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La relación de la teoría psicoanalítica, de sus instituciones y de los profesionales con la política, es un tema tan complejo que muchas veces se elude pensando que su planteo solo puede conducir a conflictos sin salida. No obstante, los problemas políticos han estado siempre presentes en la historia del psicoanálisis, por las vías más diversas como veremos en estas notas. El pensamiento de Freud surge en Viena cuando se derrumba el imperio austro-húngaro con sus implicaciones históricas, políticas y culturales. A los primeros discípulos vieneses de Freud se añadieron pequeños grupos en Budapest y Berlín cuando el final de la primera guerra mundial llevó a la ruina las viejas estructuras políticas mientras aparecían regímenes revolucionarios que aunque efímeros, dejaron hondas huellas en el pensamiento, las costumbres y la cultura. En la tercera década del siglo XX el psicoanálisis se expande con más fuerza en otros países europeos y atraviesa el Atlántico.

En el desarrollo de su movimiento, Freud buscó una relación científica sólida con psiquiatras de prestigio que se sentían atraídos por su manera de entender los procesos mentales y su patología. Esto ampliaba la influencia del pensamiento freudiano pero también permitía extender el grupo, más allá de los amigos judíos en el que temía quedar encerrado, si permanecía rodeado solo por sus seguidores iniciales.

Cuando el enfoque de Freud pasó de la curación del síntoma o la comprensión de los sueños, hacia una visión más integrada de la persona, el tratamiento psicoanalítico adquirió una dimensión más completa que enfatizaba lo singular del encuentro de dos personas, analista y analizado, que establecían un vínculo profundo y prolongado. La relación analítica se transformó en un campo específico que moviliza afectos e impulsos inconscientes donde ambos participantes se exponen a los avatares de la transferencia y la contratransferencia. El analista ocupa un lugar en el mundo fantaseado del analizado, que actualiza sobre el profesional el amor y la hostilidad de sus primeras experiencias. Freud alertó de las consecuencias dañinas que tendría para el tratamiento, tomar como reales las expresiones manifiestas de estos impulsos y sugirió la comprensión de su sentido inconsciente, que pone de relieve el papel activo de la fantasía. De estas complejas circunstancias surgen los trabajos técnicos de Freud en los que se prescribe la neutralidad, la abstinencia y el anonimato del analista.

Estas actitudes han sido ampliamente debatidas en la historia del psicoanálisis, desde quienes matizan las posiciones más extremas hasta quienes niegan su posibilidad y su validez técnica. No es mi intención describir este proceso, sino señalar que, más allá de los debates teóricos y técnicos, considero que los principios que marcan la actitud analítica siguen vigentes aunque desde visiones más variadas de las que proponía la técnica clásica.

En relación con lo anterior, el psicoanálisis busca desentrañar de la realidad psíquica, distorsionada por las defensas, sentimientos, recuerdos o creencias encubridoras que sostienen la estructura psicopatológica. La realidad psíquica no es un territorio aislado que funciona solo en relación con los impulsos y las defensas; la realidad psíquica, desde el nacimiento está en interacción permanente con la realidad material y sus fuentes de gratificaciones y frustraciones. Es obvio que el campo de la realidad material se va haciendo más extenso en la vida de un adulto normal, al punto que difícilmente se pueda discernir un sector de ella que no influya e interactúe con la realidad psíquica. Se entiende que la política forma parte de la realidad frente a la cual el análisis intenta que el paciente tome conciencia de su recepción consciente e inconsciente, evalúe sus interacciones, más allá de las opiniones que en cada caso pueda sugerirle.

Si bien se han estudiado con detenimiento las vicisitudes de la transferencia erótica o agresiva, la asimetría en el análisis plantea un problema de poder, de autoridad, de sumisión o rebeldía. Podemos afirmar que el paciente ocupa también un lugar en la fantasía inconsciente del analista, si bien se supone que éste debe ser más consciente de esa posibilidad gracias a su experiencia analítica personal.

