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A Ramon Bassols

La exigencia de renunciar a las ilusiones sobre su condición es la exigencia de abandonar una condición que necesita de ilusiones.

Karl Marx

No, nuestra ciencia no es ninguna ilusión, pero sí sería una ilusión suponer que lo que la ciencia puede brindarnos lo podremos obtener en otra parte.

Sigmund Freud

La idea de que el Psicoanálisis pudiera proporcionar las respuestas que Marx no consiguió, no me ha abandonado nunca.

Ernest Federn

Decía M. Onfray (2010) que la filosofía es principalmente un arte para pensar la vida y para vivirla. Una verdad práctica para manejar y pilotar nuestra nave existencial. La filosofía entendida como creadora de conceptos hace que todos seamos filósofos si nos planteamos reflexionar y definir los problemas vitales ante los que nos enfrentamos. Esta definición de lo que es la filosofía me parece pertinente para lo que pretendo desarrollar en las líneas que siguen. Intentaré pergeñar unas ideas,  pensar algunas respuestas a los retos que nos plantean los siguientes temas: la Vida, el Psicoanálisis, la Sociedad con su complejidad, e investigar su encaje si es que fuera posible,  estudiando la naturaleza de estas posibles relaciones.

Este esfuerzo intelectual, no deja de ser una autobiografía de nosotros mismos. Las respuestas que encontramos dice quienes somos porque somos las respuestas que obtengamos. Expresan y comunican lo que es nuestra personalidad, porque estarán condicionadas por ella. Nos explican a nosotros mismos. Por eso afirmaba antes que pensar sobre estos temas, es en parte una autobiografía.

Meditar sobre Psicoanálisis y Marxismo, y sus posibles relaciones, recoge aspectos importantes de mi biografía. Es pensar sobre mí mismo, y concluir “mis respuestas”. No puedo acercarme a este tema de forma aséptica, si es que nos podemos aproximar a alguno así,  porque aborda cada uno de ellos saberes sobre lo que es el hombre, desentrañando facetas de nuestra propia vida. Fuerzan a definirnos como somos, más que lo que pensamos. Por eso adelanto una primera definición. El Psicoanálisis, al menos para mí, es un medio de liberación de la esclavitud que impone el sufrimiento mental. No pretendo agotar ni abarcar con esta descripción todo su alcance sino delimitar y acotar una parcela de la riqueza de significados de tamaño significante. Escoger esta misma parcela de los múltiples y polisémicos sentidos dice más de mí que del Psicoanálisis. Al cuestionar e interrogar al Psicoanálisis, al destacar una definición, me defino yo, porque escojo un factor que me parece a mí relevante en función de mi personalidad.

Igualmente con el Marxismo, que entiendo como un medio que sirve de ayuda para liberar al ser humano de la esclavitud de la injusta distribución y propiedad de los medios de producción de bienes y riquezas, así como de la esclavitud de tener que ganarse la vida en condiciones aberrantes para la naturaleza humana, me refiero a las condiciones alienantes y de explotación que la contradicen. Es un medio para comprender el funcionamiento y las consecuencias sociales derivadas de los medios de producción, y su influencia en la estructuración, creación, y organización de la vida social y como conforma la vida psíquica individual, así como nos proporciona los instrumentos para intentar liberarnos de su esclavitud.

Estos conceptos, estas ideas pueden parecer trasnochados, arrinconados y arrumbados en el baúl de la historia, o mejor dicho, derrotados ante el triunfo victorioso del capitalismo por un lado, y la corrupción y perversión ideológicas, implícitas en el propio marxismo por el otro.  A pesar de todo, rescato de sus ruinas, esta idea básica: es un conjunto de ideas y de planteamientos que me pueden servir y me sirven, para comprender las complejas relaciones de producción de riqueza y de bienes materiales y el lugar que el hombre ocupa en ellas. Es una ayuda inestimable para pensar maneras y formas de lograr la liberación de la esclavitud ocasionada por su injusta distribución, que ocasiona que la mayoría de la humanidad sufra unas condiciones de vida que la privan de los beneficios de esa riqueza. También es un medio para reflexionar sobre determinadas condiciones laborales que suponen y conllevan una situación conceptualizada bajo el epígrafe de alienación, entendida como aquellas que atentan contra la naturaleza humana y el desarrollo de su potencial creativo y su realización como ser.[1]

Me resulta difícil pensar en ser psicoanalista para ayudar a liberarnos de la esclavitud del sufrimiento mental –y digo esclavitud porque tenemos que aceptar que la vida comporta sufrimiento, pero no necesariamente hemos de ser esclavos de ello, ni hemos de limitarnos a esas condiciones de trabajo y de vida– sin contemplar la otra esclavitud, la social y económica. El Psicoanálisis sería un medio princeps para lograrlo. Ser psicoanalista, tal como lo entiendo y no ser sensible a las condiciones sociales, laborales y culturales que cristalizan en unas nuevas formas de esclavitud, me parece una aberración en sí misma. En mi opinión no podemos ser perceptivos a una esclavitud y no a la otra. Creo que ambas irían en el mismo “pack”, que dirían los postmodernos. La “miseria” mental va en paralelo con la “miseria” social y no sólo eso sino que la primera es en muchas ocasiones,  consecuencia de la segunda. La miseria social es el crisol en el que se acuña la miseria mental, donde se gesta e incuba, porque son el marco y las condiciones más desfavorables para un desarrollo sano y armonioso de la personalidad del individuo.

Muchos analistas lo han destacado, y quizás una de las referencias más entrañables es la de O. Fenichel (1966) quien en su tratado de las neurosis, destaca como las condiciones y el contexto de vida económica y social puede generar, y genera, más o menos neurosis. Lo hace muy discretamente, determinado por las condiciones políticas del momento en que editó su volumen. Era en el contexto del período posterior a la II guerra mundial, con la guerra fría y tras los episodios de lo que se llamó la caza de brujas que se desencadenó en los Estados Unidos a finales de los cuarenta y principios de los cincuenta del siglo XX. Además siendo originario y descendiente de la Europa democrática y socialista, que luchó contra los nazis, intentó evitar sospechas y rechazos, que lo pudieran calificar de peligroso izquierdista, incompatible con la sociedad estadounidense de la época, y fuera finalmente expulsado de su refugio americano.

Mi opinión es que ambas esclavitudes van de sí unidas y en muchas ocasiones las sociales generan más patología, más sufrimiento que cristalizará en mayores cotas de sufrimiento mental. Somos hijos de la época en la que nacemos, de las condiciones económicas, culturales y sociales de la misma, y eso se manifestará en la forma que troquelará nuestra personalidad, con las  consecuencias que tendrá para nuestra salud mental, haciendo bueno el axioma orteguiano: “yo soy yo y mis circunstancias”. Mis “circunstancias” me harán ser lo que soy y a ellas deberemos en parte nuestro equilibrio psíquico si lo hubiera, o todo lo contrario.

