Josep Maria Esquirol es profesor de Filosofía de la Universidad de Barcelona y coordinador del Grupo Aporia, de la misma Universidad, dedicado a la investigación en filosofía contemporánea, ética y política.
Su libro Resistencia íntima: Ensayo de una filosofía de la proximidad obtuvo el Premi Ciutat de Barcelona 2015 en la categoría de ensayo, ciencias sociales y humanidades y el Premio Nacional de Ensayo 2016.
El profesor Josep Maria Esquirol sitúa la experiencia de vida común a los seres humanos como un punto de partida del pensamiento, que nos va a permitir, a la vez, salir de la intemperie de la condición humana. A lo largo de la entrevista nos acerca, desde la mirada del filósofo, a conceptos tales como pensar, proximidad, indistancia, resistencia, identidad narrativa, extimidad y, por supuesto, intimidad. Todo ello en un lenguaje claro y cercano.
El título de su próximo libro, La penúltima bondad. Ensayo sobre la vida humana, editado por Acantilado y que va a salir en breve, nos lleva a intuir ―a falta de conocer su contenido― una continuidad en su camino de acercar la filosofía a la sociedad.
TEMAS DE PSICOANÁLISIS agradece la colaboración de Josep Maria Esquirol para la realización de esta entrevista.
TdP.- Plantearse interrogantes, observar, pensar… Parece que la filosofía y el psicoanálisis tienen muchos puntos en común. Y más aún cuando usted subraya la necesidad, desde la filosofía, de pensar las experiencias y de acercarse a los sentimientos. ¿Qué nos podría decir acerca de ello?
J.M. Esquirol.- Entiendo la filosofía no como una disciplina entre otras sino como lo relativo a la dimensión del pensar. La condición humana es de intemperie y pensamos para buscar orientación (sentido) a nuestra vida. Ahora bien, ¿desde dónde pensamos?, ¿qué es lo que cabe tomar como base o como alimento para tal dinamismo? Pues, sobre todo, la propia experiencia de la vida (así como también la cristalización de dicha experiencia en lo simbólico). Experiencia no equivale aquí a “vivencias particulares” sino a aquello común que a todos nos afecta por compartir la misma condición: “aquí, sobre la tierra, bajo el cielo, en compañía de los otros…”. Los sentimientos son expresión de la situación patética fundamental (de la afectación de nuestro sentir), y es por esto que han de ser considerados determinantes para pensar. Precisamente, mi último trabajo filosófico lo he construido sobre el concepto de repliegue del sentir.
TdP.- ¿La intimidad ha sido objeto de estudio para la filosofía?
J.M. Esquirol.- Todo lo importante ya ha sido pensado. Lo que no significa que no haya que volver a pensarse. La fuerza del pensamiento nunca reside en su expresión como pasado ―y menos como pasado perfecto― sino precisamente en su tiempo presente e infinitivo: “pensar”. Evidentemente, no hay que fijarse solo en las palabras sino también en aquello a lo que apuntan. Quizás no haya muchas filosofías de la “intimidad”, pero sí filosofías de la interioridad, de la conciencia, del yo, de la subjetividad…
TdP.- Conceptos tales como relación, confidencialidad, confianza, acogida, receptividad, son consustanciales al encuentro psicoanalítico, e implican al paciente, al analista, o ambos. ¿Dónde se inscribe lo íntimo a nivel conceptual?, ¿y lo privado?
J.M. Esquirol.- Puedo decirle cómo yo he utilizado conceptualmente la expresión “resistencia íntima”. Se trata de indicar el movimiento consistente en no dejarse llevar y mantener el tipo ante las fuerzas disgregantes de la realidad; algunas de tales fuerzas son relativas a la condición humana y otras son específicas del contexto social. Frente a toda erosión nihilizante la resistencia íntima se expresará en el gesto de la casa y del amparo, en el valor de la cotidianidad o en la clásica virtud de la fortaleza. Intencionadamente uso la expresión “íntima” y no “interior”. La distinción entre interior y exterior es demasiado simplista. “Íntima” significa próxima y, también, central, nuclear, del sí mismo. Resistencia en la reflexión del sí mismo, en el prójimo, y en la proximidad.
