Me propongo hacer un abordaje del tema, abordaje que reconozco parcial, fundamentalmente a dos niveles. Por un lado, destacando la aproximación y confluencia entre psicoanálisis y política en el tratamiento de ciertos temas sociales, como es el caso de determinadas instituciones y poniendo para ello como ejemplo ilustrativo el tema de la conceptualización y abordaje de la alienación. Advirtiendo por otro lado de los peligros y la confusión a que puede dar lugar el no respetar los límites específicos de ambos ámbitos, el del psicoanálisis y el de la política. De uno y otro de ambos apartados se ramificarán algunos otros contenidos que me parecen de interés en relación al enunciado general de Política y psicoanálisis.
Desde el inicio, desde que me planteé el desarrollo del tema, irrumpió en mí una reflexión de Henri Ey según la cual las enfermedades mentales, a su parecer, habían de ser consideradas una patología de la libertad. ¿Y qué más ligado a la política y el psicoanálisis que la problemática de la libertad?
Si la política es aquella actividad y pensamiento que se plantearía, en principio, como encaminada al logro del mejor gobierno del bien común, no cuesta entender por qué alusiones a la misma, directa o indirectamente, aparecen en los escritos de numerosos autores psicoanalíticos, empezando por el mismo Freud. Generalmente, en su caso, en un intento de establecer analogías entre el funcionamiento mental y el comportamiento individual y colectivo (Totem y tabú, Psicología de las masas y análisis del Yo, El malestar en la cultura, El porvenir de una ilusión,…). Y así, ciertamente, en el psicoanálisis existe un empeño dirigido a una mejor “política” en el gobierno yoico de la problemática que representa el enfrentamiento entre instancias, deseos, fantasías.
Otro aspecto relevante en cuanto a la posible conexión entre psicoanálisis y política es el referente a sus propósitos formulados de favorecer la liberación de aquello que constriñe y empobrece la vida humana. De acuerdo con ello puede observarse un ámbito en el que esta aproximación entre ambas disciplinas ha sido históricamente más estrecha y quizás más fecunda, a pesar de su escaso reconocimiento en la actualidad. Es el ámbito relativo a la reflexión y actuaciones en torno al fenómeno de la alienación individual y colectiva. Esto nos llevaría a recordar las influencias recíprocas que fecundaron las teorías de los autores de la Escuela de Fráncfort en la década de los años 40 del pasado siglo, teorías que alimentaron el denominado freudomarxismo, sustentadas en buena parte en la defensa de la liberación y desalienación humanas.
Es importante contextualizar esta aproximación en la época histórica en que tuvo lugar. Fue una época de gran turbulencia, crisis y contradicciones. Período en que habían tenido lugar las dos grandes guerras, la del 1914 y la mundial del 1939, con el acontecimiento histórico en el intermedio del triunfo de la revolución soviética en 1917. Y es que hay épocas, como la citada, de mucha conmoción, temor, confusión e incerteza; épocas ?como se dice de la actual? en que para grandes mayorías de la población habría de producirse un cambio profundo del sistema social, pero en las que todavía no se vislumbra claramente la forma y el sentido en que debería hacerlo (“un viejo sistema político muere sin que haya nacido todavía el que ha de sucederle”, se dice a manera de aforismo). Son épocas, pues, en las que a nivel de la consciencia individual buena parte de la población se siente conducida y abocada a vivir experiencias muy perturbadoras de las que no sabe quién es el responsable ni desde dónde se producen (¿¡el Mercado!?). Se sienten, por lo tanto, alienados, llevados a vivir y a sentir de una manera ajena a su consciencia individual aunque en un contexto de afectación colectiva.
Advirtamos por otra parte la designación con que se ha conocido popularmente la “locura”, es decir, la grave afectación mental de los denominados en una época pasada alienados, enajenados, personas que viven, a las que se les imponen experiencias que sienten conscientemente como “alienas”, ajenas a ellos mismos. Son experiencias que perturban a las personas en cuestión y a menudo la vida en común, lo cual en cierta medida fue motivo de que antaño se las distanciara y excluyera de la ciudad detrás de los muros de los manicomios.
