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“Por Narciso se puede entender cualquier persona que recibe mucha vanagloria y presunción de sí mismo y de su hermosura o fortaleza o de otra gracia alguna, de tal manera que, a todos estimando en poco y menospreciándolos, cree no ser otra cosa buena salvo él solo, el cual amor propio es causa de perdición”. Juan Pérez de Moya: “Philosophia secreta” (1585).

Don Quijote, ofreciéndole la mano a Maritornes a través de un agujero en el muro: “Tomad, señora, mi mano o, por mejor decir, ese verdugo de los malhechores del mundo. No os la doy para que la beséis, sino para que miréis la contextura de sus nervios, la trabazón de sus músculos, la anchura y espaciosidad de sus venas”.  Miguel de Cervantes (1605).

Como indica el título y aunque pueda parecer una boutade, quisiera empezar este artículo afirmando que el narcisismo es un concepto relacional: la clínica, tanto en su vertiente tradicionalmente médica como en la psicoanalítica o psicoterapéutica, ha sido y es ineludiblemente relacional y el término narcisismo se introdujo desde un principio (Havellock Ellis y después Freud) para referirse a observaciones clínicas y, por lo tanto, relacionales. Se le suele entender como aludiendo a la no relación, pero la no relación no existe: el ser humano nace de la relación de dos personas (incluso en el nivel más biológico representado por los gametos) y toda su vida y su desarrollo siguen siendo relacionales. El desarrollo psicoemocional es un continuum evolutivo desde una relación sin conciencia de diferenciación hacia una relación conscientemente diferenciada; desde lo que Freud llama narcisismo primario (que correspondería aproximadamente a la fase autosensorial) hasta lo que llamaba relación “genital”, que es la relación madura con conciencia de identidad mutua y diferenciada (diferenciación e individuación de Mahler; posición depresiva de Klein).

Narcisismo y Personalidad narcisista

La personalidad narcisista se caracteriza desde el punto de vista clínico por un tipo de relación presidida por la soberbia, la arrogancia y la altanería, tres rasgos que son expresión manifiesta de la sobrevalorización o idealización del Yo o Self [[1]]. A esta tríada –soberbia, arrogancia y altanería– le acompaña y complementa una actitud de desprecio y desvalorización de las demás personas. Por otra parte, desde el punto de vista dinámico y estructu­ral, este tipo de relación en el que se asocian la sobrevaloración de sí mismo y el desprecio de los demás, lleva implícita la presencia interna de un objeto idealizado con el que el Yo narcisista se identifica introyectivamente sintiéndose “grandioso” (de ahí la soberbia y la arrogan­cia). Al mismo tiempo, la proyección de los aspectos débiles y dependientes del propio self dejan a los objetos externos proyectivamente identificados con la debilidad y la dependencia propias (de ahí la altanería y el desprecio: valioso yo y despreciables los demás). A estas características se refiere claramente la cita de Juan Pérez de Moya (1585): “de tal manera que, a todos estimando en poco y menospreciándolos, cree no ser otra cosa buena salvo él solo”; en tanto que la de Don Quijote habla de una consecuencia complementaria, que es la vanidad como necesidad y deseo de ser admirado: “de donde sacaréis qué tal debe ser la fuerza del brazo que tal mano tiene”.

Superioridad por introyección (identificación introyectiva) de lo bueno y grandioso y desprecio altanero por identificación proyectiva de lo débil y dependiente son el fundamento de todas las organizaciones narcisistas de la personalidad en el dominio psicológico y de las fanáticas y fundamentalistas en el sociológico. También lo son de las psicosis (y en el fondo de toda la psicopatología), puesto que la personalidad narcisista, con su tendencia a colocar dentro de sí todo lo bueno y fuera todo lo malo (Freud, 1915), trastorna el sentido de realidad y la relación con ésta, difumina los límites del Yo y favorece la indiferenciación confusional entre self y objetos, características propias de la definición de psicosis[2]. Como ya decía Sibiuda [3] (1436) «El amor a sí mismo, cuando es el primero, es la principal raíz, el primer origen y el principio de todos los males… Pues quien pone su propio amor en sí mismo, tiene en sí plantada la raíz de todos los males… El amor a sí mismo vuelve a la voluntad injusta, mala, perversa y maligna, y soberbia».

