cambio fue radical, porque fuí a parar al Ateneu Enciclopèdic Popular, que tenía una sección de estudios universitarios, donde los mismos alumnos se encargaban de contratar a los profesores, los cuales acudían por simpatía con la institución, más que por los rendimientos económicos que las clases les pudieran reportar.

La entrada en el Ateneu supuso ingresar en un mundo de inspiración libertaria, ecológica, de espíritu abierto a las corrientes más diversas, y de un laicismo militante. Viniendo de un colegio religioso de misa diaria, no dejaba de ser sorprendente esta nueva atmósfera. Recuerdo que en uno de los primeros días de acudir al Ateneu, se anunció una conferencia titulada: “¿Ha existido Jesús?” Pero era un ámbito donde todo tenía cabida, desde los grupos de esperantistas, naturistas, hasta los múltiples intereses culturales que la República animaba en tantos órdenes del saber.

Allí continué hasta acabar el bachillerato. Pero todo quedó interrumpido con la muerte de mi hermana a principios de 1936, y con el inicio de la guerra civil.

Su amor por la lengua catalana, ¿se lo trasmitió su familia o ha tenido un origen más personal?

Esta es una pregunta típica de castellano-hablantes que no acaban de entender que la gente de un país, sin estado propio, pero con una cultura y una lengua propias, hablen y cultiven –a pesar de la feroz oposición de la dictadura- su lengua materna. Y esta actitud se explica, en parte, por la tendencia que los catalanes han tenido de hablar en castellano en cuanto alguien se les dirige en esta lengua, aunque sepan que el interlocutor les puede entender en catalán. Pienso que hay una renuncia demasiado fácil de nuestra parte, que no se explica simplemente por amabilidad y capacidad de acogida, sino por una desafortunada inercia de perpetuar los tics de sumisión a la que nos obligaron las brutales medidas de persecución del catalán en la larguísima noche franquista –por no mencionar siglos atrás-, con la clausura de las Universidades y entidades culturales del país. Todo esto se ha pretendido negar burdamente y, si ha convenido, se ha hecho mentir al Rey, haciéndole afirmar que el catalán no ha sido perseguido. Es preciso señalar también que un buen número de catalanes, para adaptarse a las circunstancias, renunciaron a su lengua y llegaron a hablar en castellano a sus hijos. Por un plato de lentejas, o por un bocado más suculento, marginaron su propia lengua. Ahora algunos de ellos no están demasiado orgullosos de su renuncia y hablan en catalán con sus nietos. Yo mismo renuncio al catalán cuando veo que mis amigos castellano hablantes no se deciden a hablarlo a pesar de mi continuada oferta. Y les entiendo hasta cierto punto: ¿quién puede identificarse con una pobre lengua tan maltratada por unos y otros? Yo siempre he pensado que ofrecer y enseñar la propia lengua al recién llegado es una gestión afectuosa, de apertura a la propia intimidad. Pero no siempre se encaja así, y he sido tildado de fanático. Y todo por atreverme a decir: “por favor en catalán”, tan lejos de la imposición coercitiva y a menudo brutal del castellano durante la dictadura.

Y de manera más general, ¿cuándo y cómo nace su interés por las lenguas y la lingüística?

Mi interés por las lenguas y la lingüística no creo que sea demasiado extraordinario. Seguramente el bilingüismo en que estamos inmersos en Barcelona te hace pensar espontáneamente en correspondencias semánticas, cuestiones etimológicas que pueden pasar desapercibidas para el monolingüe. Ahora bien, el gusto por la literatura y sobre todo por la poesía, sin duda te hace valorar y disfrutar de la maravillosa potencialidad del lenguaje. Hay que señalar también que en mi adolescencia, en Barcelona, había bastante difusión de la cultura francesa. Artistas y escritores catalanes nos habían hecho soñar con París. Yo mismo viví en París mucho antes de haber estado nunca en Madrid. Pero recuerdo que, durante la República, el grupo de la Revista de Occidente y la continua referencia de Ortega y Gasset a los filósofos y ensayistas alemanes –el fermento rubio que según él nos faltaba-, me orientaron muy pronto a estudiar alemán. Nos ejercitábamos, junto a compañeros de bachillerato, con los libros de Heine y de Rilke que empezaban a publicarse en versión bilingüe. Más tarde, el interés por Freud y por el valor de la lengua alemana, en la misma conceptualización psicoanalítica y su léxico, han mantenido mi interés por el alemán que, por otro lado, he tenido pocas ocasiones de hablar. Mi interés por el inglés vino más tarde, para poder seguir al día la literatura psicoanalítica y, sobre todo, estimulado por los años de análisis en Londres con el Dr. Donald Meltzer. Pero antes que el inglés, la lengua más difícil y tan querida –el finlandés- me llegó con mi mujer. Para un latino resulta una lengua de estructura extraña y compleja. De hecho, la empecé a aprender con mis hijas cuando convivíamos con su abuela (la madre de Terttu). Llegué a hablarlo como un niño y recuerdo que en una conferencia que hice en Finlandia, empecé con mi lenguaje pueril con un éxito sorprendente. Pero pude decir seriamente al público que con aquel lenguaje no me veía capaz de hablarles del tema anunciado. Después, en otras ocasiones y con unas dosis prudenciales de vodka, me he atrevido a hablar finlandés en algún homenaje a colegas del país. No sé si los compañeros me entendían, si reían de mis ocurrencias o del finlandés que yo creía hablar. Para consolarme pensaba en aquellos versos de Carles Riba: “… els mots són només per entendre’ns i no per entendre’ls”.1

¿Qué experiencias biográficas cree que han favorecido su interés por el Psicoanálisis?

Esta es una pregunta que nos llevaría lejos y que yo mismo no me he planteado con rigor ni con esta precisión. Pero evidentemente la introspección y el mismo análisis te llevan a pensar en experiencias puntuales y sencillas que conscientemente he vinculado siempre a mi interés por la psiquiatría y el psicoanálisis. Una de ellas está en relación con mi hermana. Yo debía tener 5 o 6 años y ella, al llegar a casa, nos explicó que había visto en la esquina a un hombre muy extraño, que había suscitado la atención de un grupo de transeúntes porque iba repitiendo a gritos: “¡bailemos sardanas, bailemos sardanas, porque si no destrozaré mi gorra!” Me fascinó la incongruencia, que un adulto pudiera decir tonterías, quizá misteriosas. Ni por un momento lo atribuimos a una vulgar embriaguez. Siempre he pensado que con este hecho tan banal, pero con tanta precisión reportado por mi hermana, se iniciaba mi interés por el misterio de la psicosis. También alrededor de los 6-7 años tuve la experiencia repetida y eludida de preguntarme a solas: ¿quién diantre soy yo? Recuerdo todavía cómo me inquietaba esto, hasta tener que ir al encuentro de alguien, huyendo de cavilaciones. Hoy lo vería como experiencias elementales de extrañeza. Y pensando aún en determinantes vocacionales, me resultaba inexplicable que los dedos se flexionasen a voluntad, y de qué modo una iniciativa mental se transformaba en acto motor. Naturalmente, en aquella época no encontraba el repertorio de respuestas que después estudiaríamos en relación al nexo cuerpo-mente.

Ahora bien, éstas son experiencias aisladas muy elementales, indicadoras quizá de intereses futuros. Lo que fue obviamente decisivo en mi precoz interés por el psicoanálisis fueron las experiencias de la adolescencia: la sexualidad, la desilusión de la religiosidad infantil, la experiencia insólita y trágica de la muerte de mi hermana, las ansiedades de muerte luego reactivadas por la guerra civil, y, en el plano social, el duelo por tantas cosas que nos habían entusiasmado antes de la guerra y que entonces quedaron proscritas por la dictadura.

Sabemos que participó en la guerra civil española, en la Batalla del Ebro. ¿Qué nos puede contar de esa experiencia? ¿Qué papel tuvo en su desarrollo personal y en la decisión de dedicarse al sufrimiento mental?

Yo fui oficial del ejército de la República, dentro del cuerpo de Sanidad. Antes de la guerra ya había decidido hacer Medicina, y en pocos meses se podía hacer la carrera de practicante, título con el cual podía optarse a la oficialidad. Al margen de unos meses en un frente secundario de las tierras de Lérida, pasé al otro lado del Ebro los cinco o seis meses que duró la batalla, hasta el inicio de la retirada. Allí me hirieron dos veces, la primera de poca importancia, lo cual me permitió volver al frente cuando mi división había ya iniciado la retirada. Fue entonces cuando una herida de obús, mucho más seria, me llevó de hospital en hospital hasta Francia. Pero antes de ello participé en las batallas más cruentas de Pàndols y Cavalls, en primera línea, en una compañía de zapadores y siempre como sanitario. Pertenecíamos a la División Líster y trabé relación con personas que llevaban ya muchos meses de guerra en diferentes frentes. Muchos de ellos eran voluntarios y algunos estaban casados, habiendo dejado a la familia para ir a luchar por unos ideales que hoy nos parecen inconcebibles. Cada batallón tenía un maestro y mucha gente aprendió a leer y a escribir durante su permanencia en el ejército. Existía un ambiente fraternal que nos compensaba de la ansiedad que provocaban bombardeos de todo tipo. Después, cuando empezó la retirada con el convencimiento de una guerra perdida, el único objetivo era salvar la piel y evitar caer prisionero. Francia era cada vez más el objetivo a alcanzar, y con ella la supervivencia.

Respondiendo a la pregunta, seguro que la experiencia de la guerra y de la larga posguerra ha sido decisiva en mi evolución personal. Pero mi orientación profesional ya estaba decidida. Pienso que si no hubiera hecho medicina habría estudiado filosofía o cualquier especialidad de letras, quizás lingüística. La guerra sirvió para mitigar, o negar, el trastorno por la muerte de mi hermana. En el frente y también en la ciudad, todo era riesgo y azar, se vivía al día, con poca reflexión. Pero al final de la guerra, en los meses de campos de concentración y prisión, retomé de hecho un doble duelo: el de mi hermana y el de tantas ilusiones y entusiasmos de preguerra. Pero todo esto a los veinte años no mata la esperanza.

¿Qué le ayudó a seguir en nuestro país y evitar el exilio?

De hecho me exilié por algunos meses. Cuando llegué herido al frente y me llevaron al hospital militar, me pusieron en el pabellón de los oficiales. Pensé que no quería que las tropas franquistas, casi en las puertas de Barcelona, me encontrasen allí. Decidí ser evacuado, y después de alguna que otra peripecia llegué a Francia y fui ingresado en un hospital del Departamento de Albí. Yo tenía familia en Francia que me hubiera podido ayudar a la salida del hospital, pero la situación desolada de mis padres hizo que decidiera volver. Tuve suerte de permanecer sólo unos pocos meses en prisión. Los jesuitas intercedieron con éxito para que pudiera salir de la cárcel y esperar en libertad provisional el consejo de guerra que habría de decidir el proceso de depuración.

¿Cómo recuerda el ambiente cultural en el que se formó, previo a la guerra?