“Privado” es otra cosa. Procede de una distinción política: lo público y lo privado ―lo privado de lo público―. Hoy en día esta expresión se utiliza demasiado y creo que, en general, de forma confusa. La hipertrofia de su uso está vinculada a ideologías individualistas y consumistas.
TdP.- Esta descripción queda recogida en su libro Resistencia íntima: Ensayo de una filosofía de la proximidad. Lo íntimo como lo cercano, lo cotidiano, incluso como una experiencia sensorial… Nos gustaría que nos hablara algo más de ello para nuestros lectores.
J.M. Esquirol.- En la intemperie, una experiencia fundamental de sentido es la de la proximidad. Tal experiencia suele tener los rasgos de la acogida, de la calidez, del amparo. Fijémonos, ¿qué sería lo contrario de la proximidad? Ciertamente, no la lejanía. No es una cuestión de distancias. Desde la lejanía física, el amigo continúa amparándonos. Lo contrario de la proximidad es la indistancia y la indiferencia. La indistancia es lo que no está ni cerca ni lejos; lo que adviene como un mundo homogéneo e indiferenciado, a pesar de sus formas coloreadas y brillantes. A menudo nos hemos engañado al pensar que la superación de las distancias trae la cercanía. Pero no es así: el entramado tecnológico no solo conlleva la desaparición de las distancias sino, con más sutilidad todavía, a veces también la de las cercanías. La superación de distancias con la conectividad global no garantiza la proximidad de lo cercano. Aquí, la diferencia como categoría filosófica surge sin necesidad de forcejeo ni de magia alguna: lo indistante es a la proximidad, lo que la indiferencia es a la atención. No es casual que estas palabras: proximidad, atención, intimidad… tengan a la vez una dimensión cognoscitiva y ética.
TdP.- “La proximidad, o el retorno a la proximidad (la casa, la compañía, el huerto, la intimidad”…) es camino hacia la presencia y hacia el sentido” ―y, añadiríamos, hacia la esperanza que sugiere esta reflexión―. Pero a la vez, no la contrapone del todo a la “niebla del nihilismo”. ¿Podría explicarnos más acerca de ello?
J.M. Esquirol.- “Nihilismo” puede significar proceso hacia la nada. Puede significar revelación de lo absurdo (del sinsentido). Y puede significar dominio de lo homogéneo (dominio de lo mismo). Estas tres significaciones, que son diferentes, convergen sin embargo en el mismo punto nuclear: el nihilismo amenaza la vida; es sombra que se cierne sobre la vida (no de la vida genérica, sino de la vida concreta de las personas, de cada uno de nosotros). Así, el nihilismo resulta ser absolutamente inhóspito. Así, la reivindicación de la proximidad es una reivindicación de un espacio anímico y físico frente a la amenaza nihilista. El nihilismo (lo inhóspito) no es algo totalmente superable, sino eso a lo que en nuestra situación hemos de enfrentarnos. Así pues, no entiendo el retorno a la casa como gesto de añoranza romántica, sino como un gesto humano fundamental que es respuesta a la intemperie y a las fuerzas disgregadoras que permanentemente amenazan la verticalidad de la vida.
TdP.- Como ya conoce, el setting analítico es un marco de trabajo, externo e interno, que se organiza para facilitar un encuentro suficientemente íntimo entre paciente y analista que permita una experiencia de relación y, a partir de ahí, el pensar. Cuando usted habla de la “casa” como lugar y como “gesto”, que posibilita la intimidad, es inevitable para nosotros pensar en todo ello, en aquello que permite el proceso analítico. ¿Cuál sería su opinión al respecto?
J.M. Esquirol.- Aquí debo ser prudente, pues para opinar sobre este tipo específico de encuentro y de práctica debería tener un conocimiento y una experiencia que no tengo. Lo que sí puedo decir, más en general, es que la franqueza y la confianza requieren de proximidad en la relación. Y que se dé esta proximidad no es cuestión ni de metodologías ni de técnicas sino de un tipo de actitud y de disponibilidad personal que tiene que ver con la apertura, la solicitud y la sensibilidad.
TdP.- En esta época del 2.0 parece que el concepto de extimidad, acuñado por J. Lacan en 1958, adquiere ahora todo su sentido. ¿Podría explicarnos su punto de vista al respecto?