Ser terapeuta supone abordar ambas dimensiones del mismo problema: el sufrimiento mental y sus causas, entre ellas las sociales. Cualquier psicoanalista está familiarizado con el padecer y sufrir mental de aquellos que se acercan a él en busca de ayuda, y está comprometido en la tarea de proporcionar el alivio necesario. Esta proximidad del analista al dolor de sus semejantes, con sus aportaciones conceptuales sobre la naturaleza humana, su interés en buscar modos que permitan resolverlo, lo deberían hacer proclive y sensible a movimientos políticos e ideológicos encaminados a una modificación de las condiciones de vida de sus congéneres, guiado por su preocupación terapéutica.  Vivimos en un medio social y político, y nuestra neutralidad en cuanto terapeutas no debería significar una neutralidad ante la complejidad y los problemas de la realidad en la cual trabajamos.

El Psicoanálisis también se ha “aburguesado”, ha buscado su lugar en la sociedad, se ha puesto de largo en muchas ocasiones para encontrar acomodo y reconocimiento social, y asegurar así su supervivencia. En la medida que el psicoanálisis fue siendo aceptado e incluso ganó fama y prestigio, perdió su radicalismo inicial, su carácter crítico y rebelde, y se fue haciendo más acomodaticio con los valores pequeño-burgueses dominantes en las sociedades occidentales. No solo eso sino que los propios analistas han hecho suyo las actitudes de la clase media, sin elaboración crítica alguna, abandonando el interés por la res pública. Incluso se ha llegado a burocratizar el propio movimiento psicoanalítico, estableciéndose lobbys de poder. Se ha agrietado esa comunión entre el compromiso  con aquellos que nos consultan y nuestra sensibilidad ante lo social. Se ha abierto una franca disociación entre nuestra atención al individuo y nuestra mirada a sus circunstancias, rompiendo esa unidad indivisible que hace ser lo que se es a cada persona individual.

Creo que nos hemos “escondido” entre las cuatro paredes de nuestros consultorios, alejándonos del “mundanal ruido”, insonorizando nuestras mentes para no sentirnos perturbados en nuestra “contratransferencia”, buscando un comedimiento para no realizar enactments… ¿Qué nos ha pasado? ¿Qué hemos perdido? ¿Qué hemos dejado en ese camino? Creo que nos hemos perdido y nos hemos dejado olvidados a nosotros mismos. Estamos más preocupados por nuestras luchas cainitas e intestinas, por la “verdad analítica y de nuestras teorías” (y como decía Nietzsche (1997), cuidaos de aquellos que buscan la verdad porque lo que buscan en el fondo es el poder) que por descubrir la realidad, tanto la individual como la social. Defendemos nuestros reinos de taifas ideológicos, nuestras parcelas, nuestros intereses burgueses, nuestras identidades políticas. Nos hemos acomodado a los tiempos en los que vivimos, acríticamente. Nos hemos convertido en los pequeños burgueses de los que nos hablaba Brecht (2012). En las postrimerías de su carrera, Clarence P. Oberndorf, uno de los pioneros del psicoanálisis americano, analizado por Freud en los años 1920, había observado, no sin cierta amargura que el Psicoanálisis se había convertido en una actividad “legítima y respetable” al igual que “letárgica y aburrida” una vez que había encontrado la seguridad, legitimidad y el conformismo científico en las facultades universitarias (citado por Jacobi, 1986). Si decidimos mantenernos aislados en nuestros consultorios, es una elección, es una toma de posición activa, disfrazada de pasividad neutral.

Creo que la visión que reinaba entre los primeros analistas que se agruparon alrededor de Freud era muy diferente: eran personajes que hoy calificaríamos de “políticamente incorrectos”, abiertos en sus costumbres y en sus mentes, preocupados por las condiciones políticas, sensibles a cuestiones minoritarias y marginales, culturalmente inquietos e irreverentes en muchos casos ante la sacralización de determinados valores burgueses, contestatarios como se diría años después. El primer círculo de discípulos de Freud en la Viena de principios de siglo se caracterizaba por ser hombres de amplitud de intereses, de apertura intelectual, comprometidos socialmente en movimientos liberales y socializantes, atraídos por las propuestas políticas progresistas. Para acercarse al Psicoanálisis se requería esa disposición y compromiso moral, y un talante que permitiera soportar el rechazo y el estigma social. No es de extrañar que surgiera un interés por las teorías marxistas y que algunos de ellos se comprometieran personalmente en actividades políticas. La creación de la Clínica Psicoanalítica de Berlín y posteriormente en otras ciudades donde hubiera un Instituto de Psicoanálisis, con el objetivo de proporcionar la ayuda del Psicoanálisis a aquellas personas que no dispusieran de los medios económicos necesarios, creo que refleja bien a las claras este vínculo indisoluble entre el Psicoanálisis y la acción social y comunitaria.

Para ser analista en aquellas condiciones históricas había que ser capaz de ir contra corriente. Creo que hoy en día estamos ante las mismas condiciones: ser analista es arriesgarse a un rol marginal en la consideración social, porque no cotizamos en bolsa, en la bolsa del dinero y de los valores líquidos (Baumann (2005) dixit) que son predominantes en nuestros lares. Ser analista nunca ha dejado de tener esa aureola de rebeldía, de contestatario avant la lettre. Iba asociado a la categoría de lo revolucionario. El pensamiento analítico y sus descubrimientos del mundo interno conmocionaban y sacudían las tranquilas y burguesas conciencias de todas las épocas. Trastocaban los convencimientos asentados sobre la sexualidad, la sexualidad infantil específicamente, y la vida mental en la infancia, cuestionaban el orden y la paz social al encontrar un sentido y significado a lo irracional, que había quedado marginado en las instituciones nosocomiales. Escandalizaba cuando decía y ponía de relieve lo irracional que todos llevamos dentro, cuando revelaba al psicótico, al loco, que todos los seres humanos albergaríamos en nuestro interior; cuando franqueaba esas hipócritas barreras que separaban la locura de la cordura, afirmando el continuum existente entre ambos polos en cada psiquismo.

Decía S. Zweig (1965) que un día, sin la menor intención subversiva, un médico joven, tomando como punto de partida sus investigaciones sobre las causas de la histeria, habla de las perturbaciones de la represión de los instintos y de su posible alivio, afirmando que ya es hora de asentar las concepciones morales sobre nuevas bases, de discutir en toda su amplitud la cuestión sexual. El efecto de estas afirmaciones es equivalente al efecto de “un disparo de pistola en una iglesia”. Freud se preocupaba de la sinceridad y no de las convenciones. Su provocación no estriba en la manera en que abordaba esa esfera sino en el hecho de que se atreviera a penetrar en ella. Al descubrir los dinamismos del inconsciente ha transformado nuestra concepción sobre el hombre y su interior, equivalente a una revolución copernicana, que pretende enseñar a los hombres a caminar erguidos y firmes sobre el duro e inclemente planeta Tierra.

El Psicoanálisis tiene como objetivo la comprensión de los dinamismos psíquicos presentes en la vida interna del individuo. Del conjunto de todo aquello que ha podido averiguar de su funcionamiento se deducen unas líneas de actuación social, a fin de mejorar las condiciones que permitan un desarrollo más armonioso y saludable para el conjunto de la población.

