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Escoria:

Una capa o película de materia sucia o

extraña, a descartar.

Residuos o restos.

Persona de baja estofa, indigna, malintencionada.

Gentuza, canalla[1]

No presentaré aquí a Paul Williams. Solo diré que creció en el seno de una familia gravemente desestructurada. Este libro, referido a su historia personal, trata de su etapa de pubertad y adolescencia. Para el resto de datos sobre el autor, currículum personal y otros,  remito al lector a la reseña de The fifth principle que publiqué en un número anterior de Temas de Psicoanálisis[2].

 

Primera tentativa de recensión

Escucho un muchachito hablar. Una vocecita que parece estarme hablando a mí. Pero no entiendo lo que dice. ¿Acaso habla siempre así, este niño? Parece estarme hablando en inglés; pero solo reconozco palabras, quizá alguna vez frases fragmentarias, y no les encuentro sentido. Sé que se trata de aquel mismo niño que otros días he visto silencioso y ausente, en clase, en el patio. Solitario en general. Recuerdo que otros chavales se han metido con él, no sé hasta qué punto, no sé si lo han maltratado. Hasta el día de hoy este chico estaba tan callado, y en cambio hoy se ha lanzado a hablar por los descosidos; sí, habla mucho: pero sigo sin entender qué murmura. Es que, en realidad, ni sé siquiera si me habla a mí. O si me reconoce. En el claustro escolar alguien ha sugerido que este niño es débil mental. Aunque, la verdad, no lo parece. Así que tampoco se decidieron a avisar a sus padres. Que por cierto nunca han venido a la escuela: no sabemos quiénes son.  Es un niño aislado, raro. Lo pillaron fumando: lo castigaron. Él quiso convencernos de que no estaba fumando: no se le entendía. ¿Pero qué hacía ahí, entonces, si no estaba fumando?  Parece que le chiflan los coches, se queda plantado perdiendo el tiempo ante ellos, así lo han encontrado otros compañeros. Ahí en esa tienda, cerca del mercado, donde exhibían uno de esos coches americanos tan grandotes. Buena sorpresa le dio al profesor de francés: ese niño intentaba inventarse unas reglas de pronunciación a su manera, extrañísimas, para el francés, y escribirlo a su manera. ¡Qué ocurrencia! ¿Tiene sentido, esto que está farfullando ahora? A primera vista parecen palabras sueltas, pegadas las unas a las otras de una manera rara, como una melopea. Estoy perplejo. Quizá a medida que lo escuche me llegaré a enterar de qué va la cosa. En todo caso hay aquel otro profesor, Carragher, el que lo pilló fumando, o con los que fumaban, no sé, que ha dicho que para él, no vale la pena.

Segunda tentativa de recensión

No creo que yo sea la primera persona en haberlo pensado: si las películas llamadas “de terror” realmente causaran terror, terror verdadero, no tendrían espectadores. El terror verdadero, nadie lo quiere vivir o revivir. De la misma manera otros habrán pensado, antes que yo, que una obra de arte no tiene porqué transmitir impresiones agradables. Si lo hace, mejor. Pero no es obligado.

Tercera  tentativa de recensión

Empezar mi recensión por ahí es más fácil. Paul Williams desea ser valorado no sólo por el relato de sus duros comienzos en la vida, y de cómo llegó a sobrevivir a ellos;   sino que también quisiera ser valorado como autor literario. En este sentido, podría comparar Scum con obras experimentales, ya que después de todo ésta también lo es. Escogeré únicamente Ulysses (J. Joyce, 1922), donde el autor cuenta una historia en apariencia insignificante ―desde luego no lo es― desde infinitos vértices diferentes, cuenta hechos que transcurren simultáneamente y relacionados, cada uno condicionando las distintas formas de narrar que definen cada uno de los capítulos individuales. Cada capítulo de Ulysses es un experimento narrativo distinto. Cada uno nos sorprende. Todo pasa en un día. Todo tiene que ver con el autor, hasta la fecha y el escenario, o la críptica asociación con La odisea, aunque el autor no aparezca.

