The Psychoanalytic Review, núm. 16, 1929
(Leído ante la Sociedad de Psiquiatría y Neurología de Boston en abril de 1928.)
Traducción de Víctor Hernández Espinosa.


El psicoanálisis ha redescubierto en los pacientes llamados “nerviosos” la importancia de la vida emocional, aunque intentando concebirla científicamente desde un punto de vista puramente materialista, lo que sólo se podía cumplir hasta cierto punto. El problema de la ansiedad, con el que se encontró Freud con sus pacientes, no es del todo biológicamente explicable en el ser humano; todavía lo es menos el problema del amor, que Freud intentaba referirlo al impulso sexual, como hizo también con la ansiedad. El problema radica en el método, es decir, en el intento de explicarlo todo en última instancia desde el punto de vista materialista. Aún cuando aceptáramos como correcta la suposición de que todo se ha desarrollado a partir de lo biológico primitivo, este concepto sólo tiene un valor heurístico, en el sentido de una comprensión genética, pero resulta insuficiente como principio de explicación causal. A partir de un momento dado del desarrollo, todos los fenómenos humanos que tienen una base puramente biológica adquieren  una vida y un significado propios. Reduciéndolos a sus orígenes biológicos, aún cuando esto fuera posible en casos individuales, no se ganaría mucho más que si, por ejemplo, quisiéramos comprender toda la vida de un individuo a partir de su herencia. El psicoanálisis quiso evitar este error recalcando el destino personal del individuo, pero, al hacerlo así, cayó en un error similar al de creer que todo podía reducirse al pasado individual. De este modo, el psicoanálisis ha insistido en la repetición del pasado individual incluso en la experiencia presente, sin valorar correspondientemente la vida actual del individuo y su verdadera importancia.

Casi todas las divergencias de opinión en la escuela psicoanalítica, así como buena parte de las críticas al psicoanálisis en general,  tienen sus orígenes en este punto cardinal, es decir, en la tendencia a reducirlo todo a lo biológico. No vamos a negar la importancia fundamental de lo biológico; la cuestión radica tan sólo en si lo que entendemos bajo la denominación de “psíquico” se presta completamente a esta forma de consideración o si, para su completa comprensión y valoración,  haría falta además un complemento que sólo un modo filosófico de reflexión podría ofrecer. El gran mérito de Freud fue el de acabar con la superstición médica de que lo psíquico es cuestión de los nervios, cuando éstos sólo representan el instrumento con el que se despliega la vida emocional humana. Su error fue que quisiera sustituir la teoría médica de los nervios por la teoría sexual biológica suponiendo que lo podía explicar todo. El sexo biológico proporciona el material para que se construya nuestra vida emocional, al igual que los nervios fisiológicos aportan el instrumento.

Así pues, Freud ha destronado el materialismo médico respecto de las llamadas neurosis, aunque lo que debiéramos realmente agradecerle es que fallara en el intento de colocar en su lugar lo puramente biológico y que así, involuntariamente, nos llevara de nuevo a lo psíquico real. Finalmente, la propia teoría psicoanalítica ha conducido al reconocimiento de que en la mente humana, juntamente con el principio biológico, funciona un principio ético igualmente fuerte. Lo inconsciente, incidentalmente un concepto puramente espiritualista, no puede reducirse enteramente a la vida impulsiva. De hecho, en muchos seres humanos se puede observar incluso que las inhibiciones que se manifiestan como ansiedad y culpa son más fuertes que los impulsos y que estas mismas inhibiciones funcionan, por así decirlo, como una “fuerza impulsora” aunque de forma diferente a los impulsos biológicos. En una palabra, vemos que lo psíquico ha llegado a ser una fuerza igual por lo menos a la biológica y que todos los conflictos humanos han de explicarse teniendo en cuenta este hecho. El trabajo ulterior de Freud ha sido una lucha constante para no admitir esto y por eso intentó aplicar conceptos biológicos como medio de explicación final  en la esfera psicológica, en la que resultaban inapropiados. Pues, así como el problema de la culpa sólo puede comprenderse completamente desde la vertiente ética, también la comprensión completa de la vida amorosa ha de buscarse solamente en el Yo, más allá del impulso sexual.

