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Quisiera iniciar este artículo compartiendo una noticia publicada en un periódico de Barcelona el 25 de setiembre del año 2012. En la crónica del periódico ARA de este día se narraba que una ONG, Save the children, advertía del impacto psicológico de la violencia sobre los niños sirianos. Desde entonces muchos han sido los medios de comunicación que se han hecho eco del sufrimiento de miles y miles de niños, adolescentes y adultos. En nuestras consultas de Sant Pere Claver-Fundació Sanitària no hemos atendido todavía a ningún niño ni adolescente que haya vivido esta dolorosa experiencia. Todos conocemos y nos dolemos del motivo por el cual pudiendo ofrecer algo de auxilio nos vemos privados de ello. Como institución tenemos una amplia experiencia en el trato a niños y jóvenes víctimas de maltrato y con situaciones traumáticas en sus vidas, y quizás desde esta experiencia de trato podemos aportar algunas reflexiones a la situación de los refugiados actuales.

El Equipo de Atención al Menor de Sant Pere Claver-Fundació Sanitària, ofrece atención psicológica a los adolescentes que han estado denunciados por haber cometido algún delito. Guiado por la maestría del Dr. Lluis Feduchi, el equipo de atención al menor (EAM) se ha convertido en un observatorio privilegiado, desde el que observar la emergencia de la violencia tanto en el entorno familiar como el social. Acoso, violencia sobre los padres, violencia sobre la pareja, violencia sobre los bienes, violencia organizada en bandas, son denuncias frecuentes con los que llegan los chicos a nuestras consultas.

Hemos podido observar que muchos de ellos en la infancia han presentado un desarrollo suficientemente saludable y han podido contar con un entorno proveedor, en mayor o menor medida, del cuidado necesario para adquirir las funciones yoicas suficientes para adaptarse al entorno. Al mismo tiempo, la gran mayoría ha vivido situaciones de sufrimiento intenso debido a procesos migratorios complejos, a enfermedades de sus padres y a otras situaciones traumáticas ambientales como abandono, maltrato físico o negligencia. Estas situaciones han representado para los chicos la vivencia de perder a unos padres con capacidad de cuidar de ellos, generando una experiencia a menudo inconsciente, de privación y de abandono de sus necesidades emocionales. Algunos de ellos también han tenido que huir para salvar su vida y buscar acogida en los servicios sociales.

Atender a estos chicos y chicas y a sus familias desde el ámbito de la salud mental, en un trabajo interdisciplinar con los técnicos de justicia, ha posibilitado a nuestro equipo dar atención en salud mental a una población que difícilmente habría llegado a pedir ayuda psicológica por voluntad propia. Desde el espacio psicoterapéutico hemos intentado estimular para recuperar sus aspectos sanos y dar reconocimiento a las nuevas capacidades emergentes fruto de su desarrollo y en crecimiento. Hacer frente a las vicisitudes emocionales cuando sienten que han perdido la protección de los padres es una fuente de intenso sufrimiento psíquico que, en la adolescencia, se suma al esfuerzo por crecer. A menudo decimos que el adolescente es un emigrante psíquico, ya que abandona un cuerpo conocido para ir a la aventura de descubrir un nuevo cuerpo y unas nuevas posibilidades. Si la emigración psíquica coincide con una emigración real, el joven lo podrá vivir como una oportunidad, un buen viaje, si se dan las condiciones de medios suficientes para el crecimiento bio-psico-social. Pero si en este proceso no está bien acompañado, lo puede vivir como ser forzado a irse y experimentarlo como si lo hubieran arrancado de algún sitio, como un exilio. En estas condiciones el chico y la chica se defenderá del sufrimiento con los recursos psíquicos a su alcance. A veces los adolescentes emigrantes encuentran refugios que los acogen y les permiten continuar con su crecimiento, pero otras veces los refugios que encuentran ponen en riesgo tanto su salud mental como su desarrollo.

Por lo tanto, creemos que algunas reflexiones de nuestra tarea ambulatoria pueden ser extrapolables a la situación que viven los refugiados.

Probablemente, de todas las vicisitudes vividas en estos caminos buscando refugio, la más exigente y dolorosa es transitarlo sin el soporte familiar. Si las situaciones traumáticas ya son de por sí un factor de riesgo importante para las patologías mentales, enfrentarse a ellas sin la familia, suponen un riesgo más elevado y mucho más esfuerzo tanto para el niño como para el adolescente.

