¿Bioingeniería o medicina? [1]
El futuro de la medicina y la formación de los médicos

de J.L. Tizón, X. Clèries y N. Daurella, compiladores
(Red-Ediciones, Barcelona, 2012, pp. 378)

 

Descargar el artículo

¡Malos tiempos para la lírica! Decía el estribillo de una canción que se popularizó en los años ochenta. ¡Malos tiempos para las humanidades! Los nuevos planes de estudio de las universidades, fijados por el así llamado plan Bolonia, han ido deshaciéndose gradualmente de todas aquellas asignaturas que tenían el mérito de transmitir esa sabiduría acumulada a lo largo de años de existencia de la humanidad, cuya utilidad era discutible, pero nos hacía ser y nos hacía sentir humanos. El profesor Llovet clama en el desierto, reivindicando esa humanización del saber y del hacer de los hombres, y fundamentalmente en la universitas, hasta ahora templo depositario de esos conoceres, ajenos a las cotizaciones en bolsa. La lectura de este libro me ha suscitado estas reflexiones a la vez que me ha aportado nuevos elementos para pensar sobre este proceloso tema, como es la formación de los médicos en estas humanidades, que intentaré recoger y reseñar en las líneas que siguen. ¡Malos tiempos para la lírica, las humanidades y para la medicina!

Al igual que en los gobiernos se ha patentado la figura del tecnócrata, figura en teoría ajena a la política, solo puesto en su saber tecnológico, promesa, por el descrédito de la clase política, de un supuesto bien hacer en la gestión de gobierno, así nos encontramos en la medicina con la figura del tecnócrata, disfrazado de sabedor de los misterios de la salud y la enfermedad, dotado de un enorme utillaje tecnológico que hace las maravillas de la población, educada en la garantía y promesa de un «mundo feliz», asombrada de los progresos de las ciencias en general, y de la salud en particular. Ese vislumbre de un «mundo feliz» sin enfermedades, hace que el enfermarse y morirse sea de mal gusto. Esos burócratas de la medicina, disfrazados de bioingenieros, valedores de un discurso cientificista, al igual que sus homólogos en la política, han antepuesto los intereses de la así autoproclamada ciencia a los intereses de los individuos. Estamos al servicio de la ciencia y no ella a nuestra disposición. Se han invertido los roles y los valores, y ¡así nos va!.

La solución que la sociedad ha encontrado a los problemas de salud pasa por un sistema sanitario atendido por unos ingenieros, por unos bioingenieros para ser más precisos, por unos tecnócratas de la salud, por unos especialistas en el uso y abuso de unas técnicas cada vez más complejas, dejando la relación médico-paciente a su albur, como una antigualla de tiempos prehistóricos, es decir de ayer mismo.

Como en tantos otros sectores de la vida, hemos perdido la batalla de la humanización de la vida, que ha dejado, globalmente, de ser humana, para ser otra cosa. Estamos de duelo por una vida, que ahora se ha convertido en una utopía. Una vida en la que los seres humanos no nos encontramos como en nuestra propia casa. ¿De qué me extraño? Si no somos capaces de cuidar de nuestro planeta, menos vamos a ser capaces de cuidarnos a nosotros mismos.

Hemos entrado en una curiosa y perniciosa dialéctica: medicina basada en la evidencia, versus medicina basada en la experiencia. ¿La experiencia es un elemento del factor humano?. Pues a la papelera de la historia. Solo vale la evidencia que se ha erigido en plenipotenciaria absoluta de la praxis médica. Aquello que la contradiga no tendrá validez ni cabida en los presupuestos generales de estado. Porque de un problema económico también se trata. Y cuando de dinero hablamos el factor humano es una desagradable distorsión de los planes bioingenieriles.

En sociedades pretéritas, es decir, de la temporada pasada, los años eran un valor añadido a la praxis individual porque se suponía que se había ganado en «experiencia». Ya en esos años se decía que la experiencia era la madre de la ciencia. Parece que ahora no sabemos quién es la madre. Sospechamos que pudiera ser el dinero, que todo lo consigue, incluso llegar a ser madre. Solicitabas trabajo y se requería «experiencia». Ahora solicitan evidencias, que se venden en el mercado de los valores «líquidos» de esta postmodernidad.