La aplicación de los descubrimientos del Psicoanálisis al ámbito de la educación, los programas de higiene infanto-juvenil, a la asistencia hospitalaria, a la comprensión de la adolescencia y su desarrollo, la importancia de la edad media de la vida, la organización social como defensa contra la ansiedad, etc., ha influido poderosamente en los usos y modos socio-asistenciales que hoy conocemos. Su finalidad era aprovechar los conocimientos que la práctica clínica del análisis proporcionaba para ayudar a la mejora de las condiciones sociales y políticas, la educación, la crianza de los infantes, ayudar a los padres en su labor, a crear las mejores circunstancias para un desarrollo sano y «sostenible», a orientar a los políticos en la resolución de conflictos intercomunitarios (véase los trabajos pioneros de V. Volkan [1990,1991]), a los administradores públicos, a que su gestión se vea orientada con criterios de salud mental en su aplicación en ámbitos como la educación, sanidad, prisiones, asistencia al menor y a la infancia, a los equipos psico-reeducativos o EAPS, a establecer pautas saludables en higiene y prevención laboral etc.

La aplicación de los descubrimientos del Psicoanálisis ha sido una ayuda inestimable para configurar unas condiciones sociales que fueran coherentes con las necesidades del ser humano, contribuyendo a una humanización de la vida social, haciéndola más higiénica para un desarrollo más saludable de los individuos. Su finalidad era aprovechar los conocimientos que la práctica clínica del análisis proporcionaba para ayudar a la mejora de las condiciones sociales y políticas. El Psicoanálisis ha influido notablemente en la manera de entender la educación de los niños, el papel fundamental de la vida escolar en su desarrollo. Ha contribuido en el diseño de programas de higiene y salud laboral. Ha permitido  comprender mejor la influencia de los aspectos emocionales en el desarrollo y mantenimiento de determinadas enfermedades (somos una unidad psique-soma, una unidad psicosomática) no sólo físicas sino y prioritariamente las mentales. Ha estudiado cómo influyen las consideraciones psíquicas en la toma de decisiones sociales y colectivas, incluso en las económicas y financieras… En definitiva, ha advertido de la importancia de los factores emocionales en un conjunto de circunstancias no contempladas hasta la fecha. Del conjunto de conocimientos que hemos asimilado se deducen líneas de actuación social para la mejora de las condiciones de vida que hagan que esta se corresponda mejor con las necesidades del ser humano. Hacer de la vida un verdadero agente terapéutico al ser cada día más humana, atendiendo a sus necesidades, correspondiendo a una humanización de la vida, haciéndola más vivible para nosotros y nuestros sucesores.  Los descubrimientos analíticos son de una utilidad imperiosa para contribuir a crear unas condiciones sociales productoras de salud, intentando limitar la carga patologizante que pudieran tener.

Estas aportaciones fundamentales no implican que el Psicoanálisis sea una herramienta política de transformación social. Su ámbito de actuación es el individual, de cuyo estudio se deducen las recomendaciones para una vida más saludable y menos generadora de patología. Sabedora de las circunstancias que influyen en el padecer humano, sugiere medidas a adoptar para intentar modificar aquellas que sean patogénicas. En ningún caso puede transformarse en una ideología, ni pretender convertirse en una cosmovisión utilizada políticamente, en una Weltanschauung (visión del mundo). Ese no es su ámbito. Corresponde a los teóricos sociales determinar las diversas intervenciones políticas, el análisis de las condiciones sociales de vida y diseñar programas políticos de aplicación en lo comunitario. Remedando aquellas palabras contenidas en la Biblia: al César lo que es del César y a dios lo que es de dios. A lo individual el Psicoanálisis y a lo social el Marxismo.

Cada una de ellas tiene objetivos diferenciados, ámbitos de actuación concretos, objetivos distintos y metodología específica. Sin embargo, son complementarios. Establecen, desde mi punto de vista, una relación muy estrecha, de complicidad en las finalidades de ambas: la liberación individual y social de aquellas condiciones tanto psíquicas como comunitarias que contribuyen al sufrimiento, tanto psíquico por un lado como social por otro. Entender que del Psicoanálisis se pudiera obtener un planteamiento de acción política, es confundir y en el mejor de los casos no comprender su función, y en el peor una franca, y desagradable manipulación. Pretender explicar lo social con los conocimientos derivados de la metodología analítica es llevar más allá de lo que le es propio al Psicoanálisis, pervirtiendo su función. L. Sève (1973) ratifica esta opinión cuando afirma que: “ante la psicologización de la esencia humana, el marxismo sigue fiel a su inspiración profunda, que es crítica y revolucionaria” (p. 221). Convertir una teoría en una ideología es una cuestión de contenido político, aunque también es verdad que todo desarrollo teórico y técnico implica necesariamente una ideología. Y es aquí donde la ayuda del marxismo resulta inestimable para comprender y situar esa ideología en el momento histórico-social correspondiente.

Quizás sea ahora el momento de esforzarnos por responder a diversas cuestiones, algunas de las cuales serían: ¿Es posible establecer una relación entre el Psicoanálisis y el Marxismo? ¿Qué es o ha sido lo que ha venido en llamarse el freudomarxismo? ¿Existe algo como la izquierda freudiana? Y si es así ¿en qué consistiría? Desde mi opinión y experiencia creo que respondería afirmativamente a la primera de estas cuestiones. No solo es posible establecer una relación entre el Psicoanálisis y el Marxismo, sino que me parece necesaria, porque las considero, dentro de su especificidad, complementarias. Las otras deberían encontrar respuesta en los estudios de los historiadores de las ideas. Me atendré a algunas de los debates teóricos suscitados por esta conjunción.

El Psicoanálisis presenta una doble vertiente: 1º, el estudio e investigación de estos dinamismos inconscientes, de las perturbaciones que generan y del sufrimiento que causan; 2º, una forma de tratamiento encaminada a aliviar ese sufrimiento, a facilitar que el hombre sufra un poco menos las inclemencias de la vida, y que pueda vivir algo mejor.

El Marxismo presenta igualmente esa misma doble vertiente: 1º, estudiar e investigar los mecanismos sociales, centrándose en concreto en la tipología de los medios de producción como organizadores estructurantes de cada modelo de sociedad con el consiguiente sufrimiento que ocasiona; y 2º, en consecuencia con lo anterior, postula unos instrumentos para remedar ese sufrimiento mediante un cambio social por la transmutación de la propiedad de los medios de producción de bienes y acumulación de riqueza, que así podrían estar al alcance de aquellos que las necesiten. Su culminación se realizaría siguiendo las siguientes fases: la primera en la que se dará cada individuo según su trabajo y una segunda en la que se dará a cada uno según sus necesidades.

El Psicoanálisis y el Marxismo están emparentados desde los inicios del Psicoanálisis, al menos lo considero así, y lo ha sido a lo largo de todos estos años, pasando por diversas vicisitudes. Ambos tienen por meta la comprensión de las leyes que rigen tanto en el funcionamiento de la mente de los hombres como su convivencia y comportamiento social, es decir las vertientes, tanto de su mundo interno como su mundo externo. Ambas ciencias son “desenmascaradoras” porque cuestionan lo aparente y manifiesto para investigar aquellas fuerzas ocultas que serán las causas verdaderas de los fenómenos tanto psíquicos como sociales (Fenichel, 1934).

