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Es una idea muy generalizada que imaginación y creatividad son facultades que solo algunos pocos individuos traen al nacer. En mi exposición parto del postulado que la capacidad creativa y la aptitud para imaginar no son dones innatos que tienen “algunos” privilegiados y que divide a los individuos en creativos y en no-creativos, reservando para estos últimos, en el mejor de los casos, la capacidad para percibir y beneficiarse de la creatividad de unos pocos. Este enfoque innatista, además de dividir a los individuos en las dos categorías citadas (creativos y no-creativos) implica, según mi entender, que la familia y el medio escolar, por lo tanto la “educación”, poco o muy poco puede hacer para estimular la creatividad. Este planteamiento no es verídico y puede acarrear o mantener actitudes que, aunque sin que tengamos consciencia de ello, conlleven la inhibición de la imaginación y de la capacidad creativa. Está al servicio de negar la responsabilidad que tienen los padres y la comunidad educativa de facilitar el desarrollo de la creatividad e imaginación en todos los individuos.

Entendemos por creatividad la capacidad de desarrollar los potenciales que en muy diversas áreas cada individuo posee. La imaginación comporta la capacidad de crear trabajo original, formular nuevas teorías, nuevas técnicas, nuevas ideas o imágenes, sin la presencia directa de datos sensoriales. A menudo, la imaginación deriva de la combinación de restos sensoriales que permanecen latentes a nivel inconsciente con elementos de la realidad, de forma que se da una nueva concepción no explicable por la mera combinación de ideas previas. La actividad creativa deriva pues de la interacción de elementos inconscientes latentes, con activos pensamientos conscientes. Fruto del interjuego inconsciente/consciente surge la imaginación creativa y de ella deriva la capacidad para crear.

Actualmente se habla mucho de la memoria implícita inconsciente, entendida como un reservorio de experiencias y procesos mentales que están en nuestro inconsciente y que no se han hecho conscientes. Dicha memoria implícita juega un papel importante en nuestro funcionamiento mental diario y en la creatividad. Todos tenemos la experiencia de que, casi de repente, encontramos una solución a un problema que nos ocupaba, no sabíamos como resolver y teníamos momentáneamente apartado de nuestra mente. Ello puede explicarse por el hecho de que, sin tener consciencia de ello, la memoria implícita ha continuado trabajando.

En este sentido, la imaginación y la creatividad pierden el carácter de don misterioso que algunos poseen, y a la vez se diferencia claramente de una educación ligada a la instrucción y entendida mayoritariamente como la capacidad de retener y evocar datos. Imaginación y creatividad pasan a ser una función o conjunto de funciones psíquicas específicas que hay que desarrollar y que van, predominantemente, de “dentro a fuera”, entendiendo con ello que están potencialmente en el individuo y que solo se desarrollan si el medio proporciona las condiciones adecuadas.

La pedagogía tradicional tenia la concepción de que el niño era un receptor de conocimientos, y su principal interés se centraba en estimular la atención y la memoria. Lo más importante era atender y recordar lo que le habían explicado. En este sentido un buen alumno recordaba la lista de los reyes godos o la lista de los más destacados literatos y sus obras. Dentro de estos parámetros la imaginación era percibida casi como un estorbo, una pérdida de concentración, que perturbaba el proceso de aprendizaje. El juego y los juguetes no formaban parte del material educativo. No se contemplaba estimular la lectura ni se estimulaba la escritura de “textos libres”. Las actividades plásticas se limitaban a la copia exacta de modelos y en la mayoría de casos a copiar láminas. Los colores, las ceras, los juguetes, estaban excluidos de las aulas y su presencia era penalizada y considerada una falta de disciplina. Lo esencial era atender y recordar; se pretendía que el individuo “supiera” en un determinado momento aquello que le habían enseñado. En este modelo el proceso va claramente de “fuera a dentro”, no importan los intereses del niño ni hacer los temas interesantes. El individuo, el buen alumno, es un excelente receptor con buena capacidad para memorizar y evocar. Aunque sea una obviedad, siento la necesidad de apuntar que éste fue el modelo que imperó hasta los años 70 del pasado siglo.

