El descubrimiento de Freud (1917), en Duelo y Melancolía del proceso mediante el cual el yo se identifica inconscientemente con el mal objeto introyectado, (el objeto amado rechazante), convirtiéndose así en víctima de su propio superyó, fue uno de los avances más importantes del psicoanálisis; quizás tan importante como el descubrimiento del significado de los sueños y del complejo de Edipo. La idea de que cuando alguien siente: “soy la peor persona que existe”, puede inconscientemente estar de hecho acusando a otra persona, de quien siente que es víctima, pero en quien, a través de un proceso patológico de introyección e identificación, se ha “convertido”, fue una idea muy revolucionaria que tiene todavía hoy una  gran importancia clínica.

Freud (1917) describe el establecimiento de la que él llama una identificación narcisista con el objeto abandonado, de dos formas: como una aceptación pasiva del objeto -“la sombra del objeto cae sobre el yo”- y como un proceso activo en el cual “el yo quiere incorporar a este objeto a sí mismo, y de acuerdo con la fase oral canibalística del desarrollo libidinoso en la que se encuentra, quiere hacerlo devorándolo” (p. 249). También describe al yo como desbordado por el objeto. Parecería que no hay diferenciación entre el self y el objeto, en ese momento- el objeto introyectado ocupa enteramente al yo- exceptuando, por supuesto, que esto no es del todo cierto, pues el yo ha sufrido una “escisión”, y parte de él se ha convertido  ahora en “la agencia especial” que lo juzga (el yo que se ha convertido en el objeto) tan duramente. Como sabemos, el superyó fue posteriormente visto por Freud como el producto de las introyecciones. En la teoría psicoanalítica, las introyecciones que llevan a las identificaciones con los objetos primarios se vieron pronto vinculadas con el desarrollo normal; pero el tipo de identificación descrita en “Duelo y melancolía” es masiva, patológica, caracterizada por un suceso clínico extraordinario: el sujeto parece haberse “convertido” en el objeto.

En su trabajo “Sobre la psicopatología del narcisismo” Rosenfeld (1964) afirma:

“La identificación es un factor importante en las relaciones objetales narcisistas. Puede tener lugar por introyección o por proyección. Cuando se incorpora omnipotentemente al objeto, el self se identifica tanto con el objeto incorporado, que toda identidad separada o cualquier frontera entre self y objeto es negada. En la identificación proyectiva, partes del self penetran omnipotentemente al objeto, por ejemplo, la madre, para apoderarse de ciertas cualidades que se sienten como deseables y por tanto se pretende ser el objeto o parte-objeto. La identificación mediante introyección y mediante proyección ocurre simultáneamente» (Rosenfeld, 1964:170).

Esta es una diferenciación extremadamente clara entre dos modos de identificación; la primera descripción corresponde al mecanismo de Freud en la melancolía, la segunda sigue el descubrimiento de Klein (1946) del mecanismo de identificación proyectiva. Pero creo que vale la pena tener en cuenta que la descripción de Freud de la forma más activa (canibalística) de incorporación es de hecho similar a la descripción de la identificación proyectiva. Rosenfeld (1964) resalta la calidad omnipotente de este tipo de identificación proyectiva;  Freud, como sabemos, señala la manía escondida en la melancolía. Me parece que algunos estados de identificación proyectiva masiva son como una versión maníaca de la identificación narcisista del melancólico con el (ahora externamente aniquilado) objeto.

En este artículo me centraré principalmente en la interacción de las proyecciones, introyecciones y mecanismos maníacos en la creación y perpetuación de esos estados de identificación patológica que se describen normalmente como “que el sujeto está en identificación proyectiva masiva con el objeto”; en contraste con los estados en los que el sujeto “se deshace de algo” o “hace algo al objeto”, mediante el uso de la identificación proyectiva. Habrán comprendido por el título que he empleado, que me interesa explorar los cambios extremos en el sentido de identidad de la persona. Aportaré ejemplos clínicos para ilustrar tanto la cuestión de la pérdida de un sentido de identidad, como la cuestión del cambio hacia una identidad diferente, mediante el uso excesivo de la identificación introyectiva y proyectiva.

El sentido de identidad surge simultáneamente de la diferenciación del self de sus objetos y de diversas identificaciones con diferentes aspectos de los objetos. Todas las relaciones objetales dependen de la capacidad de seguir siendo uno mismo a la vez que se es capaz de trasladarse temporalmente al punto de vista del otro. Cualquier intercambio significativo entre dos personas supone forzosamente un proceso complicado de proyecciones,  introyecciones  e identificaciones. “La identificación proyectiva”, es un término paraguas que incluye muchos procesos distintos relacionados con la operación de ambas, de la proyección y  la introyección; se usa para describir modos normales de comunicación, así como también maniobras extremadamente patológicas e incluso estados patológicos permanentes, que son la base de algunos rasgos de carácter.

