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1. Introducción

España es uno de los países europeos en los que el psicoanálisis ha tenido menos influencia y, sin embargo, el castellano fue el primer idioma al que se tradujeron las obras completas de Sigmund Freud. A ello contribuyeron tres hombres: José Ortega y Gasset (1883-1955), introductor en España de todo lo que de interés ocurría en el mundo del pensamiento en alemán, José Ruiz-Castillo (1910-1945),  presidente de la editorial Biblioteca Nueva, y Luis López-Ballesteros y de Torres (1896-1938), primer traductor al castellano de las obras completas de Freud.

La recepción del psicoanálisis en España no fue precisamente fácil; en palabras de Antonio Abaúnza (1930):

Resulta paradójico que el país que cuenta hasta ahora con la mejor y más completa traducción de la obra de Freud, sea al mismo tiempo el país que muestra una mayor resistencia, más aún, una clara aversión a la implantación de la investigación psicoanalítica.

Pese a la resistencia que presentaron la Iglesia y algunos intelectuales de la primera mitad del siglo XX, los términos técnicos del psicoanálisis han ido penetrando poco a poco en nuestra lengua no solo como términos de especialidad, sino también como términos del uso común de los hablantes. La presente comunicación analiza el camino seguido por las voces de especialidad, partiendo de las primeras traducciones por parte de Luis López-Ballesteros y de Torres (1922 y 1923) de las obras de Freud.

 

2. La primera recepción de Freud en España[1]

Un mes después de la publicación, en Berlín y en Viena, de El mecanismo psíquico de los síntomas histéricos, la famosísima Comunicación preliminar de Josef Breuer y Sigmund Freud, la traducción al castellano de este texto aparece en febrero de 1893 en la Revista de Ciencias Médicas de Barcelona con el título: Mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos. De forma casi simultánea el mismo artículo sale en la Gaceta Médica de Granada. James Strachey identificó esta publicación como la primerísima traducción de una obra psicológica de Freud en el mundo.

A pesar de esta temprana aparición del nombre de Freud en España, no hay rastro de referencias a las teorías freudianas en las revistas de psiquiatría del país hasta 1897. Francisco Carles, autor de una tesis de doctorado sobre este período, señala que es entonces cuando por primera vez Freud es citado por un médico español. El psiquiatra catalán Lluís Dolsa (1850-1908), director del Institut Frenopàtic de Barcelona, menciona las teorías acerca de le etiología de la histeria de un tal “Frend” (sic), teorías que le merecen un comentario más bien negativo. Algunos años después encontramos la primera referencia a Freud en Madrid y es en la Revista Clínica de esta ciudad donde se publica, en 1909, la primera presentación algo más extensa de las teorías freudianas. El autor de esta presentación, Miguel Gayarre, resume y comenta “el caso Dora” que le sirve para explicar a sus lectores el método terapéutico y la teoría freudiana acerca de la etiología de las neurosis; también alude a los trabajos de Freud sobre la psicopatología de la vida cotidiana. En base a una argumentación ideológica reaccionaria y antisemita, Gayarre rechaza lo que él llama la “psicoterapia sexual”; además de ineficaz, esta no encontraría en España “material adecuado” dado que “casi todos los casos de Viena, son judíos en los que, como es sabido, abundan los matrimonios consanguíneos y en los que, por tanto, se acumulan los estigmas degenerativos y las neuropatías sexuales”.

Por los mismos años, el filósofo Ortega y Gasset alude a Freud por primera vez. En 1911, Ortega y Gasset publica dos artículos – y no uno como se suele decir― sobre el psicoanálisis. El segundo, titulado Psicoanálisis: ciencia problemática, es el más conocido. El primero, Nueva medicina espiritual, salió en el diario La Prensa de Buenos Aires. Ambos persiguen el mismo objetivo, que es el de presentar las teorías freudianas a un público no médico. Ambos, por supuesto, dan lugar a una misma valoración de la aportación freudiana por parte del filósofo, cuya posición ambivalente es de sobras conocida. La diferencia entre los dos artículos radica más bien en la elección de los temas: Ortega dedica gran parte de la publicación argentina al sueño, mientras que en la española ofrece una introducción más larga y más sistemática a las teorías freudianas. Hay otra diferencia entre los artículos publicados por Ortega en España y en Argentina, y es que mientras que en España la contribución del filósofo no parece haber despertado ningún interés, en Argentina varios lectores de La Prensa escribieron al periódico para pedirle a Ortega más información sobre el tema.

La primera exposición  sistemática y documentada del psicoanálisis en España fue obra del neuropsiquiatra madrileño Fernández Sanz quien publicó sobre la materia alrededor de 1914. Probablemente fue también él el primero en hablar sobre psicoanálisis en una universidad española. Fernández Sanz introdujo en su obra la teoría psicoanalítica más por ofrecer algo novedoso que atrajera la atención de los lectores que por genuino interés en el psicoanálisis. Rodríguez Lafora, psiquiatra español discípulo de Santiago Ramón y Cajal, tuvo una actitud más abierta y respetuosa con la teoría freudiana que la mayoría de los psiquiatras, neurólogos y psicólogos de la época. Fue uno de los introductores de las tesis freudianas en España. Formado como psiquiatra en Berlín, París y Múnich, a partir de 1914 publicó artículos favorables al psicoanálisis, y en 1925 fundó el Instituto Médico-Pedagógico y el Sanatorio de Carabanchel. Como numerosos psiquiatras de todo el mundo, contribuyó a difundir el psicoanálisis abordándolo de manera crítica. Le reprochaba a Freud lo que en ese entonces se convenía en denominar su pansexualismo, el carácter dogmático de su teoría (que a su juicio debía ser reexaminada a la luz de la experiencia), y consideraba al psicoanálisis como una psicoterapia entre otras, comparándola incluso con la confesión. A él se deben las primeras disertaciones sobre el psicoanálisis fuera de España (1923), concretamente en Buenos Aires.

