“El terror y la peste son la misma cosa”
Edward Albee
Un difícil equilibrio
“Tuvimos que asustar a la población para tranquilizar a los mercados»
El Roto.
Caricatura en “El País”
Cuando nos planteamos la relación entre la vida emocional del individuo y las ansiedades del grupo social al que pertenece, se suele pensar que el psicoanálisis freudiano está centrado en el individuo. No obstante, en el desarrollo de su pensamiento, Freud (1921) consideró que la psicología y la mentalidad grupal eran elementos primarios de la individualidad y en la adquisición de un pensamiento propio. Algunos autores desde perspectivas relacionales o intersubjetivas, enfocan el ámbito de lo social con modelos complementarios al clásico freudiano o a las relaciones objetales. Sugiero algunas consideraciones acerca del entorno social y sus repercusiones sobre el sujeto individual y colectivo.
Mientras escribo este artículo, las noticias sobre la inestabilidad de los gobiernos europeos se suceden vertiginosamente. En el continente el panorama se ha vuelto tan incierto, que apenas si podemos saber cuál será el contexto de los próximos días. El discurso dominante nos satura de informaciones, con afirmaciones contradictorias y advertencias catastróficas, sin que ninguna voz autorizada dé sentido a esta cadena de acontecimientos, de consecuencias difíciles de prever.
Muchos psicoanalistas han estudiado los efectos psicológicos en condiciones de violencia social extrema como las guerras, los exterminios, las limpiezas étnicas, los campos de concentración o las represiones masivas llevadas a cabo por las dictaduras del Cono Sur de América Latina. También ha sido objeto de estudio la violencia de grupos fundamentalistas que siembran el terror indiscriminado. Pero ahora asistimos a nuevas formas de segregación masiva, que sin recurrir a la violencia manifiesta, dejan a vastos sectores de la población en situación de marginalidad y de pánico.
La profunda crisis por la que atraviesan Europa y los EEUU, con los rasgos propios que toma en España por su alta tasa de paro, nos muestra otras formas de violencia, que nos afectan por su magnitud y por las consecuencias sobre el entramado social, las relaciones entre los individuos y su estabilidad emocional. La crisis en la que estamos sumergidos deja a su paso una estela de exclusión social. Millones de hombres y mujeres quedan apartados de sus puestos de trabajo, muchos de ellos sin coberturas sociales, en un contexto de precariedad y desamparo, con los servicios básicos de salud y educación severamente recortados. Esta masa de excluidos llega a niveles críticos y cuestiona la viabilidad del sistema, en las condiciones conocidas hasta ahora.
Los gobiernos no toman decisiones de acuerdo a sus programas o sus ideologías, sino por mandato de diversos operadores sin representatividad democrática que bajo presión, imponen “lo que hay que hacer” sin espacio para el debate o la reflexión. Esta actitud acentúa el sentimiento de exclusión, porque dibuja un panorama en el que la opinión pública no puede decidir sobre los problemas que la afectan, mientras se degrada el funcionamiento de la sociedad civil. En todo el mundo proliferan movimientos, por fuera de las instituciones, de los partidos políticos o de los sindicatos, que expresan el agotamiento de aquéllos y su incapacidad como gestores del descontento para canalizar alternativas.
Si los políticos no son capaces de sostener discursos coherentes sobre la salida de la crisis, tampoco los economistas aciertan en sus pronósticos por más que se aferren a sus doctrinas como dogmas inapelables. Lo único cierto en este momento es la desorientación general, la inseguridad creciente, la pobreza amenazando millones de hogares mientras un sector minoritario obtiene posiciones más ventajosas en el reparto del poder.[1]
Los modelos psicoanalíticos clásicos ¿son suficientes para dar cuenta del impacto de estos acontecimientos en el manejo de las ansiedades y la psicopatología que se entrelaza con esta situación, o es necesario revisarlos para incluir nuevos factores traumáticos? Más adelante abordaré algunas ideas sobre este aspecto.