Con este tipo de relación y de estructura mental se reproducirían a grandes rasgos niveles primitivos y arcaicos del desarrollo emocional correspondientes a aquello que Freud llamaba el Yo de placer depurado. En 1915 (Los instintos y sus vicisitudes) Freud postulaba una teoría del desarrollo construida sobre el desarrollo del sentido del Yo y de la relación con la realidad, en contraste con la teoría del narcisismo primario expuesta en 1914(Introducción al narcisismo), en la que, más preocupado por explicar el inicio de la relación con el objeto satisfactorio y la reacción de retirada ante el frustrante, ponía el acento en la distinción entre libido narcisista y libido objetal. En los primeros momentos de la vida, existiría un “Yo-realidad primario” (en su obra póstuma Esquema del psicoanálisishabla ya de un Ello-Yo indiferenciado) para el que no habría otra realidad que él mismo y, si hubiera alguna otra, simplemente la ignoraría o se manifestaría indiferente hacia ella. Sería como un Yo que dijera la realidad soy Yo y lo demás o no existe o no me atañe, (parodiando a Ortega, “Yo soy Yo y mi realidad”). Este Yo-realidad primario, evoluciona hacia el Yo maduro (“Yo-realidad secundario”, o sea, un Yo diferenciado, con sentido y conciencia de sí mismo y de la realidad externa), y en esta evolución pasaría por una etapa intermedia (el “Yo-placer puro o depurado”) en la que se empezaría a aceptar una diferenciación entre el Yo y la realidad, pero siempre a condición de que todo lo bueno estuviera dentro del Yo y lo malo fuera. Evolutivamente hablando, la principal diferencia entre el Yo-placer puro y el narcisismo clínico (la organización narcisista de la personalidad) es que, mientras que el Yo-placer puro corresponde a una situación evolutiva que lleva hacia el Yo-realidad secundario o maduro (al igual que la posición esquizo­para­noide evoluciona hacia la posición depresiva), el narcisismo patológico es una organización defensiva y rígida, no evolutiva. Roheim nos recuerda un ejemplo antropológico de “Yo-placer puro” refiriéndose a los Bakairi, una tribu primitiva para cuyos miembros la palabra kura significa indistintamente “nosotros” y “bueno”, en tanto que kura-pa significa “no nosotros; ellos” y a la vez “malo”. Algo parecido se lee en el Symposium de Platón: “en efecto, no es lo nuestro lo que nosotros amamos, a menos que no miremos como nuestro y perteneciéndonos en propiedad lo que es bueno, y como extraño lo que es malo, porque los hombres solo aman lo que es bueno”. Para el propio Freud en Instintos y sus Vicisitudes en el paso del Yo-realidad primario al Yo-placer depurado la realidad sólo se empezaría a aceptar como algo externo y malo. Narcisismo es un término de vieja raigambre psicoanalítica que se ha hecho dudosamente operativo porque en la actualidad se utiliza confusamente para referirse a funcionamientos y fenómenos mentales diversos que, a pesar de estar interrelacionados en sus orígenes, son diferentes en cuanto a su significación y su status clínico. Introducido por Havellock Ellis (1898) y Paul Näcke (1989) para referirse a una actitud hacia el propio cuerpo en la que éste es tratado como si fuera un objeto amoroso al que se acaricia y utiliza como fuente de placer y autosatisfacción, es recogido y usado por Freud con diversos significados, aplicándolo al estudio de diferentes situa­cio­nes clínicas. Además de la actitud amorosa respecto del propio cuerpo, amplía el concepto extendiéndolo a otros terrenos clínicos, como la autoso­brevaloración o autoidealización (tanto en la dimensión corporal como en la mental), la sobrevaloración o idealización de un objeto (en el enamoramiento, por ejemplo), el tipo de relación en el que el otro (el «objeto») aparece como un reflejo del sujeto (del self o sí mismo) y es utilizado para alimentar y engrosar una autoestima endeble e insuficiente, el ensimismamiento o retraimiento observable en las personalidades esquizoides, la megalomanía inicial de algunas psicosis y la relación confusio­nal en que sujeto y objeto tienden a fundirse o confundirse indife­renciada­mente. Finalmente, desde una perspectiva metapsicológica, Freud propone el concepto de narcisismo primarioo para referirse a un hipotético estadio inicial y arcaico del desarrollo emocional en el que toda la energía psíquica (libido) está investida en el propio Yo porque todavía no se ha reconocido la existencia del otro («objeto»). Salvo este narcisismo primario, las demás conceptos de narcisismo se refieren a situaciones en las que el investimiento libidinal del objeto (según la terminología de Freud) o el vínculo relacional (como se entendería mejor el concepto de investimiento desde la teoría de la relación de objeto)[4] con los objetos ya reconocidos como diferenciados del self y con existencia propia, sufre un menoscabo regresivo que vuelve a reforzar investimiento o vínculo narcisistas con uno mismo (narcisismo secundario). Así pues, el narcisismo queda estrictamente redefini­do en el marco de la teoría de la libido como un investi­miento libidinal del sí mismo, en oposición al investi­miento libidinal del objeto (ya diferencia­do como objeto con existencia propia). Freud llama libido narcisista a la libido que inviste al sí mismo o self y libido objetal a la que inviste al objeto y, como es lógico dentro de la teoría energética de aquel modelo freudiano, considera a una y otra libido como inversamente proporcio­nales: a mayor cantidad de libido objetal –investida en los objetos– menor cantidad de libido narcisista y a la inversa. La libido objetal se extrae y se resta de la libido narcisista y, en momentos o situaciones de conflicto con los objetos –en situaciones de insatisfacción o frustración– el camino se invierte regresivamente y la libido objetal se retira de los objetos y se reconvierte en libido narcisista, o sea, se extrae y se resta de la libido objetal para volver a hacerse narcisista (narcisismo secundario).

La hipótesis de un estado primordial de narcisismo primario presupone que la libido es origina­riamente narcisista y también que, en última instancia, todo movimiento regresivo, al redirigirse hacia los orígenes, incrementa la calidad narcisista de la libido a costa de su calidad objetal (o relacional).En la obra que fue desarrollando a lo largo de su vida, Freud manifiesta posiciones contradictorias respecto del concepto de narcisismo como etapa primaria y anobjetal[5] del desarrollo («narcisismo primario»): en 1914 (Introducción al narcisismo) postula un narcisismo prima­rio, pero al año siguiente (Los instintos y sus vici­situdes) modifica esta hipótesis para luego volver a hablar de narcisismo primario en 1923 («El Yo y el Ello»). Estas vacilaciones de Freud dieron origen a una polémica, ya obsoleta afortunadamente, sobre la existencia o no de un narcisismo prima­rio, en el sentido de una etapa ini­cial sin relación mental con los objetos. Partien­do del postu­lado de la existen­cia inicial de un Yo capaz de esta­blecer relaciones de objeto o, más que capaz, total­mente necesi­tado de la relación de objeto, que es la necesidad fundamental de toda persona, autores como Melanie Klein, Fairbairn, Balint y otros muchos a quienes se les incluye en general entre los autores de la llamada «teoría de la rela­ción de objeto» se han opuesto fundamental­mente al concepto de narcisismo prima­rio. Las pulsiones –decía Fairbairn– son buscadoras de objeto en el sentido de que buscan primordialmente el contacto o la relación con el objeto, no el placer; el placer es secundario a la relación. La pulsión es originariamente objetal, no narcisista: va dirigida al objeto, no al self. Por eso Balint habla de amor primario. Estos autores podrían considerarse, junto a Ferenczi y también Suttie, como precursores de la corriente de pensamiento psicoanalítico conocida actualmente como “psicoanálisis relacional”.

