El mito del cerebro creador
Cuerpo, conducta y cultura

de Marino Pérez Álvarez
(Alianza Ensayo, Madrid, 2011, pp. 240)

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El cerebro ha sido objeto de investigación desde el antiguo Egipto, pero si uno se pasea por cualquier librería parece que hoy día la humanidad esté, por fin, a las puertas de resolver los enigmas de su funcionamiento (y de su malfuncionamiento), si no es que ya lo ha logrado. Proliferan libros de divulgación neurocientífica así como artículos en los periódicos, acompañados con coloridas neuroimágenes del cerebro, que explican con meridiana claridad porqué el ser humano se comporta, piensa, reacciona y siente como lo hace. El mensaje que muchas veces se desprende de estas lecturas es el de que nuestra conciencia, alegrías, penas, fobias, esperanzas, recuerdos, etc., en definitiva, todos los asuntos humanos, se reducen básicamente a células nerviosas y moléculas asociadas.

En 1990, la Biblioteca del Congreso y el Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH) de los Estados Unidos proclamaron la “Década del Cerebro” (1990-2000), que pronto alcanzó la primera plana en el medio académico internacional. El motivo era el de “incrementar la concienciación pública sobre los beneficios derivados de la investigación del cerebro”. Públicamente presentada el 17 de Julio de 1990 por el entonces presidente de los EE.UU., George W. Bush proclamó:

“El cerebro humano, una masa de tres libras de peso de células nerviosas entrelazadas que controla nuestra actividad, es una de las más magníficas -y misteriosas- maravillas de la creación. El asiento de la inteligencia humana, intérprete de sentidos, y controlador del movimiento, este increíble órgano continúa intrigando a los científicos y al público profano por igual” (la traducción es mía, Bush, 1990).

Con este importante empuje mediático, y financiero, el estudio del cerebro y del sistema nervioso se ha extendido en el ámbito de la investigación, y cada año se producen miles de artículos científicos que versan sobre el cerebro como órgano rector de nuestra conducta. El cerebro, en definitiva, está de moda y es objeto de fascinación tanto para científicos como para la población en general. Este cerebrocentrismo –lo mismo podría decirse del gencentrismo- se erige actualmente como protagonista del “espíritu de nuestro tiempo”. Como bromeó el psicólogo experimentalista canadiense Steven Pinker, “Nunca habrá una Década del Páncreas”.

La neurociencia se han convertido en “la Reina de las ciencias”, e incluso en la Reina de las humanidades, un tanto acomplejadas ante el reinado de la neurociencia. Hoy día, el prefijo “neuro”, antepuesto a cada vez más ramas del saber, se ha convertido en un atractivo reclamo por la connotación de cientificidad y veracidad que lleva asociada. De esta manera disponemos de un gran surtido de neuroespecialidades tales como: neuroantropología, neurocultura, neuroeconomía, neuroeducación, neuroética, neurofilosofía, neurogastronomía, neurohistoria, neuromarketing, neuropsicoanálisis, neuropsiquiatría, neuroreligión, por citar solo algunas. El profesor Pérez Álvarez nos dirá: “Se ha de reconocer que todo lo que lleva neuro + algo, vende y, así, todo lo que se sabía hay que revenderlo neuroempaquetado” (p. 27).

El profesor Marino Pérez Álvarez (ver la entrevista que TEMAS DE PSICOANÁLISIS le realiza en este número), Doctor en Psicología, Especialista en Psicología Clínica, Catedrático de Psicología de la Universidad de Oviedo y, a mí juicio, uno de los psicólogos contemporáneos españoles más eruditos y críticos, se propone en El mito del cerebro creador (2011) desenmascarar algunas falacias y errores conceptuales que fundamentan y envuelven al actual estudio científico del cerebro. La tesis de su libro no va contra la neurociencia, sino contra cierto uso de la neurociencia consistente en un reduccionismo fisicalista según el cual todo sería reductible en última instancia a procesos fisicoquímicos. El profesor Pérez Álvarez, en síntesis, denuncia con lucidez en esta obra como el cerebro en nuestros días suplanta a la persona.