De aquí que Freud, con instinto acertado, haya dado a sus descubrimientos nombres míticos, como el de Complejo de Edipo. Haciéndolo así, creía haber explicado los mitos mismos, que en realidad son productos mentales y, por lo tanto, no deben comprenderse desde un punto de vista puramente biológico. Querer explicar el mito de Edipo simplemente por la relación biológica del niño con los padres es tan insatisfactorio como esperar que se entienda la vida emocional infantil a partir de esta nomenclatura mítica. Estos conceptos freudianos muestran el sentimiento correcto de que esos procesos psíquicos han de captarse y entenderse sólo míticamente, en otras palabras: psíquicamente. Este “insight” no formulado explícitamente es el gran logro de Freud, pues él mismo es un creador de mitos de gran estilo, un verdadero filósofo en el sentido de Platón. Fascinado por el mundo científico natural, según admitía él mismo, Freud interpretaba biológicamente todo lo “mítico” –no solamente en lo que se refiere a la tradición, sino también a los mismos seres humanos– y, por otra parte, designaba los descubrimientos biológicos con nombres míticos. No podía, pues, interpretar correctamente lo que había entremedio, o sea, lo puramente psíquico, y valorarlo totalmente en su propio significado.

El trabajo de Freud, que apareció con el nombre de “Psico-Análisis”, sólo es análisis de lo psíquico en una pequeña parte que, de acuerdo con su naturaleza, representa una entidad elemental. Se trata mucho más de interpretación que de análisis, y es análisis sólo en la medida en que intenta, en el sentido químico, una reducción a los elementos (biológicos) normales que en última instancia son, naturalmente, el fundamento de todo fenómeno. En la esfera psíquica los hechos biológicos fundamentales no son tan importantes como su interpretación, primeramente la que hacemos nosotros mismos y luego la de otros. A la primera le llamamos racionalización; a la segunda, explicación o interpretación. Pero estos fenómenos representan en sí mismos una parte de lo psíquico. En otras palabras, lo psíquico en sí mismo sólo puede entenderse  fenomenológicamente. Podría decirse que en la esfera psíquica no hay hechos, sino tan sólo interpretaciones de los mismos. Es en ese sentido que se ha llamado justificadamente al sueño el fenómeno psíquico por excelencia. En el sueño interpretamos estados (hechos) físicos y psíquicos, pero esta “interpretación” es tan poco “análisis” de “hechos” como lo es nuestra “interpretación” analítica, que sólo representa otro tipo de simbolización y racionalización.

Tal como lo desarrolló Freud,  el psicoanálisis es sólo hasta cierto punto un método para descubrir los hechos biológicos  que constituyen el fundamento de la vida psíquica. Corresponde más bien a una cierta forma de interpretar lo psíquico; se inició como una interpretación biológica de lo psíquico pero finalmente llevó a Freud a las puertas de otro tipo de interpretación – la ética – postulando  los conceptos de Superyó y de conciencia de culpa. Sin embargo, no nos hacia falta el psicoanálisis para darnos cuenta de tales hechos.  Desde los primeros intentos de Breuer para curar una paciente mediante el método catártico el único hecho realmente nuevo que nos ha proporcionado el psicoanálisis es la situación analítica. Y Breuer huyó de ella. En cambio, Freud, logró interpretarla justificándola como una repetición de una situación previa a la que llamó situación edípica. Sin embargo, no era más que otra clase de huída de la situación analítica, una huída intelectualizada de un hecho en el que lo interesante y valioso radica precisamente en lo que tiene de nuevo, lo que está más allá de la “transferencia”, es decir, más allá de la repetición de la situación edípica.