La teoría psicoanalítica clásica (Freud, 1914), fundamentada todavía en la teoría de la libido, aparte de postular un narcisismo “primario” como estado inicial que, según el propio Freud, es una hipótesis tan inobservable y tan indemostrable como la del instinto de muerte, explica el narcisismo clínicamente observable como una retirada de la libido que inviste el objeto (libido objetal) para redirigirla hacia el Yo y, consiguientemen­te, como un incremen­to de libido del Yo o libido narcisista, puesto que la libido que se retrae del objeto es atraída por el narcisismo primario y se añade a él engrosándolo en forma de narcisismo secundario. Teóricamente, la retirada de la libido del objeto debiera dar lugar a una indiferencia hacia el objeto, que, al dejar de estar investido libidinalmen­te, dejaría de tener interés para el sujeto. En tal caso, para el Yo-realidad primario de Los instintos y sus vicisitudes, pasaría a ser como aquella realidad indiferente (o no existe o no me importa); sin embargo, no es así ya que, según señalaba el propio Freud (1914), la retirada de la libido es activa y se realiza precisamente porque en la relación con el objeto se ha producido una experiencia de frustración, o sea, una «mala experiencia». El objeto no se hace indiferente, sino frustrante o malo (kura-pade los Bakairi) y, por así decirlo, atrae sobre sí las «iras» del sujeto; deja de estar libidinalmente investido para ser investido de forma antilibidinal o agresiva, para ser despre­cia­do, si pensamos que el desprecio es una actitud hostil y activa que también requiere investimiento, aunque de signo contrario. Desde este punto de vista, el desinves­timiento libidinal cedería su lugar a un investimiento agresivo, reactivo a la experiencia de frustración y posterior al investimiento libidinal previo que se produjo en la experiencia de satisfacción. Esto nos llevaría a una posición cer­cana a los postulados de Fairbairn (1940) sobre la concepción de la libido como una energía cuya finalidad originaria es la búsqueda del contacto con el objeto y que, en el curso de las experiencias satisfactorias o insatis­factorias con el mismo, se diversi­fica respectivamen­te en libidinal-sexual y libidinal-agresiva. También se apoyaría en este concepto el postulado bioniano de que la ausencia del objeto bueno o deseado (la ausencia de una experiencia satisfactoria en la terminología fairbiana) equivale a la presencia de un objeto frustrante y malo (a una experiencia insatisfactoria).

Si hiciéramos abstracción de la teoría clásica de la libido y nos centráramos en nuestra experiencia clínica con los pacientes, no sería difícil ponernos de acuerdo en que lo que nos interesa clínicamente no son las vicisitudes de la libido, sino las vicisitudes de la relación y de los sentimientos y emociones que surgen en el contexto de la experiencia relacional en general y de la terapéutica en particular. Desde esta perspectiva podríamos afirmar que la experiencia narcisista aparece en el contexto de la relación frustrante o emocionalmente insatisfac­toria y que se caracteriza inicialmente por un trípode clínico constituido por el desprecio hacia el objeto, la idealización del propio Yo o Self y el predomino de las relaciones internas idealizadas sobre las externas reales, o sea, de las relacio­nes idealizadas y parciales de objeto interno. A estas tres características del cuadro clínico narcisista se le puede añadir el carácter arcaico o primitivo (evolutiva­mente hablando) de las relaciones narcisistas, que proviene de la tendencia regresiva del narcisismo –entendido como movimiento reactivo y defensivo– frente a las experiencias emocionales insatisfacto­rias. A los rasgos típicos de la personalidad narcisista que ya hemos citado (soberbia, arrogancia, altanería y desprecio) debemos añadir los derivados del predominio de las relaciones internalizadas (relación de objeto interno) y del carácter arcai­co de las relaciones, que son el retrai­miento narcisista y la tendencia a fundirse y confundir­se con el objeto mediante el uso masivo de la identificación proyectiva y de los mecanismos de escisión del Yo.

Tipos de narcisismo

En un artículo en el que me refería al concepto de narcisismo en la obra de Sibiuda (siglo XV catalán) proponía una clasificación de los diversos tipos de narcisismo que se manejan en la clínica psicoanalítica actual y distinguía cuatro tipos: narcisismo libidinal o amoroso, narcisismo antilibidinal o destructivo, narcisismo fusional y organización narcisista patológica, aunque en la realidad clínica suelan presentarse entremezclados en proporciones diferentes y complementándose entre sí.

a) Narcisismo libidinal o amoroso.

