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Me piden que escriba unas líneas sobre psicoanálisis y política en el momento actual. Y acepto por deferencia a los solicitantes y porque, desde luego, creo que es un tema de suma importancia, tanto para psicoanalistas y psicoterapeutas como para la comunidad, la población organizada. Pero quiero dejar claro que, por ello, lo que intentaré aquí es un trabajo en respuesta a una petición, con toda seguridad un trabajo enormemente parcial, y, además, precisamente circunstancial. Sería diferente si me hubiera atrevido (que no me atrevo) a escribir voluntariamente un artículo o un libro sobre el tema: eso implicaría una mayor autoconfianza, preparación, organización, buceo en antecedentes y documentación. Como para eso no me siento capacitado en estos momentos, acepto voluntariamente mis limitaciones para responder con la profundidad que me gustaría –aunque tal vez no podría.

Por ello, obligado por mis limitaciones, tanto de tiempo como de capacidades, voy a circunscribirme a observar la situación actual desde el punto de vista psicológico y psicoanalítico, y utilizando tan solo unos cuantos conceptos o perspectivas psicoanalíticas para enfocar el tema: La psicología y la política de las emociones y del miedo en la tardomodernidad, la organización perversa de la relación, la evolución de la conciencia sobre la globalización, y la incapacidad para elaborar el duelo, que dificulta la reparación, la gratitud y la integridad. Son seis puntos de vista, entre otros muchos, mediante los cuales el psicoanálisis puede proporcionar ciertas aportaciones para la reflexión y la comprensión de lo que estamos pasando en la vida social.

Y puesto que vamos a intentar reflexionar sobre la coyuntura actual, creo que he de ser directo y definir lo más claramente los presupuestos de los cuales parto. Aunque al final de este escrito volveré sobre el tema, aquí, de entrada, tan solo quiero enunciar mi punto de partida: Desde mi punto vista, en el que coincido al menos parcialmente con otros muchos pensadores, incluso dentro del psicoanálisis (Puget, 2000; Varvin & Volkan, 2003; Bodner, 2012), la situación social actual hay que enfocarla como una situación de grave crisis no solo económica, sino política, en la medida en la cual pone en duda la vigencia de todo el modelo de política que se ha difundido en los países tecnológicamente desarrollados, en particular europeos, al menos desde la “edad moderna”: La democracia parlamentaria basada en los partidos políticos.

Porque, ¿cómo podemos explicarnos que hoy países enteros se estén viendo abocados a políticas suicidas (incluso literalmente, pues el número de suicidios y homicidios aumenta en ellos)? ¿Cómo podemos explicarnos esas políticas suicidas para sus ciudadanos, para la organización social, para la productividad del país, para la estabilidad y creatividad de sus poblaciones, para el bienestar solidario de sus miembros? ¿Cómo explicarnos que una y otra vez, país tras país, políticos y hombres públicos que suben al poder cedan ante misteriosas y al tiempo clarísimas propuestas corruptas, y practiquen con sus poblaciones políticas diametralmente opuestas a las que han jurado defender antes de subir al poder y al hacerse cargo del mismo? ¿Cómo admitir que, encima, la población no acabe de rebelarse contra ellos y Europa entera no se haya visto sacudida por movimientos y revueltas sociales aún mucho más profundos y revolucionarios de lo que hasta ahora está sucediendo en países como España, Italia, Islandia, Portugal, Grecia, Irlanda…? ¿Cómo entender que una parte importante de la población, la población que vota, vote a esos políticos convictos y confesos de mentiras, trampas, deshonestidades e incluso delitos flagrantes? ¿Cómo explicarnos la corrupta colusión con esas tergiversaciones de gran parte de los medios de información, convertidos hoy en medios de persuasión y propaganda “al por mayor” y vías para burdas manipulaciones de la población? Por mucho que se oculten tras el tanga de omnipresentes secciones de “corrupción” y “casos y tribunales”: Esos apartados y secciones, en último término, no son sino el remedo contemporáneo del “panem et circenses”, otra forma más oblicua de sustituir la participación ciudadana y la verdadera transparencia democrática (Bauman, 2007; Agamben, 2011; Tizón, 2011).

Digamos unas palabras sobre cada uno de esos puntos de aplicación del psicoanálisis, que he escogido entre otros muchos posibles.

 

1.– La política de las emociones en la tardomodernidad

Las emociones “han tenido muy mala prensa” al menos durante dos o tres siglos. El racionalismo, el empirismo, y varias formas de materialismo y monismos mecanicistas lograron convertirlas en “las bestias negras de la humanidad”, a las que había que alejar, controlar, exorcizar. Durante esos siglos se les contrapuso erróneamente a “la razón”, el pensamiento, lo intelectual, lo cognitivo e incluso el desarrollo humano… Como si “la razón”, el pensamiento racional, pudiera crecer sin asentarse sobre la elaboración emocional durante el desarrollo en relación, durante un desarrollo que siempre es radicalmente interpersonal e intersubjetivo. Hoy, esta perspectiva es ya un axioma básico en el psicoanálisis relacional, sí, pero también, en la psicología del desarrollo, la psicología experimental, la neurofisiología, la genómica… Pero aún no domina en la cultura de masas, en muchas formas de psicoanálisis y psicología y, desde luego, no ha impregnado suficientemente disciplinas como la psiquiatría, la medicina y otras profesiones asistenciales.

Desde mi punto de vista, esa respuesta o falta de respuesta masiva de la que antes hablaba, tiene mucho que ver con las emociones de cada uno de nosotros y de los grupos sociales y políticos más representativos de cada sociedad y estado. Es evidente que los grupos dirigentes en nuestras sociedades están administrando certeramente el miedo y otras emociones según los conocimientos adquiridos durante decenios en prestigiosas universidades, think tank y grupos militares y de contrainsurgencia y espionaje selectos. Pero eso ha sido así durante los últimos decenios, en los cuales la política del anticomunismo, antiterrorismo, antiarabismo y demás antis ha sido utilizada como argamasa de una identidad profundamente agrietada por las deficiencias e irracionalidad crecientes en nuestro sistema social. ¿Cómo es que ahora, con más de cien desahucios al día en varios países, con millones y millones de parados (más de seis millones de parados “oficiales” en nuestro país (1), más de la cuarta parte de la gente que desea trabajar), con cerca de la dos millones de hogares españoles ninguno de cuyos componentes tiene ningún ingreso conocido o reconocido, con los recortes “porque puedo” de los derechos sociales y políticos adquiridos durante siglos por las clases trabajadoras y oprimidas, con el desmantelamiento acelerado de sistemas asistenciales públicos de larga tradición y cierta eficiencia demostrada, tales como nuestra sanidad y nuestra educación, cómo es que con todos esos procesos en marcha la población no se revuelve contra el miedo y no se levanta contra el sistema?.

Probablemente, lo primero que hemos de pensar es que el uso del miedo por parte de los poderes dominantes es cuantitativa y cualitativamente diferente, y que su administración e introyección es también cualitativamente diferente de cómo lo ha sido en el capitalismo hasta hoy. Por supuesto que se trata de un uso masivo del miedo, ampliado y potenciado por la celeridad con la cual corren las noticias sobre el mismo y por la globalización de las comunicaciones (sobre catástrofes y desastres, claro está). Ese poder omnímodo del miedo, solo resulta contrapesado aquí y allá por movimientos radicales como los indignados españoles e internacionales, el 15-M, Democracia Real, 5 Stelle y otros movimientos que son potentes, sí, pero minoritarios a pesar de todo. Pero, ante la magnitud de la debacle y ante la desmesura y desvergüenza de las “medidas” aplicadas, ¿cómo es que la contestación es (relativamente) minoritaria?

La primera respuesta, desde luego, es que la izquierda política y la izquierda del sistema, que eran quienes se supone que deberían responder activamente ante tamaños desafueros, han perdido capacidad de movilización. Lo cual es cierto, pero, a mi entender, posiblemente es consecuencia de defectos muy anteriores: Entre ellos, su torpe y persistente visión de las emociones y la política de las emociones, estrechamente racionalista y difícilmente diferenciable, en la práctica, de la política emocional de la derecha más conservadora… pero sin el uso oportunista que ésta realiza de las emociones.

Al menos en muchos de los países europeos, no podemos sino admitir hoy que, durante años, hemos vivido no solo en una “burbuja inmobiliaria”, sino también en una “burbuja sanitara”; y, lo que es más grave, en una “burbuja psicosocial”. La “burbuja sanitaria”, precisamente en nuestro ámbito (la psicopatología y la psiquiatría), ha quedado clara algo antes que en otros, por el uso masivo de (psico)fármacos en nuestras sociedades, a menudo de forma aventurera y, muy frecuentemente, de forma ineficiente y iatrogénica (2); de manera que ha llegado a contaminar incluso la prevención (de ahí la necesidad de nuevos conceptos y actitudes, como los de la “prevención cuaternaria”) (3). Pero de la “burbuja psicosocial” se habla menos, muchos menos.

Sin embargo, hoy podemos observar directamente desde nuestros sofás, sin tapujos, los sistemas de control político y social cada vez más difundidos (y, al parecer, aceptados) en nuestras sociedades; el desprecio con respecto a la historia, la cultura, la democracia real (que tiene que ver sobre todo con el cultivo de las diferencias y la capacidad de integración de tales diferencias, no con el dominio totalitario de supuestas mayorías)… Observamos el creciente desprecio de los grupos sociales dominantes con respecto a clases, grupos y personas oprimidas, sumergidas, emigradas, reprimidas, secundarias, nominadas o expulsadas de “la casa”, expropiadas, desahuciadas… Observamos la fruición con la cual grupos sociales oprimidos colaboran y atienden voyeurísticamente a las nominaciones, expulsiones, juicios públicos previos, escarnios de todo tipo… Observamos cómo los propietarios y detentadores del poder de los medios de persuasión (muy poco de comunicación) organizan y controlan sus “productos”, a menudo con enorme desprecio de la cultura, la verdad, los valores de la solidaridad y humanos básicos y, a menudo también, ufanándose de su poder, capacidad de control y manipulación…

¿Cómo no pensar entonces en Melanie Klein y en su descripción de los mecanismos esquizoparanoides y las defensas maníacas (Klein 1934, 1946)? Cuando observamos una y otra vez esas situaciones, creo que, como poco, hemos de recordar que control, triunfo y desprecio fueron su genial descripción que lo que llamó las “defensas maníacas”, los sistemas cognitivo-emocionales y conductuales de intentar evitar la culpa y la necesaria reparación. La negación maníaca es siempre defensiva, ante peligros de hundimiento depresivo o de disgregación psicótica… Y ¿cuál puede ser el motivo de esa reacción maníaca, tan generalizada en nuestros grupos sociales y en nuestra coyuntura? ¿Qué obscura percepción hay de la mentira cada vez más generalizada y el fracaso de nuestro sistema social y político? ¿Hasta qué punto estamos colaborando en el desprecio y la anulación de las emociones vinculatorias y el deseo? (Steiner, 1985; Ferrero, 2009).