Después de que las posibilidades de interpretación de la situación analítica se hubieran agotado (con la teoría de la libido de Freud) en la proyección hacia el pasado infantil, yo inicié el análisis de la situación analítica en sí como un hecho nuevo, con lo que tengo la esperanza de acabar de comprender y desarrollar sintética y constructivamente nuevos valores psíquicos. Lo primero que la situación analítica nos presenta y nos enseña a comprender es la emoción del amor. Y nos la presenta como una relación de sentimientos actual y no simplemente como la transferencia de la actitud infantil hacia los padres. Es el origen, desarrollo, y resolución de esta relación humana de sentimientos lo que la situación analítica produce artificialmente y nos enseña a comprender. El análisis de este proceso de transferencia nos proporciona insight en una parte de la psicología del Yo, por lo que se trata simplemente de psicología, ya que, en última instancia, lo que llamamos Yo no es más que nuestro Yo psicológico, en contraste con lo biológico, que sólo representa el material para la psique.

Lo segundo que podemos desarrollar a partir de la situación analítica, además de la comprensión de la emoción del amor, es la ética. No me refiero a ninguna ética específica, sino simplemente a la ética que se da en la relación de dos seres humanos, como la que se produce en la situación analítica. Así como el mecanismo del estar enamorado se puede estudiar en el Yo del paciente, el elemento ético no se puede desarrollar sin el análisis de la otra persona, que en la situación analítica es el analista. Este análisis del analista es lo que intento abordar en otro lugar como parte de la técnica analítica. En contraste con la psicología del Yo tal como se nos muestra en el estado de estar enamorado, a la ética la podríamos designar como la Psicología del Tú (Du-Psycologie). Es una especie de “psicología de masas” en sentido constructivo, de la que la ética sexual representa sólo una parte específica. En la situación analítica Freud sólo vio una repetición de la situación edípica infantil, de modo que en el estado de enamoramiento vio en esencia el momento biológico y libidinal, no el aspecto yoico. Correspondientemente, la ética siguió siendo puramente externa, una moralidad paterna primitiva, como el Jehová del Antiguo Testamento que castiga y recompensa al pueblo elegido. No se trata de una simple comparación, pues la propia religión en sí misma está constituida por los preliminares externos y primitivos de una ética y hace recaer la responsabilidad sobre el dios que funciona con premios y castigos. De aquí también la importancia que el miedo a la castración tiene en la teoría de Freud.

Lo que en tercer lugar nos presenta la situación psicoanalítica es un nuevo enfoque de la teoría de la cognición, que nos da una nueva comprensión de la relación del Yo no sólo con nuestros semejantes, sino también con la realidad en general. El insight que obtenemos en este terreno es tan fundamental y de tan largo alcance que tengo que reservarlo para una presentación aparte. Aquí sólo indicaré su especial aplicación al análisis y a la comprensión de la situación analítica en sí misma. Me refiero a las ideas, ya anunciadas en El trauma del nacimiento sobre que lo que consideramos como teoría y tratamiento analíticos no es hasta cierto punto más que la interpretación de la situación analítica. No se trata de hacer una apreciación valorativa, sino solamente de una cuestión problemática que no expresa a priori nada sobre si la teoría o las conclusiones terapéuticas extraídas de la misma son correctas o erróneas. Debiéramos tener siempre en cuenta que la situación permite diferentes interpretaciones que se corresponden con actitudes definidas hacia la misma. También debiéramos estar siempre conscientes del hecho de que interpretamos específicamente una situación típica y simbólica para el individuo implicado en ella y de que, por lo tanto, el valor de las conclusiones generales extraídas de esta interpretación pueden tener un valor dudoso. Así como en el caso del sueño, que ya en sí mismo  representa una interpretación de estímulos (externos o internos), nuestra interpretación corresponde a una nueva interpretación del mismo, aunque de otro tipo, también el paciente en sus asociaciones y reacciones “interpreta” la situación analítica, que luego volvemos a interpretar según la teoría analítica, que a su vez representa un intento de interpretar la situación analítica.

