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Nadie podrá negar que la relación analítica es una “relación singular” (Etchegoyen, 1986), esencialmente compleja y con intencionalidad específica. La complejidad surge por las corrientes y contracorrientes emocionales presentes en toda relación. En ese sentido la intimidad analítica no se diferencia fundamentalmente “de las transacciones de cualquier relación íntima” (Meltzer, 1994). Pero se diferencia en que esas emociones buscan un pensador. Comparte con otras relaciones íntimas cierta constancia de la relación. Lo extraordinario del encuentro analítico es su capacidad de reunir a dos “seres humanos que están juntos, hora tras hora, día tras día, por años” (Meltzer, 1984)[2], con la intención de comprender, simbolizar y desarrollar el pensamiento. Se diferencia de otras relaciones íntimas en que se excluye la relación sexual y el contacto físico está limitado. Aunque el cuerpo está presente en todas las relaciones, lo específico de la relación analítica es la relación transferencial y el contacto de mente a mente. El lugar del cuerpo en las relaciones íntimas varía según se trate, por ejemplo, de amantes, de adolescentes o de una relación donde lo que se busca es el desarrollo simbólico. Si bien el contacto físico es ajeno al método psicoanalítico, eso no impide que no pueda ser utilizado “como un medio particular para alcanzar el contacto entre mentes” (Meltzer, 1984) o para expresarse, como sucede en el tratamiento en niños o en pacientes con serios problemas de simbolización. Estas singularidades diferencian la intimidad analítica de la intimidad de los amantes, la de padres/hijos, o la de los enemigos.

Me interesa señalar algunas condiciones del desarrollo de la intimidad analítica cual sustrato de la relación transferencial y de la investigación del inconsciente. Para esto se ha de partir del estado mental de cada participante del encuentro analítico, particularmente del analista. Del analista, porque sobre él cae la responsabilidad de la conducción de la experiencia emocional.

Cualquiera que sea la relación que se establezca con el analizado, al analista se le supone un estado mental capaz de participar de la experiencia analítica. Para ello se requiere que sea auténtico, sincero, para poderse unir[3] (to be at one) con la realidad del paciente (Bion, 1974). El analizado llega a esa experiencia generalmente con un estado mental que necesita, al menos, una rehabilitación. Al analista se le supone que llegará al encuentro analítico en condiciones de presentarse “al paciente como una persona llena de vida” (Meltzer, 1984). Lo que quería decir Meltzer con “estar lleno de vida” excede este trabajo, sin embargo se puede suponer que el psicoanalista habrá podido remover los “obstáculos que imposibilitan la participación en la experiencia psicoanalítica” (Bion, 1974) y que es capaz de sostener las funciones parentales[4]. Un resultado necesario de la propia experiencia analítica consistiría en haber logrado un estado mental adulto[5], caracterizado por identificaciones introyectivas con objetos vivos en buena relación mutua. Si predomina un estado mental adulto el analista será capaz de compenetrarse con el paciente. Sostener un estado adulto, siempre fluctuante, torna necesario un autoanálisis continuo durante el encuentro. Un autoanálisis que posibilita transformar características y reacciones personales del analista en instrumento para la investigación, por ejemplo, a través de la discriminación y análisis de las reacciones contratransferenciales. La naturaleza bifronte del trabajo del analista se manifiesta en que, por un lado, sostiene la transferencia en su carácter de figura parental para las partes infantiles del paciente y, por otra, es responsable de su propia realidad psíquica. Esta capacidad le permitirá observar la realidad psíquica desde varios vértices, sean los puntos de vista del paciente como los propios. También es bifronte el trabajo del analizado quien, al mismo tiempo que observa su interior, mantiene un diálogo con su analista. El carácter bifronte y bipersonal de la experiencia analítica se manifiesta y concreta en la interpretación psicoanalítica, entendida como un acontecimiento actual de una evolución de la verdad, “que es común al analista y al analizando” (Bion, 1974). Participar sinceramente en la relación analítica conlleva, además, el estímulo de colaborar en una experiencia “común” de desarrollo que beneficia a ambos.[6]