La cuestión política por lo tanto no viene dada solo por el contexto social en que viven el analista y el analizado y que a veces penetra en el material clínico, sino también por una micropolítica interna de la situación terapéutica, que al implicar a la personalidad de ambos participantes, con sus fantasías, ansiedades o defensas, configuran una puerta de entrada al campo analítico entre dos personas, de tensiones estructuradas según las pautas que le dieron origen. La transferencia paterna o materna, así como la reedición del conflicto edípico en la relación analítica son ejemplos de esta interacción.

Creo útil esta introducción común a todo proceso analítico, antes de considerar aspectos más específicos de la relación entre psicoanálisis y política. Es necesario diferenciar cómo afecta la cuestión política cuando se refiere a la teoría, a las instituciones o a los profesionales en forma individual. Las instituciones nacionales e internacionales agrupan cantidad de personas heterogéneas lo que hace difícil unificar posiciones sobre temas en los que coexisten opiniones diversas o contradictorias. No obstante es razonable buscar acuerdos mínimos como los derechos universalmente reconocidos, base común de una posición política en el más amplio sentido del término. Las experiencias del holocausto, del racismo, de la guerra y la paz, el derecho universal a la salud y a una vida digna, pueden ser fundamentos unificadores, aunque frente a los hechos concretos puedan surgir diferentes interpretaciones.

A veces se ha fundamentado la abstinencia del analista en cuestiones políticas en la necesidad de preservar su neutralidad y anonimato. Pero, en discrepancia con ese criterio, considero que la neutralidad del analista no significa ser apolítico. Quiero insistir en que la neutralidad se refiere a la actitud de no tomar partido en los conflictos internos del paciente, debiendo dirigir el analista todos sus esfuerzos en ayudar al paciente a comprender la naturaleza de sus ansiedades, de sus defensas o la función de sus creencias. A partir del análisis y del esclarecimiento, ha de ser el propio paciente, quien tome sus decisiones según el grado de autonomía alcanzado. Si estas decisiones se apoyaran en el poder atribuido al analista o en alguna forma de manipulación consciente o inconsciente, deberán ser cuidadosamente analizadas para disminuir su influencia en la medida de lo posible.

 

Política y apolítica en las instituciones

Los debates políticos están determinados por las situaciones grupales y los supuestos básicos que las sustentan. Cualquier agrupamiento humano como las organizaciones profesionales adquiere rasgos que determinan una “mentalidad grupal” por la cual los individuos que la componen funcionan básicamente determinados por su pertenencia grupal. Quisiera señalar un par de viñetas que ilustran algunos puntos que estoy tratando.

En el año 1985 se celebró en Hamburgo, Alemania, el 34º Congreso de la IPA, cuyo tema fue “La identificación y sus vicisitudes”. En un edificio cercano, se desarrolló una actividad paralela organizada por “psicoanalistas internacionales contra el armamento nuclear” cuyo discurso de apertura fue el célebre trabajo de Hanna Segal “Silence is the real crime”[1]. Si bien centenares de psicoanalistas registrados en el congreso participaron en este evento, esta actividad no figuraba en el programa científico oficial. (Rosenbaum, B. 1985)

Esta anécdota ¿es algo casual o refleja las tensiones entre el psicoanálisis, sus aspiraciones científicas, la neutralidad en el encuadre por un lado y por otro la actitud de sus miembros frente a los graves conflictos políticos que sacudieron la humanidad a lo largo de siglo pasado y continúan aún ahora?

Pensar que este suceso refleja una división entre una parte políticamente comprometida del psicoanálisis y otra “apolítica” sería una simplificación. Primero porque la decisión de que la IPA volviese a Alemania fue fruto de un largo debate que podía herir la sensibilidad de muchas personas que habían sido víctimas directas o indirectas del holocausto. Por otro lado, que el retorno fuese postergado hasta 40 años después de terminada la guerra, era también un problema político, que tomaba en cuenta que la “cuestión alemana” era un tema pendiente en la comunidad psicoanalítica que requería ser resuelta en algún momento. Si añadimos que el tema propuesto originalmente “Duelo, perdón y reconciliación”, dio lugar a intensas discusiones sobre la posibilidad de reconciliación, debemos admitir que estas disputas tenían un elevado carácter político, que trataba de evitar dolorosas rupturas.