Así, pues, a partir del análisis de la situación analítica aparece una especie de meta-psicoanálisis que no sólo tiene una importancia teórica general más allá de la esfera estrictamente psicoanalítica, sino que también influye esencialmente en la técnica. Para explicar la diferencia podríamos usar el siguiente símil: el análisis habitual corresponde a la aritmética en la que las cosas tienen un valor material definido, mientras que el MetaPsicoanálisis correspondería al álgebra donde todos los signos, incluidos los aritméticos, tienen un valor simbólico definido. Simbolizan cantidades aritméticas sin el uso de las cifras en sí mismas.

Empecemos con la perspectiva de la técnica de la técnica terapéutica de la que se obtuvo este conocimiento. Observaremos que el paciente – ya sea desde el principio o en el curso del análisis– usa la teoría psicoanalítica como material para la presentación (o simbolización) de su propia vida emocional. Cuando comprendemos el significado y la valoración algebraica de estas presentaciones y funcionamientos, ya no necesitamos volver al valor aritmético en cada ejemplo, pues podemos resolver el problema de forma mucho más general, recurriendo habitualmente al significado del destino del paciente que, por así decirlo, reducimos a una denominación general.

La utilización por parte del paciente del material analítico para una presentación simbólica de su vida emocional no sólo es una consecuencia inevitable de la situación analítica que perturba o complica el proceso, sino que puede y debe ser la base de todo el procedimiento sino queremos caer en error. Me gustaría ilustrar este punto con un ejemplo algebraico. Hace unos años un analista que estaba analizando a un paciente químico se me quejó de que no podía aclararse con el trabajo porque el paciente le traía tanto y tanto material de su propia profesión química que no podía entenderlo. Casi le parecía que iba a tener que estudiar química para poder entender al paciente. Le dije que, además de ser prácticamente imposible, sería demasiado esperar que aprendiéramos el lenguaje psíquico de todos los pacientes que tratáramos. Hoy día le daría un consejo más reconfortante: dejar que todos los pacientes aprendieran un solo y mismo lenguaje, el mismo que habla el analista, de modo que paciente y analista pudieran entenderse fácilmente entre sí. Este leguaje es la teoría psicoanalítica, independientemente de escuelas y matices. Lo esencial es que el paciente hable o aprenda a hablar el mismo lenguaje que el analista para hacerse comprender. Y que el analista, aparte de lo que esté consciente de hacer en cada caso, instruya al paciente en su propia lengua, lengua que los pacientes cultos de hoy día ya conocen un poco antes de venir al análisis.

Hasta aquí este estado de cosas sería comparativamente sencillo si el analista hubiera sido consciente de este hecho y de las ventajas que le ofrece.

Cuando, por ejemplo, el paciente había aprendido en el análisis el significado del complejo de Edipo o de la castración y lo había repetido en sus reacciones, el analista estaba contento e incluso encantado con este eco informativo, sin comprender que el paciente quería expresar algo definido en la situación analítica presente. En otras palabras, cuando el paciente aprendía más o menos el lenguaje y podía usarlo para conversar relativamente bien, el analista le alababa o le reprendía según manejara mejor o peor la gramática teórica o usara correctamente el vocabulario necesario. Así, como un mal instructor sólo daba valor a lo externo e imitativo formal, en tanto que no se valoraba el contenido real de lo que había sido expresado en el lenguaje analítico. Después de todo no hay gran diferencia si el pupilo aprende el lenguaje en un artículo del periódico o en una obra filosófica, aunque, por lo que respecta al contenido, la diferencia es total.

En otras palabras, en el curso del desarrollo del psicoanálisis, la doctrina analítica ha llegado a ser material a analizar como cualquier otra clase de material que use el paciente, ya sea químico, filosófico o religioso. Mayor importancia tiene todavía la aplicación de este punto de vista al origen y desarrollo de la propia teoría psicoanalítica o, para hablar más correctamente, a las teorías analíticas que el paciente usa en el análisis como material de presentación. Esto es, ni siquiera el analista puede evitar hacerlo cuando  elabora la teoría; fácilmente se siente tentado de entretejer la presentación del material analítico del paciente con su propia teoría. Y todo investigador, de acuerdo naturalmente con su personalidad y desarrollo, usa algo más. Freud usa la sexualidad biológica como material para la presentación de una teoría psicológica; Jung usa la ética, y Adler y Stekel el elemento social.