En parte ya lo he contestado antes cuando aludía al entusiasmo con el que se vivió a nivel cultural el advenimiento de la República, después de la dictadura de Primo de Rivera en la que transcurrió buena parte de mi infancia. Al margen del ambiente tan abigarrado y libre del Ateneu Enciclopèdic Popular, frecuentaba el Ateneu Barcelonès2 donde conocí a Pompeu Fabra y a los mejores poetas del momento. Yo era muy joven, y tenía suficiente con estudiar y trabajar, pero de cerca o de lejos participaba de ese entusiasmo. Las ocho horas de trabajo en la oficina, los cursos, exámenes, no dejaban demasiado tiempo libre. Todavía nos divertíamos haciendo teatro, excursiones y verbenas, demasiado jóvenes aún para comprometernos en actividades políticas. Pero tengo la impresión de que todo fue tan breve con el inicio de la guerra…

¿Cómo era la Universidad en la que estudió? ¿Qué presencia tenía el Psicoanálisis en la Facultad de Medicina en la que estudió, en lo servicios psiquiátricos existentes y en el mundo académico de entonces?

La Universidad que tuve que soportar desde 1939 hasta 1945 fue la peor posible. Los mejores catedráticos de la facultad de Medicina estaban exiliados: Pi i Sunyer, Trías Pujol, Folch i Pi, Mira i López, y tantos y tantos otros. Era una Universidad gobernada por la Falange y por la euforia revanchista del régimen, con concentraciones en los claustros, camisa negra y cantando el Cara al sol, aunque esta atmósfera fue mitigándose a partir del segundo y tercer curso. Iba poco a clase, hasta que llegaron las asignaturas clínicas, a partir de cuarto curso. Hice los años de clínica médica con el profesor Pedro Pons, y me sentí muy a gusto en su servicio y con todo el equipo de especialidades. En el dispensario de Psiquiatría y Psicosomática del Dr. Montserrat Esteve realicé mi iniciación en la clínica psiquiátrica. Allí conocí al Dr. Obiols y al Dr. Miret, iniciando una larga y sólida amistad, gracias a las afinidades en las que nos verificábamos dentro del ambiente enrarecido de aquellos años. Una plaza como auxiliar en el Institut Mental de la Santa Creu y otra como interno en la clínica del Dr. Fuster Pomar, me permitió dejar el trabajo de oficinista y vivir intensamente la clínica psiquiátrica de aquella época. Frecuenté poco la cátedra de Psiquiatría, pero con el Dr. Montserrat empezamos a practicar la hipnosis, las terapias sugestivas con farádicas –lo que se llamaba la sugestión armada- y una psicoterapia de inspiración adleriana, que es la que el Dr. Montserrat había tenido más ocasión de conocer durante su estancia en Viena

¿Cuál fue su experiencia psiquiátrica previa a la dedicación al psicoanálisis?

La psiquiatría que se practicaba en la Institución y en las clínicas privadas estaba presidida por el electrochoque, por las curas de insulina, alguna piretoterapia, la contención de brotes psicóticos o acting outs psicopáticos, y por la cura de deshabituación de los toxicómanos. Era rara la práctica de las psicoterapias sistemáticas de inspiración psicoanalítica. Pero yo estaba interesado en el psicoanálisis desde muy joven, antes de estudiar medicina. Recuerdo que en el frente había leído diversas obras de Freud y nunca pensé en dedicarme exclusivamente a la clínica psiquiátrica que se practicaba en Barcelona a mediados de los años cuarenta. Tuve la suerte de obtener una beca del Instituto francés para pasar un año en París. Y otra vez tuve el sentimiento de saltar desde el mundo rancio, estancado, de la Universidad franquista al mundo abierto del París existencialista, del Asile St. Anne y la Salpetrière. Era el gran contraste entre la tenebrosa posguerra y los aires frescos de un París que se estaba reorganizando después de la vicisitud que pasó Francia con la ocupación alemana; empezaba la recuperación cultural y artística del país. En París permanecí durante un tiempo en el servicio del Prof Jean Delay, que poco después introduciría el Largactil y los primeros psicotropos. Todavía en su servicio, tuve ocasión de conocer al anciano Pierre Janet. Por recomendación del Dr. Ajuriaguerra fui a ver al Dr. E. Minkowski, el cual me aconsejó, vista mi inclinación psicoanalítica, que contactara con el Dr. Henri Ey, que hacía presentaciones clínicas las tardes de los miércoles. Ésta fue la actividad más provechosa de mi estancia en París. Con él aprendí lo que entonces se llamaba Psiquiatría dinámica. Aunque él era crítico con el psicoanálisis, su teoría órgano-dinámica suponía un diálogo y confrontación continuada con los puntos de vista psicoanalíticos prevalentes entonces y allí. Fue para mi un maestro entrañable que influyó mucho en mi ulterior dedicación profesional, así como en la ayuda que dispensó a los primeros psicoanalistas de la península, en particular al Dr. Bofill y al Dr. José Rallo de Madrid. Todos pasamos más o menos por Bonneval y después por la clínica suiza de Rives de Prangins, que dirigía otro de mis maestros y amigos, el Dr. Charles Durand.

Pere Folch, en 1962 , en el XXIII Congreso de Psicoanalistas de Lenguas Románicas

Pere Folch, en 1962 , en el XXIII Congreso de Psicoanalistas de Lenguas Románicas.

¿Qué experiencias y qué influencias le condujeron al Psicoanálisis? ¿En qué momento decidió convertirse en psicoanalista?

Mi estancia en París supuso mi primer contacto con una Sociedad psicoanalítica. Asistí a un curso de divulgación organizado por la Sociedad Psicoanalítica de París, a cargo de viejas figuras, los Drs. Leuba, Schlumberger, Nacht, Lacan, que aún no se había separado de la oficialidad psicoanalítica del momento. Pero aún no estaba introducido en problemas de formación y mi situación familiar no me permitía pensar en una larga estancia en París. Al margen de la especialidad, mi estancia en la Cité Universitaire supuso un contacto continuado con gente de las facultades más diversas y con exiliados catalanes, que me ponían en contacto con los medios literarios y artísticos del París de la época. Los sobrinos de Picasso habían pasado por la Cité. Conocí a unos jóvenes Grau Sala i Clavé, a Fenosa y a los Rebull, y con Palau i Fabre iniciamos una sólida amistad que ha durado hasta su muerte, hace unos pocos años. Él me acercó a los medios literarios y teatrales del París de la época, que fue brillante por sus autores e intérpretes.

¿Cuándo y cómo conoció a Pere Bofill? ¿Puede evocar la figura de Pere Bofill? Se ha dicho que siendo muy diferentes, conseguían complementarse y así su colaboración fue muy productiva. ¿Qué diferencias de estilo y qué diferencias técnicas había entre ustedes, si las había?

Conocí al Dr. Bofill en la universidad, creo que ya en el primer curso que se hacía en la Facultad de Ciencias. Nuestras afinidades políticas de aquella época, nuestra vicisitud en la guerra –él también estuvo en el Ebro-, mi situación de “no depurado” que nos privaba de hacer los cursillos intensivos, la clandestinidad en la que compartíamos nuestra desafección al régimen (él tenía dos hermanos que tuvieron que exiliarse) y nuestras inquietudes personales, nos llevaron rápidamente a una estrecha amistad, que compartíamos con un grupo reducido de compañeros de curso. Recuerdo muy al inicio de nuestra relación, las dificultades para salvar el examen de Anatomía, que se enseñaba con un detallismo exagerado. Era una severísima exigencia memorística, que servía de prueba eliminatoria para un buen porcentaje de los que se habían iniciado en la licenciatura. Alguno de los profesores recitaba el inacabable texto del Testut de memoria. El Dr. Bofill comprendió en seguida que en esta asignatura nos lo jugábamos todo. En el mes de junio fue de los poquísimos que pasó el examen con matrícula de honor. Nuestra amistad fue estimulada por este clima de clandestinidad en el que compartíamos nuestra situación y nuestros antecedentes tan opuestos a la oficialidad que nos rodeaba. Bofill trabajaba como interno en la clínica Corachán, y por un tiempo se perfiló como futuro discípulo predilecto del Dr. Pi y Figueras, que también era de Pals y con el que había una vieja amistad familiar. Con Bofill compartíamos cada vez más inquietudes, desde la experiencia persecutoria que nuestros antecedentes inspiraban, a los problemas derivados de nuestra adolescencia truncada por la guerra, la desorientación en tantas cuestiones sociales, metafísicas, y las vacilaciones sobre la mejor manera de realizar nuestros objetivos vocacionales. Como ya he señalado, mi determinación en hacer psiquiatría y psicoanálisis estaba ya muy decidida de antemano. Bofill dudó mucho con la posibilidad de hacer una carrera quirúrgica brillante, que podía lograr en el equipo de la clínica Corachán. Fue tentado también por otras especialidades. Se interesó por la endocrinología y estuvo unos meses en el ambulatorio del Dr. Vilaclara. Allí se respiraba una atmósfera humanista, a favor de una medicina antropológica, tímidamente simpatizante con el psicoanálisis. El Dr. Bofill seguía muy de cerca mi afincamiento decidido en la psiquiatría y, aunque su interés por el psicoanálisis iba creciendo, no estaba demasiado ilusionado con las escasas posibilidades terapéuticas en las psicosis. Mi estancia en Francia y el entusiasmo con el que llegué de París creo que le ayudaron a puntualizar su tan meditada vocación profesional. Empezó una seria lectura de Freud, se impresionó con el autoanálisis de Freud (años más tarde publicó algún comentario sobre el tema), y vio claro que tenía que explorar la posibilidad de hacer un análisis didáctico. Fue con esta finalidad primordial que nos inscribimos, junto con Júlia Coromines y Joan Obiols al primer Congreso Mundial de Psiquiatría, que organizó el Dr. Henri Ey en París, en el año 1950. Los cuatro fuimos a París en el coche de Obiols; era un poco viejo, pero después de alguna avería llegamos a tiempo al congreso. Hasta entonces yo había tenido poca relación con la Dra. Coromines, aunque todos participábamos en la actividad de un grupo semihumanístico, medio resistencial y pro-psicoanalítico, llamado Erasme, que he visto evocado en algunas memorias. La Dra. Coromines también venía del exilio a causa de la fuerte significación catalanista y republicana de su familia, y estaba convencida de la absoluta necesidad de una formación psicoanalítica si quería dedicarse a fondo a la psiquiatría infantil. Ella nos llevaba unos cuantos años de ventaja y una formación sólida en pediatría y neurología, que había practicado en clínicas inglesas y argentinas. Tenía un talante concienzudo y reposado, y era un buen contrapunto a nuestros entusiasmos y proyectos. El viaje a París reforzó el entendimiento y la amistad entre los tres. Pero fue Pere Bofill quien nos convenció de que cualquiera de nuestros proyectos de cara a ser psicoanalistas pasaba por el análisis didáctico, y que éste era nuestro primer objetivo a realizar. Pero de todo esto ya se ha hablado y publicado en diversas ocasiones, al describir los inicios de la Sociedad Española de Psicoanálisis.

