Recientemente se ha estrenado en nuestras pantallas la película de David Cronenberg Un método peligroso. En ella se narran las relaciones entre Carl Jung, Sabina Spielrein y Sigmund Freud, en el período de tiempo comprendido entre 1904 y 1911, aproximadamente el tiempo que dura la relación entre Jung y Freud. La película está basada en una obra de teatro escrita por Cristopher Hampton, que se representó bajo el título The talking cure. Hampton, interesado en el psicoanálisis, estudió en los archivos del hospital Burghölzli de Zúrich el historial clínico de la paciente Sabina S., y a partir de estas notas escribió su obra de teatro. Tiempo después, David Cronenberg pidió a Hampton que le hiciera una adaptación para el cine. En palabras del mismo Cronenberg: “el hecho de que los personajes fueran brillantes figuras reales, y que el triángulo formado por Jung, Freud y Sabina Spielrein tuviera mucho que ver con el nacimiento del psicoanálisis me pareció irresistible”. Quizás este mismo impacto fue el que buscó el director con el título que dio a su película: A  dangerous method, título tomado del libro escrito por John Kerr, editado en castellano como La historia secreta del psicoanálisis, adquiriendo así un sentido diferente, quizás más provocador del que podía sugerir el título originario de la obra de Hampton.

 Nos encontramos, pues, ante una obra teatral adaptada para el cine, cuyo argumento dramatizado parece que refleja, no obstante, situaciones que se dieron en la historia del movimiento psicoanalítico de aquellos años. Inevitablemente, después de ver la película la primera pregunta que se nos plantea es: ¿cuánto hay de real y cuánto de ficción novelada?

Para intentar una respuesta a esta cuestión, me detendré en el personaje  menos famoso de los tres. ¿Quién era Sabina Spielrein? Hasta que no se descubrieron sus cartas y su diario, publicados por Aldo Carotenuto en Una secreta simetría (1984), era alguien bastante desconocido, incluso para los propios psicoanalistas. Fue la primera paciente analizada por Jung, un análisis muy rudimentario, que se  apoyaba solamente en las lecturas de los trabajos de Freud y en su propia técnica de asociación de palabras, que era de lo que disponía en ese momento. Se trataba de una paciente que presentaba un trastorno histérico, con aparatosa sintomatología que en seguida mejoró notablemente, hasta el punto de que hacia los diez meses de su estancia en el hospital, sus síntomas habían remitido lo bastante como para no necesitar seguir ingresada, pudiendo iniciar la carrera de medicina y seguir el tratamiento en régimen ambulatorio.

Pero Sabina S. había desarrollado en su tratamiento una intensa transferencia erotizada, complicada por una contratransferencia actuada por parte de su analista, llegando a establecerse una relación sentimental y sexual entre ambos[1]. Jung escribió en dos ocasiones a Freud (1906 y 1907) explicándole los problemas en el tratamiento de esa paciente, sin mencionar de quien se trataba y ocultando la auténtica naturaleza de sus relaciones. Pero, intuitivamente, Freud le respondió hablándole del concepto de transferencia, sin todavía haber publicado nada al respecto[2]

Cuando estos avatares tenían lugar, Freud todavía no había escrito  Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico (1912), ni La iniciación del tratamiento (1913). Las teorías y los descubrimientos se iban sucediendo, pero los creadores estaban sin método que orientara: trabajaban con sus propias emociones sin protección. Por tanto, las actuaciones  de los pacientes difícilmente podían ser simbolizadas -sí teorizadas o intelectualizadas- por el analista cuando estaba contraidentificado con aquello que el paciente le transfería, además de sumar lo que el propio analista transfería a la situación analítica, porque no se había analizado él previamente. Quiero señalar con ello que esta ausencia de un método claro de trabajo y una técnica definida, que pudieran actuar como referencia en la mente del psicoanalista en su práctica clínica, impedía una limitación clara del campo de trabajo y una protección saludable para analista y paciente. Sería como realizar una intervención quirúrgica sin una zona de quirófano delimitada, sin anestesia o sin medidas asépticas. Todos podrían resultar dañados.