Un alto en estas reflexiones: He de aclarar ya desde aquí la prudencia con la que, como psicólogos, psicoanalistas y psicoterapeutas, que no como ciudadanos, hemos de hablar de estos temas: Suponiendo que nuestras teorías y modelos estuvieran probadas para nuestras disciplinas, eso no implica que lo estén para otras. Ni siquiera que sean aplicables y útiles. Por eso, como otros psicólogos y psicoanalistas antes que yo, las propongo como elementos meramente heurísticos y hermenéuticos, interpretativos. Ciertamente, una perspectiva epistemológica de las ciencias sociales y, en general, del conjunto de las disciplinas tecno-científicas, habla de las “teorías fractales” y la “teoría general de sistemas”, modelos teóricos que pueden permitir y facilitar esa utilización de teorías, modelos y esquemas entre unas disciplinas y otras. Pero así como estoy cada vez más escamado del uso acrítico que se realiza hoy de términos psicopatológicos fuera de la psico(pato)logía, también me preocupa el uso acrítico de modelos psicológicos para otras ciencias. Hablar de “psicosis social”, “psicosis en los mercados”, “perversión de masas”, “perversión de objetivos”, “perversión de los programas políticos”, “histeria generalizada”, “locura del sistema” y hasta de “edificios enfermos” no hace sino radicalizar la penuria de conceptos explicativos o el uso oscurecedor de los mismos con intereses que, como poco, son de ocultar la pobreza teórica.

Junto con otros autores, podríamos plantearnos si la humanidad está accediendo a una nueva etapa de su historia, en la cual intenta superar la des-organización psicótica para alcanzar una organización mucho más “neurótica”, basada en la captación de nuestro parentesco‐en‐la‐misma‐oscuridad-existencial (Stolorow, 2012). En los sistemas sociales, por tanto, predominarían defensas menos negadoras de la realidad, menos rígidas, mayor atención al sufrimiento humano y a la emocionalidad, mayores capacidades de reparación, sublimación y atención solidaria en particular a la infancia… También resulta sugerente, utilizando comparaciones psicopatológicas similares, hablar de la tardomodernidad como un período “borderline” en el cual los grupos dominantes de la sociedad utilizan defensivamente numerosos mecanismos y defensas perversas, maníacas, obsesivo-controladoras, siempre con el riesgo de suicidio colectivo en lontananza… Suponiendo que esa perspectiva “macrosocial” sea útil, coincidiría en la idea de que, ciertamente, la humanidad parece que ha ido superando progresivamente la desintegración social psicótica; cada vez hay una mayor intuición de perspectivas más globales, amplias e integradas de la humanidad como un todo, de la humanidad y el planeta Tierra como “objetos totales”. Pero creo que, por un lado, ese cambio de perspectiva solo está comenzando y, por otro, la organización psico(pato)lógica de la relación (Tizón, 2007) que marca hoy ese progreso integrativo no es una organización “neurótica”, sino probablemente, “perversa”. Volveremos más adelante sobre ese punto.

Ciertamente, estamos viviendo un período histórico que combina la “desublimación represiva de la sexualidad” (mucho sexo y tal vez no tanto placer y unión psicosexual: Marcuse, 1964) con la “desublimación de la agresión”: No solo por el hecho, que recuerdo de vez en cuando, de que sigamos sujetos como humanidad a la doctrina militar (ésta sí globalizada) del MAD (Mutually Assured Destruction): En definitiva, Si intentáis destruirme os destruyo, aunque la humanidad entera perezca en el intento (y los diversos analistas militares discuten si la humanidad, con los arsenales nucleares hoy acumulados, desaparecería 5, 20 o 200 veces: Pero con una nos basta. ¿O no?).

Se trata de realidades descarnadas, pero contra las cuales pocos parecen oponerse. Y precisamente cuando ya, con el derrumbe de lo “bloques”, tienen menos sentido. Pero su persistencia “desencarnada”, “desenraizada”, hace pensar en el “imperio del miedo”, en el uso del miedo como cemento y argamasa generalizada de nuestras sociedades. Como sabemos, el miedo está en la base de nuestras teorías del derecho y la sociedad. El miedo sigue siendo el concepto fundamental en la “teoría” dominante acerca del “contrato social”, del por qué los seres humanos nos unimos en sociedad: por ahí marchan las teorizaciones de Hobbes, más tarde reafirmadas por pensadores tan diferentes en otros aspectos como Rousseau, Hegel, Kant e incluso Freud y Einstein (“¿Por qué la guerra?”) (4).
A mi entender, Freud contribuyó a esa perspectiva, en especial con su teoría bitemática de las pulsiones (1925, 1929). Confrontado con la dificultad de explicar las motivaciones o pulsiones humanas más profundas, más con-movedoras, “basadas en la biología”, creyó que no tenía más remedio que proponer lo que él mismo llamó “su mitología”: Eros y Thanatos, psicosexualidad y destructividad… Mas, como han discutido algunos pensadores como Jesús Ferrero (2009), ¿por qué Eros y Thanatos y no “Eros y Misos” (Amor y Odio) o “Eros y Ananké” (Amor y Necesidad-constricción)? Ahí entra en acción el triple pesimismo ideológico de Sigmund Freud (1929): Pesimismo de clase social, pesimismo de coyuntura histórica y pesimismo de civilización.

¿Y si esas motivaciones básicas del ser humano, enraizadas en la biología, fueran las emociones, en tiempos del primer psicoanálisis tan poco estudiadas y conocidas (pero no hoy)? ¿Y si en vez de con esa visión bitématica de las motivaciones básicas pensáramos para explicarnos los conflictos humanos en seis o siete emociones básicas o primigenias (ira, temor, asco, placer-alegría, búsqueda-sorpresa, tristeza y vergüenza) actualizadas ya desde las primeras relaciones del ser humano, y con repercusiones PNEI (psico-neuro-endocrino-inmunitarias) y sociales? Aunque utilizáramos el sistema “cuadripartito” de Panksepp (1998) (miedo por la integridad física, pánico ante la pérdida relacional, ira y asco, al que hay que añadir el otro sistema neuro-conductual propuesto por el propio investigador estonio-norteamericano, el del placer-alegría), el resultado sería mucho más complejo que la mera teoría bitemática, la dialéctica bi-pulsional.

¿De verdad que lo que nos hace unirnos en sociedad, unirnos a los otros, es el miedo, o son también otras emociones básicas y sus derivados en la experiencia, archivados como “relaciones de objeto”, “esquemas cognitivos básicos”, “mecanismos interpretativos o interpersonales básicos” o como “modelos de trabajo internos”? En la sociabilidad humana, ¿no juegan una papel, no siempre “malévolo”, la búsqueda de lo nuevo, la curiosidad, el seeking, búsqueda de conocimiento o vínculo K de Bion (2000; Meltzer et. al., 1999), los anhelos de placer y alegría, la rabia, la huida del asco…? Y todo ello, pasado por la experiencia, que deja en nosotros profundas huellas relacionales, biológicas y sociales… Un esquema algo más complejo pero, tal vez, algo más real, más de “objeto total”. Pero un modelo que implicaría grandes cambios en los objetivos y prioridades del desarrollo individual y social.

 

2.– La de-simbolización del miedo unida a la de-sublimación de la agresión intraespecífica

Desde luego, es cierto que el miedo resulta un cemento básico en nuestro mundo y en nuestras motivaciones para la relación, ya desde la infancia. Pero todas las investigaciones sobre el apego, la mentalización, las emociones o sistemas apetitivos y defensivos primitivos nos hablan de otras emociones o sistemas primitivos que juegan un papel no menor. La diferencia es que, gracias en parte al psicoanálisis y a la psicología social, las técnicas de control social se han desarrollado basándose en la teoría bitemática: sexualidad y agresividad, o, más exactamente, psicosexualidad y miedo. Pero en los últimos decenios, parecía que la democracia, el sistema social “menos malo” para las poblaciones, podía desarrollarse asentándose en otras emociones y sentimientos más vinculatorios: placer, búsqueda de conocimiento, tristeza, vergüenza, culpa… Y también gracias a la difusión y manipulación del miedo de forma cada vez más simbolizada y “mentalizada”.

Sin embargo, en el uso del miedo estamos viviendo una profunda regresión antisimbolizante. Hoy los media tienden a mostrar con toda su impudicia que “el miedo es el mensaje y el sistema”: Se habla más de las “medidas antidisturbios” que de los motivos de los posibles disturbios; se amenaza abiertamente con enviar al ejército o a ejércitos de policías a cualquier lugar o espacio donde se pueda alterar el orden preestablecido; se hace apología o casi-apología de la muerte a distancia mediante drones o la muerte a distancia mediante sistemas de asesinato (que, encima, pueden disfrazarse ya impunemente de “muertes naturales”)… Esas modalidades del miedo son usadas y defendidas con todo descaro por los dirigentes de nuestro mundo y en multitud de productos “culturales” difundidos por ellos mismos: Esa es la desublimación del miedo. Ya no es como en Hobbes, Rousseau, Hegel o Marx un medio para otro fin, una forma de contribuir a la argamasa social. Ya se puede defender abierta e impúdicamente no solo como un sistema (¿inevitable?) de control social, sino como el núcleo mismo de un posible sistema social naciente: el de la nueva barbarie del despotismo no ilustrado y autoritario. Lo fundamental es mantener determinadas formas de poder de los unos sobre los otros: lo contrario a lo que aspiraba Rousseau y tantos otros librepensadores y revolucionarios del pensamiento o de la acción.

Como decía, las emociones “han tenido muy mala prensa” al menos durante dos o tres siglos. El racionalismo, el empirismo, y varias formas de materialismo y monismos mecanicistas lograron convertirlas en “las bestias negras de la humanidad”, a las que había que alejar, controlar, exorcizar. El miedo, como emoción básica y primigenia que es, ha caído también bajo esa égida. En ese sentido, de forma de relación y, por lo tanto, de conocimiento del mundo, el miedo pasó a ser una emoción temida y vergonzante, que nada tenía que ver con la integración social y personal, sino con algo que la impedía, que había que evitar por encima de todo. Pero, al tiempo, la capacidad simbolizante del hombre iba progresando en la simbolización del miedo (como de otros emociones), de forma que su provocación y vivenciación en la realidad externa, como amenaza a la integridad física, iba dejando paso a otra formas más simbolizadas, comenzando por el “pánico” (en el sentido de Panksepp, es decir, el temor a la pérdida del objeto, a la separación, al aislamiento: en último extremo, otra metáfora del miedo ante la amenaza a nuestra integridad física).

Es evidente que, durante el siglo XX, se había dado una marcha progresiva hacia la simbolización del miedo y de las reacciones ante el miedo: cada vez se vinculaban más con una visión más comunitaria del mismo, más al servicio de la humanidad como un todo. Desde luego, esas perspectivas han sido contrapesadas una y otra vez por las formas más descarnadas de la de-sublimación de la agresión y la violencia intraespecífica: dos guerras mundiales que costaron entre ambas más de 100 millones de muertos a la humanidad (ambas desencadenadas por países europeos, supuestamente los más cultos de la especie). Dos “guerras mundiales”, seguidas de todo un enorme rosario de guerras, terrorismos de estado y destrucciones masivas dirigidas directamente a instilar el miedo en el cuerpo social y en las mentes (y los sistemas nerviosos) individuales: las guerras contra África, contra Asia (contra China, Vietnam, Camboya, ahora contra Afganistán…), las guerras contra los árabes (contra Irak, contra Libia, ¿pronto contra Siria y contra Irán?)…

Eso en el “exterior” de nuestros países, en el “espacio exterior”. Pero esas realidades “exteriores” van unidas a que en el interior de nuestros países, como ya avisaba Eurípides en “Las Troyanas”, se van extendiendo también formas cada vez más descarnadas y de-simbolizadas de utilizar el miedo, dando lugar a Guantánamos diversos, terrorismo de estado, recorte de libertades, recorte de derechos, persecución de minorías, “asesinatos selectivos”, asesinatos de banqueros o dirigentes políticos que han caído en desgracia o “pueden hablar”, a menudo disfrazados como suicidios o “muertes naturales”… Un auténtico festival del terror o miedo extremo, organizado y difundido, gracias al apoyo científico y, en particular, de la psicología social y de las técnicas de márquetin, pero de forma cada vez menos simbolizada, apoyándose en prácticas bien reales y a-simbólicas. Con todo ello se consigue un doble objetivo: el directo, de control, para el cual se utiliza el miedo, y el indirecto, en la regresión y unidemensionalización del pensamiento que el miedo extremo implica.