Pere Bofill tuvo muy claro, como os decía, las pautas que teníamos que seguir para una formación válida (las cosas no eran tan claras al inicio de los años cincuenta), y pienso que su convencimiento surgía de una lectura reflexiva de Freud y de la crítica de posiciones ambiguas de tantos colegas vagamente interesados en psicosomática, psicoanálisis, análisis existencial, medicina antropológica, logoterapia, etc. Todos representaban una reacción a una psiquiatría descriptiva que todavía idealizaba la psiquiatría alemana de preguerra, que ignoraba el movimiento renovador de la psiquiatría francesa llevado a cabo por Henri Ey y el grupo en auge creciente de L’Evolution Psychiatrique. La clarividencia de Bofill se tradujo en su decidida voluntad de salir del país, desoyendo los tópicos antropológicos y las críticas estereotipadas a la supuesta miopía pansexualista y materialista del psicoanálisis.

Me habláis de las diferencias técnicas y de estilo entre Bofill y yo. Nuestra inspiración teórica y técnica fue siempre muy concordante. Hicimos mucho camino juntos en nuestra formación en Francia, Suiza y Londres. Seguro que el estilo era muy individualizado según las particularidades técnicas de cada uno. Él tenía una capacidad organizadora, pensando minuciosamente en cada detalle, cualidad que ni Júlia Coromines ni yo poseíamos. Fue incansable en todas las gestiones preparatorias para la oficialización de nuestro grupo de estudio y nuestro acceso a la IPA. Posteriormente surgieron diferencias, pero pienso que se referían más a cuestiones administrativas que técnicas. Las preocupaciones familiares de cada uno de nosotros, su salud física, la tragedia de la muerte de un hijo suyo, sus ocupaciones en Pals, mitigaron ciertamente la asiduidad y la intensidad de nuestra relación.

Pere Bofill, en 1962, en el XXIII Congreso de Psicoanalistas de Lenguas Románicas.

Pere Bofill, en 1962, en el XXIII Congreso de Psicoanalistas de Lenguas Románicas.

Y de la importancia de la personalidad y las aportaciones de Júlia Coromines, ¿qué nos puede decir?

De Júlia Coromines hemos hablado mucho ahora que ha cumplido 100 años, en el homenaje que le ha tributado la Sociedad Española de Psicoanálisis, la Academia de Ciencias Médicas y tantas entidades que se han beneficiado de su enseñanza y de su investigación clínica continuada. No dudo de que se publicarán las valiosas contribuciones de sus discípulos y colaboradores de tantos lugares, dentro y fuera del país. Su libro Psicopatología i desenvolupament arcaics es probablemente su contribución más original al conocimiento de una clínica esquiva que ella cultivó con entusiasmo, sobre la base de su extensa formación, y con espíritu interdisciplinario que la condujo a la organización de equipos de trabajo de gran fertilidad que incluían psicoanalistas, neurólogos, pedagogos, reeducadores, etc. Sus discípulos siguen adelante en la investigación clínica, y recientemente un grupo de ellos han publicado una monografía –Processos Mentals Primaris- que compendia diferentes trabajos clínicos y de investigación inspirados inicialmente por Júlia.

Yo trabajé con ella en un programa de difusión del psicoanálisis en las consultas ambulatorias de diferentes hospitales de Barcelona. Gracias a sus buenas relaciones con la dirección de la obra social de La Caixa obtuvimos una generosa dotación económica para organizar una enseñanza teórica de las bases de la psicoterapia psicoanalítica y la iniciación en la práctica que nuestros alumnos ejercían en los ambulatorios de los Servicios de Salud Mental más importantes de la ciudad. Esta organización fue conocida con las siglas PPIP (Psicoterapia Psicoanalítica en la Institución Pública) y su tarea fue pionera en esta rama del psicoanálisis aplicado, llevada a cabo con entusiasmo por nueve o diez psicoanalistas del Instituto de Psicoanálisis de Barcelona, creo que a comienzos de los años 80.

Otra gestión que llevamos a buen puerto junto con Júlia fue el inicio de la Revista Catalana de Psicoanàlisi, que ha llegado ya a su 25 aniversario. En una y otra empresa compartí con ella trabajo y amistad, y tuve la oportunidad de verificar día a día su pausada pero firme dedicación a lo que de verdad le interesaba, conjuntando concienzudamente elementos y factores no siempre al alcance inmediato, pero necesarios en la congruencia de una visión teórico-técnica. Hay que decir que en esta tarea de puesta en marcha de la Revista contamos con la decidida y perseverante colaboración e iniciativa del Dr. Salvador Adroer y la Dra. Joana Mª Tous.

Júlia Corominas (a la izquierda) en 1962, en el XXIII Congreso de Psicoanalistas de Lenguas Románicas.

Júlia Coromines (a la izquierda) en 1962, en el XXIII Congreso de Psicoanalistas de Lenguas Románicas.

¿Cómo funcionaba el grupo fundacional? ¿Cómo recuerda esa época? ¿Piensa que se puede hablar de una “época heroica”?

El grupo fundacional, como vosotros decís, tuvo serias dificultades. Sobre todo por la atmósfera antipsicoanalítica de los primeros tiempos del franquismo, por la frialdad o franca oposición de la psiquiatría oficial, que tenía que sintonizar con las ridículas restricciones que el régimen político imponía por nuestra condición, los tres, de desafectos al régimen o de meros sospechosos. Yo no hablaría de “época heroica” porque no corrimos ningún riesgo mayor, pero sí de una época muy trabajosa, con mucha actividad para ampliar nuestro conocimiento del psicoanálisis y comunicarlo a los colegas con los que trabajábamos; actividades también de orden administrativo en el momento en que empezamos a formalizar la organización del pequeño grupo de interesados en nuestro proyecto. A esto se añadía la necesidad de formación, aislados como estábamos de Europa, con escasa información bibliográfica y sin maestros en quien confiar y estimularse. Yo seguía contando con la buena relación con el Dr. Montserrat Esteve y con la amistad iniciada con el Dr. Henri Ey desde 1946, y que tanto nos ayudó posteriormente –a Bofill y a mí- facilitando nuestro trabajo en Francia y Suiza. Sin su inquebrantable ayuda y la generosidad sin límites del Dr. Charles Durand, en Prangins, no habríamos podido llevar acabo nuestra formación inicial en la Sociedad Suiza de Psicoanálisis. Charles Durand era un gran amigo de Henri Ey, a quien consideraba un hermano mayor. Era un psicoterapeuta nato, ferviente cristiano, de una simpatía desbordante y muy interesado en la asistencia extensiva de la psicoterapia psicoanalítica. Dirigía una de las clínicas más aristocráticas de Europa (Les Rives de Prangins) y consiguió, al cabo de unos años, convertir aquella clínica en un hospital cantonal abierto a la asistencia pública. Desde que yo estuve allí unos años como “stagiaire”, desfilaron una serie de colegas españoles, entre ellos el Dr. Bofill y el Dr. Rallo, que pudieron trabajar en la clínica y de este modo pagarse sus respectivos análisis. Sin duda el Dr. Henri Ey y el Dr. Charles Durand fueron los verdaderos patrocinadores de los primeros psicoanalistas de la península.

El grupo fundacional al principio funcionaba de forma irregular, dispersa, porque en ciertos momentos Júlia Coromines siguió otra ruta en su formación, en Madrid y París, mientras que Bofill seguía en Suiza cuando yo ya había regresado, aunque volvía a menudo para las supervisiones. Cuando todos estuvimos de vuelta, y tanto Terttu Eskelinen como Núria Abelló se incorporaron activamente al equipo, el trabajo fue mucho más fácil, animados por la perseverancia de René Diatkine con sus periódicas venidas a Barcelona, para supervisiones y seminarios que compartíamos con los colegas de Madrid. El buen vínculo existente con la Sociedad de París, favorecido por Diatkine y muy pronto por Pierre Marty, facilitó el reconocimiento de todos nosotros como grupo de estudio y ulteriormente como Sociedad3 reconocida por la IPA.

Sabemos que tuvo dos experiencias analíticas. ¿Quiénes fueros sus analistas? ¿Qué diferencias encontró –o buscó- entre ambos análisis? ¿Qué virtudes destacaría de sus analistas?

De hecho tuve cuatro experiencias analíticas, pero para abreviar a veces he hablado solamente de las dos experiencias más largas de análisis, con el Dr. Charles Odier de Lausanne y con el Dr. Donald Meltzer en Londres. Pero mi primera experiencia fue en Ginebra, con el Dr. Henri Flournoy, que había sido analizado por Freud. Después de unos meses estuvo de acuerdo en que continuara el análisis con el Dr. Odier. También hice unos cuantos meses con el Dr. Salomón Resnik, pero su situación en Barcelona devino problemática por cuestiones que nos llevarían lejos –o demasiado cerca- y eso frustró la continuidad de una relación que siempre he vivido como incitante y creativa.

Es difícil hablar del propio analista. Supongo que los autores que hablan con más o menos detalle de su análisis deben pedir permiso al analista, en justa correspondencia a la fidelidad de éste al mantenimiento de la privacidad. Desgraciadamente tres de mis analistas ya han muerto. Con el Dr. Resnik, después de la breve etapa con él, ha quedado una muy buena amistad y es una alegría recíproca reencontrarnos y hablar de tantos intereses comunes. La circunstancia de haber tenido estas cuatro experiencias con personalidades de perfil muy diferenciado debe de tener pros y contras. Son difícilmente comparables porque la extensión de la relación con unos y otros fue bien diferente. Ahora bien, a la incierta distancia de los años, más que las respectivas inspiraciones teóricas de mis analistas –uno más inclinado al análisis del ello, otro más centrado en la psicología del yo y el resto más centrado en el esclarecimiento de la relación transferencial- priva en el recuerdo la humanidad y sensibilidad de cada uno de ellos, y los deslizamientos contratransferenciales que les hacían oficiar el setting con particularidades irrepetibles. Me preguntáis qué buscaba con tantos cambios: de buen principio resolver síntomas y problemas de carácter, convencido de que de este modo mejoraba mi eficiencia profesional.

¿Cuáles fueron sus relaciones con la psiquiatría académica? ¿Ha establecido en algún momento de su vida un diálogo con los psiquiatras universitarios? ¿Percibió hostilidad hacia el psicoanálisis?

Tuve muy claro que dedicado preferentemente al psicoanálisis no tenía futuro alguno en la psiquiatría académica, y no pensé nunca en tener ningún cargo oficial en la cátedra de Psiquiatría. Pero tuvimos, especialmente el Dr. Bofill, relación con la cátedra y eso nos permitió no sólo actualizar el interés por el psicoanálisis entre los estudiantes, sino también tener acceso como psicoterapeutas a los ambulatorios de la cátedra. Recuerdo que me integré regularmente allí, y por un montón de años, cuando el Dr. Obiols ganó las oposiciones.