Posibilitar la evolución de la verdad reclama la disponibilidad del analista para presidir el proceso analítico, es decir, recoger y sostener la transferencia. También demanda un estado mental adecuado para acceder a estratos profundos de la mente con el propósito de observar las constelaciones de las fantasías inconscientes del paciente y las propias. Junto a la capacidad de empatizar y tolerar no entender ―“la capacidad negativa”―, se le reclama cierto virtuosismo en el empleo del lenguaje para transmitir la experiencia analítica. La proximidad de inconsciente a inconsciente y el estado mental adecuado del analista son ingredientes esenciales para crear la atmósfera emocional que fomenta la intimidad necesaria para que se despliegue la transferencia y se capten destellos de la verdad.

No siempre se está dispuesto a tolerar destellos de “O”, los destellos de la propia verdad, pues conllevan turbulencia. Tampoco se tolera la intimidad cuando se intuye una posible transformación. Este es el caso en que la intimidad se torna intimidación. Lo paradójico de la situación es que el paciente, al mismo tiempo que asiste voluntario al análisis, teme el crecimiento y el desarrollo. Prefiere liberarse del dolor emocional antes que beneficiarse de una relación sincera, aunque conlleve dolor[7]. No siempre es posible tolerar el dolor, o trascender su dolorosa sensación. El problema reside en que nuestra dimensión más primitiva y a-mental nos hace repelerlo. En ese sentido, decía Bion (1974) que “la resistencia al crecimiento es endopsíquica y endogregaria, está asociada con la turbulencia en el individuo y en el grupo al cual pertenece la persona que crece”. Esa resistencia individual y grupal al crecimiento y a la maduración halla su fundamento en que “el animal humano no ha dejado de ser perseguido por su mente y por los pensamientos que suelen asociarse con ella” (Bion, 1974). Este es el sustrato inconsciente con que llegan al análisis los que voluntariamente desean vivir la experiencia analítica. Entonces, cuando la turbulencia se hace presente de modo regular y surge el “deseo de mantener el statu quo que se opone al impulso hacia la integración” (Meltzer, 1967), le corresponderá al analista buscar y hallar “ideas que sean lo suficientemente precisas y fuertes como para sobrevivir a las tormentas emocionales sobre las que se debe arrojar luz” (Bion, 1974).

A continuación me referiré a tres herramientas (Tabbia, 2013) necesarias para construir la íntima relación que posibilita el desarrollo y el análisis de la transferencia.

Meltzer, en El proceso analítico, señala que la primera tarea en un análisis es recolectar la transferencia, es decir, recoger los distintos elementos de la personalidad que están dispersos y alejados de la relación analítica. El foco capaz de recolectar la transferencia es la atención del analista. No me estoy refiriendo solo a la atención flotante, nombrada por Freud, sino a la disponibilidad del analista para captar las emociones que se manifiestan en los primeros encuentros. El grado de sensibilidad de la atención del analista es herramienta esencial para devenir continente del encuentro analítico. Sensibilidad altamente necesaria para captar estados mentales con poco desarrollo simbólico. Por ejemplo, sería el caso de los pacientes que no toleran las restricciones del espacio mental y son incapaces de entrar en contacto con la realidad psíquica, y no pueden construir imágenes visuales básicas, ideogramas capaces de ser registrados. En esa situación la capacidad del analista de recoger, articular y construir imágenes, mitos, deviene continente esencial para el paciente. Por tanto, el primer eslabón para que se despliegue la transferencia es la capacidad de observación (Tabbia, 2004) y de atención (Grotstein[8], 2007) del analista. Éste ha de tener la “paciencia” (Bion, 1974) suficiente como para tener en cuenta “todos y cada uno de los muchos aspectos de la exposición del paciente” (Bion, 1974) hasta que sea nominado hecho seleccionado.