Como decía hace poco en mi libro sobre el miedo (2011), la crisis del capitalismo que estamos viviendo desde el 2008 en adelante marca una profunda diferencia en el uso del miedo: Nos ha llevado al extremo de que, por el miedo a perder lo poco que tenemos, lo poco que nos va a dejar tener la voracidad del gran capital, es difícil que alguien hable alto y claro sobre la crisis, sus causas y sus causantes, o sus mantenedores directos. Hasta políticos supuestamente poderosos aplican hambre y miseria generalizadas con el supuesto básico de que “no queda otro remedio”… para ellos, claro. La TINA omnipresente: “There is no alternative”.

¿Cuántos políticos de centro-izquierda, socialdemócratas convencidos y/o políticos realmente liberales (partidarios de extender las libertades públicas) están callando la verdad, ocultando datos e informaciones, o incluso practican juegos sucios “para evitar males mayores”? ¿Qué asusta tanto a esos “protegidos del poder”? No son solo los habituales “dosieres secretos”, de los que hay puñados para cada político, periodista u organización con cierta relevancia. Por supuesto que es el temor a perder privilegios y escala social. Pero hay algo más: El miedo se ha hecho sustancia en ellos (y en nosotros), anulando en sus circuitos psicológicos y neurológicos la posibilidad de regirse por otras emociones más vinculatorias. Por eso muchos de ellos, en algunas de sus declaraciones semiprivadas, son capaces incluso de manifestar su miedo al miedo, su auténtico “canguelo”: “porque, si no lo hacemos nosotros, “los mercados” se ensañarán con nuestro país”… ¿Quién y cómo se lo ha dicho? ¿Por qué obedecen ese miedo y no el miedo a una ciudadanía masacrada, indignada, que podría enfurecerse? Empero, como gran parte de los políticos profesionales desconfían totalmente de la ciudadanía, le tienen miedo, mejor engañar a la ciudadanía en otro tema más: Mejor hacerles tragar yo mismo que arriesgarnos todos a una convulsión social… Es otra manifestación más de los “nuevos miedos de la tardomodernidad” (Tizón, 2011): El miedo de los políticos hacia sus electores, el de los maestros hacia los alumnos y el de los padres hacia los hijos.

En último extremo, lo que más temen (y tememos) es la “convulsión social”: El metamiedo de la catástrofe. Pero, ¿puede haber una convulsión social mayor que el órdago a la organización democrática y social europea puesta en marcha desde 2009 por los especuladores transnacionales a los cuales políticos timoratos y periodistas piadosos siguen llamando “los mercados”? Aunque a sus agentes, en justicia, ni siquiera podemos llamarles ya “mercaderes transnacionales”, pues sus transacciones multibillonarias no llegan ni tan siquiera al trueque o a la compraventa, sino que se sustentan en la pura especulación para obtener enormes beneficios económicos: Así, especulan con los alimentos básicos (que solo en 2010 subieron, al parecer, el 25%, lo que significa la muerte de millones de personas en todo el mundo), con el agua, con las armas, con el terrorismo, con los muertos y el peligro de muerte…

 

3.–¿En un contexto psicosocial de perversión?

Pero para que todo ello sea posible, tiene que dominar un contexto favorable. ¿Cómo volver a utilizar masivamente el miedo contra los seres humanos supuestamente más cultos, intercomunicados, simbolizadores, cuidadores de la infancia y de las relaciones humanas…? Posiblemente hay tres vías, y de dos de ellas acabamos de hablar: Primero, como acabamos de ver, de-simbolizar el miedo y la agresión: Ahora vuelven a ser reales, brutales, omnipresentes; pueden afectarte bien directamente; puedes quedar “nominado”, excluido, difamado, penado, marginado, reventado… Luego, en una segunda vía potenciada por la primera, la difusión masiva del miedo utilizando el control sobre los medios de “comunicación”. Y en tercer lugar, la restricción del pensamiento, los intereses y los objetivos que el miedo excesivo implica con su introyección. Se intenta infundir y difundir masivamente el terror y, más allá, el miedo al miedo. El resultado son grupos sociales enteros que han quedado “laminados” entre los terrores esquizoparanoides del “miedo al caos” (a las ansiedades confusionales primitivas) y el miedo a la revolución (el terror ante el “cambio catastrófico”). Y eso queda multiplicado en países como los europeos, dominados por los recuerdos culturalmente introyectados de las últimas guerras europeas. Y más aún en España, con una sangrienta guerra civil y contrarrevolución aún por elaborar. Es difícil pues salir de ese predominio de organizaciones de la relación basadas en el miedo: organizaciones paranoides, fóbico-evitativas, perversas… (Britton, 2010; Tizón, 2007).

A mi entender, esa elaboración de lo esquizoparanoide solo estaba comenzando. Además, me temo que la organización psicopatológica de la relación que hoy va predominando no es una organización neurótica, sino probablemente, perversa: la importancia del fetichismo, de las diversas formas exageradas de agresión intraespecífica, la defensa ideológica que se hace (con nuestros fondos) de esos “excelentes sistemas políticos” y “formas de transición”, las capacidades de “entrar en la mente” y (el cuerpo) del otro con placer o fruición en esa entrada no aceptada, la elección incluso como presidentes de los países más poderosos de la Tierra de dos espías o directivos de espías (Bush y Putin), ¿qué otra cosa pueden hacernos pensar sino en la organización perversa de la relación? Que es una defensa contra la psicosis, no lo olvidemos. Como las defensas obsesivas, desde luego. Pero una defensa bastante primitiva, parcial y peligrosa para el desarrollo del individuo y de la especie. El control perverso como defensa contra la persecución y el caos: Lo contrario de la creatividad (5).

Solo así puede explicarse la baja capacidad de reacción de las poblaciones europeas, ahora estafadas ya por tercera vez. Es cierto que hay conatos de múltiples de rebelión… pero que una y otra ocasión son “digeridas desde dentro”: “¿Ves? Si enseguida se acaba… Si no vale para nada… No se puede hacer nada…” Como si la sanidad pública, la educación pública o los derechos sociales y laborales se hubieran logrado simplemente por pedirlos y no por lucharlos a lo largo de centurias… Pero es que el miedo está anidado profundamente en nuestras relaciones personales, sociales y, por supuesto, ha troquelado nuestro sistema nervioso, produciendo incluso límites biológicos para el uso de la libertad (que siempre significa afrontar el miedo).

Todo ello no puede aguantarse si no es en un medio social muy dominado también por la perversión o el terror psicótico. Contra una posibilidad de la humanidad de comenzar a unirse y a vivirse de forma más global, dominados por las emociones vinculatorias (placer-alegría, búsqueda y conocimiento, tristeza, culpa reparatoria, vergüenza…), se alza todo un uso perverso de los poderes sociales, fundamentados en los poderes económicos, pero que han utilizado ampliamente los conocimientos aportados por el psicoanálisis y la psicología social a lo largo de más de un siglo. Y aquí estoy recogiendo el término perversión en su sentido “fuerte”, en el sentido de la psicopatología psicoanalítica, en el sentido que le doy en mi “psico(pato)logía basada en la relación”.

Medio siglo de predominio en psicología y psicopatología de un pensamiento amputador, como fue determinado conductismo universitario, utilizado luego por diversos intereses espúreos, y entre ellos los intereses comerciales de BigPharma, ha dado lugar a una psicopatología basada en el no-pensamiento, en el pensamiento unidimensional de “un síntoma – una enfermedad – un medicamento”. Cada síntoma corresponde a una “enfermedad”. De ahí la auténtica estulticia teórica de la “co-morbilidad” que oímos continuamente en nuestros medios… Como ustedes saben, sin embargo, hay perspectivas psicoanalíticas, cognitivo-conductuales y otras que se han negado, nos hemos negado a dejarnos dominar por esas simplificaciones, que desprecian la esencia de la psicopatología. Y es que, para mí, lo que llamamos “psicopatología” no son sino formas, desadaptativas a la postre, de organizar la relación, formas de relación que se expresan fundamentalmente en las relaciones interhumanas e intrahumanas (mentales y cerebro-viscerales). De ahí los dos principios fundamentales de una psico(pato)logía relacional: que se expresa en la relación y ha de estudiarse en la relación.

Por eso resulta aberrante, y al mismo tiempo revelador, que el término “perverso” y “perversión” haya dejado de ser un elemento de la psico(pato)logía, salvo para algunas perspectivas psicoanalíticas, y, sin embargo, se use profusamente en la vida social, en la sociología, en la economía, en las “ciencias” políticas… Así, como antes recordábamos, se habla de la “perversión” de los valores, de la ética, de los fines, de los objetivos, de los sistemas informáticos, de los sistemas sociales, de los valores democráticos, de las organizaciones parlamentarias, de las elecciones, de la propaganda, de los poderes electorales… Es evidente que significa algo… Salvo para muchos psiquiatras, psicólogos y otros profesionales de la asistencia. Y claro que significa algo: Como hemos dicho, una forma de organizar la relación basada en la entrada y el dominio en las mentes y/o los cuerpos de los otros, para el beneficio del intrusor, sin contar con la autorización del invadido, con objetivos de placer, el poder o sedación.

La organizacional relacional perversa, además, es un modelo de relación para el cual, como decía Meltzer (1974; 1990), la propaganda ideológica (intrapsíquica y externa, en las relaciones externas) es fundamental. Esa es la esencia de la organización o estructura relacional perversa, uno de los modelos u organizaciones básicas de la psicopatología psicoanalítica, al menos como la entendemos algunos. Y es una organización patológica porque cumple el criterio básico de toda patología: Se trata de una forma de relación que dificulta el desarrollo individual y/o social, como está más que demostrado en el caso de los abusos sistemáticos sobre los niños y adolescentes (Varese y Smeets, 2012; Dangerfield, 2012).

Desde mi punto de vista, la matriz de la organización perversa de la relación está basada en cinco fenómenos: 1. El sado-masoquismo. 2. La relación fetichizada. 3. Para entrar en la mente / cuerpo del otro sin su voluntad. 4. Con placer, fruición o experiencia de seguridad proporcionada por la penetración misma (placer sado-masoquista). 5. La ideologización: el Yo se pone al servicio de un Súper-Yo corrupto (“Mal, se tú mi bien”) (Meltzer, 1974; 1978).

Si entráramos a desgranar otros componentes de esta “estructura u organización relacional” nos encontraríamos con numerosos fenómenos que hemos ido enumerando en las páginas precedentes. Por ejemplo, las defensas maníacas, junto con la idealización del Self controlador y destructivo, el uso frecuente de otras defensas propias de la posición esquizoparanoide, tales como la idealización, la proyección y la identificación proyectiva intrusiva, la negación y la de-negación… También podemos encontrar defensas más “neuróticas” pero utilizadas por el núcleo o matriz de la organización perversa, tales como la intelectualización y la somatización.