Éramos amigos desde final de carrera y, aunque en psiquiatría pensábamos diferente, teníamos afinidades en muchas áreas y una sincera y recíproca estima. Trabajé, pues, en su ambulatorio una serie de años y participé asiduamente en las sesiones clínicas, siempre en discusión cordial con los compañeros de otras inspiraciones, biológica o conductista. La repentina pérdida de mi buen amigo Obiols no interrumpió mi permanencia en el ambulatorio. Con el Dr. Ballús hemos tenido siempre una muy placentera amistad y juntos habíamos pasado vacaciones con nuestros hijos. Interesado en el psicoanálisis y en sus planteamientos técnicos y teóricos, siempre hemos mantenido un diálogo constructivo y hemos colaborado, no sólo en la clínica universitaria y en la enseñanza en la Facultad de Psicología, sino también en la práctica privada con pacientes que requerían una psicoterapia, al margen del tratamiento farmacológico. Yo me he beneficiado mucho de su generosidad en numerosos aspectos y el psicoanálisis ha tenido con él un buen entendimiento a lo largo de muchos años.

¿Qué papel jugaron –si es que jugaron alguno- las diferencias teóricas en la separación que se produjo en 1966 de los analistas portugueses de la Sociedad Luso-Española de Psicoanálisis?

Pienso que las diferencias teóricas influyeron en parte en la separación de los compañeros de Lisboa. Ellos seguían en aquel momento las directrices de la Sociedad de París y nosotros en buena medida estábamos cada vez más orientados en la dirección kleiniana. Pero tengo la impresión de que los portugueses preferían ser independientes como su país, lo cual me parecía bien envidiable. La relación personal con los pioneros Alvim y Luzes siguió tan cordial como siempre. Todos habíamos sido necesarios para hacer posible nuestro reconocimiento como Grupo de estudio y después como Sociedad, porque se necesitaba un mínimo de tres didácticos para formalizar la organización de un grupo con aspiraciones a convertirse en el futuro en sociedad de la IPA. Los Congresos Ibéricos sirvieron para seguir colaborando en un provechoso intercambio de las tres Sociedades actuales.

¿Y qué papel jugaron –si es que jugaron alguno- las diferencias teóricas en la separación que se produjo en 1973 del grupo de Madrid de la SEP?

La situación con la Sociedad de Madrid era más compleja que con los portugueses. Fue una separación dolorosa, con el sentimiento de que no habíamos hecho lo suficiente entre todos para un mejor entendimiento, aunque también era natural que al menos dos Institutos fueran necesarios para la organización de la enseñanza. Quizás estos dos Institutos habrían podido coexistir provechosamente dentro de una misma Sociedad. Sin duda que las diferencias teóricas jugaron ahí un papel, y nuestro desinterés excesivo por el psicoanálisis francés nos alejó seguramente de los compañeros de Madrid. El hecho de que en Barcelona todos los didácticos fuésemos de inspiración kleiniana contrastaba con un grupo de Madrid más mixto, sobretodo desde la incorporación de colegas argentinos de diferentes tendencias, aunque predominantemente kleinianos. En el momento de la separación los Grinberg todavía no se habían instalado en Madrid. Fue una tramitación penosa, y hay que decir que el peso de las negociaciones recayó en el Dr. Bofill, porque tanto Júlia como yo íbamos atareados con nuestra formación en Londres, y por mi parte eran contados los días que pasaba en Barcelona. Bofill se lamentaba, con razón, de sentirse demasiado solo en la delicada tramitación de la separación. Pero ya sabéis que nada ha resultado desastroso, y la colaboración con los colegas de Madrid, de la vieja guardia y de las nuevas promociones, es cada vez más provechosa y agradable. No querría mixtificar los hechos, pero tenéis que pensar que mi punto de vista hoy en día puede adolecer de rigor histórico. Es cierto que todos sufrimos en las dificultades de aquellos momentos, pero todos hemos sido bien recibidos en la Asociación de Madrid en simposios o en reuniones más informales, y por descontado en los Congresos Ibéricos.

¿Qué cambios o modificaciones se han dado en su forma de trabajar como analista a lo largo de los años? ¿Cómo ha evolucionado su técnica?

Esta es una gran pregunta que merecería ser meditada en una serena y continuada autocrítica. Yo pienso que siempre he practicado una técnica híbrida, producto de los contactos con unas y otras corrientes de pensamiento, pero centrado predominantemente en la línea kleiniana y post-kleiniana. Desde la asimilación y aplicación en la práctica de las tesis de Bion, pienso que el psicoanálisis kleiniano ha derivado en un intento minucioso de poner en evidencia las relaciones internas de objeto en la dramatización continuada de las sesiones. Esto supone centrarse en las correspondencias transferencia-contratransferencia, en la implicación intersubjetiva recíproca de paciente y analista empeñados en objetivos comunes de clarificación del mundo interno y los conflictos intra e interpersonales que llevan al tratamiento. Pese a diferencias en el encuadre y en la actitud técnica, yo creo que la corriente post-kleiniana, que tampoco resulta tan monolítica, converge en diferentes puntos con premisas del psicoanálisis relacional, aunque el engarce del trabajo con el paciente, con el “colega paciente” de Bion, no suponga el ideal de simetría por el cual parecen inclinarse los psicoanalistas “relacionales”.

La técnica que los postkleinianos practican hoy se acerca, a mi entender, a un esclarecimiento progresivo de la relación intersubjetiva con el analizando, en una cooperación continuada a pesar de las resistencias de ambos. Analista y analizando trabajan en beneficio de la verdad, de su verdad compartida y alcanzada gracias a la creciente libertad de pensamiento y de expresión que el setting procura. Claro que hay serios escollos por los caminos de la libertad. La denuncia del inevitable enactment, tan privativa de la técnica de hoy, es el reconocimiento del fallo concomitante de analista y analizando en su elaboración serena del vínculo transferencial y de la asunción y actuación de los roles inducidos. En esta tarea de representación, en el escenario de la transferencia, de la conflictiva interna del paciente, analista y analizando están a la par cooperando en una finalidad común. Pero, ¿podemos hablar de una rigurosa simetría? Yo creo que no. Paciente y analista tienen una función distinta en la realización de una misma labor.

La técnica que yo practicaba, porque hace ya algunos años que no tengo pacientes en análisis, era acercarme todo lo posible a interpretar a partir de lo observable en el “ahora y aquí” de la sesión. Pero los caminos de este poner en evidencia nos llevaría a la necesidad de una entrevista monográfica.

¿De qué manera le parece que los cambios socioculturales han influido en la patoplastia y el tipo de trastorno mental a lo largo de los años?

Estos cambios socioculturales han influido enormemente y esto lleva, y llevará, a una evolución inevitable y deseable de la técnica; también a reformulaciones teóricas que nos permitan separar el grano de la paja, lo que se ha hecho obsoleto de lo que conserva todavía su vigencia. Freud es aún vigente en muchas consideraciones teóricas y técnicas, pero hay capítulos de su obra que tienen sólo un valor histórico, que ayudan a entender la evolución que como terapeutas hemos ido haciendo hasta hoy. Lo que más me impresiona de los cambios que se han operado en las formas actuales del sufrimiento psicopatológico está en la clínica de la adolescencia de hoy, una adolescencia que parece prolongarse a menudo hasta los albores de la treintena. Pero soy demasiado viejo para situarme sin perplejidad delante del borderline adolescente con problemática psicótica y adictiva que reencuentro en las supervisiones. También se van modificando las crisis de la edad media y la patología del climaterio. Será necesario repensar muchos supuestos a la luz de la experiencia extensiva e intensiva de casos abordados con la técnica psicoterápica y psicoanalítica de hoy en día. Es un reto apasionante para las nuevas generaciones de analistas. Me parece también que el trabajo interdisciplinario con el sociólogo y el educador es imprescindible en cualquier investigación acerca de esta patología.

¿Qué cuestiones y temáticas considera nucleares en los desarrollos psicoanalíticos sucedidos a lo largo de su vida profesional?

Las que yo he tenido ocasión de verificar más de cerca es el estudio de los estadios precoces del desarrollo, el trabajo interdisciplinario con la psicopatología arcaica, que tanta dedicación ha supuesto en la obra de la Dra. Coromines; la aportación de las neurociencias; y, desde siempre, el inagotable conocimiento que ha dispensado el estudio multidisciplinario y la profundización en el tratamiento psicoanalítico de las psicosis. Pienso que desde Freud, Klein, Bion y tantos otros, la psicosis ha sido el estímulo más incisivo de la investigación clínica y de las elaboraciones teóricas que se han ido sucediendo en la historia del psicoanálisis.

¿Quiénes han sido sus maestros en Psicoanálisis? Puede decirnos qué autores y qué líneas teóricas le han influido más. ¿Qué figuras relevantes llegó a conocer? ¿Qué recuerdos tiene de ellos?

En Suiza aprendí, más allá del análisis personal, de mis supervisores. Pero en la cotidianidad del trabajo clínico, en el trato con el paciente, en el encuadre de la psicoterapia institucional, aprendí muchísimo de las cualidades personales y técnicas del Dr. Charles Durand. Con él realicé las primeras publicaciones en L’Evolution Psychiatrique y en algún congreso de psicoterapia. En Londres conocí a Winnicott que era, en la época de nuestra llegada a Inglaterra, presidente de la Sociedad Británica. Tuve todavía ocasión de conocer a Bion en un seminario de pre-congreso, antes de su partida a California. Mis supervisores fueron kleinianos y a ellos debo mi complemento de formación en Inglaterra: el Dr. H. Rosenfeld me acompañó en mi aventura del psicoanálisis de los psicóticos; E. Bick y H. Segal en mi iniciación al psicoanálisis de niños; mucho más tarde mi técnica se vio influida por las aportaciones conceptuales y la rigurosa y congruente actitud técnica de Betty Joseph. Los recuerdos personales que tengo de ellos están muy diferenciados por las particularidades tan distintamente perfiladas de unos y otros. Con Esther Bick me dejaba llevar por la vehemencia y convicción con las que afirmaba sus pautas técnicas en la supervisión. Nos acogía casi maternalmente, con una buena taza de té y los Apfelstrudel vieneses que ella misma cocinaba. Nos explicaba sus vicisitudes de exiliada en circunstancias trágicas y la acogida que encontró en los ambientes psicoanalíticos británicos. Con Hanna Segal el trato era muy distendido y fraternal. Recuerdo que nos invitó a toda la familia a pasar la Navidad en su hogar pocos meses después de nuestra llegada a Londres. Teníamos muchos recuerdos comunes de antes de la guerra civil, cuando ella hacía propaganda a favor de la República, y mucho más tarde nos invitaba a participar en su lucha contra las armas nucleares. Rosenfeld era para nosotros un maestro admiradísimo. Conocíamos su obra sobre los estados psicóticos y las anécdotas extraordinarias en sus análisis de esquizofrénicos. Riguroso en sus seminarios y en las supervisiones, con gran voluntad de realizar su enseñanza muy cerca de los pasajes clínicos, nos dejaba admirados en sus propuestas de comprensión e interpretación de las situaciones delirantes más inverosímiles que podía recoger en el planteamiento transferencial del momento vivido. Acabada la supervisión o el seminario, en el trato personal en el café o en la mesa perdía toda la seriedad del trabajo y resultaba de un humor e ironía sui generis hasta el jugueteo. Le pedí más de una vez que me explicara sus peripecias con un paciente delirante que visitaba en el asilo, en sesiones que transcurrían cerca del laboratorio de anatomía. El paciente, que por momentos se sentía convertido en lobo, dramatizaba su delirio y cogiendo las mandíbulas del esqueleto del laboratorio amenazaba con sus ataques al psicoanalista. Rosenfeld disfrutaba reproduciendo la situación y haciendo de lobo feroz entre nosotros. Con Betty Joseph la relación llegó mucho más tarde, sobre todo desde sus periódicas visitas a Barcelona, donde todavía anima diferentes seminarios de supervisión con una minuciosa profundidad y lucidez sorprendentes. Con ella, al margen de las cuestiones psicoanalíticas, el gusto por la lengua y las complejidades del inglés han dado lugar a largas sobremesas. Sin siquiera proponérnoslo nos encontramos embarcados en problemas de traducción, y es raro que nuestras conversaciones no acaben con más de un diccionario encima de la mesa.

