Introducción

Quisiera precisar que centraré mi exposición en adolescentes de edades comprendidas entre los 12 y 18 años, es decir, durante los años de E.S.O. (Enseñanza Secundaria Obligatoria) y Bachillerato. Ello se debe a que, al haber trabajado en diferentes escuelas, he tenido la oportunidad de poder observar y dialogar con un amplio abanico de alumnos y también con docentes que tienen que establecer las normativas y limitar el uso que pueden hacer los adolescentes de las nuevas tecnologías dentro del centro. Tengo en mente situaciones y comentarios espontáneos, recogidos en las evaluaciones, aulas, recreos y espacios lúdicos que si bien no voy a reproducir me ayudan a tener una visión más amplia de la relación del adolescente con las nuevas tecnologías que la que me brindaría mi experiencia como analista o psicoterapeuta. Tengo también presente que todos estos jóvenes actúan sabiendo que el colegio es un espacio “tutelado”; con ello me refiero a que de forma directa está presente que sobre sus cabezas planea la figura del adulto o de la Institución escolar, circunstancia que en gran medida condiciona sus actitudes. Pienso que si tuviera oportunidad de observar a esos adolescentes en lugares “libres” llegaríamos a otros planteamientos y veríamos aspectos que ahora quedan fuera del campo de observación. Recogeré dos experiencias que muestran cómo circunstancias personales ligadas y subyacentes a la crisis de la adolescencia hacen que el adolescente haga un mal uso o un abuso de la tecnología, creando situaciones conflictivas y generadoras de ansiedad que, en el mejor de los casos, le mueven a buscar ayuda.

 

El adolescente y el grupo

La adolescencia es en sí misma una etapa convulsa en la que el individuo tiene que hacer frente a importantes cambios que se dan simultánea y sincrónicamente, y en diferentes ámbitos. A nivel corporal aparecen cambios morfológicos que conmueven su esquema corporal creando sentimientos de extrañeza y despersonalización. Se ve obligado a hacer el duelo por un cuerpo infantil que se le va de forma irreversible; al mismo tiempo, la emergencia de la sexualidad le abre un mundo lleno de expectativas y de temores, que le lleva a tener que hacer un nuevo duelo; tiene que abandonar el rol infantil, lo que le obliga a un cambio, en ocasiones muy brusco, en sus relaciones personales y especialmente respecto a sus objetos de amor. Los padres o sus representantes, que hasta el momento habían sido sus objetos de amor, tienen ahora que ser abandonados ya que la emergente sexualidad los hace inadecuados y conflictivos. Esta separación de las figuras parentalesresulta dolorosa, y el adolescente con falta de recursos para separarse de unos buenos objetos no encuentra otro recurso que hacerlo de forma brusca y violenta con frecuentes enfrentamientos con los adultos. Necesita, para poder separarse, la búsqueda de nuevos objetos a los que investir y con los que poder compartir, discutir y experimentar todas las vicisitudes que la nueva situación comporta. La necesidad del grupo (la peña) en estos momentos es crucial. El grupo, con sus diferentes componentes, le permite canalizar todos sus afectos y sus deseos sexuales, vivir sus frustraciones y sus gratificaciones.

Podrá elucubrar e intelectualizar sin sentirse juzgado o criticado por los adultos. Podrá sentirse acompañado, compartiendo expectativas, ansiedades y temores con los otros de su misma edad y situación. Se crean de forma espontánea verdaderos foros elaborativos en los pocos espacios “liberados” de normativas y de la presencia del adulto. Estos espacios propios –donde discuten, ensayan y también actúan– son suyos, y allá está con los suyos. Sabemos que se crea una identidad grupal basada, por un lado, en la uniformidad que le confiere un eventual sentimiento de seguridad y de estima personal; por otro lado, en la diversidad de formas y caracteres típicas de un grupo heterogéneo que le permiten convivir con personalidades muy diferentes, circunstancia que impide que un intolerable sentimiento de despersonalización le llene de ansiedad o le lleve a adquirir prematuramente una falsa identidad. El adolescente proyecta en el grupo aspectos enfermos y también sanos de su personalidad que su inseguridad hace que no pueda contener ni reconocer como propios. Cada individuo juega su rol: tenemos el popular, el tímido, el empollón, todos y cada uno de ellos son a la vez aspectos propios y ajenos, que se mueven en un constante interjuego de proyecciones. La necesidad de mantener la proyección hace que, en ocasiones, si un elemento abandona el grupo surge casi de inmediato la necesidad de buscar un sustituto en el que depositar sus partes intolerables. A la vez se crea un superyó grupal que rige y modula las características del superyó de cada uno de sus componentes.

