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Recuerdo (1937)

 

Frida Kahlo y Calderón nació un 6 de julio de 1907, en Coyoacán, México.  Su padre, un húngaro criado en Nurenberg, era fotógrafo, tocaba música y tenía una extensa biblioteca. Fue un su primer mentor, un artista que le presionaba para que pensara por si misma,  y le apartó de los roles tradicionales aceptados por la mayoría de las mujeres mexicanas. Su madre,  Matilde Calderón, era una mujer mestiza con algo de indígena y europea.

La pintora sentía que su arte tenía que ver con su padre. Alguna vez dijo que sus cuadros eran como fotografías hechas por él. El retocado de fotografías implicaba minúsculas pinceladas en una escala muy reducida, técnica que llegó a formar parte esencial del estilo de Frida. Explicaba que ella pintaba los mismos calendarios que su padre, pero los de ella, se encontraban dentro de su cabeza, en lugar de representar la realidad exterior.

La madre de Frida queda muy desdibujada en los relatos de los biógrafos de la artista. Decía a sus amigos que su madre le inspiraba sentimientos contradictorios. Destacaba su simpatía, vitalidad e inteligencia, pero se quejaba de su carácter.

A los seis años Frida contrajo poliomielitis y tuvo que pasar nueve meses en su habitación. Se cree que allí comenzó la lucha de Frida con su cuerpo y con su vida.  Ella explicaba que en ese tiempo surgió en su mente la fantasía de que tenía una amiga imaginaria  que le aportaba alegría y confort a su existencia.

La enfermedad y la soledad le hicieron sentirse diferente de los otros niños y además tuvo que soportar las burlas de tener una  pierna menos desarrollada.

Dicen los que le conocieron que a los 14 años Frida era esbelta y bien proporcionada, una adolescente frágil que irradiaba una extraña vitalidad, producto de una mezcla de sensibilidad y energía voluntariosa.

Cuando entró a estudiar en la escuela secundaria, que se llamaba Escuela Preparatoria, era una de las 35 chicas en medio de un grupo de dos mil estudiantes. Allí tenía amigos y formó parte de una pandilla que se hacían llamar “los cachuchas”, por los gorros que usaban. Era un grupo con una gran afición a la Literatura; se mantenían al tanto de la literatura europea y latinoamericana,  así  como de la  ficción mexicana contemporánea.

En este grupo la joven Frida  encontró  sus primeros amores  y unos amigos que le acompañaron toda la vida.

Ya en esos años ella iba  a mirar cómo pintaba el gran muralista Diego Rivera y alguno  de sus conocidos creía que ya en ese tiempo se enamoró de él.  Sus jóvenes compañeros le decían que él era barrigón, mujeriego  y de aspecto horrible y ella decía que era bondadoso, cariñoso, sabio y encantador.

Sin embargo, esta vida de amistad y precocidad, a muchos niveles,  quedó interrumpida una tarde del 17 de Septiembre de 1925,  cuando a  Frida   que tenía 18 años; le sucedió un terrible accidente cuyas secuelas arrastró toda su vida y le significó 32 operaciones  quirúrgicas.

Uno de sus amigos, Alejandro Gómez Arias, lo refiere así:

El tren de eléctrico de dos vagones, se acerco lentamente al camión y le pegó a la mitad, empujándolo despacio. El camión poseía una extraña elasticidad. Se curvó más y más.
Cuando el camión alcanzó su punto de máxima flexibilidad, reventó en miles de pedazos y el tranvía siguió adelante. Una de las barras de hierro del tren, el pasamano, se rompió y  atravesó a Frida de un lado a otro a la altura de la pelvis. Luego me dí cuenta que tenía un pedazo de fierro en el cuerpo y un hombre bruscamente se lo sacó,  fue tan grande su grito de dolor, que no se escuchó el ruido de la sirena de la ambulancia (Herrera, 1983).

Frida luego diría: “Fue un choque raro. No fue violento, sino silencioso y pausado, y dañó a todos: más que nadie a mí” (Herrera, 1983). Su columna vertebral se rompió en tres lugares de la región lumbar. Se fracturó la clavícula y la tercera y cuarta costillas. Su pierna derecha sufrió once fracturas y el pie derecho fue dislocado y aplastado. El hombro izquierdo estaba fuera de lugar y la pelvis rota en tres sitios.