Un resultado bien visible son los papeles sociales adoptados cuando domina esa organización de la relación. Se trata de las “artimañas sistemáticas en la relación”: el embaucador, el chulo, el voyerista, el jugador profesional, el traficante, el perverso sexual, el espía (6)… La actuación social de los personajes más dominados por ese modelo de relación estará pues fundamentada en la manipulación maníaca, con una «ideología» simildelirante, con procesos excitatorios basados en objetos autosensoriales desmantelados, con engaños y falsedad conscientes, con erotización de todos los vínculos en eterno conflicto con el uso del sexo sin psicosexualidad, sino como dominación e ideología. Sin olvidar tampoco que esa organización de la relación se arquitraba con el objetivo de evitar las “ansiedades reparatorias” (“depresivas”), la culpa y la reparación y, más allá, la “ansiedad confusional primitiva y persecutoria extremas”. Por todo ello, la negación de la vinculación no es tan intensa como en la ruptura psicótica, aunque sí haya que negar y de-negar los vínculos basados en la solidaridad, esperanza y confianza o, en una perspectiva más interdisciplinaria, en la alegría- placer y las emociones vinculatorias.
Naturalmente, todo ello no puede sino apoyarse en el narcisismo personal (y el solipsismo social) y en la existencia de un súper-yo y unas normas sociales corruptibles y corrompidas, un fenómeno sumamente facilitado por las características de la sociedad líquida, el amor líquido y el miedo líquido (Bauman, 2005, 2007). La elección de objeto en este modelo relacional es pues narcisista y líquida, parcial y fetichizada, con profunda intolerancia hacia el otro nutricio y creativo (la creatividad, la madre-tierra, la humanidad como idea, la mujer…). Como insisto a menudo, no basta con decir que tal o cual organización psico(pato)lógica está basada en el narcisismo. Hay que calificar ese narcisismo que, como poco, adoptará formas particulares en cada organización de la relación. En el caso de la organización perversa de la relación se trata de un narcisismo particular, con preponderancia de lo destructivo, de la corrupción del Súper-yo y el Yo mediante la auto-propaganda, que se apodera, no sin conflictos, del resto del Self. Si así ocurre, el resultado es la “perversidad” es decir, el predominio de la perversión, disminuyendo el conflicto continuo en la personalidad entre la organización defensiva perversa y otros modelos relacionales (Meltzer, 1974; 1999).

Me he centrado en las líneas anteriores en la perspectiva psicoanalítica de esa organización psicopatológica tal como la hablamos y discutimos en los seminarios de psico(pato)logía psicoanalítica y, cada vez más, en seminarios de discusión de casos con profesionales de otras relaciones asistenciales: el modelo de psicopatología basada en la relación les suele resultar mucho más útil que los modelos taxonómicos habituales. Por cuestiones de espacio y para no hacer más farragoso este ensayo, no he ido haciendo paralelismos con la situación social actual… También porque son tan evidentes que estoy seguro de que el lector puede completar creativamente esas analogías. Si es así, le rogaría que volviera a leer las líneas anteriores y me enviara sus opiniones al respecto.

Tal vez la importancia que la perversión ha adquirido en nuestro medio social es lo que explica que, al propio tiempo, haya sido barrida de gran parte de los modelos psicopatológicos actuales… precisamente cuando no hay duda de que la perversión es una de las formas más graves de alterar el desarrollo individual y social (Varese et al., 2012; Dangerfield, 2012). Posiblemente, la más dañina después de la psicosis (y como defensa y organización del temor a la des-integración psicótica).

Sin olvidar que, como acabamos de recordar, la quintaesencia de la perversión, como organización psico(pato)lógica de la relación que es, se apoya en el sado-masoquismo y el fetichismo. De ahí que en estos momentos sea una organización de la relación no solo mantenida mediante el poder, “desde arriba”, sádicamente, sino también por la perversión masoquista, la otra cara indispensable del sadismo: Conseguir la vida, la influencia, el poder, la sedación o el placer mediante la sumisión resentida, el masoquismo. Ambas son inseparables, tanto a nivel interno como a nivel externo. Por eso mantengo que, en cierto sentido, sin un cierto dominio de la organización perversa no sería posible ni la de-sublimación de la agresión ni la de-simbolización del miedo.

Todo ello, claro que puede llegar a una “perversión de la ética y de los valores”, como una y otra vez se lamentan los media de la derecha conservadora biempensante y de la derecha socialdemócrata. Pero mucho más profunda de lo que se suele pensar: ya hace decenios que estábamos tolerando que la ética de la solidaridad-placer-bienestar de los seres humanos estuviera pervertida por el beneficio privado-egocéntrico y narcisista y el utilitarismo social. Y esa desviación afecta desde situaciones microsociales hasta las más macrosociales: desde el tendero que se alegra de poder vender con engaño productos viejos o caducados, hasta la venta al por mayor de los programas electorales que todos saben mentirosos, pero miran para otro lado para no preguntarse por qué mienten y quién financia sus mentiras…

En todas estas situaciones de perversión o proto-perversión sado-masoquista, el miedo, los meta-miedos y su manejo por los grupos dirigentes y sus “intelectuales orgánicos” están jugando un papel descollante. Entre otras cosas, porque nunca en la historia de la humanidad se había adquirido un conocimiento tan amplio sobre las emociones fundamentales y sobre el miedo y los metamiedos sociales como parte de ellas. Los descubrimientos científicos del psicoanálisis pusieron de relieve la importancia de estos temas y, si bien estamos aún en momentos primitivos y rudimentarios de su comprensión y de su estudio, resulta ya patente su importancia en la cultura y en todos los ámbitos de la vida y las relaciones humanas.

La perversión masoquista, el otro lado necesario del sadismo, es fácil encontrarla descrita en numerosas obras literarias contemporáneas. O en sus glosistas, que incluso han desviado el significado de las ciertamente ambiguas frases de Hannah Arendt sobre el mal y la “banalidad del mal”: En Arendt (1961), al menos según mi lectura, se trata de una perspectiva a evitar, no una descripción “objetiva”. Para Arendt, Adolf Eichmann no era un deficiente o alguien radicalmente malo, perverso. Era, simplemente, “irreflexivo”. Según su perspectiva, no se le pueden encontrar profundidades demoníacas, por mucha voluntad que se le ponga: “Que un tal alejamiento de la realidad e irreflexión en uno puedan generar más desgracias que todos los impulsos malvados intrínsecos del ser humano juntos, eso era de hecho la lección que se podía aprender en Jerusalén. Pero era una lección y no una explicación del fenómeno ni una teoría sobre él”. En último extremo, Arendt se refería a la cuestión de si el mal es siempre radical, perverso, o, más simplemente, se trata de un producto de la irreflexión, una tendencia de la “gente corriente” a obedecer órdenes y conformarse con la opinión del grupo sin una evaluación crítica de las consecuencias de sus acciones o in-acciones. El asunto pasó a ser un tema clave en la investigación psicológica en los años posteriores, con miles de estudios realizados por ejemplo con los paradigmas de Festinger (1957) y Milgram (1974), y con el desglose de los mismos en la línea de por ejemplo Cialdini (1974), Darley y Latané (1986) o, posteriormente, Ramachandran (1999). Quiero dejar claro aquí que, desde mi perspectiva, se trata de un programa de investigación perfectamente compatible con la clínica psicoanalítica de la identificación con el agresor o la difusión del self en el seno de grupos y masas. Desde luego, un programa de investigación de gran actualidad, que podría recibir un serio impulso y profundización si investigadores de ambos paradigmas pudieran colaborar en su desarrollo.

En ese sentido, cualquiera que haya podido tratar con consultantes dominados por tal organización relacional (la organización o estructura perversa de la relación), y más si han producido desgracias, a lo largo de años y de forma sistemática, no puede estar de acuerdo con esa visión simplista de la “banalidad del mal”, en realidad pre-psicoanalítica (no tiene en cuenta lo inconsciente ni lo disociado). Por supuesto que la organización relacional perversa, como todas las demás, existe en todos nosotros, en la “gente corriente”. Como el resto de las organizaciones para la relación: Nos domina solo ocasionalmente. En gran parte de nuestras vidas, se halla dominada por otros modelos u organizaciones relacionales. Por eso, si esos casos y, por supuesto, otros mucho más simples y menos mortíferos, se toman en su contexto, habría que subrayar que no existe esa “banalidad del mal”, sino la parcialización y perversión de la mirada que nos lleva a ver solo el aspecto banal, y a considerarlo una parte de la “insoportable levedad del ser” (7), así como a la aceptación acrítica de ciertas normas del grupo. Pero eso significa que antes hemos parcializado mucho nuestro enfoque, como millones de alemanes hicieron con el exterminio de los espartaquistas, de los pacientes con trastornos mentales, de los comunistas, de los judíos, de toda la oficialidad polaca, de millones de prisioneros rusos… O como sigue haciendo gran parte del psicoanálisis contemporáneo que, cuando habla del holocausto, se refiere tan solo a una parte de esos genocidios organizados por el nazismo.

Pero ¡cuánto nos consuela pensar que esa “banalidad del mal” confunde, que no tiene nada que ver con la “venalidad del mal” (8) y la venalidad de los medios de ocultación y distracción, o incluso con nuestra ignorancia! Es un campo que una y otra vez hemos de discutir los que estamos interesados por la prevención precoz de las psicosis y la psicopatología grave: Para lograrla, la sociedad debería poder identificar los signos precoces de psicosis (Y, en el caso que ahora nos ocupa, de perversión). Tal vez no estemos preparados para ello. Pero existen al menos dos vías para hacerlo: Aumentar el “control social” sobre esas conductas desviadas ya desde la infancia, peligrosa vía donde las haya o, por el contrario, radicalizar otro modelo de sociedad basado en relaciones interpersonales más amplias, abiertas, en una mayor transparencia de la instituciones, con menores autodefensas de casta para los que dirigen la estructura social o apoyan las políticas “perversas”…
De momento, parece que los poderes fácticos y mediáticos están apostando por lo contrario: por consolarnos con muestras de la “banalidad del mal” y la “levedad del mal” al tiempo que difunden dosis masivos de miedo de-simbolizado. Por ejemplo, mediante la contemplación comprensiva y el apoyo moral que nuestros medios de desinformación y persuasión conceden a agentes de “occidente” que, después de dejar a sus niños en el colegio, planifican uno o varios asesinatos o decenas de ellos, tal vez mediante drones, en cualquier país remoto; o una sesión de tortura sistemática de un congénere desprovisto de todo derecho (Homeland, de la FOX). He ahí en otra ocasión la dura realidad del uso descarnado del miedo, la destrucción y la amenaza sin necesidad de justificación o sublimación. El espía torturador en una secuencia, amable paterfamilias en la siguiente, sin que eso se presente como una contrición, sino como algo connatural en nuestro sistema de vida ¿americano?

¿Cómo hablar de la “banalidad del mal” ante el hecho de que varios altos ejecutivos de algunas de las empresas generadoras de esta crisis actual hoy hayan sido nombrados ministros en varios países europeos (Bodner, 2012)? En todo caso, habría que hablar de venalidad y de lenidad de una clase social y sus servidores para con sus propios miembros (9). Por si alguien cree que es una exageración y no otra manifestación más de lo que preferiría llamar “disociación de la perversidad” recordaría que Tanzania, un país entero, ingresaba 2200 millones de USD anuales que han de repartirse en forma de bienes y servicios entre sus 25 millones de habitantes (y de forma no igualitaria, desde luego). En el mismo año, Goldman Sachs, esa sociedad de inversiones norteamericana, una de las causantes directas de la actual crisis político-social internacional, ingresaba 8.350 millones de USD al año de beneficios, que se repartían entre 161 accionistas. Y eso es algo con lo que convivimos diariamente, en lo que no paramos mientes: Eso es la perversión, “el mal”.

