para TEMAS DE PSICOANÁLISIS

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El profesor Vamik Volkan (1932) es psiquiatra, psicoanalista y director del Centro de estudio de la mente y la interacción humana (CSMHI). Ha sido propuesto en varias ocasiones para el Premio Nobel de la Paz y ha realizado aportaciones muy significativas en la comprensión de los conflictos entre grupos grandes (pueblos).

El Dr. Volkan colaboró como miembro de la Red de Negociaciones Internacionales del Centro Carter, encabezado por su antiguo presidente Jimmy Carter. Dirigió la Comisión Asesora Selecta (Select Advisory Commission) del Grupo de Respuesta al Crítico Incidente perteneciente a la Oficina de Investigación Federal (FBI), y fue consultor temporal de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en Albania y en Macedonia. También fue miembro del Grupo de Trabajo sobre el Terror y el Terrorismo, de la Asociación Psicoanalítica Internacional.

Es autor o coautor de cincuenta libros y editor o coeditor de diez más. Ha participado en el comité editorial de 16 revistas profesionales, entre las que se encuentran el Journal of the American Psychoanalytic Association. Ha publicado más de 400 artículos científicos o capítulos. Su trabajo ha sido traducido a numerosos idiomas.

El Dr. Volkan también recibió el premio Nevit Sanford de la Sociedad Internacional de Psicología Política; el premio Max Hayman, de la Asociación Americana de Ortopsiquiatría; el L. Bryce Boyer, de la Sociedad de Antropología Psicológica; el premio Margaret Mahler de Literatura, otorgado por la Fundación Margaret Mahler; el premio al mejor maestro del colegio de Psicoanalistas de Estados Unidos y el de Sigmund Freud, otorgado por la ciudad de Viena en colaboración con el Consejo Mundial de Psicoterapia.

El Dr. Volkan trabajó en varios países (Israel, Egipto, Unión Soviética, Rusia, las Repúblicas Bálticas, Croacia, Albania, Rumanía, Kuwait, Georgia, Osetia del sur y Turquía, entre otros) a lo largo de tres décadas, reuniendo a distintos representantes «enemigos» para establecer diálogos extraoficiales, hablando con muchos líderes políticos mundiales y pasando temporadas en campos de refugiados. Desarrolló nuevas teorizaciones sobre la psicología del grupo grande y sugirió nuevas estrategias para una coexistencia pacífica. Fue propuesto para el premio Nobel de la Paz a mediados del 2000 y de nuevo en 2014 por sus esfuerzos en el estudio de los conflictos entre grupos grandes enfrentados, por instaurarla creación de nuevos proyectos en numerosos puntos conflictivos del mundo durante 30 años y por el desarrollo de teorías psicopolíticas.

En esta entrevista, tenemos la oportunidad de conocer un poco más algunos de sus puntos de vista a partir de su trabajo, y también algunos aspectos de su biografía

 

José Miguel Sunyer.- Para comenzar me gustaría presentarlo a nuestros lectores. Por lo que sabemos, nació en la isla mediterránea de Chipre. En aquel momento, en 1932, la isla era una colonia inglesa y en los años de su preadolescencia su familia vivió en Nikosia, la capital. Soy uno de los que estamos convencidos de que nuestra historia, nuestra historia familiar y nuestro nombre forman una parte muy importante de nuestra identidad y contienen muchas de las claves de nuestra vida. En su caso, ¿qué nos puede contar de su historia familiar y de su propio nombre?

Vamik Volkan.- Los turcos otomanos conquistaron la isla de Chipre en 1571. Mi familia materna pertenecía a la élite otomana cuando Chipre era todavía una isla otomana. El abuelo de mi madre fue el kadi (juez y jefe religioso) de Nicosia, la capital. En 1878 el sultán otomano «alquiló» la isla a los ingleses. Los británicos esperaban permanecer en Chipre para proteger sus intereses en el canal de Suez. Y aunque Chipre permaneció nominalmente como territorio otomano durante este período acabó siendo anexionado a la Corona británica en 1914, al iniciarse la Primera Guerra Mundial. Tras la caída del Imperio otomano, la Nueva República de Turquía reconoció oficialmente el gobierno británico en 1923 y la isla fue una colonia del Reino británico en los años siguientes. En 1878, tras el «alquiler» de la isla y cuando la administración inglesa se estableció en Nicosia, mi bisabuelo perdió su posición, lo que le supuso problemas familiares. Su hijo, mi abuelo materno, no siguió los pasos de su padre y acabó siendo una figura intelectual muy reconocida en su entorno; con todo, vivió de forma confortable aprovechando la posición financiera familiar hasta que esos recursos se agotaron. Lentamente, la familia perdió su prestigio y su estatus financiero. Uno de mis tíos maternos fue nombrado sucesor kadi tras su padre. Creo que de forma inconsciente se sintió con la responsabilidad de devolver a su familia el prestigio y fortuna que habían tenido. Siendo joven y estando estudiando en Estambul murió, pero su cadáver no fue encontrado hasta pasados 50 años de su desaparición en el mar de Mármara. Cuando fui psicoanalista acabé sospechando que mi tío sufrió una gran presión para recuperar el prestigio y que dicha presión posiblemente estuvo detrás de su decisión de suicidarse. Cuando nací mi familia decidió ponerme el nombre de mi tío y por lo tanto el de mi bisabuelo kadi. Desde esta perspectiva soy un «un chico sustituto»: mi madre y abuela depositaron en el desarrollo de mi representación de mí mismo la representación mental idealizada de mi tío muerto y las tareas que a él se le habían encomendado. ¡Creo que por eso he escrito tantos libros!

