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La séduction éthique de la situation analytique:
Aux origines féminines maternelles de la responsabilité pour l’autre
,
de Viviane Chetrit-Vatine
(Le fil rouge, PUF, France, 2012, 251 pp.)

 

Este libro nos ofrece una exposición detallada de un tema que la autora viene desarrollando desde largo tiempo y que fue objeto de su tesis doctoral: la filosofía de Levinas, definida como responsabilidad por el otro, que considera intrínsecamente vinculada a la concepción contemporánea de la cura psicoanalítica, como interacción humana: “La humanidad, después del holocausto (y de todos los crímenes perpetrados por la humanidad contra la humanidad) herida por los acontecimientos que la han atravesado y siguen atravesándola… se ve siempre desestabilizada por la separación entre sus recursos psíquicos, por una parte, y la evolución acelerada de las tecnologías y su impacto en las modalidades de morir, nacer, y vivir por la otra”.

La autora, psicoanalista de la Sociedad de Israel, forja en su obra la hipótesis psicoanalítica del origen de la capacidad humana más primitiva de responsabilidad por el otro: el bebé objeto elemental de responsabilidad. Su propósito no es hablar de una ética del psicoanálisis; su interés más bien se centra en lo que ella concibe como la ética del psicoanalista y, por tanto, la ética dentro del psicoanálisis. Su investigación se inspira en la teoría de la seducción generalizada de Laplanche y sus hipótesis sobre la formación del inconsciente. El libro se divide en cuatro partes. De las múltiples perspectivas posibles de enfoque de su lectura a continuación destacaré lo que más me ha impresionado.

En el apartado inicial La ética y el psicoanálisis de la primera parte Una contribución posible del pensamiento de Levinas al psicoanálisis contemporáneo la autora hace un rápido recorrido por las proposiciones del filosofo Hans Jonas en línea con el pensamiento de Levinas, su contemporáneo (ambos filósofos inspirados por Husserl y Heidegger): la dis-simetría radical que caracteriza la relación de responsabilidad, considerada como no recíproca e incondicional: el bebé como objeto elemental de responsabilidad irrefutable, lo cual no significa que sea irresistible (se pueden hacer oídos sordos), pero que no cambia nada del carácter irrefutable de esta orden terminante ni su evidencia inmediata, que no va referida a una demanda porque el bebé es incapaz de pedir; la simple existencia óntica incluye de manera inmanente y visible un deber y una responsabilidad por el otro. Estas ideas constituyen el catalizador del núcleo que desarrolla la autora a lo largo del libro. A partir de las ideas de Jonas forja la hipótesis psicoanalítica de un origen primario de la capacidad de responsabilidad por el otro.

En el apartado La responsabilidad asimétrica por el otro como ética del psicoanalista describirá a grandes rasgos el recorrido filosófico de Levinas que considera evocan la práctica analítica y la posición del analista: el deseo de ética resulta de la violencia sentida por el sujeto ético en su encuentro con la ansiedad y la miseria del otro. La autora considera que este deseo correspondería a una exigencia de ética en el paciente (sin confundirse con él) y, al principio de la vida, del recién nacido. En un segundo tiempo no seguirá una progresión lineal sino que navegará al filo de evocaciones cristalizadas en sus artículos publicados en los últimos años. En esta línea va a destacar una serie de “no-conceptos” levinasianos y establecerá una relación con el pensamiento de Lacan en relación a la idea de necesidad como aquello que ha de satisfacerse mientras que el deseo se alimenta de su propia hambre; así plantea que se podría hablar del deseo de ética por parte del analista y de necesidad de ética por parte del paciente.

La idea de no-concepto en Levinas tiene que ver con la experiencia de la relación intersubjetiva en su núcleo pre-cognitivo: ser reclamado por el otro y responder a este otro. Si la experiencia pre-cognitiva, es decir la sensibilidad humana, puede describirse conceptualmente tiene que hacerse con lo que le es peculiar: un continuum de sensibilidad y afectividad, en otras palabras, sensación y emoción en interconexión.