El tema de fondo, la relación entre los psicoanalistas, sus instituciones y la política, requiere analizar tantos puntos de vista que escapan a una síntesis. Es necesario tomar en cuenta problemas históricos, sociales, económicos o culturales por resaltar solo algunos de los factores “externos” pero también los “internos” que ocurren en la sesión, cómo se maneja el analista frente a la realidad psíquica y la realidad social, uno de cuyos componentes es la situación política. Esto ha sido estudiado en momentos extremos de opresión, dictadura, discriminaciones y cercenamiento de las libertades; pero la dimensión política del individuo, no solo se cuestiona bajo las dictaduras sino que es parte de la vida habitual.

Por más que Freud se sintiera desde el comienzo el conquistador de territorios desconocidos de la mente humana, su obra desató fuertes polémicas por la severa crítica social que implicaban sus descubrimientos. El papel de la sexualidad en la infancia, la función patógena de las represiones incluidas aquellas impuestas por la educación, la determinación inconsciente de parte de nuestras conductas, representaban una “trasmutación” de los valores establecidos en la Viena imperial y en los estamentos académicos que regían la formación de entonces. Si bien Freud no era creyente, su origen judío, así como la de la mayoría de sus discípulos fue considerado por el núcleo original de psicoanalistas como un riesgo añadido para su joven disciplina, que además de no ser digna de respeto científico, podía ser juzgada como la creencia de una pequeña secta religiosa. Esto explica parte de su preocupación por establecer lazos científicos con personalidades destacadas de la psiquiatría, por fuera de su “gueto”, como Carl G. Jung, Eugen Bleuler y otros, así como la colaboración con la prestigiosa escuela psiquiátrica de Zürich. La lucha por la aceptación de sus doctrinas sobre el origen de las enfermedades mentales, su combate frente al rechazo por parte del mundo académico, fue un conflicto con raíces políticas y en cierta medida con rasgos raciales.

El criterio para definir lo que es o no es científico, está histórica y culturalmente determinado y se corresponde con ideologías que han dominado la evolución del pensamiento. Tanto en Europa como en los Estados Unidos, a fines del siglo XIX y principios del XX, uno de los debates filosóficos giraba en torno a los requisitos para considerar que una disciplina es o no científica. Esto es parte de un debate filosófico que sigue abierto, en el que la ubicación del psicoanálisis está lejos de resolverse. Esta polémica que tiene lugar también dentro del ámbito psicoanalítico donde coexisten diferentes posiciones y fuera de él, donde muchos autores consideran que el estudio del inconsciente no alcanza el rigor del saber científico. Pero en el fondo, estas cuestiones no son solo disputas filosóficas o científicas, sino que comportan problemas políticos de poder académico y profesional.

Una de las derivaciones de ese debate gira en torno a cómo enfocamos el problema de la neutralidad, indiferencia o anonimato del psicoanalista frente al paciente en la sesión, como también la manera de abordar los aspectos reales del vínculo analítico. Este tema ha sido debatido en los últimos años y encontramos autores que defienden los puntos de vista más diversos. De manera esquemática podemos decir que quienes ponen el énfasis en la dinámica del mundo interno tienden a adoptar posiciones diferentes de quienes enfatizan la relación real entre paciente y analista. En términos generales, estos últimos cuestionan más abiertamente la validez de los conceptos de neutralidad, abstinencia y anonimato. Insisto con las expresiones como énfasis, acento, porque coexisten dentro de las mismas corrientes, estilos individuales por lo que podemos caer en simplificaciones que no corresponden con la riqueza y variedad de las actitudes técnicas y las posiciones teóricas de diferentes autores, a pesar de estar alineados en una u otra escuela de pensamiento.

 

En un despacho en Manhattan

Pero no siempre los psicoanalistas se reúnen en Congresos o actividades institucionales. Quería relatar una breve anécdota porque ilustra otro tipo de encuentro, de alto valor político pero en el cual una variedad de circunstancias ayudaron a dar otro tono, a un debate más abierto y a la exposición clara de opiniones que difícilmente se dan en las instituciones.