Una forma de diferenciar los complejos procesos implicados en los diferentes aspectos de lo que se llama “identificación proyectiva” y la proyección “clásica”, es que la identificación proyectiva tiene lugar en una relación objetal, y que, por tanto, afecta necesariamente a ambos,  sujeto y objeto (en la fantasía, pero a menudo, también en la realidad externa) mientras que debería ser posible, al menos en teoría, concebir una proyección no necesariamente relacionada con un objeto específico en el que se proyecta algo. Pero habiendo dicho esto, debo confesar que encuentro difícil imaginar una proyección hacia el espacio exterior, o hacia algo inanimado o abstracto, sin imaginar también, que sea lo que sea lo que se ha proyectado, se ha personificado de alguna manera.

La identificación proyectiva como mecanismo de defensa tiene como propósito principal el deseo de librarse de una experiencia particular; no creo que sea acertado, el decir que lo que caracteriza a la identificación proyectiva es que el sujeto (el “proyector”, por decirlo de alguna forma), mantiene vínculos con la parte del self, que ahora se siente que está dentro del objeto, “el receptor” (ver por ejemplo, la discusión de Odgen, 1979). Esto puede suceder, pero el sello de la identificación proyectiva -y especialmente el de la identificación proyectiva patológica- es el deseo de romper el contacto con algo que provoca dolor, miedo, malestar; la palabra “identificación” debería en este ejemplo en concreto, referirse a la identificación del objeto (en la mente del sujeto) con la experiencia proyectada, y no a la identificación del sujeto con el objeto; tal como señaló claramente Sandler(1988), el self quiere des-identificarse de lo que ha proyectado.

La identificación proyectiva, por definición, afecta el sentido del self, pues supone deshacerse de aspectos de la personalidad escindiéndolos y localizándolos en el objeto, de forma que en la fantasía del sujeto, las identidades de ambos, sujeto y objeto, quedan afectadas. También puede suponer la adquisición de aspectos del objeto, en cuyo caso las identidades se modifican aún más. En sus trabajos seminales en los que descubrió y conceptualizó por primera vez la identificación proyectiva, Klein (1946-1955), describió ambos procesos arcaicos promoviendo la comunicación y el desarrollo (un concepto desarrollado y ampliado por Bion (1962) en su teoría del continente) y un proceso patológico que conduce a la pérdida de  contacto con el self, con el propósito de controlar omnipotentemente al objeto. La identificación proyectiva masiva con el objeto supone una fantasía de  “convertirse” en el objeto o en un aspecto concreto o versión del objeto, (y aquí la palabra identificación se refiere también a la identificación del sujeto con aspectos del objeto), mientras que el objeto “se convierte” en el self, o personifica un aspecto insoportable del self (proceso descrito primero por Anna Freud (1937) como “identificación con el agresor”). Sugeriré que tales estados de identificación patológica suponen el uso excesivo, no sólo de proyecciones violentas, sino también de introyecciones patológicas concretas, y que este modo de funcionar también depende para su “éxito” del uso masivo de las defensas maníacas.

El uso excesivo de la identificación proyectiva puede llevar, por un lado, a la confusión y pérdida de un sentido firme del self y, por el otro, a una rigidez extrema de carácter, donde se crean nuevos límites artificiales entre sujeto y objeto,  pero a los que uno  se adhiere tenazmente. En este caso, las nuevas las nuevas fronteras entre lo que es “yo” y lo que es “tu” deben mantenerse como una fortaleza contra la amenaza del retorno de las partes escindidas y proyectadas del self, lo que no resulta en confusión, sino en su extremo contrario, en una certeza absoluta que se tiene que mantener a toda costa, con un empobrecimiento  de la personalidad y una grave perturbación de la capacidad para las relaciones objetales. La arrogancia como un rasgo de carácter, creo que es un buen ejemplo de estas circunstancias; es esencialmente un estado de identificación proyectiva permanente con un objeto malo idealizado (explicaré lo que quiero decir con esto más adelante).