Equivale al «amor a sí mismo» de Sibiuda después de haberse trascendido ascendentemente hacia el «amor a Dios» (en Sibiuda es el vehículo para llegar al amor al prójimo); dicho en términos psicoanalí­ticos, después de haberse depurado de buena parte de su calidad originariamente narcisista (amor a sí mismo) a través del «amor objetal». Correspondería al resto de libido narcisista originaria, que sigue invistiendo al self después de que una parte de ella se haya escindido para convertirse en libido objetal. Sin un resto mínimo de narcisismo libidinal no sería posible la autoestima ni el verdadero amor objetal (amor al otro), tal como está implícito en la máxima cristiana de «amar al otro como a uno mismo». Psicoana­líticamen­te, el amor objetal sin un resto de amor narcisista llevaría a una dilución del sí mismo en el otro (en el objeto) con ausencia o pérdida del sentimiento de identidad y necesidad desaforada de buscar la identidad en la relación con los otros. Sin un mínimo de narcisismo libidinal no habría sentimiento de identidad; no podríamos decir «yo amo”: el objeto no sería un objeto amado, sino solo un objeto al que apegarse para adquirir un sentido de identidad. La identidad estaría totalmente en función del objeto amado, tal como podría suceder, por ejemplo, en la llamada hambre de objetos de los maníacos. En el extremo opuesto, en la desespe­ración melancó­li­ca con tendencia ala autoaniquila­ción, el exceso de narcisismo libi­dinal, contrastado y enfrentado a la necesidad de amar a alguien que no sea uno mismo, llevaría también, paradójicamen­te, a una pérdida del sentimiento de identidad. El sentido estable de identidad depende de un equilibrio entre el narcisismo libid­inal y la capacidad de relación amorosa con el objeto (relación objetal).

Si el resto de narcisismo libidinal es excesivo porque no está depurado en amor objetal (narcisismo primario) o porque, en situaciones de conflicto o regresión, ha sido excesivamente engrosado por la retirada regresiva hacia el sí mismo de la libido que investía los objetos, con la consiguiente reconversión de libido objetal en libido narcisis­ta (narcisismo secundario), el resultado podría ser, según Freud, el sentimiento megalomaníaco de grandeza con que se inician clínicamente algunos procesos psicóticos o la exaltación e idealización del propio Yo típica de las persona­lidades narcisistas (arrogancia, soberbia, endiosamien­to, etc.). Es para este componente excesivo del amor a sí mismo que debería­mos reservar el término «narcisismo», puesto que el componente necesario para la autoestima y el amor objetal no es clínica­mente­ narcisismo; en todo caso, para referirse a este componente necesario, debería hablarse de un «narci­sis­mo normal» o sano, si es que se quiere conservar para él el término de narcisismo.

b) Narcisismo antilibidinal o destructivo.

Rosenfeld lo ha descrito magistralmente con el nombre de narcisismo omnipotente o destructivo; es el acompañante ineludible del narcisismo libidinal o amor a sí mismo propiamente dicho, al que, como veremos, Sibiuda achaca el origen de todos los vicios y males del hombre y lo hace acompañante inseparable del amor a sí mismo con el nombre de desprecio del prójimo. “Cuando el amor a sí mismo es excesivo y exaltado (narcisismo propiamente dicho), el amor al otro (amor objetal) es el enemigo y se está en guerra con él”, se le desprecia, se le reconoce tan sólo como objeto parcial al servicio de la propia satisfacción o se le ataca con ánimos de destrucción. Desde la perspectiva freudiana de la teoría de las pulsiones podría entenderse como si la retirada de la libido que investía el objeto, además de hacerse narcisista al pasar a investir al sí mismo, dejara un vacío en la relación objetal que fuera inmediatamente rellenado con pulsión agresiva o destructiva. Se expresaría en la altanería, el desprecio, el odio y la relación tiránica que suelen complementar la soberbia y la arrogancia de la personalidad narcisista. Desde la teoría relacional, y sin dejar de seguir por ello al propio Freud aunque en una perspectiva diferente a la de la teoría de las pulsiones, esta actitud narcisista se explicaría por el odio a la realidad (representa­da por el otro, por el sentimiento de dependencia del otro y por la resistencia a reconocerlo como tal), que es máximo o casi total en el estadio narcisista del desarrollo. Freud (1915) describe este narcisismo antilibidi­nal como originariamente pasivo, pues no se trata de desprecio ni de ataque, sino de ignoran­cia: la realidad (el objeto, el otro) es simplemente ignorado por el «Yo-realidad primario». Después, cuando la existencia del otro tiene que ser forzosa­mente reconocida, la ignorancia se convierte en odio activo por parte de un «Yo-placer” que rechaza la realidad del objeto hasta que tiene que ir acomodándose a ella y tiene la característica, también narcisis­ta, de considerar que todo lo bueno está en uno (amor a sí mismo) y todo lo malo en el otro (desprecio del prójimo). Dicho sea de paso, en el concepto de «Yo-placer”, que pone fuera todo lo malo, está implícito el concepto, ulterior­mente desarrollado por Klein, de identificación proyectiva.

c) Narcisismo fusional.