Cada vez tengo más el convencimiento de que la vida actual, en gran parte debido a los grandes avances que la tecnología ha experimentado, ha cambiado sustancialmente las condiciones de vida y las posibilidades de relación social. Las ciudades se han convertido en muchos casos en un lugar donde se trabaja, se estudia, se compra y se vende, pero se convive poco. Se han reducido mucho los puntos de encuentro y las actividades sociales que antes se daban de forma natural y espontánea. Aunque se trate de una gran ciudad, con una gran oferta cultural, mucha gente tiende a ausentarse, viajar o desplazarse a segundas residencias; si se quedan en la ciudad conectan muy poco con amigos y familia. En la ciudad, la vida social queda muy reducida tanto para los adultos como para los niños y adolescentes.

Constato que, en la actualidad, el adolescente se encuentra frecuentemente solo. Así, en el transcurso de las entrevistas, al preguntarles cómo organizan sus fines de semana y sus espacios de ocio, muchos de ellos quedan sorprendidos y suelen dar respuestas imprecisas, con muy poca carga afectiva: así describen que fueron al campo con sus padres o bien se quedaron en casa solos o con un amigo, -ya que en estos momentos gozan de libertad y de la confianza de sus padres- estudiando y jugando con el ordenador. Al interesarme por sus actividades y aficiones, la mayoría dicen que escuchan o juegan con CD’s o DVD’s, se bajan juegos al ordenador, algunos juegan en red con algún amigo que puede estar a una distancia considerable o con desconocidos que se han “agregado”. Cuando son menores suelen invitar a alguien a jugar horas y horas con la Play. Parece ser que el contacto diario en las aulas o en los recreos no conlleva que se creen “redes sociales reales” extraescolares. Insisto en que atribuyo este hecho a la falta de espacios “liberados” que favorezcan un contacto directo, cara a cara, que resulte atractivo y factible para que los adolescentes formen grupos espontáneos; los bancos de los parques y las plazas públicas no les atraen ni permiten la intimidad que necesitan para constituirse en un grupo estable. Por otra parte, casi todos los locales públicos son de titularidad privada y de obligatorio consumo; los jóvenes no tienen recursos económicos para acceder a ellos ni pueden consumir lo que muchos locales ofrecen: alcohol, tabaco, máquinas tragaperras. Circunstancia bastante comprensiva y saludable, pero que desanima al adolescente joven y le hace sentir, con razón, que no hay un espacio para él.

Durante un recreo, un grupo de 2º de E.S.O. trataba de organizar, sin demasiado éxito, una actividad para el fin de semana; comentaban que todo era un asco ya que si no iban a una casa a ver el fútbol o una película no sabían donde meterse: “todo o está prohibido, o no está permitido”, decían. Y añadían: “Si no tenemos un club y un entrenador no podemos hacer deporte; nos piden papeles para todo; ¡ni en la playa podemos jugar con una pelota!”. Trataban de encontrar un espacio donde poder reunirse sin la presencia, a ser posible, de los padres y poder desarrollar una actividad grupal. Algo tan necesario a esta edad y aparentemente fácil de conseguir, resulta costoso en nuestra avanzada sociedad, especialmente en las zonas urbanas y en medios socio- económicos medios y altos.

 

¿Uso y/o abuso de la tecnología?