Observando bastante esquemáticamente lo que sucede en la identificación proyectiva, se podría decir que desde el punto de vista del que “proyecta”, una parte del self se convierte en la fantasía en una parte del objeto, mediante una complicada maniobra que, por motivos de simplicidad, podríamos llamar “des-identificación proyectiva”; el que proyecta no es consciente de ese aspecto del self, pues cree que le pertenece al objeto. Este proceso, que sucede en la fantasía inconsciente, puede tener por supuesto un efecto sobre el objeto -el “receptor”- en la realidad externa (Sandler lo describe como la “actualización” de la identificación proyectiva, mientras que Spillius usa el término “evocador”). Si este es el caso, desde el punto de vista del “receptor”, hay una intrusión de algo extraño en el self, que causa una “identificación introyectiva forzosa” parcial o total.

Lo que resulte de esta situación dependerá del grado de intrusismo y violencia de la proyección, emparejado con la capacidad del “receptor” (o la falta de) para introyectar e identificarse parcialmente con lo que se ha introyectado, sin perder los límites del self. En otras palabras, un “receptor” útil, debería poder funcionar como continente (Bion), que pueda experimentar simultáneamente lo que la otra persona siente, (por ejemplo, una madre que pueda empatizar con su bebé) mediante la introyección de lo que se está proyectando como la experiencia de un objeto. En el mundo interno, esta experiencia se incorpora en la imagen del objeto interno y no en la del self (es obvio que si una madre se sintiera totalmente identificada con su bebé angustiado, no podría ayudarle. Por ejemplo, tiene que comprender el temor de su bebé de no sobrevivir y ser capaz, parcial y temporalmente, de también temer por su supervivencia. Pero, sí se siente tan perseguida y abrumada por el llanto aterrado del bebé, hasta el punto de sentir “no sobreviviré”, entonces ella “será” el bebé y el bebé será el perseguidor; será más como una madre mala para ella. Esto puede llevar entonces a que ella abandone emocionalmente o incluso ataque al bebé).

La característica central del uso de la “identificación proyectiva” es la creación en el sujeto de un estado mental en el que los límites entre el self y el objeto se han desplazado. Este estado puede ser más o menos flexible, temporal o permanente. Los motivos de tales maniobras inconscientes son múltiples, desde la necesidad de mantener un equilibrio psíquico y evitar el dolor, hasta uno más intrusivo de robar y socavar al objeto. La percepción del objeto y su modo de afrontar lo que está siendo proyectado, también afectará al desarrollo de la relación objetal que está teniendo lugar en ese momento.

A pesar de que la “identificación proyectiva” se usa para describir tanto procesos normales, como patológicos, creo que tenemos la tendencia a pensar en los procesos proyectivos como más patológicos que los introyectivos. Cuando pensamos en alguien que se identifica con otro alguien, tendemos a pensar, bastante imprecisamente, en la identificación introyectiva como más saludable que la identificación proyectiva. Visualizamos dos relaciones objetales muy diferentes, una en la que el self recibe algo del objeto, y otra en la que hay una intrusión masiva en el objeto. Y por supuesto el desarrollo emocional depende esencialmente de recibir cosas de nuestros objetos e identificarnos con ellos. Pero podemos polarizar excesivamente estos diferentes modos, viendo a una como una recepción pacífica del objeto en el mundo interno, y a la otra como una invasión guerrera del objeto. De hecho, como sabemos, hay tanta introyección patológica, como proyección patológica. Es más, la proyección y la introyección, son mecanismos psíquicos basados en fantasías que son sentidas como que tienen el poder de las acciones concretas, y las fantasías están coloreadas totalmente de afecto y motivo.

Si la identificación se basa en el deseo de convertirse en el objeto (y por tanto robarle al objeto su identidad) en oposición al deseo de ser como el objeto – permitiendo por tanto, que el objeto siga coexistiendo con su identidad intacta- entonces esto es patológico y destructivo. Y aunque es importante en el análisis investigar las maniobras que se usan en la fantasía inconsciente, para conseguir este apoderamiento del objeto -para diferenciar lo que ocurre con la introyección concreta, de lo que pasa con la proyección intrusiva masiva- lo fundamental es que la integridad del objeto ha sido dañada o destruida en este proceso. Estamos hablando aquí, de una actitud “imperialista” hacia el objeto y en este universo, las distintas fantasías y mecanismos empleados son simplemente maniobras tácticas para vencer al enemigo.

La identificación introyectiva patológica supone una fantasía de recibir algo concretamente, mientras que una identificación normal con un objeto interno presupone una capacidad de introyectar simbólicamente, a la vez que se permite al objeto mantener su identidad separada. Lo mismo es válido respecto a la proyección normal, por supuesto, cuando el yo está funcionando en un estado de posición depresiva, la proyección simbólica en la mente del otro -siendo capaz de situarse uno mismo imaginativamente en el lugar del otro- nos ayuda a entender quién es la otra persona.

