Introducción
En los últimos decenios estamos viviendo profundas y aceleradas trasformaciones de la familia y de las formas de influencia de la familia en el desarrollo de los individuos. Tal vez incluso podría hablarse de una “familia líquida” propia de la tardomodernidad. Porque, a pesar de que se hubiera decretado, a mediados del pasado siglo, su “definitiva muerte”, la institución familiar, o, mejor dicho, alguna forma de de institución familiar, parece que está recibiendo una valoración en aumento. De hecho, se está convirtiendo de nuevo en un centro de la disputa ideológica, tanto por aspectos religiosos y morales como, más allá, en tanto que ámbito clave para replantearse el futuro de la sociabilidad para la especie (y hay que tener en cuenta que hoy “sociabilidad” significa, ante todo, “mentalización”).
Y todo ello, se entienda la familia desde una perspectiva más jurídico-normativa (“la cohabitación y la cooperación socialmente reconocidas de una pareja con sus hijos”), en la perspectiva de T. Lidz (“Una institución social y biológicamente necesaria, que sirve de mediadora entre los objetivos biológicos y culturales de la formación de la personalidad”) o en una forma más aggiornada, tardomoderna, que tendería a entender como familia a todo grupo que se considere como tal a condición de que comprenda una representación de al menos dos generaciones unidas por la filiación… En la definición más amplia, incluso podríamos entender que familia es todo grupo humano que se considere como tal y proteja, a algún nivel, el desarrollo psicobiológico y social de sus miembros. Y no hay que olvidar que, detrás de esas perspectivas, se hallan asimismo diversos matices ideológicos, diferenciados entre los que proponen volver a formas más tradicionales de familia y los que postulan que las funciones biopsicosociales de la familia pueden seguirse realizando en nuevos modelos de familias.
A mi entender, para la teoría, las técnicas y las prácticas psicoanalíticas es hoy de fundamental importancia tener en cuenta esos cambios y variaciones. ¿Cómo repercuten sobre las representaciones mentales de la familia en tanto que “objeto interno nuclear”? ¿Cómo repercuten sobre los objetos internos madre, padre, sujeto –que siempre parte del reconocimiento del primero objeto–, normas familiares y sociales o superyó? Y si a eso se le añade la crisis social reciente (en muchos aspectos, una auténtica regresión social), que promueve sobre esas configuraciones familiares con presiones y variaciones contradictorias, pero importantes, y parece que lo va a hacer durante años, tendríamos que hacernos otra vez las mismas preguntas: ¿Cómo repercute la crisis social sobre la propia familia en tanto que “objeto interno nuclear”? ¿Cómo repercute en los objetos internos dominantes del padre, madre, relación triangular, sujeto, súper-yo, etc., etc., etc.?
Ni siquiera estamos seguros de cómo está repercutiendo y repercutirá esa crisis social en la preponderancia de un tipo u otro de familia (y eso por solo hablar de los países “del norte del planeta”). Pero es que, además, ¿cómo están repercutiendo en el “self parental” de cada uno de nosotros tanto esos cambios familiares así como los cambios sociales, políticos y económicos que nos está tocando vivir por el imperio de la crisis sociopolítica? Eso significa, por ejemplo, preguntarse acerca de cómo están repercutiendo esas circunstancias sociopolíticas en nuestra capacidad psicológica de ser padres y madres, suponga eso lo que suponga. ¿Cómo repercuten en nuestras capacidades parentales, se observen como se observen, y, por lo tanto, en el “objeto interno” mar-parentalidad? Y el cuadro puede observarse con mayor complejidad aún si tenemos en cuenta las grandes diferencias internas con las que se estaba viviendo la marentalidad y la parentalidad ya anteriormente, con solo valorar la revolucionaria desvinculación del amor y la relación sexual con respecto a la reproducción, un logro relativamente reciente en la humanidad (Tabla 1).
¿Cómo se expresan esas aceleradas transformaciones en nuestras vivencias, en la clínica psico(pato)lógica y en las relaciones asistenciales de diverso tipo? Y ¿qué futuro y qué repercusiones tendrán esos cambios sobre nuestras teorías, sobre nuestras técnicas y sobre la organización social? ¿Qué cambios introducen en las vivencias de la maternidad y la paternidad en nuestras sociedades “líquidas” tardomodernas?
Sociedad “líquida” y mar/ parentalidad
Indudablemente, las agudas observaciones de Zymut Bauman acerca de la “liquidez” de nuestra sociedad, y sus consecuencias de “vida líquida”, “amor líquido”, “miedo líquido” y demás licuefacciones, han tenido éxito y han calado tanto en nuestras perspectivas ideológicas y filosóficas como en las aproximaciones sociológicas y técnico-psicológicas. Sus descripciones responden a una situación real de acelerados cambios en todas las facetas de la vida humana en nuestras sociedades occidentales, cada vez más representativas del mundo global. Describen una situación en la cual valores, normas, ritos y formas de relación no llegan casi a introyectarse suficientemente debido a que cambian a tal velocidad que el esfuerzo por retenerlas no vale la pena y es mejor dejarse arrastrar por “el río que nos lleva”, en este caso no ejemplificador del “río de la vida”, como en Sampedro (1961), sino del río de los cambios impuestos y no introyectados o elaborados mínimamente por los sujetos; por un self a un tiempo “sobresaturado” y en trance de disolución de nuestros días (Bauman, 2007; Béjar, 2007; Coderch, 2007, 2010).
Recordemos que, para Bauman (2006, 2007) la sociedad “moderna líquida” (en realidad, “tardomoderna”) “es aquella en la que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en unas rutinas determinantes. La liquidez de la vida y de la sociedad se alimentan y se refuerzan mutuamente. La vida líquida, como la sociedad moderna líquida, no puede mantener su forma ni su rumbo durante mucho tiempo”. “En una sociedad moderna líquida, los logros individuales no pueden solidificarse en bienes duraderos porque los activos se convierten en pasivos y las capacidades en discapacidades en un abrir y cerrar de ojos (…). De ahí que haya dejado de ser aconsejable aprender de la experiencia para confiarse a estrategias y movimientos tácticos que fueron empleados con éxito en el pasado (…). La extrapolación de hechos del pasado con el objeto de predecir tendencias futuras no deja de ser una práctica cada vez más arriesgada y, con demasiada frecuencia, engañosa. (…) Lo que se enfatiza en todo momento es el olvidar, el borrar, el dejar y el reemplazar….”
Esas tendencias que Bauman describe en nuestra sociedad, con ser reales, no tiene por qué ser ideales. Ahora bien, de momento, parece que se están desarrollando e infiltran diversos ámbitos de nuestro mundo, dando lugar al miedo líquido que decía el pensador polaco (que yo prefiero describir como la de-simbolización del miedo y la de-sublimación de la agresión intra-específica), a la vida líquida, a las múltiples morales líquidas, al amor líquido y, por supuesto, a la “familia líquida” de nuestros días…[2]
Y si la familia ha entrado en ese proceso, es evidente que, tarde o temprano, la base psicológica profunda para formar familias se verá afectada por el mismo: por eso hablo de “parentalidad líquida”, algo bien visible en la práctica de la promoción de la salud mental de la infancia y la prevención de sus trastornos en nuestros días, trabajo que es fundamental para dispositivos profesionales tan variados como los CSMIJ, CDIAP, EAIA, EAP[3], colectivos de enseñantes, colectivos de educación especial y educación temprana, pediatras, médicos “de familia” ( a los cuales probablemente en su formación no les han dicho ni una palabra sobre estos temas “de familia”), servicios sociales de base, servicios sociales de la infancia… Si el futuro de “decrecimiento industrial sostenible”, que creo que debería darse en los países tecnológicos en los próximos años, ha de ir unido al “crecimiento de los trabajos social y personalmente sostenibles”, los temas familiares y con respecto a la marentalidad y parentalidad[4] van a ser cruciales en ellos.