J.M. Sunyer.- Ciertamente son muchos y la mayoría centrados en el tema de los conflictos entre grupos grandes, con los incidentes que conllevan. En su libro, publicado en 2013, nos habla de un incidente que ocurrió cuando usted tenía dos años. Fue, según sus palabras, un incidente que quedó mitificado en su mente. Obviamente, todas nuestras experiencias tienen un lugar importante en nuestras vidas y, en cierto modo, constituyen las primeras piedras sobre las que se construyen y organizan nuestros cimientos. En su caso, ¿cuáles son las razones que se esconden tras su dedicación a ayudar a las personas y, en concreto, a los grupos grandes cuando entran en conflicto?

V. Volkan.- Turcos y griegos vivieron juntos en Chipre durante el periodo otomano en la isla. Cuando tenía dos años fui secuestrado por una mujer griega. Creo que estaba mentalmente enferma. No pidió dinero a mi familia, lo que quería era quedarse conmigo como si fuese su hijo. Me encontraron pocas horas después. Por supuesto, no recuerdo el hecho, pero la historia fue contada una y otra vez mientras yo crecía. Creo que esta historia, además de inducirme cierto temor, me indujo también el placer de ser deseado o querido por alguien que pertenece a otro grupo grande. Para mí, la secuestradora representó el «otro». Creo que este hecho de mi vida tuvo mucho que ver con mi compromiso de entender al «otro», a la gente que pertenece a otro grupo étnico o religioso.

J.M. Sunyer.- ¡Menudo susto para sus padres! De todas formas, esto habla de lo que también se descubre en muchos de sus libros: las tensiones que se dan entre comunidades. Supongo que el conflicto étnico entre griegos y turcos acabó siendo horroroso. En su texto Enemigos en el diván (2013) describe bastante bien las dificultades que se vivían en la isla. Describe, por ejemplo, la situación extraña y anómala de estar divididos (por ejemplo, cuando habla de la familia de Elana) por razones políticas. ¿Hasta qué punto estas experiencias han marcado parte de su desarrollo profesional?

V. Volkan.- Sí, recuerdo el hecho. En mi preadolescencia vivía en Nicosia y teníamos de vecinos a una familia griega. Elana, una niña como yo, era una de las hijas de aquella familia. Con frecuencia jugábamos juntos, aunque nuestras familias no tenían una estrecha relación social. No había racismo ni malos prejuicios hacia los griegos chipriotas. Eran personas que pertenecían a otro grupo grande, nada más. Cuando ella y yo alcanzamos la adolescencia, dejamos de jugar. En aquellos lugares en los que grupos étnicos diferentes vivían unos con otros, normalmente, el amor, el sexo y el matrimonio entre miembros de diferentes grupos grandes de pertenencia acabaron siendo un tabú, como lo es el incesto. En definitiva, mis experiencias infantiles, sin ser consciente de sus significados, me enseñaron mucho sobre la psicología de la identidad de los grupos grandes.

J.M. Sunyer.- Es posible que sin ser la razón real para emigrar, a esta se le añadieran otras posiblemente más reales. ¿Qué razones le empujaron a emigrar?

V. Volkan.-Si, hay razones reales para ir a los Estados Unidos tras acabar mis estudios de medicina en Ankara. Muchos miembros de mi familia eran maestros. Y deseaba ser profesor de una escuela de medicina. Era ciudadano británico cuando me licencié como médico. Por consiguiente, si permanecía en Turquía para ser profesor de la escuela de medicina no iba a recibir salario alguno. En aquella época había un movimiento denominado “fuga de cerebros”. Los Estados Unidos iban “recolectando” médicos de otras partes del mundo ya que precisaban de galenos para sus hospitales. Me adherí al movimiento de la “fuga de cerebros” y pude irme a los Estados Unidos.

J.M. Sunyer.- Por lo que he ido averiguando a través de los retazos biográficos que siempre aparecen en sus libros, llegó a los Estados Unidos en 1957 para trabajar como internista en el Hospital Lutheran Deaconess, en Chicago, acabando su formación como residente en psiquiatría en el Memorial Hospital de la Universidad de Carolina del Norte, en Chapell Hill, y posteriormente en un hospital mental en el que solo había americanos negros, y en el Hospital Dorotea Dix, en Raleigh, en el que solo había blancos. ¿Por qué se decidió por la especialidad de psiquiatría y no por otra?

V. Volkan.- Es una cuestión de identificaciones que juegan, como sabes, un papel importante en todas las decisiones que tomamos; pero la historia familiar y lo que la familia deposita en uno también son razones de peso. Cuando fui estudiante en la facultad de Ankara me identifiqué con el jefe del departamento de psiquiatría. De origen turco provenía de la isla de Creta. Vino a Turquía desde otra isla, como yo. Por otro lado, creo también que el haber sido un “niño de sustitución” tuvo un papel importante a nivel inconsciente en relación con el deseo de conocer la naturaleza humana.

J.M. Sunyer.- Se casó con Betty, una mujer muy inteligente y amable que le acompaña siempre en sus viajes. También tiene hijos y nietos. ¿Cuánto han contribuido a su desarrollo profesional?

