Introducción

Este trabajo está basado en la ponencia “Terapia Grupal: Tratamiento y prevención en pacientes con primeros Episodios Psicóticos Agudos” presentada en el Congreso Nacional de Psiquiatría, celebrado en Barcelona, en octubre del 2010, en el marco del Simposio de Sociedades titulado: Investigación clínica desde la perspectiva psicodinámica en pacientes psicóticos.

En la ponencia presentamos las dificultades en crear y mantener una terapia de grupo con pacientes que habían padecido un primer episodio psicótico agudo (trastorno psicótico breve, TPB) así como la limitación que esto supone para la prevención secundaria, es decir, de cara a disminuir la prevalencia de la enfermedad. La ampliación de criterios de inclusión nos permitió crear un segundo grupo con 9 pacientes que habían padecido uno o más episodios psicóticos agudos. Este segundo grupo se mostró eficaz a nivel de prevención terciaria, disminuyendo la morbilidad.

Ambos grupos fueron conducidos por una terapeuta del equipo, psiquiatra y psicoanalista, y una co-terapeuta.

Estas experiencias se han realizado en un Centro de Salud Mental de Adultos (CSMA) del área metropolitana de Barcelona, del 2007 al 2010. En este trabajo haremos referencia al período de seis meses que duró el primer grupo con pacientes que habían padecido un TPB y que decidimos interrumpir al no consolidarse con un número suficiente de pacientes. Posteriormente, comentaremos el primer año de tratamiento del segundo grupo terapéutico.

En los últimos veinte años las terapias grupales se han ido imponiendo en los servicios públicos como un tratamiento útil para la esquizofrenia (J.M. Blanqué, 1998; I. González de Chávez, 1999; P. Folch, 2000; J. Guimón, 2003; Güerre Lobera, 2003; F. Vallejo Jiménez,  2006).

En la actualidad, el TPB suscita gran interés en la comunidad psiquiátrica, tanto de orientación biológica como de orientación bio-psico-social, por el valor que tiene a nivel preventivo, pero en nuestro distrito nos hemos encontrado con frecuencia que estos pacientes interrumpen el seguimiento tras el alta hospitalaria, dejando de acudir a las visitas ambulatorias concertadas por el mismo hospital (comunicación personal del servicio de psiquiatría de nuestro hospital de referencia), lo que dificulta su posterior derivación a los CSMA. Para poner en marcha un seguimiento con este tipo de pacientes es necesario fomentar la vinculación en el momento de máxima vulnerabilidad psíquica, es decir, durante el ingreso hospitalario, con el fin de facilitar la continuidad terapéutica (J. Guimón, 2003). Esto favorecería la integración de la experiencia en detrimento de la disociación psíquica. Los ingresos en unidades residenciales ubicadas en la comunidad podrían favorecer la aplicación de modelos integradores en el abordaje de la psicosis. Los Países Escandinavos, Suiza y Australia son unos referentes útiles en este sentido, con los programas piloto de tratamientos adaptados a las necesidades de los pacientes (B.V. Martindale, A. Bateman, M. Crowe, F. Margison, 2007).

Creemos que la discontinuidad en el tratamiento es un factor añadido que contribuye a favorecer la escisión como mecanismo de defensa en unos pacientes ya de por sí altamente fragmentados.

 

Primer grupo

En relación a la experiencia que nos ocupa, diremos que a finales del 2007 nos encontramos en el centro con un pequeño núcleo de pacientes, derivados tras el alta  hospitalaria, que venían de padecer un TPB. Pensamos en el interés de un abordaje psicológico grupal semanal dada la imposibilidad material de ofrecer tratamientos individuales más intensivos y debido a que el seguimiento psicofarmacológico que se podía ofrecer desde el CSMA era insuficiente para contener a estos pacientes.

Hicimos una propuesta de creación de un grupo con los siguientes criterios de inclusión: pacientes con edades comprendidas entre los 18 y 30 años, con diagnóstico de trastorno psicótico breve establecido durante los dos años previos, con un número de 8 a 12 pacientes, sesiones de 1 hora de duración con frecuencia semanal y duración de 1 año. El grupo permanecería abierto durante los 2 primeros meses.

Como criterios de exclusión propusimos: descompensación psicótica aguda actual, trastorno límite de la personalidad y drogodependencias.