Los casos más extremos de enamoramiento constituirían un ejemplo de lo que he llamado narcisismo fusional. Este concepto de narcisismo está implícito en el concepto de narcisismo primario de Freud y en el del desarrollo emocional como un proceso que va desde la no diferenciación (la fusión) a la diferenciación. El narcisismo primario no sería propiamente un estado fusional, sino un estado de no diferencia­ción y parecería más adecuado reservar el término de narcisismo fusional para un tipo de relación defensiva y regresiva en el que tienden a borrarse los límites entre sujeto y objeto mediante la identificación proyectiva cuando las ansiedades de diferenciación se hacen insoportables. Este tipo de relación narcisista se expresaría clínicamente en estados confusio­nales con tendencia a la pérdida del criterio de realidad e intolerancia a la diferenciación y a la separación. En sus formas más extremas estaría relacionado con las patologías borderline y psicóticas. La tendencia fusional que se aprecia en mayor o menor medida en todas las relaciones fuertemente cargadas de investimiento afectivo, como ocurriría, por ejemplo, en los estados de enamoramiento «normales». En el siglo XV Sibiuda expresaba así la tendencia fusional del investimiento amoroso: «Que la principal fuerza y propiedad del amor es que une al amante con el amado, y cambia, convierte y transforma al amante en la cosa (objeto) amada… Y de dos hace uno, porque el que ama es uno con la cosa amada en virtud del amor».En esta frase queda bien expresada la capacidad fusionante del amor. Los mecanismos psicológicos de introyección permiten al niño ir creando nuevas estructuras psíquicas en su desarro­llo emocional que le van transformando en la «cosa amada» por identificación introyectiva (o sea, por identificación con el pecho, la madre o “el amado”, como objetos introyectados) a la par que la identificación proyectiva va transformando a la «cosa amada» en la medida en que ésta se identifica con lo que se le proyecta; así, la acción simultánea de ambos mecanismos fundamentales para el desarrollo infantil (introyección y proyección) va haciendo de dos uno. Este es un tema recogido por los místicos en la unión de la amada con el amado (simbólicamente del alma con Jesucristo en San Juan de la Cruz) que, psicológicamente, simbolizaría un estado de anhelo nostálgico por la unión «mística» de carácter fusional que el lactante debió experimen­tar en un estadio primitivo con el objeto amado (pecho, madre) y que, psicopatológicamente, aparece en las patologías psicóticas fusionales (en las simbióticas, por ejemplo)[6]. Psicoanalítica­mente, este estado es narcisista en la medida en que se entiende como relación narcisista una relación en la que sujeto y objeto tienden a fundirse o confundirse.

d) Organización narcisista patológica.

Dentro de la teoría del narcisismo el concepto de organización narcisista patológica es un desarrollo posterior a Freud y Klein y de gran utilidad clínica para la comprensión de la patología narcisista. La organización narcisista patológica, magistral­mente descrita por Rosenfeld, se funda teóricamente en el splitting o disociación vertical de la personalidad y es concebida como una organización defensiva contra ansiedades primitivas de diferenciación que hacen especialmente insoporta­ble el sentimiento o la concien­ciación de la dependencia y la ambivalencia. Bien pensado, entroncaría con el concepto de falso self de Winnicott pero en negativo. El falso self winnicottiano es una formación defensiva de tipo seudoadaptativo que da lugar a un sometimiento complaciente al objeto del que se depende, desarrollando una personalidad seudomadura moldeada según los deseos del objeto. La organiza­ción narcisista patológica también es una organización defensiva que protege y encapsula a un self hipersensible a la dependencia; pero la organización narcisista patológica se basa en el desprecio, el odio y la utilización perversa y tiránica de la relación con el objeto (el otro). La parte dependiente, necesitada del objeto, de su reconocimiento y de su amor, es tiranizada por otra seudoaul­ta, seudoafirmada narcisísticamente, endiosada e idealizada que le coacciona para que no ame ni dependa de nadie más que de ella misma y que emplea técnicas de dominio y tiranización que recuerdan, según Rosenfeld, las de una organización mafiosa. Cuando la organización narcisista está interesada en captar y utilizar para sus fines a otra persona (objeto), puede mostrarse seductora y dúctil y hasta servil y aduladora, lo que podría recordar el falso self de Winnicott por su apariencia seudoadaptativa, pero que se diferencia fundamentalmente por el predominio adulador y seductor de la conducta, aunque el odio y la destructividad se ponen claramen­te de manifiesto en cuanto la relación frustra los intereses de la organización narcisista o amenaza con despertar senti­mientos de dependencia.