Partiendo pues del carácter metafórico y algo hiperbólico de esas afirmaciones de moda, no deja de ser cierto que Bauman ha sabido llamar la atención con ellas no solo a la realidad de los cambios acelerados de nuestro mundo, que hacen que en los últimos cincuenta años tecnológicamente la humanidad haya avanzado tanto como en toda su historia anterior, sino en las consecuencias de dicha imparable aceleración sobre la organización de nuestra sociedad, nuestras relaciones, nuestro self o sentido del sujeto…
Como veíamos, un ámbito en el cual todo esto es innegable es el ámbito de la organización familiar y, por lo tanto, el ámbito en el cual se van a gestar , desarrollar y aplicar las vivencias de la marentalidad y la parentalidad de nuestros días, los “objetos internos” o “esquemas básicos” en los cuales apoyamos las capacidades paternas y maternas… Y, por último, si pensamos que están afectados por esta situación los “objetos internos nucleares”, ¿cómo no va a afectarse el sujeto y el sentido de sujeto, uno de cuyos elementos clave es la relación con la trascendencia, con la “creatividad-generatividad” y, por lo tanto, con la marparentalidad? Por ejemplo, Bauman plantea que en la modernidad líquida las identidades son semejantes a una costra volcánica que se endurece, vuelve a fundirse y cambia constantemente de forma. Parecen estables desde un punto de vista externo, pero que al ser contempladas de cerca y con cuidado aparece la fragilidad y el desgarro constante, de forma tal que uno de los pocos valores hétero-referenciados de la “postmodernidad líquida” será la necesidad de hacerse con una identidad flexible y versátil que haga frente a las distintas mutaciones que el sujeto ha de enfrentar a lo largo de su vida.
Algunas cifras y datos desestabilizadores
La primera vez que se produce un engaño, la culpa es del que engaña;
la segunda vez, del que se deja engañar.
(Proverbio árabe)
Por poner tan sólo simples muestras, utilizaré unos datos que hace años vengo glosando (Tabla 1), procedentes de un trabajo de Nogués (1995) y les añadiré otra serie de datos que recojo de los trabajos del Programa de Actividades Preventivas y Promoción de la Salud Mental (PAPPS) de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunidad (2007, 2009, 2013).
Como muestran las Tablas 1 y 4, en la sociedad actual la familia nuclear tradicional, la familia estudiada por Sigmund Freud y por gran parte del psicoanálisis, ha perdido peso de forma importante y, tal vez, definitiva. Otras formas de familia la van sustituyendo cada vez más. Creo que, como técnicos de la salud mental y el psicoanálisis, nos interesa hoy y aquí tener en cuenta al menos tres de estas formas en crecimiento exponencial: la monoparentalidad, las “familias mosaico” y las familias con adopciones. Una cuarta forma o estilo de familia, que sería necesario tener en cuenta en países como el nuestro, es la que ha sufrido una migración de las más frecuentes hoy en día, la “migración extracomunitaria”, con todo el cortejo de multiculturalidad, no elaboración del duelo migratorio y posible “síndrome de Ulises” (Atxotegi, 2011) que la acompaña, y que está más que demostrado que afecta directamente al futuro de la salud (mental) de los hijos y nietos (Tizón et al. 1986; Veling et al., 2011). Pero como, salvo en este apartado, vamos a centrarnos en el mundo interno, en el objeto interno “parentalidad”, podemos considerar que esta familia, desde nuestra perspectiva, va a vivir, expresar y engendrar la parentalidad según alguno de los modos de organización externos a los cuales aludíamos: monoparentalidad, mosaico y /o mar-parentalidad sustitutiva.
Para ayudar a hacernos una idea de cómo es y cómo va evolucionando la familia en nuestras sociedades, hemos de partir de algún tipo de análisis sociológico. Y uno bastante aséptico y pragmático es el que el Instituto Catalán de Estadística (IDEScat, 2013) proporciona sobre el tipo de núcleos vivenciales y “hogares” que se dan en la Barcelona contemporánea: En una clasificación abreviada, éstos quedan distribuidos en hogares unipersonales, sin núcleo, nucleares simples (parejas sin hijos, parejas con hijos, madres con hijos, padres con hijos), nucleares extensos, parejas sin hijos con otros convivientes, parejas con hijos y otros convivientes (alquilados y realquilados, por ejemplo), madre con hijos y otros, padre con hijos y otros, y “hogares múltiples”… Y los porcentajes, como muestran las Tablas 2 y 3, no van a favor de la “familia nuclear con hijos”. Podemos decir que ese modelo de “familia” u “hogar” ya es minoritario en Barcelona y tal vez en España. Además, su porcentaje relativo va disminuyendo. Todo eso significa que los niños se crían y desarrollan (y que los padres y madres ejercen sus capacidades mar-parentales), en circunstancias de convivencia claramente diferentes de las estudiadas por el psicoanálisis inicial.
Datos ilustrativos de lo que venimos diciendo, además de los aportados por las Tablas 2 y 3, hacen pensar que en Catalunya, aún sin acabar los procesos de migraciones extra e intracomunitarios sobrevenidos en esa comunidad autónoma (y en otras muchas en España), había llegado en el 2007 a la siguiente situación: los hogares unipersonales eran el 19’5 % , el 28 % de los hogares (o “familias”) eran de parejas sin hijos, el 39’2 % de parejas con hijos, el 7’4 % de monomarentales, el 1’3 % de monoparentales y el 1’5 con dos núcleos familiares o más (Son las cifras de la estadística, probablemente superadas por la realidad, y aún más en el 2013).
Otro conjunto de datos los hemos resumido recientemente dentro de los trabajos del PAPPS (Programa de Actividades Preventivas y de Promoción de la Salud Mental de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunidad (Buitrago 1997, 2013)). Voy a utilizarlos casi directamente, tomándolos de la excelente revisión sobre el tema de Francisco Buitrago (2013).
Algunos ejemplos: La tasa de nupcialidad (número de personas casadas por 1000 habitantes) ha pasado de 14,36 en 1976 a 7,01 en 2011, o expresado de otra manera, la tasa bruta de nupcialidad (número de matrimonios por 1000 habitantes) ha caído de 7,2 a 3,5. El 2,17% de los matrimonios celebrados en 2011 lo fueron entre personas del mismo sexo. En 2009, el 56,4% de los matrimonios acabaron en divorcio frente al 18,9% de divorcios habidos en 2001. En el 81,7% de las disoluciones matrimoniales se asignó la custodia de los hijos a la madre y en el 5,3% de casos al padre, porcentaje en crecimiento en los últimos años. En cuanto a nacimientos y estado civil de la madre en 1975 el 98,0% de las mujeres que tuvieron un hijo estaban casadas, porcentaje que bajó al 87,6% en 1997 y al 62,7% en 2011. En 2012 la tasa bruta de natalidad bajó a 9,7 nacimientos por 1000 habitantes, el número medio de hijos por mujer fue de 1,28 y la edad media a la maternidad fue de 31,6 años en nuestro país (32,1 años en mujeres españolas y 28,9 años en mujeres extranjeras, es decir, inmigradas).