V. Volkan.- Betty (Elisabeth) se formó como terapeuta ocupacional. Hoy en día a veces se ríe de mí, y me recuerda que tiene que ocuparse de mí. Sí, efectivamente, siempre ha sido un importantísimo apoyo para mis siempre muy complicadas y complejas actividades profesionales.

J.M. Sunyer.- Freud indicó que la enseñanza del psicoanálisis es más un arte que una profesión, una profesión imposible. Nos recuerda que usted tiene, precisamente, tres profesiones y todas ellas pueden calificarse de imposibles. En uno de sus textos nos dice que las ha ejercido durante décadas: La primera profesión fue el psicoanálisis […] la segunda, administrador médico […] y, finalmente, como psicólogo político (2013:19). Permítame comenzar por la primera, porque usted fue profesor antes de ser psicoanalista. Hasta principios de los años 60 ocupó una plaza en la Facultad de Medicina de la Universidad de Virginia, trabajando bajo la huella de Thomas Jefferson, autor de la Declaración de Independencia y fundador de la Universidad. Esta es, pues, parte de su identidad. ¿Cuánto de toda esta identidad procede de su tradición familiar?

V. Volkan.- Mucho. Como señalé anteriormente, muchos miembros de mi familia eran y son todavía profesores, tanto de escuelas elementales como de escuelas de medicina. Esto ya son elementos de identificación. Mi primera responsabilidad en mi vida fue, y sigue siendo, la de ser profesor. Durante años, casi cada semana un estudiante universitario de uno u otro país me envía un correo preguntándome sobre algunos temas. Para mí esto es muy placentero y por lo general contesto a todos estos correos.

J.M. Sunyer.-Posteriormente acabó siendo psicoanalista. En uno de sus textos dice: “Me gradué en el Instituto Psicoanalítico de Washington en 1970 y he realizado trabajo clínico durante diez años”. ¿Qué razones le animaron a ser psicoanalista? Porque sus dos centros de interés profesionales ¡son casi imposibles!

V. Volkan.- Mi aprendizaje psiquiátrico evolucionó a la enseñanza del psicoanálisis. Me hice psicoanalista con la esperanza de comprender la naturaleza humana de la mejor forma posible. Esta ha sido una de mis mayores preocupaciones.

J.M. Sunyer.- Tengo la impresión de que hoy en día ser psicoanalista no es una actividad profesional de moda. Seguramente tras esa opinión general hay aspectos económicos. En los hospitales y en la actividad clínica en general, así como por parte de numerosos administradores o gerentes de los centros asistenciales, se pone el acento en la eficiencia del trabajo clínico, aspecto este que no es precisamente el más significativo de nuestra actividad. Parece que el uso del DSM no posibilita que nuestros estudiantes piensen sobre lo que en realidad es eso que llamamos enfermedad mental, e incluso que la llamada medicina (o psicología) basadas en la evidencia se conviertan en la biblia de nuestros administradores. ¿Cuál es su experiencia y opinión al respecto?

V. Volkan.- Tiene razón sobre su valoración acerca de la práctica y la enseñanza de los conceptos psicodinámicos en las escuelas de medicina y en los hospitales. Pero la realidad es que siempre hay jóvenes que están profundamente interesados en el estudio de la naturaleza humana. De hecho, hay más institutos psicoanalíticos que nunca en numerosos países en estos momentos.

J.M. Sunyer.- Volviendo a su práctica médica, en el libro que publicó en 2011 nos habla de su experiencia en el Cherry Hospital de Goldboro, Carolina del Norte, en donde trabajó durante tres meses en el edificio anexo conocido como «la granja». Probablemente este fue el punto de arranque a partir del que pudo comprender el sufrimiento psíquico. ¿Cuál fue la lección más importante que aprendió en aquellos momentos?

V. Volkan.- A finales de los años 50 y comienzos de los 60 el Cherry Hospital fue un lugar segregado: era un hospital solo para afroamericanos. Trabajar allí me enseñó el horror del racismo maligno. Las cosas han cambiado. Hoy en día un afroamericano es el presidente de los Estados Unidos.

J.M. Sunyer.- Tengo la impresión de que estamos en una especie de cultura líquida o en una forma de vivir un poco líquida que no facilita el estudio o la realización de grandes esfuerzos en lo que concierne a nuestra formación psicoanalítica. El mayor interés es «ser o sentirse libre» o «la realización personal y el ser autosuficiente». Probablemente es un síntoma social que emerge tras las dos Guerras Mundiales en Europa: la evidencia de las grandes dificultades que tenemos entre los grupos de personas con diferentes formas de entender la vida, los importantes desarrollos tecnológicos que facilitan todo tipo de contacto con gentes muy diversas y tener a nuestro alcance todo tipo de información. Posiblemente, todo ello no nos permite disponer de mucho tiempo para integrar nuestras experiencias, ¿verdad?

V. Volkan.- Es una interesante idea esa que propone. Creo que tiene razón.

J.M. Sunyer.- ¿Cuáles son los principales puntos y autores de referencia que constituyen su punto de vista psicoanalítico?

V. Volkan.- Cuando comencé mi carrera psiquiátrica en el Chery Hospital tuve que hacerme cargo de pacientes que presentaban síntomas psicóticos y mecanismos mentales primitivos. Dos años más tarde quise ser miembro de la Universidad de Virginia, pero continué estando interesado en comprender el desarrollo preedípico y las fijaciones preedípicas. Al mismo tiempo comencé mi formación como psicoanalista. En aquellos momentos, dos personas, dos psiquiatras, estaban aplicando el tratamiento psicoanalítico a personas psicóticas, y esto me impactó mucho. Fueron L. Bryce Boyer y Harold Searles. Les considero mis principales mentores.