La caída de la dictadura comportó un cambio psicosocial de gran magnitud. Es obvio que en un régimen dictatorial no se quiere que la gente piense por su cuenta, el individuo tiene que seguir el pensamiento y las normas que vienen de fuera. Pensar puede llevar a discrepar. No pienso que la mayoría de educadores fueran conscientes de ello; muchos eran a la vez víctimas de la represión y el ambiente en el que estaban inmersos condicionaba su manera de educar. Dentro del ámbito educativo dos factores representaron un cambio de paradigma: el despliegue de la pedagogía activa y las intervenciones de la psicología en el ámbito escolar. Y juntos, nos llevan a otra concepción del individuo. Desde esta perspectiva, todo individuo es un creador, no un mero receptor de la realidad; no solo capta la realidad sino que se expresa y se le autoriza a la vez que se le dan recursos para poder incidir, modificar y manejar dicha realidad. Sabemos que etimológicamente “educar” deriva del latín educo. Según el diccionario de latín de Raimundo de Miguel existen dos conjugaciones de este verbo: en la primera, educar estaría en la línea de criar, hacer criar, cuidar, “educar en todos los sentidos”; en la tercera conjugación, educar significa “sacar o hacer salir”. Es en este segundo sentido que podemos considerar educar como un proceso que, como he apuntado, va principalmente de “dentro a fuera” y que consiste en favorecer el despliegue de las competencias del individuo, más que en llenarle de información.

La concepción de la creatividad como una facultad innata y universal, un proceso psíquico específico, que hay que desarrollar me parece esencial ya que no solo no discrimina a los individuos, sino que nos mueve a tomar conciencia de la responsabilidad que tenemos los adultos -padres, educadores, psicólogos, etc.- en crear las mejores condiciones para que se desarrollen dichas funciones en cada individuo. Educar no se limita a proporcionar conocimientos fundamentados en un buen desarrollo de las funciones cognitivas, implica además y en la misma medida, favorecer el despliegue de otras funciones como las que hoy nos ocupan: imaginación y creatividad. Hay que considerar que actualmente el interés científico va centrando cada vez más en torno a las inteligencias múltiples y, más en concreto, en la inteligencia emocional, sin obviar naturalmente los aspectos cognitivos.

El desarrollo emocional y cognitivo del individuo depende, por una parte, de la actitud y de la concepción que tengamos de las competencias del niño y, por otra, de los recursos que brindemos al niño para desarrollar diversas facultades potenciales: lenguaje, pensamiento, creatividad, etc. Una concepción muy determinista e innatista hace que pensemos que poco o muy poco podemos y debemos hacer; en este caso nuestra función podría limitarse a establecer unas líneas y unos determinados objetivos pedagógicos a conseguir, y a guiar al niño enseñándole por donde tiene que moverse.

Sin una adecuada estimulación y sin la libertad que proporcione al niño los elementos necesarios para que desde sus intereses pueda explorar y conocer el medio, no se desarrollará la expresión creadora, entendida no solo como la posibilidad de realizar una determinada “obra” o realización, sino como una actitud activa y abierta por parte del niño hacia la realidad. Pensamos que un niño es creativo cuando le vemos capaz de “interesarse y desafiar” la realidad, cuando es capaz de buscar y encontrar nuevas estructuras o nuevas posibilidades a los objetos que se aparten más o menos de los patrones establecidos. Se trata de poder llevar a cabo con el mundo que le rodea experiencias lo mas completas posibles. Partiendo de las primeras aproximaciones exploratorias, ir encontrando nuevas y progresivas posibilidades. Es decir, investigar para seguir investigando y aprendiendo de las experiencias. Conocer su realidad -conocerse a sí mismo- y conocer la realidad externa, tomando consciencia a la vez de las relaciones que se van estableciendo. También quiero decir que no se trata de empujar al niño a una incesante búsqueda de nuevas experiencias, sino que se sienta en libertad para poder pensar y sentir las cosas; ello le permite disfrutar de las experiencias aunque esto conlleve, sin duda alguna, la necesidad de esforzarse.

Por el contrario, un niño puede caer en la actitud de ser un fiel reproductor de patrones preestablecidos, adoptando una actitud de aceptación ante todo lo que se le presente. Ante un determinado objeto, por ejemplo un camión, puede limitarse a hacerlo circular o arrastrarlo durante un periodo por lo general corto de tiempo, ya que fácilmente cae en el aburrimiento derivado de una actividad pasiva o rutinaria al faltarle la fuerza investigadora. Cuando se da esta circunstancia pensamos que factores internos y externos han incidido negativamente en la evolución de la imaginación y la creatividad. Dicha inhibición comporta una actitud conformista en la que el individuo se limita a contemplar y aprovecharse pasivamente de la creación de los demás.

Insisto en que tenemos que tener conciencia de que los factores sociales: la función educativa de la familia y el modelo educativo escolar, tienen una gran influencia en el desarrollo global del individuo y, en especial, de la creatividad. Todo individuo nace con unas potencialidades innatas que si se dan las condiciones sociales y son adecuadamente estimuladas le hacen capaz de ser un creador, como sucede también con otras funciones como el lenguaje, la memoria, el sentido musical, la capacidad de pensar por cuenta propia, etc. En este sentido y conectando con lo que he referido antes respecto del concepto de “educación”, no lo tomo en el sentido amplio del verbo educare sino en el sentido de “sacar o hacer salir” algo que está dentro. Por este motivo también la comunidad educativa se amplia, al incluir actividades que se dan en muchas ocasiones fuera de las aulas.