También en 2012, y según datos de EUROSTAT (2012), el 35,5% de los nacidos en nuestro país son hijos de madres no casadas, un dato que, por sí mismo, habla de la rápida disolución de las normas morales y sociales anteriores en nuestra sociedad. Eso sin contar que en España en 2011 se produjeron 118.359 interrupciones voluntarias del embarazo, de las que 14.586 se realizaron en mujeres de menos de 20 años y 40.781, en mujeres de menos de 25.
Añádase el dato relevante de que en 2008 hubo un total de 11.000 embarazos en adolescentes en nuestro país, situación que en un elevado porcentaje de casos acaba en la formación de una familia monomarental de madre soltera. Además del riesgo de acabar en familias monoparentales, el embarazo en adolescentes añade los propios de esta situación, con mayores tasas de prematuridad, bajo peso en sus hijos y conflictos psicosociales, lo que puede predecir peores niveles de salud y desarrollo biopsicosocial. Por otra parte, este tipo de monomarentalidad implicará, más adelante, una casi segura “familia en mosaico”, con su correspondiente aplicación y generación en los hijos de una mar-parentalidad “en mosaico”, mucho más “líquida” que las marentalidades y parentalidades de épocas anteriores.
En cuanto a mono-mar-parentalidad (Tabla 5), en la España de 2012, el total de familias monoparentales representaba cerca del 10% del total de hogares y el 14,6% del total de hogares con hijos menores, frente al 6% que suponían en 1981, lo que significa un incremento del 67% en ese período. En Cataluña más del 13% de adolescentes de entre doce y dieciséis años viven en un hogar monoparental y en Francia, Canadá y Estados Unidos, en los años 2005 y 2006, el 14%, 18% y 24%, de los niños y niñas de 11 a 15 años de edad, respectivamente, vivían con uno solo de sus padres. A finales de 2011 existían 548.600 familias monoparentales en España, de las que el 52,4% correspondían a hogares monoparentales formados por padres separados o divorciados, un 26,3% por padres solteros, un 11,8% por casados y un 9,5% por viudos. El 88,7% del total de las familias monoparentales (es decir unas 486.400 familias) correspondían a familias con una mujer como persona de referencia, de manera que prácticamente 9 de cada 10 familias monoparentales en España tiene por cabeza de familia a una mujer (¿habría que hablar pues de familias monomarentales en vez de familias mono-parentales?): El hecho es que tales cifras indican un incremento del 78% de familias monomarentales frente a las 273.000 familias registradas en 2002.
El 53,5% de esas familias que tienen como responsable a una mujer, están formadas por madres separadas o divorciadas, un 27,1% por madres solteras, un 10,9% por casadas y un 8,5% por viudas. También en el colectivo de familias monoparentales encabezadas por una persona soltera, no emparejada legalmente, el 90,7% lo están por una madre soltera. Esta categoría de madres solteras es la que, dentro de las familias monoparentales, ha experimentado un mayor crecimiento en la última década, con un incremento del 299%, pasando de 33.000 en 2002 a las 131.800 a finales de 2011.
Los “acompañantes de la monoparentalidad” son bastante conocidos: En la mayoría de los países, las familias monoparentales tienen mayor riesgo de pobreza y de dificultades sociales que los núcleos bi-parentales. En España, en 2008, según la Encuesta de Condiciones de Vida, la tasa de riesgo de pobreza era de un 36,7% en los hogares compuestos por un adulto y al menos un hijo dependiente, frente a una tasa del 19,5% para el conjunto de los hogares.
La estructura más habitual de la familia monoparental en España es la que se compone de una madre de entre 36 y 45 años de edad (42,4%) o de entre 26 a 35 años (27,3%) y un solo hijo económicamente dependiente (60% de los casos), seguido de un 24,6% con dos hijos dependientes. El 19,4% de las madres separadas o divorciadas y el 27,8% de las madres solteras responsables de estos hogares estaban en situación de paro laboral en 2012 y un 89% de las madres solteras declaraba sentirse continuamente discriminada en los procesos de selección de empleo por este motivo. Además, dado que la mayoría de los núcleos monoparentales están encabezados por mujeres, es mayor la probabilidad del pareo, de un trabajo peor retribuido o a tiempo parcial. La monoparentalidad suele conllevar más dificultades para hacer compatibles horarios de trabajo y atención de los menores, y la mayoría de las mujeres que trabajan lo hacen en el sector servicios (45,5%), a jornada parcial (58%), siendo el puesto más habitual el de auxiliar administrativa (27%) y teleoperadora (22%) (Fundación Adecco, 2012).
El asunto ha adquirido tal importancia que incluso los gobiernos de la derecha más conservadora y recortadora, como el español o el gobierno autonómico catalán, han de tenerlo en cuenta en sus presupuestos: En el ámbito del estado, con de la Ley 39/2010 de 22 de diciembre de los presupuestos generales del Estado, se equiparó a las familias monoparentales, formadas por 2 o más hijos menores de 21 años (o de 26 si continúan estudiando), con las familias numerosas. Se hallan, por tanto, sujetas a las mismas ventajas y beneficios de éstas, en un intento de mitigar la situación socioeconómica de mayor vulnerabilidad que suele conllevar la monoparentalidad.
También conviene diferenciar entre ruptura conyugal y ruptura parental a la hora de interpretar los resultados de los estudios que analizan repercusiones de la monoparentalidad en el bienestar de los hijos. Desde el punto de vista sociológico, la ruptura parental se refiere a la ruptura y abandono de la responsabilidad parental compartida entre madre y padre y a la aparición por tanto de la figura de un padre o madre ausentes. Por lo tanto el término de padre ausente no puede aplicarse de manera generalizada a todos los padres no residentes, puesto que desde un punto de vista relacional y psicodinámico solo cabe asignar el calificativo de ausente al padre biológico que ha desaparecido completamente de la escena de vida de sus hijos, lo cual puede suponer importantes problemas y conflictos para el grupo familiar y, en particular, para el desarrollo y mentalización de los hijos. Sin embargo, a los 2-3 años de consumado el divorcio, el 20-25% de los padres divorciados o separados no residentes no ve nunca a sus hijos, es decir que una fracción cercana a un tercio de los padres no residentes son, en realidad, padres que desaparecen de la escena familiar de hijos e hijas (padres ausentes).
Las madres solteras por elección (MSPE) son otro grupo de importancia creciente dentro del colectivo de madres solteras (Tabla 5). Los estudios sociológicos no pueden diferenciar entre las personas que no pueden tener pareja para tener hijos y las que prefieren no tener pareja y sí tener hijos, una diferenciación clave, pues este último grupo puede incluir muchas de las parentalidades “narcisistas” (Manzano et al., 2002; Nanzer et al., 2012), con mayor riesgo para la diada. En cualquier caso, con el acrónimo MSPE estamos hablando de mujeres (u hombres) que adoptan libremente la decisión de asumir una maternidad o paternidad y formar una familia monoparental. En el caso de las madres solteras el hijo puede tenerse a través de técnicas de reproducción asistida (el 2,7% de las mujeres que acuden a programas de reproducción asistida no tienen pareja), mediante un “donante conocido”, o bien a través de la adopción internacional. En el caso de los hombres solteros, ese paso se efectúa a través de la adopción internacional, del acogimiento permanente o de madres subrogadas (“madres de alquiler”). El grupo de MSPE lo forman mayoritariamente mujeres mayores de 35 años, con estudios universitarios, trabajadoras cualificadas, con solvencia económica y que viven solas con sus hijos, habitualmente uno.
