Pensamos que este dossier sobre los refugiados no estaría completo sin el punto de vista de aquellos que están, o han estado, en contacto directo con los hombres, mujeres y niños que llegan a las costas de Europa. Para ello contamos con la colaboración de Júlia Sala, una joven médica que ha estado trabajando en Grecia, en la isla de Quíos al sur de Lesbos, a unos 10 km de Turquía y también en el campo de refugiados de Vasilika, cerca de Tesalónica.
TdP.- ¿Qué la hizo decidirse a ir a Grecia? ¿Fue una decisión súbita o la culminación de un proceso?
Júlia Sala.- Había terminado la formación en pediatría después de cuatro años y me quedaban cuatro meses antes de empezar una nueva formación de dos años más. Sentía que era un buen momento para tomar perspectiva y alejarme un poco de nuestro sistema de trabajo habitual. Inicialmente no tenía un destino claro, pero a medida que fui siendo más consciente de la catastrófica situación que estaban viviendo las personas en busca de asilo que conseguían llegar a Europa, tuve claro que era la opción.
TdP.- ¿Viajó sola o como cooperante de alguna ONG?
J. Sala.- Nunca pensé en ir por mi cuenta. Yo no tenía experiencia ni formación en cooperación y no me parecía suficiente el tener ganas de ayudar y buenas intenciones. Creía que sería una situación suficientemente caótica en la que el orden, las tareas y los límites tenían que estar definidos para no empeorarla, sobre todo en estancias de cortos períodos. No era una cuestión de ir de vacaciones a ver el desastre, sino de intentar ayudar a mejorarla con cualquier cosa, si se podía.
A pesar de lo que podría parecer ?porque organizaciones y grupos trabajando hay muchos? no fue fácil encontrar la forma de ir. Finalmente me puse en contacto con “Salvamento Marítimo Humanitario” (SMH), una ONG vasca creada a raíz de esta crisis humanitaria, que trabajaba en Quíos desde diciembre del 2015.
TdP.- ¿Cuál era el trabajo de su organización en Quíos y qué tareas desempeñó usted?
J. Sala.- SMH tenía una lancha de rescate en el mar y una ambulancia operativa las 24 horas del día. Éramos grupos de seis o siete personas por turno, con dos funciones principales: el soporte en las llegadas de barcas y el traslado de personas entre los campos y el hospital.
Se había organizado una vigilancia de costas durante la noche, junto con otras organizaciones que trabajaban en la isla, para detectar las llegadas de barcos con personas procedentes de costas turcas, e ir a ayudar en su llegada a la costa. Si hacía buena mar llegaban barcas prácticamente a diario, entre cuarenta y sesenta personas en cada una. Se hacía un chequeo médico inicial y si se necesitaba, se daba asistencia médica, con o sin traslado al hospital de la isla. Había otras organizaciones que proveían de comida, agua y ropa seca.
En Quíos, en ese momento, había tres campos. Un campo militar, Vial, con unas mil quinientas personas, y dos campos no militarizados, Souda y Depethe ?dentro de la ciudad principal de la isla? que habían ido creciendo progresivamente hasta tener unas mil quinientas y cuatrocientas personas, respectivamente. Los campos grandes tenían asistencia médica de varias organizaciones. Cuando se necesitaba algún traslado al hospital, bien por urgencia, por distancia o por dificultades de movilidad, nos avisaban para hacer el transporte.
En el tiempo libre se daba soporte a la cocina de Zaporeak, una organización vasca que daba comida a las personas que vivían en los campos no militares, al reparto de comida, o a lo que fuera necesario.
TdP.- ¿Se tuvo que preparar de alguna manera para esta labor?
J. Sala.- Te intentas preparar psicológicamente para la situación que te imaginas que te vas a encontrar y llevar lo que piensas que puede ser de ayuda, pero te marchas con incertidumbre y mucho respeto a lo desconocido y a las personas que te vas a encontrar. Pero allí la realidad supera la ficción.
TdP.- Por lo que nos ha explicado, parte de su trabajo consistía en estar en primera línea, recibiendo a las personas prácticamente desde el agua. Querríamos preguntarle sobre las reacciones emocionales más frecuentes que observaba en éstas al pisar tierra.
