Trataré, en este breve trabajo, de ofrecer una panorámica de la evolución del concepto de «introyección» en el pensamiento de Ferenczi, de incuestionable riqueza tanto teórica como clínica para el psicoanálisis. Este concepto emergió al año siguiente del encuentro de Freud y Ferenczi y tras años de evolución y desarrollo adquirió una última acepción, tras la genial aportación ferencziana sobre el traumatismo, en la última anotación de “Notas y Fragmentos” del 26 de diciembre de 1932. En esta nota final, Ferenczi inventó el neologismo «intropresión»[1] (Ferenczi, 1932, p. 353) que intentaba articular la noción de introyección con los efectos devastadores de la violencia y la represión parental (la «educación infantil») y una determinada manera de concebir la práctica analítica. Se trataba, de hecho, de un término que se refiere a una cuestión esencial del análisis que es la de afrontar hasta qué punto la parte inconsciente del super yo es susceptible de modificación y en qué términos. Pero además se trata de una noción que apunta a un aspecto esencial, en tanto que factor perturbador, de la transmisión psicoanalítica y de la formación de los futuros psicoanalistas. La intropresión conlleva un efecto descalificación y desmentido de las representaciones y pensamientos del niño, del paciente o del candidato que terminan perdiendo toda la confianza en el valor de la interpretación que ellos hacen de la realidad psíquica. Sus interpretaciones quedan sustituidas por la que hace el adulto, el analista o el formador. Se trata, en definitiva, «…del ejercicio abusivo de una violencia y de un poder que ataca el pensamiento y que desmiente todo deseo propio y toda alteridad…» (M. Enríquez, 1984, p. 270).

Pero recorramos brevemente la historia del concepto.

Cuando Freud y Ferenczi se encuentran por primera vez, a través de la mediación del Dr. Stein de Budapest, el domingo 2 de febrero de 1908, el primero tiene 52 años y el segundo apenas 35. A pesar de su juventud, Ferenczi tenía una dilatada experiencia hospitalaria, había publicado interesantes trabajos sobre espiritismo, la homosexualidad femenina y la patología psicótica y estaba al corriente de todo lo que hasta ese momento había sido escrito por Freud. La razón del encuentro era recibir de Freud un asesoramiento ante su inminente proyecto de dar una conferencia sobre los descubrimientos psicoanalíticos ante una platea de médicos ignorantes en la materia. Se trataba de calibrar muy bien qué tipo de argumentos transmitir haciendo uso del tacto necesario para no producir un rechazo y una resistencia excesivas. Se trataba ya en ese momento de una preocupación sobre la transmisión psicoanalítica.

En aquel momento, las bases del tratamiento analítico se habían constituido ya sólidamente y la noción de transferencia constituía un elemento fundamental de la técnica. Aunque en los primeros momentos, Freud (1895) se había considerado, en tanto que analista, un explorador científico que hacía del paciente un colaborador, la elaboración del concepto de transferencia transformó radicalmente su teorización, estableciendo una continuidad entre la experiencia hipnótica y esta nueva manera de escuchar y de entender al paciente. Tras el análisis de Dora y su posterior elaboración, la transferencia se convierte en el centro de sus reflexiones teóricas y clínicas. Un año antes de su encuentro con Ferenczi, el 30 de enero de 1907 en la Sociedad Psicoanalítica de Viena, afirmaba: “…Solo hay una potencia capaz de superar las resistencias: la transferencia…Nosotros constreñimos al paciente a renunciar a sus resistencias por “amor a nosotros”…” (Nunberg, H. y Federn, E., 1962, p. 118).

Lo cierto es que la transferencia “a distancia” que ya se había establecido en Ferenczi sobre Freud a través de la lectura de los “Tres ensayos de teoría sexual” (1905) y la “Interpretación de los sueños” (1900) promovió tras el encuentro entre ambos una auténtica historia de amor y de seducción recíprocas que empezaría a plasmarse en la producción de multitud de trabajos donde resulta difícil establecer la paternidad de cada uno de ellos. Un ejemplo especialmente significativo de esta coproducción es el tema de la introyección y la transferencia.

De hecho, al año siguiente del encuentro con Freud, Ferenczi escribe “Transferencia e introyección” (1909), una obra maestra de la literatura psicoanalítica, utilizando un estilo audaz, entusiasmado, tal vez algo impetuoso pero ofreciendo una abundancia de finas observaciones clínicas sorprendentes y originales. Intenta corroborar las tesis de Freud pero añadiendo sus propias intuiciones.