Una vez y otra surgen periódicamente el interés por estudiar las posibles afinidades entre ambas ciencias, y las posibilidades de un diálogo fecundo entre ellas. Fenichel (1934) incluso llegó a pugnar por una psicología dialéctico-materialista que uniera los avances del Psicoanálisis y del Marxismo, una psicología que se alzara contra el idealismo que opone lo anímico a lo corporal, omitiendo la importancia de la realidad social y su significado, y contra una falsa concepción materialista que negara la realidad de lo anímico, con la excusa de que lo que importa es lo cerebral. Marx, por ejemplo, consideraba que todo aquello que pensamos de nosotros mismos y de los demás, la visión que podemos albergar sobre la realidad interna y externa son “ideología”, una ideología que responde a los condicionamientos determinados por la sociedad concreta en la que viva y se desarrolle ese hombre. Consideraba que en cada sociedad concreta, su estructura y su organización social y política la podemos explicar por el sistema económico de producción. Este sistema imprimirá históricamente la forma de verse a sí mismo de los individuos que la formen y por tanto configurará su mundo interno, al que luego el Psicoanálisis intentará comprender. En definitiva, la idea básica es considerar que los modos materiales de existencia se transforman en ideas, valores, normas, conceptos y teorías en la mente de los hombres. Modelará su conciencia.

Las aportaciones analíticas están contextualizadas y son historiables, es decir, son respuestas a los interrogantes derivados de las necesidades psíquicas que surgen en la vida de  los hombres, en una sociedad específica en un  momento concreto de su evolución. Esa realidad social puede favorecer tanto un ambiente social más saludable o en el peor de los casos, ser generadora de patología. La labor terapéutica en la que nos vemos inmersos como analistas implica asumir que las condiciones sociales pueden determinar cuadros patológicos, si no han sido capaces de crear un marco más humano para el desarrollo y maduración de cada individuo. Viene de sí que para ser coherentes con nuestra función terapéutica debemos comprometernos políticamente para contribuir a la creación de una sociedad más acorde para las aspiraciones de nuestra naturaleza, que sea más humana, apta para los seres humanos, generando así los medios externos que favorezcan un ambiente más saludable para nuestra vida.

Como decía en otro lugar (Lillo, 2013): hemos perdido la batalla de la humanización de la vida, que ha dejado, globalmente, de ser humana, para ser otra cosa. Estamos de duelo por una vida que ahora se ha convertido en una utopía. Una vida en la que los seres humanos no nos encontramos como en nuestra propia casa. A esto aludía Marx cuando hablaba del concepto de alienación, y más concretamente cuando se ocupaba en estudiar si las condiciones laborales favorecen o impiden el progreso de las potencialidades de cada individuo. Se ha considerado tradicionalmente que el interés y el objetivo de Marx era la conquista del poder cuando en realidad su preocupación fundamental era liberar a los hombres de la alienación. Quería conquistar sus mentes para que así liberadas, supieran desplegar todo su potencial humano, por el desvelamiento de lo que se oculta detrás de esas ideologías, favoreciendo un mayor “sentido de realidad” y reconocimiento de la “verdad”, y no por la fuerza represora o impositiva. Esta “verdad” era un instrumento para la liberación de la alienación en Marx, como para el cambio psíquico en Freud, haciendo consciente los elementos reprimidos, confundidos, disociados. Para ambos la verdad es el pivote sobre el que se puede modificar tanto la realidad social como la psíquica, la toma de consciencia, entendida como la encargada de la percepción de las cualidades psíquicas y sociales. Desvelar la “realidad”. El objetivo para ambos es la toma de conciencia de su estado de inconsciencia, de su “conciencia alienada”. Solo así el hombre podrá ser libre, y por tanto hombre. Entiende por alienación aquel estado en el que el hombre toma contacto consigo mismo únicamente a través de las cosas que ha fabricado y no como sujeto de sus actos, sentimientos, pensamientos y emociones. Se ha alienado, se extraña de sí mismo, en un proceso de empobrecimiento. No tiene un sentido del Yo ni una identidad clara en una personalidad escindida. Mientras Freud se ocupa de la patología individual, buscando obtener la desalienación de su conciencia, Marx de la colectiva y de las condiciones que la generan.

Marx diferenciaba una naturaleza humana general, compartida por todos los seres  y una parte dependiente de cada época histórica. El hombre no es ahistórico, sino todo lo contrario. Marx puntualizaba que existiría una parte de la personalidad, moldeada por las circunstancias coyunturales que le ha tocado al sujeto vivir, derivadas de las condiciones generadas por los medios de producción económica. Estos determinan inexorablemente una tipología específica de “homo faber”, acorde con ellos. Consideraba dos tipos de pulsiones en el ser humano: aquellas constantes o fijas como los de autoconservación y los sexuales, integrantes de la naturaleza humana compartida por todos en general; y los relativos, tributarios de las condiciones y estructuras sociales específicos y por tanto contextualizados históricamente.

El hombre es producto de la historia, se transforma según el devenir y es  capaz de mudar sus circunstancias, creando a su vez historia, de autocrearse en definitiva. Varía en el curso de la historia, pero a la vez es capaz de hacerla porque puede modificar sus condiciones. Se conoce a sí mismo siempre y cuando conozca el mundo, tomando conciencia de sí dentro del mundo. Creo que hemos de tener en cuenta que la realidad no puede concebirse como algo externo al sujeto, porque es algo que lo estructura, a la vez que es nuestra potestad, como seres humanos, disponer de la capacidad de estructurar la realidad externa en la que vivimos. Se debe realizar siendo. Marx no está de acuerdo con ese relativismo filosófico y político que consideraría a la naturaleza humana sin nada inherente a ella misma, emanando todo de las condiciones sociales. Discrepa de las concepciones que categorizan lo humano como ahistórico pero también de aquellas que lo relativizan. Considera la enfermedad mental un producto consecuencia de la alienación.

Al destacar la lucha social, lo hace con la intención de especificar que su finalidad es mejorar la salud del hombre, que este se pueda desenvolver en las mejores condiciones sociales para el despliegue de su naturaleza. Aspira a que el hombre se libere de su dependencia, dominándola y creando las condiciones para una vida más armoniosa que le permita el despliegue de todas sus potencialidades tanto intelectuales como emocionales. Según sea su manera de producir aquello que necesita ese homo faber, así será la estructura social y política de la sociedad en la que viva, y así serán sus pensamientos, valores e ideología. A tenor de la tipología de los sistemas de producción de aquellos objetos que han de satisfacer sus necesidades, así serán los fundamentos sociales, políticos, culturales, morales etc. y las instituciones que las encarnen. No puedo dejar de citar una afortunada expresión acuñada por E. Fromm (1961) quien resume estos conceptos de Marx, cuando dice que “el hombre realmente humano no es quien posee mucho sino quien es mucho. Es mucho porque tiene poco”.

Marx tiene una definición, que a nosotros, analistas, nos tiene que resultar familiar y es la siguiente: la pulsión esencial del hombre es aquella que se consume buscando enérgicamente su objeto. Bien es verdad que el concepto de objeto en Marx hace referencia a algo más concreto como son los productos de su labor, objetos que contribuirán a su realización y que corresponden a su naturaleza más íntima como homo faber. Son objetos productos de su trabajo que confirmarán su identidad, porque no solo por los pensamientos y fantasías se afirma el hombre en el mundo objetivo, sino mediante esos objetos reales. El hombre se realiza y es, haciendo. El hombre busca crear esos objetos como manifestación indisoluble de su esencia. Solo en esas condiciones y en esos objetos se reafirmará el hombre en el mundo. El objeto analítico también es uno que ayuda a la realización de la persona, confirmando su identidad y permitiéndole la seguridad ante el futuro y sus plausibles acciones.