Los objetivos del tratamiento eran: favorecer el insight emocional, fortalecer las funciones yoicas, facilitar la expresión y la comunicación interpersonal.

Iniciamos el grupo con 8 pacientes, pero sólo 4 permanecieron tras los abandonos iniciales (hubo errores en la indicación terapéutica y nos encontramos con pacientes con un predominio de trastornos de la personalidad que hubiesen requerido otro tipo de abordaje). A pesar del número insuficiente de participantes, decidimos proseguir el proyecto y mantener el grupo abierto, pero al observar que las nuevas derivaciones que íbamos recibiendo correspondían a las necesidades del centro pero sobrepasaban los límites de nuestros criterios de  indicación (en edad, período de tiempo respecto al último episodio psicótico, número de episodios), acordamos interrumpirlo a los seis meses (coincidiendo con las vacaciones de Navidad) y propusimos abrir un nuevo grupo tres meses más tarde ampliando los criterios de inclusión que luego precisaremos y manteniendo las contraindicaciones y los objetivos.

Se realizaron 24 sesiones desde mayo hasta diciembre. Estas situaciones compartidas facilitaron comunicaciones que habían permanecido ocultas en las entrevistas individuales, con momentos altamente emotivos y otros llenos de sentido de humor, evidenciándose de esta manera la incipiente creación de un espacio mental que permitía pensar, observarse y tomar distancia respecto a la dramática experiencia vivida, el episodio psicótico. Sintetizaré lo que trato de explicar a través de algunos ejemplos. Los dos participantes más activos en estas sesiones, Carlos y Denis, se hallan próximos a la treintena:

En una sesión, Carlos explica la tragedia que vivió antes de ser ingresado. Tenía la convicción de que la policía le buscaba y le perseguía. Así pues, encarando la situación, paró un coche de los “mossos d’esquadra” (policía autonómica) y les increpó con violencia. La respuesta que recibió fue la de ser detenido y tratado como un delincuente común. En comisaría, Carlos, cada vez más desestructurado y confuso, pasó unas horas catastróficas antes de que se reconociera su estado mental y decidiesen consultar a un médico que le derivó a una unidad de ingresos psiquiátricos. Fue ingresado en estado de agitación y contenido físicamente, atado de pies y manos a una cama. La primera vez que narra los hechos nos impacta, pero su relato toma otro cariz en la medida en que puede ser hablado y su rabia disminuye, pudiendo ponerse en el lugar de los demás (de la policía) y comprender que no entendiesen lo que le pasaba. Hicieron falta más sesiones y que también nos hablara sobre los dos años que precedieron al episodio psicótico, la acumulación de circunstancias, el estrés y la ausencia de un espacio mental donde vivir y comprender las emociones que le embargaban. En un primer momento nos impacta y estamos con él. Denis asocia ampliando la narrativa a través de su propia experiencia. Hasta aquel momento su relato sólo implicaba a su familia y al médico; ahora nos explica que “ yo  también fui a la policía a contarles lo de mi vecino, fue lo primero que hice pues tan convencido estaba como tú…pero no me hicieron caso, me miraron como diciendo ‘éste está loco’, pensaron que iba ‘colocado’ y me largaron de la comisaría”. Todos ríen, Carlos ríe. Denis había ocultado esa acción tal vez por vergüenza o por temor, lo saltaba de su relato y pasaba a la situación siguiente, cuando explicaba a su familia que su vecino se infiltraba a través de las paredes y penetraba en  su casa y que él lo veía y oía…

Pienso que lo que les hace tanta gracia  tiene que ver con el “me miraron como diciendo: éste está loco”,pues es el poder mirar lo loco que uno está, es decir, el poder utilizar un aspecto crítico, no psicótico de la personalidad y el poder aprehender la situación desde una doble perspectiva lo que permite reírse de uno mismo. Frente a la tragedia de la alienación mental, la recuperación de uno mismo, del autocontrol y de la reflexión sobre lo que está sucediendo son los primeros pasos para poder iniciar un proceso de reconstrucción y de recuperación de la capacidad de adaptación.

En sesiones posteriores pudimos trabajar su manera de percibir la realidad y comentar las dificultades en diferenciar lo que viene de fuera y lo que viene de uno mismo, la facilidad con la que ambos mundos pueden confundirse, generando comportamientos inadecuados e incomprensión por parte del entorno. El reconocimiento del delirio como una producción mental propia es muy doloroso pero al mismo tiempo da un gran alivio.  Cuando esto se verbaliza resulta un momento compartido altamente emotivo.