La actitud del adulto para ayudar al desarrollo de la creatividad pasa por partir de la premisa de que el niño posee un instinto para investigar y conocer el mundo -llámese curiosidad infantil, instinto epistemofílico– y que lo hace, en primer lugar, a través del juego y los juguetes. Jugar y explorar es la principal tarea y el trabajo que realiza el niño en los primeros años de su vida. En los primeros meses y durante el primer año de vida el interés del niño se centra en su propio cuerpo; sus manos y sus pies son unos de los juguetes preferidos. De forma progresiva su campo de intereses se va ampliando y se va interesando por los “objetos”: personas y cosas de su alrededor. Juega con sus juguetes, con los objetos domésticos que llaman su atención, con las palabras, con su cuerpo, el de los amigos a los que va conociendo y con los que va compartiendo cada vez más y mejores experiencias. Quiero remarcar que todo este proceso de creación y búsqueda parte del niño, en este sentido es muy importante respetar su libertad. Nuestra actitud tiene que ser permisiva, tolerante y comprensiva junto, todo ello, a una firme y segura contención emocional, a fin de brindarle la posibilidad de que él haga y sea lo que quiera y pueda con sus pertenencias, aunque sus preferencias se aparten de los modelos más habituales. Así, por ejemplo, si al entregarle un juguete se interesa más por el continente que por el propio juguete, si inspecciona la caja, le da vueltas y no “usa adecuadamente” el juguete, se crea una situación que puede defraudar las expectativas del adulto y moverle a llamarle la atención hacia el juguete en vez de concederle el tiempo necesario para que su interés se vaya ampliando. Permitiéndole sus propias experiencias le ayudamos a valorar sus experiencias e intereses y al mismo tiempo interesarse y respetar las propuestas e intereses de los demás. Le ayudamos a ser demócrata y a respetar las reglas de la democracia.

Los primeros juegos proporcionan al niño un universo de sensaciones indiferenciadas y a medida que sus capacidades discriminativas aumentan, gracias a la intervención de los adultos que le asisten y van dando nombre a estas primitivas sensaciones, dichos juegos van permitiendo la primaria y necesaria discriminación sensorial para conseguir la posterior integración de las diferentes sensaciones, que unidas a las vivencias emocionales vinculadas a dichas actividades, permiten al niño tener una “experiencia total”. La exclusión de las vivencias emocionales vinculadas a los objetos hace que el niño caiga, de forma más o menos pasajera, en un uso estereotipado de los objetos. La capacidad emocional del niño depende a su vez de las capacidades emocionales y empáticas de los padres y educadores, y va más allá del simple nivel operativo y de la eficiencia; va unido en todo momento y de manera indisoluble a la relación y al intercambio emocional con el niño. La primitiva mentalización de las sensaciones vividas con emoción constituye la base, el germen, del desarrollo psicológico de niño y son el motor para que la imaginación y la creatividad puedan desplegarse. Quiero remarcar que la primera infancia, de 0 a 3 años, es una etapa esencial para el desarrollo ya que es en esta etapa cuando se forman y organizan las redes neuronales a nivel inconsciente que constituyen la base de desarrollo posterior de los circuitos neuronales del adulto.

A medida que van apareciendo nuevas funciones el juego se va modificando y enriqueciendo. De forma progresiva y en condiciones normales, es decir, en circunstancias no cargadas de excesiva emotividad ni agresividad, las actividades lúdicas del niño implican un rico y simultáneo interjuego de procesos mentales. Muy especialmente el establecimiento de relaciones objétales o vínculos afectivos con un bajo contenido hostil, que le permiten mediante el interjuego de dos o mas subjetividades el establecimiento en su mundo interno de “imagos” positivas y protectoras. Las actividades lúdicas requieren y favorecen el despliegue de los procesos del pensamiento. Para poder jugar hay que tener una adecuada percepción del medio y usar de forma adecuada los procesos de pensamiento (detectar similitudes y diferencias, clasificar, reflexionar, mantener la atención, formarse juicios, etc.).

A través de las actividades lúdicas el niño no solo desarrolla la imaginación y la creatividad: aprende a conocer y a elaborar aspectos, a veces difíciles de tolerar, de la realidad. Es muy frecuente que repitan en los juegos hechos que les han causado gran impresión en la vida. Esa repetición, por otra parte siempre modificada en algún sentido, junto al hecho de poder entrar y salir con facilidad del juego, le permite diferenciar realidad de fantasía e ir integrando sus impresiones. Puede elaborar fantasías sobre la vida, la sexualidad, la muerte, la agresividad, etc. sin quedar preso en ellas. A través del juego el niño crea, busca y encuentra nuevos objetos que sustituyen a los originales y en los que puede desplazar o revivir sus conflictos de persecución y pérdida. Encontrar un nuevo objeto, es decir, un símbolo, entendido como un objeto más o menos alejado de los primitivos objetos y con los que comparte ciertas similitudes y características, le procura un gran alivio en el sentido de disminuir la culpabilidad y el miedo a perder al objeto y le brinda la oportunidad de crear a través de las actividades lúdicas nuevos símbolos –cada vez más alejados del objeto primitivo- que le permiten la elaboración de las ansiedades y conflictos vinculados con la evolución.

