The fifth principle

de Paul Williams
(Karnac Books, Londres, 2010, pp. 127)

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Paul Williams es analista didáctico de la Sociedad Británica de Psicoanálisis y miembro del Royal Anthropological Institute. Fue psicoterapeuta consultor del Servicio Nacional de Salud Británico, del que se retiró en 2010. Entre los años 2001 y 2007 fue coeditor junto con Glen O. Gabbard del International Journal of Psychoanalysis, y ha trabajado con, y publicado abundantemente acerca de, los trastornos mentales severos, por ejemplo en el libro Invasive objects: minds under siege (Objetos invasores: mentes en estado de sitio), publicado en 2007 por Routledge (Londres). En lengua catalana existe un libro del que Paul Williams es compilador y donde asimismo contribuye con un artículo. Se trata de Un llenguatge per a la psicosi (Grup del Llibre, 2007), y la traducción corrió a cargo de Pere Folch.

No creo que me haya pasado nunca antes: terminar de leer un libro y a continuación volverlo a empezar da capo hasta releerlo entero por segunda vez. Yo me había dicho que era tan solo con la intención de leer de nuevo el primer capítulo, para refrescarlo, y acabé por seguir hasta el final. Por suerte para mí el libro no es muy largo.

The fifth principle (El quinto principio), es un libro extremadamente original en el ámbito de nuestra profesión. Publicado por Karnak Books, dudo que esta editorial tenga otro como éste en su catálogo, o al menos que se le pueda comparar. Es un libro narrativo y no explícitamente clínico. Y, por cierto, viene recomendado, además de Gabbard, por el mismísimo J.M. Coetzee, Premio Nobel de Literatura en el año 2003, lo que viene a reforzar esta cualidad literaria, narrativa, que constituye una característica esencial. No ofrece ninguna tesis de ámbito general. Intenta en cambio ofrecer un estudio autobiográfico; a pesar de que el autor nos advierte de que no se trata de una autobiografía, o de que la persona descrita y él mismo no son la misma persona.

Ante tales afirmaciones, nos hallamos un poco desconcertados. Y nos preguntamos: ¿pero es, o no es, una autobiografía, si al fin y al cabo habla de alguien que fue el autor en un tiempo pasado? ¿Y cómo puede no tratarse de la misma persona que el autor, si es su propia vida?

Con ello quiero decir que se trata de un libro que vemos surgir de un conflicto intenso, atormentado. Creo que al autor, a la vez que describe situaciones de su vida, le es imprescindible buscarles explicación, así como entender quién era él en cada momento. Intenta darles explicación donde se ve como se piensa, hoy, desde su experiencia actual que le da una comprensión psicológica y de las relaciones. Intenta aportar sentido, intenta rever y reencontrar el que él fue, pero seguramente hay tanto de incomprensible en aquello que relata que el intento siempre deja intacto el conflicto. Sobretodo visto desde la perspectiva del niño, y desde la perspectiva de los que se encuentran a su alrededor. Y de tan insuficientes que le habrán parecido las explicaciones, el autor habrá tenido que reconocer que su relato a la vez le parece y no le parece suyo.

Como profesionales hemos conocido situaciones como aquellas que el autor vivió. De manera que nos parecen perfectamente verosímiles. Al menos nos lo parecerán a aquellos que hemos trabajado con niños y adultos seriamente carenciados, por ejemplo en la asistencia pública. El autor añade (comunicación personal) que también entre aquellos que nos hemos dedicado a la Salud Mental hay personas que se criaron en circunstancias similares a las aquí descritas.

Lo que hace particular y única, sea o no sea autobiografía, es que el autor nació y se crió, junto con sus hermanas, en una familia gravemente disfuncional, desestructurada, que no podía atender a los niños y ni siquiera tenía lugar para ellos; y aquí encontramos una recolección de aquellas vivencias, centrada en los años de la primera infancia, más o menos hasta los ocho años.