De ahí el espanto de los poderes establecidos por los escraches, por la demostración pública y transparente de la venalidad y no banalidad de los detentadores del poder. Porque toda banalización del mal hoy es venal como, en general, hemos de pensar de la perversión.

 

4.– La falta de conciencia de la globalización de las comunicaciones y la globalización de la especie

Ahora bien: Decíamos que la organización perversa de la relación es una organización basada en el predominio de la posición esquizoparanoide, de los procesos elaborativos “psicóticos” en conflicto con los “neuróticos”, de una perspectiva de objeto parcial, de sentimientos como la envidia, el odio y el resentimiento (Escario, 1995), la desconfianza, desesperanza y descontención… Si eso es así, ha de tener repercusiones en un “objeto interno” que está apareciendo en los últimos siglos en la cultura humana: el objeto interno humanidad, el objeto interno “Tierra para todos”. Cuando se dice que derecha e izquierda no pueden diferenciarse, aquí tenemos una forma clara de hacerlo: Por el lugar central o periférico que en sus respectivas ideologías juega ese “objeto interno” (la madre-tierra, en toda su profundidad, como objeto total).

Las comunicaciones y los mercados están globalizados. Eso ha abierto la puerta al sueño ecologista de la primera mitad del siglo XX: Una perspectiva ecológica de Gea y Demeter, y de la Humanidad toda. Ha llegado la hora en que es imposible solucionar temas importantes en un país, incluso a nivel comunicacional, de mensajes y meta-mensajes, sin pensar en la tierra, la madre-tierra como totalidad, sin utilizar una perspectiva ecológica que hace medio siglo se consideraba radical. Todo un progreso para la humanidad, pero que tiene que ir de la mano de un cambio en la visión de nosotros mismos, de los seres humanos: Al tiempo que valoramos la individuación y la autonomía, hemos de valorar nuestra infinita finitud y fugacidad como entes concretos de esa totalidad y de esa historia: Hemos de enfrentar la insoportable levedad del ser, utilizando el título de Kundera (1984), aunque con una perspectiva ideológica bien diferente a la del novelista checo. Todos estamos embarcados en una nave espacial llamada “Tierra”, cuyos indicadores climáticos, energéticos y de bienestar están sonando en sanguíneas y frecuentes alarmas. Y esa alarma es especialmente perentoria para todos pues, al menos de momento, ni siquiera existe la posibilidad insolidaria de tirar del freno de emergencia en un “que pare el mundo, que yo me bajo”…

Esa conciencia ecológica radical, de unidad de la humanidad, de la tierra y la humanidad como objetos totales, de que los otros (comunistas, árabes, inmigrantes, refugiados, estadounidenses, hindúes, chinos…) son como nosotros, y de que tenemos el mismo destino que ellos, había comenzado a arraigar en la humanidad, al menos desde el pensamiento heleno clásico y las enseñanzas védicas, tántricas, budistas, taoístas… Sin embargo, se desarrolló y difundió masivamente en nuestra sociedad en la segunda parte del siglo XX: gracias, por cierto, a “derrotados, desorganizados, ilusos, fracasados y ridículos hippies” y a ciertos de sus epígonos “sesentaiochescos”… La posibilidad de vislumbrar la humanidad y el mundo como “objetos totales”, patrimonio tan solo de excelsos pensadores o religiosos, ha pasado a ser algo mucho más común, popular y cotidiano. De ahí que una y otra vez los diversos centros de poder paranoide del mundo difundan los mensajes de escisión-disociación de la humanidad, sus perspectivas de “objeto parcial”, que diferencian a los “terroristas”, a los “antisistema” (antes comunistas, antes revolucionarios…) de la “buena (y sumisa) gente”.

La de-negación de la humanidad y la madre tierra como objetos totales serán pues otra de las bases de la política y la economía represoras actuales. El olvido, la banalización o la negación-disociación de la actividad esquizoparanoide (Steiner, 1985; Tuckett, 2011), que intentan alejarnos de esa percepción, que buscan que no percibamos como dañinos esos mecanismos, son formas de colaborar en esa perspectiva de “objeto parcial”, des-totalizadora, des-integradora, psicopatológica…

Ya he utilizado en otra ocasión (en el tratado “Pérdida, pena, duelo”) la cita que sigue, pero me gustaría aquí volver a recoger una de las más cálidas y amargas aproximaciones a esta perspectiva de “objeto total”, de unidad entre Gea-Demeter y sus hijos. Tal vez la cita haya sido deformada por los transmisores de la misma (Speidel, 1978) pero, en último extremo, parece que fueron los argumentos fundamentales del discurso con el cual el caudillo Seattle, “gran jefe” de la tribu de los Suquamish, contestó en el año 1855 al Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Tras siglos de guerras de aniquilación, los colonos blancos, organizados como Estado USA, querían comprarle las tierras que hoy forman el Estado de Washington. Seattle, en nombre de su pueblo, entre otras consideraciones, hacía las siguientes:

¿Cómo podéis comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esta idea nos resulta extraña. Ni el frescor del aire ni el brillo del agua son nuestros. ¿Cómo podrían ser comprados? Tenéis que saber que cada trozo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. La hoja verde, la playa arenosa, la niebla en el bosque, el amanecer entre árboles, los pardos insectos… son sagradas experiencias y memorias de mi pueblo. Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra cuando comienzan el viaje a través de las estrellas. Nuestros muertos nunca se alejan de la tierra que es la madre. Somos una parte de ella y la flor perfumada, el ciervo, el caballo y el águila majestuosa son nuestros hermanos…

Por eso, cuando el Gran Jefe de Washington nos hace decir que nos quiere comprar las tierras, es demasiado lo que pide. Si os las vendiéramos, tendríais que recordar que son sagradas y enseñárselo así a vuestros hijos… También los ríos son nuestros hermanos porque nos liberan de la sed, arrastran nuestras canoas y nos procuran los peces. Si os vendiésemos las tierras, tendríais que recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y también los vuestros. Los tendríais que tratar con buen corazón […] ¿Qué clase de vida tiene el hombre que no es capaz de escuchar el grito solitario de la garza o la discusión nocturna de las ranas en torno a la balsa? Soy piel roja y no lo puedo entender.

El hombre de piel roja es conocedor del inapreciable valor del aire, pues todas las cosas respiran de su aliento. Pero parece que el hombre blanco es incapaz de sentir su aroma, como si estuviese en agonía y asfixia de varios días. Sin embargo, si os vendiésemos las tierras, tendríais que dejarlas en paz y saborear la dulce brisa por entre las flores de la pradera.
[…] Y es preciso que vuestros hijos sepan que todo estrago causado a la tierra lo padecerán sus propios hijos. El hombre que escupe a la tierra, a sí mismo está escupiendo.

De una cosa estamos bien seguros: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida, pues solo es uno de sus hilos y está tentando a la desgracia si osa romper esa red. Estamos bien seguros: todas las cosas están ligadas como la sangre de una misma familia. Si ensuciáis vuestro lecho, cualquier noche moriréis sofocados por vuestros propios excrementos […]
¿Dónde está el bosque espeso? Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció… Así se acaba la vida y comenzamos a sobrevivir tan solo…” (Gran Jefe Seattle, 1885).

 

5.– El envejecimiento consecutivo de los sistemas políticos y la democracia

Por todo ello, pase lo que pase con el movimiento de “los indignados”, y las aspiraciones a la “democracia real, YA”, esa es la dirección del futuro: O Democracia Real o Barbarie (autoritarismo extremo) (10). Aunque la barbarie se disfrace de bienestar y “crecimiento sostenible”, de educación /acumulación de datos, de cultura/acumulación de estímulos, de prudencia/negación del miedo, de “consenso”, o incluso de “pactos” y “acuerdos”/negación de las diferencias y banalización de los conflictos. Hoy ya sabemos lo que debería significar la democracia. Para los que no lo supieran, esos movimientos de contestación lo han hecho nuevamente explícito y actualizado: La democracia hoy no puede significar lo mismo, ni puede estar organizada lo mismo que en los tiempos en los cuales los líderes anarcosindicalistas y republicanos la propagaban a costa sus sudores y sus vidas, cruzando Despeñaperros, Os Ancares, el Bruc o los Pirineos cargando con ideas y con libelos sobre sus propias espaldas y sobre los lomos de sus asnos, mulas, caballos…

El mundo ha cambiado enormemente, pero la organización de la democracia en los pueblos “tecnológicos” contemporáneos se ha desarrollado paupérrimamente desde el pionero parlamento democrático islandés (el Alþing o «Althing”, en el año 930): Parece que el egocentrismo del narcisismo ha invadido las posibilidades de crecimiento y desarrollo. Como si cierta autosatisfacción complaciente, que va siempre unida al narcisismo, hubiera dominado las posibilidades creativas, siempre vinculadas con las emociones, los conflictos, las dudas, los replanteamientos, la culpa… Parece que nos estábamos instalando maníacamente en una especie de “narcisismo cultural”… Hasta que unos cuantos “avispados” han visto en el horizonte lo que significaba la irrupción en el mundo de la economía y la política globalizadas de nada menos que 1500 millones de chinos y más de mil cien millones de hindúes: entonces han decidido que, o nos explotaban algo más a sus propios “súbditos”, o sus exorbitantes negocios menguarían.

El replanteamiento contemporáneo de la democracia debería nacer del mismo punto, pero en la dirección contraria: menos delegación y más democracia directa y comunitarismo, capacidades de autogestión comunitaria. Ello supone, por ejemplo, cambios profundos en las leyes electorales y listas abiertas, pero también, control de la calidad de nuestros políticos; como en las demás profesiones, control de calidad y penas por mentir en el ejercicio de su profesión, por engañar; mayor control de gastos e ingresos; restricción del número de políticos “liberados de otras ocupaciones” y reparto de escaños proporcional a los votos realmente emitidos, no con respecto a los potenciales votantes (para evitar normativamente que se ocupen escaños por parte de unos supuestos “profesionales” que, como conjunto, no han sabido hacer su trabajo, que es hacer participar a la ciudadanía); sistemas de voto on-line para todos los grandes temas con frecuencias mensuales o trimestrales y no cuatrienales y con cheque en blanco; decrecimiento sostenible en numerosos campos de derroche antiecológico y antihumano (energía, sanidad, cuidado de la infancia, cuidado de los diferentes…) en vez de crecimiento piadosamente llamado “sostenible” (¿para quién?, ¿para qué?); persecución legal de los genocidas de todos los bandos y colores y entre ellos, de forma prioritaria, de los fabricantes y traficantes de las armas con las cuales la humanidad se masacra cada día y que siguen siendo “generosamente” (¿?) distribuidas por todo el mundo a pesar de la supuesta “crisis económica” (otra vez social y no económica… ). Recordemos, simplemente, que los genocidios por lapidación son técnicamente imposibles: se necesitan las armas de fuego automáticas exportadas casi siempre desde los países “democráticos” y “desarrollados”, entre ellos, España.