Tiene mucho valor, desde la perspectiva que nos da el tiempo transcurrido, el entusiasmo que tenían por el conocimiento los tres personajes de esta historia, cada uno de ellos en su papel particular. En el contexto de la sociedad victoriana de la época -silencio, formalidad, represión- y en el ambiente científico de la Viena de principios de siglo, trabajar en la cura por la palabra era algo auténticamente revolucionario.

¿Se curó realmente Sabina Spielrein? Es difícil opinar sobre ello. En primer lugar porque el concepto de cura es muy complejo y se refiere a distintos niveles del funcionamiento mental (mejoría sintomática, mundo interno, realizaciones personales, elaboración de la relación transferencial…) y también porque no conocemos directamente el caso. Pero se puede acordar que su mejoría sintomática fue notoria. En cuanto a su evolución personal pudo alcanzar un desarrollo en su autonomía, vida familiar, maternidad… A nivel profesional desarrolló un trabajo exitoso como psicoanalista en diversas facetas, desde su incorporación a la Sociedad de Viena en octubre de 1911. Allí leyó, en 1912, su trabajo La destrucción como causa de llegar a ser, actualmente reconocido como la primera mención en la historia del psicoanálisis a la pulsión de muerte y, según apunta Britton (2003), introduce también una descripción de la relación de objeto narcisista, teorías ambas que posteriormente fueron desarrolladas por Freud y M. Klein.

 Deteniéndonos un poco en dicho trabajo, podemos observar hasta qué punto éste estaba influido por las vivencias que tuvo en su tratamiento. Britton (2003) señala que una de las razones por las que se trata de un trabajo difícil de leer es porque contiene demasiado significado personal, aspecto en el que también coincidieron en la época Freud y Jung. Pero Britton, refiriéndose a la autora, precisa algo más: “no aclara que es un trabajo sobre la transferencia erótica porque es un trabajo escrito en la transferencia erótica”.  Añadiríamos que lo que se está actuando, en plena colusión absoluta con el analista, difícilmente  se puede elaborar.

¿De qué manera la experiencia vivida con Jung, unida a sus conflictos previos, al tiempo que le sirvieron para obtener conocimiento, la condicionaron toda su vida? De la lectura de algunas de sus cartas dirigidas a Jung se desprende que todavía en 1918, muchos años después de finalizar su relación con él, le escribe preguntándole por el significado y el destino de Sigfrido, nombre que daba al hijo fantaseado que debía nacer de la relación entre los dos. Esto nos lleva a preguntarnos hasta qué punto quedó atrapada en la confusa relación que tuvo con Jung, sin poder abandonar la fantasía de fusión con su analista, más allá de que sus vidas estuvieran separadas.

Por parte de Jung, aún cuando tuvo un comportamiento poco leal -“canalla” según B. Bettelheim (1983)- en su relación con Sabina S., como analista y como persona con la que se relacionaba fuera del marco terapéutico, no por ello dejó de experimentar un gran sufrimiento. Ocultó a Freud la historia completa de su relación con Spierlein, hasta que no tuvo otra opción y se vio obligado a explicar su secreto. Seguramente la vergüenza, y también la conveniencia, tuvieron que ver en ello. Parece que años después llegó a sentirse culpable y atormentado a causa de esta relación.

En una época en que Freud estaba muy preocupado por el desarrollo y la consolidación del movimiento psicoanalítico, estos hechos tuvieron repercusión en la ruptura con Jung. Parece que, junto a los problemas surgidos en el congreso de Munich de 1913, tensaron una relación ya previamente muy difícil a causa de divergencias teóricas cada vez más irreconciliables. Asimismo, tratándose de dos personalidades impositivas, cada uno a su manera, con una tal vez excesiva confianza en sí mismos, rígidos, que no podían aceptar dependencias mutuas, el choque parecía inevitable. Quizás estos rasgos de personalidad tienen que ver con la fuerza que necesitan las mentes privilegiadas: necesariamente habían de creer mucho en sí mismos para poder tirar adelante teorías tan diferentes y novedosas. A partir de ahí se crearon dos escuelas psicoanalíticas separadas, con los seguidores de cada uno de ellos, que han perdurado hasta la actualidad.

