Discurso de Apertura del 49º Congreso de la API
Celebrado en Boston, EE.UU., del 22 al 25 de julio del 2015

 

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La complejidad de los cambios en marcha que hay en nuestras vidas como seres humanos, debido a los desarrollos sociales y políticos, las tendencias culturales y las nuevas formas de comunicación hechas posibles por la tecnología, no solamente reafirma la bien conocida impredecibilidad del futuro, sino que incluso hace difícil describir con suficiente realismo el presente. La meta consistente en alcanzar una visión de conjunto, acotada a nuestro campo, es sin duda un objetivo muy ambicioso.

Mi posición como Presidente de la API (Asociación Psicoanalítica Internacional), no obstante, me brinda la oportunidad especial (y quizás el deber) de presentarles un panorama global desde un punto de vista interregional —que he obtenido gracias a mis viajes y constantes intercambios con colegas y Sociedades de alrededor del mundo— y de añadir, a su vez, una perspectiva intergeneracional dado mi interés científico en el tema.

A causa de la limitación del tiempo, las consideraciones que propondré hoy serán esquemáticas y concisas, pero les invito a todos a explorarlas en mayor profundidad, reflexionando sobre su veracidad y sus posibles implicaciones, mediante el diálogo con sus colegas. Algunas de estas consideraciones posiblemente no coincidan con los deseos de todos, no obstante, puede valer la pena pensarlas y discutirlas.

 

Donde estamos ahora

El nivel científico del psicoanalista medio (sus conocimientos teóricos, habilidades clínicas y flexibilidad mental) en mi opinión se ha beneficiado de la creciente intensidad de nuestros intercambios utilizando las nuevas tecnologías.

La facilidad con la que ahora se difunden los trabajos psicoanalíticos a través de internet, y de múltiples encuentros organizados aquí y allá, puede haber generado cierta hipersaturación y desánimo (es frustrante para nuestros ideales narcisistas saber que nadie puede realmente leer, ni siquiera una décima parte, de lo que se publica a niveles de excelencia). Sin embargo, es innegable que la difusión de ideas y experiencias, año tras año, ha transformado y enriquecido la mentalidad y el bagaje teórico de la mayoría de analistas.

Estoy convencido de que el modelo de fertilización cruzada representado por CAPSA, el Comité de Práctica Analítica y Actividades Científicas (Committee on Practice and Scientific Activities), simboliza bien el cambio que está teniendo lugar en las nuevas generaciones de analistas. Estos analistas están abiertos a la innovación y a ampliar sus conocimientos con el trabajo de otros colegas de otros países y regiones. Pienso que puedo decir —respetando al mismo tiempo las legítimas preocupaciones de aquellos que temen los efectos de la adulteración teórica y del eclecticismo superficial— que la realidad pluralista descrita por Wallerstein, además de ser una realidad histórica evidente, está produciendo a su vez un enriquecimiento substancial del conjunto de las herramientas del analista.

Podemos observar este fenómeno especialmente en grupos internacionales de discusión clínica. En ellos el componente teológico de lealtad transferencial a nuestras teorías originales (que se ven sometidos a mayor tensión durante los debates exclusivamente teóricos y, en ocasiones, los condiciona de forma restrictiva) disminuye y se disuelve dando lugar a asociaciones, fantasías, desarrollos emocionales y a intercambios intersubjetivos entre colegas que engendran algo nuevo. Se podría sintetizar del siguiente modo: después de una experiencia de este tipo, “no regresas a casa exactamente igual que como estabas antes”.

El fácil acceso a los trabajos científicos vía internet y a través de múltiples traducciones y publicaciones, se conjuga con una mayor movilidad geográfica (a pesar de los altibajos de las recurrentes crisis económicas) y un creciente conocimiento lingüístico entre muchos colegas, que hablan por lo menos otro idioma además del propio. Todo ello conlleva mejores oportunidades para el diálogo y una participación más amplia.