Autosensorialidad

El dilema entre narcisismo primario y narcisismo secundario queda­ría zanja­do si se admitiera que en los primeros momentos de la vida la experien­cia (relación) con los objetos está necesariamente presente pero sin representación mental o con una representación mental arcaica de tipo “autosensorial” (Julia Coro­mines). El término “autosensorialidad” se refiere a una etapa inicial de la vida en la que hay relación con el objeto, naturalmente, pero sin conciencia de diferenciación y, por tanto, sin conciencia de relación porque se supone que el niño vive todas sus experiencias sensoriales (intero y exterocoeptivas, internas y externas) como si se originaran en sí mismo. El bebé, aunque necesaria y objetivamente en relación con el objeto, no está todavía diferenciado; se supone que no tiene una repre­sentación mental del objeto diferenciada de una representación mental de sí mismo, sino, en todo caso, una representación mental de él mismo indiferenciado o confun­dido «con» el objeto y con las sensacio­nes estimuladas por éste (autosensorialidad). Lo que posible­mente ocurra en estos primeros esta­dios, desde el punto de vista emocional y psíquico, es que el bebé no tenga una representación mental del objeto como algo externo a él ni siquiera una clara representación mental de sí mismo; la representación mental inicial sería simultánea y fusio­nalmente de Yo y objeto sincréticamente unidos y la diferenciación se iría produciendo en el proce­so de la experiencia y el desa­rro­llo. Riviere (1952) dice: “Debe tenerse en cuenta que este mundo narcisista de la psique es un mundo de “alucinación”, basado en sensaciones y regulado por sentimientos (bajo el imperio del principio del placer-dolor), totalmente autista, no sólo falto de objetividad, sino desde el principio sin conciencia de objetos externos; además, desde este punto de vista omnipotente, toda responsabilidad recae sobre el self y toda relación causal procede del interior del self”.Autores postkleinia­nos hablan de una posición autista (Tustin, Meltzer, Ogden) o autosenso­rial (Coromines) previa a la esqui­zoparanoi­de, posición que recordaría en muchos aspec­tos al narcisismo primario de Freud, aunque conve­niente­mente tras­plantado desde la teoría energética de la libido a la teoría de la rela­ción de objeto. Las dificulta­des principales de la teoría freudiana de la libido prove­nían de la definición del narcisis­mo primario como investi­miento libidinal originalmente prima­rio del Yo[7], puesto que la noción de investimiento original y primario del Yo invita a imagi­narse un Yo que no necesitara relación alguna con los obje­tos y que se bastara a sí mismo. Este concepto de narcisismo primario, como el de instin­to de muerte, del que está teóricamente muy próxi­mo, ha sido usado en ocasiones como explica­ción tautológica y última de toda la psicopato­logía, especialmente la psicótica, obviando cómodamente las complejas vicisitudes de los procesos psicó­ticos, que quedaban explicados simplificadamente como una regresión al narci­sismo primario y al dominio del instinto de muerte sobre el instinto libidinal o de vida. Por esta vía la consideración de una etapa primaria y anobjetal del desarrollo (narcisismo primario) se ha convertido a veces en un concepto nada dinámico que sirve para explicárselo todo, de forma que siempre se puede echar mano del principio genético-evolutivo para explicarse los procesos psicóticos como una regresión que lleva al afloramiento del narcisismo primario con el consiguiente repliegue sobre sí mismo y alejamiento de la relación con los objetos (ensimismamiento o repliegue narcisista, lo que Bleuler llamaba autismo)

Tres modelos de narcisismo

Aunque Freud definiera el narcisismo como el investimiento o catectización libidinal del Yo (self), a lo largo de su obra se pueden distinguir tres modelos de narcisismo. En el primer modelo, el que corresponde a Introducción al narcisismo y que ya había presentado antes en sus trabajos sobre el caso Schreber y sobre Leonardo da Vinci, considera que el desarrollo infantil arranca de un primer estadio autoerótico en el que las pulsiones sexuales son parciales y no están integradas, es decir, funcionan aisladamente sin integrarse entre sí. No hay objeto (o representación mental del objeto) y la búsqueda de satisfacción de las pulsiones eróticas parciales se realiza en el propio cuerpo. Este estadio autoerótico sería un estadio inicial en el que no habría representación mental del objeto ni del propio self, pero sí pulsiones anárquicas que buscan la satisfacción en el propio cuerpo del niño, quien todavía no diferencia entre interno y externo ni entre estímulo y sensación y, por lo tanto, funciona autosensorialmente, regido por lo que he propuesto llamar principio de autosensorialidad, que sería previo al principio de placer y al de realidad. Este estadio, que correspondería en otro esquema a la posición autosensorial (Coromines) tendría una duración breve y sería sustituido por otro en el que el niño comienza a tener representaciones mentales de sí mismo y de los objetos y a diferenciarlas según un proceso de diferenciación progresivo y continuado, Desde el punto de vista de la teoría libidinal, las pulsiones parciales del estadio anterior tienden a integrarse a través del investimiento de lo que Freud, de una manera algo ambigua e imprecisa, llama el surgimiento de «una nueva actividad psíquica» (Introducción al narcisismo) y que parece que sería el Yo que emerge en este período como una nueva instancia psíquica. Este segundo estadio en el que las pulsiones se integran y se unifican en una pulsión libidinal única a través del investimiento del Yo sería el propiamente narcisista, secundario cronológicamente al autoerotismo como estadio inicial, y abocaría en el proceso de crecimiento y diferenciación al tercer estadio, que sería el de la elección de objeto. Con la búsqueda y elección de objeto aparecería, simultánea y necesariamente, la diferenciación entre representación mental del objeto y representación mental del Yo o del Self. Para llegar a la elección de objeto –reflexiona Freud desde la perspectiva de este modelo– hay que haber pasado primero por el autoerotismo anárquico y caótico de las pulsiones parciales sin objeto propiamente dicho y por la fase de unificación de las pulsiones que caracteriza al narcisismo (siempre entendido en la teoría libidinal como investimiento libidinal del Yo) y abre el camino hacia la elección de objeto. De este modo, el narcisismo aparece, evolutivamente, como una situación intermedia entre el autoerotismo y la elección de objeto en la que el objeto ya no es el cuerpo del niño investido parcialmente (a trozos como quien dice) por pulsiones también parciales, sino que ya es el Yo, a partir del cual se investirán después los objetos externos. Sustituyendo la terminología propia de la teoría energética de la libido por una terminología más actual podríamos suponer que estos tres estadios (autoerotismo, narcisismo y elección de objeto) se corresponden, por una parte, con la evolución desde la autosensorialidad (falta de diferenciación entre estímulo y sensación) y el narcisismo (falta de diferenciación entre el Yo y el objeto ideal introyectado) a la relación de objeto; y, por otra, a la evolución desde el principio de autosensorialidad hacia el principio de realidad pasando por el principio del placer, de lo que se deduce fácilmente la importancia que estos conceptos han de tener para la comprensión de la psicopatología en general y de la psicosis en particular.