En una tarde de primavera se reunieron en un despacho, cuatro destacados psicoanalistas de Nueva York, convocados por los editores de la revista Psychoanalytic Perspectives, para hablar sobre política y psicoanálisis. Se habían derribado las Torres Gemelas, las tropas americanas ya estaban en Irak, y la proximidad de las elecciones a la presidencia de los EEUU, hizo que muchas personas se sintieran especialmente motivadas por la política. Además de los analistas estaba presente un reducido grupo que moderaba las discusiones, con la finalidad de dar al encuentro la necesaria seguridad para expresar sus ideas. Se había pasado previamente un cuestionario, con los temas a discutir, pidiendo que los participantes no trajeran sus opiniones por escrito, para dar mayor vivacidad al encuentro. Los analistas que participaron fueron Neil Altman, Jessica Benjamin, Ted Jacobs y Paul Wachtel (N. Altman, J. Benjamin, T. Jacobs, P. Wachtel, 2004; A. Samuels, 2004).

Se plantearon muchos problemas que fueron ordenados por los moderadores que dinamizaban el diálogo. Una de las primeras cuestiones se refería a la posibilidad de que un profesional que llevara un tratamiento psicoterapéutico o psicoanalítico estuviera comprometido al mismo tiempo en la acción social o política. De acuerdo con las respuestas de los participantes, se llamaba a reflexionar sobre las posibles consecuencias que dicha actitud podría tener sobre el tratamiento psicológico.

Por otro lado, y de acuerdo a las reflexiones que suscitó esta cuestión, surgió la discusión de cómo afectaba este tema a las nociones de neutralidad, anonimato y auto-revelación. Uno de los presentes relacionó este problema con la situación de impasse en la clínica. Muchas veces estos impasses tienen lugar cuando se hace imposible considerar el punto de vista de la otra persona. Esto conduce a lo que Jessica Benjamin denominó escisiones complementarias, cuando cada uno queda encerrado en perspectivas válidas pero sin posibilidad de comunicación sino solo de confrontación.

Según opina esta autora la alternativa es buscar dentro de uno mismo, cierta resonancia con el punto de vista de la otra persona, manteniendo el punto de vista propio. En esto los psicoanalistas tenemos la experiencia, que nos permite mantener nuestro punto de vista en un segundo plano, para que no interfiera con la intención de que el analizado se sienta comprendido. Este tipo de movimientos psicológicos es excepcional en una discusión política. Pero como psicoanalistas contamos con la ventaja del encuadre como marco protector.

Se debe pensar en cuáles son los límites que impiden extender la experiencia de la pareja analítica a los fenómenos grupales. A veces la búsqueda de reciprocidad en compartir puntos de vista diferentes o “ponerse en el lugar del otro”, se hace imposible no solo por las características individuales de cada sujeto, sino porque al formar parte de un sistema, las dinámicas grupales no permiten esa libertad. Se podría profundizar en la comprensión de los obstáculos que impiden saltar desde la comunicación individual a la situación de grupo.

Se consideró muy importante reconocer el sufrimiento infligido a otra persona aunque no lo hayamos causado directamente, pero en el que participamos como parte de una comunidad, (nacionalidad, etnia, religión) porque aún en ese caso es necesario reconocer la parte de la responsabilidad. En muchos casos, “el otro” está menos interesado en los detalles políticos que en el hecho de sentirse reconocido. Este es el primer paso en cualquier proceso de acercamiento político y la práctica psicoanalítica ha hecho aportes importantes para desarrollar la capacidad de ponerse en el lugar del otro.

Otros participantes con larga experiencia reconocen que los temas políticos constituyen un área que se suele evitar tanto por los pacientes como por los analistas. El paciente está preocupado por su mundo interno y sus problemas privados, pero además ambos están muy recelosos de entrar en un terreno que despierta sentimientos intensos e irracionales. Puede haber una cierta colusión para evitar cuestiones importantes, que se trata de mirar no solo en sus aspectos manifiestos, sino comprendiendo el significado particular que tiene para determinado paciente; así pues, no se trata de hablar de política como lo hacemos fuera de la situación analítica, sino de revelar el significado inconsciente que toma en ese momento de la sesión.