Usted ha vivido en Londres y ha tenido mucha relación con la Sociedad Británica de Psicoanálisis. ¿Qué nos puede decir de ella?

Creo que la Sociedad Británica es un modelo de convivencia democrática de las tendencias más diversas, que tampoco lo son tanto gracias, precisamente, a la capacidad de intercambio y de polémica entre los diferentes grupos. Cuando nosotros llegamos a Londres en 1966, el clima de las antiguas tensiones era ya muy distendido. Con mis viajes semanales y el programa intensivo de actividades tenía poca ocasión de asistir a las reuniones científicas de la Sociedad, pero veía que analistas de una y otra tendencia adoptaban criterios y apreciaban muy positivamente las aportaciones de colegas de otra inspiración. Si leéis la literatura inglesa del presente podréis corroborar lo que os digo. Sandler recoge con justeza conceptos kleinianos o directrices técnicas de Betty Joseph; y a la inversa, Michael Feldman tiene en cuenta las aportaciones de Fonagy o de los Sandler en la elaboración de problemas técnicos y teóricos.

¿Cómo percibió las polémicas entre kleinianos, annafreudianos e independientes? ¿Piensa que dichas polémicas están superadas?

Las polémicas y disensiones en Francia las hemos vivido más de cerca que las británicas. Cuando empecé a frecuentar la Sociedad de París, Lacan todavía no se había separado de la Sociedad y siempre era el gran animador de reuniones y simposios. Ya tenía un gran prestigio por su oposicionismo sistemático, por su habilidad en la polémica, su erudición y su argumentación ingeniosa y mordaz. Cuando el grupo luso-español comenzó a organizarse, la escisión de la Sociedad francesa era ya un hecho y nosotros seguíamos incondicionalmente a la Sociedad de París, que era nuestro sponsor decidido en la IPA. Esta sencilla razón nos alejó del lacanianismo. Seguí las publicaciones y argumentaciones de Lacan hasta que me cansé de la complejidad progresiva de su léxico y de su estilo voluntariamente barroco. Pero en mis seminarios en el Instituto de Psicoanálisis de Barcelona, años más tarde, trataba de hablar de Lacan, de su tesis sobre la psicosis paranoica, de las connotaciones existencialistas y sobre todo estructuralistas. Aunque no entiendo sus principios técnicos ni la extravagancia, para mi, de su setting, sigo interesado por la evolución de su obra y por su peripecia personal, que ha suscitado tantas pasiones admirativas y denostadoras. Pero reconozco que, en buena parte, le he conocido de segunda mano, a través de André Green, que siguió durante bastantes años sus seminarios y de los cuales hizo una crítica sistemática. También a partir de los discípulos que se separaron de Lacan y su escuela, siendo reconocidos por la IPA como Asociación Francesa de Psicoanálisis. Todos ellos hacen frecuentes referencias a Lacan, años después de haberlo abandonado. Tengo buenos amigos lacanianos y aunque nos entendemos en cuestiones paraclínicas, posibles aplicaciones extensivas de la psicoterapia, en teoría literaria, tengo dificultades para seguirlos en sus consideraciones psicopatológicas o técnicas, porque utilizan a menudo una argumentación que para seguirla se ha de estar al corriente de toda el álgebra lacaniana. En cualquier caso la obra de Lacan no ha influido en mi manera de trabajar.

¿Qué texto de Freud recomendaría a cualquier persona, estuviera o no interesado por el psicoanálisis?

En los seminarios me parece todavía muy útil hablar de la teoría de los sueños que implica la estructura del síntoma neurótico. También me parece todavía necesaria la lectura de Duelo y melancolía y El yo y el ello. Las innovaciones técnicas de Recordar, repetir y elaborar son todavía de plena actualidad en la teoría de la técnica de hoy en día, igual que Construcciones en análisis. También me resultan imprescindibles los cortos trabajos a partir de la formulación de la teoría estructural, la psicología colectiva y el Moisés póstumo. Yo traduje, animado y asesorado por Jean Laplanche, cuando fui profesor invitado en la Universidad VII de París, la obra de 1920 Más allá del principio del placer y aún me parecen de actualidad algunos de los capítulos, porque reflejan la necesidad de Freud de un replanteamiento de su edificio teórico cuando el problema irresuelto del conocimiento de las psicosis le obliga a una substitución de la primera tópica.

A los interesados por el psicoanálisis, ¿nos podría recomendar una obra psicoanalítica reciente que le parezca especialmente interesante?

No sabría escoger una única obra de la literatura más reciente. Para aquéllos que quieran reflexionar en muchos de los problemas del funcionamiento psíquico y de los nexos mente-cuerpo, me parece imprescindible el conocimiento de las contribuciones de las neurociencias y de ciertos filósofos de la mente. Entre nosotros Joan Coderch en estos últimos años ha desarrollado una tarea reflexiva e informativa que es preciso consultar.

De cara a la clínica y a los problemas técnicos, depende de las afinidades de escuela. No se puede ser enciclopédico y es necesario elegir la técnica que más sintoniza con nuestra formación de base, que no significa la adscripción a ningún credo exclusivista. Con una serie de compañeros estamos acabando de traducir al catalán –más tarde lo haremos también al castellano- el libro de Michael Feldman Doubt, Conviction and the analytic Process. Pensamos que este libro es una vívida revisión de la intensa actividad del analista en la interiorización de la problemática del paciente vivida a través de las sesiones, de la asunción pormenorizada de la experiencia contratransferencial y de la elaboración de la continuada interacción que conduce a la interpretación y a la secuencia ulterior que determina.

Pero quizás que acabe, porque me habéis pedido que os sugiera un libro y acabaré recomendándoos una biblioteca.

Sabemos que se ha relacionado con el mundo artístico y literario. ¿Nos puede comentar algo de esas relaciones?

Me sabe mal desilusionaros, pero mi relación con el mundo literario ha sido muy escueta. He vivido centrado en la profesión y ello ha dejado poco tiempo para otras actividades. Si he tenido contacto con poetas y artistas ha sido por razones privadas, y no por haber participado en ningún grupo o peña literaria. Joan Obiols estaba muy en contacto con la gente de Dau al Set: Tàpies, Brossa, etc., y sus tertulias eran un nido de relaciones. Con Brossa tuvimos una relación muy simpática durante algunos años. También la amistad con la añorada Montserrat Roig y los amigos del PSUC supusieron un gran enriquecimiento y una participación en las actividades socioculturales de la transición, así como la participación en televisión en la serie de entrevistas de Personatges que Montserrat Roig llevó a cabo. Mi amigo Palau i Fabre me puso en contacto con Joan Triadú, y durante mi estancia en París me dio a conocer diferentes círculos y personalidades interesantes de la época. Nuestra continuada amistad a su regreso a Catalunya supuso una información continuada con el movimiento artístico y literario del país. Viejas amistades de adolescencia me acercaron a Frederic Mompou en una distendida familiaridad, al maestro Josep Soler y a tantos otros. Del pequeño grupo del “Estudi”, iniciado en los años 40, la amistad más estable fue con Jordi Pinell, monje de Montserrat, al que visitaba de tanto en tanto en el Monasterio. Poeta desde la adolescencia, me enviaba periódicamente desde Roma o Montserrat lo que iba escribiendo, aunque durante mucho tiempo estuvo concentrado en su investigación sobre la liturgia cristiana de diferentes épocas. La poca información literaria que pueda tener la debo a la buena convivencia con estos amigos.

Puede decirnos qué escritores o qué obras literarias ha frecuentado más a lo largo de su vida? ¿Cuáles son las obras que más frecuenta en estos momentos?

Depende de las épocas y de una forma por completo asistemática. Freud y la literatura psicoanalítica me han sugerido muchas veces las lecturas. En la adolescencia, por ejemplo, la lectura de “El artista adolescente” de Joyce fue una gran fiesta. Muchos años después, antes de ir a Dublín, leímos devotamente con Terttu todo Ulises, que nos sirvió de guía por la ciudad. Siempre he leído poesía de todas partes, pero mi conocimiento de la literatura es muy lacunar. Desde mi estancia en Inglaterra releo a menudo a Shakespeare y sus héroes me sirven de mucho cuando enseño psicopatología. Pero en esto sigo los consejos de Freud y de Meltzer, que idealizaba tanto la literatura inglesa. Cuando viví en París, Sartre estaba de rabiosa actualidad y todos flirteábamos con el existencialismo. Hace años que releo a Carles Riba y tengo muchas anotaciones que me gustaría un día recoger en un artículo. Tiene coincidencias muy particulares con intuiciones psicoanalíticas y una visión muy perspicaz del funcionamiento psíquico. Lo vivo como una visión poética de una metapsicología o filosofía de la mente. Todavía me gusta releer a Rilke y García Lorca y lo hago a menudo.

Conocemos su afición a la música y que toca un instrumento. ¿Qué nos puede decir sobre ello? ¿Qué compositor o compositores son sus preferidos?

En Londres, cuando mis hijas empezaron ya en la escuela primaria la educación musical, la dirección de la escuela alentaba a los padres a tocar algún instrumento, y las mañanas de domingo padres e hijos íbamos a la escuela de música. De vuelta a Barcelona, con el profesor Carles Ballús y el tan añorado Alberto Campo llegamos a iniciar un trío. Ellos tenían una formación musical muy sólida, pero para mi sólo ha sido un divertimento veleidoso. Pero disfruto escuchando los clásicos y tengo dificultades con la música contemporánea.

Se diría que sus conocimientos artísticos y el desarrollo de una sensibilidad artística han revertido en su trabajo analítico. Y a la inversa. ¿De qué manera se ha dado esa sinergia en usted? ¿Hasta qué punto le parece necesario el cultivo de una cultura humanista y artística para el trabajo analítico?

Me resulta difícil entender que el psicoanálisis se pueda comprender y practicar sin todas las contribuciones culturales que lo enriquecen, desde las neurociencias, la filosofía, la historia de las religiones y todas las artes. Cuando en los seminarios los alumnos de hoy me dicen que no conocen Shakespeare, por ejemplo, no salgo de mi asombro, y me siento muy viejo y desfasado. Porque estoy seguro de que la sensibilidad estética de estos jóvenes debe de alimentarse de otras fuentes que yo sólo conozco de segunda o tercera mano.