O bien podríamos llevar las comparaciones a otros géneros artísticos: así Memento (C. Nolan, 2000), película en la que la fragmentación mental del protagonista se expresa como la fragmentación minuta del hilo fílmico. O El Grito (1893-1910), tela profundamente expresiva, que parece ahogarnos, del pintor noruego Edward Munch. Citaré finalmente el Tercer cuarteto para cuerda del compositor recientemente fallecido Elliott Carter (1973), pieza musical en la que los intérpretes tienen que dejar de escucharse entre sí para seguir diálogos separados y en conflicto permanente.

En cada una de estas obras se requiere, no solo ―como en toda obra de arte― de la participación del espectador, sino también de su participación activa. Tiene que entrar. Debe estar dispuesto a trabajar; incluso, a sufrir.

 

Cuarta tentativa de recensión

Intentar un estudio psicopatológico del niño-adolescente que protagoniza Scum. Estudio que recoja aquello que permite pensar en rasgos esquizoides o autísticos, quizá del síndrome de Asperger, que muestre sus esfuerzos para encontrar la salud. Pienso que Williams  lo admitirá.  Él mismo no sabe del todo cómo relacionar aquel que fue, con el que hoy es, y termina con consideraciones al respecto en The fifth principle, donde piensa haberse salvado de la enfermedad mental para encontrar su propio camino como persona extraña.

Pero a diferencia de James Joyce, Williams es consciente que las miradas y pensamientos del lector se posarán sobre él, lo evaluarán. Empezando por el hecho que publica el libro en una editorial especializada en psicología y psicoanálisis. Y sabe que será evaluado, inevitablemente, cómo persona. Joyce cree estar haciendo nada más que un vasto experimento sobre el idioma, donde demostrará que su habilidad es genial. Williams, trabajando duro, desea, necesita, transmitir algo muy personal. La manera cómo lo consigue es quizá el tema principal de este artículo que escribo.

 

Quinta tentativa de recensión, añadida cuando creía haber terminado

Porque… ¿Sabemos en qué consiste, finalmente, la salud mental?

 

Primera parte

He empezado exponiendo distintas posibilidades de aproximación a Scum, porque es realmente una obra que se presta a múltiples lecturas, pero también porque en cierto sentido es una obra que confunde, que desconcierta, y porque no sé muy bien por dónde empezar. Tiene algo de obra imposible de recensionar, de resumir, pero luego parece que toda su complicación haya sido un espejismo y vemos que las frases son enormemente claras. El estilo con el que se ha escrito impone y la configura. Marca nuestra lectura y toda nuestra aproximación, o actitud. Ya me referiré a ello. He resuelto mi indecisión sobre cómo comenzar la recensión expresando por separado mis primeras reacciones, no sabiendo cómo sintetizarlas.

Para mí, se trata de un libro intimista, incluso poético. Si Williams lo hubiera redactado en verso libre, en vez de noventa y seis tendríamos para doscientas páginas. Digo que me ha parecido intimista pero no en el sentido más clásico, en el que la idea de intimista me sugeriría (a mí) un espacio de reposo, de encuentro, tal vez de complicidad.

No es esto. En el sentido que quiero dar al término, aquí, intimista quiere decir desnudar una realidad íntima bronca, escabrosa y difícil. Asimismo, proponer un acceso a experiencias de otro, a su mundo interior, con una franqueza que nos inquieta y nos atemoriza. Que no tiene filtros. Que exige. ¿Cómo puede alguien necesitar tanto de explicarse, de exponerse, y cómo puede ser que lo haga en este tono crudo de rememoración del que fue otrora: un niño muy desadaptado y al que ocurrían toda clase de desastres? Un muchacho con unos vínculos tan inestables, carenciados, marcados por la catástrofe, por la falta de estabilidad, por la agresión; un niño, un adolescente, cuyos padres aparecen en la obra como el hombre―llamado―padre o la mujer―llamada―madre, desde semejante incomprensión, seres que solo tienen contacto con él agrediéndole de las maneras más imprevisibles o ridiculizantes. Las pocas excepciones a estas actitudes con él no son tampoco exitosas o terminan también en desastre, como las vacaciones, darle dinero, el dentista, la compra de un coche.

¿Y qué nos sugiere, una denominación así para la experiencia―que―llamamos―padre, para la experiencia―que―llamamos―madre? ¿Qué sugiere a cada uno de nosotros?