Es hacia la consecución de esos objetos y sus condiciones de producción lo que guiará la reflexión marxista. En definitiva, el objetivo de sus meditaciones es la liberación de ese estado de alienación, estudiando los pasos necesarios para la conquista de unas condiciones sociales específicamente humanas, del hombre y para el hombre. El fin de una sociedad socialista es el desarrollo pleno  de la personalidad de cada individuo. Podríamos concluir las ideas marxistas sobre este tema afirmando que el hombre es un fin en sí mismo y nunca un medio para cualquier fin por muy loable que sea: país, patria, dios, religión, partido, clase social… o cualquier otro tipo de pseudoutopía. No es ni ha de ser esclavo de esos “dignos” fines. Los objetivos y fines sociales están a su servicio y no al revés. Lo repito: el hombre es un fin en sí mismo. Estos principios son lo que hemos visto corrompidos y pervertidos en las así llamadas sociedades socialistas.

Quizás podamos entender mejor ahora el concepto y significación de la alienación. La entiende como la enajenación del hombre, el extrañamiento del hombre de sí mismo, circunstancias en las que el hombre no se experimenta a sí mismo en lo que hace, percibiéndose disociado y separado de sus objetos. Significa la pérdida, la contracción de las capacidades y talentos del individuo motivado por un trabajo empobrecedor y monótono. La alienación era la demostración palpable de lo que se producía cuando el hombre no es dueño de su libertad, su conciencia y de los medios sociales de producción. El hombre se ha disociado de su esencia, y “no es lo que debiera ser y debe ser lo que podría ser”  (Fromm, 1961). Mucho de lo que pensamos acerca de nosotros mismos y de los demás es ilusión, es decir ideología, que encubre intereses económicos y sociales, en función de la clase dominante. Uno de los objetivos de sus reflexiones es como ganarse la mente de las gentes para que secundaran ese camino de liberación de la alienación, apelando al sentido de la realidad y mediante la verdad. Creo que esta voluntad marxista coincide plenamente con la aspiración analítica de incrementar el sentido de realidad y de verdad en nuestros pacientes, aún a costa del sufrimiento que ocasiona tal actitud. La meta de ambos es liberar al hombre de esas ilusiones e ideologías que usamos para hacer más soportable el dolor y sufrimiento de la vida real.

La verdad y la aceptación de la realidad son los instrumentos que ambos valoran como mecanismos para obtener la necesaria transformación social en uno y la individual en el otro. Podríamos considerar que un humanismo, un respeto y estima por el ser humano, son valores que se deducen de los escritos de nuestros autores. Para Marx el hombre desalienado –y por tanto sano y saludable– es aquel que es productivo en su trabajo, pero también es necesario que sea libre, respetuoso con el mismo, sus análogos y la naturaleza, que se relacione con sus semejantes, no para satisfacer sus deseos, sino en la incesante búsqueda de completar su naturaleza en la relación. Freud consideraba que el individuo sano es aquel que es capaz de trabajar y amar. Vemos una vez más esas semejanzas en ambos. Como resume E. Fromm (1962) cuando destaca las similitudes de ambos pensadores, ambos estarían de acuerdo en que la búsqueda de la realidad y el descubrimiento y desvelamiento de las ilusiones no solo producen insight y conocimiento, sino que además transforma al hombre durante el proceso. Hemos de agradecer que nos hayan proporcionado los medios para superar la ficción y las ilusiones de creencias e ideologías (La ideología entendida como el sistema de ideas, de representaciones, que domina el espíritu de un hombre o un grupo social) para poder alcanzar la verdad y la realidad, y así liberarnos de las esclavitudes sociales y psíquicas.

Las condiciones de vida, así como la escala de valores imperantes en una sociedad determinada también juegan un papel muy importante, troquelando la constitución de la identidad y de la personalidad de los individuos que habitan en ese contexto histórico. Lacan (citado por Castilla del Pino, 1969) es muy explícito al afirmar que los conflictos mentales que pudiera aquejar un individuo son el reflejo de los conflictos sociales del medio en el que vive. El Psicoanálisis da cuenta de las consecuencias de la interiorización de las experiencias y relaciones primordiales y primitivas con los objetos de su medio, por lo que podríamos decir que interioriza esa “sociedad” peculiar que es la familia. Hay un concepto freudiano que muestra como esos valores y normas se introyectan y constituirán un ingrediente básico de la personalidad. Me refiero al concepto de Super-Yo. Este, heredero del complejo de Edipo, se configura como el representante del mundo externo y sus códigos en el interior del psiquismo. Lo social se hace personal. Lo externo se internaliza, las circunstancias se hacen Yo. Me atrevería a pensar que este concepto de Super-Yo sería equivalente a la concepción de Marx cuando refiere que la forma de existencia social con todo lo que conlleva y significa, se convierte en ideas en el cerebro del nombre, formando parte de su personalidad. Lo externo se internaliza, formando parte de nuestros intersticios tisulares. Marx formuló esta idea cuando sugería que no era la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino que era su ser social lo que condiciona su conciencia.

Creo que estas reflexiones nos muestran bien a las claras la interrelación entre lo individual y lo social, entre lo externo y lo interno. Si además, como analistas, hemos llegado a inteligir mecanismos como la proyección y la introyección, la identificación proyectiva…, podremos comprender que estas relaciones constituyentes entre lo interno y lo externo se complejizan enormemente, mostrando muy a las claras esas interdependencias. Ese intercambio de influencias constituirá y conformará el mundo interno, a imagen y semejanza del externo, contemplado por las proyecciones a imagen y semejanza del mundo interno. Es una constante oscilación entre mundo interno y mundo externo. Esto hace al ser humano un ser histórico a la vez que con la capacidad de crear su propia historia modificando las condiciones externas en las que vive. Es la única especie que puede condicionar el medio en el que vivir. Hacerlo más o menos saludable, más o menos humano, más o menos adecuado para un desarrollo específicamente acorde con nuestra naturaleza, es nuestra responsabilidad. Creo que los analistas debemos contribuir a generar unas condiciones socioeconómicas que atenúen ese factor social presente en la génesis de determinadas manifestaciones de sufrimiento psíquico, abordando los trastornos de personalidad no solo en el marco de nuestro encuadre terapéutico sino también mediante la presencia en los debates ciudadanos en los que se diriman cuestiones que tengan que ver con la salud en general y la mental en especial. Esto no nos excusa de acciones en el campo político con la finalidad de humanizar las condiciones de vida que sean más saludables y respetuosas con la naturaleza humana.