En 1917, José Ortega y Gasset recomienda a José Ruiz-Castillo, editor de la editorial  Biblioteca Nueva la traducción al castellano de las “obras completas” de Freud ―Freud no había escrito todavía toda su obra y de hecho tardaría aún catorce años en terminarla―, llegando a prologar en 1922 el primero de sus volúmenes. Entre 1922 y 1934 aparecieron 17 tomos, traducidos por Luis López-Ballesteros, empleando como principal fuente las Gesammelte Schriften. La traducción fue alabada por el propio Freud según se comprueba en el prólogo:

Sr. D. Luis López-Ballesteros y de Torres:
Siendo yo un joven estudiante, el deseo de leer el inmortal “Don Quijote” en el original cervantino me llevó a aprender, sin maestros, la bella len gua castellana. Gracias a esta afición juvenil puedo ahora ―ya en edad avanzada― comprobar el acierto de su versión española de mis obras, cuya lectura me produce siempre un vivo agrado por la correctísima interpretación de mi pensamiento y la elegancia del estilo. Me admira, sobre todo, cómo, no siendo usted médico ni psiquiatra de profesión, ha podido alcanzar tan absoluto y preciso dominio de una materia harto intrincada y a veces oscura.
S. Freud
Viena, 7 de mayo de 1923.

La editorial Biblioteca Nueva publicó en 1948 la integral de las obras de Freud en dos volúmenes, traducidas por López-Ballesteros. La traducción al inglés tuvo que esperar a 1953, y otro tanto ocurrió con la traducción al francés y al italiano. Desde luego, durante ese tiempo se fueron traduciendo y publicando libros de Freud de forma aislada en estos idiomas.

Como es sabido, las teorías psicoanalíticas de Freud ejercieron una fuerte influencia en la generación del 27. Sin embargo, tal y como sugieren Martín y Gallego (2011):

La obra de Freud no fue bien recibida en España ni por la Iglesia católica ni por los intelectuales, muy influidos, por cierto, por el catolicismo. Tampoco fue buena la recepción que le dieron neurólogos, psicólogos y psiquiatras, sobre todo estos últimos, si bien no faltaron profesionales de la psiquiatría, como Sanchís Banús y Juarros, que defendieron con pasión el psicoanálisis, y otros, como Rodríguez Lafora y Sacristán, que contribuyeron enormemente a su difusión, pero siempre desde una posición crítica […] lo cual explica por qué hubieron de transcurrir 37 largos años desde la publicación en España de la primera versión de un texto de Freud en castellano hasta la aparición del primer psicoanalista español[2].

Otro hito importante en la recepción del psicoanálisis en España fue la aparición de la revista Archivos de Neurobiología, fundada en 1920 por Ortega y Gasset, Rodríguez Lafora y José Miguel Sacristán (1887-1957), revista que publicó su último número en 1936.

 

3. El lenguaje del psicoanálisis

3.1. Preliminares

El avance del psicoanálisis como ciencia supuso, consecuentemente, la creación de una terminología especializada. En palabras de É. Benveniste (1974):

La constitución de una terminología propia determina en cualquier ciencia la aparición o el desarrollo de una conceptualización nueva y, por ello, marca un momento decisivo de su historia. […] Una ciencia no comienza a existir o no puede imponerse como tal más que en la medida en que consigue encajar los conceptos en sus denominaciones. […] Denominar, es decir, crear un concepto, es al mismo tiempo la operación primera y última de la ciencia.

Dicho de otro modo, lo que destaca como elemento caracterizador del lenguaje científico es el vocabulario que emplea. Por regla general son los propios investigadores los que llevan a cabo la creación de neologismos en el ámbito de la ciencia, siempre a partir de la historia y la terminología particular de la ciencia o especialidad en cuestión.

A diferencia de la lengua general, los lenguajes especializados se desarrollan en función de una temática determinada y son especiales en cuanto al contenido de su discurso, ya que transmiten un conocimiento específico (Sager, 1993). Esta es la idea que justificaría el establecimiento de una oposición entre los términos que tienen una referencia concreta con respecto a una disciplina determinada, y las palabras que tienen, por el contrario, una referencia general con respecto a la lengua común (ídem). La única diferencia entre estos dos conceptos ―lenguaje general vs. lenguaje especializado― está en función del contexto en el que se actualice una unidad léxica determinada. El uso lingüístico, junto con el contexto comunicativo, es quien define la compleja relación entre ambas modalidades, haciendo que ambos tipos puedan integrarse en una lengua natural debido al constante transvase de unidades de uno a otros. No se trata pues de palabras distintas, sino de usos y contextos diferentes. En palabras de Derrida (1979), referidas justamente al vocabulario utilizado en el lenguaje del psicoanálisis:

Las “mismas” palabras que cambian de pronto de sentido, que desbordan de sentido y desbordan incluso el sentido y que, no obstante, permanecen impasibles, idénticas a sí mismas, imperturbables, haciendo que leamos, en el nuevo código de esta traducción anasémica[3], lo que hubiera habido que leer en la otra palabra, la misma, antes del psicoanálisis; esa otra lengua que utiliza las mismas palabras imponiéndoles un “cambio semántico” radical. […] Y también a fin de introducirnos al código que nos permitirá traducir la lengua del psicoanálisis, una nueva lengua que altera radicalmente las palabras, las mismas palabras, las de la lengua corriente, que aun utiliza y que traduce a aquella, a una lengua totalmente otra: luego, entre el texto ‘traductor’ y el texto ‘traducido’ nada parecería haber cambiado y, sin embargo, entre ambos ya no habría más que relaciones de homonimia.

