1. Resultó muy difícil pensar el trauma en una época en que el alma inmaterial estaba separada del cuerpo, de modo que pensar la resiliencia ―la reanudación del desarrollo tras una agonía psíquica― costó mucho más aún. Hoy día se sabe que un trauma emocional inhibe el funcionamiento cerebral y que, reorganizando el medio, se puede ayudar a iniciar un nuevo desarrollo.
2. Mediante un método etológico, Pierre Rousseau filma y convierte en observable el modo en que se tejen, alrededor del nacimiento, los primeros nudos del vínculo de apego. Cuando el recién nacido pasa del medio acuático del útero al medio aéreo del nacimiento, ya reconoce las bajas frecuencias de la voz materna, así como el olor del líquido amniótico, pero ahora es la primera vez que puede ver a su madre. El encuentro mediante la mirada es, pues, para el bebé —igual que para la madre— un acontecimiento fundacional. Cuando, a pesar de la conmoción del nacimiento, este encuentro se produce espontáneamente, el vínculo se irá tejiendo. Pero cuando la conmoción del nacimiento impide el encuentro, habrá que estar atentos a este pequeño indicio para aportar seguridad a los partenaires de la interacción y ayudarles a rehacer el vínculo.
3. ¿Cómo entender que el mundo de la madre pueda influir en el desarrollo biológico del niño? La visión occidental, que escinde la condición humana en un cuerpo separado del espíritu, únicamente puede dar a esta pregunta una respuesta mágica. Pero si nos entrenamos para razonar en términos sistémicos, se comprende sin dificultad que el ser humano no está hecho de pedazos. Cuando la madre es infeliz debido a una enfermedad, una relación conyugal violenta, una historia traumatizada o su precariedad social, el nicho sensorial con el que rodea a su hijo está estructurado por esa desgracia. Las estimulaciones sensoriales se apagan o quedan deformadas por el trauma, de tal modo que las adquisiciones comportamentales y fisiológicas del bebé quedan alteradas.
4. La muerte o el sufrimiento de una persona cercana desorganiza el nicho preverbal. En este estadio precoz de los primeros meses de la existencia, cuando las neuronas cerebrales están en ebullición para entrar en contacto y establecer circuitos en el cerebro, la menor carencia ambiental organiza otro circuito, menos funcional. La muerte del padre, al apagar la afectividad de la madre, desquicia el nicho sensorial y detiene el tejido del vínculo. Esta carencia precoz provoca la adquisición de una vulnerabilidad neuroemocional que más adelante perturbará las interacciones sociales. Paradójicamente, cuando la muerte de la madre es compensada por un sustituto afectivo que sirve de tutor de resiliencia, el fracaso emocional será más fácil de resiliar.
5. El apego seguro es la regla, está presente en un 70% de los casos entre los recién nacidos. Es posible detectarlo clínicamente en una expresión de las emociones que el cuidador descodifica con facilidad, lo cual le permite responder armoniosamente. El niño seguro aprende muy pronto a superar el alejamiento de su figura de apego, que sustituye por un objeto que la representa (trapo, peluche o un ruido familiar). De este modo, se puede comprobar la adquisición de factores de protección —no de resiliencia, puesto que no ha habido trauma—. El niño afrontará mejor las inevitables dificultades de la existencia, ya que dispone de recursos o puede buscar un apoyo afectivo que le aporte seguridad.
6. Adaptación y resiliencia van necesariamente unidas. Cuando el medio es inerte no aporta seguridad ni estímulos y el niño se adapta aumentando sus comportamientos autocentrados porque no hay alteridad. Esta patología es una adaptación a un medio enfermo. Felizmente, la mayoría de las familias de acogida están llenas de vida y motivación, lo que les permite devolver el calor a un niño congelado por una carencia afectiva precoz. Los aislamientos precoces son los que más deterioran el cerebro, la afectividad, las interacciones sociales y el dominio de la palabra. Cuanto antes tomen la decisión de una acogida aquéllos a quienes les corresponde hacerlo, más fácil será resolver los desperfectos mediante la resiliencia.
7. No es tanto la estructura familiar lo que organiza el nicho afectivo capaz de tutorizar los desarrollos de un niño, sino su modo de funcionamiento. Cuando el padre y la madre se asocian para coordinarse en torno al bebé, el niño aprende con facilidad a sincronizarse con las dos figuras de apego. Pero cuando la madre acapara al niño para compensar su propia carencia afectiva, o cuando los padres rivalizan, el niño descodifica mal esos mensajes confusos y ello altera sus propias relaciones afectivas.
Boris Cyrulnik
Neuropsiquiatra, psicoanalista y etólogo.
Director de estudios en la Universidad Sud-Toulon.
[1] Este artículo corresponde al prólogo de ¿Por qué la resiliencia?, coordinado por Boris Cyrulnik y Marie Anaut, Gedisa Editorial, Barcelona, 2016.