Al recobrar el conocimiento, Frida pidió que se mandara a llamar a su familia, pero ninguno de sus padres estuvo en condiciones de acudir. Ella luego contó: “Mi madre se quedó muda durante un mes de la impresión y a mi padre le causó tanta tristeza que se enfermó y  sólo le pude ver después de veinte días”. Una de sus tres hermanas, Matilde , le acompañó durante su larga estancia en el hospital.

En ese tiempo Frida sentía que  tenía que ocultar la intensidad de su sufrimiento ante los miembros de su familia. En público era alegre y fuerte. Una amiga (Aurora Reyes) la recuerda que después del accidente y durante la recaída: “Daba el corazón.. Poseía  una riqueza espiritual increíble, y aunque uno la iba a  ver para consolara, siempre salía consolado uno mismo” (Herrera, 1983).

Otra amiga, Adelina Zendejas  comentaba: “Cuando la visitábamos mientras estaba enferma, ella jugaba, se reía, hacía comentarios y críticas mordaces y agudas y formulaba opiniones sensatas. Si lloraba, nadie se enteraba de ello” (Herrera, 1983).

Este accidente no permitió a Frida luego ser madre, lo que fue para ella, otra fuente importante de sufrimiento.

Al contemplar la obra de Frida Kahlo podemos ver que se encuentra escrita la historia de su vida y de su arte, pocas veces te puedes acercar tanto al interior de un artista. Su talento  parece brotar de su ser más íntimo luchando entre el dolor del cuerpo y el  dolor del alma.

Para Hayden Herrera (1983), uno de sus biógrafos, “el papel de víctima heroica se convirtió en parte  integrante del carácter de Frida: la máscara se convirtió en su rostro. La dramatización del dolor se volvió más importante para la imagen de si misma, por lo cual

exageró, los sucesos lastimosos del pasado. Se creó una personalidad que fuera lo bastante fuerte para soportar los golpes de que la vida le asestaba y para sobrevivir”.

En los cuadros de Frida vemos cuanto esta presente la cultura mexicana que ella conocía y cultivaba,  y también vemos cómo la fuerza y la insistencia en el sufrimiento impregnan sus cuadros. Sin embargo ni el más impactante de sus  autorretratos muestra que ella tenga lástima de si misma, es más bien una espectadora de sus emociones. Su dignidad y determinación de “aguantar” se hace evidente en sus  trabajos.

La ética de sus orígenes esta muy presente en sus cuadros y pasa a ser a un nivel muy profundo un estilo de arte, un posicionamiento político que va a compartir y la va a unir a Diego Rivera  y también va a ser una manera de autocuración psicológica como lo fue la correspondencia mantenida con sus médicos y con sus amigos durante años.

Frida Kahlo se casó a los 22 años con Diego Rivera en 1929. Fue una relación compleja y tormentosa, con momentos de  amor,  de idealización mutua, de complicidades, de infidelidades, de indiferenciación. Con una rica vida intelectual y social. Una relación de la cuál ella intentó escapar, aunque finalmente, dadas sus limitaciones físicas y psicológicas, no le fue posible. Se divorció el 6 de noviembre de 1939 y se volvió a casar con Diego Rivera el 8 de diciembre de 1940.

Hacia los años 1937 -1938 la artista empezó a necesitar reflejar en su arte su cuerpo dolorido; empezó a conectarse con su sufrimiento psicológico.

En el cuadro Recuerdo, reproducido al  comienzo de estas notas, hay un deseo de dejar de silenciarlo y negarlo, con él va mostrando su complejidad interior.

Gerry Sauter en su libro Beneath the Mirror (2007) dice que Frida quería reflejar en este cuadro el dolor que sintió cuando Diego Rivera y su hermana pequeña Cristina se hicieron amantes. Para Sauter este insensible acto de infidelidad nunca estaría muy distante de la paleta y los pinceles de ésta.  En la pintura, según este autor, aparece un enigmático trío de Fridas; la del uniforme de colegiala suspendido en el aire, de la época de su accidente, pero con un solo brazo; la Frida vestida de blanco con el pelo y llevando una chaquetilla torera de  cuero, y la del traje de Tehuana  colgado de un gancho. Una lanza de madera traspasa el agujero transparente y en forma de corazón de la chaquetilla de la segunda Frida.