Estos comentarios vienen a cuento por la publicación del libro titulado ¿Bioingeniería o medicina? El futuro de la medicina y la formación de los médicos en la que nuestros compañeros Neri Daurella y Jorge Tizón son compiladores. Se trata de un volumen que recoge los trabajos y ponencias que se presentaron a las Primeras Jornadas de Estudio y Debate sobre el futuro de la Formación Integral del Médico, realizadas en Barcelona el 8 y 9 de febrero del 2008, que fueron seguidas de unas segundas en febrero de 2010 y unas terceras en junio de 2012. De sobra son conocidos tanto Neri como Jorge, pero me gustaría destacar de su currículum que Neri es psicóloga especialista en Psicología Clínica, psicoanalista de la SEP-IPA. Experta en grupos Balint. Profesora de la Universidad Ramón Llull. Miembro de la Junta de Psicología Clínica y de la Salud del COPC y del patronato de la FCCSM. Jorge es doctor en medicina. Psiquiatra, Psicólogo, Neurólogo y Psicoanalista de la SEP-IPA. Especialista en equipos de trabajo comunitario en salud mental, habiendo sido director de varios de ellos y, en concreto, fundador y director del Equipo de Atención Precoz a los Pacientes en Riesgo de Psicosis. Es conocida su faceta de autor de libros y artículos en el ámbito de la salud mental, siendo alguno de ellos un clásico de nuestra especialidad. Profesor del Institut Universitari de Salut Mental de la Universidad Ramón Llull. Ambos curriculums nos dicen de la preparación e idoneidad de ellos para esta tarea. Igualmente participan en este texto otras dos colegas de la SEP, Esperança Castell y Àngels Vives, y un colega de APdeBA (Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires), Pedro Boschan, recientemente fallecido.

La problemática a la que pretenden dar respuesta está implícita en el título del libro donde destacan que sí bien se ha producido un enorme progreso en la medicina, nos encontramos con el reto de topar con unos efectos secundarios que están causando una iatrogenia en los ámbitos biológicos, psicológicos y sociales, como serían la mixtificación de la biomedicina, medicalización de múltiples aspectos de la vida, tecnificación y deshumanización del acto médico, presión de la industria farmacéutica, etc. Por eso el interés en la formación de los futuros médicos y cuestionarse bajo qué modelo se formarán, porque de ello dependerá la calidad de la asistencia sanitaria, entre otros factores.

Las diversas ponencias y autores de las mismas coinciden en defender un modelo formativo para los futuros médicos que contemple unos principios ideológicos básicos y específicos, tales como la empatía, la solidaridad, la sostenibilidad, el respeto a la autonomía de los pacientes así como la integración de aquellos dispositivos asistenciales que interesen en cada caso, una defensa de valores que no pasen por la medicalización de la vida. La relación asistencial presenta tres vertientes, sin las que quedaría insuficiente y podría ser dañina: el componente humano, el técnico y el socio-grupal. Es en este aspecto humano donde hacen hincapié, en la medida que es más denostado, olvidado o rechazado de forma más o menos consciente. Valores como la paciencia, una buena competencia emocional en la interacción médico-paciente, la atención a las ansiedades, la consideración del pensamiento en los pacientes, una buena gestión del tiempo y de los demás recursos, cada día más escasos. El esfuerzo que destacan es evitar ese reduccionismo que vemos cada vez más dominando el panorama asistencial. Es cuidar de lo humano para que la asistencia sea un acto eminentemente humano. Transmitir confianza y esperanza.

Es interesante ver cómo los diferentes autores coinciden en estos aspectos, siendo profesionales que aportan su experiencia desde diversos ámbitos y formaciones: así vemos coincidir a los psicoanalistas con médicos especialistas en Medicina Familiar y Comunitaria, en Medicina Interna, en Cirugía, en Psiquiatría, con psicólogos especialistas en Psicología Clínica y especialistas en investigación sobre comunicación.