Pérez Álvarez cita la llamada “hipótesis revolucionaría” anunciada por el premio Nobel Francis Crick (1916-2004) que establece lo siguiente:

“La hipótesis revolucionaria es que Usted, sus alegrías y sus penas, sus recuerdos y sus ambiciones, su propio sentido de la identidad personal y su libre albedrío, no son más que el comportamiento de un vasto conjunto de células nerviosas y de moléculas asociadas. Tal como lo habría dicho la Alicia de Lewis Carrol: “No eres más que un montón de neuronas”. Esta hipótesis resulta tan ajena a las ideas de la mayoría de la gente actual que bien puede calificarse de revolucionaria” (Crick, 1994, p. 3).

Es precisamente esta hipótesis implícita en numerosos discursos y libros de neurocientíficos, la que Marino Pérez Álvarez pretende refutar en esta obra. Y para ello se dirige a los cimientos mismos de esta “hipótesis revolucionaria” en las capas más profundas y ocultas del discurso, es decir, en el nivel de las premisas epistemológicas y filosóficas de base. Pérez Álvarez recuerda al lector, en palabras del psiquiatra y filósofo alemán Karl Jaspers (1883-1969), lo siguiente:

“No hay escape de la filosofía, la cuestión es solamente si es buena o mala, confusa o clara. Quien rechaza la filosofía está él mismo inconscientemente practicando filosofía” (Jaspers, 1954, p. 12).

La alternativa que ofrece Marino Pérez Álvarez es el materialismo filosófico de tres géneros: cerebro-conducta-cultura, basado en el materialismo filosófico desarrollado por el filósofo y excatedrático de la Universidad de Oviedo, Gustavo Bueno (1972). Estos tres géneros de materialidad (física, psicológica, cultural) están entretejidos y codeterminados mutuamente entre sí, como el autor demostrará paso a paso a lo largo del libro con unas excepcionales dotes de exposición. Esta visión, por consiguiente, pretende reubicar al cerebro, bajarlo del pedestal, para situarlo en un nuevo emplazamiento junto con otras disciplinas también esenciales. El autor argumentará que “Los genes no tienen el ‘programa’ de los resultados finales. El resultado del desarrollo no está precontenido en los genes ni en las células. Las influencias ambientales y conductuales sobre la actividad genética también existen” (p. 100). El enfoque del libro, no obstante, es principalmente filosófico, y en él se abordan en profundidad conceptos de la filosofía del cerebro como son el dualismo, el monismo y el materialismo filosófico. Es quizás en este punto donde yo personalmente hubiera tenido interés en conocer también, por boca del autor, cuáles considera son los avances o descubrimientos realmente más importantes de la neurociencia y qué implicaciones tienen estos hallazgos para la praxis clínica. Pero creo son más mis propias ansias, ya que no es éste el objetivo del libro. Y, además, la excepcional calidad y esmero que se ha puesto en la edición de las referencias bibliográficas ofrecen al lector innumerables posibilidades para adentrarse en el campo de las neurociencias.

El “mito del cerebro creador” hace referencia a la asignación de características y atributos psicológicos al cerebro cuando se afirma o describe que el cerebro piensa, calcula, realiza hipótesis, se enamora, etc. Parecería casi como que dentro de nuestro cerebro hubiese un hombrecito, un yo neuroquímico, gobernándonos con mayoría absoluta. De esta clase de enunciados dirá el autor: “Esta tendencia a adscribir atributos psicológicos al cerebro, por más que practicada por eminentes neurocientíficos y filósofos del ramo, no deja de incurrir en la así llamada “falacia mereológica” (del griego meros, “parte”), consistente en atribuir a las partes de un organismo los atributos aplicables a un todo. En realidad, quien piensa, razona, decide, etc. es el ser humano, la persona, no su cerebro” (p. 23). “El esclarecimiento del cerebrocentrismo devuelve a la persona el protagonismo que le corresponde. Las funciones que se asignan al cerebro, dentro de ese discurso homunculista pseudocientífico, a veces practicado por los propios neurocientíficos en su afán divulgativo, son en realidad actividades propias de la persona, dada en una sociedad y en una cultura” (p. 203).