J. Sala.- Una mezcla de sensaciones y emociones en silencio. Desde la orilla veías dentro de la barca caras asustadas, miedo, desconfianza hacía el extraño. Al salir y pisar tierra mucha gente lloraba. Había desconcierto, desconocimiento; algunos no sabían dónde estaban: ¿Europa? ¿Atenas? ¿Grecia? Ilusión por haber llegado, esperanza de poder dejar en el olvido todo lo que habían pasado y empezar una nueva vida. Pensaban cómo llegar a Alemania, preguntaban si las familias griegas les acogían en sus casas, dónde tenían que ir… A veces nos sentíamos incapaces de truncar esas perspectivas instantáneas explicándoles que su destino inmediato era un campo militar, en una isla de la cual, con suerte, dentro de varios meses a lo mejor podrían salir; solo había empezado otra etapa en este largo camino. Y a pesar de todo este desastre, siempre te daban las gracias.
TdP.- Después se trasladó al campo de refugiados de Vasilika. ¿En qué situación estaban aquellos refugiados?
J. Sala.- Su situación en Grecia era más crónica, más estable. La mayoría de gente que se encontraba allí (entre mil y mil doscientas personas) eran kurdos y sirios; algunos hacía más de un año que habían dejado sus casas. En mayo, cuando cerraron la frontera de Grecia con Macedonia, se quedaron estancados en Idomeni (a pocos metros de Macedonia) con la esperanza diaria de poder continuar su viaje. En junio la policía desmanteló el campo y los trasladó a diferentes campos militares; a algunos, a una antigua fábrica de pollos: el campo militar de Vasilika. Y allí seguían esperando salir algún día.
TdP.- ¿Cuál fue su función allí? ¿Trabajaba con la misma organización que en Quíos?
J. Sala.- Allí fui con Ekoproject, un grupo de voluntarios independientes que habían empezado a organizarse cerca de Idomeni, bajo el techo de una gasolinera llamada Eko. Con el traslado a los campos militares, el grupo tuvo la necesidad de seguir al lado de la gente con la que habían estado conviviendo durante tanto tiempo para seguir dándoles su apoyo. Se buscó un solar a pocos metros del campo de Vasilika, para continuar con el proyecto, e intentar proporcionar un espacio de aire fresco, donde la gente, sobre todo los niños, pueden jugar, aprender, leer y evadirse de la situación en la que se encuentran.
Mi función allí era de soporte a las múltiples tareas que se realizaban. Ejercer de médico independiente, sin vinculación a ninguna organización sanitaria, es complejo pues se necesitan permisos, infraestructura y continuidad en la asistencia que, por el momento, no se podía llevar a cabo. En el campo disponían de asistencia médica solo durante las mañanas, mucha menos de la que había en la isla.
TdP.- Tanto en un lugar como en otro, ¿había solo organizaciones no gubernamentales o había también organismos oficiales de la UE, de la ONU o de algún gobierno?
J. Sala.- Había organizaciones de todo tipo, desde voluntarios independientes, ONG variadas, organismos gubernamentales y ACNUR (Agencia de la ONU para los Refugiados). Algunas se habían creado de y para esta necesidad como CESRT (Chios Eastern Shore Response Team) o SMH. En Quíos había atención por parte de organizaciones como Cruz Roja, Médicos del Mundo, Praxis, Save the Children, WAHA, Drapen y Havet, etc. A veces sorprendía como, habiendo organizaciones con tantos recursos materiales y económicos, había tiempos de latencia tan largos para algunas situaciones tan catastróficas.
TdP.- Podemos reflexionar sobre los sentimientos que genera en los refugiados el drama que están viviendo, pero nos gustaría que usted, como testimonio in situ, nos explique emociones, sentimientos y actitudes que las personas refugiadas, adultos y niños, experimentan y muestran ante su situación.
J. Sala.- Es difícil extrapolar los sentimientos de una parte de las personas con las que tuve la suerte de hablar a todos los refugiados. Si bien es verdad que la mayoría vienen de situaciones parecidas, no todos reaccionamos igual a situaciones similares. Desde la vertiente médica atendíamos a muchos casos de crisis de ansiedad, ataques de pánico, somatizaciones muy graves, muchas autolesiones.