Pero no siempre es fácil mantener la neutralidad o el anonimato por parte del analista. Cuenta R. Greenson (1967) (citado en Altman et. al) famoso psicoanalista norteamericano que un paciente suyo daba por supuestas sus ideas progresistas; cuando le preguntó al paciente en qué se basaba para decir eso, el paciente el respondió: “Cuando digo algo negativo sobre el presidente Roosevelt, usted me pide asociaciones… y cuando digo algo positivo, usted no dice nada”. La anécdota muestra, además de la aguda percepción del paciente, la complejidad que supone mantener el anonimato o una postura radicalmente neutral. Pero la complejidad del tema no nos autoriza a abandonar la búsqueda de neutralidad a pesar de sus reiterados fracasos. No lo entiendo como una manera de proteger nuestra identidad sino de respetar al máximo la de los pacientes.

Para resumir algunos de los temas planteados, diré que se habló de la política que llevan a cabo las sociedades psicoanalíticas o psicoterapéuticas, dentro o fuera de las instituciones internacionales como manera de promover su actividad, extender sus enfoques, intercambiar ideas con grupos afines. En los últimos años y como consecuencia del derrumbe de la Unión Soviética y los países que se alineaban bajo su ideología, se está desarrollando una actividad muy intensa, que no dudaría en calificar como una de las más dinámicas del mundo. Lo mismo ocurre en China y países del sudeste asiático donde la formación e grupos nuevos, con curiosidad, ansias de aprender y organizarse llevan el innegable sello político de los cambios producidos a finales del siglo XX.

Otro de los temas surgidos en la discusión tiene que ver con la posibilidad de incorporar ideas del psicoanálisis para analizar la situación política global, el fenómeno del terrorismo y la seguridad individual, la utilización de las nuevas tecnologías incluido en algunos casos para utilizarse por el psicoanálisis; la aplicación del psicoanálisis para investigar con mayor profundidad los problemas y procesos políticos. También el caso opuesto, cómo las fuerzas políticas pueden utilizar en su propaganda y en su difusión proselitista ideas reveladas por el psicoanálisis; la comprensión psicoanalítica del desarrollo de la dimensión política del sujeto como ciudadano; el diseño de maneras responsables de implicación directa con material político, social y cultural que aparece en la sesión clínica.

En América Latina, muchos psicoanalistas, sufrieron crueles persecuciones en la época de la represión dictatorial. La práctica privada no se libra de estos dilemas; intentamos ofrecer una atención psicológica que acompañe al paciente en la exploración de conflictos dolorosos y a encontrar sus propias soluciones, sabiendo que solo un sector pequeño de la sociedad puede acceder a este recurso. Pero en la actual situación estas contradicciones llegan al máximo; en apariencia el ejercicio privado del psicoanálisis o la psicoterapia, nos ubica en un acuerdo relativamente libre que establecemos entre el paciente y el profesional. La fijación de las condiciones, frecuencia, honorarios, etc. está influida por las circunstancias generales de las que no nos podemos abstraer. Si esto es verdad en todos los casos, mayor es el impacto de estas circunstancias cuando el paciente y el profesional están sumergidos en el mismo contexto: ya sea por un medio represivo, por limitaciones extremas de la libertad de expresión o por condiciones económicas en las que la libertad de elegir está anulada.

Esto no afecta solo el contrato entre terapeuta y paciente, sino también el desarrollo del trabajo, en el que el despliegue del mundo de la fantasía, indispensable para el abordaje del sustrato inconsciente del padecimiento se hace extremadamente difícil. J. Puget y L. Wender (1982) acuñaron el término de “mundos superpuestos” para designar estas situaciones en las que los dos integrantes de la pareja terapéutica están implicados hasta tal grado en el mismo conflicto, que se hace difícil tomar la distancia necesaria para una comprensión cualificada.

En la era de la información masiva, con buscadores que recogen todo tipo de datos incluidos en las redes sociales, no se pueden mantener los mismos criterios de neutralidad y anonimato que en la época de Freud. No obstante considero válido mantener el criterio de neutralidad en los conflictos internos del paciente, cuando el análisis pone de relieve debates entre diferentes partes de la personalidad y cuya resolución debería ser el resultado de la elaboración y comprensión propia del paciente. Esta es una posición ideal difícil de conseguir debido a que siempre juegan factores de dependencia, fantasías de ser juzgado por figuras relevantes del entorno, en primer lugar el propio analista. Pero el resultado es diferente si el problema puede ser abordado y analizado a fondo.