Muchas veces se habrá sorprendido Williams de lo que rezuma de su interior, y se habrá percatado de hasta qué punto este pasado sigue en él como algo vivo y con lo que tiene que convivir[3]. En The fifth principle dice que vivir de acuerdo con el quinto principio, le ha hecho posible «evolucionar de perturbado a persona extraña». Cuando dice extraña, él explicita que quiere decir «no convencional, que lucha con complejas dificultades y complejos sentimientos, sin rechazarlos en favor de una imitación de la normalidad por inteligente o sofisticada que pueda parecer»[4]. Parece claro que esta es una lucha que no acaba. El autor, nos da una muestra de lo que es para él ser una persona extraña a través de este libro extraño en el que ha tratado de condensar tantas impresiones, tantas imágenes, en tan pocas palabras. Ha escrito un libro irrepetible. De acuerdo con el cuarto principio[5] el autor ha trabajado el doble: no sólo relatando unos hechos sino generando toda una manera de relatarlos, la cual nos recuerda su intento de inventar una grafía para el idioma francés[6], cuando tiene su primer contacto escolar con el idioma que imprimirá un giro decisivo a su vida.

Scum abarca más o menos ampliamente los años de pubertad y adolescencia del niño aquel a quien dejamos en Los bosques, en The fifth principle. Bosques que  ahora tiene que abandonar; bosques que eran su mundo; mundo del que tiene que huir. En ese punto empieza Scum, y termina con un chico que regresa de su ya más afortunada estancia en Francia, en la que ha tenido sus primeras experiencias de vínculo favorable; con un chico que tiene autonomía, que conduce su automóvil (ya se verá que esto es importante). Desde otra perspectiva podemos decir que la obra empieza en la paranoia y la lucha por la más elemental supervivencia, y termina cuando los primeros contactos con experiencias exitosas, favorecedoras del desarrollo mental, llevan al primer reconocimiento de subjetividad y realidad separada. Volveré sobre esto.

También se puede explicar Scum como la evolución de aquellos principios acuñados en la infancia por Williams; el quinto de los cuales da nombre a su primer libro autobiográfico. Los tres primeros principios que elaboraba el autor, como se manifiestan en El quinto principio[7], sugieren un estado de esquizoidia muy acusado. Así: 1) «Todo lo que hago y digo está mal”. 2) «No me creo lo que me dicen. La verdad es lo contrario de lo que me dicen”. 3) «La ira me mantendrá con vida.» 4) El cuarto principio, proporciona una esperanza de salida que muestra espíritu de lucha constructiva. Dice: «Si trabajo el doble de duro que cualquier otro, podría ser capaz de vivir una vida que se acerque a una vida normal.» Bien, pues precisamente este libro, como continuación, nos muestra el tránsito que va de estos tres principios primeros, hasta el cuarto. Del quinto principio podríamos decir que  Paul Williams mismo lo contradice por el cuidado que ha puesto en su revivir a través de este relato. Porque el quinto principio, libremente traducido, viene a ser: 5) “A la mierda”.  Nada parece ir a la mierda, todo está muy meditado, sopesado. Expuesto y contemplado con extrañeza, buscando transmitir esas impresiones extrañas, sí, pero con un enorme deseo de atender, de entender, de cuidar.

El libro está dedicado a Kenneth McMorine, el maestro de francés que, quizá sin haberlo sabido, imprimió un giro radical a la vida de Williams.

 

Segunda parte

Es referencia obligada el estilo literario que el autor ha desarrollado para Scum. Porque desde el principio nos hace ver que se trata de una obra única.

Me parece evidente que Williams ha seguido su “cuarto principio”, el que se refiere a trabajar el doble de duro, y ha trabajado muchísimo este estilo que le quería dar a la obra.  El lector tendrá que hacerlo también. Como ocurre seguramente en cualquier obra que se proponga ser experimentación. El esfuerzo tiene su recompensa: uno no para de hacer descubrimientos, de encontrar nuevos sentidos, una vez consigue traspasar las dificultades iniciales del redactado. Aún hoy, después de varias lecturas, encuentro frases que me habían pasado desapercibidas en medio de la compresión a que el autor somete los significados.