Al mismo tiempo los juegos le convierten en un ser cívico en la medida en que se relaciona con otros individuos, crea y respeta las reglas del juego. Por todo ello, la mejor manera de conocer a un niño es observándole jugar y jugando con él. En general, a padres y a educadores les preocupa mucho el niño que no se interesa por los objetos y que no sabe jugar.

Proporcionar juegos, juguetes, cuentos y representaciones dentro del espacio educativo o familiar puede ser considerado como una desviación del objetivo pedagógico, como una forma de premiar al niño tras un esfuerzo realizado o simplemente como una manera de entretener y mantener al niño ocupado. Si en vez de darle este matiz negativo o neutro lo consideramos como una forma y un medio para ayudar a desarrollar su creatividad, nos lleva a tomar en seria consideración las actividades lúdicas y a diferenciar entre cantidad y calidad, tanto del juego como de los juguetes. En este sentido no se trata de proporcionar al niño una gran cantidad de juegos y juguetes, ni de proporcionarle las últimas tecnologías o llenarle las horas con diferentes actividades para que “vea y conozca” muchos aspectos del mundo. No se trata de brindarle muchas experiencias o darle muchas oportunidades –factor cuantitativo-. Ello puede llevar a una situación contraria, pues hay que remarcar que demasiados estímulos resultan inhibidores del interés del niño ya que puede sentirse abrumado por un exceso de estímulos o tener solo una experiencia corta y parcial con el objeto, circunstancia que favorece la dispersión de su atención. Tenemos que poner el énfasis en el factor cualitativo, tomar en consideración la naturaleza de las experiencias que le brindamos y el tiempo que podemos compartir con él. En este sentido repetiría una frase quizás demasiado usada, pero cierta: ¡que gran juguete es una pelota!

La creatividad no se estimula con unas determinadas técnicas ni con unas actividades programadas. Estas experiencias, si bien necesarias, no son suficientes y constituyen solo una parte de las oportunidades que le brindamos al niño para ejercitar su imaginación y creatividad. A lo largo de la evolución, pero en especial en los primeros años de la vida, el niño necesita del adulto. Este debe aproximarse y adoptar una actitud suficientemente abierta y respetuosa para que el niño pueda conocer y explorar el mundo y la realidad desde su singularidad, permitiendo y fomentando aproximaciones no convencionales. Los llamados “juegos didácticos” tienen su papel en el repertorio de actividades puestas al alcance de los niños. A mi entender, tienen quizás demasiado marcada la función que pretenden estimular; también es cierto que un niño creativo pronto amplía y usa con otra finalidad los elementos que un determinado juguete proporcionaba. Con lo que acabo de describir me gustaría que quedara evidente que toda actividad desarrollada sin un exceso de carga libidinal o agresiva tiene un carácter original y es una actividad lúdica y didáctica. Por contrapartida, el amor u odio desmedido conducirían a una idealización o rechazo exagerado.

A modo de conclusión, para participar en el desarrollo de la creatividad del niño apuntaríamos la necesidad de proporcionarle una amplia y rica experiencia con la realidad, permitiéndole experiencias originales destinadas a obtener nuevos fines. Nuestra participación iría en el sentido de contenerle en el sentido de intervenir solo cuando sus fantasías le provoquen un incremento de la ansiedad, ya sea por la incapacidad de elaborarlas o por quedar bloqueado debido a dificultades que surgen en la ejecución o resolución de una determinada situación. También tenemos que estar atentos a que no se dé, de forma continuada, un alejamiento significativo del sentido de realidad. No se trata de dejar que el niño se pierda en un mundo de fantasías. La creatividad comporta por parte del niño y en todo momento un interjuego de fantasía, concentración y lógica. Para que ello se lleve a cabo de forma adecuada y armónica es necesario que este interjuego se de dentro de un marco de contención que le ha de proporcionar la presencia cuidadosa del adulto.

Palabras clave: creatividad, educación, educar, infancia, juego, juguetes

Joana Tous Quetglas
Médico. Psicoanalista didacta y especialista en Psicoanálisis de Niños y Adolescentes de la Sociedad Española de Psicoanálisis (SEP) y la Asociación Psicoanalítica Internacional (API).
Miembro de la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente (SEPYPNA).
Correo electrónico: 6197jtq@comb.cat