En cuanto a la orfandad y los duelos en la génesis de la mar-parentalidad, al menos hay que considerar la influencia de la institucionalización y de las pérdidas y deulos por muerte del padre o la madre (Varese et al., 2012). La muerte de uno de los padres implica la pérdida de un vínculo único y especial en la vida de cada persona, y es uno de los acontecimientos vitales más estresantes que puede sufrir un niño o un adolescente (Tizón et al, 2009; Tizón, 2004, 2013), aunque sus consecuencias hasta hace poco no habían sido investigadas de forma sistemática y rigurosa (Varese et al., 2012). A nivel mundial se estima que un 4% de los niños pierden un padre antes de los 15 años, mientras que en los USA, un 3,5% de los menores de 18 años ha sufrido la muerte de uno de sus padres.
En nuestra sociedad actual, la convivencia de las tres generaciones (padres, abuelos y nietos) en un mismo hogar es hoy poco común, pero la convivencia dentro del mismo domicilio tampoco es un requisito imprescindible para que los abuelos se hagan cargo de los nietos. Según datos publicados recientemente, en España uno de cada cuatro abuelos atiende a sus nietos. Es una dedicación que, al menos hasta la crisis política lanzada por los poderes transnacionales a partir del 2008, era decreciente en nuestro país. Sin embargo, los abuelos que sí cuidan a los nietos, ya entonces lo hacían más horas que la media europea: en España les dedican una media de siete horas al día, dos horas más que la media Europea (Conde y Rebollo, 2008, Mari-Klose et al, 2010).
Además, a todo lo resumido anteriormente añadámosle el hecho ya mencionado de las diversas procedencias etno-culturales de las diversas familias y/o miembros de las mismas, y el hecho en sí mismo “líquido” de que una familia puede comenzar como nuclear (madre-padre-hijo) o monoparental (madre-hijo) para luego convertirse o pasar a una diferente tras el divorcio o, frecuentemente, a una familia mosaico, en la que cada uno de los cónyuges aporta su descendencia, o en la que alguno de ellos es sustituido con cierta frecuencia por las parejas cambiantes del padre o la madre… Y añadiéndole además las familias de acogida, de adopción, los núcleos “mono” de nuestra sociedad que ocasionalmente se convierten en familia nuclear o incluso en mosaico, para volverse a deshacer más tarde (Tabla 4).
¿Se sienten ustedes mareados con tantos datos, tantas cifras y tantos cambios? Pues eso nos permite conectar también emocionalmente con los desvaríos que tales situaciones están produciendo en todos nosotros como clínicos y, mucho más, en los niños y adultos sometidos a tal cúmulo de situaciones. Como creo que la identificación proyectiva existe, uso esa comunicación directa de confusión, desorientación y, posiblemente hastío, para que podamos empatizar (emocionalmente) con lo que está viviendo la infancia en esas situaciones y, a menudo, vivimos hoy los clínicos interesados por la infancia y su psico(pato)logía del desarrollo. He ahí una buena muestra de las capacidades comunicativas de la identificación proyectiva cuando no se vuelca en la “desidentificación mediante la proyección”.
Un ejemplo de la desorientación que tales cambios están produciendo a nivel de nuestros “objetos internos” y de sus consecuencias últimas, la normas sociales de nuestras sociedades, ha sido señalado con agudeza por uno de nuestros mejores comunicadores, Iñaki Gabilondo (2013). Con su trabajo titulado “13,14,16, el lío de las edades” describía cómo hoy en día, en la sociedad española, con el intento del gobierno de elevar la edad para el “consentimiento sexual” desde los 13 a los 16 años, ha salido a la luz una serie de graves incongruencias normativas y sociales: son las incongruencias que ponen de manifiesto esa desintegración de las normas tradicionales aún no sustituidas por normas mínimamente organizadas y estables, uno de los definidores de la “sociedad líquida”.
Por ejemplo, en nuestro país, hasta los 12 años, un niño o una niña necesitan un asiento especial para poder viajar en un coche, mientras que un año más tarde ya tiene la edad de alcanzar el consentimiento sexual, pero aún no puede legalmente abrir una cuenta de Twiter o de Facebook. A los 14 años, puede casarse y hasta hacer testamento, pero no está autorizado a viajar como acompañante en una moto. A los 16, puede ser considerado “adolescente maduro” y, por lo tanto, alcanzar la “mayoría de edad sanitaria”, con todas sus consecuencias, entre ellas, tener hijos legalmente; pero no puede hacerse un tatuaje, abrir una cuenta corriente, ni votar… En definitiva, la pregunta es, ¿Cuándo un niño deja de ser niño y cuando pensar que puede ser padre y siente que puede ser padre? Y eso sin entrar a considerar la combinatoria de cambios y exigencias epigenéticos que se dan precisamente en esas edades, la pubertad y adolescencia, que en otro lugar, siguiendo a Luis Feduchi (1977, 2012), he definido como “las seis tareas y los cinco duelos en los cuatro mundos” (Tizón 2007, 2013).
Marparentalidad y desarrollo epigenético
Espero haber mostrado con suficiente crudeza lo difícil que es re-centrarse como psicoanalistas en estos temas, y cómo, sin embargo, esos cambios afectan al núcleo de muchos de nuestros conceptos y, entre ellos, a los de “parentalidad” y “maternidad”, “funciones parentales”, “formas de familia” y “crianza”. Por eso me limitaré aquí a proponerles cinco esquemas o puntos de partida que yo utilizo en estos temas, tanto para el planteamiento teórico (Tizón, 2007, 2011, 2012, 2013), como para el planteamiento pragmático, de ayuda a la promoción de la salud mental (Generalitat de Catalunya 2009; Tizón et al. 1997, 2013; Tizón et al. 2000, 2004, 2007, 2014…). Me refiero a los modelos de Erikson (1963) basados en su diagrama epigenético, al esquema meltzeriano de los tipos de familia (Meltzer et al. 1989), al esquema sobre los tipos de parentalidad de Manzano, Palacio y Nanzer (2001, 2002, 2012), y a mis esquemas sobre las organizaciones para la relación y las funciones familiares en la sociedad contemporánea (Tizón 2007, 2011, 2013, 2013, 2014).
Entrando directamente en el tema, y dadas las limitaciones con las cuales me veo obligado a escribir estas líneas, voy a utilizar un concepto de marentalidad y parentalidad provisionales, en mi sentir aún no demasiado aquilatados. Pero si les puede valer para pensar, asumo los errores o inexactitudes de los mismos. En resumen: creo que, desde el punto de vista psicoanalítico, hemos de entender la marentalidad y la parentalidad como objetos internos, aún nucleares en el ser humano actual, representativos de los deseos, fantasías (fundamentalmente inconscientes) y capacidades de ser madre o padre y de lo que eso significa en la propia vida y en la comunidad de pertenencia. Un objeto interno que, cómo no, es fundamentalmente inconsciente, pero que va cargado de todo tipo de cogniciones conscientes, en ocasiones aún más irrealistas que las inconscientes, acerca de qué es bueno, malo y necesario para cumplir con las tareas y exigencias de tal “mandato interno”.