En su trabajo “Comentarios sobre la relación entre la homosexualidad masculina y la paranoia, la ansiedad paranoide y el narcisismo”, Rosenfeld (1949) utiliza un sueño muy interesante de su paciente para ilustrar el origen de la identificación proyectiva. Lo citaré aquí, porque es un ejemplo muy claro de los dos puntos que quiero resaltar: primero, el hecho de que no sólo se proyectan afectos y partes de la personalidad, sino también modos de funcionamiento; y segundo, el rol de la introyección concreta en masa del objeto, en estados de identificación patológica masiva.

Rosenfeld describe a su paciente como conscientemente temeroso de que el analista se interese demasiado en él; por tanto se queda a menudo callado cuando tiene pensamientos que cree que tienen especial interés para el analista.

Sueño: Vio a un cirujano famoso operando a un paciente, quien observaba con gran admiración la destreza demostrada por el cirujano, quien parecía estar intensamente concentrado en su trabajo. De repente el cirujano perdió el equilibrio y cayó justo dentro del paciente, con quien quedó tan enredado, que apenas conseguía liberarse y casi se asfixió, y fue gracias a la administración de un aparato de oxigeno que consiguió reanimarse a sí mismo.

Rosenfeld comenta que el paciente tenía temores paranoides de ser controlado por el analista desde dentro y que más tarde en el análisis se volvió más consciente de su temor de caer dentro del analista y quedarse enredado dentro de él.

Este sueño es un ejemplo muy notable de como todo el proceso de identificación proyectiva es en sí mismo proyectado. El cirujano/analista del sueño se relaciona con el paciente mediante la identificación proyectiva intrusiva: su curiosidad es tal, que se mete concretamente dentro de su paciente. Lo que se proyecta no es tan sólo curiosidad, sino también un modo de funcionar. Se podría decir que esto sucede porque es el único modo que el paciente conoce. Se trata de un paciente que piensa muy concretamente; pero el hecho de que el cirujano “se administre a sí mismo un aparato de oxígeno” me parece que indica que el paciente piensa que el analista puede salvar su propia vida -su identidad separada- recuperando su capacidad de funcionar como analista. Creo que el hecho de que aparezca la palabra “aparato” en el texto del sueño, en lugar de simplemente “oxigeno”, refuerza esta idea. Sospecho que “administrar un aparato de oxígeno”, representa una capacidad del analista que el paciente, en su fantasía, le ha robado mediante la proyección de su curiosidad infantil que lo abarca todo. En el sueño esta capacidad esta ahora disponible para reintegrarse en la imagen que tiene el paciente del analista (en el mundo interno del paciente, el analista “se cura” a sí mismo, restableciéndose a sí mismo como analista, con su identidad y sus capacidades separadas). Esto sugiere que este paciente es capaz de concebir tal función. Me imagino también que este paciente ya ha empezado a descubrir, en su análisis, que la identificación proyectiva masiva no es un gran método con el cual vivir uno la vida. Creo que este sueño es una metáfora bastante bonita de los momentos en que el analista se siente totalmente a la merced de las proyecciones violentas y que luego recupera su capacidad de funcionar.

También quería utilizar este sueño para ilustrar otra cosa. Lo que tenemos aquí es que el paciente acaba con el analista en su barriga, en lugar de acabar él dentro del analista. Él tiene poder sobre el analista porque el analista está dentro suyo, no él dentro del analista. En otras palabras, no sólo ha proyectado un modo completo de funcionamiento en el analista, sino también se ha tragado al analista: una introyección patológica masiva. Hay una expresión en portugués para describir a alguien que siente que es superior a todos los demás: “Se cree que tiene al rey en su barriga” (por tanto, al tragarse al rey, es superior incluso al rey). Como he dicho antes, para que estas peculiares circunstancias permanezcan así, tiene lugar una interacción extremadamente compleja de proyecciones e introyecciones, pero creo que puede resultar útil cuando se describen estados de identificación proyectiva masiva -“convertirse” en el objeto- imaginarse no sólo al paciente dentro del analista (siguiendo la descripción de Klein de los impulsos infantiles de invadir a la madre), sino al paciente con el analista dentro (relacionado con fantasías primitivas de incorporación oral  de la madre). El triunfo en este caso viene de haberse tragado al objeto entero, controlando así totalmente y poseyendo su poder y su fuerza. En este proceso están involucrados mecanismos maníacos mediante los cuales el self se vuelve mucho más grande que el objeto y así mucho más poderoso.

Espero ilustrar con el siguiente ejemplo clínico, la interacción de los mecanismos proyectivos e introyectivos en la identificación proyectiva masiva, así como el sabor maníaco de tales operaciones.