Conviene hacer una advertencia: este es un libro para ser leído en lengua inglesa original, como cuando vemos una película en su sonido original, como fue concebida. En inglés, idioma que tiene poca gramática y pocas concordancias e inflexiones, en que todo se basa en hacer explícitas muchas referencias, el proceso al que el autor somete a su texto lo convierte en algo en lo que uno se pierde, como perdido va ese niño, mucho más fácilmente que en castellano o en cualquier otra lengua románica. La traducción que más abajo inserto de pequeños fragmentos (aparte de ser traducción de aficionado) probablemente no da la idea exacta de este vagar desorientado chocando con los hechos, con los momentos, con las vivencias.

En mis anteriores «intentos de recensión»  el primero de ellos tiene que ver con este estilo tan particular. Se trata de una rumiación extraña, oímos a alguien musitar frases que conforman una melopea. Podemos evocar a un niño que tendría mucho de que quejarse si lo escucharan, lo que pasa es que con esa manera de devanar el hilo nadie lo escucha, y él otra cosa no ha aprendido: habla así porque no tiene las medidas de la distancia, de la alteridad. No tiene experiencia de comunicación.

Hacemos un esfuerzo para mantener la atención y examinamos mejor el redactado, o escuchamos más allá de esta extrañeza inicial. Nos percatamos de que las frases están cortadas, a veces como pasadas por una picadora; de que no las entendemos. Luego vemos que carecen de articulaciones, de signos ortográficos, de ilación, de perspectiva, hasta de gramática, que a veces se juntan significados contradictorios, o a los que tenemos que devolver las articulaciones, los contextos, todo aquello que en un escrito orienta, ayuda en los cambios de dirección, establece distancia y perspectiva, permite seguir unas transiciones dentro de la lógica.

Dudamos inicialmente de que valga la pena seguir. Es demasiado fatigoso. Es una reconstrucción de significados que parece imposible y artificial. Recuerdo mi primera reacción cuando, contento de haber recibido mi ejemplar, empecé la lectura: me parecía que cada vez que me disponía a leer, al término de tres frases, ¡incluso menos!, otra cosa, cualquiera, reclamara mi atención, y así, me levantaba y dejaba el libro. Luego, nunca recordaba por donde iba. Me sorprendía no conseguir generar recuerdos nítidos. No conseguía encontrar ganas de leer. Sin decidirme a dejarlo: aquello parecía de todos modos un libro serio. Percibía que no era por falta de interés. Tardé mucho para terminar la primera lectura. Era una tarea tremendamente exigente. Un amigo mío que ha comprado la obra en el formato de archivo para libro electrónico, creyó de entrada que le habían vendido un archivo digital en mal estado: creyó que estaba corrupto o fragmentado.

Una segunda lectura producía en mí la impresión de estar leyendo y releyendo páginas, parágrafos, frases, una y otra vez, sin conseguir seguir un hilo, perdiéndome a menudo, pero convencido ya de que valdría la pena persistir.

Ahora, finalmente, puedo decir que ya lo leo sin esfuerzo; pero está claro que, aunque ya no pueda repescarlas igualmente, no debo olvidar aquellas primeras impresiones, aquellas extrañas primeras tentativas.

Creo que lo que pasa es que no encontramos, al comienzo, una perspectiva para entender lo que estamos leyendo. Y no sabiendo por donde ponerse a ella, la lectura tiene algo de conflictivo, de febril. No encontramos la velocidad, el ritmo, la perspectiva, no conseguimos dialogar con el narrador o con el protagonista. No son personajes que forman un coro, o que generan un contrapunto: hasta que evoluciona la narración las voces de esta obra se entrechocan entre sí. No se entienden ni saben lo que es entenderse. Cuando después algo empieza a cambiar, el alivio que sentimos es grande. La primera intuición de que la cosa puede cambiar nos llega con el francés y con el señor McMorine.

El estilo de Scum… Cuántos experimentos  habrá hecho Williams con las frases, cuántas probaturas diferentes de redactar, cuántas veces habrá vuelto atrás y habrá intentado otra manera de decir, cortando de distinta manera, sastre sin modelo y sin medidas; cuántas veces habrá tenido que seleccionar, descartar, retomar: recuerdos, impresiones, estados mentales; cuántas veces  hacer sacrificios, volver a empezar, cuántas preguntarse  de nuevo a sí mismo si reconstruye, si inventa, si sueña, si es cuerdo hacer este esfuerzo. Cuántos momentos de anticipar el efecto que pueda causar y a la vez no poderlo anticipar; cuántas veces habrá tenido que lamentar no poder incluir tantas cosas, para conseguir algo tan compacto. Total, 96 páginas con dos ilustraciones: la de la cubierta, impresionante, y otra pequeñita al final, un poco sorprendente al principio, que no tiene ninguna explicación o pie de página;  pero que ya encontrará el lector de donde procede.