Otro mundo es posible, pero, a menudo, el miedo nos impide visionarlo, nos cierra incluso la capacidad de imaginar (y no solo de actuar) en su alumbramiento. Pero el que de verdad quiera saber de propuestas y posibilidades, hoy, gracias a la comunicación globalizada, puede consultarlas en varios idiomas y formatos. Por ejemplo, en los manifiestos de los indignados españoles, norteamericanos, italianos, turcos, egipcios y en los movimientos de Democracia Real y transparencia informativa, todos ellos fácilmente accesibles en la web (11).

 

6.– Los duelos no elaborados y la negación de la memoria de la historia española

Una de las formas de duelo patológico es el duelo paranoide. Como explicaba más ampliamente en 2007 y en el tratado sobre el duelo (2004-2013), el duelo paranoidizado es una de las formas de cronificar la evolución de los procesos de duelo, de paralizar su fuerza depuradora, creativa, integradora (Britton, 2010). Y cuando el duelo paranoide se cronifica durante suficiente tiempo, una de las formas de “manifestarse”, además de los síntomas paranoides, son las señales maniformes, de elación: el duelo maníaco (Klein, 1940; Tizón, 2007). Tras un duelo paranoide, es relativamente frecuente que aparezcan reacciones de control, triunfo y desprecio, reacciones de negación maníaca y narcisista de la culpa, la responsabilidad y, con ellas, de la moral (Steiner, 1985). La metáfora de las “burbujas” y los “cuentos de la lechera” pretecnológicos, son certeros tropos o parábolas acerca de la negación maníaca y sus consecuencias.

Nadie puede dudar que en nuestro país hemos vivido un amplio duelo paranoide por la masacre producida por el nacionalcatolicismo sobre la población. La guerra civil, además de la muerte de más de medio millón de españoles, conllevó dos cambios de régimen de-negadores: donde había una República, la Segunda república española, se instauraron una Dictadura (filofascista), y más, tarde, una Monarquía directamente sustentada y designada por la dictadura. Pero es que, además, los “poderes fácticos”, los grupos de poder y las familias de poder españolas siguen siendo las herederas directas de las de la dictadura y, por lo tanto, herederas directas (ideológicas, pero también políticas, e incluso genéticas) de los grupos de poder y familias que dieron el golpe de estado de 1936, convertido en sangrienta guerra civil más tarde, y en contra-revolución sangrante durante varios decenios después (más de 50.000 personas asesinadas tras terminar la guerra).

En nuestro país, o en los diversos países que componen nuestra frágil agrupación de países y subculturas, todo ello está agravado y esperpénticamente radicalizado por el hecho de que en absoluto, ni simbólica ni realmente, ha habido ninguna necesidad de arrepentimiento y reparación para los que lanzaron la más cruel masacre de nuestra historia, con más de medio millón de muertos, la mayor parte civiles, y más de diez millones de desplazados. Ni ellos han sido condenados, ni han confesado, ni sus hijos y descendientes, tanto directos como simbólicos, se han avergonzado y/o sentido culpa. No así los defensores de la legalidad republicana y sus descendientes, que han pagado con hacienda, profesión, posición social o con la vida el haber defendido esa legalidad republicana (y, en algunos casos, el haber participado en la represión o en los “ajustes de cuentas” en el lado republicano, “ajustes” que también se “llevaron por delante” entre 20 y 50.000 personas).

Pero después, durante decenios, el dominio dictatorial de un bando ha llevado al silencio impuesto a ambos bandos y a sus descendientes, silencio que todos hemos observado en los participantes en la revolución, la contienda incivil y la contrarrevolución posterior, fueran del bando que fuesen, y casi sin excepciones. En pocas ocasiones puede verse tan caricaturescamente un ejemplo de cómo se hace imposible elaborar el duelo porque las ansiedades persecutorias han invadido la vida mental y la vida social: tanto la generación que vivió la guerra civil, cuyos últimos miembros están desapareciendo, como la siguiente, podemos dar fe de cómo las emociones del miedo, la ira, el asco, la oposición al conocimiento dominaron durante decenios nuestra organización social, cultural, familiar, personal, neural…

Si no hay tristeza, no hay culpa, no hay vergüenza, solo puede desarrollarse un duelo maníaco o paranoide, con muchas emociones disociadas. Desde luego, las diversas “burbujas” espumeantes que han invadido durante decenios nuestra vida pública tienen múltiples orígenes… Pero la no elaboración del genocidio contra la población que significó el alzamiento “nacionalcatólico” contra los poderes democráticos legales de la Segunda República Española, la no elaboración de esos duelos es, sin duda, uno de los elementos que han llevado a esta situación maníaca de elación burbujeante: Control, triunfo y desprecio, si van unidos a los síntomas externos de actuaciones agresivas, sexuales y económicas más disparatadas, definen psicoanalítica y clínicamente un cuadro maníaco: ¿Tienen ustedes alguna duda de que todas esas señales y todos esos elementos se han dado una y otra vez en nuestra sociedad, desde la tan jaleada “transición democrática” hasta hoy?

Desde el propio Freud (1914, 1921) y, más aún, con los estudios de Margaret y Alexander Mitscherlich (1967) sobre la falta de elaboración del duelo por los alemanes de las entreguerras, sabemos de una aportación psicoanalítica a la cultura que habría que tener muy en cuenta: Cuando un error no se elabora, se repite. Cuando un duelo no se elabora, las personas y los grupos tienden a repetir prontamente las mismas tendencias que llevaron a la pérdida o al trauma.

Ni los poderes fácticos, ni la derecha política, ni la socialdemocracia, han hecho prácticamente nada en España ni en Catalunya por la memoria histórica y, por lo tanto, por la reparación real y simbólica de tanto desafuero y tanto sufrimiento. Las víctimas han sido otra vez las que se han visto obligadas a hacer todo el trabajo: Como en el “Valle de los Caídos”. Pero el trabajo del duelo, el trabajo afectivo y cognitivo del duelo es inevitable para el crecimiento personal, generacional y trans-generacional. Las víctimas y sus sucesores ya lo han padecido suficientemente. Los verdugos, los causantes, los homicidas y su descendientes reales o simbólicos, posiblemente casi nada.

A diferencia de otros países como Alemania, Argentina o Uruguay, en nuestro país se instaló una burbuja negadora, controladora y despectiva sobre los que perdieron la guerra, sus ideologías, sus propiedades, sus ilusiones, sus vidas: “Habla en cristiano, patatero…” Deberíamos haber sabido que, por las leyes de la dinámica psicológica, esa reacción maníaca no podía subsistir sin una profunda perversión de la moral, de la ética y de las relaciones sociales… Y que esa reacción maníaca puede cronificarse como componente maníaco y despectivo de la organización relacional perversa. La “burbuja inmobiliaria”, como la “burbuja psiquiátrica” o, peor aún, la burbuja de la drogas mortíferas, solo son salpicaduras que nos tocan más de cerca de una perversión mucho más amplia, apoyada en defensas maníacas, y que ha afectado al núcleo de nuestra convivencia y de nuestra joven democracia.

 

7.– Resumiendo: Es la política, hombre, es la política… Ocho tesis sobre la coyuntura psicosocial actual

En estas reflexiones he utilizado una serie de conceptos psicoanalíticos y psicológicos para intentar entender lo que nos está pasando a nivel social y psicosocial. Con la duda epistemológica y teórica de que sean trasferibles del ámbito psicológico (individual y de grupo) al ámbito social (macrogrupal). Si los puntos de partida o hipótesis sociopolíticas de partida son erróneos, es más que posible que las reflexiones subsiguientes debieran replantearse. Por eso, para facilitar la discusión y la reflexión crítica y abierta, prefiero resumir ahora, en forma de principios, esa visión sociopolítica de la que he partido:

I. Lo que define la situación actual no es la supuesta “crisis económica” y menos aún, las supuestas presiones de unos entes lingüísticos creados “ad-hoc” como son “los mercados”. La situación actual se trata de una grave crisis política y, tal vez, de una crisis del “modo de producción”, del modelo de “civilización”, es decir, del conjunto de las formas de relación interhumanas tejidas a través de la organización del Poder y la producción, distribución y consumo de bienes materiales e informacionales.

II. La crisis actual es una crisis política puesta en marcha, además, por los poderes dominantes de nuestro mundo. De forma más o menos consciente, de ahí ha partido. Y en el momento actual, esos poderes fácticos parece que tienen dos objetivos: aumentar los negocios privados de la clase dirigente, por un lado, y, por otro, desmontar los logros de equidad conseguidos a lo largo de siglos desde la revolución francesa, rusa, china, española y demás, hasta nuestros días. Por tanto, se trata de una auténtica contrarrevolución, por fuerte que parezca el término, no de “unas reformas y recortes impuestas por los mercados”.

III. Algunos de los hechos que la han puesto en marcha son ampliamente conocidos: las quiebras fraudulentas de grandes empresas norteamericanas, seguidas por otras en todas partes del mundo “desarrollado”, quiebras basadas en el funcionamiento habitualmente fraudulento de las mismas y de todas las grandes empresas de nuestro sistema social, incluidas las de auditoría, que existen precisamente para evitar esos fraudes. Otros datos son menos conocidos o más discutidos (¿grupo Bildeberg y otros grupos de presión globalizados?). Empero, en el trasfondo de todos esos hechos se halla ese imparable ascenso de los grandes países antes “subdesarrollados” de nuestro mundo: China, con cerca de 1500 millones de habitantes, la India, con 1.100, Brasil, con 380… Para que los grupos dominantes en Europa y en los USA puedan seguir con sus grandes beneficios de los últimos decenios solo quedan dos vías posibles: O bien la guerra (¿contra países con arsenal nuclear? ¿Contra la mitad de la humanidad? ¿250 + 380 millones de personas contra 2.600 millones de personas?), o bien conseguir nuevas formas de negocios, beneficios y dominio no controlado democráticamente: Y ello solo pueden lograrlo aumentando la sobreexplotación de sus propios “súbditos” es decir, de los ciudadanos de los propios USA y EU. Y en eso están, como lo demuestra el que, mientras que gran parte de la población europea se ha empobrecido en más del 25 % en los últimos años, sus élites económicas y políticas se han enriquecido en proporciones de 2 a 7 veces. Por cierto que la inagotable e insondable avidez de los grupos dominantes en nuestra sociedad daría lugar a todo otro ensayo, en especial si consideramos la conceptualización psicoanalítica de la avidez, la oralidad y la analidad o perspectivas de la “excepcionalidad” como las de Tuckett (2011).

IV. No se trata de una lucha de “países contra países”, o de culturas-religiones contra otras culturas o religiones, como interesadamente se suele presentar el tema (el Islam contra “occidente”; Alemania contra los PIGS), sino de intentos de diversos grupos económicos y políticos transnacionales de “llevarse el gato al agua”, de hacerse con el control político-económico o, como poco, de hacer grandes y rápidos negocios transnacionales. Es una versión actualizada y magnificada de la “lucha de clases”… solo que ahora una clase es tan minoritaria y al tiempo, tan poderosa, que casi cuesta considerarla “clase” y no “mero grupo social” o incluso, “grupo de presión conspirativo”.

V. Las penurias y el miedo de la ciudadanía no deben ocultar el miedo que están sufriendo las clases dominantes y sus ejecutores, “recortadores” y privatizadores: Nadie sabe cuánto durará este enormemente inestable y enormemente asimétrica distribución del poder y la riqueza. De ahí que haya una urgencia en el “¡Enriqueceos!” que llegaron a gritar, en un delirio maníaco, algunos líderes… “socialdemócratas”. De ahí que en algunos países europeos, los más variados malandrines, vestidos con los más variados uniformes (asesores deletéreos, financieros, comerciantes, curias papales, banqueros de Dios, cajeros de las cajas, políticos de aluvión, privatizadores corruptos disfrazados de políticos, y otros filibusteros del mar de las financias y la política “profesional”) se hayan lanzado cual tiburones hambrientos a la “realización rápida de beneficios”: La vida es breve… Su situación de desmesurado poder, también. Tienen que preparar su jubilación… en las Islas Seychelles o Caimán, claro está.