J.M. Sunyer.- Probablemente uno de los principales textos clínicos que ha escrito es el que lleva por título La técnica psicoanalítica ampliada: manual del tratamiento psiconalítico (Psychoanalytic technique expanded: a textbook of psychoanalytic treatment), publicado en 2011. En su prefacio habla acerca del incremento del pluralismo y al mismo tiempo percibe ciertas resistencias en el profundo estudio del material inconsciente. Quizás eso tenga que ver con la idea de una cultura de microondas, una forma de interés superficial en el otro y una creciente preocupación por encontrar respuestas y soluciones rápidas. ¿Qué tipo de ansiedad social aparece tras estas actitudes? ¿Está, en su opinión, relacionada o conectada con las dificultades que tenemos para hacer frente a la incertidumbre?

V. Volkan.- La increíble tecnología de la comunicación y la globalización moderna han creado una nueva “civilización”. Estamos creando un mundo en el que con solo apretar un botón podemos encontrar cualquier cosa. Sin embargo, los dilatados procesos psicoanalíticos no casan con actividades que pueden ser desarrolladas muy rápidamente. Por lo tanto, los psicoanalistas tenemos la obligación de explicar que los elementos básicos de la naturaleza humana no han cambiado y que el psicoanálisis permanece, todavía, como la principal herramienta de comprensión de nuestra naturaleza.

J.M. Sunyer.- La práctica clínica es el mejor de los componentes para construir la base de nuestras actitudes psicoanalíticas y psicoterapéuticas hacia el sufrimiento individual y grupal. Como podemos constatar, en sus publicaciones hay puntos de especial interés: el dolor, los procesos de duelo y el narcisismo. Probablemente hay ciertas conexiones entre estos aspectos, quizás porque en lo fundamental hay unas dosis de preocupación por la identidad, la angustia, la perturbación y el conflicto. ¿Qué piensa de ello?

V. Volkan.- Todas las pérdidas y ganancias (duelo) y el investimento en la autoestima (narcisismo) están en la base de la mayor parte de los temas psicopatológicos. Es por ello por lo que es muy necesario centrarse en estos aspectos para poder estudiar el vínculo entre la psicología individual y la grupal.

J.M. Sunyer.- En su texto psicoanalítico presenta diferentes casos, pero, básicamente, son pacientes con un trastorno narcisista de la personalidad o una organización límite de la personalidad. No es nada fácil trabajar con este tipo de personalidades o estructuras, y para nosotros, los profesionales, es un trabajo arduo. Es cierto que tampoco es fácil encontrarnos con pacientes que acepten trabajar con frecuencias de cuatro o hasta incluso cinco sesiones semanales y, por lo tanto, debemos encontrar otras formas de poder ayudarles. ¿Qué recomienda en estos casos y cuál es el mejor consejo que nos puede aportar?

V. Volkan.- Hablando en términos generales y de acuerdo con el punto de vista clásico del psicoanálisis, solo los pacientes de tipología neurótica son analizables, si bien, como sabemos, algunos de los pacientes que atendió Freud tenían más problemas que los que podríamos clasificar como de una típica neurosis individual. En realidad, pacientes con muchos tipos de psicopatología han visitado las consultas de los psicoanalistas desde los primeros momentos del psicoanálisis. En mi texto escribí acerca de la necesidad de pensar sobre lo que podríamos denominar «mapas internos psicopatológicos» de las personas que vienen buscando un tratamiento. Esta formulación nos aporta una respuesta al tema “¿qué es lo que voy a tratar?”. Personalmente, pongo énfasis en la integración y la diferenciación de las funciones del yo definiendo tres tipos de mapas internos.

De forma breve diría que cuando una persona tiene un alto nivel de organización de la personalidad (neurótico) es capaz de utilizar las funciones de integración y diferenciación. Es decir, es capaz de reconocer dónde acaban sus imágenes de sí mismo y en dónde comienzan las de los demás. Conoce también que tanto él como otras personas son las mismas, independientemente de si están enfadadas o contentas. Alguien con un alto nivel de organización de la personalidad conoce ambos lados de su conflicto. Sin embargo, utiliza de forma primaria o principal la represión —junto a otros mecanismos que le ayudan— para ocultar el conflicto. Tiene relaciones ambivalentes. Tolera, hasta cierto punto, la ambivalencia. En el tratamiento el principal objetivo o tarea es ayudarle a efectuar cambios y a resolver sus conflictos edípicos.