Me pregunto cuál puede ser el impacto de Scum, si no se ha leído antes El quinto principio. Quizá sin ello mis impresiones se parecerían más aún a las de un maestro que conociera al niño recién ingresado en la escuela secundaria: es lo que he intentado plasmar en mi primer intento de recensión.

A menudo el relato llega a remansos que son preguntas: ¿Dónde estaban los bosques? ¿Oyes lo que te digo? ¿Tenía que ir de nuevo a la escuela? ¿A vivir? ¿A morir? ¿Es esto vida? ¿Es eso el cuidado de los padres? ¿Puede estar uno calmo ante los nazis? Muchas de estas preguntas, que no son fáciles de exponer aquí, se refieren a situaciones o contextos complejos. Traducidas al castellano, me recuerdan aquella blasfemia que hemos oído a veces, y que parece querer compendiar el desconcierto ante lo incomprensible: “Que venga Dios y lo vea”. Son preguntas que parecen estar balbuceando significados entrevistos, rumiando impresiones. De cuando en cuando el texto nos deja las palabras de una frase, más espaciadas entre sí: me he preguntado si eran artificios de la paginación pero creo más bien que es intencional; para subrayar momentos suspendidos, impresiones importantes, un instante en que se centra la atención inesperadamente, y el ritmo frenético cambia en el esfuerzo de cuidar ese pensamiento ―una pregunta, un sentido remarcado―, mientras que todo alrededor da esa sensación de precipitación, de acumulación ajetreada, de ir chocando contra los hechos.

Nuestra gramática corriente sirve para dar significados palpables, para dotarlos de sentido real, para conectarlos, para articular causas, consecuencias, jerarquías de significado, relaciones temporales, realidades en distintos contextos, para generar dichos contextos de manera que todo ello se pueda reconocer a medida que avanzamos; todo esto, en el habla como en la palabra escrita. Seguro que la gramática sirve para muchas cosas más. Psicológicamente, la gramática sirve para dar sentido emocional: para vehiculizar símbolos. Para crearlos. Para dar sentido a una experiencia separada de nosotros mismos, dotándonos de emociones y de pensamientos. Sin gramática no tiene sentido la experiencia, no la podemos fijar, no la conseguimos estructurar ni aprender. Estas dificultades encontraba, como lector, cuando me veía empeñado en momentos de lectura repetitiva, cuando la interrumpía para hacer algo más comprensible, de sentido más inmediato.

Es loable el mérito que tiene Williams: consigue que llevemos estas impresiones de perdernos, estos estados extraños, seguramente estas ansiedades y, a la vez, que no perdamos nunca del todo el hilo. Nunca es una jerigonza fragmentada, nunca una ensalada de palabras. Cuando hemos ido atrás y adelante unas cuantas veces vemos que el lenguaje es perfectamente lógico y perfectamente leíble, y nos asombramos de que antes pudiera parecernos tan difícil. El estilo entonces nos parece muy libre, y quizá pensamos que lo que pasa es que no entendimos que hay que leer a distintas velocidades, que hay que encontrar el ritmo adecuado. O, al revés, que hay que renunciar a un ritmo. O que no nos queda más remedio que arriesgarnos a llenar espacios desde nosotros mismos, o, simplemente, que hay que leer pequeños fragmentos cada vez. Vaya, que no es la lectura lineal de algo que distinguimos bien de nosotros mismos. No lo sé, ya no hay segunda oportunidad: ya que con este libro adquirimos una experiencia de otras maneras de leer, y después ello nos ha transformado de manera irreversible. Y pensar que parece un libro corto…