Diversas investigaciones en lo que podríamos calificar como Psiquiatría Ecológica, entendida como aquella que estudia la interacción entre la enfermedad mental y su medio ambiente, subrayan la importancia de estos factores sociales. Entre estas destacaría aquellas que enfatizan la relación de lo que Durkhein acuñó como anomia, la desorganización social, con la enfermedad mental, encontrando que en aquellas comunidades presididas por la ausencia de cohesión social, con una desaparición de normas estructurantes, puede conducir con más frecuencia a cuadros de sufrimiento mental. Determinadas condiciones socioeconómicas darían lugar a un mayor índice de incidencia y prevalencia de manifestaciones psicopatológicas como consecuencia de determinadas condiciones de vida. Los estudios de Hollingshead y Redlich (1955) establecen con claridad la mayor incidencia y prevalencia de cuadros esquizofrénicos en las clases más desfavorecidas, y afirmando de forma contundente, cómo la clase social influye incluso en los tratamientos empleados. En cambio los estudios de Eaton y Weil (1955) muestran que una comunidad profundamente cohesionada como la de los Hutteritas por ellos estudiada, mostraba una escasa incidencia de esquizofrenia, pero no así con los cuadros depresivos. Claro que podríamos establecer dos hipótesis con estos datos: una sería la hipótesis de una causación social como génesis de cuadros esquizofrénicos, y otra que mostraría que los esquizofrénicos se adaptan mejor a comunidades o zonas sociales desorganizadas, llegando incluso a buscarlas. En mi opinión, estos estudios realizados prioritariamente por investigadores norteamericanos, poco sospechosos de influencias e instigaciones marxistas, muestran cómo la clase social, las características socioeconómicas de las diversas comunidades humanas, son factores que tiene una presencia en la incidencia y prevalencia de enfermedad mental, variando incluso en su tipología, esquizofrenia o psicosis maníaco depresiva, en función de las mismas.

Las enfermedades metales tienen su historicidad. Sabemos que cada época tiene su forma peculiar e histórica de expresar el sufrimiento psíquico. En la época de Freud, en sus historiales clínicos, apreciamos unas manifestaciones psicopatológicas que hoy casi han desaparecido, dando lugar a otras nuevas acordes con la época que vivimos. Nuestra cultura se ha vuelto más narcisista y autista, centrándose en ella misma, aislada de cualquier otra que sea diferente, promocionando unos valores egoístas e insolidarios, encontrando excusas en ese “relativismo líquido” que caracteriza nuestras sociedades postmodernas. La sociedad actual expresa el sufrimiento psíquico mediante un lenguaje diferente a otras épocas y latitudes. Podemos observar el predominio de la patología narcisista y borderline, las patologías del espectro autista, el funcionamiento psicosomático desmentalizado, aportando clasificaciones nuevas como la patología dual, nuevas adicciones (sectas, abusos psicológicos, internet, móvil…), detectando nuevas enfermedades, o quizás no tan nuevas, como la fibromialgia, el síndrome de fatiga crónica, los trastornos alimentarios en la sociedad de la abundancia, TDAH que se aplica a todos los niños movidos en un exceso de celo diagnosticador, y la «prestigiosa» patología bipolar.

El Psicoanálisis y el Marxismo dan una primacía al reconocimiento y adaptabilidad a la realidad, como ya subrayábamos antes. Pero esto no quiere decir el sometimiento a ella, sino todo lo contrario, la lucha por modificarla en la medida que sea nociva para el pleno y natural desarrollo de cada ser. Podríamos decir que al criterio freudiano de salud –la capacidad de amar y trabajar– tendríamos que añadir otro criterio más: la capacidad de transformar su entorno para hacerlo más humano y saludable, para él y para los que le rodean, donde puedan desplegarse todas sus potencialidades.

Las experiencias y trabajos de W. Reich, el compromiso personal de analistas como O. Fenichel, E. Fromm, G. Roheim, O. Gross, I Sapir, E. Jacobson, C. Gero, A. Kardiner, A. Balint, R. Waelder, A. Reich, R. Lindner,  K. Friedlander, Lantos, K. Landauer (asesinado en los campos de concentración nazis), E. Federn, que incluso le llevó a Buchenwald más por su condición de marxista que por la de judío, por citar a unos cuantos, son demostrativas de lo que venimos afirmando. Este grupo de analistas europeos obligados a emigrar a los EEUU mantuvieron durante años la costumbre de comunicarse entre ellos mediante unos memorándum cuasi clandestinos que Fenichel aconsejaba destruir después de su lectura. Esta clandestina correspondencia entre este grupo de analistas de izquierdas alcanzó la cifra de unos 119 documentos, algunos de ellos de más de 80 páginas.

Después de la II Guerra Mundial podemos encontrar nuevos focos de interés y de estudio. R. Osborn, S. Gordon y B. Muldworf en lengua inglesa. J. Bléger, M. Langer y el grupo Cuestionamos en la Argentina. C. Castilla del Pino en nuestro país. Th. W. Adorno y la escuela de Frankfurt. Pero es en Francia donde podemos encontrar más huellas de este interés. Así los trabajos de L. Althusser, de C.B. Clément, P. Bruno y L. Sève, pero fundamentalmente los autores reunidos alrededor del debate organizado por los Cahiers du Centre d’études et de Recherches Marxistes, entre los que destacaríamos a F. Gantheret, R. Lourau, V. Lafitte, E. Monnerot, P. Béquart, H. Sella, C. Nachim y A. Richel.

Estos autores han investigado las posibles relaciones entre el Marxismo y el Psicoanálisis,  y en la medida de lo posible, han intentado concretar qué tipo de relación sería esa. Esta investigación les ha permitido realizar algunas observaciones críticas sobre el Psicoanálisis. Quería hacer la salvedad que en la teoría marxista, el propio Marx sería valedor del Psicoanálisis, porque su concepción del hombre es similar a la que se deduce de los conocimientos analíticos adquiridos en el tratamiento de tantos y tantos seres humanos dolientes. Son determinados marxistas los que se dedicarán a realizar estas críticas y descalificaciones, que contradicen el pensamiento del mismo Marx. La crítica que me parece más importante y de actualidad es la que acusa al Psicoanálisis de idealismo, crítica ejercida desde una determinada concepción de lo que es el materialismo. El sustrato de esta crítica es aquella que ve en  el psiquismo solo procesos físicos. Lo que vale y determina la actividad psíquica es su base orgánica, es decir, como actividad orgánico-cerebral. Este es un principio en el que se basa la psiquiatría biológica.

El Psicoanálisis nunca ha pretendido negar esta evidencia, de que la plataforma de cualquier actividad psíquica era el cerebro. El mismo Freud sostenía que mientras no se descubriera los fundamentos neurocientíficos y neurofisiológicos de la actividad mental, recurría a las hipótesis psicoanalíticas para poder comprender a sus pacientes. Llegó incluso a pensar y afirmar que el origen de la libido radicaba en procesos químicos todavía desconocidos. Se adelantó al descubrimiento de las hormonas y de los neurotransmisores. Esperaba que en un futuro no muy lejano se pudiera descubrir el fundamento orgánico para explicar el padecer mental. Hoy en día, ese modelo freudiano que da cuenta de la mente, está siendo en muchos casos corroborados por los descubrimientos de los neurocientíficos, y en otros obligado a revisarlo. En cualquier caso no ha perdido su vigencia. El propio Marx se desmarcaba de esos supuestos puristas y “materialistas” cuando les objetaba que veían al ser humano como un objeto, sin tener en cuenta su actividad humana sensorial y subjetiva, sus emociones, aquello que lo hace específicamente humano.