Cuando un adulto tiene un bajo nivel de organización de la personalidad es capaz de diferenciar, pero en cierto punto no lo es de integrar. En su caso, la escisión normal, que podemos ver durante el desarrollo de un niño pequeño, no desaparece. En su lugar, lo que aparece es una escisión defensiva y, posteriormente, esta escisión defensiva es utilizada como la principal forma de defenderse cuando es adulto. Las personas con bajos niveles de organización de la personalidad no poseen una completa integración del self o de la representación objetal. Las personas con una patología narcisista o límite de la personalidad encajan bien en esta categoría. No controlan, en cierta manera, los dos lados o aspectos de su conflicto interno. No podemos explicar efectivamente sus conflictos mentales con la clásica teoría estructural del psicoanálisis (la que divide la mente entre el yo, el ello y el superyó), principalmente porque no tienen desarrollados plenamente los aspectos superyoicos. Hablando teóricamente, un superyó plenamente desarrollado es aquel en el que las identificaciones con ambos aspectos de la representación mental de la relación paternal, el amoroso y el punitivo, están integradas como formación de compromiso. De nuevo, y hablando de forma teórica, un pleno desarrollo del superyó solo existe en personas con un alto nivel de desarrollo de la personalidad (neurótico) y aquellas cuya organización de la personalidad es inferior al alto nivel no han desarrollado totalmente el superyó. Sin embargo, en la antigua literatura psicoanalítica, cuando los psicoanalistas trataron de explicar la psicopatología de las personas con un mapa de bajo nivel interno, utilizaron términos como “precedesores del superyó”, “precursores del superyó”, “superyó arcaico”, “superyó lacunar”, “superyó benigno” y “superyó punitivo.

Los pacientes con un mapa interno de bajo nivel poseen relaciones objetales conflictivas vinculadas, en cierta medida, con deficiencias del yo, tales como deficiencias en la utilización de la integración del self, o de las imágenes objetales, con afectos asociados y deficiencias en la utilización de la represión de contenidos mentales “no deseados”. Los conflictos de las relaciones objetales hacen siempre referencia a tensiones concernientes a la integración o no integración del self y de las imágenes de objeto cargadas libidinal y agresivamente, o mediante su externalización sobre otros y reintegrándolos posteriormente. Los conflictos entre el ser dependiente o alcanzar la independencia no pueden ser entendidos sin el recurso de la teoría de las relaciones objetales. En ocasiones, las personas con un bajo nivel de organización de la personalidad presentan material edípico. Una mirada atenta sugiere que al presentar este material edípico intentan alcanzar un nivel de desarrollo que les permita apartarse o alejarse de los conflictos vinculados con sus relaciones objetales preedípicas. La técnica de tratamiento que se aplica a individuos con un mapa interno de bajo nivel busca ayudarles a conectar con estas experiencias y trabajarlas, lo que en terminología de Melanie Klein serían los momentos cruciales: cuando el paciente se ve juntando aspectos opuestos del self y de las imágenes objeto con sus afectos asociados, de tal forma que puede empezar a arreglar su mundo interno. Solo después de que sea capaz de completar esa reparación, el paciente es capaz de trabajar de forma genuina con sus aspectos edípicos a través de autorepresentaciones integradas.

Cuando una persona tiene una organización psicótica de la personalidad, tanto sus funciones diferenciadoras como integradoras son deficientes. Un adulto con un mapa interno psicótico convierte sus deficiencias en una defensiva utilización y se mantiene en la fragmentación, la fusión o defusión, y la internalización—externalización de los fragmentos del self y de las imágenes objetales como formas de defensa primitivas. Normalmente, no podemos comenzar tratando a estas personas en el diván.

Mi texto se centra en el tratamiento psicoanalítico. Sin embargo, creo que un psicoterapeuta que solo pueda desarrollar psicoterapia breve en su consulta se sentirá mucho más capaz y cómodo en su trabajo si estudia los mapas internos de los pacientes.

J.M. Sunyer.- Usted describe los objetos vinculantes que en algunos casos de duelo y melancolía individual y social mantienen vivos los hechos pasados y ponen en peligro las posibilidades de restablecer una nueva forma de vivir. En las relaciones asistenciales individuales, el profesional suele sentir una forma de impotencia y rabia. ¿Qué podemos hacer ante este tipo de situaciones transferenciales y qué para hacer frente a los elementos contratransferenciales?

V. Volkan.- El texto de Freud Duelo y melancolía es el primer trabajo importante que tiene que ver con las relaciones de objeto. Las características del duelo dependen de lo que hace quien está en este proceso de duelo con las imágenes mentales de la persona o cosa que ha perdido. Freud asume que el proceso de duelo “normal” finaliza –es decir, que finalizan las relaciones internas del doliente– con las representaciones mentales del objeto perdido. Sugiero que, en tanto que el doliente vive, mantiene estas imágenes mentales de la persona o del objeto perdido. Por lo tanto, el proceso de duelo de una u otra forma, nunca acaba para nadie hasta que esta persona muere.

Algunas personas que no pueden realizar un proceso de duelo “normal” acaban siendo obviamente “afligidos permanentes”. Un objeto vinculante es algo que, escogido por alguien en este proceso, de forma inconsciente representa una base o punto de encuentro entre la imagen mental de la cosa o persona perdida y la imagen correspondiente del doliente. No todo recuerdo es un objeto vinculante: lo es en tanto que el afligido hace un uso “mágico” de él y lo utiliza como “instrumento” para posponer el trabajo de duelo. Por ejemplo, tras la muerte de su padre, un joven toma el reloj roto de su padre y lo guarda en un cajón de su escritorio. Para este joven, el reloj roto representa algo mágico. Comienza a estar preocupado por la reparación del reloj, pero nunca lo acaba de reparar. Tiene que preocuparse de dónde está este reloj y tiene que protegerlo. Durante el tratamiento psicoanalítico, este joven, algunos años después de la muerte de su padre, se da cuenta de que se ha convertido en un afligido permanente y que utiliza ese reloj roto como lugar de encuentro con la imagen de su padre. Al mantener guardado el reloj mantiene también retenido el proceso de duelo. De esta forma, el proceso ya no es un proceso interno: queda externalizado en las preocupaciones sobre el propio reloj. Tiene ilusiones: tanto de devolver a la vida a su padre a través del la reparación del reloj o de “matarlo” desechando el reloj. Pero no hace ninguna de las dos cosas y así permanece en un duelo permanente.