¿Y por qué lo hace así? El autor afirma que su libro (entre otras cosas) va de estados mentales, de estados primitivos. Pienso que este libro solo podía haberse escrito así, de manera que no podamos leer sin vernos sometidos a impactos en nosotros mismos. También pienso que este estilo no valdría para otras historias, para otros relatos. Quizá nos vemos bajo una forma de identificación proyectiva en la que nos confundimos con lo que leemos, porque lo que genera en nosotros es forzosamente nuestro y evoca en nosotros esta extrañeza de entrar en contacto con ansiedades cuando pensábamos, simplemente, leer. Leer quizá de la forma un poco distraída o relajada, que permite distintos grados de distancia, de recuerdo. Todo esto nos es negado aquí. Creo que con ello entendemos mejor el estado mental de un niño que no ha tenido continente adecuado, que lucha por sobrevivir: con un grado muy elevado de resiliencia, pero que no tiene filtros, que no tiene unas relaciones de objeto que permitan pensar con claridad, pensar como actividad favorable, constructiva. Un niño expuesto a ansiedades primitivas a vida o muerte,  cercanas a la locura―como―muerte―mental, que siempre está al borde del precipicio. Un niño que tiene que encomendarse a experiencias continentes muy particulares. Más o menos lo entendemos, pero también nos confundimos con él, y nuestro trabajo será diferenciarnos de nuevo para pensarlo y digerirlo.

Quizá pueda afirmarse que en cuanto al estilo el autor de Scum ha intentado conscientemente crear literatura, y a la vez, que no lo está intentando para nada: que simplemente, tiene una urgencia. Que es esto lo que le sale. No sabría hacerlo de otra manera. Quizá una afirmación así vale para cada autor, para cada estilo literario.

Paul Williams no entra en descripciones largas o estructuradas pero sitúa muy bien ciertos contextos. Algunos de ellos, desde la ansiedad: los insectos―niños y maestros―cuervos en el patio del colegio, el mercado con los graznidos de vendedores ambulantes, mercado donde sobrevive a dieta de queso y plátanos afanados. Otros,  desde la extrañeza desolada: Los bosques cuando tiene que abandonarlos y los reencuentra después vandalizados, destruidos;  la llegada a un mísero lugar de vacaciones, el juego de rugby. Alguna desde la maravilla o la sensorialidad: el descubrimiento del primer automóvil, el primer camembert qui coule. Desde el desastre y la catástrofe, como el coche que su padre destruye, o aquel otro que él inunda de gasolina. Desde el frágil encuentro con otras personas, y el nacimiento de un pensamiento social, como cobrador de autobús; o desde el esperpento cuando gasta una broma sobre el precio del billete, llevada al extremo, también en el autobús. Desde el perdón, cuando grita a sus alumnos: “¡cerrad el pico!”.

El lenguaje que Williams ha elaborado, es, creo, su intento de dar noticia de algo muy de su interior. Ha ido en la dirección contraria al que hace todo lo posible por encontrar un lenguaje objetivo que no le comprometa.

 

Unos ejemplos extraídos del texto

Describiendo el abandono y la transformación de su refugio:

… Los recuerdos más intensos aparte violencia son de Los bosques colores texturas olores calor frío brillo solar quietud dignidad de viejos árboles vivos en él mismo aún grupos de adultos pacíficamente sin quejarse de idas y venidas crujiendo su bienvenida familiar en pie a su lado susurrando contentos con cualquier juego, a cualquier hora, incluso cuando ojos cansados cerraban su murmurando adiós nunca cruel un recordatorio allí estarían esperando (p. 2).

Tratando de sus relaciones con los padres, con la escuela:

… ¿Oyes esto? Desgracia al por mayor demolición descubierta años después destrozar mandíbula del hombre―llamado―padre detén crueldad echándose la culpa avergonzándose por el hombre―llamado―padre venganza pensarías que defenderse él mismo le habría dado coraje, ¿verdad? No fue así. ¿Por qué no? ¿Agarrándose al hombre―llamado―padre haciéndose humillar? ¿A una “familia”? ¿A una manada de ratas? ¿Mintiendo? ¿Diciendo la verdad? Gritando mofándose tomaba gemido por bandera blanca eran ratas salían cacareando dolor de la paliza sin comparación con quemandocarnesvergüenzademendigarcomoperro ahorrarle la muerte sabía se la merecía. No queda nada. Escoria. Terror a morir desaparecido tirar la toalla marca de un piojo aplastado dejar escuela primera oportunidad (p. 10).

Una imagen que sugiere el aislamiento quizá autístico:

Ningún interés en familias pasaban de largo no quería ser ellos se veía llevado lejos por coche movimiento parte del movimiento sin esfuerzo para moverse ¿que entienden «personas-cuerpo» es disfrutar? (p. 32).