El libro nos desvela la realidad de las tan divulgadas “neuroimágenes” estructurales y funcionales del cerebro y, por lo tanto, deshace un tanto lo que tienen de mitología: “Las neuroimágenes, a menudo consistentes en puntos o zonas coloreadas sobre el dibujo de un cerebro, son representaciones gráficas resultantes de complejos cálculos estadísticos. Ni siquiera son los datos originales de las medidas de las actividades físicas suministradas por los escáneres, ya que estos datos sufren un proceso de análisis matemático de acuerdo con los modelos teóricos sobre la anatomía y la función cerebral. (…) las neuroimágenes no son instantáneas fotográficas de lo que sucede en el cerebro en un momento dado, como se presta a entender” (p. 33). “Los vistosos gráficos que producen las máquinas sugieren mucha más precisión que la que tienen. Todo ello, antes de preguntar qué tiene que ver el flujo sanguíneo con la mente. Entretanto, ahí está el magnetismo de las neuroimágenes, cuyo atractivo se sobrepone a su sentido, al fin y al cabo un indicador indirecto de actividad neuronal correlativa a actividad mental” (p. 34). Más adelante dirá: “De tales puntos coloreados, a decir o dar a entender que ahí están la conciencia, la decisión, el recuerdo, el amor, la depresión, la fobia, la obsesión o lo que sea, va un buen trecho” (p. 201).

El cerebrocentrismo, es decir, la tendencia de explicar y estudiar todas las actividades humanas casi exclusivamente en términos cerebrales, trae diversas consecuencias. Marino Pérez Álvarez observa con sutileza como en el ambiente sociocultural se respira una cierta dimisión de la responsabilidad de las personas e instituciones a cuenta del cerebro, cuyo mensaje o lema subliminal podría resumirse de la siguiente manera: “No es la sociedad, no es la familia, no soy yo, es el cerebro” (p. 27). Me viene al caso aquí el recuerdo de un chiste gráfico que apareció en la revista New Yorker hará unos años. En el dibujo se veía a una niña pequeña sentada en el rincón de una habitación y rodeada por una montaña de juguetes. En el otro extremo de la habitación había otra niña, sola y desolada por no poder jugar con su amiga quien le dice “lo siento Jane, yo compartiría mis juguetes contigo, pero es que aún no he llegado a este estadio evolutivo”. Esta viñeta cómica representa, de forma sencilla, los posibles riesgos de una transmisión sesgada y excesivamente reduccionista del conocimiento científico sobre el cerebro.

En efecto, ciertas afirmaciones sobre el funcionamiento del cerebro y de la mente y sus trastornos, según el modo en que se difundan y comuniquen, pueden tener un uso contraproducente, incluso engañoso. Reflejo del zeitgeist cerebrocentrista actual es “el uso” que “en determinadas ocasiones” se hace de algunos diagnósticos de trastornos mentales como, por ejemplo, del popular TDAH (Trastorno por déficit de atención con -o sin- hiperactividad), anteriormente designado con el nombre menos fácil de usar y accesible y, por consiguiente, menos popular de “disfunción cerebral mínima”. Habiendo trabajado varios años como psicólogo clínico en un Centro de Salud Mental Infanto-Juvenil público, en la población de L’Hospitalet de Llobregat en Barcelona (CSMIJ de la Fundació Orienta), recuerdo como a veces llegaban casos empaquetados con un diagnóstico de TDAH ya designado, en ocasiones por profesionales de la salud o de la enseñanza, en otras por los propios padres, y en otras por todo el mundo a la vez. Era llamativo observar como en ciertas ocasiones, al recibir el caso en una primera entrevista, los intentos de exploración o comprensión por mi parte de la biografía, anamnesis o situación del contexto familiar eran considerados como un interés absurdo e irrelevante al caso, dado que los síntomas del archiconocido TDAH se sabía que eran producto exclusivamente de una desregulación del cerebro. En los casos más notorios no era posible desempaquetar el envoltorio del caso, serigrafiado con el apelativo de TDAH. Tales situaciones clínicas a mí juicio ponen de manifiesto la influencia y el peso de la tendencia cerebro-céntrica que describe Marino Pérez Álvarez en la asistencia en salud mental. En la entrevista que TEMAS DE PSICOANÁLISIS le realiza en este número, el profesor Pérez Álvarez (2013) se refiere al TDAH como “un ejemplo de conversión de problemas con los niños en categorías clínicas”.