Las sociedades están en proceso de duelo en tanto que sus miembros comparten un trauma masivo y viven esa pérdida. Obviamente, el proceso de duelo de un grupo grande no hace referencia a que todos sus miembros lloren de forma abierta y hablen de sus pérdidas. Los grupos grandes manifiestan sus duelos de diferentes formas. Por ejemplo, construyen monumentos. Estos monumentos actúan con frecuencia, como retazos de objetos vinculantes para cientos o millones de personas. Las sociedades desarrollan lo que denomino “ideologías de la reivindicación” (algún día recuperaremos aquellas formas de pensar perdidas) tras un trauma masivo provocado por el “otro” que tiene otra identidad de grupo grande. Estas ideologías actúan como un fenómeno de vinculación. La dificultad de realizar un duelo o la carencia de habilidades para aceptar las pérdidas (personas, tierras, honores o prestigio) acaba entrelazando varios conflictos de los grupos grandes y las relaciones internacionales.

J.M. Sunyer.- Es lo mismo que sucede en las situaciones de los grupos grandes. Las personas activan los vínculos de su vida diaria con hechos del pasado, organizan actividades para rememorar situaciones que con frecuencia corresponden a hechos de cientos de años atrás, y buscan la forma de envenenar las relaciones actuales con sus vecinos para recuperar el hecho de que en algún momento de la vida del grupo grande alguien humilló a alguien. Probablemente, esto esté vinculado con la presencia de la agresividad en nuestra naturaleza humana. ¿Hay alguna alternativa para resolver estas situaciones?

V. Volkan.- El Centro para el estudio de la mente y la interacción humana (CSMHI) estuvo formado por personas de diferentes disciplinas: psicoanalistas, diplomáticos, politólogos, historiadores, etc. Desarrolló un método denominado “el modelo del árbol” para reunir a los representantes de grupos enfrentados y para conseguir, tras largos años de trabajo conjunto, la forma de encontrar la paz y la coexistencia entre ellos. Las raíces, el tronco y las ramas del árbol representan las tres fases de este modelo.

Durante la primera fase, que supone una serie de entrevistas basadas en el planteamiento psicoanalítico con personas de los dos grupos enfrentados y representantes de un amplio aspecto de estos grupos, el grupo de facilitadores empieza por una comprensión de los principales aspectos conscientes e inconscientes de las relaciones entre los dos grupos grandes enfrentados y del entorno o marco de la situación que debe ser reconducido.

Durante la segunda fase tienen lugar una serie de diálogos psicopolíticos entre los veinte o treinta representantes (legisladores, embajadores, miembros de los gobiernos, académicos de prestigio y otras figures públicas) de los dos grupos grandes opuestos bajo la dirección de un equipo de facilitadores desde una perspectiva psicoanalítica. Estos encuentros se desarrollan durante varios días y pueden prolongarse varios años. Hay sesiones plenarias en las que están todos, pero lo más importante del trabajo se realiza en grupos pequeños liderados por el equipo de facilitadores. Los participantes, que son representantes de esos grupos, se convierten en portavoces de sus grupos grandes tribales, étnicos, nacionales, religiosos o ideológicos.

Cuando dos grupos están en conflicto, el enemigo es obviamente real, pero también está fantaseado. Si los participantes pueden diferenciar sus peligros fantaseados de los hechos reales, las negociaciones hacia la paz acaban siendo reales. Los diálogos psicopolíticos acaban siendo procesos en los que se airean los agravios históricos; se busca la forma de articular las percepciones, los miedos y las actitudes y emergen los obstáculos psicológicos previamente ocultos que impiden la reconciliación o el cambio. El objetivo no es el de borrar las imágenes de los hechos históricos acontecidos ni las diferencias culturales y de identidad de los grupos grandes, sino que más bien se trata de desintoxicar la relación para que las diferencias no desemboquen en una reanudación de la violencia.

Los esfuerzos políticos y diplomáticos para encontrar una coexistencia pacífica entre enemigos provocan temor o ansiedad oculta y compartida y, por ende, obstáculos psicológicos compartidos para alcanzar las soluciones de paz que ponen en peligro las identidades existentes del grupo grande, a pesar de que en la población pueda aparecer un deseo de esos cambios. Como forma de abordar o tratar la ansiedad de los grupos grandes opuestos, el equipo de facilitadores pone el acento en dos principios básicos que gobiernan las interacciones ente los enemigos de un conflicto agudo:

1. Los dos grupos grandes enfrentados necesitan mantener sus identidades bien diferenciadas la una de la otra (el principio de la no similitud).

2. Los dos grupos opuestos precisan mantener una cierta ambigüedad psicológica en los límites que los diferencian. Si existe una frontera política entre los enemigos, esta se convierte en una frontera psicológica muy marcada.