Citaremos un momento de una sesión del mes de noviembre. Acuden a la sesión tres pacientes, Carlos, Denis y Alfonso. El estudiante universitario al que llamaremos Elías no viene y la co-terapeuta tampoco:

Denis comenta que durante el último fin de semana volvió a oír y a ver a su vecino dentro de su casa, pero no quería molestar a su compañera y decidió aumentar la dosis de medicación (toma una dosis mínima de neurolépticos). Se relajó y aquello desapareció… Entonces, todos hablan, se interrumpen y comentan sus experiencias. Denis le dice a Carlos en tono de humor: “tú con lo de la policía y yo con lo del vecino…” y ambos ríen. Luego Denis dice que el pensar que esto es algo que viene de él mismo le hace sufrir mucho, que le resulta muy doloroso. Carlos interviene para decir que sí, pero que poder reconocerlo es mucho mejor, que cada vez se da más cuenta del cómo provocaba con sus actuaciones y que no podía evitarlo porque estaba dominado por aquellos pensamientos… Denis dice: “es que, ¡es tan real!”…

 

Comentarios sobre el primer grupo

Desde el punto de vista de la teoría kleiniana, se contemplan dos posiciones a nivel mental: la esquizoparanoide y la depresiva, caracterizadas cada una de ellas por ansiedades y defensas específicas que van de la fragmentación a la integración mental y de los sentimientos persecutorios a la responsabilidad por la propia vida mental. Un problema que podemos considerar nuclear en estos pacientes es el temor a deprimirse, al tener tantas dificultades para elaborar lo depresivo. Tolerar el dolor mental es una condición para el insight y la contención.  En ese sentido reír es una defensa, pero permite entrever lo intolerable desde la distancia, marcando de alguna manera el camino hacia la posición depresiva. Podríamos decir que es una situación que transita con elementos defensivos como la denegación, pero de indudable valor terapéutico. Las ansiedades persecutorias disminuyen y también el riesgo de confusión. Así, el yo se hace más receptivo y se fortalece al abrirse a la posibilidad de identificación con la actitud de confianza del grupo y de los terapeutas.

Llevar adelante la tarea en un centro asistencial público ofrece un marco continente para terapeuta y pacientes. Esto es un factor importante para la buena marcha de la experiencia debido a que el contexto institucional ofrece la posibilidad de una tercera dimensión a la relación, protege y pone límites, y por tanto facilita el desarrollo del proceso y lo abre a la elaboración simbólica.

Las dificultades para crear y mantener un grupo tras un primer episodio psicótico pueden estar relacionadas con diferentes factores: unos pueden tener que ver con la organización asistencial y otros con la psicopatología. Como ya hemos señalado anteriormente, la continuidad del vínculo terapéutico entre el ingreso y el seguimiento ambulatorio sería un factor facilitador, evitando tal vez que se perdiesen tantos pacientes tras el alta hospitalaria. Las reuniones de coordinación en la red asistencial representan un esfuerzo en este sentido pero, en la práctica, en Barcelona, la psiquiatría está excesivamente escindida entre la orientación en psiquiatría biológica, (identificada con Hospitales Universitarios y ligada a los tratamientos cognitivo-conductuales, donde se prioriza el tratamiento sintomático sea por la vía farmacológica y/o psicológica) y la psiquiatría psicodinámica (identificada sobre todo con los CSMA, donde la idea de proceso terapéutico a través del vínculo y la compresión del funcionamiento mental de nuestros pacientes, ocupa un  lugar tan importante como el alivio sintomático que aporta la psicofarmacología). Esta especie de “divorcio” entre enfoques que, a mi entender, son complementarios, es altamente perjudicial para nuestros pacientes, tan necesitados de experiencias integradoras.

Desde el punto de vista de la psicopatología, el deseo de volver a la “normalidad”, por parte de los pacientes, puede llevarlos a usar la disociación como defensa masiva y prematura tras la crisis psicótica, interrumpiendo el tratamiento sin dar margen al trabajo de elaboración, por más limitado que éste pueda ser, ni a la prevención psicofarmacológica.