Este diálogo entre estas dos concepciones ha fructificado al constituirse ese modelo bio-psico-social en el que radica nuestra acción terapéutica. Creo que la raíz social ha quedado esclarecida al repasar la importancia que adquiere la historia y sus circunstancias en el desarrollo de la personalidad de cualquier individuo. Si no abordamos esas tres patas conjuntamente, en mi opinión, adoleceremos de un enfoque parcial que puede dar lugar a manifestaciones iatrogénicas. La acción terapéutica que era parte de la solución se convierte así en parte del problema.

Freud era consciente de ello cuando en Moisés y el monoteísmo (1939) nos avisa que cuando trasponemos la psicología individual a la colectiva, nos enfrentamos a dos realidades de naturaleza e importancia diferentes. Igualmente en El malestar en la cultura (1930) sostiene que lo individual y lo colectivo, aunque pudieran parecer semejantes no son procesos idénticos; son objetos diferentes. Nos avisa de que no podemos utilizar nuestros conocimientos de los dinamismos psíquicos para ir más allá y pretender explicar todo lo concerniente al ser humano y sus vicisitudes. Sin embargo, Freud mantuvo cierta ambigüedad sobre este tema porque en ocasiones nos parece vislumbrar en sus escritos que el psicoanálisis podría tener un rol importante a jugar en las tentativas de explicarnos las ciencias del hombre. Marx también era de la opinión que entre los hechos sociales determinados por el sistema de producción de bienes necesarios para el desarrollo humano y los hechos psicológicos no hay una determinación y una relación inmediata.

Quisiera detenerme en recoger ahora las aportaciones de G. Politzer (1972) porque me parece la crítica más fecunda que se hace al Psicoanálisis desde la perspectiva marxista. Desgraciadamente su ejecución por los nazis por su labor de resistente en la Francia ocupada malogró los frutos que de sus reflexiones ulteriores hubieran devenido. Hay que denunciar que fue detenido por la policía francesa que estaba siguiendo al dirigente de la Resistencia Pican, y no por los nazis, y posteriormente entregado a la gestapo. En la Francia nazi siguió publicando pero por cuestiones de clandestinidad lo hizo bajo el pseudónimo de Th. W. Morris. Tomó conocimiento del Psicoanálisis en su Hungría natal, y siguió su interés en Francia, país al que emigró para profundizar sus estudios filosóficos. Creo que Politzer ha sido el primero en realizar su crítica al Psicoanálisis desde el interior, estudiando los temas que el psicoanálisis trata para ilustrar lo que él considera como sus contradicciones. Valoraba y apreciaba el Psicoanálisis en la medida que a diferencia de otras corrientes psicológicas,  aportaba un saber y un conocimiento real del hombre. Las otras disciplinas psicológicas hablan de aspectos que no conciernen al hombre: procesos mentales abstractos, nociones formales,  etc., eliminándolo en provecho de descripciones de manifestaciones que se refieren a dimensiones espirituales y no nos enseñan nada (Muldworf, 1970).  Su esfuerzo intelectual está orientado en la crítica de los aspectos mecanicistas, fisiologistas, atomistas, la medicalización de la psicología, así como contra las orientaciones idealistas. Tres vicios adolecería la psicología clásica: realismo, abstracción y formalismo.

Estas tres dificultades científicas son las que, según Politzer, caracterizarían la metapsicología freudiana, porque en ella, Freud explica los procesos mentales como expresión de un juego de fuerzas construidas según el modelo de fuerzas físicas. Una psicología que se considere como tal debería tener en cuenta que no puede renunciar a buscar la significación humana de los hechos psíquicos; y que debería investigar en las capas más profundas y básicas que denotan la historia del individuo, teniendo esos datos, una función de generalización y universalización. Defendía el concepto de drama, locus en el  que se desarrolla el vivir humano y por eso, el valor del Psicoanálisis es en la medida que se acerca a ese drama singular, descubriendo su sentido y significación. Trata al individuo como tal, reconociendo su singularidad y especificidad. Siempre el sujeto en primer lugar. Su definición de drama recogería la idea de que es todo aquello que afecta al hombre, entendido en su globalidad y considerado como el centro de una serie de acontecimientos, que adquieren un sentido al estar estrechamente relacionados con él. Esos hechos adoptan su carácter de drama al estar directamente relacionados con esa persona específica y concreta, lo que les otorga un sentido y significación. Todo aquel conjunto de actos, conductas y acontecimientos de la vida personal, será drama si representan una cierta unidad de comportamiento. El drama es un hecho original pues cada hombre actúa en y según las condiciones reales de su vida.

Los síntomas, el tipo de personalidad, las diversas formas de neurosis, etc., tendrán un significado concreto y específico al estar determinados por la biografía de la persona. Esta interrelación entre los ítems vitales y la ulterior conformación de una personalidad precisa es una demostración para Politzer de que no existe contradicción entre el método analítico y el marxista (Lafitte, 1970). Fenichel (1934) abogaba igualmente por una psicología materialista definida por ser aquella que reconoce la existencia de lo psíquico, tratando de explicar las formas con las que emerge a partir de la realidad material en la que se encuentra la persona portadora de esa existencia psíquica, entendida tanto referente a su biografía, como al cuerpo y a la realidad social circundante a ella.

La crítica que hace Politzer a Freud se podría resumir de la siguiente forma:  que en lugar de teorizar a partir de la experiencia individual y concreta, mediante la inducción, pasa a hacerlo mediante abstracciones cuando habla de procesos, descargas de energía, catexias, desplazamientos de excitaciones, etc., es decir todo aquello que le parece «formalismo funcional».  Reemplaza el estudio de las acciones y actitudes de cada individuo en sí mismo, por simulacros abstractos y mitológicos. Freud cae de nuevo en la abstracción que despersonaliza sus investigaciones sobre el drama de cada individuo. Cree que así esteriliza el valor de sus descubrimientos. Fenichel (1934) años antes ya se había hecho eco de esta circunstancia, cuando enfatiza que “todo acontecer psíquico se desarrolla siempre y únicamente en el individuo particular”.

Afirmaba que uno de los principales errores del Psicoanálisis es que pretendía explicar la historia por la psicología y no la psicología por la historia. Critica que en ocasiones se haya traspasado sobre el plan social teorías que conciernen a la psicología individual. Creo que en muchas ocasiones ha sido justa esa crítica al igual que no se puede soslayar el hecho de que a veces se ha hecho del psicoanálisis un uso político a conveniencia de quien lo hiciera así. Cuando se pretende presentar el psicoanálisis como la explicación más profunda y general de la mayoría de los hechos humanos, se cae en el uso del mismo para fines espúreos. Ni Freud ni Marx son responsables de las aberraciones que se han dicho y hecho en su nombre. Son campos disciplinarios diferenciados aunque complementarios.