De forma similar se expresa Gutiérrez Rodilla (1998):

En muchas ocasiones el vocabulario científico se ha ido formando a partir de palabras del lenguaje común a las que se ha dotado de un nuevo significado.

Ahora bien, si por un lado las lenguas de especialidad parten de las palabras del lenguaje común para acuñar la nueva terminología, por el otro se produce un trasvase de términos de especialidad a la lengua común a partir de una ‘popularización’ de la terminología. Tal es el caso de términos como calentura, paperas, sarpullido, piedras, culebrón, etc., terminología del campo de la medicina que han terminado convirtiéndose en términos vulgares y que hoy en día nadie calificaría de ‘tecnicismos’. Gutiérrez Rodilla (1998) insiste en la cuestión de que hoy en día, la principal fuente de léxico para el lenguaje estándar proviene del mundo de la ciencia y de la técnica, democratizado a través de los medios de comunicación[4]. Este trasvase entre ambas modalidades es especialmente acusado en el lenguaje del psicoanálisis según se verá más adelante.

Pasamos seguidamente a analizar algunos términos que aparecen en dos de las obras traducidas por López-Ballesteros en 1922 y 1923, respectivamente: Una teoría sexual y otros ensayos (1901-1905, 1911, 1921) e Introducción al psicoanálisis (1917). Las traducciones de López-Ballesteros son sobre ediciones todas ellas posteriores a la primera aparición de los ensayos (1905), las cuales, según indica el traductor, fueron aumentadas o revisadas por el psicoanalista vienés. La terminología que aparece en ellas es abundantísima. Se trata de palabras aisladas, compuestos cultos ―normalmente con raíces griegas o latinas―, términos derivados o bien construcciones sintagmáticas. Según Gutiérrez Rodilla (1998) las categorías predominantes en el lenguaje científico son las formas nominales, gran parte de ellas construidas a partir de formantes griegos o latinos. Sin embargo, en el lenguaje del psicoanálisis parece predominar la construcción sintagmática, además de aquella.

El análisis llevado a cabo pondrá de manifiesto, por un lado, la lenta penetración de la terminología del psicoanálisis en el diccionario académico no solo como términos de especialidad, sino también como palabras y giros de uso común, y, por el otro, que la terminología del psicoanálisis se corresponde con la idea expresada por Derrida: se trata de las mismas palabras tras haber sufrido un ‘cambio semántico radical’.

 

3.2. Los términos

A continuación ofrecemos los términos ―mayoritariamente nombres y adjetivos en aposición―  seguidos de la cita bibliográfica y, entre paréntesis, su primera aparición en el Diccionario académico. También se detallan algunos pormenores de los cambios sufridos por las definiciones, por la categoría gramatical de la voz o por las marcas de uso en el diccionario académico. En estos casos se registra la edición que ha observado el cambio. En ocasiones se adjunta la definición que el propio ensayo da del término. Del mismo modo se han cotejado algunos vocablos con diccionarios especializados o con el concepto propiamente freudiano de estos para poner de relieve si la definición del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) se ajusta a la terminología de especialidad. Asimismo, a fin de justificar la incidencia de las voces en el lenguaje general, se ha consultado el Corpus de Referencia del Español Actual (CREA) con el objeto de poner de manifiesto si el uso justifica, o no, la inclusión del término en un diccionario de lengua general. Ocasionalmente se incluye el término en alemán.

acto sintomático (1923: 15). Acto (1726). Sintomático (1780).

actos fallidos (1923: 9). Acto (1726). Fallido (1732).

ambivalencia (1923: 260). El ensayo define propiamente el término como «la existencia, en una misma persona, de sentimientos opuestos, amistosos y hostiles, con relación a otra». (1956) Aparece con la marca de especialidad psicol.

aparato psíquico (1922: 281). Aparato (1726). Psíquico (1914) «relativo o perteneciente al alma». Esta definición se arrastra hasta la edición de de 1992. En la vigesimosegunda edición se define como «Perteneciente o relativo a las funciones y contenidos psicológicos», sin marca de uso.

aportación alucinatoria (1922: 335). Aportación (1884). Alucinatoria (1970).

asexuales (1922: 294). (1933).