La irrupción de las nuevas tecnologías con todas sus amplias aplicaciones, ha incidido de forma muy significativa sobre el mundo en general y en el del adolescente en particular. En primer lugar, el adolescente se ha convertido en un consumidor compulsivo de objetos y también de información sobre las características y prestaciones del nuevo modelo que será lanzado al mercado; está pendiente y desea poseer la última generación Play, el último modelo de móvil; conocen a fondo todas sus nuevas prestaciones y el que tienen les queda muy pronto obsoleto. Siente que en este campo son muy superiores a los adultos que no dominamos la tecnología digital. Las nuevas tecnologías les brindan muchas fuentes de información y muchas posibilidades de comunicarse, pero a pesar de tantos avances, creo poder afirmar que muchos adolescentes están actualmente más solos que unas décadas atrás. Es cierto que muchos no expresan este sentimiento ya que a través de las redes sociales de Internet se sienten conectados de forma continua e inmediata con la humanidad entera. En este mismo sentido diría que si bien tienen fácil acceso a amplias redes sociales, han perdido muchas posibilidades de crear sus propios espacios e incluso de detectar la necesidad de tener amigos con los que entablar relaciones sociales reales.

No hay duda de que gozan de grandes posibilidades de conocimiento y de información sobre noticias de la actualidad que seguramente no tendrían si no estuvieran pendientes de YouTube, del Twitter o de la versión digital de un periódico. Es cierto que algunos leen mucho a través de Internet e incluso están al corriente de noticias de forma inmediata. No obstante, la profusión de imágenes que aparecen en la red, las características de los mensajes, su corta extensión y el uso de un lenguaje muy conciso y abreviado, me hace pensar que más que leer, miran muchas noticias e imágenes, lo cual nos sitúa ante lo que conocemos como representación-cosa, que nos entra por la vista. Leer un libro correspondería a lo que denominamos representación-palabra, y las palabras son símbolos. Según mi modo de ver están muy pendientes de la imagen de la representación-cosa, circunstancia que no favorece el desarrollo y evolución del proceso simbólico y del pensamiento abstracto estrechamente vinculado a la representación-palabra.

Sabemos que el inevitable incremento de ansiedad que el futuro despierta en el adolescente pone en marcha un amplio abanico de defensas. Unas son de carácter regresivo y le llevan a refugiarse en conductas y actitudes del pasado, evitando nuevas experiencias. Otras son de carácter más progresivo y le empujan a buscar nuevas experiencias, pero en ocasiones, debido a la fuerza e inmediatez de la demanda dejan de ser ensayos y se convierten en actuaciones no exentas de riesgo. El camino que seguirá un adolescente depende de cómo haya elaborado las etapas previas y también de las características del medio. No hay duda que la búsqueda de objetos reales con los que interactuar comporta ansiedad y en ocasiones frustración. Es por ello que las redes sociales de Internet pueden ser utilizadas como una vía de búsqueda y a la vez de evitación de la experiencia del encuentro consigo mismo y con los demás.

Tengo serias dudas sobre si las redes sociales que se organizan a través de Internet pueden contribuir al proceso de socialización, en especial durante estas edades donde las experiencias reales de ensayo son tan fundamentales. Quisiera evitar generalizar y dar una visión catastrofista o excesivamente temerosa del uso de las nuevas tecnologías. Pero quiero destacar también que algunos usos no adecuados de estos recursos tecnológicos dependen más de las características del individuo que los usa que de la propia tecnología.

Reconozco que los avances tecnológicos que en muchos campos tanto han aportado al individuo y especialmente al adolescente, de por sí ávido de información, le brinda elementos y conocimientos que favorecen el proceso de individuación, pueden convertirse en un medio para consumir una tecnología que si bien le abre unas amplias ventanas al mundo, le facilita al mismo tiempo la reclusión en un mundo virtual que en demasiadas ocasiones constituye una barrera o una defensa ante el hecho de mantener relaciones grupales reales. Así vemos que a través de las redes sociales tienen acceso a conocer e investigar sobre la vida y milagros de los demás, a mostrar sus experiencias a todos sus agregados -si instaura límites- o al público en general. Por un lado se pierde mucho el sentido de la intimidad; cualquier hecho se convierte en noticia que es “colgada” inmediatamente y compartida con conocidos y desconocidos. Se tienen un enorme número de amigos, más de doscientos o trescientos, con los que se chatea y a los que se cree conocer y, no obstante, permanecen muchas horas a solas ante su ordenador, su BlackBerry, Ipod, consola Sony o Nintendo, etc. No pasan de la red social virtual a la relación grupal real. Dichas actitudes actúan reforzando sus defensas menos útiles para el desarrollo de aspectos sanos y no contribuyen a que evolucione verdaderamente en este proceso de individuación que, si bien se inicia desde el nacimiento, adquiere en estas edades un carácter perentorio y necesario.