Cuando un grupo grande está en posición regresiva, cualquier señal de similitud es percibida, por lo general de forma inconsciente, como inaceptable. Consecuentemente, las menores diferencias son elevadas al rango de gran importancia para proteger la no semejanza. El hecho de prestar atención a las diferencias entre los dos grupos grandes en conflicto, incluyendo en ellas las menores, hace que puedan ser vistas como una forma de apuntalar la frontera psicológica entre los dos grupos grandes. Esta diferenciación sirve de ayuda para reducir la ansiedad de cada grupo hasta que, cuando las líneas que marcan las diferencias psicológicas queden definidas, pueda mantenerse una clara distinción entre los dos grupos grandes, disminuya la ansiedad ante el temor de que la identidad de uno de los grupos quede diluida o perdida en la otra identidad. Este énfasis los diferencia, y facilita que la estrategia del equipo de otras muchas personas que buscan la pacificación o la insistencia de otros equipos que buscan la paz entre opuestos les exijan ser amistosos y que los enemigos deban “amarse” para alcanzar la paz.

A lo largo de los diálogos psicopolíticos, los participantes que provienen de grupos grandes opuestos pueden experimentar de forma súbita una cierta aproximación. Esta vivencia de cercanía es seguida por un súbito alejamiento y, posteriormente y de nuevo, un acercamiento –acercándose y posteriormente alejándose como un acordeón–, negando y aceptando los derivados de la agresión entre los participantes hacia el grupo grande “enemigo”, incluso cuando estos derivados estén ocultos y traten de proteger la identidad del grupo grande a partir de esta conducta. No se pueden lograr discusiones efectivas de los aspectos reales del mundo a menos que una de las partes acepte que siga “el juego del acordeón”, actuando de modo que el ir y venir de los sentimientos en relación con las identidades de los grupos grandes pueda ser reemplazado por otros más seguros.

Un objetivo crucial de los diálogos psicopolíticos es establecer un tiempo de dilatación entre los problemas más recientes y los que pertenecen a los del pasado, a los de los antepasados, a fin de que puedan establecerse unas negociaciones más realistas sobre los temas actuales. Para ello no podemos olvidar ni negar o desmentir los traumas de los ancestros, sino más bien entender y tratar de comprender cómo las representaciones mentales de dichos traumas han acabado siendo marcas de la identidad del grupo grande.

El equipo de facilitadores busca esparcir los insights adquiridos a la población general a través de programas concretos que puedan promover las estrategias de paz y coexistencia. Para conseguir que los insights alcanzados tengan un impacto sobre lo social y sobre la política, así como sobre la población, la fase final requiere del desarrollo mancomunado de acciones concretas, programas, cambios legales e institucionales. Lo que se aprende se torna operativo con el fin de poder alcanzar una coexistencia pacífica.

Cuando una sociedad está estresada, en especial cuando hay una amenaza por parte de otro grupo grande con una identidad diferente, una guerra o situaciones similares o terrorismo, la sociedad sufre una regresión. Los miembros de la misma comienzan a investir cada vez más los elementos narcisistas de su propia identidad como grupo grande. Mientras tanto, acaban viéndose metidos, sin darse cuenta de ello, en círculos de internalización y externalización. Como consecuencia del incremento de la necesidad de internalizar un objeto que aporte sostén a la identidad del grupo grande toman de forma rápida (y tragan) lo que el líder dice –muchas veces sin evaluarlo de forma realista y sin preocuparse de la integridad individual–. Al mismo tiempo comienzan a externalizar fácilmente, y cada vez más, sus aspectos personales que no les agradan en el “Otro”.

J.M. Sunyer.- En nuestra práctica clínica este tipo de conflicto aparece frecuentemente cuando un paciente percibe que el profesional es o puede ser parte de ese “otro” grupo. Es cierto que nosotros debemos ser capaces de aceptar determinado tipo de diferencia, pero cuando estas aparecen y guardan relación con el grupo de pertenencia, la tensión aparece en el marco de nuestro trabajo. ¿Cómo hacer frente a esta situación?

V. Volkan.- Esta es una cuestión muy interesante. En un mundo en el que las migraciones se han incrementado de forma tremenda, los psicoterapeutas atienden a más y más pacientes que provienen de diferentes culturas, que practican diferentes religiones y que disponen de muy diversos puntos de referencia. Es responsabilidad del terapeuta estudiar cuanto sea posible la cultura e historia del grupo grande al que pertenece el paciente. Es muy útil preguntar al paciente sobre algunos aspectos de tipo cultural o histórico cuando a lo largo de una sesión el profesional no entienda el alcance de alguna de las influencias que estos elementos han ejercido o ejercen sobre el paciente.

Hoy en día, la Asociación Internacional de Psicoanálisis (IPA) tiene varios comités encargados de establecer diversos institutos psicoanalíticos en países como Bulgaria, Corea del Sur, China o Turquía, en donde no hay una formación aprobada por la IPA. Los formadores y supervisores de otros países necesitan saber de los elementos culturales e históricos de las personas a quienes desean convertir en psicoanalistas o psicoterapeutas de orientación psicoanalítica.

J.M. Sunyer.- A menudo se considera que los políticos deberían incluir a los psicoanalistas y grupoanalistas en sus marcos de trabajo para que les ayuden a pensar y a prevenir los efectos paralizadores de las identificaciones proyectivas e introyectivas que les impiden pensar y les llevan a actuar. Sé que no es usted muy optimista, pero ¿existen posibilidades de ayudar a las personas que están en contextos grandes para que sean capaces de pensar antes de actuar?