Emigrar, exiliarse, tener que huir para salvar la vida, conmueve los fundamentos de cualquier persona, pero el adulto que lo tiene que afrontar ya ha consolidado su desarrollo y su identidad. A su vez el niño, tendrá un tiempo, en la adolescencia, donde reeditar experiencias y reorganizarse, pero el chico y la chica adolescentes, están ya en tránsito de la infancia a la juventud y es el desarrollo adolescente el momento para reestructurar sus identidades. De aquí la necesidad y la urgencia de procurar dotar a los adolescentes en situación de refugiados de los recursos necesarios para conseguir restablecer las condiciones de desarrollo lo antes posible, para tratar de minimizar los efectos de una ruptura en la continuidad de su proceso de desarrollo.

Todo adolescente puede experimentar vivencias muy profundas de soledad, de falta y de desamparo si le fallan las defensas ante el malestar psíquico. A la experiencia dolorosa vivida en el país de origen, y durante el viaje de camino al refugio, se le suma la experiencia, que también puede llegar a ser traumática, del desamparo por falta del cuidado necesario a los aspectos de crecimiento. Por este motivo, el adolescente refugiado lo podemos pensar como un niño en tránsito hacia la juventud, transitando el tránsito.

Durante la adolescencia no es infrecuente que algunos chicos y chicas puedan presentar angustias difusas, actitudes paranoides, estados transitorios de despersonalización, intensos sentimientos depresivos, falta de esperanza e impotencia, molestias corporales e incluso fenómenos psicóticos transitorios. El riesgo de sufrir alguno de estos trastornos se incrementa en aquellas situaciones donde las experiencias traumáticas son tan intensas, continuadas en el tiempo y poco sostenidas por el entorno, dado que ya está inmerso en el mismo sufrimiento.

Todos los adolescentes presentan aspectos infantiles que están por desarrollar, junto con capacidades emergentes que precisan ser puestas a prueba y, por tanto, están todavía muy dependientes del entorno y precisan que éste les facilite las oportunidades para ponerse a prueba y acabar el desarrollo que lo transformará en un joven adulto.

Para poder ir haciendo frente a las pérdidas propias de su crecimiento, es necesario para el adolescente no sentirse aislado y vivir formando parte de un grupo. El adolescente tiene la tarea fundamental de reconstruir sus identidades a partir de la infantil, incorporando los cambios corporales y psíquicos que el crecimiento le aporta, y dialogando con el grupo social al que se siente pertenecer y con el que se identifica.

El grupo de refugiados, ¿qué imágenes de identificación pueden proveer a los adolescentes? Si como vemos en la consulta, situaciones de paro, estados de ánimo deprimidos, dificultades económicas, pueden ser fuente de conflicto en la relación con el hijo adolescente, ya que pueden percibir a los padres como débiles, dificultando procesos de identificación, ¿qué puede pasar en situaciones tan extremas?

A las ansiedades y miedo que la experiencia de buscar refugio provoca en cualquier sujeto, se le suma en el adolescente las ansiedades de crecimiento, el miedo a quedar pequeño y al mismo tiempo, el miedo a estar perdido en un mundo adulto todavía inexplorado. Hemos observado a menudo en adolescentes emigrantes que viven con culpa haber emigrado dejando hermanos en el país de origen. Nuestro trabajo en estos casos ha consistido en ayudar a los chicos a tomar consciencia de estos sentimientos y de las repercusiones en su vida. Podemos presuponer pues, los sentimientos de culpa subyacentes a muchos refugiados que han podido sobrevivir dejando familiares muertos o en condiciones extremas.

Cuando el adolescente se ve desbordado por estas ansiedades, y ni él ni su entorno pueden soportar el sufrimiento mental, no es extraño que la patología mental o las conductas transgresoras se manifiesten.

El adolescente, esté donde esté, además de sobrevivir tiene como tarea principal la búsqueda y consolidación del sentimiento de su identidad, tarea que no tiene ni el adulto ni el niño todavía. La privación de experiencias que permitan poner a prueba sus capacidades y desarrollar sus potencialidades, producirán limitaciones en su psiquismo. Las investigaciones en neurociencia nos muestran las capacidades de neuroregeneración que tiene el cerebro humano durante toda la vida, pero también nos muestra las consecuencias de la falta de nutrientes y de experiencias en momentos precisos del desarrollo. También sabemos que la privación emocional puede comportar pérdida de capacidad de simbolización y la necesidad de usar defensas primitivas. Si el chico o la chica recurre a mecanismos de defensa muy primitivos para hacer frente a la ansiedad, esta puede quedar muy alterada, dando lugar a pseudoidentidades o a un falso yo. Al mismo tiempo, los déficits de simbolización tienen repercusiones en los procesos de aprendizaje y limitan las posibilidades de desarrollo profesional futuras.