Porque la cuestión, aún tratada con la sinceridad de la reunión de Manhattan, no deja de plantear problemas de difícil solución. Una de las analistas desempeña una actividad política notoria y por lo tanto sus pacientes conocen sus opiniones, lo diga o no abiertamente en la sesión, porque, argumenta, tiene que ver con “mi estilo, mi reputación, mis escritos”. Solo las personas muy extrañas a su mundo cultural y social, desconocen su posición política. “Quienes comparten mi mundo cultural pueden saber cuáles son mis opiniones”, señala más adelante. Dice ser totalmente conocida para ellos, en cuanto a sus posiciones generales. “Y creo que eso tiene que ver en cómo mis pacientes utilizan la política conmigo, porque la usan sobre el supuesto de que tenemos ciertos acuerdos fundamentales”, afirma Jessica Benjamin.

Pero por otro lado, que una afirmación de carácter político pueda tener un contenido latente es perfectamente posible. El problema plantea hasta qué punto el analista debe restringir sus actividades públicas para preservar aspectos de su identidad debido a su profesión y si ello no constituye también un problema ético. El tema da lugar a debates teóricos de mucho interés, y también de tipo práctico porque la revelación abierta de las opiniones políticas delimita por razones ideológicas extra-analíticas un campo de acuerdos y desacuerdos que no siempre serán útiles a los fines del tratamiento. Dejando de lado la decisión de cada analista de cuál debe ser el punto adecuado de sus manifestaciones públicas, en el seno de la sesión, la posibilidad de tratar el tema en el nivel de las fantasías y los contenidos latentes, ayuda a delimitar un marco que pueda exhibir aspectos importantes de la personalidad del analista a la vez que preserva datos demasiado íntimos.

Planteado de otra forma: en situaciones de abierta injusticia, de cercenamiento de libertades, de desapariciones o privación ilegítima de la libertad, el silencio o la neutralidad excesiva del analista puede interpretarse como complicidad con un régimen autoritario e identificar su figura como una parte del mismo sistema. Creo que existen maneras de manifestar posturas éticas y de verdadero compromiso con nuestra tarea terapéutica, sin entrar en acuerdos sobreentendidos ni en desacuerdos que paralicen, porque ambas situaciones conducen al impasse. Esto exige estar atento a la conservación de una actitud analítica rigurosa pero no rígida que abra el juego de la interpretación para poder pensar las situaciones prácticas, desde el ángulo de la fantasía y la transferencia.

 

Cuestiones políticas generales

Como cualquier profesión que busca la cura de la enfermedad, el alivio del sufrimiento o aún el mejor manejo de los conflictos emocionales, los psicoanalistas y psicoterapeutas comparten una preocupación general por el bienestar, la mejora de las condiciones generales de vida, la expansión y mejora de los servicios para la educación, la salud pública y todo lo que constituye el estado del bienestar. Esto choca con una realidad compleja por la cual la atención psicoanalítica se imparte solamente en la práctica privada, por lo que es un método al alcance de un reducido número de personas que dispongan de los recursos suficientes. Es un problema de muy difícil solución pero que no podemos dejar de plantear.

Los intentos de llevar técnicas de psicoanálisis aplicado como psicoterapias psicoanalíticas, técnicas grupales u otras similares a los servicios públicos, choca con problemas económicos pero sobre todo la desvalorización del psicoanálisis por parte de otras orientaciones; este es un fenómeno generalizado que se da no solo en los servicios públicos de salud sino en las universidades, en las que el psicoanálisis difícilmente logra hacerse un lugar.

Desde sus primeras investigaciones, Freud destacó la importancia de las primeras relaciones del niño y de su papel fundamental en la constitución de su psiquismo. El desarrollo de su trabajo y los hallazgos posteriores pusieron cada vez más énfasis en el factor relacional con la madre, el padre, hermanos y todo el entorno familiar y social. La idea de un psiquismo aislado pronto dejó paso a una visión más amplia en la que los vínculos están presentes y activos desde los primeros momentos de la vida.