Si bien cada momento del proceso analítico podría ser examinado en función de la estrecha relación entre analista y paciente, ahora me centraré en la comprometida situación que se crea cuando ambos miembros de la pareja se enfrentan al desafío del jeroglífico onírico. Digo desafío porque en el sueño se enfrentan el deseo inconsciente ―anhelante de acceder al mundo del soñante― y el temeroso soñador. Éste, en una posición ambivalente, trata tanto de frenar la irrupción del inconsciente, como de prestarle materiales para que se manifieste sin abandonar su misterioso anhelo. En ese sentido el soñar cumpliría la función del establishment[9] frente a las nuevas ideas expresadas por el genio, según la propuesta de Bion en Atención e interpretación (1974). Cuando el sueño se hace presente en la relación analítica, se encuentran a su vez múltiples mundos: los mundos del analizado y los del analista, cada uno con sus anhelos y temores, con su pasión por el conocimiento y con su odio a la verdad. La mutua colaboración contenedora evitará la catástrofe y posibilitará el desarrollo de las emociones, de las ideas, y del encuentro analítico. Éste tendrá la temperatura que ambos participantes toleren. Concuerdo con Meltzer (1987) cuando afirma que “la situación emocional del analista y el paciente en el nivel no transferencial (como personas adultas que colaboran en una tarea con sus conocimientos, sus capacidades y un procedimiento acordado de antemano), no alcanza en ningún momento un grado de placer, intimidad y confianza mutua tan elevado como en el singular proceso del análisis de los sueños”. Se obtiene, así, una doble temperatura: una, la derivada del encuentro de la idea con el soñador; la otra, la del soñador con el analista. Sin nombrarse, pero presente, está la temperatura del analista ante el paciente y su sueño. Ambos encuentros del paciente producen turbulencias. La turbulencia de la creación del sueño es inobservable, pero la del análisis del sueño se presta a la observación en la inmediatez de la sesión analítica. El paciente al soñar busca significados, pensamientos. Esto implica que las experiencias de la vigilia y las oníricas sean elaboradas por la función alfa. El analista acoge y sueña las diferentes comunicaciones del paciente para entenderlas. Así, el analista, poniendo la totalidad de su personalidad a disposición, ha de observar todas las partes de la personalidad del paciente para transformar la experiencia en imágenes y en pensamientos. Ante esta respuesta, el paciente encuentra en la resonancia empática del analista la posibilidad de pensarse. Y para atender a esa necesidad, Meltzer (1987) propuso una técnica de trabajo llamada “contra-soñar”, que consistiría en la posibilidad del analista de pensar o soñar la experiencia emocional que el paciente no puede soñar por sí mismo. Aquí, Meltzer retomaba la sugerencia de Bion de que “el analista debe soñar la sesión analítica, es decir, soñar las emociones que el paciente aún no ha podido soñar o ha soñado de modo incompleto” (Grotstein, 2007). El analista, al escuchar el relato del paciente, observa la imagen que surge en su mente, permitiendo la evocación de un sueño en el que convergerán tanto el trabajo onírico del paciente como las características propias del analista. La colaboración de ambos crea una trama a ser desentrañada. Esto requerirá la pericia del analista para discriminar lo propio de lo extraño. Es justamente en ese momento donde se perfila un espacio íntimo más que privado (Tabbia, 2010). Allí cada participante pone en juego su propio mundo interno, creando una especie de barrera de contacto en donde se encuentran ambos estados mentales al mismo tiempo que se diferencian identidades y se crean significados.

La tarea de intuir significados se agranda y complejiza cuando los pacientes ofrecen un material con una cualidad sensorial lejana a la realidad psíquica oniroide que es la materia primera del trabajo analítico. En ese sentido es necesario adquirir la habilidad suficiente para transformar material anecdótico en material apto para desarrollar pensamientos. Para lograr esta transformación, Meltzer (1995) sugería escuchar el material anecdótico como si fuera material onírico, adquiriendo entonces el hábito de escuchar de dos maneras. “Es como tener ―decía― dos clases de pantallas oníricas en la mente. Una es la pantalla onírica en la cual se puede proyectar este material anecdótico; la otra, sería la pantalla onírica en la cual se tiene la cualidad fluida de los sueños y en la que los símbolos, la implicación simbólica, van impresionándonos. Esto es, exactamente, lo que sucede cuando observamos jugar a los niños: les vemos jugar con estos juguetes determinados, vemos sus juegos particulares y al mismo tiempo, en la pantalla onírica, esto va adquiriendo una implicación simbólica, en forma enteramente inconsciente”. Con este material y empleando la notación o modo de referencia[10] ―que describe objetos y relaciones y que el analista utiliza para crear significados―, se va generando un continente en el que se puede explorar el significado transferencial. Ante las propuestas de la doble pantalla onírica y de la barrera de contacto, cabe preguntarse si puede haber una relación más íntima para explorar la transferencia y crear pensamientos que la relación analítica. Solo la pasión por el conocimiento puede arrojar a ambos participantes a tal encuentro.