El impacto psicológico de esta realidad es grave y es imposible precisar las consecuencias directas e indirectas, que estos cambios acarrean en la vida cotidiana, en especial la función que hasta ahora ha tenido el trabajo productivo en la organización de la sociedad humana. Se utilizan términos psicológicos para explicar el funcionamiento de los mercados que reclaman “confianza”, se mueven con “nerviosismo”, padecen “depresiones” o “euforias”; de pronto esa instancia invisible llamada “mercado” se ha convertido en alguien con una sensibilidad exquisita, que debemos cuidar al precio que sea. Es humillante que haya que cuidar con delicadeza y sacrificio la salud emocional de “los mercados”, sin tener en cuenta las secuelas que estas medidas tienen en la subjetividad de las personas reales.
Señalaré algunos rasgos de la crisis que inciden sobre la psicología individual y colectiva y después trataré sobre la influencia que pueden acarrear estos cambios. En primer lugar está el carácter expansivo de la crisis que crece hasta hacerse sistémica; segundo, la invisibilidad de los gestores reales de decisiones y, finalmente, el dominio de la especulación financiera sobre la economía productiva. Todos estos factores extienden el sentimiento de pánico, de inseguridad, condicionando severamente los proyectos de vida, especialmente de los jóvenes.
La crisis se hace sistémica
Desde hace unos años vivimos en un estado de zozobra por el debilitamiento de las referencias que constituyen el “estado de bienestar” y los propios fundamentos del Estado moderno. Lo que comenzó siendo una burbuja inmobiliaria, ha sacudido los cimientos del sistema financiero. Pero ahora, la crisis se acompaña de estancamiento económico, amenaza de recesión y tasas de paro que desbordan los sistemas de protección social. Algunos organismos supranacionales hablan de “crisis sistémica” para referirse al cuestionamiento global del sistema actual.
Entre 2007 y 2008 la banca Lehman Brothers, se declara en bancarrota, debido al derrumbe del sistema hipotecario que se había expandido con activos sobrevalorados. Esta debacle se extiende a todo el sistema financiero y los estados deben aportar dinero para rescatar al sistema, evitando su quiebra. A estos factores se añade el aumento del precio de los productos básicos, de los recursos energéticos y la parálisis del crédito. Todo ello se añade al déficit fiscal de numerosos países, que hace que la deuda pública y privada sea imposible de pagar. La crisis de la deuda, obliga a restricciones que comprometen la economía productiva, frenan el crecimiento económico, aumentan el paro y prolongan la recesión. El trabajo, la vivienda, la salud y la educación, referentes elementales de nuestro modo de vida, se deterioran para la mayoría de la población sin que nadie pueda pronosticar hasta cuándo seguirá este proceso ni la posible recuperación.
Con el término “sistema” no me refiero sólo a la superposición y entrelazamiento de las diferentes crisis (inmobiliaria, financiera, productiva, etc.) sino también al sistema como estructura. Esto significa que vivimos en un sistema que sin controles rigurosos, tiende espontáneamente a funcionar así. El entramado global y la falta de regulación permiten el anonimato de los beneficiarios de la situación, fomentando rasgos perversos en la organización social y en los individuos.
Las atrocidades ocurridas en el siglo XX, fueron llevadas a cabo por regímenes totalitarios liderados por personajes siniestros, con nombres y rostros visibles que emanaban terror y despertaban la resistencia. En la crisis actual, los dirigentes están legitimados por mecanismos formalmente democráticos, pero supeditados a intereses especulativos. Las responsabilidades se diluyen en modos de funcionamiento difuso, al amparo de la globalización. Pero si los mercados manipulan a la política, es porque algunos políticos han actuado de modo decisivo quitando todo freno a la especulación. La crisis actual es heredera de la desregulación a escala internacional: mientras se restringen los derechos civiles, producto de siglos de reivindicaciones, se preserva la total libertad para las operaciones especulativas como las que padecemos estos días. Un ensayista checo escribe: “A diferencia de los anteriores usurpadores de poder, estas estructuras de poder no tienen rostro ni identidad. Son invulnerables a los golpes y a las palabras. Su poder es quizá menos ostentoso, menos abiertamente declarado, pero es omnipresente y no cesa de crecer” (Klima, 2010).