La API desempeña un rol clave en este sentido. Es precisamente por virtud de este rol conector interregional, a todos los niveles, que la labor de la API va más allá de las funciones meramente administrativas y reguladoras. A través de sus diversos Comités y Grupos de Trabajo, la API crea y mantiene los vínculos y enlaces interregionales en nuestra comunidad psicoanalítica global, y contribuye activamente a favorecer que los analistas obtengan un conocimiento real de otras realidades culturales, científicas y, me atrevo a decir, psíquicas.

El resultado no es una homogeneización del psicoanálisis, sino más bien una articulación informada en la que cada uno de nosotros mantiene su ADN familiar original pero, al mismo tiempo, cada uno de nosotros ha viajado más (sea de forma literal o simbólica), enriqueciendo así nuestro mundo interno y tras estos intercambios y por osmosis, nuestros hogares psicoanalíticos nacionales y locales.

Personalmente iría más lejos y diría que en términos de un auténtico conocimiento teórico y experiencial del sujeto, el psicoanálisis nunca ha estado mejor de lo que lo está hoy. Si tuviera que responder a la famosa pregunta: “¿A qué analista mandarías a un familiar tuyo para hacer un análisis?”, actualizada a “¿Enviarías a tu familiar a un analista del pasado o a uno de tus contemporáneos (si todo lo demás —el nivel y la experiencia— siguieran igual)?”, yo les enviaría a un colega contemporáneo, precisamente porque este analista puede beneficiarse del trabajo de las anteriores generaciones analíticas, porque él/ella ha viajado más (en sentido figurado) y porque él/ella sabe que pueden haber diferentes formas de tratar diferentes problemas y diferentes personas.

 

El tema de las sesiones fuera-de-la-consulta

La cuestión es compleja y plantea un problema institucional. Aquí me limitaré a dar unas notas breves sobre las sesiones fuera-de-la-consulta (p. ej., por teléfono o en línea).

Estamos al corriente y somos conocedores de cómo estas herramientas tecnológicas se han convertido en una nueva realidad innegable de la práctica clínica de muchos analistas. Mientras escribo estas notas, me vienen a la mente reputados colegas que son acérrimos defensores, ya sea a favor o en contra, del uso del teléfono o de las sesiones en línea (online) en psicoanálisis.

Este nuevo desarrollo está avivado por factores potencialmente positivos (como el tratamiento en áreas geográficas remotas, donde el análisis presencial es físicamente imposible por la falta de analistas), pero también por otros factores francamente resistenciales (un paciente que en ocasiones no tiene ganas de hacer el viaje desde casa y llama a su analista), y también por factores económicos muy básicos (analistas con pocos pacientes que tienen que sobrevivir, o pacientes que no pueden ausentarse del trabajo para asistir a cuatro sesiones semanales por riesgo al despido). Lo que es cierto, es que esta realidad se está propagando rápidamente.

Como quizás saben, la API, oficialmente llamada a pronunciarse sobre esta cuestión, ha establecido hasta el momento algunos puntos clave que no se han traducido en resoluciones legislativas.

En general, parece haber un consenso en la valoración de la diferencia entre un tratamiento presencial y un tratamiento por teléfono o en línea. Ciertamente, no es lo mismo: existen diferencias significativas que no escapan al sentido común y al ojo clínico para los detalles de cualquiera que realice nuestra profesión.

Ha habido también hipótesis acerca de la posibilidad de que estas herramientas tecnológicas desarrollaran (en un sentido compensatorio o lamarckiano) ciertas funciones audio-visuales, por ejemplo, para compensar la falta de sensaciones olfativas y de proxemia experimentadas en las sesiones presenciales.

De momento la API, en representación de su Junta, considera que esta cuestión ha de estudiarse en mayor profundidad: necesitamos saber más en términos de experiencias documentadas y de posteriores discusiones críticas.