Los elementos alfa generados en ese encuentro se articularán, o no, dependiendo del estado mental del analista y del paciente. El desarrollo y el deterioro de la articulación de significados son opciones siempre presentes. Cuando la transferencia positiva predomina estimula la cooperación entre analista y analizado y se desarrolla la trama de elementos alfa. Pero cuando la envidia o el temor al cambio luchan contra todo tipo de vinculación se complejiza la tarea y las crisis ocupan el primer plano de la atención. Cuando el trabajo analítico se detiene por déficit del analista y la contratransferencia[11] está viciada por puntos ciegos o conflictos no analizados del analista, se altera la observación, la atención, la intuición (Hahn, 2005), hasta degradarse la función alfa, invirtiéndola (Bion, 1980). Se estaría entonces frente a un punto crítico porque estaría fallando el analista como principal responsable del análisis.

Un indicador del deterioro o el desarrollo de la relación analítica es el tipo de lenguaje producido en los encuentros. En un caso podría ser una aglomeración de no-significados; en otro, la construcción de un lenguaje idiosincrásico, íntimo, solo accesible a los integrantes de la pareja.

Una vez desarrollada la atención y compartida la intimidad de la exploración onírica quiero mencionar, como tercer paso en la construcción de una relación analítica, la manera no intrusiva de mirar dentro del mundo privado del analizado. Me refiero a la imaginación no intrusiva, ni voyeurística, sino a la imaginación movida por el deseo de conocer y sustentada en la tolerancia de las contradicciones del objeto. Hago mío el modo en que Meltzer (1984) describe la imaginación como “verdaderamente libre de espaciarse y mirar dentro de la mente de otros, es aquella [imaginación] basada en la capacidad del niño de mirar de modo amistoso dentro de la madre, de poder ver y comprender a los niños, los pensamientos, los sentimientos internos, todo lo que sucede sin experimentar celos. Quiero subrayar aún lo difícil que es liberar la propia imaginación porque esto comporta saber mirar en la mente y en la vida de otros sin invadirlas; significa saber controlar la propia curiosidad para no invadir aquella parte privada de la vida de los otros (como la vida sexual de los padres)”. O, en el caso del analista, la sexualidad adulta de los pacientes.

Tanto la creación conjunta de un significado como el desciframiento imaginativo e intuitivo de un sueño generan un clima capaz de promover cambios pro-vida en cada participante. Una consecuencia del mismo es que trasciende espontáneamente los límites del mismo encuentro, extendiéndose “a la vida y las relaciones del mundo exterior” (Meltzer, 1987), como sucede con los enamorados o con las personas serenamente felices que estimulan la convivencia. En el análisis se manifiesta en el aumento de la colaboración analítica. Otras consecuencias de ese clima emocional son los sentimientos de gratitud que experimenta el analista cuando está en íntima relación consigo mismo y con el paciente. Sentimientos de gratitud que cual “vivencia contratransferencial, es paralela en muchos sentidos al sentimiento transferencial del paciente de estar ofreciendo un don, manifestando su gratitud” (Meltzer, 1987). Dije que la relación analítica es compleja porque complejo es el entramado de amor y odio mutuo que nutre la relación. Por eso, del mismo modo que la gratitud convive con la desconfianza a la introyección capaz de producir cambios, la íntima relación analítica convive con la ansiedad en la contratransferencia, el temor a la invasión, el miedo a la confusión o el rechazo.