Ninguna mano sale de sus puños, pero la tercera Frida coge del brazo a esta Frida herida e indefensa. Como si hubiera sido arrancado de su pecho por un ancestral sacerdote azteca, su enorme corazón yace abandonado en un paraje desértico, vertiendo una gran cantidad de sangre en la tierra y en el mar. Unos vasos sanguíneos rojos entrelazan las tres imágenes de  Frida, todos incompletos y ligados por el dolor de un corazón roto.

En su cuidadosa biografía de Frida Kahlo, Hayden Herrera (1983) dice textualmente acerca del cuadro Recuerdo:

Es posible que este cuadro describa su transición de niña a mujer. Después del accidente Frida aparece con pelo corto y ropa mexicana: una falda y un bolero de cuero, que efectivamente eran suyos. La flanquean identidades alternas, el uniforme de colegiala y un traje de Tehuana. Ambos están conectadas con ella por medio de cintas rojas (venas o lineas de sangre) y cuelgan de ganchos del mismo color, suspendidos del cielo por cintas.
Cada conjunto tiene un brazo tieso que parece de muñeca de cartón. La figura central es manca y , por tanto, desamparada. Un pie vendado indica la operación de 1934, año en que Rivera se enamoró de Cristina. Está acomodado de tal manera, que parece un velero y se apoya en el mar, mientras que el pie sano se sostiene en la costa. Es posible que el pie barco simbolice el sufrimiento, un “mar de lágrimas”, al igual que los charcos que Frida dibujaba debajo de los autorretratos llorosos.

Luego Herrera continua:

Recuerdo representa con extraordinaria precisión el agudísimo dolor causado por el amor. El mensaje se comunica de manera tan sencilla y franca como lo hace la imagen de un corazón atravesado por una flecha. Implica, convincentemente, que Frida sabía demasiado bien que la trillada expresión “corazón roto” se basa en una sensación física real, cierto dolor o impresión de fractura en el pecho, como si una espada girara y revolviera una herida que se agranda sin cesar. En el cuadro Frida se ha arrancado el corazón roto del pecho, dejando un agujero abierto, penetrado por un asta que hace recordar el pasamano que le atravesó el cuerpo en el accidente. Dos pequeños cupidos se ponen en ambos extremos de la barra de metal y en su alegría hacen caso omiso del dolor que la oscilación del sube y baja provoca en el fulcro  humano. El inmenso corazón de Frida se encuentra a sus pies e integra un monumento imponente a lo infinito de su pesar. Su corazón como una fuente, impulsa torrentes de  sangre al desolado paisaje a través de las válvulas cortadas. El líquido fluye hasta las lejanas  montañas y baja al mar, donde un delta rojo confluye con el agua azul.

Posiblemente, el río carmesí que brota del corazón extraído de Frida capta la poesía sanguínea tan difundida en la cultura latinoaméricana. Hace pensar en el arte precolombino y colonial.

Leyendo a algunos autores que han intentado comprender  tanto la compleja vida de Frida Kahlo como su arte (Hayden Herrera, 1983, Gerry Souter, 2007, G.M.G.Le Clézio, 2009) me parece que este cuadro de alguna manera refleja un tipo particular de relación de  objeto,  y un dolor psíquico. Betty Joseph (1989) dice que se experimenta en períodos de transición entre sentir el dolor y sufrirlo, una situación límite. Para Joseph,  cuando hay un cambio importante en el equilibrio que mantiene la personalidad,  hay un cambio y una alteración en el estado mental y una conciencia mayor del self y de la realidad.

Joseph (1989) intenta diferenciar ese dolor psíquico y dice “A veces parece casi físico, y podría estar relacionado con una sensación de pérdida, pero no es lo que nosotros llamaríamos una depresión: puede contener sentimientos de ansiedad, pero no se entiende

sólo, como una sensación de ansiedad”. Ella cree (1989) que hay pacientes que tienen grandes dificultades para hacerse cargo de toda un área de sentimientos relacionados con la dependencia, con esperar, con querer.