Se ha defendido ampliamente que en su práctica privada cada analista, después de su graduación, se disciplina a sí mismo como cree conveniente, “de acuerdo con la ciencia y la conciencia”. Sin embargo, en la formación analítica el área de las sesiones a distancia es inexistente. El único documento que toca esta cuestión (y que, no obstante, no está formulado como una norma efectiva) tiene que ver con casos muy especiales donde se alternan sesiones a distancia/sesiones presenciales en países desprovistos de analistas a distancias accesibles.

La discusión, por tanto, queda abierta.

 

Los cambios socioculturales

Este es el capítulo al que durante mi presidencia he dedicado las reflexiones de más amplio alcance, gracias a los intensos y sinceros intercambios que he mantenido con colegas de diferentes países. En aras de la brevedad, condensaré el resultado de estos intercambios en solo unos cuantos comentarios.

El hecho incuestionable a considerar primero es que hay países ricos y hay países pobres, pero por encima de todo, hay países donde los Servicios Nacionales de Salud y/o las compañías aseguradoras cubren el coste del tratamiento (particularmente en algunas áreas de Europa) y otros países donde esto no ocurre. Mientras que, por un lado, si se ofrece está oportunidad no está exenta de complicaciones contractuales, por otro lado, si no se da, tampoco puede negarse que cambia significativamente la posibilidad que tiene el paciente para hacer frente al compromiso económico que comporta el tratamiento, incluso aunque los analistas a menudo reduzcan sus honorarios para hacer posible el tratamiento.

Además de los importantes factores económicos concretos que afectan la práctica de los tratamientos psicoanalíticos (y que en ningún caso deben ignorarse si pensamos que hemos de integrar sensatamente la atención a la realidad interna del paciente con el reconocimiento de la realidad externa, para no caer desde el polo neurótico en el polo francamente psicótico), nuevos tipos recurrentes de organización mental están tomando forma, y nos plantean nuevos problemas para la práctica del psicoanálisis tal como estamos tradicionalmente acostumbrados a concebirlo.

Una observación habitual que es dolorosa para todos nosotros, es que la frecuencia completa de cuatro sesiones se está volviendo cada vez más impracticable, al menos al inicio del tratamiento, y que la indicación inicial de esta frecuencia por parte del analista da como resultado, en la mayoría de ocasiones, una negativa firme del paciente y su retirada.

El aspecto verdaderamente analítico del fenómeno se puede advertir en el hecho de que no solo afecta a aquellos que no tienen suficiente dinero o no pueden ausentarse del trabajo para realizar cuatro sesiones por semana (una circunstancia, nos guste o no, cada vez más habitual, ya que hoy en día nuestros pacientes no provienen exclusivamente de las clases altas o muy altas y cada empleado sabe que su empleador tiene a su disposición fuera de su puerta, una larga cola de personas preparadas para asumir su puesto de trabajo) sino que afecta también a las personas que sí disponen de los recursos económicos necesarios para pagar el tratamiento.

Claro está, en estos casos se trata de resistencias de libro de texto; y, por este motivo, gran parte de nuestra labor ahora parece ser precisamente la de creación del paciente analítico, como ha sido verificado por algunos grupos de trabajo que estudian este fenómeno. Pero, ¿cuáles son las raíces de este cambio tan imponente a tan gran escala?.

Yo creo que el mundo cambiante en el que vivimos está irrefutablemente afectando nuestro trabajo y que —en lo que atañe a la esfera de las relaciones humanas— no es posible reiterar categóricamente que “los seres humanos siempre son los mismos”; esto puede ser cierto en parte, sí, pero en algunos aspectos específicos no es el caso.

Hoy en día muchos pacientes, de hecho, rechazan la idea de depender abierta e intensivamente de alguien. Por motivos complejos, pero no necesariamente misteriosos, parecen albergar signos de una desconfianza sustancial y/o deshabituación a la presencia y la constancia del objeto, a su confiabilidad esencial y a la consiguiente dependencia del objeto.