Pensamos que sin el establecimiento de un vínculo terapéutico sólido y confiable difícilmente podemos esperar de nuestros pacientes el “cumplimiento” respecto al tratamiento farmacológico que tanto preocupa a los psiquiatras de orientación biológica, mientras que este aspecto (del que no minimizamos la importancia, ya que nos parece fundamental), desde el modelo psicodinámico, queda supeditado al vínculo y al reconocimiento de la subjetividad del paciente, del que derivan el sentimiento de responsabilidad respecto a sí mismo y la contención de la psicosis, en el que la medicación juega un rol indispensable (sobre todo durante las crisis y un período de prevención cuando se trata de un episodio aislado). La maduración psicológica y la comprensión de los mecanismos psíquicos del funcionamiento mental serán también factores preventivos básicos, si se puede avanzar por este camino. Esta tarea no es fácil, pues requiere grandes dosis de paciencia y tolerancia a la frustración por parte del terapeuta, confrontado, una y otra vez a las poderosas y comprensibles defensas de estos pacientes que huyen “como gato escaldado” de la conexión emocional. Esto tiene que ver con el “terror sin nombre” de Bion y nos hace pensar en el episodio psicótico como una experiencia traumática testimonio de lo indecible, de lo que no puede ser pensado pero que dejó huella biológica en los circuitos cerebrales de la memoria implícita (J. Coderch, 2006).

Así pues, más allá de nuestras expectativas, resumiremos esquemáticamente algunos de los aspectos beneficiosos que  pudimos observar durante estos meses de tratamiento:

–    La adquisición de una mayor conciencia de la propia fragilidad y vulnerabilidad  psíquica.

–    La posibilidad de vivir una experiencia donde validar el sufrimiento mental.

–    Mayor aceptación de uno mismo.

–    Responsabilidad respecto al tratamiento farmacológico.

 

Segundo grupo

Daremos ahora unas pinceladas respecto al segundo grupo. Los pacientes que habían padecido un segundo episodio psicótico contribuyeron a constituir un grupo cualitativamente diferente del primero. Instalados en la enfermedad y beneficiarios de prestaciones de invalidez la mayoría de ellos, se presentaban incapacitados y con diferentes diagnósticos de esquizofrenia (diagnósticos según los criterios DSM-IV-TR, CIE-10). Ninguno presentaba sintomatología productiva de tipo delirante. Estas experiencias se hallaban limitadas al período de descompensaciones agudas. Sin embargo, sorprendía el deterioro vital y el cambio de perspectivas con respecto al primer grupo (en el primer grupo, dos pacientes se reincorporaron a sus actividades profesionales habituales). Estos pacientes no eran aptos para el grupo terapéutico para pacientes esquizofrénicos que otra profesional conduce en el CSMA, lo cual habla de la complejidad del trastorno esquizofrénico y la variabilidad de situaciones clínicas que engloba.

Trabajamos a un ritmo de una sesión semanal de 1 hora de duración, a lo largo de un año, interrumpiendo durante las vacaciones de Navidad (dos semanas), de Semana Santa (una semana) y de verano (cuatro semanas en agosto). Lo iniciamos en marzo del 2009 con 14 pacientes y tras algunos abandonos se consolidó un grupo de 9, con una asistencia media de 6-8 participantes. Lo mantuvimos abierto a nuevas admisiones durante tres meses y luego lo cerramos planificando, de acuerdo con los pacientes, que en junio del 2010 haríamos una valoración y decidiríamos si darle continuidad durante un segundo año, abriendo un período de tres meses para nuevas incorporaciones.

En esta ocasión decidimos hacer una evaluación pasando tres escalas autoaplicadas al inicio del tratamiento y de nuevo al cabo de un año. Lo propusimos a los pacientes usando una metáfora, diciendo que las escalas serían como un “termómetro” y que nos permitiría hacer una valoración  de la “atmósfera emocional” del grupo con un intervalo de un año. Para el estudio de resultados tomamos las escalas de los 9 pacientes que permanecieron en el grupo y descartamos las de los que abandonaron el grupo en sus inicios.