¿Qué partes de la teoría psicoanalítica clásica le parece que han caducado? ¿Le parece que sigue vigente la teoría de la libido y del desarrollo psicosexual, tal como la formularon Freud y Abraham?

Para decirlo brevemente me parece que cada vez más, en cualquier escuela de psicoanálisis la teoría de la libido ha perdido su vigencia en franco beneficio de la relación de objeto. Me parecen caducados e ingenuos conceptos tales como el de la libido oral, anal, etc., aunque las observaciones de las etapas relacionales, tan ligadas a las zonas erógenas, nos ayudan todavía hoy a comprender el proceso de internalización de las relaciones interpersonales primitivas que encontramos en las innumerables metamorfosis que la relación transferencial posibilita.

De los últimos desarrollos en Psicoanálisis – psicología del self, intersubjetivismo, psicoanálisis relacional, teoría del apego-, ¿qué valoración hace? ¿Qué aspectos le interesan más y cuáles le parecen criticables?

Yo no tengo una buena cultura enciclopédica psicoanalítica, y la pregunta me viene muy ancha. Cuando en el Instituto me encargaron que explicara la psicología del self leí detenidamente a Kohut y aprecié su estilo didáctico aunque me pareció evidente la gran deuda que tenía con Winnicot. Pero me pareció que su teoría de la carencia y de la necesidad de restauración del self era un buen contrapunto de un excesivo optimismo que todos habíamos profesado en el psicoanálisis de las psicosis.

Y los desarrollos neokleinianos, ¿cómo los valora?

Como ya os he comentado en otros momentos, en mi técnica seguí el desarrollo bioniano y post-kleiniano, tanto en psicoanálisis como en psicoanálisis de grupo, una línea que no me parece incompatible sino que tiene afinidades con el psicoanálisis relacional. Siento que las críticas más o menos pasionales al kleinismo y post-kleinismo derivan de experiencias personales desafortunadas, pero se argumentan poco con una crítica de textos teóricos y clínicos. Hay que señalar, sin embargo, que el diálogo sigue vivo desde hace años, y es en muchos momentos muy provechoso, como el que inauguraron Elizabeth Spillius i O. Renik hace algunos años en el International Journal of Psycho-Analysis.

¿Qué piensa del actual pluralismo psicoanalítico?

Me parece que es beneficioso porque denuncia una situación de crisis que estimulará reformulaciones que afectarán sin duda una nueva y consistente teoría de la técnica. Pienso que los cambios socioculturales son tan trascendentales que afectarán inevitablemente algunos de los planteamientos psicoanalíticos.

¿Qué piensa de los actuales estándares y programas de formación psicoanalítica?

Hace mucho tiempo que estoy alejado de la comisión de enseñanza y de la docencia dedicada a la tramitación cotidiana de esta problemática.

¿Cuál cree que debería ser la formación imprescindible de una persona que se dedica a la salud mental?

El modelo bio-psico-social, que parece de aceptación general, tendría que marcar la pauta de los programas de formación más ambiciosos. La asistencia integral de las psicosis nos ha convencido una vez más de la bondad de este triple enfoque. Es preciso entender la interioridad desde un amplio espectro de posibilidades cognitivas, desde la física cuántica a la poesía. Pero si se trata de lo imprescindible, es necesario renunciar a muchas cosas y fomentar las relaciones interdisciplinarias, hacerlas lo más cotidianas posible.

¿Qué características de la personalidad destacaría como necesarias para el trabajo como psicoanalista?

Se ha hablado mucho de eso. Aunque hace tiempo que no estoy implicado en funciones didácticas de selección de candidatos, pienso que las directrices de las diferentes sociedades son bastante coincidentes. ¿O quizás no? Las diferencias radicarían más bien en el reconocimiento de estas cualidades actuales o potenciales en los candidatos y en la esperanza, la confianza en las capacidades evolutivas de la persona con vocación psicoanalítica, esté o no impregnada de problemáticas más o menos regresivas. Cualquier miembro de una comisión de enseñanza, encargado de la aceptación de candidatos, ha podido lamentar el haber desestimado las posibilidades de un candidato que ha podido hacer un camino valioso en otra institución en la que han podido creer más en él y verificar, no solamente sus posibilidades, sino los valores actuales que no se habían valorado como correspondía.

¿Cómo se interesó por la psicología de los grupos? ¿Por qué la relación en las sociedades psicoanalíticas y entre los psicoanalistas puede ser tan complicada en algunos casos?

Existen razones prácticas y otras más teóricas ligadas al modelo de la mente con el que uno convive; otras podrían estar relacionadas con gustos y aficiones personales. Para resumir, es obvio que el tratamiento grupal ha permitido la aplicación extensiva y eficaz de la psicoterapia a pacientes que difícilmente podrían acceder a una asistencia individual. Otras aplicaciones de la terapia grupal se hacen en primera elección por los rendimientos más efectivos que se obtienen con ésta frente a la individual. Es el caso de algunas psicoterapias con psicóticos, con adictos, combinadas con tratamientos multifamiliares. Precisamente en estos momentos estoy comprometido en un programa inicial de asistencia a la psicopatología de la tercera edad y contamos en hacerlo básicamente grupal.

Las razones técnicas también pesan. La realidad psíquica tal y como se representa en los paradigmas kleinianos es muy grupal: la multitud de objetos internos, buenos y malos, ideales y persecutorios, parciales y totales. Es una mente grupal con personajes de todo tipo, presentes, ausentes, en disputa, en concordancia, en regímenes de terror o en una democracia interna envidiable, capaces de mantenerse en lo que Melanie Klein denominaba asamblea de objetos internos. La vida mental como una sucesión de escenas. Quizás se podría hablar del modelo teatral de la mente. Joyce McDougall lo pensaba así cuando publicó The Theatre of the mind. Ya Freud hablaba de la otra escena (die andere Bühne) para referirse al inconsciente, cosa que presuponía que la experiencia consciente se vive a menudo como una dramática interna. Pienso que cuando hacemos una interpretación a nivel transferencial describimos la situación episódica de los dos personajes actuales de la relación terapéutica, como transposición de una dramática interna en múltiples variantes.

Pero, como os decía, los gustos y aficiones personales nos llevan también a predilecciones técnicas. Mi antigua afición al teatro seguramente me hizo simpatizar con técnicas psicodramáticas y grupales desde muy pronto. Con el grupo inicial de psicoanalistas barceloneses ensayamos el psicodrama con algún paciente borderline. Estábamos animados por Diatkine que en aquel momento ensayaba con otros colegas en Sainte Anne, un grupo psicodramático con un solo paciente que escogía los personajes entre siete u ocho psicoanalistas. Este ensayo psicodramático llegó a interesar al mismo Sartre, que creo asistió a algunas de las sesiones. Más adelante la técnica bioniana me entusiasmó cada vez más, con las posibilidades que ofrecía de verificar el juego de identificaciones y contraidentificaciones proyectivas en la red del grupo. Las supervisiones continuadas durante años con Isabel Menzies me proporcionaron buenas experiencias terapéuticas y también el trabajo con compañeros del Instituto interesados en esta técnica, especialmente con Josep Beà, Oriol Esteve y Lluís Isern.

Y para acabar la pregunta: ¿por qué la vida grupal de los psicoanalistas es tan complicada? Seguramente vosotros, con ojos mucho más jóvenes, tenéis opiniones más idóneas. En cualquier profesión o gremio existen rivalidades, afán de afirmación y de prestigio, celos y envidias, ansias de éxito rápido. Pero en la mayoría de profesiones la intimidad personal puede quedar asépticamente distanciada de la praxis y del estilo con el cual se ejerce. Si esta disociación la practicara el psicoanalista, sería muy deficiente en su proceder clínico. Estamos inmersos en un debate emocional con tantas biografías que se dramatizan en el diván y que nos instan a participar en ellas, que en la relación científica con los compañeros estamos siempre implicados con lo más privado de nosotros mismos. No es extraño, por lamentable que resulte, que las relaciones con los colegas deriven en crescendos pasionales tan dolorosos. Pero evidentemente esto no resulta nada satisfactorio porque permanece en pie la cuestión de ¿por qué cuesta tanto alcanzar un consenso satisfactorio como tan a menudo conseguimos con nuestros pacientes? Quizás la respuesta nos la dio Bion al sostener que los grupos tienen básicamente una estructura psicótica y los conflictos son mucho más laboriosos en su tramitación que en las relaciones individuales.

¿Ha notado cambios en el perfil de los candidatos y de los analistas en el curso del tiempo?

Resultaría extraño que no fuese así porque han pasado muchos años desde mis tiempos de formación. No creo que hayamos superado todavía la regresión cultural que el franquismo comportó. Nuestras universidades son las más mediocres de Europa. Por otro lado, la Facultad de Medicina no conoce otra psicología que la cognitiva-conductual y en dosis muy exiguas. Son raras las vocaciones psicoanalíticas entre médicos. Y los psicólogos acaban con muy poca formación humanística. Algunos estudiantes se sorprenden si comentando la dinámica de los celos se les recomienda, por ejemplo, la lectura de Shakespeare. A veces pienso que por un lado la neutralidad mal entendida del psicoanalista y por otro el escepticismo y la corrupción de la vida política, contribuyen a un desinterés general por la cosa pública. Pero no me hagáis demasiado caso de lo que pueda pensar desde las naturales nostalgias del viejo que soy.

¿Cómo ve el desarrollo de la SEP? ¿Cómo valora el papel de la IPA en el desarrollo del psicoanálisis? ¿Qué opina de la denominada “crisis del psicoanálisis”? ¿Hacia dónde le parece que va el Psicoanálisis?