Estudios sociológicos nos dicen (Bauman, 2005, 2007) que uno de los rasgos de la época actual, es el divorcio entre poder y política, la pareja sobre la que se había constituido el Estado moderno. Gran parte del poder requerido para actuar con eficacia, se desplaza al espacio global políticamente incontrolable; la política, es incapaz de actuar de manera efectiva a escala planetaria, ya que sólo abarca ámbitos locales. La ausencia de control convierte a los nuevos poderes en una fuente de incertidumbre, mientras pierden influencia las instituciones, cada vez menos capaces de responder a los problemas cotidianos.
Si me extiendo en estas consideraciones es porque estamos bajo la presión de un “discurso oficial” omnisciente, emanado de un poder exclusivo y apoyado en dogmas indiscutibles a los que hay que someterse para “hacer lo que se debe”. Este discurso pseudocientífico, no es diferente de otros que, con pretensiones de verdad, buscan la deshumanización del sujeto individual, que sin consideración por sus valores, formación, méritos o antigüedad, queda apartado de su puesto de trabajo y convertido en un excluido.
Invisibilidad de los gestores reales de la crisis
Los gobiernos, del signo político que sean, tienen escaso o nulo margen de maniobra, como se puede observar en toda Europa. Se ha señalado que, mientras la economía vuela a velocidades supersónicas, la política lo hace a paso de caracol. Los dirigentes de los organismos europeos, no son conocidos por la población ni gozan de credibilidad. El término “Bruselas” ha adquirido una connotación de burocracia e ineficiencia. El sueño de una Europa ilustrada, defensora de valores civilizadores se transforma en una pesadilla de la que muchos desearían huir. Nadie sabe quién lleva el timón de esta embarcación sin rumbo. El mecanismo ha perfeccionado la tecnología del poder, que aun manteniendo la estructura democrática formal, hace del “estado de excepción” el modo habitual de gobierno (G. Agamben, 2011).
El doble discurso se institucionaliza a escala global. Mientras el mundo occidental aspira imponer el ejemplo de su “estabilidad” democrática a la periferia, en su propio seno hace “la vista gorda” a la existencia de zonas donde los derechos humanos son inexistentes y la legislación o el control están ausentes. Basta nombrar la persistencia de Guantánamo y los paraísos fiscales, como lugares eximidos de todo control. Los paraísos fiscales, son lugares donde el fraude encuentra refugio. Pero el mundo entero es un paraíso fiscal, que genera fraudes que pauperizan a la mayoría. El binomio Reagan-Thatcher apostó en esa dirección bajo la tutela ideológica del fundamentalismo neoliberal, que se hizo fuerte en el mundo académico, imponiendo su pensamiento único.
La invisibilidad de los gestores de la crisis aumenta la desorientación y la incertidumbre. Los sentimientos de amenaza, inseguridad, humillación o indignación, latentes o manifiestos, buscan formas nuevas de expresión sin que, de momento, puedan canalizar de forma positiva sus propuestas más allá del incipiente debate de ideas. Las situaciones traumáticas que derivan de la exclusión, la incertidumbre, la precariedad constituyen un estado de violencia social, que sin recurrir a la represión clásica, produce consecuencias dañinas. Una dificultad para conceptualizar el estado de catástrofe social es que tanto los pacientes como los analistas estamos expuestos a los mismos temores y dificultades para percibir los acontecimientos.
Ante la falta de visibilidad general, quedamos a la espera la señales: estamos pendientes de las fluctuaciones de la bolsa y de la “prima de riesgo”, de las notas de agencias calificadoras, como de modernos oráculos inescrutables. Acontecimientos imprevistos irrumpen sin sentido y no sabemos en qué nos influyen, más allá de los recortes salariales o ajustes en los presupuestos. Más que explicaciones o interpretaciones razonables, se exacerba la búsqueda de chivos expiatorios. La idea de la auto-inculpación, por ser todos igualmente responsables se extiende como una epidemia, alentada por algunos medios. El Estado que protegía a los ciudadanos ha dejado de existir y se constata el derrumbe de la autoridad política.