Resulta extraordinariamente sugerente su noción de introyección que describe inicialmente como una característica de los neuróticos. Al contrario que el demente o el paranoico que a través de la proyección sitúan en el mundo exterior las emociones penosas o insoportables, el neurótico incluye en su yo aspectos del mundo exterior que se convierten a continuación en objeto de imágenes inconscientes. Esta inclusión da lugar a un proceso que amortigua la frustración de los deseos insatisfechos o de los procesos de duelo y constituye una operación eminentemente defensiva. En palabras de Ferenczi: “…el “yo” del neurótico está patológicamente dilatado, mientras que el paranoico sufre por decirlo así una contracción del “yo”…” (Ferenczi, 1909, p. 107). Un poco mas adelante, Ferenczi amplia esta concepción, atribuyendo a la introyección un carácter no exclusivamente neurótico sino de normalidad e incluyendo también en su ámbito el amor objetal y la transferencia a la que define precisamente como una repetición de las primeras relaciones de objeto: “…El primer amor objetal, el primer odio objetal son pues la raíz y el modelo de toda transferencia ulterior, que no es una característica de las neurosis, sino la exageración de un proceso mental normal …”(Ferenczi, 1909, p. 108). Queda claro desde los primeros movimientos del texto la proximidad que tienen sus descripciones sobre la introyección con conceptos como la idea de la transferencia específica de la cura concebida como resistencia, la identificación histérica, los desplazamientos y las formaciones reactivas.

En definitiva, define la introyección como un proceso que conlleva simultáneamente la investidura objetal y una identificación como correlato narcisista. (“…he descrito la introyección como la extensión del interés de origen autoerótico al mundo exterior, mediante la introducción de los objetos exteriores en la esfera del yo… en último término, el hombre sólo se ama a si mismo; amar a otro equivale a integrar al otro en su propio yo…”) (Ferenczi, 1912, p. 217) y que se configura como un proceso primario organizador, un movimiento psíquico constitutivo y defensivo, fundamental en las primeras etapas del desarrollo psíquico del niño, y en la constitución de la dinámica de la vida amorosa y de la transferencia, y que tiene además la virtud de amortiguar el dolor producido por las aspiraciones irrealizables y garantizar la mayor posesión posible del objeto. Además Ferenczi capta el aspecto regresivo que se vincula con esta especie de avidez, de inmenso deseo, presente en la transferencia desde el principio de la cura.

La concepción de Ferenczi sobre la introyección fue retomada años mas tarde por Freud en “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915) y en “Duelo y Melancolía” (1917). En la primera, Freud sostiene que aunque el amor es originariamente narcisista, a continuación busca incorporar y devorar al objeto. Pero en la segunda, la gran aportación teórica de Freud al tema de la depresión, Freud desarrolla magistralmente algunas ideas esbozadas por Ferenczi en el trabajo antes comentado y anticipa algunas de las que este postulará 15 años después. Para Freud, la melancolía se caracteriza psíquicamente por un profundo y doloroso desaliento, por una disminución del interés por el mundo externo, por la pérdida de la capacidad de amar, por la inhibición ante cualquier actividad y por un envilecimiento del sentimiento de si mismo que se manifiesta en autorreproches y autoinjurias y que culmina en la espera delirante de un castigo. ¿Por qué el melancólico se denigra y se acusa injustamente?, ¿Porqué, a pesar de considerarse una persona indigna de consideración, perturba permanentemente a los demás con sus continuas quejas? ¿Qué verdad se esconde detrás de sus palabras? Freud afirma que si se escuchan con atención las múltiples y variadas autoacusaciones del melancólico, se tiene la impresión de que estas, mas que con la persona del enfermo, parecen referirse claramente a otra persona. Este es el punto clave de la aportación de Freud. En la melancolía, la investidura libidinal sobre un objeto perdido es sustituida con una identificación narcisista. Pero postular la identificación del yo con el objeto abandonado implica también que una “instancia crítica” separada del yo, que mas tarde denominará Super-yo”, aplique al yo el mismo odio y el mismo deseo de destrucción que el yo sentía por el objeto. De manera análoga a como ocurre en el trauma (Green, 1983), la sombra de este objeto cae entonces sobre el yo, un yo herido consumido y devorado por un exceso y a la vez por un desgaste de energía psíquica que se pierde inexorablemente, en ocasiones, hasta la derrota final. ¿No se percibe detrás de la noción de «identificación narcisista» o «melancólica» de Freud, la concepción de «identificación con el agresor» que Ferenczi definirá en su famosa «Confusión de lenguas entre los adultos y el niño» (Ferenczi, 1933).[2]