J.M. Esquirol.- Esta cuestión me interesa muy especialmente. Teniendo en cuenta lo que dice Lacan, creo que el concepto de extimidad se puede pensar en dos direcciones. La primera es precisamente la de la exteriorización de la intimidad. Es obvio que no hay un problema intrínseco a la “ex-presión” de lo íntimo; el problema emerge con el afán por “ex-teriorizar” toda esfera de proximidad y de familiaridad. Hay ahí una debilidad de partida y una todavía mayor debilidad de llegada. Lo íntimo protege, ampara, cobija. Lo íntimo exteriorizado deja de llevar a cabo tales funciones. La sociedad consumista desintegra lo íntimo para, de este modo, dar lugar a un sujeto todavía más abocado a la evasión en los productos y las distracciones. Tal sociedad ejerce una violencia a veces explícita y otras veces sutil contra la esfera de la cercanía. Walter Benjamin habló, ya casi hace un siglo, del peligro de la transparencia. La total transparencia es enemiga del misterio y de la vida.
Pero hay otra dirección en la que también cabe desarrollar el concepto de extimidad. Ahora la “ex” no indica tanto exteriorización o explicitación de lo íntimo sino un tipo de “más allá” intrínseco. O, dicho en otras palabras, de alteridad de lo íntimo; de alteridad constitutiva de lo íntimo. Ser humano como ser alterado, no pasajera y puntualmente, sino permanentemente y en lo más hondo. De San Agustín a Paul Ricoeur se ha intentado profundizar en esta temática. Y creo que todavía puede dar muchos frutos a la hora de pensarnos a nosotros mismos.
TdP.- Un documento presentado en el Congreso de Bioética 2017 bajo la coordinación de Aporia[1] señala: “no hay identidad sin intimidad, interioridad y privacidad, sin este espacio de recogimiento donde uno se encuentra y veta el paso a los que uno considera ajenos”. ¿La exhibición implica, pues, que lo íntimo se reduce y, por tanto, la identidad se difumina?
J.M. Esquirol.- En efecto, en el proceso hacia una transparencia artificiosa y total, la exhibición provoca el que en lugar de aumentar su fortaleza el sí mismo se debilite. Disminuye la autoconfianza y la autoestima, y las dosis de evasión necesitan ser cada vez mayores. Cuando hablamos de identidad lo hacemos precisamente aludiendo a estos aspectos. No entendemos algo así como una identidad substancial y definitiva, sino la identidad narrativa, la identidad como camino de identificación. La identidad entendida narrativamente no es flujo absoluto, sino articulación de cambio y de continuidad. Cada uno de nosotros nos sentimos diferentes de lo que fuimos y, aun así, la misma persona. Pues bien, lo que ocurre con esta sociedad de la exhibición es que se introduce otro tipo de cambio, no el del proceso de identificación en el que cada uno va “formándose” y madurando, sino el de una sucesión de momentos (de pantallas) que sumergen a cada individuo en un flujo difuminador que, a corto plazo, no puede más que provocar depresión y malestar contenido.
TdP.- Para terminar, profesor Esquirol, ¿cree que el trabajo de los filósofos llega a la sociedad? ¿Cuál es el papel de la filosofía en el siglo veintiuno?
J.M. Esquirol.- Por lo que decía al principio, todos somos filósofos. Todos pensamos. Y todos podemos ayudarnos en la intemperie que compartimos. Dependemos unos de otros y la confianza es la expresión privilegiada de esta dependencia. En el mejor de los casos, cada uno aporta lo mejor. Hay personas que alcanzan una sabiduría susceptible de ser compartida con los demás para su propio beneficio. Tal ofrecimiento, jamás dogmático, puede vehicularse a través de las enseñanzas regladas en las Universidades, a través de los libros, a través de seminarios, a través de grupos de amigos, etc. Lo que es seguro es que la vida requiere orientación, que nuestra sociedad más bien incrementa la confusión, y que, por lo tanto, toda auténtica generosidad filosófica es un precioso don.
[1] Aporia e Institut Docent de Sant Pere Claver-Fundació Sanitària (2017), La confidencialidad en la salud mental de la era digital, Barcelona.