 

El Sr. A: “Convertirse” en el objeto malo idealizado  

Un joven narcisista viene a la sesión y me mira más atentamente que de costumbre, fijamente a los ojos, de una manera que resulta incómoda, intrusiva. Se estira en el diván y, con un tono de voz bastante superior, me dice que puede ver claramente que debo ser miope, que tengo una especie de imagen desenfocada en mis ojos. Es ridículo que no lleve gafas, pero obviamente soy demasiado vanidosa para hacerlo. Le digo bastante dubitativa que quizás hay una razón por la que siente que hoy no le puedo ver adecuadamente, y obtengo una respuesta absolutamente furiosa, indignada y resabiada: dice que quiero que todo sea su problema, que no quiero admitir mis propios fracasos, y que sufro claramente un complejo de inferioridad por mi vista. Añade que se ha examinado los ojos y que tiene un 100% de visión.

Creo que ha tenido lugar un proceso muy complejo de proyecciones, introyecciones e identificaciones que producen estas circunstancias, y observaré ahora en detalle lo que creo que posiblemente ha sucedido.

Obviamente ha tenido lugar algo que está relacionado con la visión, especialmente con ver dentro de la otra persona. Puede haberse sentido mal entendido en la sesión previa, pero me inclino más a pensar que se sintió comprendido de una forma que le amenazó. Mi capacidad de ver dentro de él le puso demasiado ansioso, y sintió que el “insight” amenazaba su equilibrio psíquico patológico, que desesperadamente necesitaba (Joseph, 1989) o, quizás porque siente envidia cuando cree que yo tengo unos “ojos” mejores que él.

Probablemente ambas cosas. No sé qué ha sucedido, pero les pido que acepten esto como una hipótesis de trabajo para poder usarla como ejemplo del tipo de proceso que puede tener lugar.

Lo que le da la absoluta certeza de que soy miope y patológicamente vanidosa (prefiriendo no ver, a llevar gafas) es aquí, sospecho, una proyección de su miedo al insight y de su narcisismo. Este es un aspecto de su uso de la identificación proyectiva, pues yo, su objeto, estoy ahora identificado con aspectos no deseados de él mismo. Desde su punto de vista, no obstante, esto se podría describir también como des-identificación proyectiva, pues a través de este proceso pierde parte de su identidad. Ha perdido el contacto con su dolor narcisista, su temor a ser inferior y desdeñado, etc.

Otro aspecto de la identificación proyectiva -la fantasía de poder meterse dentro del objeto intrusivamente- queda ilustrado por su “saber” omnisciente de lo que yo pienso: “sabe” que no puedo verle adecuadamente y también “sabe” que esto me hace sentir inferior a él.

No obstante, esta sucediendo otra cosa, que creo que tiene que ver con la introyección patológica, más que con la proyección. ¿Cómo ha adquirido estos ojos omniscientes (100% de visión), malévolos, y de quién son estos ojos? Sugiero que eran originalmente mis  perceptivos y por tanto amenazantes ojos analíticos, exagerados por la idealización: soy miope no sólo porque ahora contengo la proyección de su falta de insight -y su inhabilidad narcisista de ver tan lejos como la otra persona- sino porque también mis ojos que podían ver en su interior, han sido incorporados concretamente por él. En esta introyección defectuosa concreta, si él tiene los “ojos del analista”, entonces obviamente yo no los tengo. En otras palabras asumiendo que ayer hice alguna interpretación que le reveló algo, que no había podido ver antes, y que mediante la interpretación le hizo ver que yo podía “ver” (que tenía una buena “visión”, que me interesaba en él), quizás no la tomó de un modo introyectivo saludable, que hubiera hecho posible que ambos viéramos, sino que en su lugar tomó posesión de mi función concretamente. Adquirió mi capacidad de describir algún aspecto suyo o alguna situación de su mundo interno, en lugar de aceptar mi descripción de lo que yo pensaba que estaba observando en él, para que así la interpretación no pudiera usarse para promover su capacidad de pensar sobre si mismo. En su lugar se volvió un Mi, que puede ver en la mente de alguna otra persona.

(En la identificación normal, yo introyecto tus ojos perceptivos, a ellos ahora los siento que están simbólicamente en mi mente y, mediante la identificación, puedo ser capaz entonces de ver como tú ves, pero tú sigues siendo el propietario de tus ojos y puesto que este es un intercambio benigno, la relación sigue siendo de cooperación mutua. En la identificación patológica, no sólo me convierto en el único poseedor de los ojos debido a  un fracaso en la simbolización, sino que también, la relación está ahora dominada por una lucha por el poder, en la que el conocimiento omnisciente actúa de barrera contra el insight).