Los términos que siguen a continuación son construcciones con el prefijo auto-. En las obras aparecen bien separadas las unidades con guion, bien aglutinadas.

auto-aplicación (1922: 225). Auto- (1925) Aparece como elemento compositivo por primera vez en esta edición. Aplicación (1726).

autoerótica (1923: 246). No se recoge en el Diccionario académico. Auto- (1925). Erótica (sust.) (1884). En esta edición se precisa el término erótica como «poesía erótica». La edición de 1992 define el vocablo en su segunda acepción como «Atracción muy intensa, semejante a la sexual, que se siente hacia el poder, el dinero o la fama». Erótico (adj.) (1732) «cosa amatoria y perteneciente a las pasiones y afectos de amor». En la edición de 1936 se detecta una segunda acepción con el significado de «Perteneciente o relativo al amor sensual». En la vigesimoprimera edición se recoge, también, el significado de «Que excita el apetito sexual».

autoerotismo (1923: 246). No se recoge en el Diccionario académico. Auto- (1925). Erotismo (1732) definido como «Pasión fuerte de amor». La edición de 1936 registra «Amor sensual exacerbado». La edición de 1992 cambia la definición substancialmente por «Amor sensual. 2. Carácter de lo que excita el amor sensual. 3. Exaltación del amor físico en el arte» definición que copia la vigesimosegunda edición. El CREA recoge 25 casos del término autoerotismo.

auto-observador (1922: 224). Auto- (1925). Aparece como elemento compositivo por primera vez en esta edición. Observador (1737).

bisexuales (1922: 294). Bisexual (1914). Remite directamente a hermafrodita entendiendo como tal “que tiene los dos sexos”. La edición de 1992 incluye en la definición una segunda acepción con el significado de «dícese de la persona que alterna las prácticas homosexuales con las heterosexuales». En las obras de Freud, bisexual se refiere concretamente a la pulsión sexual. En sus primero y segundo ensayos, Freud establece que el ser humano posee una disposición bisexual más allá de lo anatómico, con múltiples posibilidades de placer representadas en la pulsión sexual. La sexualidad es deseo, de ahí que resulte eminentemente humana. El objeto de amor no tiene nada que ver con sus sexos, sino con la «fuerza» que en él se percibe. Consecuentemente, el concepto de bisexual no se refiere tanto a la primera definición “que tiene los dos sexos” como a la segunda definición, la cual penetra en el Diccionario académico en la vigésimo primera edición. Se comprueba, consecuentemente, un desplazamiento semántico influido, con toda seguridad, por el concepto psiquiátrico.

celos morbosos (1923: 19), celos obsesivos (1923: 19). Celos (Zelos) (1739). Obsesivo (1925). Morboso (1734) «Enfermo o que causa enfermedad». En la edición de 1984 se recoge «que provoca reacciones mentales moralmente insanas o que es resultado de ellas». En el CREA encontramos ejemplos que ilustran ambos significados.

En Grecia el ideal era saber de la «polis», el saber político. Quien no se conformaba a la regla pública era un desarreglado, un morboso, un enfermo. [La Vanguardia, 21/05/1994: Dos sistemas pedagógicos.]

Por pensar y no vivir el sexo hemos dado origen a la masturbación crónica, a la fantasía sexual compulsiva, al celibato, a la promiscuidad, al chiste morboso, a la pornografía, a la obscenidad. [Siglo XXI, 29/11/2004: Vida].

conflicto patógeno (1923: 270). Conflicto (1729). Patógeno (1925).

conmoción mecánica (1922: 337). Conmoción (1780). Mecánica (1780).

crisis de excitación (1923: 18). Crisis (1729). Excitación (1843).

demencia praecox (sic.) (1922: 301)  / demencia precoz (1923: 212). Demencia (1732). Precoz (1737).

[profunda] depresión (1923: 18). Depresión (1780) con el significado de “abatimiento, humillación”.  No es hasta la edición de 1970 donde se recoge su acepción estrictamente psicológica en su tercera acepción: 3. Síndrome caracterizado por una tristeza profunda e inmotivada y por la inhibición de las funciones psíquicas. No lleva marca de uso. En la edición de 1984 aparece con la marca pat. En la edición de 2001 cambia la marca de uso a psicol.

disposición a la angustia (Angstbereitschaft) (1922: 335). Disposición (1732). Angustia (1726).

efecto terapéutico (1923: 270). Efecto (1732). Terapéutico (1869).

enfermedades nerviosas: histerias, neurosis de angustia, neurosis obsesivas (1923: 274). Enfermedades (1732). Nervioso (1734). Histeria (1970) Remite directamente a histerismo (1884). Solo a partir de 2001 se define directamente. Neurosis (1869). Angustia (1726). Obsesivo (1925).

erotomanía (1923:256). (1884). Aparece con la marca de uso med.

estímulo sensorial (1922: 289). Estímulo (1732). Sensorial (1956) remite a sensorio; En la edición de 1989 define directamente como «perteneciente o relativo a la sensibilidad o facultad de sentir».

estructura histológica (1922: 334). Estructura (1732). Histológica (1884).

etiológica (1922: 334). (1936).

excitación sexual (1922: 337). Excitación (1843). Sexual (1843).  En la edición de 2001, bajo el lema excitación se recoge propiamente el valor de la configuración : «4. tr. Despertar deseo sexual».

expresión somática (1923: 212). Expresión (1780). Somático (1927).