De entrada, es evidente para todos que la marparentalidad posee unas bases corporales, somáticas, con gran peso de lo genético en ellas. Al fin y al cabo, venimos pre-programados para ser madres o padres, tanto a nivel genético celular como a nivel corporal (hormonal, músculo-esquelético, visceral, endocrino, cerebral…). Todo ello da pie a que en los esquemas básicos del self (y, entre ellos, en el “self corporal”, la “identidad corporal mental”) la marentalidad y la parentalidad han de jugar un papel importante. Y me refiero en este momento a una marentalidad y parentalidad primarias, fundamentadas en fantasías inconscientes asentadas sobre el cuerpo y la vivencia del cuerpo y la familia a lo largo del desarrollo, pero también fundamentadas en los engramas grabados en los otros tipos de memorias corporales, los neuroendocrino-inmunitarios, amén de los genéticos (Feder et al., 2009). Por ello podríamos hablar de una marparentalidad primaria, genéticamente pre-programada, de una marparentalidad primaria epigenética, en la cual esas bases genéticas interactúan con las relaciones, tanto tempranas como adolescentes, y de una marparentalidad secundaria, referida al (y desarrollada por) el hijo ya engendrado, por nacer y nacido.
Para describir someramente los avatares epigenéticos de la marparentalidad, me apoyaré de entrada en uno de los esquemas y modelos que antes citaba y que, no por ser de origen psicoanalítico, es demasiado conocido en nuestros medios. Me refiero al diagrama epigenético de Erik Erikson (1963). Porque esa es otra de las ideas fundamentales de las que parto en este tema: de que la mar-parentalidad tiene su asiento en las “fantasías inconscientes” o “sentimientos básicos” (en el sentido de Erikson, 1963) de identidad, genitalidad, intimidad y generatividad. Digamos unas palabras acerca de cada uno de esos términos.
En efecto, creo que la capacidad mental de engendrar y cuidar un hijo, tiene mucho que ver con el esquema del desarrollo epigenético según Erikson (1963) (Tabla 6) y, en particular, con la elaboración de al menos las tres siguientes transiciones psicosociales (en el mundo interno, en el mundo del microgrupo y en las relaciones sociales): 1) La pubertad y adolescencia, con su tarea básica del logro de una identidad en medio de los conflictos de organización del self y la identidad versus su difusión o incluso su des-integración. 2) La primera adultez, que lleva al logro de la intimidad y la vinculación adultas en conflicto con tendencias a diversas formas de aislamiento. 3) La edad adulta, marcada por el logro o no de la generatividad-creatividad (por ejemplo, a través de los hijos) y por la alternativa de generatividad versus estancamiento (en el desarrollo vital, para el cual, la adolescencia de los hijos representa una prueba importante, casi el “máster de la vida”).
Se entiende pues que hayamos de entender la mar-parentalidad como un objeto interno o una “constelación de objetos internos” integrados y complejos que implica, sobre todo y ante todo, que nosotros mismos y la familia de origen no hayamos fracasado de forma grave en las primeras transiciones psicosociales: en la elaboración de las separaciones del nacimiento y el destete, en el establecimiento del primer “objeto” y, por tanto, de las primeras posiciones “reparatorias”. Que nosotros y nuestra “familia” (sea ésta como sea) no fracase en el cambio alentador que supone la “sonrisa social”, la posibilidad de reconocer a los “otros” familiares y, después, de diferenciar propios y extraños, con el predominio del “sentimiento básico de confianza” versus el “sentimiento básico de desconfianza”. Que el padre y la madre o sus sustitutos puedan soportar la radical transición hacia la autonomía apoyada en la deambulación y la capacidad de prensión y lenguaje, así como la triangulación del género y las normas con la estructuración del “super-yo”, facilitando la autonomía y no estimulando demasiado la duda y la vergüenza. Después, tras la integración de la emociones a nivel verbal y mental, puede seguir la integración escolar, nuestra forma actual de estar integrados y no marginados de la sociedad y la cultura: solo así es posible que el niño desarrolle esa parte del self, esa serie de “sentimientos básicos” a los cuales Erikson llamó “industriosidad”: la capacidad cultural y tecnológica o, por el contrario, la inferioridad y marginación socio-culturales… (Olin et al. 1996, 1998).
El fracaso grave en esas transiciones psicosociales previas lleva, por un lado, a los diversos trastornos mentales (Tabla 7), dentro de procesos que hay que entender siempre como epigenéticos, es decir, marcados por la interacción entre lo connatal y las primeras relaciones y vivencias (Tienari et al., 2004; Cullberg, 2007; Tizón 2014). En el ámbito que nos ocupa aquí, ese fracaso suele conllevar, salvo excepciones, dificultades importantes en la mar-parentalidad (no así en la capacidad de concebir hijos, con la posibilidad de que en determinados nichos sociales, precisamente las personas más psicopatológicamente vulnerables sean las que tienen más hijos, como hemos advertido en diversas ocasiones: Tizón, Ferrando et al. 2009; Tizón, Morales et al. 2013).
Por el contrario, si esas transiciones psicosociales y sus conflictos y crisis se han elaborado adecuadamente, tanto a nivel social como individual, tal vez pueda alcanzarse una marparentalidad más o menos integrada coetáneamente con la adquisición de las capacidades biológicas y sociales para engendrar hijos.
Siguiendo tal esquema del desarrollo epigenético de Erikson, tal como lo hemos ido adaptando a lo largo de los últimos decenios (Brazelton y Cramer, 1992, 1993; Emde 1994, 1999; Fonagy 2000, 2002…), eso significa que el establecimiento de la marparentalidad tiene que ver con la elaboración de los duelos de la adolescencia y el cumplimiento “suficiente” de sus tareas, con el resultado de la creación de una identidad, un self, un sentido del sujeto. La posibilidad opuesta es la mayor o menor difusión, des-integración o no-integración del self, cuyo extremo máximo en estas edades son los EMAR y las psicosis incipientes (Cullberg, 2006; Tizón, 2013,2014). Eso significa, además, que si las transiciones psicosociales anteriores, que vienen esquematizadas en las Tablas 6 y 7, no se han cumplido satisfactoriamente, posiblemente la mar-parentalidad adulta/ o completa/ o integrada, no podrá alcanzarse: por ejemplo, elaboraciones muy inadecuadas de las transiciones psicosociales de la infancia y la primera infancia van a significar, de entrada, graves riesgos para el trastorno mental (resumidos en la Tabla 7).
En la medida en la cual el “sentimiento” de identidad triunfa a pesar de (y gracias a) los avatares de la adolescencia, el joven adulto emerge social y psicológicamente dispuesto a compartir, extender y fundir sus propios logros con los de los otros… Este adulto reciente se siente ya íntimamente preparado para establecer relaciones concretas, estables, y para mantenerlas siendo fiel a los compromisos contraídos, aun cuando éstos puedan resultar costosos o demasiado variables debido a la “liquidez” normativa y afectiva de nuestra sociedad. Pero esa misma liquidez le proporciona posibilidades para un intercambio relacional y comunicativo en el cual su propia experiencia puede reflejarse e influir más sobre el mundo circundante que en otros tiempos de la historia, al estar aquél menos sujeto a lo “heredado de los mayores”.