Desde la perspectiva del desarrollo que el autor defiende, “el cerebro deja de verse solo como agente creador, según lo ha personificado la neurociencia, y se revela también como “variable dependiente” de contextos culturales, experienciales y evolutivos acumulados a lo largo de la vida” (p. 105). Esto tiene implicaciones para la práctica clínica en los ámbitos de la psiquiatría y de la psicología. Sobre esta cuestión Marino Pérez Álvarez, que en alguna ocasión se ha definido como “conductista radical”, defenderá lo siguiente:

“En el ámbito clínico, si se estudiaran más de lo que se suele las pautas de crianza, los moldeamientos y reglas y la enseñanza (normas, modelos, modales, valores, etc.), se necesitaría menos acudir a explicaciones genéticas y neurobiológicas. En realidad, el estudio de las pautas de crianza y aprendizaje forman parte de la tradición psicológica, desde Freud a Skinner. Enfoques radicales como el de Freud y Skinner, tan diferentes en otras cosas, coinciden en los extremos en situar la raíz de la psique y de la conducta humana en la historia personal desde la infancia” (p. 104).

A modo de conclusión me queda decir que la lectura de El mito del cerebro creador no dejará indiferente al lector, precisamente porque consigue que éste reafirme la sensación de protagonismo sobre su persona, su vida y destino. En el zeitgeist actual en el que estamos, parece que la psicología y el psico-análisis de los trastornos mentales esté llamada a perecer a favor de una flamante y revolucionaria neurociencia de los trastornos del cerebro. Marino Pérez Álvarez nos devuelve a nuestra identidad y dimensión humana y cultural, de la que por un momento parecíamos habernos librado. En esta dimensión el cerebro sigue ocupando un lugar capital, como no podría ser de otra manera, pero ya no un lugar “exclusivo”; lo comparte con la realidad psíquica (experiencias, acciones, reacciones, hábitos, sentimientos, cogniciones y conductas) y con la realidad social y cultural. “El genio del cerebro, como se ha dicho, está en mediar y habilitar las funciones psicológicas, no propiamente en causarlas o crearlas. (…) La cuestión aquí es que no cabe el reduccionismo de una realidad a otra, sino que se impone la pluralidad, la codeterminación mutua y la discontinuidad de la materia” (p. 198). “El cerebro está, amén de incorporado en el cuerpo (embodied), incrustado en un medio cultural (embedded), del cual depende tan inexorable como inextricablemente” (p. 97).

Marino Pérez Álvarez realizará este ejercicio de recolocación de forma ejemplar, con un proporcionado equilibrio entre conocimiento, reflexión y explicación, lo que convierte a esta obra de erudición en apta para todo tipo de lectores. Al final del libro, un capítulo anexo da muestra de la talla del autor, de su pluralidad y honradez: un apartado de Bibliografía comentada con más de 50 libros de reconocidos neurocientíficos, leídos y comentados brevemente todos. Un verdadero ejemplo de diálogo intra e interdisciplinar.

 

Referencias bibliográficas

Bueno, G. (1972), Ensayos materialistas, Madrid, Taurus.

Bush, G.W. (1997), “Presidential proclamation 6158”, Washington DC, Project of the decade on the brain.

Crick, F. (1994), La búsqueda científica del alma. Una revolucionaria hipótesis para el siglo XXI, Madrid, Debate.

Jaspers, K. (1954), Way to wisdom, New Haven, CT, Yale University Press.

Pérez-Álvarez, M. (2011), El mito del cerebro creador, Madrid, Alianza.

– (2013), “Entrevista a Marino Pérez Álvarez. El conductista radical”, Temas de psicoanálisis, 5, www.temasdepsicoanalisis.org, Barcelona, Sociedad Española de Psicoanálisis.

Pinker, S. (1999), citado en “Editorial: Celebrating a decade of progress”, Nature Neuroscience, 2, 487.

 

Sacha G. Cuppa Tuset
Psicólogo especialista en Psicología clínica.
Psicoanalista de la Sociedad Española de Psicoanálisis (SEP) y de la Asociación Psicoanalítica Internacional (API).
Correo electrónico: sachacup@copc.cat