Recordando la primitiva situación de supervivencia, en un momento posterior cuando todavía experiencias de cuidado y de terror están confundidas en la persona del dentista―nazi:

… décadas antes de Los cuatro principios Los bosques coches árboles pájaros hierba furia lo mantenían vivo sin crisis aparente sin intento suicidio no había nadie a quien matar no que importara sin bondad interior fuera sin objetivo sin cinismo necesita mala leche nada cambió fuera… (p. 45).

Evocando un primer intento de deporte social (el rugby) en que hay que diferenciar una violencia deportiva al servicio del juego de equipo y de la victoria, de la mera violencia agresiva; y recordando el fracaso y la incomprensión que recibía:

… No había intercambiado palabra con [el señor] Blackwood en cinco años rechazado por él demasiado blandengue no podía correr no conocía las reglas atrapó bola corrió a lo largo del campo cerró puño golpear cualquiera a su paso debió parecer chiflado varios chicos se apartaron alguien fue a placarlo el puñetazo no rompió una mandíbula rodando al suelo revolcándose enfadado un enredo silbido Blackwood le soltó reprimenda

«NO se da puñetazos ni se cometen actos de violencia gratuita para detener

al oponente cuando se juega al rugby».

Falta grave expulsado pocos oyeron la amonestación no rieron se largó le importaba un pimiento acabar el último juego de rugby intento de matar oponentes le daba igual ¿por qué hacer algo cualquier chaval sabría lleva al desastre? ¿No le importaba? ¿No sabía? ¿Creyó no pasaría nada? Argumento flojo permiso para comportarse como le diera la gana no le gustaba nada excepto el zumbido del tinnitus momento pegar odio había intentado esconder para siempre último intento un milisegundo o dos ¿indicador de vida? Sin planes deseos vagó dentro fuera habitaciones margen lecciones no agitación (tras la bronca) nada impedía desecarse excepto un día final verano aturdimiento interés motocicleta Vincent Black Shadoww que pasaba… (p. 50).

Cuando ha adquirido alguna salud mental:

Pocas exigencias en el pétit séminaire cobijo cuidado comida calidez comodidad hogar. Hogar de acogida. Sanatorio. ¿Quién podía haber previsto un tratamiento de casa―residencia psiquiátrica restaurante gourmet que ningún médico podía haber prescrito? ¿Era esto lo que el señor McMorine tenía pensado? […]  la brecha del  lenguaje no el obstáculo creciente aceptar el contacto humano le forzó a nadar desnudo en un acuario de raras especies desde cualquier otro ángulo que no fuera el suyo propio seguro nadie le causaba mal era cierto no sabía era cierto lo sintió no lo sentía… (pp. 72 y 81).

En los ejemplos que he seleccionado se puede ver que el tema general del libro es una lucha sin cuartel para sobrevivir. Para encontrar un continente, un interlocutor, una experiencia positiva.

¿Qué continente encontrará aquel al que han fallado de forma radical las primeras relaciones, cuando todo está por hacer? Los bosques es el primero de esos continentes, que ha permitido generar fantasías de hogar, y permanecen, queda claro, como algo siempre presente en la vida mental del niño (y del autor). Fantasías de hogar, pero también se trata de un capullo, de una cueva platónica que tendrá que abandonar. Ya en El quinto principio nos habla de sus sueños de seguir camino en uno de aquellos automóviles que pasaban por allí: menos interesado en las familias que los ocupaban que en el coche en sí mismo, en la sensación de movimiento, en los mandos para conducirlo, en la distancia que lo alejaría. Esto también lo encontraremos mucho más ampliado aquí. El niño cae bajo el hechizo de un auto (por cierto, consulté Internet para ver de qué auto se trata: espatarrante, no hay duda) expuesto en una tienda de coches de segunda mano. Pero en este libro los autos se poseen, se destrozan, se dejan atrás, olvidados, salen de bote pronto marcha atrás, las motos caen y provocan accidentes. A la larga, de todos modos, la experiencia va mejorando, y el muchacho viaja, erra, explora, se pierde y también encuentra. Aunque sin abandonar nunca esa extrañeza solitaria.