Politzer nos recuerda la limitación inherente al análisis, cuando nos informa  que la psicología no posee el secreto de los hechos humanos porque ese secreto no es solo de orden psicológico. No obstante es capaz de reconocer desde una perspectiva marxista, que el psicoanálisis es la única psicología que nos puede proporcionar una visión de lo que es el ser humano. Su eficacia radica porque proporciona verdaderos descubrimientos, traduciendo en fórmulas científicas cierto número de observaciones que podemos encontrar en la clínica. Destaca como Freud al valorizar el sueño como hecho psicológico, por ejemplo, lo enlaza con el sujeto que sueña otorgándole así esa impronta individual y específica, no generalizable ni universalizable. Pero más adelante critica que Freud mecanice el funcionamiento mental, rompiendo ese inicio individualizado, para presentarnos una psique mecanizada, automatizada, ajena  a la individualidad porque se ha universalizado.

Critica que Freud nos hable de los hechos psicológicos como si fuera en tercera persona. Los fenómenos los describe Freud como mecanismos y no acciones  en primera persona. Politzer comenta que, en esas circunstancias, “los verdaderos protagonistas son impersonales, representando el individuo el papel de empresario, cuando más”. Critica en definitiva que el sujeto se ha convertido en una “incubadora” de los procesos psíquicos descritos. Lamenta que se pierda el saber del psicoanálisis, al aislar los hechos psicológicos del individuo concreto, obteniendo conclusiones abstractas. Creo que la crítica de Politzer va dirigida fundamentalmente a la metapsicología freudiana, donde se encarnan esos aspectos más alejados de la práctica analítica y de las personas a las que va dirigida. Ese grado de abstracción, según Politzer supone una mecanización del funcionamiento mental y el aboga por una psicología que llamará concreta. Lo que me recuerda el esfuerzo de V. Hernández (2005) por abogar por una psicología que tenga en cuenta “el sentido común”[2].

La comprensión analítica de un comportamiento de un determinado sujeto debe contemplar las circunstancias específicas de ese individuo, según sus referencias y coordenadas biográficas concretas. El Psicoanálisis busca la comprensión y el significado individual de la patología, pero se puede perder si universaliza y hace abstracción de lo especifico y concreto, que es la psicología personal de cada paciente. Esta confusión pudiera ser debida a la necesidad de Freud de recurrir a los conceptos científicos vigentes en su época: la hidráulica, la termodinámica, la física, rudimentos de electricidad, modelo energético etc. para obtener un estatuto científico para el psicoanálisis. Su aplicación descriptiva de los hechos psicológicos ha hecho perder esa especificidad que, como marxista, considera es tributario cualquier ser humano individualmente.

Politzer reivindica un Psicoanálisis que no abandone nunca la especificidad del drama individual en el tratamiento, en la investigación, y en su elaboración teórica. El mismo Bléger (1963), apoyándose en Politzer, reconoce que la vida interior se transforma en mito cuando se la extrae y aísla de la totalidad de la persona y se la convierte en cosa con naturaleza y existencia propia. Lo que debe estudiar la psicología es el hombre concreto y no abstracciones que lo deshumanizan y despersonifican[3]. La abstracción elimina al sujeto de la ecuación psicológica y toma los hechos psicológicos en sí mismos, de modo impersonal. Politzer defiende que el Psicoanálisis examine los hechos psicológicos en función de la vida del sujeto. Concluye con la siguiente crítica: Freud es tan sorprendentemente abstracto en sus teorías como concreto en sus descubrimientos.

A medida que la teoría analítica se hace más abstracta nos encontramos que reemplaza las realidades humanas por apelaciones a entidades, fuerzas, instancias, etc., en su búsqueda de dar una imagen científica a sus descubrimientos. Eso que era historia contextual se ha sacralizado, adquiriendo un valor perenne. Lo que era una metáfora y un modelo se le dado un valor de realidad, y ahí nos hemos confundido y perdido, construyendo teorías a las que hemos dado el valor de verdad, arropándonos con un lenguaje pseudo-científico.  Los descubrimientos freudianos dejan de ser y señalar funciones o aspectos de la conducta para convertirse en sujetos, ubicándose en el interior del psiquismo, dirigiendo y motivando su conducta. Estamos ya en el reino de la abstracción impersonal. Se han convertido y transformado en mitos estereotipados.

Acabaría estas notas recordando las palabras del filósofo Zizek (1991) cuando nos recuerda lo siguiente: “Hoy más que nunca, el deber de la izquierda es mantener viva la memoria de las causas perdidas, de los sueños y de las esperanzas de emancipación, rotas y traicionadas”. Sirvan estas notas para mantener vivas tantas y tantas cosas perdidas y la esperanza de una utopía.

 


[1] Este tema ha sido tratado recientemente por R. Sennett quien en un ensayo publicado en 2000 y titulado La corrosión del carácter: Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo, muestra bien a las claras esa nueva tipología de alienación en el capitalismo que tenemos hoy.

[2] En este trabajo V. Hernández diferencia diversos niveles al abordar la realidad de los hechos psíquicos: nivel clínico, paraclínico, metaclínico y metafísico, a medida que nos alejamos del sentido común.

[3] V. Hernández (2005), al subrayar  la importancia del criterio de realidad  y el sentido común,  abogaría, en mi opinión, por lo que Politzer calificaría como psicología concreta. El sentido, criterio o prueba de realidad, facilita la diferenciación y distinción de la realidad interna de la externa, el mundo interno del externo, lo subjetivo de lo objetivo, el pensamiento de la fantasía. El sentido común sería fruto de la comparación y síntesis de las impresiones sensoriales procedentes de sentidos diferentes, y entendida como una función básica para el desarrollo de ese sentido de realidad. El sentido de la realidad y el sentido común son funciones ineludibles, o deberían serlo, de la práctica analítica.

 

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Resumen

El autor sostiene la idea de que ser psicoanalista para ayudar a liberarnos de la esclavitud del sufrimiento mental –sin contemplar la otra esclavitud, la social y económica, es una contradicción, cuando esta última puede ser la responsable de muchos sufrimientos psíquicos. Intenta responder a las siguientes cuestiones: ¿Es posible establecer una relación entre el Psicoanálisis y el Marxismo? ¿Qué es o ha sido lo que ha venido en llamarse el freudomarxismo? ¿Existe algo como la izquierda freudiana? Y si es así ¿en qué consistiría? En el transcurso de este estudio se puede apreciar algunas observaciones críticas sobre el Psicoanálisis desde la perspectiva marxista. Destaca las aportaciones de G. Politzer porque le parece la crítica más fecunda que se hace al Psicoanálisis desde la perspectiva marxista.

Palabras clave: psicoanálisis, marxismo, Izquierda freudiana, Politzer

 

Abstract

The author points out that being a psychoanalyst to help to freedom from the slavery of mental suffering -without considering social and economical slavery- is contradicting when the last mentioned can be responsible for many mental suffering. Tries to give answer to different questions: is it possible to establish a relationship between Psychoanalysis and Marxism? What is or has been the so called Freudo-Marxism? Does something such as left-wing Freudian exist? If so, what would it be about? In the course of this paper the reader will appreciate few critical notes regarding Psycho analytics from the point of view of Marxism. The contributions of G. Politzer stand out for being the most fecund critic to Psychoanalysis from the prospective of Marxism.

Key words: Psychoanalysis, Marxism, Left-wing Freudian, Politzer

 

José Luis Lillo Espinosa

Médico-Psiquiatra y Psicoanalista didacta de la Sociedad Española de Psicoanálisis (IPA). Secretario de la Junta Directiva de la SEP.
10664jle@comb.cat