VI. En nuestro país, o en los diversos países que componen nuestra frágil agrupación de países y subculturas, todo ello está agravado y esperpénticamente radicalizado por el hecho de que no solo no se ha elaborado el duelo por las masacres y destrucciones de la guerra civil, sino que ese proceso psicosocial sigue siendo impedido por defensas paranoides y maníacas.

VII. Para intentar una aproximación a la comprensión de esas situaciones hay que usar conceptos sociológicos, económicos, políticos y psicológicos, entre ellos, los psicoanalíticos.

VIII. Entre los conceptos psicoanalíticos que, personalmente, me permiten algunas explicaciones de lo que estamos viviendo en el ámbito social y psicosocial, he utilizado aquí los de la nueva perspectiva de las emociones (y, entre ellas, el miedo) en el desarrollo personal y social; los conceptos de de-simbolización del miedo, de-sublimación de la agresión y venalidad, que no banalidad, del mal; los conceptos de organizaciones paranoides y organizaciones perversas de la relación y el tipo de narcisismo que las acompaña; las diversas formas de duelo no elaborado y su consecuencia, la “negación de la memoria histórica”; también, la aún escasa generalización de la percepción de la humanidad y la tierra (Gea), como objetos totales. En este trabajo los he propuesto simplemente como elementos heurísticos y hermenéuticos para nuestra coyuntura social, en absoluto “demostrativos” o “axiomáticos”.

 

8.– A modo de CODA esperanzadora: Hay alternativas pero, ¿es posible el trabajo de duelo sin reparación o sin sufrimiento?

Desde los primeros desarrollos de la cibernética se ha consolidado una concepción de la mente humana como sistema abierto o semiabierto. Es decir: la mente se conforma como un sistema o estructura (informacional) parcialmente autónomo, pero que está sujeto, para mantener su homeostasis y homeorresis, a las aportaciones informacionales (perceptivas, emocionales, cognitivas…) procedentes del exterior del sistema. Sin ese aporte externo, la mente como sistema tiende a la entropía, a los estados de mínima energía, a la des-organización (aspecto que ha quedado palmariamente ilustrado en experiencias tales como la deprivación sensorial y la deprivación afectiva o, más ampliamente, en las experiencias de los campos de concentración o exterminio).

Pero creo que incluso esa concepción se encuentra aún muy poco influida por una visión evolucionista de la mente y de las relaciones intraespecíficas y, más en concreto, por la teoría del apego y la mentalización, la perspectiva del estudio etológico-psicoanalítico de las reacciones ante las pérdidas desarrollada por Bowlby, Parkes, Pollock, Fonagy y Target y otros (Tizón, 2013). Todos los estudios y revisiones asentados en la teoría del apego nos hablan no solo de la mente y el organismo humano como sistemas semiabiertos, sino de la mente y el organismo humano como sistemas incompletos. Eso posee al menos una consecuencia: que no podemos considerar cierto que los seres humanos seamos capaces de elaborar completamente las pérdidas y los duelos fundamentales de la vida. Entre otras razones, porque siempre necesitamos de un otro, del objeto, para subsistir como seres humanos, como personas y como sujetos. La posibilidad de nuestra permanencia como sujetos, la estructuración y permanencia del self, hay que entenderla hoy, desde el punto de vista del psicoanálisis y la psicología contemporáneos, como subsidiaria a la existencia de relaciones sujeto-objeto. Relaciones que pueden ser de amor, de odio, de conocimiento, confusas, aglutinadas, simbióticas, sadomasoquistas, ambivalentes o del tipo que se quiera, desde luego. Pero que son relaciones sujeto-objeto puestas en marcha por nuestras necesidades y emociones básicas y las mismas emociones y tal vez motivaciones de los demás. Es eso lo que nos mantiene como sujetos, como seres humanos.

Nuestra dependencia de los objetos externos, de los otros realmente existentes, de seres que nos dieron o nos dan, de seres que nos mantienen mentalmente vivos, aunque sea porque nos persiguen, es una característica básica de nuestra concepción post-bowlbiana del psicoanálisis. En realidad, no es sino un paso más en esa larga marcha de descentración con respecto al narcisismo que ya he citado en otros lugares (cfr. por ejemplo 2007, 2013), siguiendo la idea inicial del mismo Freud: Copérnico y Galileo pusieron en marcha el fin del mito teocéntrico y geocéntrico, en el cual los dioses del hombre y la tierra misma (Gea) se suponía que eran el centro del universo. Más tarde vendrá la descentración con respecto a la naturaleza animada (Darwin y su teoría de la evolución) y la descentración con respecto a la propia conciencia: comenzará a verse la conciencia del hombre como más determinada por las pulsiones y motivaciones inconscientes –Freud–, o por las relaciones sociales y el lugar que se ocupa en las relaciones de producción-distribución-consumo –Marx–, que por motivos racionales, elevados, morales, “nobles”… Einstein y, en general, la perspectiva relativista de la física y la astrofísica volvieron más tarde a socavar profundamente nuestro narcisismo de especie: ni la percepción misma es autónoma de la relación sujeto-objeto; también depende de otros entes, y de la posición relativa del observador, incluso en los más matemáticos o astrofísicos cálculos.

Pero creo que ni el psicoanálisis ni otras perspectivas de la psicología han incorporado con suficiente profundidad teórica, filosófica y epistemológica la implicación fundamental de la teoría del apego y de los estudios sobre la separación, la privación y la pérdida afectiva: la comprensión de la mente humana y, en general, del organismo humano como sistemas incompletos. Siempre hay necesidad de un otro que aporte seguridades complementarias, que alimente desde fuera el mundo interno. La existencia del otro es fundamental para mantener la estructura del yo, del self e incluso del mundo interno. Creo que este es uno de los motivos fundamentales para que la distanciación con respecto a los objetos externos, sea por una pérdida real –muerte, separación…– o solo por una pérdida afectiva –desengaño, conflictos, deterioro de la relación…– suponga una tan grande afectación en la mayoría de los seres humanos: no solo tenemos necesidad de un pal de paller, de una clave de bóveda para nuestro mundo interno sino que, lo veamos así o no, siempre tenemos necesidad del otro externo en mayor o menor medida; incluso cuando esa dependencia inevitable y acompañante de la vida es negada, disociada, proyectada… o disimulada mediante acciones o incluso teorías científicas que la contradicen.

Todo lo anterior implica una concepción de la mente y la personalidad algo más «vincular» o «intersubjetiva» de lo que suele primar en el psicoanálisis clásico. Pero una concepción que está en abierta contradicción con los mitos doctrinarios que difunden neocon de todo tipo. No es posible el progreso sin inter-dependencia. Una sociedad humana se desarrollará mejor si atiende y cuida a sus miembros dependientes. Sin comunitarismo no hay futuro.

A nivel teórico, probablemente el psicoanálisis post-kleiniano y la teoría de las relaciones objetales han hiperbolizado el papel sistémico que los “objetos internos” juegan en el mantenimiento del self, de la identidad, del sujeto. Considero más acertada una perspectiva en la cual 1) la personalidad y la integridad mental se construyen en la relación con los objetos internos/externos significativos de la historia del sujeto. 2) Más tarde, esas integraciones personales pueden mantenerse, por un lado, mediante la interacción entre los objetos internos y el sí-mismo integrado (self). Pero además, 3), se necesita la presencia actual de objetos externos significativos, sostenedores directa o simbólicamente de la estructura mental: Es decir, que urge una visión menos solipsista –en último término, menos omnipotente y narcisista– de las capacidades del ser humano, de todos nosotros, para soportar las pérdidas con solo los recursos del “mundo interno”: a lo largo de toda la vida necesitamos no solo de la relación con los objetos internos primigenios, sino también de la relación con objetos externos realmente presentes que sostengan nuestra estructura mental y nuestra estructura de personalidad. De ahí la necesidad de la dependencia (sana) y el carácter de mito que adquieren la “independencia personal”, la “autonomía personal” o el “desarrollo personal” des-comunitarizados. O determinadas formas de psicoterapia que no tienen en cuenta los otros niveles de contención además del nivel profesionalizado que es la propia psicoterapia, algo que he intentado desarrollar en otros lugares (2004, 2007, 2013).

La concepción de la mente y la personalidad como estructuras o sistemas semi-abiertos, capaces de trasformaciones teleonómicas, sí, pero también necesitados de las aportaciones exteriores y teleológicas para mantenerse y autorregularse, creo que conlleva la necesidad de rescatar la perspectiva psicoanalítica del desarrollo epigenético. Un desarrollo basado en crisis, transiciones y fases, como, por ejemplo, en la visión genialmente desarrollada hace más de medio siglo por Erikson (1963), siguiendo las ideas iniciales de Freud: El desarrollo se logra a través de crisis o transiciones psicosociales. Incluso el desarrollo “normal”, ortogenético. Además, como suelo recordar, a menudo ocurren otras transiciones accidentales y duelos, muchas de ellas frecuentes. Y además, las transiciones “psicotraumáticas”, los duelos complicados y las pérdidas con trastorno “postraumático” o “psicotraumático” (Tizón, 2007). Es imposible progresar sin sufrimiento, sin emociones desagradables (miedo, ira, asco, vergüenza, culpa…). Lo importante es que predominen las emociones agradables, que promueven mayor estabilidad vinculatoria (placer-alegría, sorpresa-conocimiento, tristeza reparatoria…). Es imposible elaborar un duelo sin soportar el sufrimiento: por ejemplo, en su segundo momento, en el que designo como de aflicción y turbulencia afectiva (2004, reeditado en 2013).

Por eso hemos de estar seguros de que de una situación social y psicosocial como la que venimos tratando en estas líneas tampoco podremos salir si no nos atrevemos a soportar la turbulencia afectiva y social necesaria, el “nacimiento de las cien flores” que ha de significar una desobediencia y creatividad civiles contestatarias crecientes. Y en campos, motivos, organizaciones y desarrollos diferentes y múltiples: una auténtica “floración múltiple”, una nueva y más real “primavera de las cien flores”. O hay desobediencia civil en muy diversos ámbitos, y coetáneos, con la turbulencia que ello supone, o no hay cambio. O, al menos, no habrá cambio pacífico. Porque no hay cambio, incluso pacífico, sin turbulencia; como no hay cambio ni progreso reales sin tristeza por lo perdido, sin culpa, sin vaivenes afectivos, sin reparación…

De ahí la importancia de la gratitud y la reparación (Klein, 1940, 1957) (12), y de las actividades reparatorias, reales o simbólicas (muy conectadas a las sublimaciones). La gratitud, que da lugar a la reparatividad, así como el sentimiento de integridad, son todos ellos meta-sentimientos “casi filosóficos” y, desde luego, altruistas, solidarios. Si antes hablábamos de la alternativa de “O democracia o barbarie”, actualizada en “Democracia real o autoritarismo extremo”, es fácil concordar que la base de la democracia es la solidaridad. Y la solidaridad, o está apoyada en la integridad, en la gratitud y en la “reparatividad” (la actitud de reparar), o no puede crecer.