Estar en situación de buscar refugio, de huir, en todo ser humano incrementa el sentimiento de fragilidad, vulnerabilidad, sentimientos que pueden ser mal tolerados por el adolescente por considerarlos propios de niños pequeños. Darse cuenta de ellos les puede parecer que les hace débiles, y ellos quieren ser fuertes y mayores rápidamente. Algunos creen que ser fuertes es no sentir malestar, ni ganas de llorar, ni de echar de menos y así, confundidos, hacen todo lo posible para no sentir, para ser duros e insensibles. Creen que negar el sentimiento de tristeza y desamparo los hace fuertes. Estas confusiones, junto al desconocimiento de las normas del entorno, les lleva en ocasiones a apegarse rápidamente a normas propias que les den seguridad y a buscar por su cuenta experiencias que les permitan explorar y probarse en su entorno.

Movimientos regresivos y progresivos son característicos y naturales en la adolescencia, pues facilitan la parada para tomar fuerzas y continuar el crecimiento. Pero las experiencias traumáticas facilitan el detenimiento en lo infantil y pueden intensificar los movimientos regresivos. Si el adolescente hace una regresión excesiva por falta de recursos internos y le faltan los soportes externos, se activan funcionamientos muy primitivos. Cuesta distinguir cuando el adolescente está haciendo una regresión de cuando actúa un aspecto todavía infantil. Pero esta dificultad se incrementa en condiciones de emigración y podemos presuponer que también en condiciones de estar refugiado, ya que no es extraño que mantenga el deseo de querer volver para continuar su crecimiento en el lugar donde habían crecido, para acabar allí su desarrollo.

Por lo tanto, el adolescente mal refugiado, mal acogido, puede buscar refugios más o menos transitorios poco adecuados para su desarrollo. Algunos de estos refugios observados por nosotros son:

 

El refugio en una identidad por vía rápida

En lugar de vivir el proceso de consolidación de una nueva identidad el chico o la chica consiguen otra de un día para otro, que para nosotros tiene el carácter de pseudoidentidad, y que puede detener su desarrollo si se mantiene en el tiempo. Un embarazo o la pertenencia a una banda pueden ser usados a tal fin, conduciendo a chicos y chicas a un sentimiento de ser ya alguien reconocido, tanto por él mismo, como por los otros, evitando el esfuerzo de crecer y aprender. En este sentido Erickson ya describió la posibilidad de adoptar en la adolescencia una identidad negativa antes de no tener ninguna.

También la conducta violenta se puede poner al servicio de sentir control y dominio, reafirmándose a través de ella y con un funcionamiento mental primitivo y de anticrecimiento.

 

El refugio en una hiperadaptación

Nos podemos encontrar en otras ocasiones con chicos y chicas que después de hechos traumáticos parecen adaptarse rápidamente y sin conflictos a las nuevas condiciones ambientales, de manera que hacen pensar en buenas capacidades de adaptación, pero al cabo de unos años, un pequeño cambio o pérdidas aparentemente insignificantes, hacen emerger un profundo malestar. Un hecho doloroso hace revivir la experiencia traumática, poniendo en evidencia que no había estado suficientemente elaborada, sino negada y apartada de la mente. Los Grinberg (1984) denominaron a esta situación síndrome de la “depresión postergada”. Surge cuando se han agotado las defensas maníacas usadas para mantener la adaptación forzada. A veces, esta “depresión postergada” puede ser substituida por una manifestación somática.

 

El refugio en la huida hacia delante

En ocasiones también hemos observado que chicos que han iniciado un proceso migratorio solos, a partir de sus capacidades de autonomía y progreso, al encontrarse sin apoyos adecuados, por el miedo a quedar invadidos por ansiedades regresivas, usan los aspectos progresivos para huir de ellos y negarlos, en lugar de ponerlos al servicio del crecimiento. Desde esta dinámica mental es difícil dejarse ayudar. La necesidad de afirmarse y sostener sus aspectos progresivos, los conducen a una dificultad para vincularse a los servicios de ayuda. A menudo, la vivencia es de callejón sin salida. En estas condiciones no es infrecuente que la necesidad de apaciguar el dolor físico, de parar la mente, los conduzca a consumos excesivos de tóxicos. La necesidad de sostener la huida adelante y los consumos, pueden conducir a buscar recursos rápidos para sobrevivir y ser utilizados por redes de tráfico y prostitución.

Es urgente cuidar a los adolescentes que vienen solos, y a todos los adultos refugiados, para que puedan recuperar la esperanza y transmitirla a los más jóvenes. Más allá de la documentación y del trabajo, que evidentemente son, después de la necesidad de supervivencia, las primeras necesidades a cubrir, nuestra tarea para con ellos no ha terminado. No podemos olvidar la necesidad de elaboración psíquica que precisan una vez establecidos en un entorno seguro y con las condiciones vitales garantizadas, dado que de no hacerlo podemos contribuir a incrementar algunos riesgos como el riesgo de entrar a formar parte de una identidad colectiva perdiendo la subjetividad. Cuando el entorno es alterado de una manera tan intensa y brusca, conmueve los vínculos que el sujeto ha establecido con el entorno. Es difícil enfrentase individualmente.