La especulación repudia su base material
La distancia entre las operaciones especulativas y la producción de mercancías no sólo es cada vez mayor, sino que se crean mundos ficticios donde prolifera la ingeniería financiera, que repudia de forma manifiesta el soporte de su base humana y material. Esto promueve importantes consecuencias en todos los ámbitos de la vida.
Cuando Marx descubrió “el fetichismo de la mercancía”, puso de manifiesto la generalización de un modo de producción en el que todo es intercambiable por todo. Para que ese intercambio sea posible, cada producto debe contener una magnitud equiparable que no deriva de su uso ni de sus cualidades materiales. Se trata de una magnitud abstracta que representa la cantidad de trabajo socialmente necesaria para producir cada objeto, que determina su valor, expresado en forma de dinero y que sirve para efectuar el intercambio.
Por lo tanto el objeto como tal no es realmente una mercancía hasta que no entra en circulación; entonces adquiere su valor abstracto que la hace intercambiable por mercancías equivalentes. Esto parece dar objetividad a un valor, que no es más que la expresión de la forma social en la que se produce dicha mercancía. Los psicoanalistas entendemos esto, si tenemos en cuenta que nuestra mente no funciona sólo con las cosas que percibimos. Es necesario que se transformen en representaciones mentales, en símbolos que a través del lenguaje den lugar al pensamiento con diferentes niveles de abstracción. El lenguaje, el símbolo y la abstracción, pueden ser usadas creativamente a distancia de sus referentes materiales, como en el cálculo matemático, la poesía, la indagación filosófica o la elaboración teórica. Pero en ninguno de estos casos existe un repudio, ni una negación de esta relación con lo real. Algo muy distinto ocurre cuando se repudia o reniega el vínculo con la cosa.
Volviendo al ámbito económico, cuando un inversor coloca su dinero en una empresa productiva, su capital está directamente vinculado a la producción de cosas. Pero a medida que se integra en la especulación financiera la distancia no sólo se hace mayor sino que se niega la utilidad material de su inversión, para entrar en una espiral que sólo busca la mayor rentabilidad en el menor tiempo. Considero que el discurso ideológico que allana el camino a tales procedimientos repudia o reniega una parte de la realidad, como son las consecuencias y costes sociales que acarrea. Las cifras macroeconómicas prescinden en sus cálculos del factor humano. Pero niega también el carácter cíclico de la economía, como lo mostró J. K. Galbraith[2] (1999); la excitación por las ganancias le lleva a desconocer el descalabro que sigue a los períodos de acumulación vertiginosa. Esta creencia, contraria a toda la experiencia, sólo es fruto de la euforia. Con mucha perspicacia, Galbraith se muestra pesimista sobre la posibilidad de aprender de la historia, precisamente porque la euforia o la manía, (la negación o el repudio, diríamos nosotros), hacen imposible aprender de la experiencia.
Las operaciones financieras, a partir de la desregulación de los controles, distancian cada vez más los artilugios de la ingeniería financiera de la base material, lo que lleva al capital especulativo a perder todo soporte. Por eso todas las burbujas terminan estallando. Con la sofisticación de la “ingeniería financiera”, las mayores ganancias no surgen de la explotación de los recursos naturales o de la producción de mercancías. La especulación ha desplazado a la economía productiva, porque la acumulación más rápida y poderosa se produce en el ámbito más alejado de la producción material.
Las teorías económicas que justifican este tipo de acumulación llevan el sello del fundamentalismo neoliberal. El fundamentalismo surgió en los EEUU a principios del siglo XX, en oposición tanto a la modernidad como al catolicismo, pues sólo creían en la palabra sagrada de la Biblia. Cualquier cosa que reivindicara su carácter sagrado (la cruz, la misa, etc.) era considerada una idolatría (Britton, 2001). Esta postura de sacralizar la palabra, se puede observar en muchos ámbitos e interfiere en la integración depresiva, en la creación y utilización de símbolos y en el pensamiento creativo. La actitud fundamentalista institucionaliza la hostilidad entre ambos planos. Lleva a saber y no saber, “hacer la vista gorda”, con las consecuencias que implica en la organización de la perversión, o en la tolerancia y complacencia con estas conductas (Steiner, 1985).