“flechazo”. El ensayo lo define como «enamoramiento fulminante» (1923: 10). Flechazo (1732). En la edición de (1852) se recoge por primera vez el sentido de «Inspirar amor repentinamente».

folklore (1922: 295). (1925).

formaciones psicopáticas (1922: 298). Formación (1732). Psicopático (1970).

función psíquica (1922: 219). Función (1732). Psíquico (1914).

gabinete / gabinete de consulta (1923: 14). Gabinete (1734). Con el significado de «5. Habitación provista de los aparatos necesarios, donde el dentista u otro facultativo examina y trata a sus pacientes» no aparece hasta la edición de 1970.

génesis (1922: 337). Con el significado de «1. Origen o principio de algo» se recoge por primera vez en la edición de (1899).

heterosexual (1923: 259). (1984).

hipocondría (1923: 249). El ensayo lo define como «afección en la que un órgano preocupa igualmente al Yo sin que advirtamos en él enfermedad ninguna patógena» (1923: 252). El diccionario de 1780 lo define como «Afección o pasión que se padece procedida de los hipocondrios la cual causa una melancolía suma y otros efectos que atormentan al sujeto […]». En la edición de 1992 aparece, por primera vez, la definición con el añadido de «preocupación constante y angustiosa por la salud».

homosexual (1923: 258). En las ediciones de (1936) a (1956) remite a sodomita. A partir de la edición de 1970 define la palabra directamente.

ideas morbosas (1922: 224). Idea (1734). Morboso (ver  más arriba).

ideas obsedentes (1922: 298). La primera traducción del sintagma es ideas obsedentes del alemánZwang”. Años más tarde se traducirá por ideas obsesivas (1984: 63). El término obsedente no se recoge en el DRAE en ninguna de sus ediciones. Obsesivo (1925).

incoercible impulso (1923: 17). Incoercible (1899). Impulso (1734).

inconsciente (1923: 84). (adj. DRAE suplemento 1869).  Como sustantivo aparece a partir de 1956 en el ejemplo «el marido es un inconsciente». Con el significado psiquiátrico de «estado o proceso mental del que el sujeto no tiene consciencia» no se registra hasta la edición de  (2001), la cual lo define como «m. Psicol. Sistema de impulsos reprimidos, pero activos, que no llegan a la conciencia».

la psicoanálisis (1923: 255) (1947). Aparece como amb. hasta la edición de 2001. A partir de la edición de 1985 manual se recoge al final la indicación Ú. m.c.m.

lagunas amnésicas (1923: 270). Laguna (1734). Amnésico (1984).

libido (1923: 9). En el ensayo se define como: «con esta palabra designamos aquella fuerza en que se manifiesta el instinto sexual análogamente a como el hambre se exterioriza en el instinto de absorción de alimentos». Se registra en la edición de 1956 como «Deseo sexual».

manía celosa (1923:256). Manía (1734) se define ya como «enfermedad de la fantasía». El término cambió su definición en la edición de 1803 por «Especie de locura», que todavía recoge la vigesimosegunda edición. Celoso (1739) zeloso.

manía persecutoria (1923:256) / manía de grandeza / (1923:256). Manía (1734). Persecutorio (1936).  Grandeza  (1734). La edición de 1936 registra el primer sintagma. En el DRAE 1984 Manual salen ambas configuraciones.

melancolía (1923: 259). (1780) para referirse a uno de los cuatro humores del cuerpo o bien a una «tristeza grande». A partir de la edición de 1927 recoge la acepción «Monomanía en que dominan las afecciones morales tristes». En la edición de 1970 se incluye por primera vez la marca de uso psiquiat. La edición de 2001 cambia la marca de uso a med.

miembro viril (1923: 46). Miembro (1734). Viril (1739).  El sintagma aparece por primera vez en la edición de 1936.

narcisismo (1923: 245). En el ensayo se define como «desplazamiento de la libido al Yo» La edición de (1936) lo define como «Manía del que presume de Narciso». La edición de (1970) añade «Excesiva complacencia en la consideración de las propias facultades u obras».

negaciones impulsivas (1923: 10). Negación (1734). Impulsivo (1734).

neurólogo (1923: 18). (1914).

neurosis traumática (1922: 334). Neurosis (1869 med.). Traumático (1869).

obsesión (1923: 20). La edición de (1780) define el término como «Asistencia de los espíritus malignos alrededor de alguna persona, a diferencia de cuando están dentro del cuerpo, que se llama posesión». Esta definición se arrastra hasta la edición de 1914 en la cual se cambia la definición por «Apoderamiento del espíritu del hombre por otro espíritu que obra sobre él como agente externo. 2. fig. Preocupación que influye moralmente en una persona coartando su libertad». Esta segunda definición es la que aparece en las siguientes ediciones del Diccionario hasta la edición de 1970 en cuyo suplemento se enmienda y se define como «Perturbación anímica producida por una idea fija. 2. Idea que con tenaz persistencia asalta la mente». Tal definición llega hasta la vigesimosegunda edición. En psiquiatría se define el término como «idea, pensamiento, impulso o imagen de carácter persistente, cuya aparición genera ansiedad[5]».

parafrenia (1923: 255). No aparece en el Diccionario académico. Del Al. Paraphrenie. Término propuesto por Kraepelin para designar psicosis delirantes crónicas. El CREA aporta siete casos a partir de 1976 en obras de especialidad.

paranoia (1923: 255). Paranoia (1936). Remite directamente a monomanía. La edición de 1970 define el término como «Perturbación mental fijada en una idea o en un orden de ideas». Sin embargo, las ediciones de  1985 y 1989 vuelven a remitir a monomanía. La vigésimo segunda edición 2001 recupera de nuevo la definición de «perturbación […]». No viene marcada con marca de uso.

paranoia persecutoria (1923: 256). ). Paranoia (1936). Persecutorio (1936). No aparece el sintagma en el DRAE.