La gente que llevaba mucho tiempo en la misma situación parecían impasibles, reducidos a la espera maldita de una respuesta, de un algo que les diera alguna esperanza. Verlo era desesperante, sufrirlo, es inimaginable.
Los mismos supervivientes de la guerra verbalizaban “prefiero volver a mi país y que me caiga una bomba a seguir aquí en esta situación”, “solo nos dicen: espera, espera… y nunca nadie nos da una respuesta”.
Había asistencia psiquiátrica en el hospital de la isla, pero era absolutamente insuficiente, con un solo traductor de árabe-griego y no se había previsto un plan de atención a la salud mental para una situación de emergencia de esta índole.
TdP.- En un debate sobre la crisis de los refugiados, el fotógrafo del periódico Ara, Xavier Bertral, explicaba que se acercó a un niño con una cicatriz en la cara y, agachándose, le dijo: mira, yo también tengo una ?mostrándole una cicatriz que tenía en la nariz?. El niño respondió, interesado: ¡Ah…! ¿A ti también te han disparado? Con esta anécdota, el público asistente pudimos compartir su impacto ante un niño que describía, como una cosa que sucede, que a las personas se las dispara. ¿Podría explicarnos alguna de las situaciones que le impactaron a usted durante las semanas que pasó en la isla de Quíos?
J. Sala.- No sabría qué situaciones impactantes escoger. Cuando no hay casi ninguna familia unida, cuando hay niños sin padres, mujeres embarazadas solas con otros hijos, cuando todos han perdido amigos, compañeros, familiares en la guerra o por el camino, cuando la situación que les estamos dando en la Europa de las oportunidades les deteriora cada día más, en este punto, no se puede escoger ninguna situación impactante, porque cada historia que te cuentan es peor que la anterior.
La tarde antes de volver a Barcelona, un chico en Vasilika me dijo: “hasta mañana”. Le dije que mañana volvía a casa, que tenía que trabajar, a lo que me contestó: “yo hace dos años que me tuve que ir de mi casa en Alepo y no sé si nunca podré volver”.
TdP.- Nos gustaría preguntarle sobre el miedo en los niños, pasados los primeros días. Por ejemplo, hay voluntarios que se han dedicado a reenseñar a nadar porque muchos niños tenían terror a acercarse al mar. ¿Ha visto otras respuestas de los niños en esta línea?
J. Sala.- Los niños parece que intentan seguir su vida a pesar de las condiciones que tienen y el sitio donde están. Pero cuando hay tormentas y truena, o simplemente un balón impacta contra la puerta de hierro de la escuela y resuena dentro mientras dan clase, aparecen el miedo y las caras de horror que guardan dentro. Dibujan la guerra, la sangre y la destrucción, te hablan de ello a veces y te das cuenta de cómo de integrado lo tienen, de la normalización con la que lo viven.
Algunos tienen miedo al mar, sobre todo los adultos, algunos tampoco sabían nadar antes, e iniciativas como las clases de natación se las toman con gran ilusión y superación. Pero en los campos prácticamente no hay soporte psicológico para nadie, y menos para los niños y niñas, a pesar de ser uno de los grupos más vulnerables.
TdP.- ¿Cómo cree que la han afectado estas vivencias, tanto a usted como a sus compañeros?
J. Sala.- Hablando principalmente de mí, pero seguro que en parte también de ellos, creo que sentimos una profunda tristeza. Hemos sentido la gran frustración de poder hacer muy poco; impotencia de ver el horror y no poder cambiarlo; vergüenza de nuestros Estados que participan de la perpetuación de la situación… Hemos llorado al ver los campos, las condiciones en las que viven; al ver que la situación en vez de mejorar empeora, y que podemos estar allí pero siempre será insuficiente; también al marcharnos y ver que sigue (y seguirá) llegando gente.
Pero a la vez ha sido un placer conocer a personas que, viniendo de sitios y contextos muy lejanos, hemos trabajado juntos para intentar mejorar la situación infame que esta Europa está permitiendo. Y ha sido un inmenso honor poder conocer una pequeña parte de estas personas que vienen a buscar algo mejor, con realidades muy distintas a la nuestra pero que han compartido con nosotros sus historias. Lo que antes eran personas anónimas, ahora son parte de nuestras vidas, y gracias a ellos nosotros nos hemos convertido en parte de su lucha, porque es la lucha de todos, y esto nos ha hecho más fuertes también y nos ha dado algo de esperanza.