Volviendo a la película, ésta  empieza con el ingreso de Sabina en el hospital psiquiátrico Burghölzli de Zúrich, en una crisis de gran agitación que nos hace pensar en una manifestación histérica grave. Jung se encarga del caso y empieza a aplicar con la paciente la cura por la palabra, que había aprendido a partir de las publicaciones de Freud, al que había leído pero al que no conocía personalmente.

No deja indiferente observar los recursos rudimentarios de los que se valía Jung para el tratamiento de su primer paciente. Jung no usaba diván, pero la imagen de una silla detrás de otra silla parece expresar que todo estaba por hacer, por descubrir, que era sólo el principio. Paciente y analista compartían muchos aspectos de su vida: investigaciones, estudios, comentarios sobre lecturas, paseos, confidencias… Lo que evidencia que no existía un método, ni un setting que ayudara al psicoanalista a mantener una distancia adecuada. Naturalmente, tampoco se había podido psicoanalizar con anterioridad al inicio del trabajo terapéutico con pacientes: no tenía con quién.

Más allá de este sugerente arranque, a mi entender la película adolece de cierta falta de claridad respecto a lo que pretende mostrar, con escenas muy impactantes quizás, pero yuxtapuestas en diversas ocasiones, con poca conexión. En muchos momentos hay cierta frialdad en la descripción de los personajes, que aparecen como algo planos, lejos de la enorme complejidad de sus respectivas personalidades, lo cual les hace menos creíbles -especialmente en el caso de Jung-. Un aspecto que contribuye a esta impresión es un diálogo excesivamente intelectualizado en varios instantes de la película, al estar saturado de tecnicismos, lo cual despierta dudas de que pueda resultar interesante para el público no profesional. En otros momentos, sin embargo, con un lenguaje cinematográfico, describe aspectos característicos de la personalidad de los protagonistas[3].

El guión parece bien documentado en relación a los hechos que expone, excepto en lo que se refiere a la naturaleza de las relaciones sexuales entre los protagonistas. No consta que tuvieran este carácter sadomasoquista que se muestra en la película. Se trata, pues, de una libre versión del autor sobre la historia, en contraste con otras descripciones que sí se ajustan a la información de que se dispone.

La fotografía es de una gran belleza en muchos pasajes, aunque en ocasiones la insistencia en el plano medio contribuye quizás a esta sensación de teatralidad, de falta de naturalidad. Por otro lado, es excelente la ambientación y recreación de la época, a través de vestuario y decorados.

En conclusión, podemos decir que gracias a Freud, Jung, Spielrein, y a tantos y tantos psicoanalistas que nos han precedido a lo largo de esos más de cien años, los que separan la época que relata la película de nuestros días, hoy sabemos que:

      –el aprendizaje y el ejercicio del psicoanálisis están acompañados y protegidos por diferentes instancias. Desde la International Psychoanalytical Association (IPA) hasta las sociedades psicoanalíticas de cada país; desde las comisiones de ética, promoción y enseñanza, hasta los institutos docentes, con sus planes de estudio y de supervisión del trabajo. Y, por encima de todo, el psicoanálisis personal. Existe, pues, una formación sólida, encaminada a poder ejercer la profesión de psicoanalista con garantías.

        –hoy sabemos que un paciente cuyo tratamiento ha sido provechoso, puede separarse de su analista e integrarle a modo de objeto interno que le acompañará siempre, pero del que no dependerá. ¿Lo consiguió Sabina Spielrein? Parece que en muchos años posteriores a su tratamiento, no.