Hasta aquí nada podría decirse contra este uso inevitable del material, siempre que uno sea consciente o llegue finalmente a serlo de lo que está haciendo realmente con aquél. Cuando, como hace Freud, se usa material biológico ¿se ha de llegar a la conclusión de que la psicología construida con él  tiene una base biológica? Si, al igual que Jung, se usa la ética como material ¿puede llegarse a la conclusión de que se ha producido una psicología sintética, como pretende Jung en su doctrina de los tipos? El elemento sintético es un factor de la vida psíquica, tanto como lo es el analítico (Freud) o el constructivo (Adler) y el destructivo (Stekel), pero no es lo psíquico en sí, que sólo es concebible en su función y, por lo tanto, escasamente comprensible.

La doctrina y el movimiento psicoanalíticos  han  llegado así a un punto en el que se han convertido en sí mismos  en un problema psicológico. Al mismo tiempo  – como tal– conducen a una psicología nueva y con ella a una visión del mundo real que aparece como sedimento de la solución de este problema. Después de la superación de la ideología materialista, ética y social en el campo de la psicología debe construirse una psicología psicológica o – si se quiere, metapsicológica–. Esta psicología tendría que ocuparse solamente de las tendencias y sus efectos. En consecuencia, no debiera valorar el material que necesariamente se usa más que en su significación psicológica. Al abandonar las diferentes ideologías, extrañas a lo emocional, el contenido psíquico cristaliza y a su vez ilumina con una luz nueva los aspectos biológicos, éticos y sociales de la psicología.

Este proceso natural del desarrollo lleva más allá de la teoría psicoanalítica y resulta ser, en último término, una vuelta – o mejor un rodeo – hacia la teoría filosófica de la cognición. También es aplicable al aspecto terapéutico, que finalmente  condujo a la admisión de que las neurosis no son un problema médico, sino social, es decir, ético. Los dos principales problemas de la filosofía, la teoría de la cognición y la ética, vienen así a representar finalmente los principales problemas de los que se ocupa realmente el psicoanálisis, puesto que representan los problemas principales de la vida psíquica humana. Se corresponden fundamentalmente con un sólo gran problema: el contraste entre el Yo y el Tú, entre el Self y el mundo, entre el interior y el exterior. La teoría de la cognición intenta determinar la relación entre el interior y el exterior, entre la apariencia y el Ser, entre la fantasía y la realidad. La ética intenta determinar la relación más particular del Yo con los otros Yos similares, esto es, con el Tú. Las manifestaciones psicológicas de estos hechos a los que pertenecen todas las teorías filosóficas y psicológicas, así como las expresiones individuales de nuestra vida psíquica, podrían considerarse bajo el título de una Psicología del Yo y una Psicología del Tú.

El problema respecto a lo interior y lo exterior nos vuelve de nuevo al material de la psicología. Como mejor podemos discutirlo es en relación a los dos conceptos básicos de la psicología: la ansiedad y la culpa. La ansiedad se relaciona originariamente con algo externo, un objeto o una situación, en tanto que la culpa es, por así decirlo, una ansiedad interna, un tener miedo de uno mismo. La ansiedad es pues un concepto biológico; la culpa, ético. Así, el gran problema de lo interno y lo externo en sentido científico podría formularse como el problema de la biología versus la ética (o a la inversa); en otras palabras, como el gran conflicto entre nuestro Self biológico y el puramente humano.