Pues bien, hay épocas en las que esta tendencia a la exclusión y la alienación en relación a lo que se vive o se ha vivido, es tan importante colectivamente que parecería imponerse la necesidad de acceder a una liberación y a una mayor integración de las experiencias. Es paradigmático de esta circunstancia el contexto en el que se desarrolló, al final de la Guerra Mundial, en los años 50-60, el proceso que dio lugar al fin de los manicomios en tanto que establecimientos o “instituciones totales” (Goffman, 1961); instituciones en las que detrás de la tapia quedaba excluido de la vida en la ciudad aquello tenido como completamente fuera de la lógica, de la razón y de la normalidad. Tuvieron que concurrir un conjunto de factores para que se procediera al derribo de los muros o de la tapia asilar, como sucedió con otro conjunto de instituciones que compartían aquellas condiciones totalitarias, como los internados, orfanatos, asilos…
El contexto de la liberación del régimen nazi, después de que hubieran tenido lugar las invasiones de países europeos y los campos de concentración, proporcionó el marco ideológico y político en el que prosperaron, y se hicieron operativas socialmente, las teorías psicoanalíticas relativas a la no existencia de una frontera (de una tapia) infranqueable entre la salud y la enfermedad, la locura y la cordura, la razón y la irracionalidad. En efecto, la influencia de las teorías freudianas en los psiquiatras de la época favorecieron las condiciones ideológicas y políticas en que tuvo lugar la liberación de las represiones totalitarias, propias de los campos de concentración, y, dentro de ella, la impugnación de las instituciones segregadoras y de lógica dicotómica que la tapia manicomial representaba. Favorecedoras asimismo de la contestación de los funcionamientos institucionales dirigidos a despersonalizar, suprimir la libertad individual y “mortificar el yo”, potenciando de este modo la alienación. Tema y problemática tan cara al marxismo, para el cual, como para el psicoanálisis por otra parte, la consciencia individual y colectiva no es el agente único ni siempre fundamental del vivir de los humanos
El otro nivel aludido al que quiero referirme es el relativo a la forma de implicación individual del psicoanalista en la sociedad y la política. Para ello, de entrada y en una primera aproximación, es necesario hacer una distinción entre el psicoanalista y el psicoanálisis en el encuadre de una cura clásica (relación dual en una consulta privada, libre concertación, diván, varias sesiones semanales, facilitación y uso terapéutico de la relación transferencial, etc.), del psicoanálisis y el psicoanalista en el marco de las instituciones públicas, que atienden prioritariamente patologías graves, complejas, que requieren una asistencia en equipo y establecen unas relaciones transferenciales múltiples y difusas.
Hago esta distinción, suficientemente conocida, para que reconozcamos la diferente posición que acostumbra a conllevar la pertenencia mayoritaria a una u otra práctica psicoanalítica profesional. En un caso, la correspondiente al “psicoanalista de diván”, su planteamiento teórico y técnico favorece llevarle a eludir, o a restringir a causas “humanitarias”, su participación activa y protagonista en la vida política pública, cosa a la que no se siente tan obligado el ?digamos? psicoanalista institucional, ejerciendo generalmente en el Servicio Público. En torno a estas dos posiciones existen sin duda variables a las que no son ajenas la mayor o menor gravedad compartida de las circunstancias políticas del momento, así como las biografías y experiencias personales. Es cierto que se da con cierta frecuencia que los psicoanalistas, como tales, contribuyamos y participemos en el asesoramiento y apoyo de protagonistas y movimientos sociopolíticos, principalmente a través de nuestros conocimientos de las dinámicas psicológicas individuales y, muy en especial en este caso, de los conocimientos acerca del funcionamiento grupal, institucional y comunitario. Conocimientos no suficientemente valorados en el movimiento psicoanalítico ni reconocidos socialmente en la actualidad; a causa esto último de las resistencias ejercidas desde posiciones cientificistas ?por cierto, muy ideológica y políticamente favorecidas y patrocinadas?, derivaciones teóricas de la ideología neoconservadora hegemónica: teorías ahistóricas, pragmatistas, centradas en un individualismo descontextualizado, con un enfoque sintomático biologizante y una medicamentalización de la vida, etc.