Prescindir de la presencia real de los padres ya no solo es posible sino que se impone como una necesidad para la búsqueda de la identidad. En este sentido, los grupos que se organizan de forma espontánea, permiten desplazar parte de las cargas afectivas que estaban centradas en los padres, convirtiéndose en una necesidad primordial en estas edades de cara al proceso de individuación y socialización. La formación de estos grupos permite un proceso de identificación masiva donde todos se identifican con un líder o con una ideología, circunstancia que les brinda un fuerte sentimiento de seguridad y autoestima que mitiga la ansiedad y el sentimiento de extrañeza y soledad y les permite llevar a cabo el duelo por los padres de la infancia, así como el duelo por el rol infantil.

Una característica de las llamadas redes sociales es que, por un lado acaban con la intimidad y la privacidad del individuo al mismo tiempo que favorecen el anonimato, la ocultación de la identidad e incluso, la usurpación o cambio de la misma, circunstancia que no puede darse en las relaciones reales. En la prensa diaria encontramos noticias de adultos que a través del chat, han cometido un delito de abuso en el sentido de coaccionar a adolescentes a realizar determinadas conductas ofreciéndoles falsas expectativas de acceder a un mundo con unas posibilidades que no están a su alcance. Estas situaciones despiertan fuertes temores en los padres ya que son conscientes de que existen adultos que entran en las redes de los jóvenes, usándolas, y, por lo tanto, temen perder el conveniente control de sus hijos. Dejan de saber con quien hablan y con quien se relacionan, es decir,  ya no pueden conocer y ser también amigos de los amigos de sus hijos. Ya no vale decirles a los hijos que no hablen, no acepten ofertas o no entablen amistad con desconocidos. Algunos de los “agregados” o que pretenden agregarse son asiduos usuarios de los circuitos virtuales, pero no son conocidos. Nadie está en condiciones de afirmar si Julián es realmente un amigo, una amiga o un abusador de menores. Crear miedo y recelo y pronosticar catástrofes no satisface a los padres, pero adoptar una actitud demasiado permisiva les parece que es negar la existencia de “abusadores” con la sensación de ser poco realistas y excesivamente confiados o, por el contrario, excesivamente controladores.

Como ya he señalado, incluiré dos casos. El primero se trata de una entrevista dentro del ámbito escolar y el segundo caso trata de un adolescente que consulta derivado por un educador que captó la existencia de un problema que acuciaba a uno de sus alumnos. Se trata de consultas hechas por adolescentes que de forma espontánea han pedido que se les proporcione un espacio para poder revisar sus relaciones personales, circunstancia que favorece el abordaje y mejora sensiblemente el pronóstico. A la vez ambos sienten que se trata de algo muy secreto, que no puede ser compartido ni comprendido por los padres ni por sus amistades. Presentaré unos fragmentos de entrevistas que muestran como determinadas características personales y la crisis que la adolescencia comporta, encuentran en las nuevas tecnologías un medio idóneo para ciertas actuaciones difícilmente pensables sin la “clandestinidad” que éstas pueden proporcionar.

 

Berta: ¡Ahora salgo con un chico!