Sobre una línea ideal que conecta al sujeto con el objeto, parece que en muchos casos hoy en día el centro de gravedad de la inversión permanece implícita y preventivamente desplazado hacia el sujeto mismo, quien procura no dejar su capital libidinal y narcisista en manos de un otro, por lo menos hasta que este otro haya (con el tiempo) superado las barreras de la desconfianza y autoprotección que presumimos se construyeron tempranamente.

Si pensamos en la necesaria fusión primaria entre madre y bebé, y en la consiguiente necesidad de una fuerte continuidad de la organización familiar, podríamos formularnos la pregunta —plenamente conscientes de los riesgos de una pregunta tan potencialmente políticamente incorrecta— de si los analistas en sus despachos profesionales no están heredando por lo menos algunas de las consecuencias de una serie de circunstancias típicas de nuestra contemporaneidad, tales como: la interrupción temprana del maternaje por cuestiones profesionales, cuando las madres son llamadas de vuelta al trabajo por la legislación y entornos corporativos excesivamente exigentes; el confuso recurso de una alternancia de cuidadores privados e institucionales para la crianza de niños muy pequeños, en familias nucleares sin abuelos, quienes a menudo viven lejos; las omnipresentes rupturas familiares tras las separaciones y divorcios, particularmente cuando un nuevo miembro familiar entra en escena y ha de ser aceptado, en ocasiones en un ambiente de abierto rechazo o, por lo menos, de negación de las dificultades que ello comporta; las organizaciones parentales narcisistas y autocentradas, favorecidas por los modelos culturales individualistas contemporáneos; la pérdida del gran continente de las familias extensas y, en general, de todas aquellas circunstancias que tienen influencia en el entorno psicológico y evolutivo de un niño hoy en día, mejores ahora que en el pasado, por ejemplo, desde el punto de vista de la alimentación, pero probablemente no tanto desde el punto de vista de las relaciones genuinas y reales.

Ya no tenemos —al menos de momento— masivas y devastadoras guerras mundiales, pero en cambio tenemos incontables microfracturas en la díada inicial madre-bebé y en la familia, que pueden instintivamente disuadir a que el sujeto se rinda a la relación. Aquí no puedo dejar de mencionar el caso clínico emblemático y extremo, tratado por uno de mis colegas italianos, del niño que se alejó de los otros niños con quien jugaba para abrazar y besar a la televisión.

Para que quede claro: no estoy sosteniendo que las madres no deben regresar a su trabajo, ni que las familias deberían vivir con los abuelos o que las parejas infelices no deberían poder separarse, etc. Estoy afirmando que los psicoanalistas no deberían negar las trascendentales consecuencias de estos enormes cambios, ni deberían sorprenderse de su impacto en los estilos relacionales y posibilidades de esta nueva humanidad cuando un paciente que oye la frase “cuatro veces por semana” desaparece enseguida sin negociación alguna.

 

Desarrollos clínicos, teóricos y formativos

En el contexto de estas nuevas realidades los analistas han de desarrollar reflexiones clínicas y teóricas, con suficiente libertad de pensamiento, a través de comprender qué es lo realmente posible y qué es útil en nuestro trabajo hoy, mientras mantienen una actitud interna móvil y responsablemente creativa, conscientes de nuestro legado teórico pero abiertos a explorar libremente aquello nuevo.

En este sentido, hay signos de malestar en nuestras comunidades que se comentan confidencialmente en los pasillos o en encuentros personales, pero tienen dificultad para exteriorizarse en las reuniones oficiales donde el Ideal es el amo que domina al self auténtico del psicoanalista.

Pienso que la API no debería ignorar o minimizar estos problemas, del mismo modo que un médico ante unos síntomas no ha de suspender sus reflexiones clínicas de forma prematura, descartándolos demasiado a la ligera: una fiebre persistente puede deberse a un resfriado común, pero a veces no lo es.
No solo esto, sino que cualquier remedio potencial ha de resultar de la reflexión, y no a priori de una entusiasta adhesión a unas directrices estereotipadas que sacian un sentimiento de conformidad con los standards de la categoría.