A partir del recorrido sobre la evolución del pensamiento de Levinas, la autora propone retomar algunas de sus palabras clave: asimetría, caricia, rostro, que han hecho mella en su pensamiento y, a partir de aquí, reflexionar sobre su eco en relación a la práctica psicoanalítica. La relación intersubjetiva es una relación no simétrica: “yo soy responsable del otro sin esperar reciprocidad… la reciprocidad es asunto suyo”. Y va a elaborar esta primera proposición insistiendo en la centralidad de la asimetría de la situación analítica: La filosofía levinasiana no es tranquilizadora. La relación con el otro es, en principio, violenta. “El encuentro con el otro me remite al extraño que hay en mí; este desconocido me remite a lo incognoscible de mi mismo, desconocido y extraño, extraño y potencialmente amenazante”.

La caricia es “la modalidad de acercarme al otro”, no tiene que ver con la compensación ni la reparación; no es conocimiento, (el conocimiento aprisiona, categoriza) sino encuentro, respeto por el otro; no consiste en fuerza ni violencia sino ternura; no es fusión sino relación; enigma de una relación sin relación; se sitúa más bien en la línea del testimonio y de la compasión. La autora considera que hay elementos de caricia en la idea de Bion de la disponibilidad del analista en cada nueva sesión, sin espera ni deseo junto con la “Pasión”. Va a relacionarlo, además de con otros autores, con la idea de “gramática ética y presencia viva” de Álvarez.

A partir de ahí la autora va a proponer su idea de “un espacio matricial, imbuido de pasión… ética” para caracterizar la posición ética de responsabilidad por el otro por parte de la madre o cuidador desde el principio de la vida y, por parte del analista, desde el comienzo del análisis. Lo relaciona con la idea de Laplanche como objeto transformador en sí mismo y en el otro de las pulsiones sexuales de muerte en pulsiones sexuales de vida. A partir de esta proposición, va a desarrollar la segunda parte del libro: Los inicios de la vida: seducción originaria, pasión y exigencia de ética en donde se va a establecer una comparación entre, por un lado, la demanda de asimetría de la situación originaria, que según Levinas proviene de la llamada del “rostro” del otro (del propio hecho de su fragilidad, y desamparo) y, por otro, la asimetría en Laplanche que se origina en el progenitor, en la madre de forma más específica, que profiere significantes enigmáticos al recién nacido, procedentes de su inconsciente sexual. Estos significantes enigmáticos son los indicadores de la seducción originaria que se reactualiza en la relación analítica que, de entrada, también se ve comprometida por el inconsciente del analista, dotado de una sexualidad adulta mezclada con una sexualidad infantil inconsciente. Esta seducción originaria inherente a la relación primitiva preside la estructuración de la psique humana y forma el origen del inconsciente.

A partir del reconocimiento, por parte de Laplanche, de la dimensión de mutualidad de la relación padres-hijo, la autora hará referencia a una determinada literatura psicoanalítica contemporánea que retoma en particular los trabajos de Ferenczi, que en su opinión no insiste lo suficiente en la asimetría que implica la existencia de esta sexualidad en el adulto en relación a la del niño que fracasa en la tentativa de traducirla. La neurobiología ha demostrado que el recién nacido no viene al mundo con una sexualidad endógena; únicamente posee montajes psicofisiológicos preformados que le permiten la receptividad de los afectos originados en un ambiente humano. Sugiere una tercera tópica que insiste en la centralidad del cuerpo, como lugar a partir del cual va a producirse el primer trabajo de traducción de los mensajes enigmáticos.

Y así seguirá en el siguiente apartado: Pulsiones sexuales de vida, pulsiones sexuales de muerte que según Laplanche se van a constituir en el niño a partir de la seducción originaria. Freud no abandonó la teoría de la seducción, lo que constató era que en el inconsciente no había ningún criterio que permitiera diferenciar el hecho real de la fantasía. Laplanche, al proponer no estancarse en la oposición radical entre fantasía y realidad, entre causa interna y causa externa, entre objeto interno y objeto externo, considera la autora, ha sabido restaurar la seducción en su lugar. A partir de ahí desarrollará la diferenciación entre seducción traumática, seducción precoz y seducción originaria, matizando conceptos como implantación e intromisión.