Tanto el Inventario de Beck para la depresión como la Escala de Hamilton para la ansiedad mostraron una disminución de las puntuaciones entre el período que va del mes de marzo del 2009 al de marzo del 2010, desplazándose el mayor número de pacientes hacia la izquierda, donde se encuentran los cuadros clínicos de menor gravedad (en el 2010, aumentó el número de pacientes con ausencia de depresión y depresión leve y ninguno puntuó como depresión grave. En cuanto a la ansiedad, disminuyó a la mitad el número de pacientes con ansiedad grave y aumentó el de pacientes con ansiedad moderada y leve). El Cuestionario de Sevilla de calidad de vida para pacientes esquizofrénicos mostró un aumento de la puntuación media de los factores favorables (satisfacción vital, autoestima, armonía) y una disminución de la puntuación media de los desfavorables (pérdida de energía, falta de aprehensión cognitiva, falta de control interno, dificultad de control emocional, dificultad de expresión emocional y cognitiva, hostilidad contenida), lo que indica mejoría del sentimiento subjetivo de bienestar.

Estos resultados, expresión de una mejoría a nivel clínico (disminución de la depresión y de la ansiedad según criterios compatibles con la clasificación DSM- IV-TR, CIE-10) y de las capacidades cognitivas y expresivas de los pacientes, nos parecen relacionados con todo lo que la psicoterapia promueve a diferentes niveles. La información intercambiada entre los miembros, el estímulo motivacional que representa el grupo, así como el sentimiento de pertenencia que genera, favorece una mayor participación en otras actividades paralelas sean de tipo lúdico, deportivo, ocupacional y en el mejor de los casos de reinserción laboral.

Como psicoterapeutas formados en una orientación dinámica y psicoanalítica nos preguntamos: ¿cuál es nuestra especificidad?, ¿qué diferencia encontramos, en cuanto a los resultados, en un tratamiento conducido por un psicoterapeuta de orientación dinámica  respecto a otro conducido por un terapeuta de otra orientación sea cognitivo-conductual, interpersonal u otra? En este sentido, los resultados de las escalas de autoevaluación han supuesto, en cierta medida, un contraste frente a la frustración que representa la exigencia de nuestro enfoque, es decir, unas expectativas  que suponen aprender a discernir sentimientos, emociones, percepciones, reorganizar las defensas, desarrollar el pensamiento, adquirir recursos y mejorar la adaptación, en fin, todo lo que intentamos promover con nuestras intervenciones durante las sesiones y que tiene que ver con la rehabilitación de los pacientes y con inducir mejorías que perduren en el tiempo (interiorizando la experiencia, facilitando el aprendizaje de nuevos modelos relacionales).

Citaremos de nuevo un ejemplo a través de una viñeta clínica para mostrar las dificultades con las que nos encontramos:

Sesión de mediados de octubre del 2009. Asisten 8 participantes. Una de las pacientes, V.,  se queja diciendo que tiene problemas de memoria. Unos y otros asocian con sus dificultades a este nivel: desde que han padecido los episodios han perdido mucha memoria. Otra paciente, P., había sido una gran lectora y ahora le cuesta seguir una novela hasta el final. Siguen asociando sobre el no poder fiarse de su memoria. Se angustian a la hora de afrontar responsabilidades. M. explica que no ha sido admitida en un empleo que había solicitado. Un paciente, C., resume la desesperanza del grupo con una frase que  sentencia “estamos atrapados”, “no hay nada que hacer”. La frase-sentencia les hace reír triunfantes, mirando con desafío a la terapeuta a la vez que esperan su intervención. Uno de los pacientes, J., lanza una frase al aire: “es como un animal en situación de peligro, lo que quiero decir es que un animal que se siente acorralado está alerta porque se siente amenazado y puede reaccionar con agresividad”. La terapeuta comenta que cuando uno se siente en situación de amenaza vital  lo que hace es defenderse y en esas circunstancias es difícil estar y percatarse de  otras cosas. La paciente M., que no ha obtenido el trabajo, dice que ella tiene miedo de la gente, le da miedo que se rían de ella, que la miren mal. N. le dice que no tiene que ver las cosas así, que todo el mundo tiene sus problemas y si ella se siente así, no quiere decir que los demás piensen mal de ella, igual es ella que se lo imagina. P. comenta que es difícil saber si es uno o si son los demás, en su casa le dicen que lo que tiene es dependencia de los medicamentos y que duerme demasiado. La terapeuta dice que parece que cuando hay muchas emociones, aparece el temor a confundirse y entonces dormir es como un remedio, pero si se usa en exceso no estimula la mente y luego resulta que pierden memoria. Dicen unos y otros que eso sí, que acabas no teniendo ganas de nada. T cita a un autor literario que decía que había que disponerse a hacer siestas con pijama. P. dice que ella se levanta muy mal cuando hace siestas tan largas y que está pensando en volver a apuntarse a hacer teatro. J. piensa apuntarse al fútbol y N le dice que eso es lo que dice…pero que no lo hará… Hay que interrumpir la sesión cuando se acaba el tiempo pues la conversación se va animando y siempre se hace difícil el momento de la separación.