Finalmente, dentro de este segundo nivel, otro aspecto a considerar es el correspondiente a la necesidad de delimitar lo más claramente posible cuáles son los límites desde los cuales manifestarnos como psicoanalistas, sin confundir ni confundirnos respecto a la autoridad desde la cual nos pronunciamos.
Una circunstancia ilustrativa al respecto se dio recientemente en un acto público en el que se trató el tema del psicoanálisis y los grandes ejecutivos de la Bolsa. Uno de los participantes, psicoanalista, ofreció una ?con toda seguridad? atinada y profunda comprensión de las dinámicas psicológicas individuales y grupales de los brokers de poderosos centros de inversión de capitales, comprensión basada en un estudio sobre el terreno de los ejecutivos a través de entrevistas en profundidad. Estudio que mostró los estados psíquicos, escindidos mentalmente, entre la angustia y la alarma por la eventualidad de un derrumbe de los intereses en juego, y los estados de negación omnipotente maníaca en los períodos de bonanza y expansión. Lo que pudo confundir a continuación es que sin pasar a detenerse a diferenciar el otro nivel de conocimiento desde el que pasaba a “opinar” (políticamente o con eventuales consecuencias políticas), manifestase que no los consideraba culpables de lo ocurrido en el derrumbe financiero actual, o que los cambios del sistema económicosocial que habían estado en su origen tenían que tener lugar a un nivel “micro”, es decir, no a nivel de un cambio de las estructuras del sistema. Posicionamiento que puede conducir y significar, cuando menos, una confusión entre lo individual y lo colectivo, entre los determinantes psicológicos y las responsabilidades éticas, entre la política y el psicoanálisis.
Como he subrayado, desde el psicoanálisis se ha de ser especialmente cuidadoso en no atribuirse un saber determinante y orientar una práctica, cuando se sobrepasa el ámbito que le es propio y específico. Ámbito que, si bien es cierto que en sus inicios se forjó fundamentalmente en el marco de una relación terapéutica dual, también es verdad que su encuadre y teorización se ha ampliado a través de su extensión a grupos y colectivos amplios. Aun así, no dejan de presentarse desde el propio movimiento psicoanalítico reticencias y críticas en cuanto a la oportunidad y justicia de dicha extensión, y así mismo continúan formulándose planteamientos escépticos en cuanto a la posibilidad de incidencia del psicoanálisis más allá del encuadre técnico clásico. Dicho lo cual ha de reconocerse que dichas resistencias coexisten con la realidad de trabajos y estudios exitosos de aplicación del psicoanálisis a otros campos, entre ellos los sociológicos y, más específicamente, algunos de alta incidencia política. Incidencia cuyo valor acostumbra a ser más provechoso en todos los órdenes cuanto más claramente se formula y asume el carácter analógico de sus proposiciones, las cuales acostumbran a necesitar para su elaboración de la integración y colaboración con equipos multidisciplinarios de estudio y análisis. Valga al respecto una cita de un artículo de Vamik Volkan[1] (2010), quien en sus conclusiones destaca que:
“Freud en su carta a Albert Einstein (1932) era pesimista acerca de la naturaleza humana y el papel del psicoanálisis en la detención de las guerras. El pesimismo de Freud se contagió a muchos de sus seguidores y quizás esto desempeñó un papel en las limitadas contribuciones que hizo el psicoanálisis a los conflictos de grupo grande, las relaciones internacionales y diplomáticas. Esta actitud ha cambiado considerablemente en las investigaciones de orientación psicoanalítica realizadas en los últimos años sobre los procesos sociopolíticos, como sucede con la comprensión de los procesos y significados de las consecuencias del trauma masivo causado por el enemigo, que permite al psicoanálisis unirse a otras disciplinas en el examen de las causas de los conflictos de grupo grande y los intentos de desarrollo de estrategias para lidiar con ellos” (la cursiva es mía).