El célebre adagio “La operación fue un completo éxito, pero el paciente murió”, ha de permanecer en el primer plano de nuestras mentes en nuestra práctica diaria, más allá de rígidas creencias doctrinales que revelan más una transferencia irresuelta y devoción hacia objetos internos idealizados que un verdadero amor por este arte/ciencia con estatus especial que ha transformado (esto lo puedo afirmar), por encima de todo, nuestras propias vidas personales.

Y puedo añadir que en la triangulación ideal entre el analista, la teoría y el paciente (una formulación equivalente al triángulo familiar interno), el analista contemporáneo debe proveer al campo interpsíquico para una organización edípica compartida lo más tolerable, equilibrada y armoniosa posible. Estos tres componentes deben conjugarse de forma adecuada y creativa.

Evidentemente, también ha de apuntarse el riesgo opuesto: el de un deseo iconoclasta hacia nuestro científico setting clásico y tradición formativa, que nace de residuos transferenciales negativos sin consideración por la evaluación de estas complejas realidades cambiantes.

 

¿Cuáles son las consecuencias de esta perspectiva?

Sin duda, el reconocimiento de que en muchos casos hoy, mucho más que en el pasado, existe la necesidad de construir el paciente analítico. Esto no puede dejar de afectar tanto al programa como a la forma de la formación psicoanalítica. Si queremos que los futuros analistas sepan cómo construir un paciente analítico, hemos de dejar que la gente joven también incluya este aspecto en el ya difícil plan de formación psicoanalítica, seguramente revisando algunos criterios que se han considerado incuestionables hasta el momento.

El fenómeno cada vez más preocupante del envejecimiento de nuestros miembros y la falta de crecimiento de muchas de nuestras Sociedades psicoanalíticas, se relaciona indudablemente con estos cambios psico-socio-culturales generalizados. Hemos de ser capaces de pensar sobre todo ello.

En segundo lugar, debemos continuar con el proceso ya iniciado de estudio, comprensión y reconocimiento de otras formas específicas de tratamiento para poder incluirlas como especializaciones oficiales en nuestro campo. El Programa de Formación Integrada (Integrated Training Program) es un avance en esta dirección, como lo es también el establecimiento por parte de la API del Comité sobre el Campo de la Salud Mental para el Tratamiento Integral de los Trastornos Graves (Mental Health Field Committee for the Integrated Treatment of Serious Disorders), la actividad científica dedicada a Familias y Parejas y el extenso campo del Análisis Grupal, etc.

Estas extensiones no reemplazarán las actividades de la formación psicoanalítica básica en modo alguno, pero no se considerarán ya como desviaciones o subproductos de menor categoría. La evaluación valorará otros criterios tales como la formación, el proceso experiencial y la calidad de lo que se produce.

Depende de nosotros, de nuestra comunidad científica y profesional, no perder de vista el valor nuclear de la experiencia del análisis como el criterio fundamental de nuestra pericia y el ineludible punto de partida hacia nuevas extensiones del método.

 

Conclusiones

¿Tendremos éxito en ser inclusivos hacia estas articulaciones de la práctica analítica, sin perder nuestros valores específicos?

¿Sabremos reflexionar con verdadera libertad de pensamiento sobre las consecuencias de los cambios generales en nuestra práctica profesional y en la formación?

En relación con los desarrollos teóricos y clínicos, ¿sabremos preservar la riqueza inestimable de nuestro patrimonio freudiano, el verdadero tronco de nuestro árbol genealógico y científico, sin tener que temer por la propagación de las ramificaciones y sin podarlas prematuramente por recelo a la desviación? ¿Sabremos pensar que, después de Freud, también otros pensadores han producido ideas fértiles que son aparentemente diferentes pero, de hecho, enriquecedoras?

A mi modo de ver, una transferencia idealizada parcial, irresuelta, parece en algunos casos impedir que la figura fantasmática de Sigmund Freud se convierta en abuelo. Algunos parecen atribuirle un derecho exclusivo a una singularidad teórica pasada, presente y futura, que corre el riesgo de ser más fálica que genital, al sostener que nadie más después de él puede contribuir sustancialmente a la evolución del psicoanálisis con nuevas ideas y creatividad original. Al igual que, por el contrario, el fracaso en reconocer la validez de gran parte de sus contribuciones parece revelar, al menos en algunos casos, una suerte de ingratitud subyacente.