La exclusión conduce a la inexistencia del individuo como sujeto social al privarlo de hecho y de derecho, de vínculos, prestaciones y oportunidades que lo configuran como sujeto social. Esto constituye una humillación, en tanto que la pérdida de su trabajo, no depende de sus cualidades personales o profesionales, sino que “le toca” como objeto indiferenciado. Es la versión más nueva, más tolerable, pero análoga a la deshumanización que llevaron a cabo regímenes totalitarios con métodos más brutales.
Cuando se nos ofrece un artefacto nuevo, capaz de almacenar una cantidad exorbitante de “megas” de memoria, adquirimos más de lo que podremos escuchar en toda la vida. Por lo tanto, en esa operación, no se nos vende sólo un reproductor de sonido, sino la “ilusión” de poder escucharlo, aunque sea imposible. Algún sociólogo ha acuñado el término “comprismo”, (comprar cosas por el mero hecho de comprar), que sería un componente de la ideología neoliberal, diferente del “consumismo” característico de otras fases de la economía de mercado en las que se compra pensando en ciertas utilidades de las mercancías. El funcionamiento de las bolsas se basa en algo similar, cuando se compran o se venden “expectativas de futuro”. Algo así se puso en funcionamiento cuando se otorgaban créditos hipotecarios por valores mayores a los reales, hasta que la burbuja reventó.
Algunos psicoanalistas reflexionando sobre las consecuencias de la violencia social extrema, buscan modelos para reflejar la propagación de la incertidumbre, el pánico y el terror. B. Priel (2007) sugiere el modelo literario de la plaga, como aparece en el mito de Tebas, La Peste de Camus, o la ceguera en la novela de Saramago. Se refiere a la propagación social de ansiedades primitivas y los procesos grupales. Es una metáfora sobre la interacción entre fenómenos colectivos y la organización mental primitiva que incluye ansiedades de desintegración, repudio de la realidad y deshumanización.
Volkan (2002) denomina “regresión social” a lo que ocurre en grupos grandes después de experiencias traumáticas; esta regresión refleja el esfuerzo del grupo para protegerse, modificar o reparar su identidad compartida y separada de la identidad del “enemigo”. Las regresiones malignas implican la pérdida de la identidad individual, la des-diferenciación dentro del grupo, para legitimar la práctica de atrocidades en nombre del grupo y su “pureza”.
La negación da forma a relaciones perversas: las personas ajenas al grupo son convertidas en cosas, lo que evita cualquier empatía. Esta perversión relacional consiste en transformar las relaciones de objeto en relaciones de poder, no reconociendo los derechos ni la subjetividad de los otros. El pensamiento psicoanalítico puede ser de utilidad, a través de diferentes instrumentos, para determinar el tipo de violencia que se ejerce, focalizar con precisión su funcionamiento y mitigar así, algunas de las consecuencias destructivas para la constitución del sujeto individual o en la formación de sus grupos de pertenencia.
Repercusiones en la subjetividad
Los factores que hemos esbozado en los apartados precedentes, tienen consecuencias en la construcción de la subjetividad. Las teorías psicoanalíticas desde Freud y sus continuadores, pusieron el énfasis en el desarrollo del mundo interno individual, reconociendo la importancia de las figuras parentales tanto reales como en su versión internalizada. Como señalamos al comienzo, Freud (1921, 1929) dedicó importantes investigaciones a la psicología de las masas y su influencia en la evolución del yo individual, así como la influencia de la cultura, la religión y otros factores sociales.
Pero desde hace algunos años, el impacto de los acontecimientos políticos y sociales ha estimulado el desarrollo de otras conjeturas, que complementan las propuestas clásicas de Freud. Es así que junto a la teoría tradicional que explica la constitución del mundo interno de representaciones, se han elaborado otros modelos que incluyen la dimensión intersubjetiva de lo social. Es un tema de interés que merece un estudio cuidadoso.