V. Volkan.- Sé que hay numerosos políticos que han consultado con psicoanalistas y terapeutas grupales. Pero creo también que para los políticos no deja de ser un espejismo que para desarrollar sus obligaciones sea de menester disponer de un profundo conocimiento psicológico. Tienen otros objetivos; el principal de ellos es mantener sus posiciones de poder.

Lo mejor que pueden hacer aquellas personas que tienen una formación psicoanalítica es escribir sobre los aspectos nacionales y mundiales desde ese punto de vista y publicarlo. Hacer de este conocimiento algo asequible para el público. Si no lo hacemos nosotros, otros carentes de este estudio en profundidad –tanto de la psicología individual como de los grupos grandes– lo acabarán haciendo, lo que no será muy beneficioso.

En 2008 inauguré el “Internacional dialoge iniciative”, a través del que psicoanalistas, terapeutas grupales, diplomáticos, sociólogos y otros profesionales con diversas experiencias y de ocho países diferentes, se han venido encontrando cada seis meses y estudiando diversos aspectos mundiales. En estos momentos estamos desarrollando una web (www.internationaldialogueinitiative.com). Será uno de los instrumentos para examinar los asuntos mundiales desde un punto de vista psicodinámico y para hacer accesible esta información a cualquier persona interesada.

J.M. Sunyer.- Muchos sabemos que ha sido propuesto en diversas ocasiones para el premio Nobel de la Paz. Este premio no deja de ser un reconocimiento a los esfuerzos realizados a lo largo de toda una vida profesional.

V. Volkan.- Sí. Fui propuesto para el Nobel de la Paz a mediados de los años 2000 y con el apoyo de cartas procedentes de 27 países. En el año 2014 muchos amigos desean llamar la atención al Comité del premio Nobel de la Paz sobre la importancia de estudiar la naturaleza humana para encontrar soluciones para muchos de los conflictos internacionales, especialmente aquellos de naturaleza crónica que han acabado quedando articulados con aspectos de la identidad de los grupos grandes. En consecuencia, me han propuesto de nuevo para este premio. Sé que he obtenido el apoyo de muchas cartas provenientes de diferentes países.

J.M. Sunyer.- En 2013 se publicó en Barcelona un libro en el que se recogen una serie de conferencias que ha dado en los últimos años en relación con los conflictos entre los grupos grandes. Sabemos que hay varios artículos que también han sido publicados en Teoría y práctica grupoanalítica, así como en la Revista de la Asociación de Psicoterapia Analítica Grupal, y creo que en otra revista de Filosofía. Leyéndolos podemos descubrir que palabras como “objetos vinculantes”, “lugares calientes”, “traumas escogidos”, “transmisión transgeneracional”, “trauma” y “reservorio” son utilizadas por usted en las explicaciones sobre la construcción de la identidad y las dificultades de resolver las pérdidas. En mi opinión, pueden ser utilizadas tanto en términos de psicología individual como colectiva. ¿Considera que ambas psicologías, la individual y la colectiva, son similares?

V. Volkan.- Estoy agradecido por la traducción de mi libro al castellano. Hay ecos de la psicología individual y de la de los grupos grandes que son compartidos por decenas, cientos o miles de millones de personas, pero los grupos grandes no tienen un cerebro para pensar o dos ojos que lloren. Las multitudes de personas que constituyen un grupo grande comparten un viaje o un proceso como el de los duelos complicados tras pérdidas compartidas a manos del “otro”. Estas experiencias acaban sosteniendo procesos sociales, culturales, políticos o ideológicos que son específicos de los grupos grandes cuando los estudiamos. El hecho de considerar la psicología de los grupos grandes en sí misma significa formular hipótesis que abarquen las experiencias psicológicas conscientes e inconscientes compartidas y motivaciones que inician procesos sociales, culturales, políticos o ideológicos específicos que influyen en los aspectos internos y externos de este grupo grande.

Hay una belleza en la diversidad humana y la mayoría de las personas puede disfrutar de su diversidad cuando no están preocupadas por las presiones y ansiedades asociadas a la reparación y mantenimiento de la identidad de su grupo grande. El reconocimiento de la belleza de la diversidad conlleva, sin embargo, una gran capacidad para trabajar cuando aparecen tensiones entre los grupos grandes.

Deseo que los psicoanalistas, grupoanalistas y los clínicos que tienen una orientación psicoanalítica, puedan continuar desarrollando la psicología del grupo grande por sí misma; que participen en iniciativas interdisciplinares y aporten información sobre la identidad del grupo grande y otros aspectos relacionados con ella; que puedan ser utilizados por diplomáticos y otras autoridades y que realicen esfuerzos para el bienestar de los grupos grandes.

J.M. Sunyer.- Muchas gracias, Dr. Volkan, por su colaboración. Espero que nuestros lectores puedan apreciar su enorme esfuerzo, no solo en la ayuda a poblaciones que están viviendo conflictos muchas veces activados por intereses políticos, sino también el esfuerzo conceptualizador en torno a eso que denominamos grupos grandes.

 

José Miguel Sunyer Martín

Dr. en Psicología por la Universidad Autónoma de Barcelona, Psicólogo clínico especialista, profesor de la Facultad de Psicología de la URL, Patrono de la Fundación OMIE, Grupoanalista y miembro del Comité directivo de la European Group Analytic Institutions Network, Presidente de Iniciativas Grupales y editor.

Dirección de contacto: grupoanálisis@grupoanalisis.com

 


[1] Traducción revisada por Cristina Grau, y estilo revisado por Salomé Massaguer.