Berta acude al departamento de psicopedagogía a los 15 años por estar triste y nerviosa y haber perdido el interés por los estudios. Hasta la fecha había sido una alumna brillante, y muy exigente consigo misma. Dice ser amiga de toda la clase pero sin amistades concretas. A ella no le interesaban los chicos, solo le interesaban porque hacía deportes con ellos. Le gustaba mucho el fútbol y el básquet. Era una chica de complexión atlética aunque algo obesa. Su expresión era triste y con aspecto cansado y somnoliento. Estaba tensa y movía las manos con cierto nerviosismo. Resultaba evidente que había algún problema que le costaba tratar. Algo llorosa me cuenta que en realidad viene porque cree que es bulímica, ya que ha pasado años dándose atracones, sobre todo por la noche. Come mucho pan con nocilla. Sus padres no lo saben ya que de día come fuera de casa y de forma bastante normal. Cuando llega la noche le cuesta mucho dormirse; al acostarse se pone muy triste y nerviosa y tiene que levantarse varias veces a comer nocilla o leche condensada. Después se siente muy mal, le duele la barriga y algunas veces llega a vomitar. Añade que también últimamente ha habido un cambio importante en su vida, vinculado al cambio de escuela. Al preguntarle si le dolió y cómo sintió este cambio me comenta que en realidad no lo sintió mucho ya que a partir de dicha separación ha empezado a salir con un chico de la clase de antes. Algo sorprendida, ya que no me encajaba demasiado con lo que hasta el momento había descrito, le pido que me lo explique un poco más. Me dice que le cuesta mucho hablar de ello, que no quiere que lo sepan sus padres porque le da pena que sepan lo que le pasa; no lo entenderían e incluso se enfadarían con ella.

Me explica que sale con un chico que es muy popular, el capitán del equipo de fútbol. Y continúa:

Es una relación algo rara ya que hemos quedado que saldríamos pero queremos evitar que los demás se enteren. La condición es que no lo sepa nadie, ni sus padres, ni los míos ni nadie del colegio. Queremos que sea una cosa absolutamente nuestra. La realidad es que al ir a diferentes colegios casi no nos vemos pero nos pasamos la noche chateando hasta que no podemos más de sueño. Al acostarnos dejamos el móvil debajo de la almohada y nos mandamos algunos mensajes. A veces a las tres de la madrugada estamos dale que dale; estás medio dormida y escuchas el aviso del mensaje y te pones como una moto, la verdad es que no me extraña que me duerma en clase.

Es una relación muy especial ya que en nuestras conversaciones representamos roles distintos a veces muy exagerados. A veces yo voy de dura y le amenazo con dejarle, la mayor parte del tiempo es él quien me hace llorar. Dice que me dejará ya que jugando al fútbol soy muy dura y en la vida real demasiado blanda. Es muy dominante; me paso muchas noches llorando. He venido porque, a pesar de que está prohibido tener el móvil conectado, hace unos días estando en clase quería contestar un SMS suyo; la profesora me cogió el móvil y sufrí como un ataque de ansiedad. A ella le extrañó tanto mi reacción que me dijo que no le interesaban en absoluto mis cosas pero que me lo hiciera mirar, dado lo desproporcionado de mi reacción. No pude contener el miedo a que se descubra lo que nos decimos, tenemos una relación muy especial. Creo que todo esto me hizo pensar que algo no iba bien y también veo que además de la bulimia tengo una adicción al chat, al móvil y creo que al maltrato; yo me maltrato ya que mientras chateo y sin que él lo sepa voy comiendo sin parar, pan, nocilla y leche condensada; tengo mi tubo de leche condensada escondido en el armario. Sé que esta relación no es normal pero es que yo soy así. No sé qué pensar, tú me dirás si tengo que hacer algo o es algo normal que ya se me pasará.