preconscientes (1922: 337). [Vorbewusst] Preconsciente. No se recoge en el DRAE. El CREA recoge 29 casos de este término.

predisposición constitucional (1923: 301). [Variante de predisposición genética] Predisposición (1843). Constitucional (1837). Genética (adj) (1936).

psicoanálisis y psiquiatría (1923: 9). (1947) y (1925).

psicoanalista (1923: 13). (1984).

psicosis (1923: 245). (1936) med.

representación [tópica] (1923: 272). Vorstellung. (1737). La vigésimo segunda edición añade la definición «Psicol. Imagen o concepto en que se hace presente a la consciencia un objeto exterior o interior». Tópico (1739).

represión (1923: 301) (1803). En el Diccionario académico de 1992 y 2001 se define como «En el psicoanálisis, proceso por el cual un impulso o una idea inaceptable se relega al inconsciente».

restos diurnos (Tagesreste) (1923: 249). Resto (1737). Diurno (1732). El sintagma no se recoge en el DRAE.

revestimiento libidinoso (1923: 245). Revestimiento (1884). Libidinoso (1734). El Drae no recoge el sintagma. Sí se registra, por ejemplo, “epitelio de revestimiento”, tecnicismo del campo de la medicina.

simbolismo onírico (1922: 295).Simbolismo (1899). Onírico (1947).

síntoma psiconeurótico (1923: 212). Síntoma (1780). Psiconeurótico. No se recoge en el DRAE. El término se atestigua 3 veces en el CREA, en una obra de psiquiatría y las otras dos, de salud.

síntomas histéricos (1922: 298). Síntoma (1780). Histérico (1803).

síntomas neuróticos (1923: 9). Síntoma (1780). Neurótico (1899).

situación patógena (1923: 270). Situación (1739). Patógeno (1925).

sublimación (1923: 298). (1739). Con el significado de «Proceso postulado por Freud para explicar ciertas actividades humanas que aparentemente no guardan relación con la sexualidad, pero que hallarían su energía en la fuerza de la pulsión sexual. El proceso consiste en un desvío hacia un nuevo fin» no se recoge en el DRAE. En el CREA se acreditan numerosos ejemplos con esta acepción tanto en obras especializadas como en prensa o novela[6].

«Los modelos, pautas y mecanismos estructurales que aparecen en un sujeto dado no son diferentes en términos cualitativos en su regresión o en su sublimación». 1975, Ramírez, Santiago (Psicología).

«La incineración no es sólo una legítima sublimación espiritual de la ausencia». La Vanguardia, 02/11/1995. Joan Barril (Prensa).

«Esa sublimación del sadismo al masoquismo que no hemos hecho». El País, 01/08/1976 (Prensa).

«El trabajo es un medio de sublimación, pero no lo es el trabajo alienado». 1977, Caparrós, Nicolás (Sociología).

«¿El amor es principio o final? ¿Es la sublimación del sexo, o es el destino terminal del ser humano que busca llegar a un hogar definitivo?». 2002, Martínez Salguero, Jaime (Novela).

«Dolorosa sublimación de un amor poco ortodoxo entre un capitán y su ordenanza». 1981, Moreno-Durán, R. Humberto (Novela).

sustancia protoplásmica (1923: 246). Substancia (1739/1803 ―aparece sin la -b-―). Protoplásmico. No se recoge en el DRAE; se registra, sin embargo, protoplasmático (1899). El CREA trae dos ejemplos de protoplásmico (México) y 5 de protoplasmático.

teoría del schock (1922: 334). En al. Schock. Se conoce en el psicoanálisis como “teoría del shock”. No se recoge el sintagma.

terapéutica psicoanalítica (1923: 267, 271). Terapéutica (1780). En esta edición se define el término como «medicina práctica». En la edición de 1817 cambia la definición por «la parte de la medicina que enseña los remedios para curar». Psicoanalítico (1984).

terapia (1956). Remite a terapéutica hasta el 2001 inclusive. El CREA incluye 3.082 casos de terapia. En cambio, de terapéutica, solo se registran 1.681 casos. En el avance de la vigesimotercera edición se elimina la marca de uso.

vida intrauterina (1923: 247).Vida (1739). Intrauterino (1970).

 

4. Tabla de resultados

Ofrecemos los resultados obtenidos en la siguiente tabla. En la primera columna se registra el término y el registro bibliográfico. En la segunda columna se indica si se trata de palabras individuales ―en este caso, la celda aparece en blanco o con la letra C si se trata de un término por composición― o bien nombres y adjetivos en aposición[7] o bien sintagmas[8]. En la tercera y cuarta columnas se señala la edición del Diccionario académico que registra el término: cuando se trata de configuraciones en la columna Año 1 aparece la primera palabra mientras que en la columna Año 2 se nombra el segundo elemento de la construcción (composición). En la columna denominada Cambio se anota si la palabra ha experimentado un cambio semántico. El superíndice aclara si se trata del primer o segundo elemento. Por último, en la columna MU se especifica si el término aparece en el DRAE (2001) con “marca de uso”. En este último campo, las casillas en blanco significan que no existe ningún marcaje o bien, como en el caso de el término represión, que si bien no hay marca de uso, el tecnicismo se marca directamente en la definición. La R que acompaña algunas voces de la columna “cambio” indica que se ha cambiado la mera remisión a otras entradas por la definición directa del término. Una S en este mismo campo significa que el DRAE recoge el sintagma.