        –también sabemos hoy que existen más puentes entre las dos escuelas de lo que creyeron sus fundadores. A modo de ejemplo, en Psicología de la transferencia (1964) Jung escribe algo que podría ser suscrito por cualquiera de nosotros, inclinado hacia la teoría de la relación de objeto:

Cuando dos cuerpos químicos se combinan, ambos quedan modificados. Lo mismo acontece en la transferencia. Freud ha visto bien que esta vinculación posee un alto valor terapéutico, en razón de que gracias a ella se origina un mixtum compositum de la salud mental del médico con el equilibrio trastornado del enfermo. La técnica de Freud está encaminada, sin duda, a alejarse en lo posible de esta consecuencia –cosa perfectamente razonable-, pero perjudica notablemente el efecto terapéutico en los casos concretos. Es inevitable que se produzca cierto influjo del médico, así como cierta perturbación o alteración de su salud. La verdad es que “recoge” el padecimiento del enfermo y lo comparte. Ahí está principalmente el peligro, y es necesario afrontarlo.

–la diferencia es que ahora sabemos mucho más cómo afrontarlo.

En la película vemos a los terapeutas llevados por sus propios conflictos, por sus propias miserias, celos, rivalidades, dificultades sexuales no resueltas, ambiciones, narcisismo… No podemos esperar tanto de quienes crearon el psicoanálisis. Sus métodos eran rudimentarios pero en el terreno teórico hicieron avanzar el conocimiento. Todo estaba por hacer en aquel momento. ¿Podremos hacer nosotros una disociación sana entre su vida y su obra? Si somos capaces de separarlas, aún sabiendo lo intrínsecamente ligadas que están sus vivencias personales a sus descubrimientos –no olvidemos que el autoanálisis era una vía de conocimiento en aquella época-, conseguiremos quedarnos con lo más valioso.

El efecto que pueda tener esta película en el público en general es dudoso. No invita demasiado a confiar… Parece que cuando se realiza una película sobre psicoanálisis se haya de recurrir a extremos. Quizás el motivo es que si se describiera el trabajo habitual de un psicoanalista en la actualidad, podría resultar, cinematográficamente hablando, tremendamente aburrido.

 


[1] Aunque la mayoría de los autores dan por cierta esta relación de transferencia actuada, alguno lo pone en duda, como A. Carotenuto (1984).

[2] El artículo titulado La dinámica de la transferencia no fue publicado hasta 1912.

[3] Véase la comida y escena posterior en casa de Freud durante la visita de Jung y su esposa, en la que se describe la avidez de éste de diferentes formas: sirviéndose la comida, acaparando la conversación -basta un cambio de plano hacia el resto de los comensales- o en el diálogo con Freud, cuando éste le hace notar que llevan 13 horas de conversación.

 

Referencias bibliográficas

Bettelheim, B. (1983), “Escándalo en la familia”, en Una secreta simetría, Barcelona, Gedisa.

Britton, R. (2003), “Sex, death, and the superego” en Experiences in Psychoanalysis, London, Karnac.

Carotenuto, A. (1984), Una secreta simetría, Barcelona, Gedisa.

Jung, C.G. (1964), La psicología de la transferencia, Barcelona, Paidós Ibérica, S.A.

Jones, E. (1989), Vida y obra de Sigmund Freud, Buenos Aires, Horme, S.A.E.

Kerr, J. (1995), La historia secreta del psicoanálisis, Barcelona, Grijalbo Mondadori, S.A.

 

Isabel Laudo

Psicóloga clínica. Psicoanalista SEP-IPA.

Psicoterapeuta coordinadora de la Unitat de Psicoteràpia Psicoanalítica d’Adults Sant Pere Claver – Fundació Sanitària.

Docente de l’Institut Universitari de Salut Mental de la Fundació Vidal i Barraquer

 isabel.laudo@gmail.com

 

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