En el apartado: Pasión maternal, pasión del analista, o la primacía afectiva a partir de un recorrido teórico por las ideas de Ferenczi a Bion, pasando por Winnicott, la autora se desmarca de Ferenczi y Laplanche para retener el término de pasión parental como manifestación afectiva a nivel consciente y preconsciente. Para Bion, la pasión del analista es aquello que corresponde a su participación afectiva como organizador central de significación que califica de “posición emocional óptima” formada por tres emociones primordiales que la autora prefiere calificar de afectos primordiales: amor, odio, y conocimiento (L, H, K). Aunque me parece interesante su planteamiento entiendo que Bion en “Elementos…” los considera como vínculos primarios asimilables a la clave musical que impregna la sesión. Ella describe la diferencia entre afecto, experiencia afectiva y emoción: la segunda como tonalidad psíquica de un material comunicado por el paciente o una cualidad surgida en la contratransferencia. Aquello que permite hablar de afecto, según su opinión, y no solo de experiencia afectiva es su potencialidad de vincularse a algo representable; la noción de emoción sería adecuada a los intercambios primitivos entre madre y bebé. Confiere una cualidad de actual a la emoción mientras el afecto estaría en relación a la historia del sujeto, y acabará hablando de emoción contratransferencial y experiencia afectiva contratransferencial lo cual parecería entrar en contradicción con sus consideraciones anteriores. Sigue comentando que el hecho de hablar de afectos primordiales en lugar de emociones primordiales en la madre y el analista se justifica al hablar de la cualidad asimétrica tanto de la pasión maternal como del analista y su carácter ético.

La pasión materna, la pasión del analista y La madre y el analista como objeto transformativo forman dos interesantes apartados sobre la complejidad y ambigüedad de dicha pasión; en el siguiente terminará hablando de la disposición emocional del analista, utilizando el término paradójico de Roussillon, como “Medio maleable” con posicionamiento de respeto por el otro, la capacidad de reconocer las necesidad físicas del paciente a la vez que su necesidad de identidad, su necesidad de límites personales e intrapsíquicos, su necesidad de comprender, en oposición a ser sometido a una decisión arbitraria, su necesidad de disponibilidad emocional máxima, y de responder a determinadas circunstancias externas; todo en su conjunto testimonio de un “espacio matricial” en el analista. Aunque ella misma utilice estos términos, destaca que es importante evitar una reducción simplificadora de la función del analista a la función maternal.

En la tercera parte los Orígenes de la apropiación subjetiva en la cura analítica, la pasión del analista y la seducción ética de la situación analítica, no entiendo su planteamiento del estado de confianza con que el pequeño humano viene al mundo. Sigue así … “si esta confianza es traicionada, los mensajes enigmáticos procedentes del mundo adulto que dan la espalda a la interpelación de este nuevo rostro no podrán ser metabolizadas…”. Me planteo si quiere significar con ello un estado de expectativa, a modo de pre-concepción; a mi entender se trataría de una confianza que se desarrolla a partir de poder metabolizar las experiencias de relación con un objeto transformador.

En desarrollos posteriores se describen diversas concepciones de la transferencia: la clásica, la de seducción originaria según la teoría de Laplanche, y finalmente el concepto de transferencia de “espacio matricial” originada en el analista como manifestación ética de su responsabilidad asimétrica por su paciente. La autora matiza su idea respecto a la concepción de Laplanche, remarcando su cualidad de objeto transformativo, de transferencia no lineal que hace referencia no a lo que tuvo lugar o lo que parcialmente sucedió en el pasado, sino a lo que tendría que haber sido. Es decir, el reconocimiento por parte del analista del trauma originado no solo por lo que ha sucedido y no habría tenido que suceder sino también por aquello que hubiera tenido que suceder y no sucedió, como condición indispensable de la aceptación por parte del paciente del duelo por hacer, y por tanto de su liberación de las identificaciones alienantes con la “sombra de sus objetos”.