Las repercusiones emocionales en la organización de la subjetividad, señalan que la “información sistemáticamente falsa o sesgada produce diversas alteraciones en el yo adulto, que depende directamente de la calidad de la información, del mensaje letal que se trasmite y al parecer, su resonancia con el funcionamiento mental primitivo” (J. Puget, 2002). Para esta autora lo social y lo familiar se perciben de modo diferente y propone modelos adicionales para su comprensión. “La realidad social es la que nos habla de todo lo que existe en un determinado contexto” y diferencia lo social de lo cultural, ámbito en el que ubica a la familia. El discurso autoritario que emana de instituciones de poder adopta una lógica causal basada en hipótesis falsas, se sostiene en valores éticos perversos que promueven acciones corruptas” (J. Puget, 2002). El estado de amenaza es una situación en la que el yo pierde la capacidad de reconocer los signos que lo habilitan para percibir los peligros del mundo exterior y diferenciar entre imaginación, realidad, vida o muerte.
El campo social es una totalidad unida por una lengua, una tradición, reglas relativas a la distribución del trabajo y la vida social, por la historia institucional, política y la organización de la justicia. La cultura se relaciona con el parentesco y los orígenes. La percepción de la presencia de otro sujeto y los primeros objetos parentales, surge en el niño indefenso; su constitución como sujeto depende de la configuración edípica. Algunos autores sostienen que la percepción del espacio social depende de otros factores, que la teoría psicoanalítica no ha desarrollado de forma suficiente, relativos a cuestiones de pertenencia y poder (J. Puget, 2002). Es un problema que merece estudio y profundización: ¿los acontecimientos sociales adquieren representación mental a través de las estructuras edípicas que configuran el psiquismo individual o tienen un impacto directo por fuera de tales estructuras?
Modelos de subjetividad individual y colectiva
El mundo interno descrito por el psicoanálisis se organiza en torno a la representación psicológica de los objetos significativos. Estas representaciones adquieren su pleno sentido con la ausencia del objeto y es el modelo de la incorporación y la identificación. Berenstein (2001) y Puget (2001) sugieren el concepto de presentación, ligada a la percepción de algo nuevo y a la puesta en marcha del juicio de presencia. Este juicio se añade a los juicios de atribución y de existencia postulados por Freud (1925). El efecto de presencia reconoce la diferencia irreductible de la subjetividad del otro y caracteriza lo nuevo; no puede haber re-presentación, porque no se actualiza una presentación previa. Sugiero que para que la distancia intersubjetiva sea eficaz para el desarrollo del sujeto, la diferencia debe tener unos requisitos, que se ponen en peligro cuando la distancia se hace muy grande o por el contrario, resulta intrusiva.
Siguiendo las pautas de los dos modelos complementarios, diría de forma esquemática que las consecuencias sobre el sujeto de la situaciones de violencia social se pueden resumir como: a) impacto de la ausencia, por la pérdida de referentes materiales, ideológicos, morales, modelos de identificación o estructuras estables; b) efecto de presencia por la percepción de una realidad insoportable, inquietante, con manipulación del discurso y del propio lenguaje, al servicio de la distorsión de la realidad. El otro es percibido con hostilidad, como intruso, rival, extraño, lo que socava las bases de una vida común o solidaria. El espacio intersubjetivo, que según este modelo es básico en la construcción de las relaciones interpersonales, modifica su cualidad.
La pérdida de referentes, unida a la desaparición o deterioro de las fuentes de trabajo, de protección social, de los recursos de educación y de salud, profundiza el desamparo y se manifiesta subjetivamente por la ausencia de contención para ansiedades profundas, estimuladas por traumas reales con sus posibles corolarios fantasmáticos. No sólo desaparecen los objetos buenos protectores, sino los objetos malos donde proyectar la frustración, la protesta y la indignación, con el riesgo de que esos sentimientos e impulsos hostiles se internalicen provocando cuadros depresivos o melancólicos, afines a la desesperanza.