El desarrollo de la SEP adoleció de estar constituido en un principio por un núcleo inicial demasiado reducido para asumir al mismo tiempo la doble tarea formativa y organizativa. Éramos demasiado neófitos para desempeñar unas tareas de tanta responsabilidad. Pero no nos faltaba entusiasmo ni sensibilidad para recurrir a la ayuda de las vinculaciones y amistades que se habían producido en nuestros respectivos exilios. La Sociedad está en deuda con los maestros que nos apoyaron con entusiasmo en nuestra etapa inicial y en las etapas ulteriores. Ya he mencionado a Diatkine, a Pierre Marty y a los maestros británicos que todavía hoy frecuentan nuestro Instituto. Pero todos los compañeros venidos de fuera han colaborado a nuestra expansión y enriquecimiento. Empezando por Terttu Eskelinen que ha sido tan substancial y decisiva en mi vida. Su formación en la Sociedad Suiza de Psicoanálisis, su entusiasmo por las aportaciones de la vanguardia kleiniana que visitaba Ginebra, y su participación en el brillante equipo de investigación dirigido por Jean Piaget, con el aire fresco de su cultura nórdica originaria, supusieron una primera apertura de nuestro localismo inicial. Más tarde, sus contribuciones originales al International Journal y su labor en los años de redactora del Boletín de la Federación Europea, los años de presidencia de dicha Federación, y de vicepresidencia de la IPA, contribuyeron a la participación creciente de nuestra Sociedad en el concierto psicoanalítico europeo. Con Terttu Eskelinen empieza la amplia serie de personas llegadas de fuera que han querido compartir nuestra aventura pionera y que han permanecido entre nosotros para protagonizar nuestro desarrollo profesional. No los citaré a todos, pero sí especialmente a aquéllos a quienes los colegas más jóvenes no han tenido ocasión de conocer. En primer término a Alberto Campo, que ya a finales de los años cincuenta venía desde Ginebra a introducirnos en la obra de Melanie Klein, y que después llegó a residir en Barcelona, animando hasta su muerte nuestras reuniones científicas y seminarios. Años más tarde Benito López (también fallecido) animó con su magisterio nuestros seminarios y junto a Sheila Navarro compartieron una serie de años nuestro desarrollo. También deseo mencionar el enriquecimiento que supuso para nosotros la llegada de Valentín Barenblit, con su sensibilidad para la historia y las privaciones de nuestro país. Comprendió con suma delicadeza la importancia de nuestra identidad lingüística y –de la misma manera que hicieron otros argentinos- decidió utilizar el catalán en las reuniones científicas. Además ha sido y continúa siendo un soporte constante para la gestión psicoanalítica en la vida académica de Barcelona, con su background de sabiduría y experiencia y con la tenacidad de su entusiasmo. Años después Leon y Rebecca Grinberg nos honraron estableciéndose en Barcelona, abiertos a ofrecernos su extensa y docta experiencia en tantos aspectos del psicoanálisis, sensibles y receptivos a las particularidades de nuestro país. Todos quedamos consternados con la muerte prematura de León, y yo mismo siento todavía hoy la nostalgia de nuestra creciente amistad, tan prometedora.

Pero resultaría injusto no reconocer que si significó mucho su ayuda y muy fue reconfortante para nosotros la llegada de estos maestros, no fue menos importante y reconfortante la llegada de todos aquellos que escogieron Barcelona para iniciar su formación psicoanalítica, la mayoría de los cuales han permanecido entre nosotros como unos catalanes más. Madrileños y andaluces en un primer momento y más tarde desde muchos otros sitios de la península y de ultramar, han ido constituyendo esta familia proteica que hoy en día somos. Porque esto es Catalunya, como ya nos dijo hace muchos años Vicens i Vives: país de marca, de paso y de permanencias, tierra de aluvión y de naufragios, que se construye y se reconstruye con sus raíces y con todos los bienvenidos que aquí llegan y se arraigan. No sólo nuestra Sociedad sino también la Salud Pública reconoce con gratitud las aportaciones de bienvenidos como Luis Feduchi, Jorge Tizón, Guillermo Bodner, Francisco Calvo, los hermanos Pérez-Sánchez –Antonio es a día de hoy nuestro presidente-, Emilio Jiménez -que con tanta dedicación regresó a Andalucía en una nueva y fructífera etapa de sus actividades clínicas y didácticas- y tantos otros que comparten nuestras aventuras y desventuras cotidianas. Y que, como les digo con más o menos humor, un día u otro se harán independentistas.

Pienso con esperanza que la SEP puede desarrollarse gracias a la inquietud de un número creciente de sus miembros que participan cada vez más en el diálogo con el resto de sociedades psicoanalíticas europeas, y creo que esto podrá compensar las desventajas que hemos sufrido por nuestro aislamiento cultural durante tantos años. Pero está claro que el futuro del psicoanálisis no depende exclusivamente de nosotros ni tampoco de la IPA. Y sí mucho más de la jerarquía de valores que prevalezca en el mundo de hoy y de mañana. Si el psicoanálisis se acredita como necesario en el concierto interdisciplinario, con sus contribuciones a las neurociencias por un lado (en la indefinida búsqueda de los nexos mente-cuerpo), en la investigación exhaustiva de los vínculos inter e intrapersonales, en el análisis de las formas de vida colectiva, y en la promoción de valores éticos y sociales, seguirá vigente en sus cometidos terapéuticos y humanísticos.

Recientemente ha traducido el libro Psicoanálisis y religión en el siglo XXI, editado por David M. Black. Su manera de pensar las relaciones entre Psicoanálisis y la religión, ¿ha cambiado de manera significativa con los años? ¿Ha desarrollado un nuevo interés por la religión en los últimos años?

El libro me pareció muy atractivo por las valiosas contribuciones de psicoanalistas de escuelas muy diversas, que toman posición el día de hoy cogiendo como punto de referencia histórica el trabajo bien conocido de Freud de 1927 El futuro de una ilusión. Hice una recensión del libro para la Revista Catalana de Psicoanálisis que espero estimule a los colegas en la reflexión de los términos debatidos en la obra, en particular aquellas contribuciones provenientes de psicoanalistas que se han interesado por la espiritualidad, no forzosamente vinculada a ninguna religión positiva. Entre ellos predomina sin embargo la influencia del budismo, de la tradición Vedanta, de la mística sufí, las prácticas de yoga, etc., y la de aquellos psicoanalistas como Winnicot y Bion, con resonancias manifiestas de la filosofía y la mística orientales. El libro nos ayudó en las tareas de un seminario organizado y animado por el Dr. Jordi Font, que reunía unos pocos psicoanalistas y algunos teólogos interesados en el estudio de la experiencia mística que se ha ido dando a través de los tiempos y en diferentes ámbitos culturales. El seminario todavía está en curso y ha organizado un par de simposios, en el último de los cuales participó el mismo Dr. David Black. La atmósfera sugerente y estimulante de este seminario me ha llevado a replantearme cuestiones muy coincidentes con las preguntas que me hacéis vosotros. Está claro que con los años he repensado de diferentes formas la actitud del psicoanalista frente al hecho religioso, y las formas de religiosidad o de no religiosidad de los analizados; la relación entre las inquietudes ónticas, las ansiedades existenciales, la preocupación o la negación frente a los problemas que los hechos de la vida suscitan…, la cualidad de las ansiedades y defensas, no siempre neuróticas o psicóticas. Pienso que la capacidad de ansiedad también puede ser signo de madurez; pero si el analista de hoy piensa la religión con menos reduccionismo que en otras épocas, es necesario también dilucidar de qué religión hablamos. Mi experiencia en este seminario y la relación con los teólogos que han intervenido en él me han hecho dar cuenta de la creencia y práctica de una religiosidad que es muy diferente de la predicada y profesada en mis años de colegial de los Jesuitas, por no hablar de la religión oficializada de una manera tan lamentable y escandalosa después de la guerra civil. Esta opinión era compartida completamente por laicos y clérigos del seminario, y coincidíamos en pensar que todos –religiosos y psicoanalistas- nos hemos hecho menos ortodoxos en el mal sentido de la palabra. Esto permite una comunicación más distendida. Como señala uno de los contribuyentes a la obra editada por Black, el reverendo anglicano Rodney Bomford, en el capítulo final del libro, el hecho religioso y la cuestión de la verdad religiosa se han de abordar diferenciando un nivel empírico, un nivel místico y un nivel mítico. La confusión entre estos tres niveles ha dado lugar a polémicas tan pasionales como desenfocadas.

¿En qué está trabajando en la actualidad?

Dejando de lado el trabajo cotidiano con supervisiones y alguna clase de psicopatología en el Master de Psicoterapia Psicoanalítica que dirige la Dra. Maite Miró en la Universidad de Barcelona, estoy comprometido en un proyecto de investigación sobre la asistencia psicológica de la tercera edad. He redactado el esbozo de este programa, centrado en el estudio de los duelos que el sujeto ha de asumir desde la crisis climatérica hasta las fases más avanzadas de la involución senil. Estos duelos se estudian en seis dimensiones: prestancia corporal, déficit y patología corporal, pérdida de familiares y amigos, duelos de independencia y duelo del futuro. Cada una de estas dimensiones se considera en relación con cuatro categorías básicas: significación traumática, ansiedades y defensas negativas versus estructurantes.

El proyecto en su realización práctica se verificaría en la asistencia grupal de pacientes previamente seleccionados y en grupos multifamiliares, que permitirían elaborar los espinosos problemas de dependencia que la asistencia de la tercera edad plantea. El proyecto, hasta el momento incipiente por falta de recursos económicos, cuenta con el estímulo de cuatro instituciones que podrán trabajar en una provechosa sinergia.

¿Qué opina de esta nueva etapa de TEMAS en formato digital?

Tengo poca experiencia de la literatura digital, pero pienso que puede estimular la organización de un foro de lectores que se comunicarían por Internet alrededor algún planteamiento polémico que pueda constituir el editorial de cada número, seleccionando un artículo ad hoc. Es una iniciativa que hemos empezado a plantearnos en el consejo de redacción de la Revista Catalana de Psiconàlisi. De esta manera los lectores podrían entrar en una relación continuada entre número y número.

Por último, Dr. Folch, ¿qué consejos o recomendaciones daría a las nuevas generaciones de psicoanalistas?

Vuestra pregunta me hace pensar en una boutade de Lacan, cuando aconsejaba a los psicoanalistas jóvenes hacer “crucigramas”, supongo que para fomentar la práctica de la asociación libre. Pero hablando seriamente, y en el estado actual de la profesión, existe una recomendación muy elemental: que el psicoanalista joven no deje de practicar el psicoanálisis, es decir, el tratamiento con pacientes a razón de cuatro sesiones semanales, con las premisas básicas de un encuadre que permita el pleno desarrollo de la relación intersubjetiva transferencia-contratransferencia. Esto no es fácil porque, en general, el psicoanalista joven se ve comprometido en servicios de asistencia pública con muchas exigencias y con unas limitaciones de tiempo que dificultan seriamente el establecimiento de una relación profunda entre terapeuta y paciente. A pesar de todo el psicoanalista joven debería reservar como mínimo dos horas diarias para practicar el psicoanálisis. Solamente así podrá aplicarlo de forma extensiva y prudente en las diferentes modalidades de psicoterapia individual y grupal. Si se mantiene esta práctica mínima de dos casos en tratamiento psicoanalítico, supondrá para el terapeuta una estimulación constante de su autoanálisis y el mantenimiento de interrogantes técnicos y teóricos que le moverán al diálogo con la literatura psicoanalítica del presente.

La capacidad de tolerar los interrogantes que el trabajo continuado con el paciente suscita, comportará el interés por tantas áreas adyacentes a la gestión psicoanalítica: las neurociencias, la sociología y las grandes creaciones literarias.

Creo que el psicoanálisis aplicado sin la experiencia matriz continuada del setting psicoanalítico es poca cosa más que la utilización de pautas tipificadas que nos alejan de un intercambio emocional singularizado.


Publicaciones, trabajos, traducciones y labores editoriales de Pere Folch Mateu4


Libros

Qué es la sexualidad. Barcelona: La Gaya Ciencia, 1977.