Berta no sentía muy normales sus conductas, las sentía chocantes, y no parecía sentir culpa ni sentirse demasiado responsable por lo que ocurría; solía repetir que si lo viera en otra persona lo encontraría una “locura”. Personalmente diría que sentía vergüenza de que los demás (padres y amigos) conocieran sus necesidades tan infantiles, y por ello no quería que nadie, ni ella misma, se enteraran de lo que ocurría. Esto me lleva pensar que nos encontramos ante una situación en la que se constituye un mini “grupo–pareja”, casi clandestino al que se transfiere de forma masiva la dependencia regresiva que hasta la fecha se había mantenido con las figuras paternas. La figura del líder deportista controlador y duro le permite, por un lado, sentirse mayor, ya que “sale” con un chico, y, al mismo tiempo, satisfacer aspectos disociados muy infantiles de ella misma -está permanentemente unida a él, a través del chat y el móvil y, al mismo tiempo puede seguir comiendo leche y nocilla. Se da un entramado de proyecciones e identificaciones con diferentes roles: ella es, al mismo tiempo, el bebé, la mujer dura, la chica erótica y su compañero, un padre duro y castigador que participa pero sin acabar de enterarse completamente de las características de la relación. Dicha relación no solo excluye a los padres externos, circunstancia que sería normal e incluso necesaria, sino también a los padres internos, capaces de contener y comprender sus aspectos infantiles. Y excluye también a sus amigos. En este sentido, ni tan siquiera los dos implicados conocen las características reales de la relación, ya que dicen que salen pero casi no se conocen entre ellos y ella le oculta su necesidad de comer compulsivamente productos lácteos.

Conductas aparentemente anómalas también pueden darse y se dan dentro de una situación grupal “normal”, pero la realidad no permite una actuación tan excluyente como la que acabo de describir: tan “pseudo”, podríamos decir, hecha con nocturnidad y largamente mantenida. Aunque podamos pensar que se trata de una identidad transitoria, adquiere unas características que hace que pierda su carácter transitorio evolutivo: no permite el desapego y la separación real del rol infantil y de las figuras paternas de la infancia; por tanto, se trata de una defensa que mantiene dichos roles. Berta muestra ciertas dudas sobre las características de esta relación pero, a mi modo de ver, no pudiendo aceptar la frustración y el dolor de las pérdidas se refugia en defensas regresivas con componentes sado-masoquistas y erotizados sin sentir culpa ni responsabilidad por el mal trato al que, según dice, es adicta.  No hay duda que la problemática de Berta no puede imputarse a la tecnología, pero sí es cierto que ésta le permite un despliegue de defensas que a modo de círculo vicioso conducen a una cronificación de mecanismos esquizoides, proyecciones e identificaciones, que se apartan de lo que podríamos llamar defensas útiles que le permitirían ensayar y hallar diferentes vías reales que le llevarían poco a poco a adquirir una identidad adulta.

Otro de los duelos que tiene que llevar a cabo el adolescente para acercarse a una identidad adulta es la renuncia a la bisexualidad. La sexualidad en el adolescente está lejos de alcanzar el nivel genital adulto, con características procreativas, pero sí que ya se exterioriza ahora en la satisfacción erótica y a nivel genital. Las pulsiones sexuales reprimidas en la latencia ahora emergen con toda su fuerza y son dirigidas nuevamente hacia las figuras parentales. La erotización que ello conlleva  es  fuente de conflicto, por lo que son rápidamente desplazadas hacia otros objetos, a ser posible lejanos, sofocándose así las fantasías incestuosas, fruto de un conflicto edípico no resuelto de forma suficientemente satisfactoria. Una de las demandas que se impone en estas edades es la renuncia a la bisexualidad entendida como el duelo por el sexo perdido. Sabemos que el incremento de la actividad masturbatoria que se da en la adolescencia obedece a la fantasía omnipotente de recuperar o poseer los dos sexos y tenerlos a disposición en cualquier momento, evitando así la frustración de la espera o de la ausencia del objeto. Este es uno de los recursos que permiten al adolescente satisfacer sus necesidades, experimentar y fantasear sobre sus posibilidades. Al mismo tiempo, le pone en contacto con las posibilidades del medio y muestra sus recursos para adaptarse a sus limitaciones. Dichas limitaciones reavivan muchos temores sobre las posibilidades y los recursos que en realidad posee para poder llegar a mantener unas relaciones sexuales satisfactorias, para sentirse atractivo y deseado. Todo ello lleva al adolescente a refugiarse en un mundo de fantasías e intelectualizaciones que, a menudo, tiene necesidad de compartir y de experimentar para tomar conciencia de las dificultades que ello supone.