Bajo condiciones de gran estrés, la identidad del grupo grande puede llegar a reemplazar a la individual. Cuando un grupo grande victimiza a otro grupo, aquellos que se sienten traumatizados pueden experimentar intensos sentimientos de rabia y creerse con el derecho de venganza. Si las circunstancias no permiten expresar su rabia, puede transformarse en una rabia desesperanzada y el sentimiento de victimismo incrementarse y ser la semilla de un nosotros teñido de victimismo (Volkan, 2014). Ofrecer espacios de encuentro grupal podría ser una herramienta desde donde ir haciendo frente, donde dar y recibir soporte para que todos se puedan reconocer como población vulnerada, pensarse y organizarse en función de sus derechos, necesidades y recursos sociales propios. Una herramienta que les permita vincularse entre ellos y restablecer vínculos sociales creando espacios de palabra. Es necesario para la vida mental que la palabra pueda ser dicha y escuchada para facilitar que el sujeto emerja. Hablo de la herramienta grupal al estilo que presentó Pichón Rivière o Balint. Una estructura grupal que permita la emergencia de los conflictos existentes, y que movilice los recursos que permitan recomponer la trama social existente rota por las condiciones ambientales. En otras condiciones de sufrimiento psíquico, los profesionales de la salud mental hemos visto que una estructura grupal así puede permitir una mayor tolerancia a los conflictos y promover una elaboración simbólica de los mismos, ayudando a elaborar las situaciones de cambio y posibilitando que los vínculos se fortalezcan al encontrar en el primer grupo, y después dentro de cada uno, un refugio acogedor.

Me parece interesante recordar que ya Freud nos explicaba en el Malestar de la cultura, la fuerza que tiene el grupo sobre el sujeto. Y tener presente a Bion cuando nos describe cómo los grupos humanos, en determinadas condiciones, entramos en funcionamientos de supuesto básico que distorsionan la realización de la tarea del equipo. Sin olvidar a A. Freud y D. Burlingame (1942), quienes observaron entre madres e hijos víctimas de la Segunda Guerra Mundial, el riesgo de transmisión del trabajo de elaboración de una situación traumática a la siguiente generación. En nuestros días, V. Volkan (2013) retoma esta observación y nos describe como un grupo grande traumatizado cuando no puede revertir sus sentimientos de desvalimiento y humillación ni puede reafirmarse, ni desarrollar de forma efectiva el trabajo de duelo y tampoco puede completar otros recorridos psicológicos, transfiere estas tareas psicológicas inacabadas a las generaciones futuras.

 

Referencias bibliográficas

Grinberg, L. y R. (1984), Psicoanálisis de la emigración y del exilio, Madrid, Alianza Editorial.

Berdasco, L. (2012), Escuchando el horror. Sobre la asistencia a refugiados víctimas de la violencia, TEMAS DE PSICOANÁLISIS, núm. 4.

Volkan, V.D. (2013), Psicología de las sociedades en conflicto: diplomacia, relaciones internacionales y psicoanálisis, Barcelona, Iniciativas grupales. S.L.

 

Resumen

El Equipo de Atención al Menor de Sant Pere Claver-Fundació Sanitària presta asistencia psicológica y psiquiátrica a adolescentes desde hace más de 20 años. Esta unidad de tratamiento es un observatorio privilegiado para observar y reflexionar en torno a cómo surge la violencia cuando el adolescente se siente violentado por el entorno. Muchos de los adolescentes tratados por el equipo han vivido procesos migratorios muy complejos. Algunos han emprendido la huida para salvar la vida; otros han elegido emigrar sin medios suficientes, poniendo su vida en riesgo; y otros se han sentido obligados a abandonar su país de origen perdiendo lazos familiares, que ha conllevado duelos de difícil elaboración. El objetivo de este artículo es ofrecer algunas de nuestras reflexiones para colaborar en la acogida de estos miles de niños, adolescentes y adultos que van errantes en busca de un país que les de refugio.

Palabras clave: adolescencia, emigración, refugios anticrecimiento, trauma transgeneracional.

 

Begoña Vázquez Lejárcegui
Psicoanalista (SEP-IPA),
Psicóloga clínica del Equipo de Atención al Menor (EAM) de Sant Pere Claver-Fundació Sanitària,
bvl511@gmail.com