Narcisismo y relación de objeto

Como ya hemos dicho, Freud distinguía en Introducción al narcisismo dos clases de libido: la objetal y la narcisista. Consiguientemente, también diferenciaba entre dos clases de elección de objeto según éste fuera investido con libido objetal (elección anaclítica) o narcisista (elección narcisista). Si dejáramos de lado la teoría energética de la libido y habláramos de vínculo relacional, podríamos seguir distinguiendo en el vínculo un doble componente objetal y narcisista, que correspondería ala diferencia fundamental entre elección de objeto narcisista y objetal. En la elección narcisista se busca en el objeto una representación de uno mismo; se le escoge porque se parece a uno mismo, a lo que uno quisiera ser o a lo que uno fue; se le escoge en suma porque, de una forma u otra, se busca en él la imagen que uno tiene de sí mismo en el presente, en el futuro o en el pasado. Por lo tanto, con la elección narcisista de objeto, el propio Freud ya introducía un concepto de narcisismo que no era el del investimiento libidinal del Yo. Al investimiento libidinal del Yo, que explicaría desde la teoría libidinal un aspecto del narcisismo clínico (la grandiosidad del Yo, la tendencia a la autoidealización, a constituir un mundo egocéntrico y a sentirse poseedor de todas las perfecciones y merecedor de la admiración de los demás) se le podría llamar igualmente vínculo relacional de predominio narcisista: sería, paradójicamente, una “relación narcisista de objeto”. Este concepto freudiano de elección narcisista de objeto ya parece referirse, implícitamente, a la proyección de un aspecto del self en el objeto, en la vinculación con él se busca la reunión con lo proyectado, la recuperación del estado anterior a la proyección. Dicho de otra manera y con otra terminología, la elección narcisista de objeto lleva implícita una referencia a lo que hoy día llamaríamos identificación proyectiva: al hecho de que partes o aspectos del self pueden ser proyectados dentro del objeto (sería mejor decir dentro de la representación mental del objeto), haciendo que uno se parezca al otro y difuminando o borrando la separación entre self y objeto que había empezado a establecerse. Desde esta concepción el narcisismo ya no se refiere necesariamente a un estadio primario y anobjetal ni a un investimiento libidinal del Yo o del Self, sino a una situación primitiva de indiferenciación a la que se puede volver defensiva y regresivamente ante las ansiedades que acompañan al proceso de diferenciación mediante el uso de la identificación proyectiva.

La elección anaclítica de objeto, en contraste con la elección narcisista, se apoya en la experiencia previa de relación con un objeto que ya ha satisfecho necesidades básicas, que van desde las más sencillas y biológicas (hambre, sed, etc.) hasta las más psicológicas o “espirituales” (afecto, amor, contención, etc.). Esta diferenciación entre elección anaclítica y narcisista no se refiere únicamente al desarrollo infantil del bebé o el niño pequeño y a su relación con la madre, por fundamental que sea, sino que, precisamente por lo fundamental que es, se extiende a todas las relaciones. La elección anaclítica y la narcisista no se excluyen ni se contradicen; al contrario, se complementan y siguen siendo observables y actuantes en toda relación, incluso en las aparentemente más adultas. En el caso de la psicopatología es su proporción relativa la que imprimirá un carácter más o menos patológico a las relaciones humanas y, en última instancia, promoverá una neurosis o una psicosis (o una patología intermedia como la borderline). Cierto investimiento del sí mismo no es patológico, pero un predominio desproporcionado de elección narcisista se acompañará siempre de una tendencia a la confusión con el objeto y, consiguientemente, de una debilitación del criterio de realidad. Tampoco es patológico que el bebé, en sus experiencias con objetos nuevos, busque el reencuentro con su primer objeto de relación (anaclisis); al contrario, esto constituye el fundamento psicológicamente necesario para el desarrollo del simbolismo y de la capacidad sana de relación. Lo que sí sería patológico es que el adulto siguiera buscando primordialmente la relación de objeto parcial en detrimento de la relación total o madura. En un fenómeno tan típicamente adolescente e incluso adulto como el enamoramiento es fácilmente observable la coexistencia de los dos tipos de elección de objeto. Si predomina el narcisista, en el objeto de amor se buscará principalmente la imagen especular de un niño admirado sin limitaciones por una imagen materna devota, de modo que el deseo de recuperar lo proyectado y volver a ser el niño admirado condicionará una tendencia fusional de la relación, con todas las consecuencias patológicas que son de imaginar (la patología celotípica del amor posesivo, por ejemplo). En caso de que el predominio sea excesivamente anaclítico, la tendencia será a establecer una relación en la que el objeto sería usado fundamentalmente para satisfacer las propias necesidades y la expresión clínica podría ser una dependencia excesiva. Ambos casos comparten, no obstante, un aspecto regresivo infantil, aunque el uno sea más “fusional” y el otro más “consumista”, por así decirlo.

Si nos liberamos de la teoría energética del investi­miento libidinal del Yo y de buena parte de sus implicaciones teóricas, podríamos redefinir el narci­sismo como una situación primitiva o arcaica del desarrollo emocional caracterizada por la no diferenciación entre el self y los objetos, situación que se correspondería clínicamente con las psicosis autistas y simbióticas (Mahler, 1974), el autismo de Tustin o Meltzer, el concepto de auto­sensorialidad (Coromi­nes) y las «relaciones y estructuras narcisistas» de Klein. Como una etapa primaria del desarro­llo, este concepto de narci­sismo sería equiparable al de narci­sismo primario de Freud. Otro concepto de narcisismo, más clínico y relacionado con el concepto de defen­sas esquizoides, es el de la retirada de la relación con los objetos externos para susti­tuirla por la relación con los objetos internos (Fair­bairn, 1940).