Si el sentimiento de identidad no está suficientemente establecido, tales posibilidades se hallarán tremendamente dificultadas. El adulto joven podrá sentir que aquello a lo que se comprometió en un momento anterior no es algo suyo, no pertenece a algo derivado de su propio self y, por tanto, podrá rechazarlo, solapada o abiertamente, como ajeno. Incluidos los hijos. Incluida la propia marparentalidad. Si el sentimiento de identidad se ha establecido con suficiente firmeza, por el contrario, el adulto está preparado, biológica y psicológicamente, para enfrentarse al temor a la pérdida yoica, a la confusión en situaciones que realmente exigen ciertos grados de abandono y “disolución yoica provisional y parcial”: la solidaridad en las relaciones estrechas y comprometidas, el amor, la unión sexual, el orgasmo, las amistades íntimas, el combate físico, el embarazo y el puerperio, la crianza de uno o más hijos, la adolescencia de los mismos… En definitiva, puede sentirse consciente e inconscientemente comprometido con las intuiciones y posibilidades creativas surgidas obscuramente del fondo del sí-mismo, del sujeto, cuando logra comprometerse íntima y profundamente en el amor, la marparentalidad, la camaradería, la enseñanza o la inspiración por parte de líderes, artistas, maestros o genios.
La otra salida del conflicto es el aislamiento, que podríamos representarnos con la imagen de la territorialidad animal: el adulto tiene tan inseguras sus propias capacidades para la intimidad, su temor ante ella es tan grande (por causa de temores anteriores a la confusión del rol, a la pérdida de su lugar en el mundo, a la pérdida de la safety and security…), que amplía y amplia innecesariamente el territorio donde nadie puede penetrar, o lo cambia frecuente y frenéticamente, en un intento tan desesperado como frustrante de evitar el contacto.
Solo tras esos conflictos, en la adultez joven, el ser humano tiene plenas posibilidades para la relación erótica y, en especial, para la relación genital y generativa, para la marparentalidad. Solo entonces es posible que la mayoría de sus relaciones, o al menos las más significativas, adopten un modo genital-generativo en el sentido de Erikson… La historia y la cultura humanas, generación tras generación, han ido enmarcando esas posibilidades genitales y generativas de forma tal que para que pueda existir esa relación entre placer erótico y sociedad, entre amor y trabajo, una genitalidad adulta habría de poseer una serie de características que Erikson definía cuidadosamente… Pero tales cuidados no han evitado que incluso esa definición eriksoniana de la “genitalidad adulta” pueda y deba ser replanteada hoy.
Recuperemos esas características de la perspectiva de Erikson, hace más de medio siglo, tal como yo mismo las resumía también hace decenios (1982,1996):
- Mutualidad en el orgasmo
- Con el compañero amado
- Del otro sexo
- Con quien puede y quiere compartir una confianza mutua
- Y con el que uno puede y quiere regular los ciclos de a) el trabajo, b) la procreación y c) la recreación
- Con el fin de asegurar a la descendencia todas las etapas de un desarrollo satisfactorio.
A nadie se le escapa que la tercera característica hoy es ampliamente discutida y que, en nuestra época, habría que añadir la caracterización de la coyuntura psicosocial de la cual ya hemos hablado. Ni tampoco, que la “mutualidad en el orgasmo” debe ser complementada por algo más general, como es el compartir el “placer-alegría”, una emoción básica del ser humano, y ser capaces de compartir y elaborar el resto de emociones primigenias (Tizón, 2011). Ni que la quinta característica ha de ser entendida en el sentido de la creatividad en general, en el sentido en el cual la usábamos, junto con Pere Bofill, para definir la salud (mental) como “la capacidad de amar y trabajar (crear en general), disfrutar y tolerar” (Bofill y Tizón, 1994). Ni, por último, que esa genitalidad-generatividad se da en un mundo de cada vez mayor “monogamia imperfecta”, familias “mosaico” y “parentalidad líquida”.
Además, a menudo, máxime cuando hablamos en términos de psicología “dinámica”, tendemos a dramatizar la dependencia que los infantes tienen con respecto a los adultos en la sociedad humana actual. Pero, también a menudo, eso implica descuidar la realidad de la dependencia de la generación mayor con respecto a la más joven, la dependencia de su valoración y respeto. En otros términos, el niño necesita del adulto para desarrollarse y, tal vez, incluso para subsistir. Pero el adulto “necesita sentirse necesitado” por las generaciones más jóvenes, y ese es uno de los significados más profundos de la alternativa entre intimidad y aislamiento (Tabla 6), el origen de algunas de las formas de deprimirse en la edad media de la vida.
La generatividad consiste pues, incluso en su origen, en esa capacidad de constituirse no solo en procreador, sino en orientador y guía (cada cual a su propio nivel) de la nueva generación o de los que están con nosotros. La productividad-industriosidad, la identidad o sentido de sujeto, y la capacidad de intimidad, son los antecedentes necesarios de la generatividad en modo “genital-generativo”. Si esas transiciones se elaboran suficientemente, el adulto con funciones mar-parentales habrá adquirido una base suficiente de confianza, autonomía, iniciativa, industriosidad-productividad, identidad (incluida la genital) e intimidad como para afrontar los conflictos y tareas propios de la mar-parentalidad adulta o madura (no de las fantasías infantiles o “neuróticas” sobre la misma). Por eso hay que recordar insistentemente las diferencias, desde el punto de vista eriksoniano, entre el modo psicológico “fálico” y el modo de relación genital-generativo.
La capacidad de poner en relación dos cuerpos, dos mentes, dos grupos estructurados de roles sociales, es decir, dos individuos adultos, lleva a una expansión gradual del Yo y de los intereses y capacidades yoicas, pero, también, a una modulación post-infantil y post-adolescente de las emociones fundamentales y de los sentimientos y fantasías básicas, y con ello, de la capacidad de compartir (Tizón, 2015).
Si esa generatividad no se logra, el individuo a partir de ahí tiende a regresar irremisiblemente: Puede que comience incluso por una necesidad de intimidad obsesiva y negadora del ambiente (el delirio de “safety and security”; “Mi familia, mi fortaleza”), lo que le arrastrará hacia un estancamiento general y a un empobrecimiento personal. Tal vez ese adulto comience a tratarse a sí mismo y autoprotegerse, dentro de ese delirio de safety and security, como si fuera “su propio bebé”. Tal vez acabe convirtiéndose incluso en el “adulto-bebé de mamá y de mamá del pecho social sin poder entregar nada a cambio”. Se trata de una situación que a menudo se encuentra tanto entre algunos marginados y semi-marginados sociales como, en el otro extremo del espectro social, en buena parte de los especuladores transnacionales que están detrás de la actual crisis social y política internacional, así como en algunos de los miembros de la casta de sus “recortadores a sueldo” o políticos. También puede encontrarse esa actitud vital, por supuesto, en los extremos grotescos de esa dependencia parasitaria y estrictamente perversa (Tizón, 2013, 2015), extremos como los que se han dado en nuestro país en los casos de las organizaciones auténticamente mafiosas que se enriquecían con el paro de familias enteras (los “negociadores” de los ERE) o, incluso, en los individuos y grupos que han podido crear un equipo de “paralímpicos-ficción”, con la venalidad cómplice de centenares de conocedores. Pero esos grotescos y vergonzantes extremos no deben hacernos olvidar que tal tendencia o “modo biopsicosocial parasitario” se ha convertido en uno de los fundamentos generalizados de un sistema social y de una manera de crear y “resolver” la crisis político-económica, una tendencia basada en el beneficio privado de unos pocos, “los nuestros”, y en el “caiga quien caiga”.