Libros en los que ha participado

Assaig sobre la vida i la mort . Con J. Gol i Gurina, A. Colodron, J. L. Aranguren, et al. Barcelona: Teide, 1982

Actualitat de “Més Enllá del principi de plaer”. Repercussions teòrico-clíniques. Compilación, traducción e introducción de Pere Folch Mateu. Barcelona: Espaxs (Monografies de Psicoanàlisi i Psicoteràpia.), 1989.

Psicoanálisis i Literatura. Con D. Meltzer, T. Eskelinen y otros. Capítulo: Procés psicoanàlitic i “procés literari”. Barcelona: Fundació Caixa de Pensions, 1990

Debats a la crüilla sobre el símbol. (Ed. Por P. Folch, y M.T. Miró.) Capítulo: “Particularitats del símbol musical.” Barcelona, 1995


Publicaciones en Revistas

Con Charles Durand: A propos de cas et problemes de Victor von Weizsäcker- Théorie et pratique de la Medecine Anthropologique. L’Evolution Pyschiatrique, 1951, Nº3 .

Con Charles Durand: Le transfert dans la cure pré-analytique. Psychother Psychosom Acta Psychotherapeutica et Psychosomatica 1955;3 (Suppl. 1):73-80

Con Terttu Eskelinen de Folch. La pulsió de Mort. Psychoanalysis in Europe. Bulletin. Nº22,pp.55-80,1984

Concepte, implicacions teòriques i derivacions clíniques de la pulsió de mort. Revista Catalana de Psicoanàlisi 1984.Vol.I/Núm.2.pp.57-77

Control del self i de l’objecte segons model relacional obssessiu. Revista Catalana de Psicoanàlisi 1985.Vol.II/Nº1,pp.15-34

Identificacion and its Vicissitudes, as observed in the neuroses. Internationa Journal of Psycho-analysis 1986,Vol.67-Part.2

Con Terttu Eskelinen de Folch. La transferencia negativa: del clivellament (splitting) a la integración. Revista Catalana de Psicoanàlisi 1987.Vol.IV/ Núm.I.pp.49-63

Psicoanàlisi i Psicoteràpia. Diagnòstic i indicacions en l’adult. Revista Catalana de Psicoanàlisi.1987.Vol.IV/Núm.2.pp.187-194.

Nota sobre la traducción al català de “Spaltung” y “Splitting”. Revista Catalana de Psicoanàlisi.1987.Vol IV.Núm.2,pp.213-216

L’ansietat de separació en el present de la situació analítica. Revista Catalana de Psicoanàlisi 1989. Vol.VI/Núm.1,pp.55-64

Con Terttu Eskelinen de Folch. Symbolisation, Jeu et Transfert. Revue Francaise de Psychanalyse 1989.Nov-Dec. Nº6

Variants de clivellament o d’escissió. Revista Catalana de Psicoanàlisi 1989. Vol.VI/ Núm.2,pp.291-296

Notes sobre la contratransferència: Correlacions entre concepte i tècnica. Revista Catalana de Psicoanàlisi 1990.Vol.VII/Núm.1,pp.63-67

A propósit del dolor psíquic. Revista Catalana de Psicoanàlisi 1991. Vol.VIII/1-2, pp. 143-146

Símbol i “diabolo” a la transferencia. Revista Catalana de Psicoanàlisi 1992 Vol.IX/Núm.1-2,pp.31-45

Con J.O. Esteve. Multiplicitè de la Psyché Dans les groupes. Revue Psychot. psychanalytique de groupe, 18.

Notes sobre la imitació, la hipocresía i l’amor de transferencia. Revista Catalana de Psicoanàlisi 1995. Vol.XI/Núm.1-2,pp.33-52

El canvi terapèutic des d’ una perspectiva psicoanalítica. Revista Catalana de Psicoanàlisi 1995. Vol.XII/Núm.2,pp.66-67

Transferencia i deliri en la psicoteràpia de grup amb pacients psicòtics. Revista Catalana de Psicoanàlisi 1998. Vol.XV/Núm.1,pp.101-111

L’estrayesa inquietant en els grups: difusio i personificació. Revista Catalana de Psicoanàlisi 2001.Vol.XVII, pp..99-114

Contenció, dramatizació i contractuació. Revista Catalana de Psicoanàlisi 2003.Vol.XX/Núms. 1-2.pp.91-90

Lírica i Lògica en el treball interpretatiu. Revista Catalana de Psicoanàlisi 2005.Vol.XXII.pp.15-26

El sentiment, entre el cos i el llenguatge. (Debats de la SEP: “Sentint-ho molt, què en fem dels sentiments?”). Revista Catalana de Psicoanàlisi 2006.Vol.XXXIII/Núms.1-2.pp.97-100

Aspects psicòtics i neuròtics del grupo terapèutic: tolerancia o conflicto. Revista Catalana de Psicoanàlisi 2006.Vol. XXXIII.pp.127-140

Con E. Castell, E..Fieschi y M.Silva. A propósito del terme Enactament. Revista Catalana de Psicoanàlisi 2006.Vol.XXIII.pp.119-126

Mística i Psicoanàlisi en temps de crisi. Revista Catalana de Psicoanàlisi 2009.Vol.XXVI.pp.41-48

In Memoriam. Pere Bofill i Tauler. Revista Catalana de Psicoanàlisi. Vol.XXVI/Núm.1,pp.143-145

Con E. Castell, E. Fieschi, A. Grimalt y M. Silva. Consciencia, estats de consciencia i la seva negativitat. Revista Catalana de Psicoanàlisi 2009.Vol.XXVI/Núm. 1, pp.121-130

Recensión del libro de R. Kleinman. Elias Canetti: Luces y sombras. Revista Catalana de Psicoanàlisi 2009.Vol.XXVI/Núm.1,pp.147-155


Trabajos presentados a congresos y symposiums

Problèmes Cliniques et Techniques du Contre-transfert (con Pere Bofill). XXIII Congres des Psychanalystes Langues Romanes, 1962

Aportaciones clínicas del Psicoanàlisi al conocimiento de las psicosis. III Symposium Internacional del Centro Neuropsiquiàtrico de Martorell, 1983

Psychic reality: simbolization and mental space. Simposi del Congrés Internacional de la IPA de San Francisco, 1995. Reseñado en: Hartke, R. (1996). Panel Report Psychic Reality, Symbolisation And Mental Space. Int. J. Psycho-Anal., 77:579-584

Trabajos presentados en sesiones científicas del Instituto de Psicoanálisis de Barcelona (IPB), cuyo texto se encuentra en la biblioteca del IPB.

Alguns aspectes de la relació de l’analitzat amb els propis somnis. Abril 1974

Problemes clínics de la inhibició intelectual. Mayo 1975

Investigació en psicoanàlisi. Introducció a la discussió. Marzo 1976

D’alguns aspectes formals de la Interpretació. Mayo 1978

Con Terttu Eskelinen de Folch. Consideracions clíniques en la cronificació

de les resistencies. 1981

L’explicació en Psicoanàlisis. 1981

A l’aguait d’una dura inminencia. Mayo 1984.

Les psicosis segons J. Lacan. Junio 1984.

D’alguns Problemes teórico-técnics suscitats pel clivellament. 1987

Entrevistas

Montserrat Roig: Personatges. Barcelona: Pòrtic, 1971, 2 vol.

Joaquim Noguero: Sobre l’afectivitat. Entrevista a Pere Folch Mateu

Escola Catalana. L’afectivitat a l’escola. Número 348. 1-3-98. También en

http://www.omnium.cat/ca/article/sobre-l-afectivitat-entrevista-a-pere-folch-mateu-1389.html


Traducciones al castellano

Pierre Marty, Miche De M’uzan, Christian David. La investigación psicosomática. Barcelona: Luis Miracle, 1967.

D.M.Black (ed.): Psicoanalisis y religión en el siglo XXI. ¿Competidores o colaboradores? Barcelona: Herder, 2010.

Bloch Thorsen, Gerd-Ragna; Gronnestad, Trond; Oxnevad, Anne Lise: Trabajo familiar y multifamiliar en las psicosis. Una guía para profesionales. Barcelona: Herder, 2010

Además de los editores colaboran en esta obra: Bente Arntzen, Christine Barrowclough, Anne Fjell, Jan Olav Johannessen, Julian Leff, William R. McFarlane y Jorge L. Tizón.

Martindale, Brian V., Bateman, Anthony, Crowe, Michael y Marginson, Frank: Las Psicosis. Los tratamientos psicológicos y su eficacia. Barcelona: Herder, 2010


Traducciones al catalán

Més enllà del principi de plaer / Sigmund Freud ; Pere Folch Mateu, compilador i

traductor. Seguit de Repercussions teòrico-clíniques / Jonathan Cohen … [et al.] ; Barcelona : Espaxs, 1989

Un llenguatge per a la psicosi: psicoanàlisi dels estats psicòtics / a cura de Paul Williams; traducció de Pere Folch i Mateu. Barcelona : Grup del Llibre, 2007

Paul Valery: “Reflexions sencilles sobre el cos”. Revista Catalana de Psicoanàlisi.1989.Vol.VI/Núm.2,pp.253-258


Libros publicados por Monografies de Psicoanàlisi i Psicoteràpia, colección a cargo de Pere Folch Mateu

El Paper educatiu de la família : un model psicoanalític del procés d’aprenentatge / D. Meltzer, M. Harris ; [traducció: Carme Vilaginés]. Seguit de Seminari internacional de recerca i aplicacions del model Meltzer-Harris / B. Hayward ; [traducció: Jordi Sala] Barcelona : Espaxs, cop. 1989

Sigmund Freud y otros: Més enllà del principi de plaer. Repercussions teòrico-clíniques (traducció de Pere Folch Mateu). Pere Folch Mateu, compilador. Barcelona: Espaxs, 1989

Júlia Coromines: Psicopatologia i desenvolupament arcaics: assaig psicoanalític. Barcelona : Espaxs, 1991

John Steiner: Replegaments psíquics: organitzacions patològiques en pacients psicòtics, neuròtics i fronterers. Pròleg de Roy Schafer. Barcelona: Columna, 1994

Daniel N. Stern: Diari d’un bebè. Barcelona: Columna, 1996

Jordi Freixas: Psicopatologia psicoanalítica: el model Freud-Abraham. Barcelona: Columna, 1997

Jaume Aguilar, Maria Victòria Oliva, Carla Marzani (Ed.): L’Entrevista psicoanalítica: una investigació empírica. Barcelona: Columna, 1998

Robert Caper: Els Fets immaterials: el descobriment freudià de la realitat psíquica i el desenvolupament per Klein de l’obra de Freud. Barcelona : Viena, 2003

Ronald Britton: Creença i imaginació: exploracions psicoanalítiques. Barcelona: Viena, 2005

Paul Williams (Ed.): Un llenguatge per a la psicosi: psicoanàlisi dels estats psicòtics. Barcelona : Grup del Llibre, 2007


1 “… las palabras sólo están para entendernos y no para entenderlas”.

2 En aquella época existían numerosos Ateneus en la ciudad de Barcelona, verdaderos movimientos de cultura popular.

3 Sociedad Luso-Española de Psicoanálisis

4 La presente relación no es exhaustiva.


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