Para finalizar, una reflexión política de un psicoanalista a quien su psicoanálisis ayudó a renovar y profundizar su compromiso con la vida política. Si hubo una época (viaje de Freud a EE.UU., 1909) en que se planteaba el carácter socialmente perturbador y subversivo del psicoanálisis ?a la manera de la peste, se dijo?, parecería que su influencia se ha difundido a nivel de la cultura y las costumbres sociales, a la vez que ha perdido vigencia (como lo han hecho otras grandes corrientes teóricas e ideológicas de la modernidad) en cuanto a pensamiento e instrumento de cambio profundo a nivel sociopolítico. El reconocimiento de la importancia de la dimensión inconsciente en la vida individual y colectiva, del carácter evolutivo de los procesos biológicos y sociales y de las contradicciones dialécticas en el devenir histórico, así como del esfuerzo humano por alcanzar un empoderamiento desalienador de su historia, se ha visto neutralizado y arrinconado por otro mundo de valores y propuestas neoconservadoras, muy política e ideológicamente condicionadas. En mi opinión, el psicoanálisis y los psicoanalistas estamos emplazados a la recuperación y dignificación de un nuevo humanismo que priorice los valores comunitarios.
Dentro del proceso constituyente de este nuevo humanismo (“un viejo sistema político muere…”, según el lema que reproducía anteriormente), están emergiendo socialmente confrontaciones alternativas sobre la ética y la moralidad de los instrumentos, prácticas y modelos de gestión sociopolítica que permitan una vida comunitaria más libre, más justa y más solidaria. Individual y colectivamente nos estamos viendo, nos veremos, llamados o llevados a posicionarnos.
Por lo que respecta al psicoanálisis como institución, planteamiento teórico técnico y tratamiento, opino que habría que afrontar activamente su inserción en todo este proceso. Valgan a este respecto unos temas que me parecen demostrativos de la importancia de la cuestión: uno más interno en cuanto al dominio sobre en qué incidir y otro más externo por lo que se refiere al objeto y área de actuación.
El primero es el tema del dinero y su función social. Objeto de extensos y profundos estudios de filosofía y economía política, se subraya en el psicoanálisis el papel de la retribución o pago de las sesiones como uno de los elementos referentes fundamentales dentro del mantenimiento de su muy estructurado encuadre formal. Pero, ¿qué sucede, qué conduce a que dicha referencia desaparezca prácticamente de los temas tratados en las sesiones clínicas y actos científicos, y del material a trabajar dentro de las presentaciones clínicas y supervisiones? Es como si existiera un escotoma que escapara del análisis que nos habría de caracterizar individual e institucionalmente como psicoanalistas. Si esto es así, difícilmente se podrá avanzar, especialmente como institución, en diseñar una práctica y una formación más acorde con el sistema de salud público universal con el que se identifica y reivindica la mayoría de la población. ¿Habrán de restringirse ambas, formación y práctica clínica psicoanalítica, a su utilización en pacientes privados, más accesibles terapéuticamente y con suficiente nivel económico como para no requerir de la cobertura de la cartera común de servicios ofrecida por la sanidad pública? ¿Habrá de limitarse la cura psicoanalítica clásica a un objetivo de investigación de las estructuras profundas de la mente y de la formación restringida de algunos de los profesionales de la salud mental?
