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                                                                                   Construir en la foscor
                                                             Teoria i observació en ciència i en psicoanàlisi

Robert Caper

Monografies de psicoanàlisi i psicoteràpia, Barcelona 2017

 

Robert Caper es Assistant Clinical Professor en Los Angeles School of Medicine de la Universidad de California. Es autor de numerosos trabajos psicoanalíticos y de investigación científica, así como de varios libros. En 2009 publicó este libro titulado Building Out into the Dark que ha sido traducido al catalán por Esperança Castell, Josep O. Esteve, Elena Fieschi, Antònia Grimalt, Lluis Isern, Jordi Sala y Mabel Silva con el título Construir en la foscor.

Caper se pregunta en esta obra si lo que hacemos en psicoanálisis es ciencia y, si no lo es, ¿qué es? Estas preguntas muestran la capacidad del autor para traducir de forma sencilla y próxima al lector unas consideraciones profundamente rigurosas e imaginativas, como ya pudimos comprobar en su anterior libro Els Fets Immaterials (Immaterial Facts), también traducido por Monografies. Del mismo modo que es mejor mirar un cuadro que leer los comentarios sobre él, la lectura del libro será un placer que esta reseña no pretende merecer. Me referiré primero a sus reflexiones sobre las bases del trabajo científico y psicoanalítico, para citar después algunas de sus aportaciones y «conjeturas imaginativas» en el ámbito de la teoría.

El reduccionismo sostiene que cualquier cosa que no pueda ser verificada con la metodología de las ciencias duras, es decir, con hechos probados al ser reproducibles en condiciones controladas, no puede ser considerado como conocimiento. El reduccionismo niega el carácter científico del psicoanálisis. Pero no es la negación del reduccionismo lo que estimula el pensamiento de Caper. Alerta, eso sí, a los que entre nosotros defendemos el carácter científico del psicoanálisis, del riesgo de caer en reduccionismos de nuestra disciplina para hacerla algo «más familiar y fácil de lo que realmente es». Una distorsión que sería fruto del deseo de tener un grado de certeza y verificabilidad más alto del que el psicoanálisis puede ofrecer realmente. O de la necesidad de tranquilizar, en el sentido de que la nuestra es una disciplina no tan extraña ni peligrosa, sino segura y efectiva. Y la de merecer un respeto. El psicoanálisis, desde sus inicios, ha intentado una exploración sistemática y rigurosa de un ámbito nunca antes investigado: el inconsciente. Si abordamos el tema de la mano de Caper será para reflexionar sobre lo que es distinto y único en nuestra disciplina y dialogar con pensadores eminentes de la filosofía de la ciencia (Wittgenstein, por ejemplo), que critican la veracidad de nuestras suposiciones (o afirmaciones dogmáticas). Caper nos plantea seriamente la pregunta de si nuestras suposiciones son fundamentadas y en qué las fundamentamos. Esta sería una cuestión implícita de manera continuada en nuestra práctica clínica, confrontada permanentemente a la incertidumbre y la confusión con el paciente y su discurso.

Caper recuerda lo que ha demostrado Niels Bhor: que dos descripciones de un hecho natural (la luz) pueden ser ambas válidas, pero no observadas al mismo tiempo. En una, la luz se comporta como una ola continua, en la otra, como un enjambre de partículas. La contradicción no supone que una de ellas deba ser falsa. Y cita al físico Dyson, que afirma: “La complementariedad es un hecho establecido en la física. La extensión de la idea de complementariedad a los fenómenos mentales es pura especulación. Pero encuentro plausible que exista un mundo de fenómenos mentales, demasiado fluido y evanescente para ser captados por los aparatosos instrumentos de la ciencia”. Nuestro reto es hacer las dos descripciones al mismo tiempo.

¿Cómo entrar en contacto con esos “fluidos y evanescentes”, fenómenos mentales? Caper cita a Bion, que nos alerta del riesgo de que el psicoanalista use un pensamiento concreto, asimbólico, dogmático, ante estos «hechos evanescentes», difíciles de ser captados. Es el mismo pensamiento que usa el paciente para negar sus vivencias emocionales. Como si las emociones fueran algo controlable, manipulable. Como si no se tratara de hechos anímicos como el amor, el odio, la ignorancia y el miedo a lo desconocido. El paciente espera poder controlar su mente, y cree que no controlarla sería igual a volverse loco. Nosotros no pretendemos anular el sufrimiento, como pretende la psiquiatría; ni manipularlo, como hace el sugestionador o el propagandista; sino aceptarlo, y vivirlo de manera adulta y realista. Los psicoanalistas sabemos que debemos estar abiertos a la verdad, aunque no siempre lo logremos.