La persona que llega a la consulta es ahora un “analista” (o mejor una caricatura de uno) cuya principal preocupación es mirar en la mente del otro y revelar lo que puede verse allí a un “paciente” perturbado, Yo,  pero de un modo cruel y humillante.

Esto es entonces, lo que se describe como “estar en identificación proyectiva masiva con” el 0bjeto. Esta persona cruel, sabionda, omnisciente que yace en mi diván, es mi paciente en un estado de identificación proyectiva total con… ¡conmigo! Una versión bastante distorsionada (¡espero!) de su analista. Y esto es lo que se siente al ser visto a través de “mis” ojos, que son ahora propiedad de mi paciente: es ser visto como inferior, vanidoso, ciego. Si esto es lo que ha sucedido, entonces el analista de la mente de mi paciente es definitivamente un objeto malo y muy poderoso. Sugiero que esta marca particular de maldad -omnisciencia cruel- es el producto de una idealización de una capacidad del objeto odiada, pero también envidiada; los temidos ojos perceptivos son ciertamente un atributo muy deseable, motivo por el cual han sido robados. En este proceso no son evidentes ni la vergüenza, ni la culpa, sólo el triunfo maníaco.

En otras sesiones, el proceso puede suceder de forma ligeramente diferente. Un objeto con ojos más útiles puede ser introyectado temporalmente –a veces puede sentirse ayudado por una interpretación y sentir cierto alivio al ser entendido– pero luego la separación al final de la sesión, puede causar un acceso de hostilidad debido al dolor de los celos o de la envidia, o a un aumento de la ansiedad persecutoria. En su fantasía, si acepta lo que le doy, perderá sus defensas, se volverá peligrosamente dependiente, etc.  (En este caso, habría proyecciones hostiles en el objeto interno y los ojos perceptivos, transformados ahora en ojos crueles, tienen que ser robados, como un arma puede robarse a un enemigo en la guerra).

 

La Srta. B: La pérdida de partes del self

 Aportaré ahora un ejemplo de una paciente que puede entrar en estados masivos de identificación proyectiva con un objeto malo, pero que lo hace de una forma mucho más transitoria. Es una mujer joven, borderline, muy frágil, cuyas identificaciones cambian bastante rápidamente, produciendo un sentido de fragmentación y de pérdida de un sentido de identidad (le estoy muy agradecida a Richard Rusbridger por permitirme usar su material clínico).

El fin de semana anterior había sido extremadamente perturbador para la Srta. B. Su novio, C, una estrella de la música pop, había estado de gira por el país durante varias semanas e iba a volver a visitarla. Ella había estado esperando su llegada animadamente, pero también con bastante desesperación. Él llego en un estado maníaco, muy en plan estrella, y no hizo ningún contacto emocional con ella, y no  pudo tolerar cuando ella se empezó a aferrar a él. Finalmente, se fue con sus amigos de marcha nocturna, excitado y borracho, dejándola a ella en un estado muy angustioso. Durante la semana siguiente la Srta. B estuvo en un muy mal estado, triste y a punto de desmoronarse totalmente. Lo que sigue es un resumen de la sesión del lunes siguiente.

Empezó a hablar dubitativamente, con una voz muy cascada, “la noche pasada lo cancelé todo y salí a emborracharme, y me lo pase bastante bien, y llegó un momento en que me sentí mucho mejor respecto a todo, pero de un modo borracho, y estuve dando vueltas”. Entonces dijo: “fue muy raro, porque pensaba que trabajaría un poco, pero….” y siguió describiendo cómo conoció a distintas personas, bebiendo de una forma que parecía muy excitada, posiblemente peligrosa, y que al analista le pareció que era exactamente igual que el modo en que ella había descrito las actividades de su novio el fin de semana anterior. La narrativa  esta interrumpida con comentarios como “Lo he borrado todo de mi mente”. En un momento de la sesión exclamó, “¡Ya no tengo miedo de C (el novio)!”.

A su analista le pareció claro que su manera de “cancelarlo todo” era mediante el meterse en un estado de identificación proyectiva masiva con su novio maníaco (en la transferencia un cruel analista de fin de semana). La paciente de la consulta parecía haber salido de este estado, que ahora sentía parte del pasado, de modo que parecía capaz de escuchar sus interpretaciones. Pero hubo un malentendido interesante en un punto. La narración sobre los sucesos de la noche, había comenzado con la explicación que “había llevado a John, un chico que conozco, a casa en X” (un lugar bastante lejano); y esto acabó con ella conduciendo por allí muy tarde por la noche, hasta que “la pararon dos tíos que hacían autoestop” y llevó a uno de ellos a “casa”. El analista le preguntó sí quería decir que había llevado al hombre a casa de él y ella contestó, como si fuese obvio, que quería decir a casa de ella.