En total, se han registrado 79 (100%) términos de los cuales, solo 15 (18,9%) son nombres, 18 (22,8%) son compuestos con raíces cultas y el resto, esto es, 46 (58,3%), son construcciones. De la terminología recogida solo 7 términos (8,8%) no se registran en el Diccionario académico, cuatro de los cuales son compuestos con el prefijo auto-. Los demás vocablos, 72 (91,2%), se encuentran en él. 18 términos (25%) muestran específicamente marca de uso aunque no necesariamente como término de psiquiatría; alternan aquí ciencias como la medicina, la psicología y la biología[1]. De los vocablos encontrados en primera posición, 40 (50,6%) se encuentran en Autoridades o en la edición de 1780. 12 términos (15,2%) se introducen en el siglo XIX ―8 (10,1%) a partir de 1850 y 4 (5,1%) antes de esta fecha―. 24 términos (30,4%) se incluyen en el DRAE en el siglo XX, de los cuales 22 (27,8%) son posteriores a las traducciones de López-Ballesteros. 3 términos (3,8%) no se registran en absoluto[2].

En segunda posición se hallan en Autoridades o en la edición de 1780 19 términos (41,4 %)[3]. 10 términos (21,7%) se añaden en el siglo XIX de los cuales 4 (8,6%) aparecen antes de del 1850 y el resto, 6 (12,8%) en la segunda mitad del siglo. En el siglo XX se incluyen 17 términos (36,4%). El DRAE solo recoge 2 (4,3%) construcciones sintagmáticas. En lo que concierne al cambio de significado, solo 19 términos han sufrido un cambio semántico en alguno de sus elementos[4].

 

5. Conclusiones

1. La terminología del psicoanálisis se caracteriza por una preferencia por la construcción sintagmática (58,3%), frente a los nombres individuales.

2. El léxico constitutivo de la terminología de esta especialidad pertenece mayoritariamente al léxico común (91,2%); solo un 25% de este está marcado como lengua de especialidad lo que denota que las voces técnicas han penetrado la lengua general. De ahí que el trasvase mutuo entre ambas modalidades ―lengua estándar vs. lengua de especialidad― sea en el ámbito del psicoanálisis especialmente perceptible.

3. Un 8,8% de los términos no se recoge en el Diccionario académico. Si bien este porcentaje cabe entenderlo estrictamente como terminología especializada, palabras como sublimación, a nuestro entender, deberían figurar en el DRAE con el significado que apunta el psicoanálisis. Los numerosos ejemplos hallados nos hacen pensar que se trata ya de un término que ha sobrepasado la frontera del tecnicismo.

4. Un 50,6% de las voces se encuentran registradas en el Diccionario académico ya en el siglo XVIII. A esta cantidad hay que sumar el 10,1% de los términos del siglo XIX registrados en el DRAE antes de 1850[5], lo que significa que aproximadamente un 60,7% de las voces poco o nada tienen que ver con la lengua del psicoanálisis y que, por tanto, no solo pertenecen a la lengua general, sino que se trata de términos históricamente consolidados.

5. Puesto que las obras de Freud empezaron a difundirse en España a partir del 1922 con las traducciones de López-Ballesteros, en sentido estricto ―salvo algún término espurio― solo un 27,8% de los vocablos cabe suponerlos pertenecientes a la especialidad[6].

6. Hemos encontrado, no obstante, términos asociados al psicoanálisis que no son propiamente tecnicismos: obsesivo (1925), sensorial (1956), amnésico (1984), persecutorio (1936). Se trata de derivados adjetivales de palabras existentes en el idioma obsesión (1780), sensorio (1803), amnesia (1884), perseguir / persecución (1737) que han exhibido un uso muy productivo dentro de esta disciplina.

7. Contrariamente a lo que cabría esperar ―recordando las palabras de Derrida―, en el cambio semántico sufrido por las voces, no se trata tanto de un “cambio radical” de significado como de una terminología lógica para designar una nueva realidad inexistente antes de la denominación científica. Esto es, tal y como lo expresa É. Benveniste, citado anteriormente

La constitución de una terminología propia determina en cualquier ciencia la aparición o el desarrollo de una conceptualización nueva.

O bien podría entenderse al revés: la nueva conceptualización científica conlleva la aparición o el desarrollo de una terminología propia. Esto es, las palabras corrientes se convierten en “terminología” en la medida en que remiten a una referencia concreta con respecto a una disciplina determinada, en un contexto específico. En el caso del psicoanálisis, según se ha venido comentando y a la luz de los resultados obtenidos, ello es especialmente evidente.

 

Referencias bibliográficas

Abaúnza, A. (1930), prólogo a August Marie: La crisis del psicoanálisis, Madrid, Historia Nueva, vol. VII-XV.

Benveniste, É. (1974), Problémes de linguistique générale, París, Gallimard, 2 vols., pp. 247-324.

Carreres, Á. (2005), Cruzando límites: la retórica de la traducción en Jacques Derrida, Bern, Peter Lang.

Derrida, J. (1979), Cómo no hablar y otros textos, Barcelona, Proyecto A, 1997, pp. 70-80, edición digital de Derrida en castellano [Consulta 9.VIII.2012]

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Diccionario de psicoanálisis on-line http://www.tuanalista.com/5/Diccionario-Psicoanalisis.htm

Freud, S. (1922), Una teoría sexual y otros ensayos, trad. de López-Ballesteros, Madrid, Biblioteca Nueva.