En el desarrollo emocional del individuo, la ausencia ayuda a la organización de una estructura, cuando alterna adecuadamente con la presencia, lo que permite la instalación de los objetos internos y un mundo de representaciones. De manera análoga podemos pensar que la inseguridad y la incertidumbre, cuando se complementan y alternan con seguridades y certezas, aunque sean parciales y pasajeras, contribuyen a reforzar una percepción adecuada de la realidad tanto externa como interna. En cambio, la inseguridad y la incertidumbre como modos de vida bajo el “estado de amenaza” alteran profundamente la percepción de la realidad, lo que puede precipitar una variada gama de organizaciones defensivas patológicas que se cronifican e impiden el desarrollo.
Creo que la combinación de los efectos de ausencia y de presencia, en las condiciones y formas que toma en la crisis actual es altamente peligrosa y predispone a severas patologías en el individuo y en su grupo de pertenencia. Pierden la función organizadora y estimulan defensas primitivas. Las soluciones perversas o la adhesión a sistemas paranoides de creencias, son atractivas porque ofrecen seguridad, certeza y pertenencia, a cambio de negación, repudio de la realidad y pensamiento omnipotente.
En un mundo en el cual el terrorismo fundamentalista ha causado estragos, surge una nueva forma de terror referido a la propia seguridad, a la destrucción de referencias que permitían una cierta estabilidad psicológica. El terror ha existido en diferentes formas y variados contenidos ideológicos. Como se ha hecho en otros contextos, se podría diferenciar entre el terror “duro” en sus expresiones más atroces, del terror “blando” con mecanismos más sutiles, pero que producen cifras enormes de “víctimas colaterales”. Los dos son utilizados para dominar, oprimir y ganar influencia. Como señala Varvin (2003, 2005), “el terror es una estrategia para ocupar el alma, no el territorio”. Las justificaciones políticas, ideológicas o religiosas pretenden validar la “deshumanización” del enemigo y dar “sentido” al exterminio o la exclusión. La demonización de los otros es una estrategia (Akhtar, 2003) que protege frente a la empatía, el remordimiento y la culpa. El terror tiene como finalidad la deshumanización del otro, paso necesario para someterlo a cualquier atrocidad.
En estos tiempos confusos hemos asistido a la exteriorización del rechazo de esta situación a través de la indignación colectiva, que expresa el sentimiento de no estar representados por quienes toman las decisiones. Es un fenómeno novedoso que despierta simpatías y reticencias. No me referiré a quienes los rechazan, sino a quienes se sienten cercanos a sus reclamos. Es interesante observar cómo se intenta “aconsejar”, “organizar” “disciplinar” un movimiento que se muestra harto de consejos, discursos distorsionados, organizaciones corruptas o disciplinas de sumisión. Representan en este panorama desolador, la irrupción de lo nuevo, de aquello frente a lo que no tenemos respuestas ni referencias, pero que estimula a buscarlas por fuera de lo conocido. Este fenómeno novedoso, parece un movimiento espontáneo, que afronta la realidad, se opone al discurso perverso y puede ser un acto de salud frente a los riesgos de depresión melancólica o de repliegue en las creencias paranoides.
La negación de la realidad se estimula en varios frentes. Hemos señalado el predominio de la economía especulativa sobre la productiva como uno de sus rasgos con importantes repercusiones sociológicas, psicológicas y políticas. Pero la realidad cotidiana es una fuente de tanta inseguridad y amenazas que se hace difícil de tolerar, tanto para el individuo, como para los grupos. Esto puede fomentar una regresión en el pensamiento, que niega la inseguridad para replegarse en certezas tranquilizadoras. El pensamiento complejo compuesto por partes en crecimiento incesante, queda desplazado por un pseudoconocimiento parcial, simple, tomado como totalidad.