 

Comentarios sobre el segundo grupo (a través de la sesión)

Cuando las ansiedades persecutorias y de indiferenciación invaden la escena, incapacitan la mente para realizar funciones intelectivas y cognitivas elementales. La enfermedad (identificada en ese momento con los trastornos de memoria) es utilizada como un refugio y esto contribuye a cronificar y agravar los problemas mentales. Durante la sesión se plantean estas dificultades, se desvela la ambivalencia y el desánimo al mismo tiempo que se desarrolla una experiencia mentalmente estimulante. El paciente J., sin ser consciente de ello, se descuelga con una frase que da en el clavo respecto a lo que está sucediendo en ese momento: el grupo está acorralando a la terapeuta con su desesperanza, con el mensaje implícito de que frente a la enfermedad “no se puede hacer nada” aunque, al mismo tiempo, tantean y esperan su respuesta. J. muestra una fina sensibilidad cargada de temores: “tal vez la terapeuta reaccione agresivamente  si se siente amenazada”. La terapeuta aprovecha la oportunidad para conectar, reconocer y contener lo que el grupo le proyecta, sentimientos de impotencia y de amenaza. Las proyecciones son acogidas e identificadas como una experiencia que forma parte también de la vida propia y que pueden por tanto ser vividas sin el temor de “quedar atrapados”, como si se tratase de un imperativo categórico, a los mecanismos de defensa psicóticos.

 

Conclusión

Entendemos las sesiones terapéuticas como un lugar donde aprender a observar y a observarse, un lugar donde aprehender las diferentes realidades y mejorar las capacidades perceptivas tan caóticas y desorganizadas en los pacientes psicóticos. Pero lo más importante es que se genera un lugar de encuentro, de encuentro entre pacientes y terapeutas, de encuentro de los pacientes entre sí mediatizado por los terapeutas. La técnica se ve modificada por la naturaleza misma del grupo y el terapeuta se ve necesariamente abocado a salir de su pasividad. Lo que puede ser conveniente en un grupo de pacientes neuróticos, deja de serlo con los pacientes psicóticos. Estos pacientes necesitan terapeutas especialmente participativos e implicados con el grupo (J. Guimón, 2003). Así pues, muchas veces las sesiones pueden ser iniciadas por el terapeuta, comentando alguna cuestión que perciba como un foco que está generando silencio, malestar o preocupación en el grupo, por ejemplo hablando de los ausentes, las razones por las que se retrasan o por las que no van a venir o simplemente un “no sabemos que ha pasado, intentaremos llamarle por teléfono” (cuando un paciente se ausenta durante tres sesiones, si no avisa, le llamamos por teléfono). Estas intervenciones, desde mi punto de vista, se complementan con otras que pueden considerarse psicoeducativas o informativas, cuando el grupo lo reclama a través de alguno de sus miembros. Así pues, los pacientes se interesan por los medicamentos que toman, por saber cómo actúan, por saber sobre su enfermedad, por las repercusiones sobre su salud, etc. Con frecuencia, el colocar a los terapeutas en la posición del saber médico es una manera de ponerse a salvo de la propia experiencia, pero pienso que la tarea terapéutica es muy amplia y que abarca diferentes campos del conocimiento que podemos poner al servicio de nuestros pacientes. Por ejemplo, compartir una información neuro-psico-biológica elemental de manera sencilla puede dar contención, alivio y confianza en un momento dado.

Autores americanos, como Nick Kanas y colaboradores, han desarrollado un método para tratamientos grupales de pacientes esquizofrénicos que denominan “abordaje integrativo”. Este modelo integra elementos psicoeducativos, psicodinámicos e interpersonales (B.V. Martindale, A. Bateman, M. Crowe, F. Margison, 2009). En nuestro caso nos hemos mantenido en la línea psicodinámica intentando trabajar las dificultades psicológicas desde lo emocional pero utilizando otro tipo de intervenciones puntuales si estimamos que van a tener un valor psicoterapéutico.