La terapia psíquica de cualquier tipo sólo funciona en la medida en que este conflicto, que se manifiesta como un conflicto ético, se equilibra parcial o temporalmente, lo que se consigue reforzando o debilitando lo interno o lo externo, en otras palabras, descargando el conflicto interno mediante la externalización o fortificando lo interno, o sea, intensificando el Yo. A estos intentos de descargar o reconstruir pertenece el análisis individual de los neuróticos, así como el conjunto del psicoanálisis como un movimiento, religión, arte o guerra. Así el arte descarga en la catarsis (la tragedia por ejemplo), la religión en el culto, el análisis en el líder.  Por otra parte, todas estas manifestaciones tienen sus efectos constructivos, a saber, el arte en su desarrollo como expresión de la personalidad, la religión en su desarrollo hacia la ética, el análisis en su orientación hacia el conocimiento de sí mismo y la propia responsabilidad.

En el desarrollo global de la humanidad, como ya indiqué en Der Kunstler (1907) y luego en El trauma del nacimiento (1924), se observa una creciente tendencia a la internalización, temporalmente interrumpida por reacciones de externalización . Estas últimas son siempre de naturaleza social y adquieren una forma más destructiva en la guerra y la revolución y en sectas religiosas o una naturaleza más constructiva en forma de invenciones técnicas. En cualquier caso, estas manifestaciones de externalización son siempre movimientos de masas; en cambio, la tendencia a proyectar internamente tiene carácter individualista, procede de individuos aislados y tiende a la individualización de las personas. Desde esta perspectiva, la psicología adopta una actitud particular: es puramente individualista, tiende al conocimiento del Yo, de la individualidad, pero también usa en su material todos los datos y hechos relativos a lo externo, la realidad, el Tú. Así pues, es en esencia una ciencia de las relaciones, que fácilmente se desliza hacia el peligro de sobrevaloración de uno u otro factor en sí mismo, en vez de ocuparse de la relación entre los dos.

Tal ha sido el caso, en gran medida, del psicoanálisis. El psicoanálisis empezó como la psicología del inconsciente que, sin embargo, no se dedujo intuitivamente a partir directamente del propio Yo, sino, por así decirlo, a partir de un rodeo a través de otro. Este otro era un paciente, es decir, un individuo en el que una parte del problema estaba muy en primer plano, aparte del problema de si se le veía desde lo biológico (problema sexual) o lo ético (problema de la culpa). La fuerza del psicoanálisis radica en este punto de partida aunque, en el curso de su desarrollo se ha ido convirtiendo más y más en una debilidad y ha llevado a una mayor unilateralidad. Desde el punto de vista de nuestras afirmaciones generales quizás no sea accidental que en paralelo con la tendencia interna, con el progreso en el conocimiento del individuo, haya ido adquiriendo el carácter de un movimiento externo, un movimiento, si se quiere, de masas. Esta tendencia externalizadora contrarrestaba el peligro amenazador de una introversión de excesivo largo alcance. A eso se le puede añadir el que el creador de esta tendencia a volverse hacia el interior, encaminada a una creciente individualización, ya sea de naturaleza religiosa, artística o científica, necesitaba para su justificación integrarse en el grupo, en la masa.

Aquí nos encontramos nuevamente  con el problema del sentimiento de culpa en el individuo creativo, que ya se encuentra rudimentariamente en un estadio orgánico muy primitivo. En este estadio (como ya lo mencionaba en Der Kunstler) la tendencia del individuo al desarrollo luchando por la independencia del mundo externo conduce finalmente a una división en el límite del crecimiento. Esta división equivale a aislamiento,  desastre,  muerte. Freud descubrió el sentimiento de culpa más allá del principio del placer, es decir, llegó a la comprensión de que en los seres humanos no son siempre los impulsos biológicos los que proporcionan la fuerza motriz, sino que, a partir de un cierto punto del desarrollo, también lo son la inhibición, la ansiedad y la culpa. Si analizamos más, descubrimos más allá del sentimiento de culpa, que parece insuperable, el problema de la individualidad. En la diferenciación del Yo, que es un concepto puramente psicológico, me gustaría designar la parte biológica de nuestra personalidad como el Self, mientras que la tercera parte de nuestra personalidad, a saber, el carácter, es un concepto ético. Por lo tanto, el desarrollo de la personalidad profundiza con el Self en lo biológico, pero los problemas y conflictos con los que tenemos que tratar en principio empiezan allí donde este Self biológico entra en colisión con lo ético, el carácter, como ocurre  en la esfera que hemos designado psicológicamente como Yo.