Freud, S. (1923), Introducción a la psicoanálisis, trad. de López-Ballesteros, Madrid, Biblioteca Nueva.

Freud, S. (1984), La interpretación de los sueños, 3 vols., trad. de López-Ballesteros, Madrid, Alianza.

Gutiérrez Rodilla, B. (1998), La ciencia empieza en la palabra, Barcelona, Ediciones Península.

López-Ibor Aliño, J. J. & Valdés Miyar, M. (dir.) (2002), DSM-IV-TR: Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Texto revisado, Barcelona, Masson.

Martín Arias, J. M. y Gallego Barghini, L. (2011), “Luis López-Ballesteros: primer traductor de las obras completas de Freud al castellano”, Panace@. Vol. XII, nº 34, Segundo semestre, pp. 309-314.

Pérez Hernández, M. Ch. (2002), “Explotación de los córpora textuales informatizados para la creación de bases de datos terminológicas basadas en el conocimiento”, Estudios de Lingüística del Español, http://elies.rediris.es/elies18/index.html [Consulta: 7. VIII.2012].

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Sager, Clifford J. (1990), A Practical Course in Terminology Processing, 2ª ed., Amsterdam, John Benjamins (1993).

Sánchez-Barranco Ruiz, A. El psicoanálisis en España: su pasado y su presente. Disponible en <http://tinyurl.com/6znfc76> [consulta: 7.VIII: 2012].

 

Resumen

El castellano fue el primer idioma al que se tradujeron las obras completas de Sigmund Freud. A ello contribuyeron tres hombres: José Ortega y Gasset (1883-1955), introductor en España de todo lo que de interés ocurría en el mundo del pensamiento en alemán, José Ruiz-Castillo (1910-1945), presidente de la editorial Biblioteca Nueva, y Luis López-Ballesteros y de Torres (1896-1938), primer traductor al castellano de las obras completas del psiquiatra vienés. Pese a la resistencia que presentaron la Iglesia y algunos intelectuales de la primera mitad del siglo XX, los términos técnicos del psicoanálisis han ido penetrando poco a poco en nuestra lengua no solo como términos de especialidad, sino también como términos del uso común de los hablantes. La presente comunicación analiza la génesis y el camino seguido por estas voces en castellano, partiendo de las primeras traducciones de las obras de Freud por parte de Luis López-Ballesteros y de Torres (1922 y 1923).

Palabras clave: lenguas de especialidad, historiografía lingüística, semántica, lexicología y lexicografía.

 

Mònica Vidal Díez

Universitat de Barcelona

mvidaldiez@ub.edu


[1] El porcentaje de esta cantidad se ha calculado sobre los 72 términos que incluye el Drae, no sobre la totalidad de 79 términos.

[2] La diferencia entre estos 3 términos que se dan aquí y los anteriores se debe a que en este apartado se han contado los elementos compositivos con el prefijo auto-. De ahí los 4 elementos de discrepancia

[3] Aquí los porcentajes se calculan a partir de los 46 términos que representan una construcción sintagmática

[4] En sentido estricto, no podemos sacar un porcentaje de esta cantidad ya que esos 19 términos se refieren a alguna de las palabras que constituyen un tecnicismo, bien sea como palabra individual, bien contenida en alguna construcción sintagmática.

[5] Téngase en cuenta que la vida de Freud transcurre entre el 1856 y el 1939.

[6] Si bien se reputa a Freud como el padre del psicoanálisis, tiene antecedentes como Breuer, Galton o Janet entre otros, de quienes el psiquiatra vienés recogió algunas ideas. Sin embargo, el trabajo de estos autores se desarrolló a partir de la segunda mitad del XIX.

[1] Seguimos de cerca el artículo de Martín y Gallego (2011).

[2] El primer genuino psicoanalista español fue el bilbaíno Ángel Garma (1904-1993).

[3] El término anasémico remite al origen inaccesible de toda significancia. Según Carreres (2005), «en su trayectoria desde la lengua corriente al psicoanálisis, los conceptos experimentan dos tipos distintos de conversión semántica: una de tipo fenomenológico, en la que el sentido intencional es rescatado y puesto en primer plano ¾en la traducción, esta conversión queda marcada por comillas; y otra de tipo anasémico. Esta última, específica del psicoanálisis, es radicalmente distinta de la anterior, aunque la presupone, puesto que es impensable llegar a ella sin haber agotado el discurso fenomenológico. el sentido es aquí pre-originario» Se trata de decir un sentido más allá de las palabras.

[4] Los medios de comunicación han ayudado en gran medida a la rápida introducción de tecnicismos en la lengua estándar pero, evidentemente, el trasvase entre ambas modalidades se dio mucho antes de la creación de estos.

[5] Esta es la definición que trae el DSM-IV.

[6] En total, se trata de 227 apariciones que incluyen, minoritariamente, la acepción que recoge la Academia:  «1. tr. Engrandecer, exaltar, ensalzar o poner en altura. 2. tr. Fís. Pasar directamente del estado sólido al de vapor».

[7] Entendemos por aposición la construcción en la que un sustantivo o un grupo nominal complementa directamente, sin nexo expreso, a otro sustantivo o grupo nominal.

[8] Entendemos por sintagma al conjunto de elementos morfológicos consecutivos que manifiestan cierta unidad.