Las imágenes en el libro impactan, desde The woods, o sea Los bosques, donde el niño, incapaz de encontrar un lugar en su casa, se refugia y crea un mundo que llega a tener ecos de la geografía del Mundo, y hasta el contenido del Quinto principio que da nombre a la obra. Este último es el que le permite formularse a sí mismo la manera de salir de allí (no transcribiré el Principio para no privar al lector del descubrimiento, y tal vez de la polémica). El niño, al principio del relato de unos cuatro años, habría tenido una hermanita, la cual murió antes de que él naciera, por inatención de sus padres. Piensa el autor, que él estaba llamado a sustituirla, con la mala suerte de que se trató de un varón y no de una niña. Tras él ha nacido aún otra hermanita. El padre, alcohólico avanzado, la madre, promiscua y narcisista, no tienen otro intercambio que el consistente en acusarse mutuamente de la desgracia en la que todos se encuentran. La vida transcurre entre silencios solo interrumpidos por explosiones de recriminación entre los padres. Padre y madre, hacia los dos niños, no tienen otra conversación que la de acusarlos de hacer comedia, de querer llamar la atención, o simplemente de ser un estorbo. La madre parece especialista en romper cualquier defensa que el niño se haya podido procurar en busca de estabilidad, o en desmontar cualquier intento por parte del niño de acercarse a ella, y hacerlo estéril y vano. No existe ninguna función parental de la que tengamos conocimiento. La vida del niño, y parece asimismo la de loa adultos, es de pura supervivencia, de pura huída, como en un campo de concentración. El niño va intentando maneras de sobrevivir y de encontrar un lugar. En casa ello es imposible y el niño se va percatando a medida que pasan los años. ¿En la escuela? Allí encuentra la extrañeza y la dureza de las respuestas de completa incomprensión que encuentra. ¿Y con sus parientes cercanos? Cada persona de la parentela que sale descrita ha adoptado actitudes para escapar de la situación: y los niños no forman parte de esta escapatoria. No los comprenden. Los títulos de los capítulos nos impactan: Recuerdos, Error, Escuela, Maldad, Mentiras, Hambre, Drogas, Asesinato, El quinto principio. En ellos va apareciendo toda esta acumulación de intentos de encontrarse, sin éxito, y los intentos de explicarlo ahora desde la vida adulta y desde la experiencia profesional de Paul Williams, experiencia que habrá contribuido a salvarlo. Como corresponde a su edad infantil, son intentos, nada más, de explicarse lo vivido, que llegan hasta donde llegan.

Williams describe como en el intento de entender alguna cosa, el niño va encontrando, más bien que elaborando, una serie de principios rectores de su pensar. Tiene que abrazarlos para que le orienten mínimamente, para que ordenen un poco esta experiencia impensable. El primero de estos principios es Todo aquello que hago o digo está mal (o alternativamente se puede traducir como es erróneo). Este principio sale primeramente de la relación con los padres, relación de la que es imposible salir indemne y con alguna impresión positiva de sí mismo, de los padres o del contacto. Después, el principio se extiende a la mayoría de experiencias de escuela en aquellos primeros años. Y claro está, este principio refleja una desadaptación profunda y una extrañeza que parecen estar llamadas a definir el individuo en relación con el mundo entero. Si es así, podemos esperar el trastorno mental grave: y el autor se pregunta cómo pudo ser, que aquel niño sobreviviera a todo aquello, y qué precio tuvo que pagar por ello. Los demás principios van más o menos en conexión con éste primero, hasta llegar al último, el quinto, que ya encontrará el lector cuando se aventure en ello (y yo le recomiendo que se deje llevar, que no vaya a buscarlo de buenas a primeras).

La obra refleja, unas tras otras, situaciones inexplicables, extrañas. Permite imaginar la extrañeza de otros ante este niño nada común. Parientes, maestros, compañeros, que intentan consolarlo, que se extrañan, que lo apartan. El niño intenta repetidamente que aquello tan caótico parezca normal, y el autor nos lo describe adoptando una actitud pseudoadaptada que podría llamarse como sí, interrumpida de cuando en cuando por accesos de verborrea incontenible. Pone de manifiesto también los problemas de vergüenza, de las mentiras, y de otros intentos de solución. Se trata también de un niño que tiene muchas capacidades. Más adelante el libro se centra en los padres e intenta aproximarse a ellos. A la vez psicológicamente pero sin perder de vista que puede tratarse también de las fantasías de un niño. Me parece significativo que los padres no reciben un nombre propio, ni siquiera los de “padre” y “madre”, en los apartados a ellos dedicados. Solo se los reconoce como “Él” y “Ella” en el capítulo titulado Drogas. Y son descripciones duras, a la vez que intentan ser desapasionadas. Aprovecho para añadir aquí que, juntamente a la dedicatoria a sus propias dos hermanas, en la primera página el autor ha evocado In memoriam a sus dos padres por su nombre propio. De manera que los tenemos de dos, o quizá tres, maneras diferentes; pero estas formas de referirse a los padres muestran que hay dificultades en verlos como personas unitarias.