En el nivel biológico toda desviación de lo normal manifestada como cambio trae consigo en primer lugar un peligro, el peligro de no supervivencia o muerte, antes de que pueda ser superada por los individuo como desarrollo. En el nivel psicológico este fenómeno se manifiesta como ansiedad, de peligro, de fracaso, de muerte, en esencia como ansiedad del otro Yo que interfiere con el despliegue del propio Self de uno. En el tercer estadio, el nivel ético, vemos el mismo estado que se manifiesta como el problema de la culpa, es decir, como la ansiedad de que el desarrollo libre del propio Yo pueda producir peligro, ruina o muerte al otro.

Pero en este nivel psíquico se hace evidente la importancia de la vida emocional. En el nivel biológico la muerte es el prototipo de la separación. La ansiedad también separa y aísla a un individuo del otro. Pero aquí ya se muestra un efecto unificador, que es la tendencia hacia la formación grupal, la protección mutua  y temporal contra el peligro. El sentimiento de culpa une el Yo al otro, como la emoción en general, cuya esencia me gustaría designar como aquello que une al ser humano con los otros seres humanos. En la socialización esta unión se realiza con la protección mutuamente garantizada de todos contra todos; en el amor, con la identificación placentera con el otro. Cuanto más nos individualizamos, es decir, cuanto más nos apartamos y aislamos los unos de los otros, más intensa es la formación del sentimiento de culpa que se origina a partir de esta individualización y que, a su vez, nos vuelve a unir emocionalmente a los unos con los otros. Esta es la base psicológica de nuestra socialización ética, pero, con la creciente tendencia  hacia la individualización, este vínculo social no es suficiente. El individuo necesita una relación más intensa, más personal e  individual que, por otra parte, refuerce el sentimiento de culpa y una así emocionalmente al individuo con otro individuo. En este nivel psíquico este elemento unificador es el amor, que finalmente en su satisfacción vuelve a unir biológicamente  al individuo con el otro y, así, con la especie. No obstante, si bien la sexualidad en sentido biológico significa en esencia crecimiento y multiplicación, si uno quiere la preservación del individuo en la especie mediante la reproducción, el amor tiene la función de unir emocionalmente a los individuos como tales, a la personalidad con el otro individuo. De esta forma se elimina el sentimiento de aislamiento individual que lleva a la ansiedad, la culpa y el conflicto. En una palabra, la sexualidad es una expansión del Yo biológico; el amor lo es del Yo psíquico. Así se entiende por qué en nuestra vida amorosa la ética tiene igual importancia que en la biológica; además sólo de esta forma se pueden comprender todos los trastornos, problemas y conflictos que se producen a causa del amor y cuyo alivio y resolución conciernen al psicoanálisis.

Incluso la neurosis se ha revelado en último análisis como un problema moral. El individuo separado principalmente por la ansiedad y unido al ser humano solamente por la culpa, tiene que volver a unirse con la humanidad y con el mundo biológica y socialmente a través de la emoción amorosa positiva. Esta es la que considero la verdadera tarea de la psicoterapia. Hay una gran distancia entre la terapia médica de los trastornos nerviosos que Freud quería al principio curar mediante una especie de dietética sexual y la comprensión de la neurosis como un problema de culpa. Es la diferencia fundamental entre dos visiones opuestas del mundo: la materialista y la filosófica o, en un sentido más específico, la biológica y la ética. El psicoanálisis ha hecho mucho camino en las dos direcciones, pero no ha podido comprender el problema en toda su dimensión e importancia y mucho menos resolverlo. No obstante, le estamos agradecidos por haber iluminado este problema fundamental y haber abierto nuevas vías para su comprensión y, quizás, para una solución mejor.

 

Descargar el archivo