Otro continente para el niño que necesita desesperadamente vincularse es claramente la lengua francesa. Al principio, el chico intenta crear una ortografía para ese idioma, nada menos. Su profesor de francés en vez de burlarse de él le explica que no hace falta que sea a la vez descubridor y creador de un mundo: que solo necesita aprender de algo que ya existía antes. Con ello le facilita la labor de aprender y la disminución de la omnipotencia. Luego, este mismo profesor McMorine le facilita el poderse trasladar a ese mundo y desarrollarse allí. El autor nos muestra que reconoce muy bien la diferencia entre lo que vive uno, y lo que vive el otro. Así, para el profesor McMorine puede tratarse de hacerle un favor a un colega mandándole un joven ayudante que tendrá pocas exigencias económicas. Seguramente el maestro no sabe más, quizá ha intuido el desastre en el que puede acabar este alumno extraño, pero solo quizá. He entendido que cuando años más tarde Paul Williams intentó localizar al profesor que le salvó la vida, para agradecérselo, para conocerlo, se enteró que este había muerto algunos años antes.

El otro continente es el que sale del colectivo del petit séminaire en Coutançes, donde descubre cosas tan sencillas y tan importantes como el sabor de los alimentos: el chaval que sobrevivía a dieta de plátanos y queso descubre que se puede valorar la comida, y que se puede servir con sencillez pero con cariño. Con vida. Que se le puede perdonar un error. Que puede equivocarse. Que puede darse cuenta de que ejerce un efecto sobre los demás.

Y finalmente, cuando creía que había terminado mi ensayo, caigo en la cuenta que habría que hablar un momento acerca de lo que es salud mental. Me parece que salud mental es conseguir que aquello enfermo de nosotros, aquellos aspectos de nuestra personalidad que no han podido evolucionar más, ansiedades y defensas primitivas, aspectos autosensoriales, confusionales, actuadores, no hagan enfermar al resto y  permitan una suficiente evolución de la personalidad. Salud mental no está reñida con peculiaridades del carácter. Incluso se ha defendido que un psicoanalista debe tener las suyas, queriendo decir con esto que debe conseguir aceptarlas en vez de pretender normalizarse a ultranza, para poder tener contacto con ellas, y con las de los demás. Cada uno de nosotros, evoluciona hasta donde puede, y consigue integraciones hasta donde puede. Queda siempre su carácter como síntesis de estos rasgos tan suyos, y de sus esfuerzos y limitaciones para integrar. Paul Williams nos hace imaginar que el lenguaje con que ha conseguido escribir el libro, indisociable de su contenido, de su aventura en la vida, expresa su personal síntesis de individualidad y desarrollo mental, y las dificultades con las que tiene que luchar día a día. Por ejemplo, la manera como necesita que el lector, para tener acceso a lo que tiene que contar, se implique, y si no se implica, abandone pronto. Necesita mostrarlo y difícilmente le permitirá la neutralidad. Desde luego nos hace imaginar, como en Joyce, un hombre extraño, y extrañamente creativo. Y comparando con el errante y errático autor irlandés, infinitamente más apto para la vida.

Y bueno, un libro impresionante. Esperamos la continuación anunciada por el autor.

 

[1] Scum, v.

[2] TEMAS DE PSICOANÁLISIS, núm. 5, enero 2013.

[3] The fifth principle, p. 120.

[4] Op.cit., p. 126. La traducción es mía.

[5] Op.cit., p. 127.

[6] Scum, p. 36.

[7] The fifth principle, p. 127.

 

Referencias bibliográficas

Carter, E. (1973),  Tercer quarteto de cuerda. Se puede escuchar en: The Four String Quartets / Duo for Violin & Piano – The Juilliard String Quartet / Christopher Oldfather, CD Sony, 1991.

Joyce, J. (1922), Ulysses, París, Sylvia Beach.

Munch, E. (1893), El Grito [Skrik]. El cuadro existe en cuatro versiones, la más conocida se encuentra en The Nationalgalleriet, de Oslo.

Williams, Paul (2012), The Fifth Principle, Londres, Karnac.

Williams, Paul (2013), Scum, Londres, Karnac.

 

Palabras clave: terror, fragmentación, salud mental, persona extraña, supervivencia.

 

Pere Beà Torras
Psiquiatra
Psicoanalista de la SEP―IPA