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Las almas heridas
Las huellas de la infancia, la necesidad de relato y los mecanismos de memoria
Boris Cyrulnik
Ed. Gedisa, Barcelona, 2015

 

Boris Cyrulnik, psiquiatra y psicoanalista francés, autor de libros tan conocidos como Los patitos feos (Odile Jacob 2001, Gedisa 2009) o El murmullo de los fantasmas, volver a la vida después de un trauma (Odile Jacob 2003, Gedisa 2009) entre otras publicaciones, ha contribuido a transmitirnos a lo largo de toda su obra lo que significa la resiliencia en el ser humano. Antes de comentar Las almas heridas, editado por Odile Jacob en Francia en el 2014 y luego por Gedisa en castellano, me parece pertinente introducir algunas ideas sobre este concepto tan difundido en la actualidad.

El término resiliencia se debe sobre todo a Emmy Werner (B. Cyrulnik, 2014), psicóloga americana que en 1955 inició un trabajo de observación longitudinal con 698 niños maltratados, en la isla de Kauaï (Hawai). Los resultados de su trabajo fueron publicados en Vulnerable but Invincible: A longitudinal Study of Resilient Children and Youth (1982). El estudio mostró que una tercera parte de los niños salían adelante siendo capaces de adquirir competencias laborales sin haber ido a la escuela y de crear una familia sin padecer trastornos mayores. A este hallazgo lo llamó resiliencia. Otros autores como Albert Solnit habían utilizado la misma terminología a principios de los años 80.

El significado de este concepto se va desvelando como un largo proceso que arraiga en las primeras relaciones de la infancia. Así, las relaciones de apego seguro serían el mayor factor de protección y lo que facilitaría la disposición a la resiliencia. La adquisición del lenguaje y el acceso a la simbolización como reguladores naturales de las emociones humanas, constituirían factores fundamentales para el crecimiento de esta aptitud. Se habla de resiliencia cuando hay trauma psíquico y, para que pueda desarrollarse, es indispensable un entorno afectivo propicio. En el primer congreso mundial sobre este término en París en el año 2012 se llegó a un acuerdo en la definición. Resiliencia tendría que ver con la capacidad de “volver a vivir tras el trauma psíquico”; se trata de comprender qué es aquello que facilita que “una persona traumatizada pueda volver a vivir en su contexto cultural, teniendo en cuenta su desarrollo biológico y afectivo, asociado con su historia personal y familiar” (B. Cyrulnik, 2014).

Sobrevivir a la experiencia traumática supone poner en marcha, en quien la ha padecido, mecanismos de defensa a su alcance. En el síndrome postraumático la experiencia se repite a través de su inscripción en la memoria, y la persona afectada queda entonces prisionera del pasado o atrapada dentro de sí misma como si siguiese bajo los efectos de una herida abierta. Cuando la adaptación nuevamente es posible, la negación es una defensa que permite encapsular o disociar la experiencia traumática y seguir viviendo, aunque al elevado precio de la mutilación de una parte de sí mismo. Si bien, “los fantasmas seguirán murmurando desde el fondo de la cripta” (B. Cyrulnik, 2003), creando momentos de extrañeza en la comunicación consigo mismo o con los demás. La intelectualización y los sueños diurnos pueden abrir brechas a la evasión defensiva pero también pueden mostrar vías hacia la integración. Esto es posible cuando el contexto afectivo y el entorno sociocultural son suficientemente permeables y capaces de tolerar la escucha de la experiencia traumática, constituyéndose así en un medio apropiado donde poder expresarla.

Boris Cyrulnik diferencia estas situaciones y explica la resiliencia como el proceso que va a permitir que el trauma se inscriba en la historia del sujeto dando sentido al sufrimiento psíquico. Se trata, pues, de una elaboración mental que incide en la reorganización de la representación psíquica del trauma. La resiliencia depende en realidad de una multiplicidad de factores heterogéneos. El autor habla de resiliencia neuronal, afectiva, psicológica, de representación y sociocultural. Frente a la dificultad de conocer los mecanismos que permiten este proceso, ve la importancia de asociar investigadores en diferentes campos como la psicología, biología, antropología, sociología, la escritura o el arte.

En definitiva, se trata de un proceso de elaboración sublimatoria que debe encontrar su cauce en función de las características personales de cada cual. Requiere tutores de resiliencia o figuras de apego con las que establecer relaciones significativas que permitan desencallar los procesos de desarrollo a través de la comunicación del dolor psíquico. Puede ser tutor de resiliencia un psicoterapeuta, un profesor, un tutor, un artista, un músico, un bailarín, etc. En todo caso, alguien que dé seguridad. Pueden ser muchos los caminos de expresión que den significado al padecimiento y transformen la representación mental de la experiencia traumática, permitiendo que una vida plenamente humana sea de nuevo posible.