Son cuestiones ante las que conviene y urge posicionarse. Y, así, remedando aquella célebre frase, “entre el oro del psicoanálisis y el cobre de una psicoterapia para las masas”, habremos de hacer opciones y continuar elaborando praxis que no contribuyan a profundizar también en este campo las diferencias entre las dos grandes capas de la población en que se está estructurando la sociedad. El distanciamiento entre la opulencia y la pobreza, no habría de reproducirse en una forma más de barrera entre la cura psicoanalítica tradicional y la psicoterapia como terapéutica formal (posible esta última dentro de una cartera de servicios restringida para aquellos que puedan sufragar el coste de una mutua privada de previsión) y una función psicoterapéutica ejercida por los profesionales a través de la asistencia pública.
El otro tema ilustrativo al que hacía referencia ?en parte ya tratado anterior, con lo cual no hago sino insistir para resaltar su importancia? es el relativo a la potenciada contribución que habría de continuar aportando el psicoanálisis, junto a otras ciencias sociales, en promover la recuperación del concepto de persona como ente o sujeto de compleja naturaleza (Edgar Morin, 1971), “bio-neuro-psico-socio-cultural”, sapiens y demens. Con la finalidad de liberar el constructo persona del reduccionismo “biomédico-mentalizante” al que quiere constreñirlo una ideología política y social que tiende a la fragmentación de lo humano, una ideología facilitadora de una manipulación de su condición al servicio de un pensamiento y de unos intereses insolidarios (la industria farmacéutica es la segunda más importante, detrás de la armamentística, en la economía de EEUU).
En la defensa de esta complejidad, el psicoanálisis, desde sus postulados teóricos, su práctica psicoterapéutica y su incidencia social, puede y debería desarrollar más activamente una importante labor a favor de la salud conforme a los postulados de la OMS (1946) y, en nuestro ámbito de proximidad, en consonancia a los postulados del Xe Congrés de Metges i Biòlegs de Llengua Catalana de Perpinyà (1976) y de los programas elaborados desde el movimiento de profesionales de la Salud Mental Pública de Catalunya. Contribuyendo de este modo a la defensa de una salud integral, pública y de calidad.
Referencias bibliográficas
Freud, S. (1913), “Totem y tabú”, en Obras completas, XIII, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1921), “Psicología de las masas y análisis del yo”, en Obras completas, XVIII, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1927), “El porvenir de una ilusión”, en Obras completas, XXI, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1929), “El malestar de la cultura”, en Obras completas, XXI, Buenos Aires, Amorrortu.
Goffman, E. (1961)”Asylums-Essays on the social situations of mental patiens and other Inmates”. Doubleday. Nueva York,1961
Morin, E. (1971), La revolución de los sabios, Universitaria.
Volkan, V. (2010), “El trauma masivo causado por el enemigo: su influencia en la identidad del grupo grande y sus consecuencias políticas y sociales”, 70 años sin Freud, Revista Átopos, núm. 9.
Palabras clave: alienación, función social del psicoanálisis, política y psicoanálisis.
Josep Clusa
Psiquiatra. Psicoanalista (SEP-IPA).
Presidente de la Fundació Congrés Català de Salut Mental.
[1] Psiquiatra y psicoanalista didáctico, supervisor del Instituto Psicoanalítico de Washington. Ex presidente del Colegio Americano de Psicoanalistas. Profesor de Psiquiatría en la Universidad de Virginia. Fundador y director del Centro para el Estudio de la Mente y la Interacción Humana, en donde se estudian los grandes grupos en conflicto desde una perspectiva inter y transdisciplinar que incluye psicoanalistas, psiquiatras, psicólogos, historiadores, exdiplomáticos y científicos políticos. Autor o coautor de numerosos libros y artículos. Asesor del Presidente Carter en cuestión de conflictos internacionales. Nominado para el Premio Nóbel de la Paz en cuatro ocasiones (2005-2008) por su destacada intervención en funciones de mediador en negociaciones de paz en el Oriente Medio y muy significativamente entre Israel y Palestina.