Volviendo a la generatividad, querría recordar, aunque hoy y aquí resulta casi innecesario, que el tener hijos, la mera generatividad biológica, no significa una capacidad generativa a nivel psicológico ni social. Ni tampoco es la única forma de expresarse la generatividad y creatividad, por supuesto.
Ahora bien, incluso si esas transiciones eriksonianas han sido elaboradas adecuadamente por la triangulación originaria y la familia global, eso no significa automáticamente el logro de una marentalidad o una parentalidad “suficientes” o “suficientemente estables”. Esas parentalidades pueden estar afectadas por diversas desviaciones que, en momentos, periodos, procesos de duelo o fases o a lo largo de toda la vida, impiden el cuidado efectivo del infante humano o significan un factor de riesgo para el mismo. Por ejemplo, las parentalidades que Manzano, Palacio y Nanzer (2002, 2013) han descrito como parentalidad neurótica, masoquista o narcisista, pueden insertarse sobre organizaciones de la relación establemente alteradas, o sobre organizaciones de la relación ocasionalmente alteradas en determinados momentos del ciclo familiar o del desarrollo de la pareja mar-parental. Con el inconveniente añadido, en el que no entraremos porque se sale de nuestros objetivos con este trabajo, de que ese fracaso en la genitalidad-generatividad entendidas de esta forma, se constituye en un deslizante descenso hacia la posibilidad de dificultades en la madurez y la tercera edad: facilita el estancamiento, la falta de integridad, la venalidad, y la posterior desesperación o “depresión de la edad tardía”, transida con los miedos excesivos al envejecimiento (Tizón, 2011, 2013, 2015).
Gran parte de las instituciones de una sociedad o una cultura que no esté involucionando gravemente intentan proteger y desarrollar la generatividad de sus miembros, constituyéndose a menudo una auténtica “ética de la sucesión generativa”, que impregna gran parte de las normas y relaciones sociales. En el momento actual, buena parte de esa “ética de la generatividad y de la sucesión generativa” se ha licuefactado en muchos países y grupos sociales al mismo tiempo que sus impulsos básicos, anclados en lo más profundo del mundo interno y la biología humana, han sido distraídos hacia preocupaciones o ficciones secundarias. Por ejemplo, hacia una obsesiva preocupación por la instrucción temprana y “buena educación”, o hacia la acumulación de conocimientos y capacidades diversas, que, en realidad, impiden y desvían las pulsiones básicas de la generatividad en el campo del cuidado de la descendencia: de ahí movimientos y actitudes que se están extendiendo más y más, como el movimiento Más tiempo con los hijos, incluso en países altamente “profesionalistas”, como son los de la UE (Pavón et al. 2008; Casado et al., 2008, 2010; Torras, 2010).
También hoy la parentalidad suficientemente vivida es uno de los factores protectores de los cuadros de desesperación, con depresión o des-integración del sentido del sujeto, del self, que pueden darse en la madurez y la tercera edad: el “viejo” angustiado y angustiante, lleno de mil molestias e incomodidades, el “viejo con manías” insoportables, el viejo “todo molestias y enfermedades somáticas” o siempre malhumorado, son extremos y estereotipos conocidos. El otro lado del espectro es el anciano sereno, colaborador en la medida de sus menguadas fuerzas, consciente de sus responsabilidades y limitaciones, tal como nos lo describió J.L. Sampedro en su Sonrisa etrusca (1985). Es así como el drama de la vida se extiende y configura en los mil tipos y actitudes con las que el ser humano, mujer u hombre, se acerca a su paso decisivo, el único que es totalmente irreversible: su propia muerte. Porque, en último extremo, la marentalidad/parentalidad, como el apego, son también bidireccionales. Como decía el propio Erikson, “Los niños sanos no temerán a la vida si sus mayores tiene la integridad necesaria como para no temer a la muerte”.
Tabla 1. CAMBIOS Y VARIABLES SOCIODEMOGRÁFICAS QUE ESTÁN AFECTANDO DE FORMA SIGNIFICATIVA LA ESTRUCTURA FAMILIAR y a los objetos internos de la MARENTALIDAD Y LA PARENTALIDAD
(Derivada y modificada a partir de Nogués 1995)
VARIABLES | EVOLUCIÓN Y CONSECUENCIAS SOBRE LAS RELACIONES FAMILIARES |
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Consecuencia general: “La gente se casa menos y más tarde. Se divorcia antes. Se tienen menos hijos y se los engendra en edad más madura y, después de un divorcio, las personas se vuelven a casar en menos ocasiones”. | |
Consecuencia sobre la mar-parentalidad: La tendencia a la mar-parentalidad “líquida”, tan variable y excesivamente cambiante que facilita, bien la “licuefacción” de tales objetos internos, o bien determinadas desviaciones de los mismos poco útiles para el desarrollo del infante humano. Pero que también obliga a replantearnos nuestras teorías y técnicas en función de esas nuevas realidades sociales. |
Hogares por tipo de núcleo en 2001: | |||
---|---|---|---|
Barcelona | Barcelonés | Catalunya | |
Una persona | 155.463 | 191.934 | 484.624 |
Dos personas o más sin núcleo | 32.913 | 40.703 | 92.378 |
Pareja sin hijos | 130.531 | 177.954 | 519.040 |
Pareja con hijos | 200.350 | 293.867 | 948.348 |
Padre o madre con hijos | 65.941 | 86.653 | 219.411 |
Dos núcleos o más | 9.254 | 13.505 | 52.055 |
Total | 594.452 | 804.616 | 2.315.856 |
Tabla 2. Hogares/familias en Catalunya según el tipo de núcleo de convivencia
1981 | 1991 | 2001 | 1981 | 1991 | 2001 | |
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% | % | % | ||||
Llars unipersonals | 78.220 | 104.466 | 155.463 | 13,62 | 18,10 | 26,15 |
Llars sense nucli | 30.913 | 24.393 | 32.913 | 5,38 | 4,23 | 5,54 |
Llars nuclears simples | 377.754 | 390.007 | 351.236 | 65,78 | 67,57 | 59,09 |
Parelles sense fills | 105.099 | 109.271 | 115.497 | 18,30 | 18,93 | 19,43 |
Parelles amb fills | 239.511 | 231.103 | 181.398 | 41,71 | 40,04 | 30,52 |
Mare amb fills | 28.160 | 42.213 | 45.479 | 4,90 | 7,31 | 7,65 |
Pare amb fills | 4.984 | 7.420 | 8.862 | 0,87 | 1,29 | 1,49 |
Llars nuclears extenses | 75.182 | 58.327 | 45.586 | 13,09 | 10,11 | 7,67 |
Parelles sense fills amb altres | 18.817 | 12.210 | 15.034 | 3,28 | 2,12 | 2,53 |
Parelles amb fills amb altres | 45.949 | 27.271 | 18.952 | 8,00 | 4,72 | 3,19 |
Mare amb fills amb altres | 7.922 | 7.314 | 9.256 | 1,38 | 1,27 | 1,56 |
Pare amb fills amb altres | 2.494 | 1.453 | 2.344 | 0,43 | 0,25 | 0,39 |
Llars múltiples | 12.197 | 10.079 | 9.254 | 2,12 | 1,75 | 1,56 |
TOTAL | 574.266 | 577.193 | 594.452 | 100,00 | 100,00 | 100,00 |
Tabla 3. Tipos de hogares en Barcelona tomados como aproximación a los tipos de familias
Tipos sociológicos | Clase social | Tipos genéricos | Migraciones / culturas | Otros |
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Nuclear
Extensa Extensa ampliada Extensa modificada “Mosaico” Monoparental Adoptiva |
Media-alta
Media Trabajadora Marginal |
Bi/homosexualBi/homogenérica
Monoparental heterosexual Monoparental homosexual |
AutóctonaInmigrada:
Nord-Africa Sub-Sáhara América Asia Otras |
Nucler
Extensa Mosaico En divorcio / divorcián- Sin hijos Con hijos Con hijos en acogida Con hijos adoptados |
Tabla 4. Formas de familias contemporáneas (elaboración personal)
Tabla 5. Principales rutas de entrada o causas precipitantes de la monoparentalidad.