En Las almas heridas, Cyrulnik narra en un estilo autobiográfico que trasciende al propio autor, su aventura intelectual en el campo de la psiquiatría francesa del siglo XX y lo que llevamos del XXI. La lectura nos permite navegar en el vaivén de sus recuerdos, desde la neurología hasta el desarrollo de la psiquiatría como disciplina con entidad propia. Se entrelazan las circunstancias históricas de mayo del 68 y el cambio de paradigma que supuso el hecho de que convergiesen los descubrimientos fortuitos en psicofarmacología, el auge del psicoanálisis como forma de escucha y la psiquiatría social. Boris Cyrulnik relata con sentido del humor las contradicciones y confrontaciones entre las diferentes disciplinas que trataban de imponer su voz desde su propia perspectiva teórica o ideológica, fertilizando así, con el diálogo abierto, un terreno propicio a la germinación de nuevas ideas. A su manera rinde homenaje a la tenacidad de psiquiatras como Henri Ey, Julian de Ajuriaguerra, Cyrille Koupernik y muchos otros, que partiendo de la práctica clínica e integrando conocimientos al servicio de la cura y de la comprensión del enfermo han sido tan influyentes en la formación de varias generaciones de psiquiatras. La psiquiatría del sector, pionera en Francia desde los años 70 en el abordaje y reinserción del enfermo mental en el seno de la comunidad, nos llega como experiencia personal del autor, amenizada con anécdotas ilustrativas de una práctica rica en amplios conocimientos y arraigada en un profundo humanismo. Con respecto al psicoanálisis, el autor ofrece una visión crítica y al mismo tiempo de reconocimiento, especialmente en referencia a la teoría del apego desarrollada por John Bowlby, pero también a las teorías de Ana Freud, Renée Spitz, Melanie Klein y otros. Es en la línea de la teoría del apego donde el autor encuentra un ámbito apto para el desarrollo de sus propias ideas integrando la etología, las neurociencias y su vasta cultura humanística.  También se apoya en este marco teórico referencial para comprenderse a sí mismo como individuo resiliente. La historia de su propia infancia como niño judío en la Francia ocupada por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, la pérdida de sus padres en campo de exterminio cuando él tenía 6 años, su milagrosa huída de una muerte segura y sus elecciones profesionales posteriores son circunstancias que el autor asimila a su imperiosa necesidad de comprender lo incomprensible mientras sigue preguntándose sobre sus propias elecciones.

El libro se estructura en tres grandes capítulos, Psicoterapia del diablo, Locura, tierra de asilo y Una historia no es un destino. Cada capítulo contiene más o menos una quincena de apartados con sugerentes titulares que hablan por sí solos. Por citar algunos de ellos, “Pensamiento científico y contexto cultural”, “Razones totalitarias: una constatación parcialmente cierta puede llevar a una conclusión completamente falsa” o “Reparar el nido afectivo: la reanudación de un buen desarrollo es frecuente pero variable”.

A modo de pincelada comentaremos que en Psicoterapia del diablo da cuenta de la lobotomía. Contextualiza la cura en el período entre las dos guerras mundiales, cuando la violencia formaba parte de la cultura y, por tanto, no estaba criminalizada como lo ha estado después con el cambio de valores sociales. Su descubridor fue un neurólogo, Egas Moniz, de inteligencia brillante, pacifista y premio Nobel en 1945 por sus desarrollos en arteriografía cerebral. La lobotomía quedó descalificada en los años 50 con el descubrimiento de los neurolépticos que de pronto permitían pensar en una psiquiatría fuera del asilo abriendo el paso, paradójicamente, a la psicoterapia, a la cura de la psicosis a través de la palabra.

La pasión del autor por la etología le lleva a interrogarse cómo es que ésta no ha encontrado el lugar que le corresponde en las ciencias naturales. Son apartados divertidos y llenos de interés en los que explica los coloquios dirigidos por H.Ey a principios de los años 60. En el primero, sobre “Psiquiatría animal” y en el siguiente, “El inconsciente”, participaron psicoanalistas como Jaques Lacan, André Green, René Diatkine, Jean Laplanche, Serge Lebovici y tantos otros que iban a transformar la psiquiatría de la época en Francia.

En la tercera parte, siguiendo su ameno estilo narrativo, expone en diferentes apartados un gran abanico de reflexiones entre las cuales mencionaremos algunas: la expresión de la parte sana en los pacientes psicóticos si se crean circunstancias que lo permitan, por tanto, la variabilidad de presentación de los cuadros clínicos en función del contexto; el pensamiento anterior a la palabra, según si el trauma sea anterior a la experiencia de vínculo seguro debido a situaciones de aislamiento precoz, o bien posterior, cuando ya se han podido vivir relaciones precoces de apego seguro. En el primer caso, de pronóstico más grave, Cyrulnik evoca la posibilidad de tejer resiliencia y reparar daños neurobiológicos, siempre y cuando se facilite el ambiente emocional adecuado para que se pueda reanudar el desarrollo en un contexto relacional seguro; esto permite la creación de nuevas redes de conectividad neuronal. Otros temas que aborda y que son de gran interés son el maltrato infantil y la negación social, el problema del incesto y cómo pensar lo impensable; los niños, derechos y deberes, etc.

La lectura de esta segunda parte autobiográfica me ha llevado a interesarme por la primera parte de sus memorias, Sálvate, la vida te espera. Esta obra, altamente impactante, ayuda a comprender la resiliencia y el largo recorrido en el que ésta se va tejiendo, a través de la trayectoria vital del autor.

 

Pilar Tardio Abizanda
Psiquiatra. Psicoanalista (SEP-IPA)
pilartardio@hotmail.com