Como explicaba hace poco (2011), esos sentimientos tan estrictamente humanos, tan simbólicos, se relacionan estrechamente con el valor, pues se necesita valor para alimentarlos y mantenerlos, y el valor real, no la temeridad, solo puede tener su cuna en un reconocimiento sentido hacia los que nos dieron y nos dan, hacia aquellos a quienes debemos todo nuestro ser, incluso nuestra propia integración como sujetos vivida en los grandes acontecimientos, pero también en los pequeños y cotidianos. Sea cual fuera nuestra profesión, conocimientos y posición en la organización social, deberíamos recordar de vez en cuando lo que Melanie Klein (1957) decía de la gratitud… “uno de los más importantes derivados de la capacidad para amar. La gratitud es esencial en la estructuración de la relación con el objeto bueno, hallándose también subyacente en la apreciación de la bondad de los otros y de uno mismo”.

Las experiencias primarias placenteras son las que “hacen posible toda felicidad posterior y el sentimiento de unidad con otra persona […] esencial en toda amistad o relación amorosa feliz”. “La gratitud está estrechamente ligada con la generosidad. La riqueza interna se deriva de haber asimilado el objeto bueno, de modo que el individuo se hace capaz de compartir sus dones con otros” (la base de la solidaridad real). “De hecho, constituye asimismo la base de los recursos internos y de la elasticidad que pueden ser observados en aquéllos que recuperan la paz espiritual aún después de haber atravesado una gran adversidad y dolor moral” (13). Son sentimientos fundamentados en las emociones placenteras vividas como predominantes: “Los que sienten que han tenido participación en la experiencia y placeres de la vida, son mucho más aptos para creer en la continuidad de la vida. Esta capacidad para la resignación sin amargura excesiva que, no obstante, conserva vivo el poder de gozar”… se halla en la base de la integridad, tanto en el sentido de Klein como en el de Erikson (1963) (14): Gratitud, reparatividad, sentimiento de integridad. Tales sentimientos (emociones largamente cognitivizadas y simbolizadas a través de las experiencias relacionales de gran parte de la vida), son los que nos permiten ver nuestro lugar en el mundo, entre los allegados y los ajenos; lo que debemos y no debemos sentir, pensar, hacer; de dónde venimos y qué vías y sistemas poseemos para que la muerte hacia la que vamos no impida nuestra participación autónoma, solidaria y gozosa en nuestra propia vida y la de los que nos rodean.

Como decíamos, para todo ello, la gratitud consciente e inconsciente juegan un papel fundamental: la gratitud hacia los que nos ayudaron a elaborar el impacto desorganizador de las primeras emociones, hacia los que nos defendieron y enseñaron a defendernos de las primeras amenazas y de las desorganizaciones de los primeros miedos (y también de los posteriores), hacia los que nos contuvieron. De ahí el valor crucial de las relaciones y la solidaridad humana para la vida y para la supervivencia: los inicios de la vida incluyen siempre una serie de escaramuzas emocionales desbordantes. Es imposible controlar su aparición, su desarrollo, sus modalidades, las emociones puestas en marcha, nuestras respuestas iniciales, las respuestas de nuestros padres y cuidadores… Nos desarrollamos entre escaramuzas emocionales que nos desarrollan. A veces puede ser conveniente entender ese desarrollo mediante la metáfora de la “guerra de guerrillas emocional”, pues ni nuestros padres y cuidadores ni, menos aún, nosotros mismos, sabemos dónde va a surgir el problema, el “foco”, la desestabilización. Al menos a algún nivel, el desarrollo de la vida (y no la mera supervivencia) depende de las capacidades de los que nos rodean y de nosotros mismos para poder vivir esa “guerra de guerrillas” con un dominio de sentimientos introyectivos: amor, esperanza, confianza, contención y, por lo tanto, capacidad de pensar.

Esa es la utilidad de la metáfora del desarrollo emocional como un desarrollo marcado por continuos altercados (crisis y transiciones) a los cuales solo con los años podemos encontrar regularidades y seguridades (porque ya se ha conformadolo contestándolos persistentemente podremos defender y difundir activamente la integración emocional y cognitiva con los que nos rodean y rodearon, con los que nos dieron y nos dan, con la solidaridad humana como un sueño progresivamente realizable que nos ayuda a integrar también, por más que duelan, los sufrimientos y temores que nos van a acompañar a lo largo de los años venideros…

¡Aprovechemos los buenos momentos! Porque malos, los habrá… En este caso, la actitud es también el medio y el mensaje. Por eso, a pesar de todo, como nos encomendó en su despedida el autor de La sonrisa etrusca, les deseo “¡Que ustedes lo pasen bien!”.
________________________

 

1. Posiblemente tan solo: Las múltiples falsedades vertidas en las múltiples estadísticas oficiales y no oficiales sobre el tema se han enraizado tan profundamente en la contabilidad oficial, que hoy en día nadie puede tener un seguridad mínima sobre el desempleo real el nuestro país. Hasta ese dato clave para la sociedad y la economía resulta hoy estructuralmente falseado.


2. Por ejemplo, en el sobrediagnóstico y el sobretratamiento de la depresión, en el aventurerismo y la barbarie sanitaria del supuesto diagnóstico y el supuesto tratamiento de la supuesta “enfermedad” del TDAH, en los tratamientos unidimensionales y anti-integrales de los pacientes con psicosis…

3. Durante años, he mantenido que la atención sanitaria pública, comunitarista, ha de estar especialmente atenta a los fenómenos de la iatrogenia, la cronicidad iatrogénica, y a lo que hemos llamado la cronicidad medicalizada (Cfr. Tizón et al. 2000). En los últimos años, y junto con el grupo de Prevención en Salud Mental de la SEMFYC, habíamos empezado a usar, aunque sin deseos de “patentes”, el concepto de “prevención cuaternaria”, un poco antes de que ese término se haya puesto de moda a partir de los trabajos de Marc Jamoulle http://www.ulb.ac.be/esp/mfsp/prev4-fr.html y Juan Gervás (2006). Pero es que preferimos usarlo de forma algo más contextualizada: Entendemos por prevención cuaternaria, a la prevención de las desviaciones, la iatrogenia y la heteronomía facilitadas por las actividades preventivas médicas. Es un concepto algo más definido que el de la “prevención cuaternaria” que se está difundiendo cada vez más a nivel internacional, que de tanta “extensión nuclear” acaba siendo difícilmente diferenciable del de iatrogenia y del más poético y sugerente de némesis médica, que ya hace decenios había definido Ivan Illich (cuyo texto de 1975 parece que también ha sido “archivado” por la desmemoria generalizada). Pero tanto la iatrogenia generalizada, como la iatrogenia provocada por la prevención sin prevención cuaternaria, son fenómenos crecientes en nuestros aparatos sanitarios contemporáneos, y fenómenos que agravan la dependencia de la población respecto de tales sistemas: psicológicamente y directamente, por la vía de la iatrogenia estrictamente biológica, cada vez más frecuente, en particular en el campo de la asistencia psiquiátrica. Agravan pues su heteronomía (y, de paso, sus costes económicos). Y no hay que olvidar que la capacidad de autonomía, incluida la autonomía con respecto a los aparatos sanitarios, es un criterio de salud (J.L. Tizón, N. Daurella, X. Cleríes, 2013).

4. Pero no así muchos anarquistas y anarcosindicalistas de todas las épocas, socialistas “utópicos”, socialistas autogestionarios, revolucionarios de varias épocas y sistemas, incluidos los revolucionarios españoles del 1931 a 1937 o los revoltosos sesentaiochescos, hippies, indignados, 5 stelle, y tantos otros movimientos sociales aparentemente derrotados por la historia… pero que, en realidad, han contribuido poderosamente a los cambios de nuestro mundo.

5. Y recuerdo aquí que, desde mi perspectiva actual, la psicopatología, más que conformada por catálogos de conductas, síntomas, signos, síndromes y supuestas “enfermedades”, la entiendo como la organización de “conductas y representaciones mentales que dificultan gravemente el desarrollo individual y/o social”.

6. ¿Tal vez habría que añadir “el político profesional contemporáneo”, al menos como estereotipo?

7. “El alemán medio busca las causas de la última guerra no en las acciones del régimen nazi, sino en las circunstancias que condujeron a la expulsión de Adán y Eva del Paraíso”, había escrito H. Arendt.

8. En el sentido castellano viejo: El mal, la mentira hoy se vende bien (Venal según la RAE: 1. adj. Vendible o expuesto a la venta. 2. adj. Que se deja sobornar con dádivas).

9. Lenidad en el Diccionario de la RAE es la “Blandura en exigir el cumplimiento de los deberes o en castigar las faltas”.

10. Sucesivos actos de desobediencia civil de arriesgados ciudadanos ya han mostrado de forma irrefutable la enorme extensión y poder de los múltiples sistemas para controlar todo tipo de comunicación informatizada puestos en marcha por diversos estados y, principalmente, por los USA. Hoy no puede quedar ya ninguna duda razonable de la enorme extensión de esos sistemas ilegítimos, ilegales y antidemocráticos de control social; Echelon, Prisma, megacentros de almacenamiento de datos como el de Utah, etc.

11. Por ejemplo, https://es.wikipedia.org/wiki/Movimiento_15-M
http://www.beppegrillo.it/movimento/ http://www.democraciarealya.es/manifiesto-comun/
http://spanishwikileaks.wordpress.com/
https://www.google.es/search?q=wikileaks&aq=f&oq=wikileaks&aqs=chrome.0.57j5j0l2j62.15687j0&sourceid=chrome&ie=UTF-8


12. Entendiendo la reparación como una actividad mental, en el mundo interno (que puede corresponderse con otras en el mundo externo). La reparación, utilizando diversas capacidades yoicas y procesos elaborativos, tanto conscientes como inconscientes, se dirige a restaurar, reparar al objeto amado y dañado, en la realidad, real o simbólica, o en la fantasía. Es una de las características de lo que Melania Klein llamó “posición depresiva”, por lo que tiñe la culpa sentida que, como otros sentimientos básicos, pasa a vivirse en “posición reparatoria”: por eso hablamos de “culpa reparatoria”, contraponiéndola a la vivencia persecutoria de la culpa (“culpa persecutoria”). Uso el neologismo “reparatividad” para referirme a la posibilidad y tendencia a reparar en algunas personas y momentos de la vida y las relaciones.

13. Una buena definición de un concepto que se ha puesto de moda… cincuenta años después, con el término de resiliencia.

14. Esa perspectiva de la gratitud y la integridad, como decía en “Pérdida, pena, duelo” (2004-2013), “implica, además, una perspectiva ideológica y sociocultural que he llamado provisionalmente comunitarismo, basada en la solidaridad y creatividad social asentada sobre individuos libres e introdeterminados, es decir, asentada sobre individuos que hayan podido desarrollar lo más posible esa forma de vida y esa estructura mental a la cual, siguiendo a Erikson, he llamado integridad –apoyada a nivel inconsciente en la generatividad. Todo un programa para el desarrollo individual y social, todo un programa para otro(s) modelo(s) de asistencia sanitaria, psico(pato)lógica, pedagógica y social”.

 

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Jorge L. Tizón
Psiquiatra, psicólogo, psicoanalista (SEP-API). Profesor en el Institut Universitari de la Universitat Ramon Llull (Barcelona). Autor, entre otros, de: Psicoanálisis, procesos de duelo y psicosis; Qué es el psicoanálisis; El poder del miedo y el tratado Pérdida, Pena, Duelo: Vivencias, investigación y asistencia.