Todo el redactado del libro impacta, emociona. En todo caso no deja indiferente. Parece claro que el niño aquel tuvo que convencerse finalmente de que de donde no lo hay, no mana (o más libremente no pidas peras al olmo). Esto va haciéndose más claro, finalmente. El quinto principio, quizá por la manera cruda en la que queda expresado, provocará reacciones de protesta, porque parece tan poco psicológico o tan poco acorde con nociones que tenemos incorporadas. Nosotros pensamos a menudo en la reparación, como una especie de condición sine qua non para la salud mental. Y qué. De alguna manera tendrá que hacerse, lo de adquirir una identidad, o de encontrar un camino. Se puede discutir, si después de todo los padres no eran tan malos, ya que permitieron que una persona con la cabeza sobre los hombros saliera de aquella crianza tóxica. O si había otras experiencias más favorables que permitieran sobrevivir a la mente del niño. Pensamos también que este es un caso excepcional de resiliencia ante el trauma. Ninguno de los dos conceptos, me parece, está mencionado en el texto, cuando el autor intenta examinar las reacciones de aquel niño. No están mencionados explícitamente, creo, porque el libro no se refiere a otra cosa, y lo que hace es sumergirnos en ellos de lleno. No aparecen explicitados, porque no existen como conceptos en la mente del niño.

El estilo del libro, como correspondiendo a su temática, transmite ese sentimiento de lucha por la supervivencia. A veces las frases parecen esculpidas por el picapedrero, no escritas por un escritor. En otros momentos son un poco enrevesadas y se tienen que leer varias veces, y también éstas transmiten el sentido de lucha. El autor desea que la obra se pondere como obra literaria, y me parece bien. Pero queda claro que el autor no es un literato profesional: no está embelleciendo nada para hacerlo artístico, no está alargando las descripciones, que quedan desnudas, afiladas. No se entretiene en ellas, va directo al grano. No busca la lágrima. No critica, no acusa: solo describe. El vocabulario, el tono, llegan a ser hipnóticos. A momentos el autor nos toma por testimonio y nos dice “imaginad…”, y entonces debemos salir de los estados mentales en los que nos encontramos, del sueño, para organizar una imaginación que nos acerque más conscientemente al niño.

Al final el autor nos ofrece el reconocimiento de que, con todo lo que ha descrito de sus padres, de todas maneras él mismo ha tenido que percatarse también de su semejanza con ellos. Nos da en pocas frases un testimonio emocionante de sus sentimientos hacia sus hermanas. Y nos dice que con todo aquello que le ha pasado después de favorable en la vida, él, el autor que desciende de aquel niño, ha podido salvarse de la enfermedad mental para ser a cambio una persona extraña, cualidad que reclama para todos los extraños del mundo.

No sabría cómo decirlo: yo lo he encontrado tan honrado como el autor ha podido serlo. Y creo que no es ningún esfuerzo consciente de ser o de mostrarse honrado, creo simplemente que al autor no se le ha ocurrido ninguna otra manera que la de decir exactamente como lo ve él. Habrá pensado que puede estar equivocado pero que aún así dice la verdad de cómo lo veía el niño y de cómo lo ve hoy como adulto y profesional. El libro nace de una necesidad íntima, pienso, y su misma concepción, el hecho de querer escribirlo, debe ser aún una aplicación del quinto principio, que tiene tanto que ver con pasar página. De eso va el principio en cuestión.

El autor ha escrito ya una continuación, bajo el título Scum (chusma, escoria). Debe aparecer en inglés en otoño, tratará de la etapa adolescente. Después debe seguirlo una aproximación a los primeros tiempos de la edad adulta. Ya espero que aparezcan.

He empezado esta recensión diciendo que leí el libro dos veces seguidas, de cabo a rabo. Y supongo que lo que pasaba era que, de tantos impactos, al final deseaba recuperar un poco la proporción, el conjunto, el hilo, y por todo ello el volverlo a empezar: como si dijera que después de chocar con tantos árboles ahora deseaba volver a ver el bosque.

 

Pere Beà
Psiquiatra. Psicoanalista didacta de la Sociedad Española de Psicoanálisis (SEP) y de la Asociación Psicoanalítica Internacional (API).
Correo electrónico: 13379pbt@comb.cat