Las creencias compartidas por el grupo, funcionando como defensas, sustituyen a la prueba de realidad y están en la base de sistemas paranoides o maníacos que se enfrentan al cambio real, el desarrollo o la complejidad (Britton, 2010). Estos sistemas de creencias ofrecen seguridad y certeza sobre la base de la negación, la escisión y la falsa coherencia. Tanto en lo individual como en lo colectivo la relación con el otro, puede tener una función organizadora, siempre que se mantenga una distancia que permita la diferenciación. La pérdida de esa distancia adopta las formas más variadas: desde las más brutales como en la tortura o el genocidio, a las más disimuladas como la humillación, la pérdida de referentes seguros, el desamparo. Sugiero que esas pérdidas tienen un “efecto de presencia” potencialmente desorganizador transformando a la realidad en algo intolerable.
Hans Meyer, filósofo y ensayista austríaco, que después de sobrevivir a la experiencia de Büchenwald y Auschwitz, renegó de su lengua alemana y cambió su nombre por el francés Jean Améry, describe su detención por la Gestapo por participar en la resistencia en Bélgica. Después de narrar la rutina impersonal del interrogatorio, escribe: “Y de repente sentí el primer golpe”. Entonces, “se quebranta la confianza en el mundo. El otro, contra el que me sitúo físicamente en el mundo y con el que sólo puedo convivir mientras no viole las fronteras de mi epidermis, me impone con el puño su propia corporalidad”. Y más adelante comenta, que con el primer golpe, aparece en toda su crudeza el sentimiento de desamparo, “cuando no cabe esperar ninguna ayuda, la violación corporal perpetrada por el otro se torna una forma consumada de aniquilación total de la existencia” (Améry, 2001).
El terror duro hace desaparecer por la violencia física la distancia entre el sujeto y el otro. El terror blando hace desaparecer atributos esenciales de sujeto social, cuando lo deshumaniza para convertirlo en mercancía prescindible. No estamos en el terror “duro” de un campo de concentración, pero podemos acostumbrarnos a convivir con el terror “blando” que va generando humillación, incertidumbre y desesperanza. Nos habituamos a la reacción depresiva, con matices melancólicos, de tristeza, desánimo, desmotivación y pasividad frente al desastre. Pero sabemos también que la humillación es un caldo de cultivo para la explotación y fermentación de creencias colectivas de salvación mesiánica y que hábilmente manipulada, la humillación se transforma en una palanca del poder.
[1] Esta afirmación no es gratuita: el nuevo presidente del Banco Central Europeo, el presidente designado del gobierno de Italia y el nuevo primer ministro griego, han pertenecido a las estructuras de la banca Goldman-Sachs. Este banco americano ha tejido en Europa una red de influencias sedimentada gracias a tejidos visibles o subterráneos. (tomado de Le Monde, 14.11.11)
[2] John Kenneth Galbraith, (1908-2006) Destacado economista norteamericano de origen canadiense, fue profesor en Harvard.
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Resumen
En este artículo se exponen algunos rasgos de la actual situación en muchos de los países desarrollados de Europa. Se describen algunas características de la crisis que amenazan romper el sistema en el que vivimos, su funcionamiento democrático, y las bases del estado de bienestar. La globalización vuelve invisibles a los gestores de la crisis y se instala lo que algunos autores psicoanalíticos han llamado “estado de amenaza” con importantes repercusiones en la subjetividad individual y colectiva. Finalmente se esboza el modelo complementario, de J. Puget e I. Berenstein, y su posible aplicación en la situación que se analiza.
Palabras clave: subjetividad, crisis sistémica, globalización, ansiedades primitivas, psicología grupal
Summary
In this paper some features of the present situation in several developed European countries are put forward. The author describes some points of the current crisis that threaten the whole system in which we live, its democratic functioning and the breakdown of the welfare state. Globalization turns invisible those people who manage the situation, establishing what some psychoanalysts designate as “state of threat” with dangerous consequences on individual and group subjectivity. Finally Puget’s and I. Berenstein’s complementary psychoanalytic model is outlined, and its possible implementation on the analyzed situation.
Keywords: subjectivity, systemic crisis, globalization, primitive anxieties, group psychology
Guillermo Bodner
Psicoanalista didáctico y expresidente de la Sociedad Española de Psicoanálisis (SEP-IPA)