Los métodos, en la ciencia y en la vida corriente, para entender lo inanimado, producen modelos mecánicos útiles en su campo, pero que no son útiles para entender la mente. El paciente con trastornos del pensamiento trata sus fenómenos anímicos, mentales, con un modelo que no le es útil. El pensamiento psicótico cree expulsable y manipulable la realidad dolorosa como si fueran hechos materiales, «concretos», cuando son vivencias ligadas a experiencias conflictivas en su mundo interno y/o en sus relaciones, a las que debemos dar un lugar y encontrar el sentido. El pensamiento que nosotros y el paciente hemos de construir surgirá «en la oscuridad», en la relación de inconsciente a inconsciente, en una penumbra respetuosa. Demasiada luz, poca oscuridad, lleva a la omnisciencia. Sin sombra, todo se repite, no hay espacio para la sorpresa ni el descubrimiento, tampoco para el aprendizaje.

Las intuiciones del psicoanalista se basan en algo existente en la mente (inc.) del paciente. No es el caso de les especulaciones sin fundamento, que solo se basan en algo que existe en la mente del analista. De hecho, dice Caper, las verdades que emergen en un análisis no son difíciles de entender una vez las hemos visto. El problema es que son difíciles de ver, porque están veladas. Las ideas preconcebidas, lo que Bion llama “memoria” y “deseo”, son elementos que oscurecen nuestra visión. La capacidad de dudar de aquello que uno cree saber, de no saturar el pensamiento, iría de la mano de la capacidad de seguir las intuiciones «construidas en la oscuridad» en la experiencia con el paciente.

Una imaginación libre nos proporciona una gama de posibilidades que se han de tener en cuenta. Es la fuente de las hipótesis científicas y de las hipótesis vitales. La necesidad de evadir la ansiedad, en cambio, nos impide imaginar que determinadas ideas pueden ser ciertas, o que pueden no serlo. Una imaginación libre puede dar un sentido de convicción, porque las ideas que genera pueden tener su soporte en la experiencia. La omnisciencia, en cambio, da lugar a convicciones inseguras porque eluden la experiencia.

En la segunda parte del libro, Caper se centra en aspectos concretos de nuestra teoría, como el del pasaje de lo individual a lo grupal. Explica como el mismo nacer es ya social, con el intento de recrear una unidad indisociable a través de la diada. Esta relación tan exclusiva se va ampliando y diferenciando, pasando de la familia a la escuela, de la escuela al grupo adolescente, y de los adultos a las asociaciones (como la psicoanalítica).

Pertenecer a un grupo es una manera de sentir que tenemos aquel refugio ante el terror del mundo, que tanto necesitamos. Pero el grupo activa ansiedades como las que genera la imprescindible y dolorosa dependencia del bebé con su madre. Siguiendo las teorías de W.R.Bion, Caper piensa que el l «grupo de trabajo» es imprescindible, pero el «grupo de supuesto básico» es inevitable. «Los adultos que buscan tranquilidad y seguridad pueden unirse en grupos de coetáneos de la misma forma que un recién nacido se fusiona con su madre, y con unos resultados similares en cuanto a la independencia de la imaginación, de la percepción y del juicio. La estructura psicológica que resulta de esta fusión en un grupo es un superyó arcaico que encarna las costumbres del grupo.»

En este sentido, Caper hace una “conjetura imaginativa” y muy comprensiva sobre la génesis de este superyó en el bebé. Para decirlo en pocas palabras, Caper sugiere que la supervivencia del bebé depende de su unión con el estado mental de la madre, y que él “lo sabe”. De ahí las vivencias omnipotentes de control absoluto de la madre. A la madre se le exige que esté absoluta e inmediatamente a su servicio. Ya sabemos lo que pasa cuando la madre no está allí para satisfacer esta exigencia. Para evitarlo, la fantasía crea en su propio interior a la madre omnipotente y solícita que uno quiere. Pero esta ilusión no puede escapar de la retaliación de esta madre introyectada, que le exigirá el mismo sometimiento al bebé que éste le exige,de manera cruel si hace falta. Este superyó, que no sería otro que la madre arcaica interiorizada, anula cualquier capacidad del yo que pueda llevarlo a una independencia y afirmación de su humanidad. Este superyó es un tirano, del que deberemos liberarnos. Pues está en la base de tota neurosis, individual y colectiva.
 

Lluis Isern Sitjà
Psiquiatra y psicoanalista de la SEP (IPA).