Dejaré ahora de lado los avatares de la configuración teórico-clínica de la segunda tópica freudiana que implicó, tras la introducción de concepto de pulsión de muerte, una modificación sustancial de las nociones de narcisismo, masoquismo, estructuración del psiquismo y teoría de la identificación. Ferenczi, ni que decir tiene, participó activamente en este nueva concepción y nos dejó el legado de imponentes trabajos, entre los que no se puede olvidar el que escribió junto a Rank, «Perspectivas en psicoanálisis» (1924) en el que abordaron el tema de la repetición como material clínico de primer nivel y una crítica explícita a un modo de proceder analítico que abusaba de la teoría de las pulsiones en detrimento del objeto, recurría a interpretaciones intelectualizadas y de detalle y no tenía en cuenta los riesgos del narcisismo del analista que podía suscitar un sometimiento del paciente en el sentido de forzarle a aportar el material que a él le resultaba mas agradable y a evitar los sentimientos hostiles reforzando su culpabilidad inconsciente e impidiendo el progreso de la cura. ¿No se refería inconscientemente a su propia experiencia analítica y se anticipaba a sus futuros desarrollos teóricos?

Vayamos a ellos. La concepción psicoanalítica del trauma de Ferenczi alcanzó el momento teórico más importante en el polémico trabajo con el que concluyó el XII Congreso internacional de Psicoanálisis el 4 de septiembre de 1932 en Wiesbaden. Me refiero obviamente a “Confusión de lenguas entre los adultos y el niño” (Ferenczi, 1933) donde intentaba establecer una nueva formulación metapsicológica de la teoría de la seducción y de su relación con el traumatismo. En este trabajo Ferenczi no solo atribuía a los objetos externos un papel determinante en la estructuración del aparato psíquico del niño sino que ponía el acento en dos argumentos esenciales para la teoría psicoanalítica: los procesos identificatorios y la escisión del yo. Ampliando el concepto de seducción tal como había sido teorizada hasta entonces por Freud, Ferenczi desarrollaba un avance teórico considerable planteando la etiología traumática como el resultado de una “violación psíquica” del niño por un adulto, de una “confusión de lenguas” entre ellos y sobre todo del “desmentido” (Verleugnung) por parte del adulto de la desesperación del niño.

Cuando estas modalidades de invasión psíquica producen sus efectos descalificando y desmintiendo el reconocimiento del pensamiento y de los afectos, en el psiquismo del niño se produce un trauma que genera una escisión, una fragmentación, una atomización, una autotomía que lleva implícita la amputación de una parte de si mismo. Pero además, Ferenczi nos muestra, introduciendo el concepto de “autotomía” que el sujeto “muere” a través de la escisión. No siente dolor porque no existe. Es más, “no se aflige por la respiración o el corazón, ni en general por la conservación de la vida, sino que mira con interés el ser destruido o despedazado, como si ya no fuera él mismo, sino otro ser, a quien se le infligiera ese penar…” (Ferenczi, 1932, p. 47)[3]. Como en la fascinante descripción clínica que hace de su paciente O.S.[4], se trata de la pérdida del sentido del tiempo, “como si la vida no acabara ni con la vejez ni con la muerte” (Ferenczi, 1932, p. 200). Pero no se trata de un mecanismo de defensa, es un mecanismo de supervivencia. Paradójicamente, esta respuesta extrema se produce para salvar la vida. Para salvaguardar la integridad es preciso sacrificar la parte viva del cuerpo y someterse a una autotomía en la cual la persona debe sustraerse a si misma y a los demás. ¿No nos haría pensar todo esto en las consecuencias psíquicas de algunas violaciones del encuadre por parte de algunos analistas o en algunas modalidades perversas de suscitar lealtades incondicionales en determinados procesos de formación? En definitiva, ¿no nos haría pensar todo esto en la psicosis?