Definido en términos de una relación basada en la no diferenciación entre self y objeto en vez de en el investimiento libidinal del Yo (self), el narcisismo primario sería normal en las primeras etapas de la vida, pero cuando se prolonga más allá de estas etapas por las causas que sea tiende a conferir un matiz psicótico a las relaciones que se intensifica claramente en las situaciones regre­sivas severas. La perduración de estructuras narcisistas, ya sea en forma global como inmadurez del desarrollo o parcial (presencia de núcleos narcisistas de la personalidad que siguen funcionando disociadamente) facilita la presentación de funcionamientos mentales narcisistas con aquellas características que ya citaba Joan Riviere (1936): “basados en sensaciones y regulado por sentimientos (bajo el imperio del principio del placer-dolor), totalmente autista, no sólo falto de objetividad, sino desde el principio sin conciencia de objetos externos”. Refiriéndose a la aparición de estos funcionamientos mentales arcaicos en la clínica psicótica, Freud hablaba de “neurosis narcisistas”, suponiendo que en ellas no se podían observar los fenómenos transferenciales. Paradójicamente, aunque Freud afirmara que los psicóti­cos no «transfieren», en Introducción al narcisismo ya abría una puerta a la comprensión de un tipo especial de transferencia psicótica postulando que la sintomatología psicótica que se observaba en la clínica era el producto de los esfuerzos del paciente en pro de la «restauración de los objetos». Para proceder a la restauración de los objetos, el psicótico tiene que reconectar con el mundo, aunque sea deformándolo por la proyección de sus objetos internos (los objetos en la «fanta­sía», que también eran investidos por la libido objetal cuando se retiraba del objeto y se hacía narcisista). Para Freud, aún en el supuesto de que durante la inicial regresión narcisista con retirada de la libido objetal no hubiera trans­ferencia, al dirigirse nuevamente al mundo y reconectar con los objetos, el psicótico vuelve a estar en situación relacional y transfe­rencial, aunque se trate de una transferencia psicótica. En Introducción al narcisismo se lee una frase sobre la que quisiera llamar la atención: “La diferencia entre las neurosis de trans­ferencia producidas en el caso de esta clase de renovada catexia libidinal (se refiere a la restauración de los objetos) y las correspondientes formaciones (resi­duales) del Yo normal tendrían que proporcio­narnos la visión más profunda de la estructura de nuestro aparato mental”. Es decir, si no lo entiendo mal y refirién­dolo al texto completo, las formaciones residuales en las que el Yo es normal son las que quedan todavía de la relación originaria de objeto (libido objetal) después de retirada la mayor parte de libido objetal hacia el Yo en la regresión narci­sista y, naturalmente, puesto que son normales y de libido objetal-neurótica, son capaces de transferencia. Pero tam­bién se produ­ce «neurosis de transferencia» en la «renovada catexia libidinal», o sea, en la catexia que se restablece con los objetos en la fase sintomáti­ca de la psico­sis que Freud llamaba restauración de los objetos. Lo sorprenden­te es que, entendiéndolo así, Freud consideraba ya en 1914 la posibilidad de una «neurosis transferencial» en la psicosis y de una diferencia importan­te entre esa transferencia del psicó­tico y la neurosis transferencial del Yo neurótico o normal. Parece lógico suponer que ya pensaba en la transferencia psicó­tica y que advertía que el estudio de las diferencias entre la transferen­cia neurótica y la psicótica había de arrojar mucha luz sobre la estructu­ra profunda del aparato mental. Teniendo en cuenta que muchos de los pacientes que trataba en aquella época eran pacientes que hoy día diagnosticaríamos de borderline o fronterizos, pensamos que Freud apuntaba ya entonces a las extraordinarias posibilidades que ofrecen los pacientes borderline al manifestar en diferentes momentos de la cura psicoanalítica, y a veces hasta de forma casi simultánea, fenó­me­nos trans­ferenciales psicóticos y neuróti­cos.

Referencias bibliográficas

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Víctor Hernández Espinosa

Doctor en Medicina. Psiquiatra.

Psicoanalista, miembro titular de la Sociedad Española de Psicoanálisis (IPA).

Profesor del Institut Universitari de Salut Mental (Fundació Vidal i Barraquer, URL) de Barcelona.

vhernandez54@hotmail.com


[1] Sería más comprensible si se dijera inves­ti­miento original del self, dado que la palabra alemana «Ich» abarca el doble concepto de Yo como agrupación de funciones mentales y como persona o representación personal de uno mismo.

[2] El miedo que tienes te hace, Sancho, que ni veas ni oyas a derechas; porque uno de los efectos del miedo es perturbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son.

[3] Médico, filósofo y sacerdote catalán.

[4] De hecho, en la actualidad puede entenderse que el término freudiano de investimiento o catexis equivale al de vinculación. La teoría de la libido, como todas las teorías, no es más que un intento de explicarse los fenómenos observados y como los hechos observados, sobre todo en la clínica, son siempre hechos relacionales, la teoría libidinal intenta explicarse la vinculación como hecho psicológico fundamental.

[5] “Anobjetal” no quiere decir que no haya objeto, sino que el objeto no está reconocido ni diferenciado como diferente del propio Yo, que tampoco está reconocido y diferenciado. En ese sentido, el narcisismo anobjetal de Freud sería similar al “sincretismo” y al estado fusional o autista de otros teóricos.

[6] A algo parecido se refiere el “sentimiento oceánico” de Romain Rolland.

[7] Sería más comprensible si se dijera inves­ti­miento original del self, dado que la palabra alemana «Ich» abarca el doble concepto de Yo como agrupación de funciones mentales y como persona o representación personal de uno mismo.