TdP.- Después de estar cerca de los refugiados ¿ha cambiado su punto de vista sobre el problema? ¿Cuál es su opinión sobre el papel de los gobiernos en esta crisis humanitaria?
J. Sala.- Ha cambiado, sí. Siento profunda vergüenza de nuestros Estados. Las condiciones en las que se les hace vivir despersonalizan la condición humana. Su Europa de la esperanza, es la misma Europa que les niega el asilo, la capacidad de autosuficiencia. Y lo más sarcástico de todo es que dependen de ésta para dormir, comer, moverse, irse… para todo. La misma Europa que los condena es la misma Europa en la que vivimos, de la que formamos parte, es nuestra Europa la que está haciendo esto.
Es una vulneración continua de los derechos humanos. Nuestros Estados forman parte de los que hipócritamente firmaron la Convención de Ginebra de 1951, que “explica detalladamente una serie de derechos humanos fundamentales de todo refugiado que deben ser protegidos (…) incluyendo conceptos como la libertad de religión y de movimiento, el derecho a la educación y a disponer de documentos de viaje, así como la posibilidad de trabajar (…). Reconoce el alcance internacional del problema de los refugiados, y la necesidad de la cooperación internacional para su solución, destacando la importancia de compartir la responsabilidad entre los Estados”[1]. Y en Grecia hemos sido testimonios del incumplimiento diario de estos derechos por parte de nuestros Estados y la propia ACNUR.
La Historia nos condenará por haber permitido esto, nos llevaremos las manos a la cabeza al pensar cómo pudo pasar.
TdP.- ¿Cómo ve el final de esta situación?
J. Sala.- Desgraciadamente muy lejos. Hasta que no acaben las guerras, las persecuciones por motivos políticos, religiosos o de orientación sexual ?entre otros?, y sus lugares puedan volver a ser seguros y aptos para vivir, seguirá llegando gente buscando una situación mejor. A veces tendemos a pensar solo en los sirios y kurdos, y si bien es cierto que son la mayoría, hay personas en busca de asilo/refugio procedentes de Irak, Pakistán, Afganistán, etc. Mientras siga habiendo gente perseguida en sus países, los que no nos encontramos en esta situación deberíamos dar respuesta a esta crisis migratoria. ¡Tenemos que acoger! Es imprescindible. No podemos permitir que siga pasando. Hay recursos económicos, materiales y humanos suficientes para poder hacerlo.
TdP.- ¿Podría decirnos cuál cree que es la mejor manera que tienen los ciudadanos de prestar ayuda?
J. Sala.- En primer lugar, nos hemos de concienciar. Hemos de tomar esta lucha como nuestra, porque también lo es. Y esta impotencia y las ganas de cambio serán las que nos permitan revertir la situación. Tenemos que reflexionar sobre la parte de culpa que nos concierne. La Europa que hace esto es la Europa que nosotros hemos creado con nuestros votos a los representantes de nuestros Estados respectivos. Pensar qué consumimos y de qué forma, pensar si el banco en el que tenemos el dinero financia las armas que prolongan la masacre, pensar qué hacen los dirigentes que votamos, pensar qué futuro queremos y actuar en consecuencia.
Colectivamente se tiene que presionar para la concienciación civil y gubernamental, para ser países de acogida, porque tiene que ser una prioridad para todos, y porque desde el egocentrismo, podríamos ser (y en el pasado ya lo fuimos) nosotros.
TdP.- Y, para terminar, ¿qué le ha aportado su voluntariado en Grecia?
J Sala.- Un desengaño profundo de Europa y los gobiernos por todo lo mencionado. Al caerme la venda de la ingenuidad, al vivir esta realidad, me ha cambiado la forma de mirar el mundo y lo que somos. Hace más de tres meses que volví y sigo pensando en ello cada día.
Pero yo, al igual que muchos otros, creo que nos hemos concienciado más sobre la problemática, para no volver a ser indiferentes al horror que vemos cada día en los televisores de nuestras tranquilas casas. Y aunque sea desde una mezcla de rabia y de esperanza intentamos trabajar desde aquí para un cambio que nos parece terriblemente lento.