En el trabajo clínico nosotros como analistas nos confrontamos habitualmente con el sufrimiento de nuestros pacientes, pero Ferenczi, cuando afronta la dinámica del trauma se refiere no solo a un sufrimiento soportable sino a un sufrimiento desconocido e ilimitado que no puede por ello ser ni entendido ni contenido.

Es interesante recordar en relación a este propósito un pasaje de su “Diario” referido a la paciente G. que describe una experiencia traumática relacionada con la visión de una relación sexual de los padres que se transforma en una escena de gran violencia en la que el padre intenta estrangular a la madre. Dice “…Nadie piensa en mi; no puedo pedir ayuda a nadie; solo puedo contar conmigo misma, pero no se como poder sobrevivir sola; comer algo podría calmarme, pero nadie piensa en mi; querría gritar pero no me atrevo, es mejor que esté callada y escondida si no pueden hacerme daño o matarme; los odio a los dos, querría alejarles de mi pero es imposible, soy demasiado débil y sería además muy peligroso; querría escaparme pero no se a donde, querría arrancar de mi toda esta historia…..”. Según Ferenczi, “el carácter insoportable de una situación conduce a un estado psíquico parecido al sueño donde toda eventualidad puede ser transfigurada pero donde si el displacer persiste puede producirse una regresión aún mas acentuada”: “Estoy horriblemente sola, desesperadamente sola, claro ya veo, es porque todavía no he nacido. Me muevo aún en la tripa de mi madre…”.

El tiempo aquí está parado, encorsetado en un presente infinito, inagotable y vacío. Este es el tiempo del trauma. Un tiempo en el que nunca empieza nada nuevo, un tiempo sin negación y sin posibilidad de iniciativa. Y es precisamente el trauma, siempre único e inédito el que interrumpe la continuidad del tiempo y quien introduce lo irrepresentable en la cadena de representaciones y como un relámpago permite entrever la muerte.

Pero sigamos. Ante la imposibilidad de defenderse del adulto, cuando el miedo supera el umbral de lo soportable, el niño se siente paralizado, se somete a sus deseos, a su voluntad, terminando por identificarse totalmente con él. Para protegerse de la pérdida tanto del objeto como del vínculo con el objeto, el niño introyecta forzadamente el deseo y la culpabilidad del adulto como último recurso para recuperar algo de su identidad narcisista. Esboza así Ferenczi tanto el concepto de «introyección del sentimiento de culpa» como el de «identificación con el agresor» que sería mas tarde retomado por A. Freud (1936) y Laplanche (1990) y que en realidad, Ferenczi había ya utilizado también con otra denominación, «identificación fantasmática con el destructor», «identificación con los objetos del terror» y la expresión que parecía preferir «introyección del agresor».¿Qué relación se podría establecer entre la idea ferencziana de la “identificación o introyección con el agresor” con el concepto de “identificación narcisista” descrito por Freud en “Duelo y melancolía”,»y con el de «identificación melancólica» descrito en «Psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina» (1920) en la que la sombra del objeto cae sobre el yo, arrinconándole y sometiéndole a todo tipo de vejaciones y envilecimientos.

Sin embargo, y este es un aspecto crucial para la comprensión de la teoría de Ferenczi sobre el trauma, el efecto traumático se produce en un segundo tiempo, y es una consecuencia del desmentido, mecanismo ya descrito por Freud en “El Fetichismo”. Se produce, cuando el niño recibe por parte de ese adulto, que no puede soportar su discurso, un desmentido que interrumpe todo proceso introyectivo y paraliza el pensamiento, un desmentido que arrebata al niño,” no solo la palabra sino también la posibilidad de representación y fantasmatización. Las palabras del niño se quedan, siguiendo la conceptualización de Abraham y Torok, “enterradas vivas”.

Desde su perspectiva el trauma se transforma en algo que no está inscrito en el psiquismo. La reacción al dolor pertenece al orden de lo representable y es inaccesible a la memoria y al recuerdo. Desde este punto de vista, para Ferenczi, el trauma se “presenta”, no se “re-presenta”: su presencia no pertenece a ningún presente, incluso destruye el presente en el que parece introducirse. Es un presente sin presencia, un presente loco, en el que el sujeto sale del tiempo intentando situar su impensable sufrimiento en una mayor unidad temporal fuera de la simple cotidianidad y de la temporalidad histórica. Se trata de un presente infinito e inagotable pero al mismo tiempo completamente vacío.