Nuevamente la tecnología ha permitido el acceso a un amplio mundo lleno de todo tipo de posibilidades, desde informaciones muy acertadas sobre todo tipo de temas de información general y específica, a páginas de contactos, pornografía, etc. Las búsquedas furtivas en libros y revistas a veces difíciles de encontrar y que luego se escondían, ya que hablar de sexualidad era tabú, ya no tienen sentido hoy día. Todo está en Internet. Se conectan y desconectan a Internet cuando quieren y obtienen la información que les interesa, sin coste económico alguno. Actualmente todo el mundo tiene tarifa plana y un ordenador personal.

Una adecuada información sexual y una mayor libertad sexual parece que debería permitir a la mayoría de jóvenes de hoy en día establecer unas relaciones menos conflictivas, tener experiencias satisfactorias en el sentido que le permitan el tránsito hacia una sexualidad genital más adulta. Si bien es cierto que en relación a la sexualidad observamos actitudes muy diferentes a las que se daban en los años setenta y ochenta quiero remarcar que la sexualidad sigue siendo uno de los motivos de consulta más frecuentes, y añadiría que si bien no suele ser el que se plantea en primer plano sí que es un tema que se hace presente en casi todas las consultas, circunstancia bastante lógica ya que me parecería muy simplista atribuir a causas externas los conflictos que la evolución psicosexual comporta.

El duelo por la pérdida del cuerpo infantil unido a la pérdida del rol infantil y a la renuncia de la bisexualidad dan lugar a un descontrol emocional que lleva al adolescente a actuaciones más o menos frecuentes caracterizadas, en ocasiones, por actos de crueldad más o menos manifiesta, rechazo y desafecto, falta de un mínimo reconocimiento y la consiguiente responsabilidad hacia el objeto; éste puede ser usado y tirado sin el menor conflicto. En la adolescencia se dan conductas que son propias de las personalidades psicopáticas; ahora bien, hay que ser capaz de detectar las conductas neuróticas o psicóticas que de forma concomitante subyacen bajo sus actuaciones más chocantes, dependiendo de las circunstancias y de las características de la personalidad previas a la crisis que la adolescencia representa. Este polimorfismo es típico de la adolescencia y es a la vez fuente de serios conflictos y un indicador de un mejor pronóstico, aunque tenga elementos comunes con las perversiones y de las psicopatías. Las características del superyó son un factor importante a la hora de hacer un diagnóstico y un pronóstico.

 

Caso de Rafael: ¡Una broma muy pesada!

Voy a referirme ahora a una situación clínica donde las funciones de la red permiten una serie de actuaciones que tienen de entrada un carácter más psicopático. Rafael consulta al cumplir los 19 años. Es un chico inteligente, algo lento en los estudios por su carácter un tanto obsesivo. Consulta, derivado por el tutor, por presentar crisis de ansiedad y miedo a salir por las noches. Ya en la terapia dice que cree que todo le viene de una broma que gastó a un amigo hace más de un año mientras chateaba. Explica que el antes era expansivo y abierto hasta que empezó a sentir gran admiración por un compañero de clase que según decía “era un tipo completo, lo tenía todo”. Reconoce que en el fondo le gustaría mucho ser como él. Las chicas lo acosaban y “los chicos se lo rifaban”. Dice que no se lo puede sacar de la cabeza; no cree que eso implique que sea homosexual porque también le gustan las chicas, en concreto una que a veces, él y su amigo, encontraban en el autobús, a la que no conocían y que no les hacían el menor caso. Rafael estaba convencido que a su amigo, también la gustaba “la niña del bus”, aunque nunca lo había explicitado ni había hecho nada por conocerla.

Continúa diciendo que, sin que pudiera explicarse porqué lo hizo –según él fue un arrebato–, abrió una cuenta en un chat con nombre de chica y pidió al amigo que le agregara, diciéndole que era una admiradora suya. El amigo aceptó y así empezó una larguísima etapa de chateo muy erotizado. Rafael por la noche asumía el rol de chica picante, disfrutando al día siguiente al escuchar las explicaciones del “ligue” de su amigo con la misteriosa Laura.