Para lograr un alto grado de competencia emocional y cuidar de lo humano, surge y se revaloriza la necesidad de recurrir a los conocimientos que el Psicoanálisis nos ha proporcionado sobre los dinamismos psíquicos, sobre la comunicación emocional, conocimiento de la dinámica de las entrevistas, capacidad emocional para enfrentar el dolor y la muerte, reconociendo nuestros límites, capacidad de contención, y dominio de nuestros sentimientos en lo que denominamos contratransferencia.

Hoy en día sabemos que para entender el sufrimiento y la enfermedad debemos capacitarnos en los múltiples factores que influyen en ellos, superando reduccionismos biológicos, materialistas y pseudocientificistas que cifran todo su modelo de intervención en una práctica biomédica excluyente. Es imprescindible la formación en la observación, comprensión y manejo de las emociones, lo que aconsejaría algún tipos de terapia o de experiencia terapéutica para poderla llevar a cabo, por parte de los médicos, porque el paciente no es un objeto sobre el que actuar y aplicar nuestros conocimientos médicos, sino alguien con quien colaborar para obtener un mayor estado de bienestar bio-psico-social. Ello requiere personalizar la asistencia, considerar la realidad externa e interna de los pacientes, respetar sus decisiones tras un diálogo fructífero.

Concluyen con un axioma que nos debe hacer pensar: la humanización o deshumanización de la medicina se relaciona con la humanización o deshumanización de la sociedad.

Un apartado especial es el dedicado a estudiar la utilidad y función de los grupos Balint para la obtención de estos objetivos. Aquí la experiencia de Neri Daurella muestra toda su importancia. Los grupos Balint son una respuesta al convencimiento de que la respuesta del médico ante un paciente determina en gran medida la evolución de la enfermedad de este. Es por ello que Michael Balint consideraba que la medicina más utilizada y eficaz es la personalidad del propio médico, aspecto que concretaba en la consigna de que: «la mejor medicina, el médico». La otra cara de esta definición es que también el médico puede ser el mayor causante de iatrogenia si no dispone de la capacitación adecuada a nivel emocional para atender, comprender y contener a su paciente. Los grupos Balint están diseñados para colaborar y ayudar a que los médicos y los estudiantes de medicina, puedan adquirir esas habilidades en el manejo de la relación con la carga emocional consiguiente, lo que los psicoanalistas entendemos como transferencia-contratransferencia. La función del psicoanalista en estos grupos es la de contener, recoger y ayudar a pensar estas emociones de los profesionales de la salud cuando se enfrentan a otra persona que les solicita su ayuda por un sufrimiento que aquejan. Transformar los sentimientos en pensamientos. Esos mismos grupos Balint son de enorme utilidad para abordar el síndrome del profesional sanitario quemado o «burnout», desgraciadamente omnipresente en nuestros lares.

He pretendido en estas notas recoger la importancia de este texto, de las diversas y variadas intervenciones, de su utilidad, su finalidad y la necesidad de que este mojón en el camino del cambio de mentalidad de los profesionales sanitarios, fuera cristalizando en nuevas reflexiones que cuestionen, agiten y propongan nuevas vías de actuación para los médicos y estudiantes de medicina, para evitar, si se puede, que se conviertan en bioingenieriles, tecnócratas que rima con burócratas, de la salud.


[1] Edición patrocinada por la FCCSM (Fundació Congrés Català de Salut Mental), el IES (Institut d´Estudis de la Salut de la Generalitat de Catalunya) y la CAMFIC (Societat Catalana de Medicina Familiar i Comunitària).

 

Dr. José Luis Lillo Espinosa
Médico-Psiquiatra
Psicoanalista didacta de la Sociedad Española de Psicoanálisis (SEP) y de la Asociación Psicoanalítica Internacional (API)
Correo electrónico: 10664jle@comb.cat