A partir del análisis de una niña de siete años, que utilizaba el género masculino desde que inició sus primeras palabras, la autora ilustra la idea del rostro que interpela a responder, a ser responsable del otro, que de entrada propone como catectización, investimiento afectivo del paciente por parte del analista para volver sobre el concepto de pasión en Bion. La pasión ética del analista permite al paciente la apropiación subjetiva basada en la simbolización. En su planteamiento la oferta de un setting analítico clásico doblemente asimétrico, seductor y ético a la vez constituye un “espacio matricial como manifestación de la implicación del analista posicionado como asimétricamente responsable por su paciente”.

El paciente necesita sentir que nos impacta porque tiene necesidad de podernos utilizar y encontrar nuestra capacidad de sobrevivir a sus ataques, de secuestrarnos aceptando, al mismo tiempo, su necesidad de vivirnos como “medio maleable”. Del tejido de transferencia de seducción originaria y transferencia del espacio matricial por parte de una analista afectada, apasionada, emergerá un movimiento subjetivo que podrá liberar un movimiento transformativo. Cuando no se da un espacio matricial, o capacidad afectiva de responsabilidad asimétrica por el otro, el propio ofrecimiento de análisis puede abocar a una seducción narcisista y, en el peor de los casos, a una seducción traumática. La situación analítica presenta el riesgo de ser pervertida por la reedición de los traumas originarios y puede devenir iatrogénica.

En la cuarta parte del libro: ¿Un nuevo estatuto psicoanalítico para la ética? Hacia los orígenes femeninos/maternales de la capacidad de responsabilidad por el otro se hace más evidente para la autora que el encuentro que ella plantea entre Levinas y Laplanche no se articulaba únicamente alrededor de la cuestión de la asimetría del encuentro con el otro (en Levinas, el rostro que interpela y desencadena la responsabilidad asimétrica; en Laplanche), entre el adulto y el niño por la seducción originaria y su origen inconsciente. En contacto con el trabajo en paralelo de ambos autores empezó a tomar cuerpo la hipótesis de un origen de la capacidad de responsabilidad por el otro en el aspecto femenino/maternal humano que, en apariencia, parece contradecir las visiones respectivas de dichos autores. A partir de una reflexión sobre experiencias vitales propias establecerá una conexión con su evolución teórica de lo femenino en el ser humano articulado con lo maternal: el adulto responsable, y paradigmáticamente la madre, en su feminidad/seductora maternal-matricial se encuentra en el origen de las primeras huellas de este femenino/maternal-matricial en la psique del niño. Esta posición será movilizada en el analista sea hombre o mujer y constituirá la base de la seducción ética de la situación analítica.

En el epílogo La ansiedad del analista o el despertar ético, propone otro anti-concepto de Levinas: el insomnio, y describe de manera aguda el estado de alerta ansioso, la inquietud e incertidumbre del analista como guardián de su responsabilidad por su paciente. Retoma lo que esbozaba en la introducción y propone “volver a pensar” la práctica psicoanalítica tomando en cuenta el mundo después del holocausto, este mundo conmocionado, quiera o no enterarse o prefiera ignorarlo, por la catástrofe nazi. Como no podría ser de otra manera, su interés por Levinas ha sido influido por el impacto del nazismo en su propia historia personal, y el impacto del marco bio-socio-geográfico-histórico-político en el cual trabaja y desde donde escribe. No solo el sufrimiento por las guerras y amenazas reiteradas de destrucción sino también por el malestar generado por los efectos reflejados en este lado a lado violento con el sufrimiento no menos vano de los palestinos. Su interés por el setting analítico no deja de estar en conexión con las particularidades de este mismo contexto.

Ha sido difícil sustraerse al deseo de comentar en detalle los planteamientos que desarrolla la autora a lo largo del libro, que más interés han despertado en mí, y que, en mi opinión, son el resultado de una profunda elaboración personal de su experiencia, no solo clínica, sino personal, vital, cultural e histórica. Sus escritos contienen ideas fructíferas y emotivas que hacen de su lectura una experiencia profunda, interesante y llena de ideas creativas y enriquecedoras que despiertan la convicción de algo verdadero, equiparable a un alimento vital que una vez absorbido adquiere internamente vida propia.

 

Antònia Grimalt

Psicoanalista titular con funciones didácticas de la Sociedad Española de Psicoanálisis (SEP) y de la Asociación Psicoanalítica Internacional (API). Psicoanalista de niños y adolescentes.

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