Betty Joseph murió plácidamente en Londres el pasado 4 de Abril, en su casa de St. John’s Wood donde había vivido más de cincuenta años. Allí había realizado la mayor parte de su trabajo clínico con adultos y con niños. Era también el acogedor lugar de sus seminarios, algunos de los cuales se habían prolongado por más de cuarenta años. Participantes asiduos como R.Britton, M.Feldman y John Steiner han hablado en diferentes ocasiones de los intercambios creativos que se suscitaban al compás de los casos clínicos que se iban presentando.
Pero la actividad didáctica de Betty Joseph se prolongaba, lejos de esta matriz, a muchos lugares del mundo, desde la India hasta Argentina, pero con particular asiduidad a San Francisco y Barcelona.
Todos aquellos que tuvieron el privilegio de disfrutar de su enseñanza en seminarios y supervisiones y conocerla después accediendo a la vida privada de su amistad, no se sorprendían excesivamente al comprobar su gran amplitud de intereses: la novedad de un paisaje, la curiosidad por cada ciudad que visitaba, el atractivo de cada concierto, una exposición de arte y, muy especialmente, su pasión por el teatro, desde Shakespeare a los autores contemporáneos. Sin embargo, lo que más sorprendía era su interés permanente por todo aquello que sucedía en el flujo incesante de los momentos. Con ella nada empalidecía la singularidad de cada situación, por cotidiana que esta fuera. Su intensa capacidad de presencia hacía difícil la banalización repetitiva, la monotonía o el lugar común. Y si ocasionalmente desmayaba la fluidez o la vivacidad de las evocaciones de unos u otros, ella podía hacer revivir el interés del momento apelando con humor a la gracia inadvertida de las palabras que por azar se habían utilizado. Y era estimulante verla debatir por el sentido calidoscópico de las palabras al resbalar de una lengua a otra: del inglés al catalán y a las palabras de Freud, y a la ambigüedad polisémica de unas y otras. La conversación volvía a progresar por caminos psicoanalíticos, pero sobre la mesa se habían amontonado diferentes diccionarios.
Muchos psicoanalistas de nuestro Instituto han participado en alguno de los tres seminarios de clínica y técnica que impartió en Barcelona los últimos diez años, en visitas bianuales, regulares y periódicas. Escuchaba atentamente y seguía los rapports de las sesiones que el supervisado iba exponiendo. A veces reclamaba la precisión de un detalle y en general no hacía comentarios hasta que se había acabado de relatar el curso de la sesión. Entonces iniciaba una relectura, secuencia por secuencia, que en parte repetía la versión del supervisado hasta que, en un determinado momento, la puntuación era diferente: el contenido anecdótico cobraba justificación porque aludía, en términos de situación pasada, a la inmediatez del presente continuo de la relación con el analista. Lo que hasta el momento parecía una mera reproducción de un hecho vivido lejos de la sesión, ahora parecía reflejar lo que de hecho se estaba desarrollando en la más inmediata actualidad de lo que pasaba entre analista y analizado.
Esta reducción sorprendente de la inmensa variedad de contenidos que el discurso del paciente desgranaba, con su particular estilo expresivo y la manera en cómo afectaba al analista ―explicitada a través del relato y comentarios del propio supervisado― tenía un efecto de zoom que magnificaba hasta la evidencia aquello que ya estaba presente, pero medio velado por la habilidad del sistema defensivo del analizado. Los contenidos de la interacción entre el paciente y el analista se iluminaban de significado cuando la visión de Betty los conectaba con creciente coherencia y presencia vivida.
Y todo este esclarecimiento interpretativo se hacía sin recurrir a unos mínimos patrones teóricos o modelos explicativos. La explicación provenía de su excepcional capacidad de escucha, atenta al hacer y decir del paciente y a la vez atenta con íntima curiosidad por la resonancia que la continuada interacción suscitaba. Sin embargo, no siempre se producía esta transformación del impacto clínico en un crescendo de sentido. Con frecuencia Betty nos decía: “… Puedo estar equivocada, pero escuchemos aún lo que pasa en la sesión siguiente…”
O pedía el parecer de los compañeros de seminario, por si otra manera de afectarse por el mismo relato, podía añadir nueva luz y sentido a aquello que podía dramatizarse en la transferencia. Lo que no hacía ―como hemos dicho― era ampararse en lugares comunes que pudieran aplicarse a la situación vivida con el paciente. Sólo consultaba la cosecha de percepciones que había hecho con su portentosa atención, que tenía aquella cualidad de gleichschwebende, como quería Freud, una atención flotante, libre, como un ala que vuela por cada recoveco de la presencia viva del otro y por los caminos interiores de la propia afectación.
Lo que Betty Joseph captaba en este vuelo, lo tenía que dar a conocer de la mejor y más delicada manera al paciente, y lo hacía explícitamente con el sentimiento de devolución, de retorno de una verdad ―o de un trozo de verdad― que no podía retenerse, que el paciente tiene todo el derecho de conocer. Y nos decía que consideraba una grave falta ética privar al paciente de esta parcela de verdad que nos había expresado sin saber. Que silenciar al paciente aquello que nos había hecho conocer de sí mismo no se justifica de ninguna manera, y obedece siempre a una actitud defensiva del analista, por miedo a situaciones demasiado ansiógenas que pudieran suscitarse por la ampliación del conocimiento.
La tenacidad y el entusiasmo con que Betty Joseph siguió su larga aventura clínica se ha sedimentado en un legado valioso, que M. Feldman resumía en un consistente modelo de técnica analítica y una teoría del cambio psíquico, que fueron siempre hitos importantes de su dedicación.
Terttu Eskelinen
Psicoanalista didáctica de la SEP y de la IPA
Ex Presidenta de la Federación Europea de Psicoanálisis
Psicoanalista de niños y adultos.