Bion, en Memorias del futuro[12], decía que quien no tema el encuentro analítico no está en condiciones de intentarlo. Esto se puede relacionar con el desafío de Abraham ante el sacrificio de su hijo, ¿quién está seguro de que el puñal no mate a Isaac o que el cuerno del toro no perfore al fascinado genio? Una vez Meltzer me animaba a entrar a fondo en una relación analítica y me dijo que “tenía buenos pulmones”. No se refería a mi capacidad torácica para flotar en el turbulento océano sino a que confiara en mis objetos internos para sumergirme en la relación analítica. Son ellos, los objetos internos, los que pueden sostener la pasión por el conocimiento, pasión necesaria para intimar con un objeto amado y temido, siempre inabarcable y extraño.

Cuando la pasión por el conocimiento empieza a palidecer, los sueños a disminuir y el aburrimiento y la soledad van ocupando el lugar donde antes brotaba la intimidad, algo está pasando en el mundo interno de ambos participantes de la pareja analítica. Es el momento de prestarle atención.
 

Referencias bibliográficas

Bion, W.R. (1974), Atención e interpretación, Paidós, Buenos Aires, pp. 15-36,  95-120 y 329.

Bion, W.R. (1980), Aprendiendo de la experiencia, Paidós, Buenos Aires.

Bion, W.R. (1995), Memorias del futuro, Julián Yébenes S.A., Madrid, pp. 622-623.

Etchegoyen, R.H. (1986), Los fundamentos de la técnica psicoanalítica, Amorrortu, Buenos Aires, pág. 473.

Grotstein, J. (2007), A beam of intense darkness, Karnac, London, pp. 83-94.

Hahn, A. (2005), “Acerca de la intuición”, leído en la Conferencia Conmemorativa de D. Meltzer, Clínica Tavistock, Londres, en D. Meltzer psychoanalytic atelier, www.psa-atelier.org

Hahn, A. (2017), “Concluding thoughts on the nature of psychoanalytic activity”, Doing Things Differently. The influence of Donald Meltzer on Psychoanalytic Theory and Practice, London, Karnac, pp. 233-236.

Harris, M., Meltzer, D. (1990), Familia y comunidad, Spatia, Buenos Aires, pp. 35-49.

Meltzer, D. (1967), El proceso psicoanalítico, Hormé, Buenos Aires, pág. 29.

Meltzer, D. (1984), “Sulla immaginazione”, Quaderni di psicoterapia infantile, Borla, Roma, núm. 3, pp. 135-164.

Meltzer, D. (1987), Vida onírica, Tecnipublicaciones, Madrid, pp. 50, 152 y 184.

Meltzer, D. (1994), Claustrum, Spatia, Buenos Aires, pp. 111-112.

Meltzer, D. y Grupo Psicoanalítico de Barcelona (1995), Clínica Psicoanalítica con niños y adultos, Spatia, Buenos Aires, pp. 83-84.

Meltzer, D. (2017), Meltzer in Venice. Seminars with the Racker Group of Venice, editado por Petrilli, Márquez y Rossetti, Karnac, London.

Tabbia, C. (2004), “Observȃçao e descriçȃo na gênese do significado”, Revista de Psicoanálise da Sociedade Psicoanalítica de Porto Alegre, Brazil, vol. XI, núm. 3, pp. 489-518.

Tabbia, C. (2010), “El concepto de intimidad en el pensamiento de Meltzer”, Docta. Revista de Psicoanálisis, Asociación Psicoanalítica de Córdoba, Argentina, año 8, núm. 6, pp. 47-61.

Tabbia, C. (2013), “La caja de herramientas del psicoanalista. Un aprendiz en los Talleres de Bion y Meltzer”, Psicoanálisis, APdeBA, XXXV, núm. 2, pp. 283-324.
 

Resumen

A partir de apuntar las semejanzas con otras relaciones que implican compromiso emocional se señala lo específico de la relación psicoanalítica. Ésta es distinta a cualquier otra relación íntima por sus objetivos y por lo que exige al estado mental del analista. Su estado mental y la sostenida proximidad de inconsciente a inconsciente son ingredientes esenciales para crear la atmósfera emocional que fomenta la intimidad necesaria para el despliegue de la transferencia y para captar destellos de la verdad. En este escrito se destacan tres herramientas esenciales para desarrollar la intimidad analítica: la atención del analista, el compromiso en el análisis onírico a través del “contra-soñar” (Meltzer), que permite ir más allá de lo que el paciente ha podido llegar, y el despliegue de la imaginación no intrusiva y tolerante de las contradicciones.