Al principio la situación le resultaba enormemente excitante y él se sentía que podía controlar y dominar al personaje que era objeto de su admiración y deseo. También le excitaba comprobar cómo podía hacer tan convincentemente el papel de chica. Contó que un día, también de repente, algo cambió, empezó a sentir pena y culpa por jugar y abusar de la confianza de su amigo. Poco a poco la culpa se hizo muy persecutoria, de forma que junto a aspectos bien conservados de su personalidad, desarrolló un cuadro paranoide, con el convencimiento de que sería descubierto y castigado por el amigo y por todos los de la clase. Se encerró muchísimo, no quería salir por la noche ya que pensaba que como habían descubierto sus actividades le tenderían una encerrona muy cruel. Anuló la falsa cuenta una y mil veces con la idea delirante de que todo había quedado grabado en el disco duro de forma permanente y por lo tanto nadie podía acercarse a su ordenador para así evitar ser descubierto. Sentía que incluso si se desprendía del ordenador en un desguace, un técnico podría descubrirle.

En una segunda etapa, el miedo latente a la homosexualidad, adquirió enormes dimensiones ya que pensaba que si había sido tan exitoso haciendo el papel de chica, era debido a que en realidad debía ser una chica metida en un cuerpo masculino. Cualquier noticia sobre transexuales le perturbaba enormemente; controlaba su cuerpo temiendo que se le desarrollaran los pechos. Los pederastas también lo atormentaban ya que él tenía 18 años y por tanto era mayor de edad,  pero tal vez la chica que lo desencadenó todo era una menor. El cuadro era florido, las ideas claramente delirantes, debido a un carácter obsesivo y a un superyó sádico, le persiguieron durante mucho tiempo. En ocasiones lograba aparcarlas durante cierto tiempo e incluso se sorprendía de ser tan tonto, pero cualquier noticia que relacionara Internet, pederastia y transexuales volvía a desencadenar otro episodio de culpa y el temor de ser él o los suyos fueran descubiertos y fuertemente castigados. Tuvo necesidad de contarlo a sus padres, y le tranquilizó ver que éstos no se horrorizaban ni se sentían amenazados. Junto a este núcleo psicótico, Rafael seguía sus estudios con rendimiento satisfactorio y otras actividades propias de su edad. La culpa perdió el carácter persecutorio y sintió la necesidad de hacerse monitor de actividades extraescolares para así ayudar a los jóvenes y reparar sus malas acciones.

 

Comentario final

El material presentado corresponde a dos adolescentes que precisaron de una ayuda especializada al no tener recursos propios para elaborar la crisis de la adolescencia. Creo que en ambos casos es evidente que se daban unas circunstancias personales derivadas de una mala elaboración de conflictos con los que convivían desde la infancia.

La irrupción de la adolescencia desequilibra la situación y lleva a Berta a crearse un  escenario en el que por un lado siente que tiene una pareja (ya sale con un chico) y al mismo tiempo mantiene y refuerza todos sus aspectos más regresivos.

Rafael quiere encontrar una chica con la que salir, pero se siente sin recursos ya que están todos proyectados en su amigo, hacia el que siente admiración y una fuerte rivalidad.  Ello le impulsa a una actuación, de carácter más cruel, que transcurrido un periodo de triunfo maníaco se le vuelve en contra suya y le castiga duramente.

En esta exposición he intentado mostrar como la irrupción de las nuevas tecnologías tiene, claramente, si se usan correctamente, un aspecto positivo en el sentido de proporcionar a los adolescentes una herramienta para acceder al conocimiento, y también están al servicio del desarrollo personal y social. Pero también pueden ser negativas si el adolescente, por sus dificultades personales, se refugia en ellas creándose un mundo apartado de la realidad y relacionándose en gran medida con los demás a través de las redes sociales virtuales, circunstancia que comporta un empobrecimiento personal, un repliegue social y también importantes dificultades en el proceso de simbolización, un proceso tan importante para un desarrollo satisfactorio de la personalidad.

 

Palabras clave: adolescencia, grupo, internet, nuevas tecnologías, psicopatología

 

Joana Tous Quetglas
Médico, psicoanalista y psicoterapeuta.
Miembro de la Sociedad Española de Psicoanálisis (IPA) y de la SEPYPNA.
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