El analista se alarmó bastante con esto, sintiendo que su paciente se había puesto en una situación realmente peligrosa, e interpretó su descripción del final de su noche maníaca, como una representación de una identificación con un novio/analista infiel y promiscuo.

La Srta. B dejó entonces claro que esté no era el caso en absoluto, que había reconocido a un amigo, Paul, en la calle, y que le había sido útil tenerlo en casa, que le había ayudado a dormir. Explicó luego que lo de “cancelarlo todo” había empezado al intentar detener un dolor terrible de espalda, y que entonces fue excitante sentirse tan fuerte, pero que al final de la noche se había sentido fatal por su “total desenfreno”. Se hizo  evidente entonces, que para esta paciente, el estado de identificación proyectiva masiva, con un mal objeto maníaco, comienza “conduciendo” hacia algún lugar lejano alguna parte de ella misma y que luego sólo puede volver a “casa” (a su casa, a su propia identidad, y también a su sesión) si recupera en su interior partes suyas que se han fragmentado y  diseminado  “por la ciudad”, por así decirlo. Así que sea lo que sea lo que pasó realmente la noche anterior, en la realidad externa, lo que tenemos en la sesión es una narración que da una forma especial y un significado a los sucesos psíquicos.

Esta paciente es capaz de comunicar al analista, hasta cierto nivel, la pérdida temporal de contacto con partes esenciales de ella misma, que tienen que ser recuperadas, para permitirle irse a “casa”, es decir, recuperar algún sentido de quién es ella. Su estado de identificación proyectiva, con el objeto maníaco, es sólo transitorio y le amenaza con una pérdida de su sentido de identidad. Finalmente, sabe que ésta poderosa persona maníaca de la noche anterior no es ella en realidad. Es un estado transitorio, una defensa que se vuelve amenazante. Por supuesto, no estoy sugiriendo que esta paciente se “cura” de repente, de su necesidad de relacionarse con su objeto a través de la identificación proyectiva patológica. Por ejemplo, sospecho que a pesar de que el ser capaz de venir a la sesión y de aceptar las interpretaciones de su analista, supone una relación con un objeto menos malévolo y cierta conciencia de una necesidad de ser ayudada a estar más en contacto consigo misma, su dependencia todavía reside, al menos en parte, en este otro objeto más receptivo.  Mencionó en algún momento que dedica mucho tiempo al cuidado de los otros y había una sensación distintiva en el material de que el analista en el aquí y ahora de la sesión está “haciéndole señas, para que se detenga” con su atención y sus comentarios y que el hecho de ella escucharle está probablemente coloreado por su  “ayuda” a él. Pero está claro que los objetos implicados en este intercambio son de hecho más buenos y más sanos, y que ella se da cuenta conscientemente de su necesidad de ser de nuevo “reconectada”.

En mi paciente el Sr. A, quien también se identificaba con un objeto maníaco, estos estados son mucho más inflexibles. Se identifica mucho más sólidamente con el objeto malo idealizado y hay un gran compromiso en dejar las cosas de este modo. El equilibrio de la personalidad depende de que se mantenga esta identificación y se usan  constantemente mecanismos de escisión para prevenir cualquier conciencia de las partes dependientes y más débiles. La identificación patológica del Sr. A es más o menos permanente y cuando este equilibrio es amenazado, su reacción es paranoide. La identificación proyectiva de la Srta. B con el objeto, aunque es amplia, es sólo transitoria. Ella es mucho más frágil, sus soluciones defensivas no duran, y el estado de “convertirse” en el objeto, se vuelve rápidamente una  amenaza  en si misma. Es como si el Sr A tomara posesión del objeto, se hubiera apoderado de él, mientras que la Srta. B parece poseída por el objeto maníaco. Ella nunca pierde del todo su conciencia que ha sido invadida por algo ajeno a ella. O quizás, se podría decir, que ella no idealiza al objeto malo de la misma forma que el Sr. A, y sus identificaciones cambian. En presencia de su sensible analista, también se identifica proyectivamente con un padre útil que recoge gente, los lleva a casa, etc.