Palabras clave: atención, contra-soñar, imaginación, estado mental, aburrimiento.
 

Carlos Tabbia
Dr. En Psicología por la Universidad de Barcelona,
Psicoanalista, Miembro fundador del Grupo Psicoanalítico de Barcelona
tabbiadespacho@hotmail.com
 

[1] Presentado en el 50 Congreso de la IPA, en el panel El estado mental del analista en el desarrollo de la intimidad. Participantes: Alberto Hahn, Patricia Checa y Carlos Tabbia, Buenos Aires, 2017.

[2] Traducido del original italiano por C. Tabbia.

[3] Unirse empáticamente al servicio de la tarea, admitiendo que, al igual que “O” o la verdad absoluta, se “puede saber acerca de ella, puede reconocerse y sentirse su presencia, pero no puede conocérsela”.

[4] Funciones parentales: generar amor, promover esperanza, contener el dolor depresivo, estimular el pensar (Harris, M. y Meltzer, D., 1990).

[5] Los estados mentales son momentáneos y dependen: a) de las cualidades y relaciones de los objetos internos entre sí; b) del mundo en que se habita (externo, interno, dentro y fuera de los objetos); c) del tipo de funcionamientos basados en identificación introyectiva y/o intrusiva, generadores de estados mentales maduros y pseudomaduros; d) del grado de integración y/o disociación de las partes infantiles y núcleos psicóticos, generadores de psicopatología; e) de quién gobierna la conciencia. También se puede ver el concepto de estado mental adulto en Harris, M. y Meltzer, D. (1990).

[6]  “… su cualidad promovedora de crecimiento, para ambos, es inconfundible” (Meltzer, 1994).

[7] “Parece razonable sugerir que entre la rigidez de la evitación y la inestabilidad del contacto es posible una zona intermedia cuya estabilidad consiste, en esencia, en la buena disposición para intentarlo de nuevo. “Esta disposición quisiera suponer que debe implicar una mutua incertidumbre de las razones del colapso de la intimidad y una presteza a perdonar, tanto a uno mismo como al otro. Eso, a su vez, requiere una actitud sofisticada ante el dolor, en la que el interés por su significado sobrepasa a la aversión por su cualidad sensual, lo doloroso del dolor” (Meltzer, 1994).

[8] Grotstein señala formas de observación: “emocional y objetiva, es decir, intuición y atención”.

[9] El establishment, tal como lo piensa Bion, tiene como función proteger al genio para no ser aplastado por las resistencias de la comunidad que se siente turbada por sus nuevas ideas, como la de proteger a la comunidad para que no se destruya frente a las nuevas ideas expresadas por el genio.

[10] Ver el prefacio de El proceso psicoanalítico, pp. 16-17.

[11] Ver la original visión de la transferencia negativa y de la contratransferencia que Meltzer presentó en su última conferencia en Venecia (2001), publicada recientemente por Karnac, bajo el título Meltzer in Venice.

[12] “P.A..- […] Si un psicoanalista está haciendo un análisis correcto, entonces está comprometido en una actividad que no se diferencia de la de un animal que investiga lo que le da miedo… huele el peligro. Un analista no está haciendo bien su trabajo, si investiga algo porque le resulta placentero o saca algún provecho de ello. Los pacientes no vienen porque intuyan algún acontecimiento agradable inminente; vienen porque están intranquilos. El analista debe compartir el peligro y debe, por lo tanto, compartir el ‘olor’ del peligro. Si se te ponen los pelos de punta, es que tus sentidos primitivos y arcaicos indican la presencia del peligro. Es tarea tuya sentir curiosidad por ese peligro… pero no de forma cobarde e irresponsable” […]
Robin.- … La línea que hay entre el miedo y la cobardía es muy tenue.
P.A..- En efecto. Yo añadiría algo más: la línea que hay entre la osadía y la estupidez es igual de tenue”.