En este sentido, el aporte del psicoanálisis sobre el desarrollo del sujeto humano, trasciende los límites de los tratamientos para convertirse en pautas culturales ampliamente aceptadas, más allá de que se reconozca o no el papel del psicoanálisis en su descubrimiento. En muchos de estos campos el psicoanálisis ha contribuido como instrumento preventivo al ofrecer mejores condiciones para el cuidado y la educación infantil, considerando al niño como persona desde el nacimiento. De esta razón y otras similares surge la necesidad de considerar el psicoanálisis no solo como método terapéutico, que es su función primordial, sino como parte inseparable de la cultura moderna.

 

Algunas otras líneas de reflexión

Antes de terminar estas notas quisiera hacer una breve mención a otros campos no específicamente clínicos en los que el pensamiento psicoanalítico muestra una particular vitalidad. La importancia del lenguaje, destacada especialmente por la obra de Lacan, subrayó un aspecto de la obra de Freud que no fue profundizada por otros autores con el mismo rigor. Solo mencionaré un par de autores que en su momento destacaron como interlocutores del psicoanálisis desde campos cercanos como la filosofía o la lingüística subrayando su dimensión política.

A lo largo del siglo pasado la discusión sobre el papel del lenguaje fue cobrando mayor importancia, en especial en el estructuralismo, el post-estructuralismo. Algunos autores destacaron el autoengaño inducido por el lenguaje y la cultura lo que reforzó el interés por la ideología como forma de control social. Uno de los centros de esta eclosión teórica tuvo lugar en Francia encabezada por Louis Althusser: su pensamiento buscaba restablecer de manera teórica explícita y con el rigor del marxismo un nuevo reconocimiento del peso cultural, ideológico y lingüístico en el mantenimiento del orden establecido, frente a las versiones más “economicistas” del marxismo corriente. Su trabajo se apoyó en la interpretación lingüística y estructural que Lacan había hecho de la obra de Freud. Si bien en la actualidad y después de su muerte, este autor está algo olvidado, en la década de los 60-70 formó un núcleo importante de debate teórico y de cierta influencia política después de los sucesos de mayo del 68. (M. Rustin, 2001)

El otro autor cuyas obras encuentran bastante difusión actualmente es el escritor esloveno Slavoj Zizek, cuyos escritos abarcan desde la crítica literaria, la filosofía, cuestiones políticas y también el psicoanálisis lacaniano. En muchos de sus trabajos Zizek explora el papel de las identificaciones fantaseadas que toman cuerpo en la vida política. Su estilo agudo, desenfadado y hasta humorístico resulta atractivo para sectores desencantados de los discursos teóricos tradicionales (M. Rustin, 2001). No obstante su crítica y sus fundamentos en el psicoanálisis y en la dimensión de lo imaginario, lo simbólico y lo real, contienen afirmaciones de real interés.

Me he referido a estos dos autores porque si Althusser marca el comienzo de una relectura del marxismo a través de Lacan, Zizek es una de los autores más recientes y extendidos, por la variedad de sus temas y lo prolífico de su producción. Pero entre los dos, existe una amplísima cantidad de autores que vinculan el psicoanálisis y la política, especialmente a través de la lectura crítica de Lacan.
<[1] “El silencio es el verdadero crimen”, denuncia los riesgos que implicaba la instalación de misiles con ojivas nucleares en Europa a mediados de los años 80 del siglo pasado.

 

Referencias Bibliográficas

Altman, N., Benjamin, J., Jacobs, T. & Wachtel, P. (2004), «Is Politics the Last Taboo in Psychoanalysis?», Psychoanalytic Perspectives, 2, A:5-36.

Rosenbaum, B. (1985), «Ethics, Politics and Psychoanalysis», The Scandinavian Psychoanalytic Review, 8:188-191

Rustin, M. (2001), Reason and unreason, Continuum, London and New-York, 139-145; 149-152.

Samuels, A. (2004), «Politics and/of/in/for Psychoanalysis», Psychoanalytic Perspectives, 2A: 39:47.

 

Guillermo Bodner

Psicoanalista didáctico y expresidente de la Sociedad Española de Psicoanálisis (SEP-IPA)