Deseo en última instancia que la API sea el hogar donde los psicoanalistas puedan ocuparse de resolver sus dificultades, diferencias y nuevas inspiraciones, tanto del mundo cambiante como del psicoanálisis que puede cambiar y, de hecho, cambia. Un hogar que sea habitable, abierto a la reflexión y al intercambio, y también al debate complejo y a las (necesarias y auténticas) transformaciones, tanto en los individuos como en nuestras sociedades.

Un hogar compuesto por adultos que son respetuosos con nuestro patrimonio, pero abiertos a lo nuevo, y capaces de lidiar con los cambios en el mundo y con las consiguientes dificultades, sin negarlas, sea a través del miedo y/o de idealizaciones autotranquilizadoras.

Lo que debería poder caracterizarnos, al menos un poco, comparado con el resto de la humanidad que no tiene nuestra formación ni ejerce a diario nuestro trabajo, es una combinación de conocimientos que a veces son dolorosos: después de todo, una de nuestras fortalezas es precisamente la sana y ligeramente depresiva concienciación de nuestra fragilidad humana, tan a menudo denegada por otros que nos idealizan en el análisis.

Tenemos a nuestra disposición una labor de reflexión suficientemente buena entre colegas, enmarcado en el espíritu de nuestra comunidad internacional, y esta es también una de las metas de la API: nuestra capacidad para pensar juntos puede ejercerse desde el momento de nuestra formación analítica, integrando en el trípode clásico (análisis-supervisión-seminarios) el cuarto elemento del desarrollo grupal de la experiencia clínica y teórica, como algunas sociedades latinoamericanas ya están planeando hacer en sus programas de formación.

Finalmente, tendremos que brindarnos apoyo entre nosotros para manejar nuestras inevitables tensiones grupales e institucionales (este es el motivo por el que hemos creado, por ejemplo, el Grupo de Trabajo sobre Asuntos Institucionales/Task Force on Institutional Issues), que se ocupará del estudio de esta dimensión conflictiva para incrementar nuestro conocimiento sobre ello).

Para concluir, como pueden ver, mi mensaje pretende sugerir que nos mantengamos abiertos a pensar juntos, para no querer cambiar únicamente por el placer estético y narcisista del cambio por el cambio, pero tampoco estando cerrados a priori por cuestiones esencialmente teológicas a las evoluciones en el mundo y en el psicoanálisis mismo.

La razón por la cual os comunico estos pensamientos yace en el doloroso reconocimiento del poder y la rigidez de nuestros mecanismos de defensa internos, de los que ninguno de nosotros, ni nosotros como individuos, ni nuestras instituciones (incluyendo la API), estamos exentos.

Os deseo a todos un Congreso fructífero, satisfactorio y no convencional.

 

Stefano Bolognini
Presidente de la API

 

[1] Traducido del original en inglés por Sacha G. Cuppa.

[2] Stefano Bolognini es el Presidente, durante el periodo 2013-2017, de la Asociación Psicoanaíitica Internacional. Es médico, psiquiatra y psicoanalista de la Società Psicoanalitica Italiana (SPI), de la cual fue Presidente durante los años 2009-2013. Es autor de diversos artículos científicos y libros, entre los cuales destacan La Empatía Psicoanalítica (2004) y Pasajes Secretos: Teoría y Técnica de la Relación Interpsíquica (2011).

[3] CAPSA es un programa de intercambio científico que pretende promover el diálogo y fomentar el debate entre los psicoanalistas de las diferentes regiones de la API. El programa propicia que las Sociedades psicoanalíticas inviten a colegas que resulten de interés a participar en supervisiones y conferencias, haciéndose cargo de parte de los gastos de la visita.