Sabemos que el paciente psicótico tolera poco la frustración y que el contacto con las emociones es vivido como una amenaza, como un peligro. Las ansiedades confusionales por una parte y también las dificultades para elaborar lo depresivo con el riesgo de melancolizarse por otra, como ya hemos dicho, hacen comprensible el uso masivo de mecanismos de defensa como la disociación, la negación, la idealización, etc. Pero esta comprensión no debe impedirnos estar alerta y tener presente aquello que podamos devolver a dosis tolerables que pueda facilitar el insight emocional, pues de esta manera se abren caminos de crecimiento y maduración personal. Todo esto genera una tensión dialéctica entre la intención del terapeuta y la del grupo de pacientes, siempre dispuesto a salvaguardarse tras el escudo de la enfermedad.

Desde mi punto de vista, creo que gran parte del valor terapéutico del grupo viene dado por la experiencia compartida, por un incipiente sentimiento de pertenencia, por sentir que son capaces de estar y mejorar sus relaciones con los demás, por el estímulo y gratificación que representa la relación humana frente al sufrimiento mental que conlleva el aislamiento y repliegue narcisista.

Creo que lo más importante, como en todo proceso terapéutico, es facilitar una experiencia viva y auténtica, donde el terapeuta también está de lleno en el proceso, donde la espontaneidad y la sincera preocupación por el sufrimiento que conlleva la enfermedad psicótica, suponen un soporte emocional básico. Luego ya se irá viendo cuales son las posibilidades evolutivas o, como mínimo, las posibilidades de mejorar en los diferentes aspectos la vida del paciente que padece este trastorno tan altamente destructivo.

 

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Resumen

La terapia de grupo con pacientes psicóticos es un instrumento terapéutico ampliamente utilizado en el ámbito de la salud mental. En este trabajo se analiza, a través de la experiencia clínica en un Centro de Salud Mental, el trabajo realizado, en primer lugar, con un  grupo de pacientes tras un primer episodio psicótico agudo, y posteriormente con el grupo ampliado al incluir pacientes que han padecido un segundo episodio. Se pone de manifiesto la tensión que supone confrontar la ambición terapéutica que pretende generar insight a través de la exploración de la vida emocional que subyace en la clínica de la psicosis, con los recursos defensivos utilizados y las limitaciones que estos implican frente a la tarea terapéutica integradora, entendida ésta como un factor de prevención. Se muestra el nivel operativo del grupo en su dimensión socializante, psicoeducativa y de adhesión al tratamiento a través de la vinculación terapéutica.

Palabras clave: grupo, episodio psicótico agudo, esquizofrenia.

 

Resum

La teràpia de grup amb pacients psicòtics és un instrument terapèutic àmpliament utilitzat dins l’àmbit de la salut mental. En aquest treball, s’analitza, a través de l’experiència clínica en un Centre de Salut Mental, el treball realitzat, en primer lloc, amb un grup de pacients desprès del primer episodi psicòtic agut,  i posteriorment amb el grup ampliat a l’incloure pacients que han patit un segon episodi. Es posa de manifest la tensió que suposa confrontar l’ambició terapèutica  que pretén generar insight a través de l’exploració de la vida emocional que hi ha sota la clínica psicòtica, amb els recursos defensius utilitzats i les limitacions  que aquests impliquen en front de la tasca terapèutica integradora, entesa aquesta com un factor de prevenció. Mostrem el nivell operatiu del grup en la seva dimensió socialitzant, psicoeducativa i d’adhesió al tractament pel vincle terapèutic establert.

Paraules clau: grup, episodi psicòtic agut, esquizofrènia.

 

Abstract

Group therapy with psychotic patients is very often used as a therapeutic instrument in the public mental health services. This paper shows and analyzes the clinical experience in a Mental Health Centre, in first place, with a group of patients after their first acute psychotic episode, and secondly with the extended group including patients with a second psychotic episode. It shows the tension created by confronting the therapeutic ambition which pretends to generate insight through the exploration of the emotional life that is beneath the psychotic clinic, with the defensive resources used and the limitations they entail in front of the integrative therapeutic task, understood as a factor of prevention. We show the operative level of the group in its different dimensions: socializing, psycho educative and in terms of adhesion to the treatment by the established therapeutic relationship.

Key words: group, acute psychotic episode, schizophrenia.

 

Pilar Tardío Abizanda. Psiquiatra. Psicoanalista (SEP-IPA).

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Tel.: 93 203 04 27

pilartardio@hotmail.com

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