Cuando observamos el cuadro nos preguntamos muchas cosas del momento personal en que Frida Kahlo pintó Recuerdos, ¿Habían, hasta este instante, operado sus defensas con éxito, especialmente la identificación proyectiva? Cuando la atadura patológica que le unía a Diego Rivera se rompe, ¿es entonces cuándo experimenta esa fractura en el pecho, de la que nos habla Herrera?. ¿Se empezaba a derrumbar el funcionamiento indiferenciado que había construido  y estaba emergiendo la posibilidad de existir por si misma, aunque sea de manera precaria y con el desgarro de su identidad?

Para Betty Joseph (1989), la aparición de ese dolor, que está basado en una forma de funcionamiento mental, con sus fantasías, impulsos , defensas y conflictos,  sí se puede trabajar en un  tratamiento psicoanalítico, en lo posible de frecuencia diaria, analizando minuciosamente la transferencia y la contratransferencia, con el tiempo: “le confiere a la persona una mayor riqueza interna y un mayor registro emocional; o parafraseando la idea de Bion (1970, pp.15-169), el paciente que ahora empieza a tener la posibilidad de sufrir el dolor, será también capaz de sufrir el placer”.

Me parece sorprendente como la artista une en el cuadro presente y pasado, como representa su identidad suspendida, y el ataque sufrido a su identidad femenina. Como nos habla de su imposibilidad de confiar, después de lo vivido,  desconfianza simbolizada en la ausencia de sus manos y  en los brazos que van  de una a otra de la Fridas y  en su mirada.

Para B. Joseph (1989), hay personas que utilizan  sus relaciones para que se hagan cargo de aspectos de su self y a veces lo consiguen casi por completo. Nos preguntamos si dada la naturaleza concreta de la identificación, la artista quiere arrancarse a Diego Rivera cuando se arranca el corazón,  y si luego, al no poder encontrar un camino propio y  sostenido en el tiempo, se identificó y se fusiono patológicamente otra vez con él,  ya que su vida personal después de estos años se volvió  aún más  difícil.

En su diario por el año 1953, escribió un poema que refleja su compleja relación con sus objetos internos: “Calladamente la pena/ Ruidosamente el dolor/ el veneno acumulado/ me fue dejando el amor/ Mundo extraño, ya era el mío/ de silencios criminales/ de alertas ojos ajenos/equivocando los males/Oscuridad en el día/las noches no las vivía/¡Te estás matando!”  Y  como sí luchara entre sus aspectos esquizoparanoides y depresivos, continua: “¡Te estás matando!/ Con el cuchillo morboso/ ¡de las que  estás vigilando!/¿la culpa la tuve yo?/ Admito mi culpa grande/ tan grande como el dolor/ era una salida enorme por donde pasé, mi amor./ salida muy silenciosa/ que me llevaba a la muerte/ ¡estaba tan olvidada! / Que ésta era mi mejor muerte/ ¡Te estás matando!/¡TE ESTÁS MATANDO! Hay quienes ¡Ya no te olvidan!/Acepté su mano fuerte/Aquí estoy para que vivan” (Herrera,1983).

Frida Kahlo murió a los 47 años, cuidada hasta el final por su hermana Cristina. Diego Rivera  le acompañó  hasta los últimos días de su larga y penosa enfermedad, física y psíquica, que había comenzado en su infancia y adolescencia, y se había ido convirtiendo en la fuente de  una  búsqueda incansable de vida y creatividad para lograr la autocuración.

 

Referencias bibliográficas

Bion, W. (1970), Attention and Interpretation, Tavistock Publications, Londres.
Hayden, H.(1985), Frida: Una biografía de Frida Kahlo, Diana, México.
Joseph, B. (1989), Equilibrio psíquico y cambio psíquico, Tecnipublicaciones, Valencia.
Le Clésio, J.M. (2009), Diego y Frida, Emece Editores, Buenos Aires.
Souter, G. (2010), Beneath the Mirror, Sirroco, London.

 

Mabel Silva.
Psicóloga. Especialista en Psicología Clínica. Psicoanalista de la Sociedad Española de Psicoanálisis (SEP) y de la Asociación Psicoanalítica Internacional (API).