A diferencia del presente histórico, que fija una presencia y una identidad, en este presente traumático todo se disuelve: no hay ni sujeto, ni oposición entre sujeto y objeto. Lo que Ferenczi nos sugiere es que en esta dinámica del trauma se insinúa algo que tiene que ver con la muerte, algo irrepresentable también para Freud y la teoría psicoanalítica más ortodoxa. Se trata dice Ferenczi “…de un proceso de disolución que va en la dirección de una disolución total, es decir de la muerte…”. Pero tal vez, más que a la muerte que fija un límite, a lo que se refiere Ferenczi es al morirse indefinidamente, en un tiempo en el que nada comienza. El tiempo se momifica y, actuando como un tejido muerto, evita y paraliza la función del aprés-coup.

En todo caso, el punto más polémico de su trabajo radicaba en el hecho de que Ferenczi pensaba que un proceso análogo podía verificarse en el ámbito de la relación analítica como consecuencia de la intromisión forzada, de la compulsión a interpretar de ciertos analistas y de la sumisión neurótica de ciertos pacientes. Siempre he tenido la impresión que el debate que se produjo entre Ferenczi y Freud entre 1928 y 1933 iba mas allá de una discusión sobre el traumatismo y se refería en el fondo al problema de la transmisión del psicoanálisis y si se prefiere a la cuestión de la formación psicoanalítica. De hecho, como afirmé al comienzo de mi trabajo, con el término «intropresión» Ferenczi apunta a una educación violenta de los padres sobre los hijos, a una educación devastadora que inocula la culpa, el secreto y la prohibición de pensar. Pero naturalmente también se estaba refiriendo a un determinado modo de analizar que implicaba la sumisión, la introyección de la culpa y una incapacidad para gestionar los propios recursos mentales que caracterizaría a algunos pacientes y sobre todo a algunos futuros analistas.

Ya se había referido a este problema en su magnífico trabajo de 1913 “Fe, incredulidad y convicción desde el punto de vista de la psicología médica” en el que señalaba que detrás de la sumisión ciega del niño a la autoridad se esconde una inextirpable duda y “…bien escondidas bajo la máscara de la fe ciega, la ironía y la burla…” (Ferenczi, 1913, p. 55). También lo había hecho en 1928 en «La adaptación de la familia al niño» donde señalaba que el mayor error de los padres era olvidar su propia historia. Pero donde especialmente enfatiza este espinoso problema es en sus anotaciones del 13 de marzo del “Diario Clínico” cuando afirma “…la frialdad intelectual del análisis provoca en definitiva una especie de revuelta, con la tendencia a librarse del analista y a sustituir la violencia exterior por una pieza de superyó…” (Ferenczi, 1932, p. 103). Los pacientes se someten, obedecen, intentan controlarse pero en el fondo es una venganza contra la autoridad a la que quieren arrebatar las armas de las manos. Pero lamentablemente, no siempre el paciente encuentra esta solución. Todo paciente y todo analista en formación escucha todo lo que le dice su analista o su supervisor desde una posición identificatoria y en condiciones normales ha de producirse sucesivamente una desidentificación para que pueda suscitarse el más elemental movimiento emancipatorio. Pues bien, la intropresión detiene y paraliza cualquier posibilidad desidentificatoria. Hace imposible la «desidentificación del agresor».

El planteamiento de Ferenczi fue retomado por Balint en “La falta básica” (1968) al subrayar la importancia de la repetición en la transferencia de estos estados límites de impotencia, de dolor y de desesperación, pero fueron sobre todo Nicolás Abraham y María Torok (1987) en “L’écorce et le noyau”, quienes introdujeron en la obra freudiana algunas de las aportaciones de Ferenczi y desarrollaron algunas de sus intuiciones sobre la intropresión.