Explicaré ahora otro ejemplo del Sr. A, para ilustrar las dificultades técnicas con las que se puede sentir enfrentado el analista, cuando una relación objetal que parece muy fija e inalterable está dominando la transferencia. Creo que es útil referirse aquí a la cuidadosa exploración y desarrollo del concepto de Klein de la transferencia como “una situación total“. Creo que este concepto puede ayudarnos a tener presente que en la situación de la sesión se repite todo un modo de funcionar entre dos personas (por supuesto, estoy suponiendo que como analista, uno debe siempre intentar diferenciar entre lo que se está proyectando y el efecto que esto tiene en uno mismo, que se debe, en parte al menos, a la propia composición psicológica  que uno tenga).

El Sr. A que es periodista de profesión, escribió una novela y la envío a una editorial famosa. Recibió una carta de rechazo de uno de los directores de la casa editorial (también escritor). Su reacción en la sesión fue de indignación moral y desprecio. Estaba totalmente claro, para él, que lo que motivó la acción de este director fue su envidia de la superioridad del Sr. A como novelista. Así que empecé a comentar sobre lo que yo creía que era un dolor terrible y decepción del Sr. A por este rechazo, él se puso furioso conmigo, sintiendo claramente que yo estaba intentando proyectar en él sentimientos que no eran suyos en absoluto. Parece que me convertí en el editor que rechazaba, (como si me negara a publicar) su punto de vista. Se creó en seguida un impasse en la sesión. Sentí que o bien tendría que aceptar su versión de la situación, o bien me identificaba totalmente con el editor en su mente y no sólo recibiría un aluvión de odio y desprecio, sino que como “enemigo”, sería totalmente incapaz de ayudar a mi paciente. Empecé a sentirme más y más atrapada en una situación en la que bien tenía que permanecer en silencio o estar de acuerdo con lo que me parecía una visión bastante loca de los acontecimientos; que la única razón concebible de ser rechazado, es que uno es ampliamente superior a la persona rechazante (como en la situación de la “visión” del primer ejemplo, lo que parece tan perturbador en estos estados, es la certeza sobre el estado mental del objeto).

Parecería que el Sr. A, ha proyectado en el “editor” su envidia de un padre creativo, que puede producir un bebé viable, un aspecto de mi, como padre, que él ve queriendo impedir su creatividad: posiblemente, por supuesto, un objeto interno creado originalmente mediante la introyección de un padre perturbado. ¿Pero es esto lo que sucede en la sesión? Yo no me sentí celosa de mi paciente, me sentí aislada, como si hubiese perdido toda esperanza de llegar a comunicarme con él. Me fue imposible “publicar” mis pensamientos (por ejemplo, sobre el dolor de ser rechazado, la naturaleza defensiva de su superioridad, y su odio hacia mí, como el cruel editor que le intentaba humillar).

No obstante, pensando más tarde sobre la sesión, me di cuenta de que todas las interpretaciones que se me ocurrían, estaban intentando realmente cambiar la situación invirtiéndola: o se publica su versión o la mía. ¡No me extraña que no llegáramos a ninguna parte!

Se trata de situaciones de las que es realmente difícil salir, y a menudo tan solo pensándolo detenidamente más tarde, uno puede encontrar un camino hacia una posición desde la cual se puede empezar a visualizar lo que sucedió realmente, sin tener que ser víctima y agresor, que es lo que sin duda uno es, (y no sólo en la fantasía del paciente), cuando se intenta tratar las proyecciones re-proyectándolas (inconscientemente). Estoy hablando de un traslado necesario del analista a una posición desde la cual sea posible observar lo que esta pasando en la interacción entre esas dos personas, en la sesión. Desde esta posición, se hace más posible el ver quién es quién y cuál es la relación objetal que se está representando en la transferencia. En este caso, se podría ver como una relación entre alguien que esta intentando hacer penetrar algo, algo que tiene que verse absolutamente como valioso, y otro alguien que es impenetrable, inalcanzable, que dice ¡no! a cualquier intento de comunicación (esta experiencia está relacionada íntimamente con lo que he aprendido sobre los dos primeros años de vida del Sr. A, cuando su madre estaba gravemente deprimida y encerrada en si misma).

El cambio de identidad del Sr. A me da la experiencia de primera mano, por así decirlo, de contacto con su objeto interno. Intentando visualizar la situación completa, tengo cierta esperanza, de entender su desesperación subyacente y de encontrar una salida del impasse en el que podríamos quedarnos atrapados, si sólo repetimos y no elaboramos.

 

[1] Traducido del original en inglés por Mabel Silva y Mark Dangerfield de IN PURSUIT OF PSYCHIC CHANGE.
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Referencias bibliográficas

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Ignes Sodré

Psicoanalista didacta de la British Psychoanalytical Society (IPA)

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