(Modificada a partir de Buitrago et al. 2013, PAPPS-SM)
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Tabla 6. El niño dentro del adulto: Las “Edades del Hombre”
(Derivada por J.L. Tizón desde E.H. Erikson)
«EDAD» | Sentimientos básicos / Conflicto básico |
---|---|
Sensorio-oral (y de incorporación masiva del mundo) | Confianza X Desconfianza |
Músculo-anal (y de control y autoafirmación) | Autonomía X. Vergüenza y Duda |
Fálico-locomotora(y de lucha por el poder y el aprecio) | Iniciativa X Culpa |
Latencia y Escolarización (y de apropiación de las bases del funcionamiento de los grupos y la tecnología) | Industriosidad X Inferioridad |
Pubertad y adolescencia (y de logro de la identidad) | Identidad X Difusión del Rol |
Primera adultez ( y de logro de la intimidad y la vinculación adultas) | Intimidad X Aislamiento |
Adultez (y de expresión de la creatividad) | Generatividad X Estancamiento |
Madurez (y de aproximación a la muerte y la trascendencia) | Integridad X Desesperación |
Tabla 7. Posibles repercusiones de la elaboración insuficiente de determinadas transiciones psicosociales fundamentales de los niños y sus familias (configuraciones emocionales)
(Derivada de Emde, 1999, y Tizón 2004, 2013)
Momento, indicadores | Meses | PELIGRO PRINCIPAL de su no elaboración |
---|---|---|
Nacimiento y “urdimbre afectiva” | 0-2 | Autismo |
Llanto y sonrisa sociales | 2-6 | Psicosis Infantiles
¿Esquizofrenia? |
Destete, elaboración de la simbiosis, establecimiento del Objeto | 6-10 | Simbiosis, Dependencia |
Ansiedad ante el Extraño
(diferenciación de los no-familiares) |
6-10 | |
Deambulación y desarrollo exponencial de la autonomía | 10-18 | |
Integración verbal de las emociones | 18-22 | Trastornos de personalidad graves.
Trastornos del estado de ánimo graves. |
Triangulación edípica | 36-48 | |
Integración escolar | 3-6 años | Trastornos por ansiedad y somatomorfos |
Pubertad y adolescencia | 12-18-21 | Trastornos adaptativos |
Tabla 8. Duelos y transiciones psicosociales principales en los niños.
Transiciones Psicosociales propias del Desarrollo | Transiciones frecuentes, aunque accidentales | Pérdidas y duelos difíciles de elaborar |
---|---|---|
Nacimiento
Destete, establecimiento de la «posición Reparatoria» o «Depresiva» y la sonrisa social Ansiedad ante el extraño (dominio de la PD: confianza versus desconfianza básicas) Deambulación (Autonomía versus Vergüenza y duda). Autonomía creciente y Triangulación edípica (iniciativa versus culpa) Integración verbal de las emociones (el niño narrativamente competente) Pubertad y adolescencia (logro de la Identidad versus difusión del rol, fracaso en la conformación del sí-mismo…) |
Separaciones con respecto a los padres en la infancia.
Separación de los padres. Deprivaciones afectivas Migraciones Pérdidas materiales Inferioridad física o mental Separación de los padres en la adolescencia. Separaciones del hogar en la adolescencia. Separaciones del ambiente escolar en la Adolescencia |
Pérdida de la madre
Pérdida del padre Pérdida de un hermano Pérdidas psicofísicas importantes Abandono por parte de un progenitor Suicidio de un progenitor o hermano. Privaciones afectivas importantes Abuso sexual por parte de un progenitor o familiar próximo. Migraciones catastróficas Inferioridad física o mental importante |
(Tomada de Tizón 2007, 2013)
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Resumen
En los últimos decenios estábamos viviendo trasformaciones aceleradas de la familia y de las formas de influencia de la familia en el desarrollo de los individuos. Tal vez incluso podría hablarse de una “familia líquida” propia de la tardomodernidad. Porque a pesar de que se hubiera decretado a mediados del pasado siglo su “definitiva muerte”, la institución familiar, o, mejor dicho, alguna forma de institución familiar, parece que está recibiendo una valoración en aumento. De hecho, se está convirtiendo de nuevo en un epicentro de la disputa ideológica, tanto por aspectos religiosos y morales como, más allá, en tanto que clave para replantearse el futuro de la sociabilidad para la especie. Máxime si tenemos en cuenta que hoy, desde el punto de vista psicoanalítico, “sociabilidad” significa, ante todo, “mentalización”.
En esta primera parte del trabajo recopilo algunos datos que hacen pensar en esa realidad de transformaciones aceleradas, con el fin de aproximarnos a cómo las mismas, y la crisis social que sobre ellas se ha imbricado, pueden repercutir sobre la propia familia en tanto que “objeto interno nuclear”, así como sobre los objetos internos representativos de la marentalidad y la parentalidad. Para ello, en una primera aproximación, ofrezco la idea de entender la marparentalidad desde la perspectiva eriksoniana del desarrollo epigenético.
Palabras clave: Parentalidad, familia, objetos internos, relación, desarrollo epigenético, sociedad “líquida”, crisis social, tardomodernidad, psicología del desarrollo.
Jorge L. Tizón
Psiquiatra. Psicólogo. Psicoanalista SEP-IPA.
Profesor en el Institut Universitari de la Fundació Vidal i Barraquer, Universitat Ramon Llull.
[1] Publicado en catalán en la Revista Catalana de Psicoanàlisi (2013).
[2] Extensión de la “licuefacción” que es añadido personal, sin poder entrar aquí en matizaciones con respecto a las ideas de Bauman por ejemplo con respecto al miedo, tema en el que me he aproximado desde otros vértices y con conclusiones también dispares con el sociólogo polaco afincado en el mundo anglosajón (Tizón, 2011, 2013).
[3] Acrónimos de los equipos de Catalunya correspondientes a los CSMIJ: Centro de Salud Mental Infanto-Juvenil; CDIAP: Centro de Desarrollo y Atención Precoz; EAIA: Equipos de Atención a la Infancia y la Adolescencia (de bienestar social o justicia); EAP: Equipos de Atención Psicopedagógica.
[4] A veces prefiero incluir el neologismo marparentalidad para hacer hincapié en las diferencias intergenéricas del mismo y para ayudarnos a no confundir y simplificar las funciones parentales de la madre y del padre o, mejor aún, de quien hace de primero y quien hace de segundo objeto parental para el infante humano.