Concretamente en el capítulo titulado «el crimen de la introyección», estos autores han imaginado el lugar psíquico de un duelo que no se refiere ni al psiquismo ni a los afectos de un solo individuo. Proponen un espacio metapsicológico renovado dentro del cual se articula un lugar secreto, una especie de cripta que sirve para ocultar la dimensión dolorosa de la pérdida y del duelo no elaborado por el Otro. Las paredes de la cripta encierran en su interior un placer secreto y escandaloso sentido por el Otro y por el sujeto identificado con él. La cripta se instituye fulminantemente dentro del yo del sujeto como consecuencia de una “escena traumática pre-verbal” olvidada y oculta, llena de carga energética y de significación simbólica. Tal escena se refiere a historias, pasiones, delitos, relaciones incestuosas que encadenan al sujeto a una posición de observador mudo, incapaz de participar activamente y de elaborar todo lo acontecido. El sujeto es invadido por completo por todo lo que el Otro no ha podido elaborar y ha debido reprimir y negar. De este modo, el yo del sujeto se convierte en el lugar de la culpa y del duelo inelaborado de otra persona.

Pensemos solo por un instante en el concepto de Ferenczi que aparece en su «Diario Clínico» que denomina «transplantes extraños” («Fremdüberpflanzungen»), concepto indisolublemente vinculado al de traumatismo y que ha sido tan bien trabajado por J. Garon (1993). Se trata de «…contenidos psíquicos de carácter displacentero que vegetan a lo largo de la vida en una persona…» (Ferenczi, 1932, p. 131) y que restan inaccesibles a la conciencia y a la simbolización. Los «transplantes extraños» serían una especie de «introyección forzada» de los traumatismos que el adulto habría sufrido en su infancia, de los que una parte quedaría disociada y convertida en objeto de desmentido. Esta es exactamente la línea teórica desarrollada por Abraham y Torok. Pero además Ferenczi confiere a este concepto un sentido original haciéndole aparecer, al igual que en las catástrofes thalassianas, como «transgeneracional». Los traumatismos transgeneracionales darían cuenta de lo que se transmite de una generación a otra, una transmisión llevada a cabo en silencio y en secreto, pero actuada, donde reinaría la ley del silencio psíquico, es decir, la prohibición de pensar. ¿No nos sería extraordinariamente útil esta concepción si intentáramos comprender los motivos profundos por los que el nombre de Ferenczi, el colaborador e interlocutor privilegiado de Freud, fundador de la I.P.A. (1910) y del «International Journal» (1920), el primer profesor que ocupó una cátedra de psicoanálisis (1919), el autor de innumerables obras fundamentales de la teoría psicoanalítica, el clínico admirado por todos y sobre todo aquel que, según Freud (1933c), todo psicoanalista debería considerar como su maestro, desapareció en el olvido del psicoanálisis, de la mayor parte de los analistas y por supuesto de la formación de los nuevos candidatos durante muchos años?. ¿Porqué los analistas olvidamos en ocasiones nuestra propia historia? ¿Cómo ha actuado la intropresión del super yo de analistas y formadores sobre pacientes y candidatos? ¿Cuántos secretos, delitos y pasiones han sido silenciados a través del sufrimiento y del desmentido inoculado sobre estos a lo largo de la historia de nuestra disciplina?

Afortunadamente, las cosas han cambiado y con este breve y modesto trabajo intento restituir en alguna medida el lugar privilegiado que en el psicoanálisis, este hombre genuino, honesto, leal con sus ideas y convicciones y sobre todo un analista y una persona dotado de una generosidad incomparable, nunca debió de haber perdido.


[1] En la Edición de Espasa-Calpe, el término intropresión aparece traducido como presión interna.

[2] Años más tarde, Abraham (1924) ratificaba las ideas de Freud y de Ferenczi sobre la «apropiación del objeto». En su obra Intento de una historia sobre el desarrollo de la libido, afirma: «La introyección del objeto amado es un proceso de incorporación que corresponde a la regresión de la libido a la fase canibalística…». Pero va más allá y añade: «…la introyección del objeto perdido supone una doble compensación. Por un lado el sujeto posee el objeto, pero por otra puede convertirse en él, a través de la identificación…» (Abraham, 1924, p. 337).

[3] Diario Clínico (Sándor Ferenczi, 1932), 10 de Enero.

[4] Diario Clínico (Sándor Ferenczi, 1932), 26 de Junio.

 

Referencias bibliográficas

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Luis J. Martín Cabré

Presidente de la Asociación Psicoanalítica de Madrid (Asociación Psicoanalítica Internacional). Psicoanalista de niños y adolescentes. Miembro del Editorial Board para Europa del International Journal of Psychoanalysis y Miembro de la Sándor Ferenczi International Foundation.

Correo electrónico: ljmartin@telefonica.net

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