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Es bastante frecuente encontrarnos con pacientes que hacen un progreso significativo en sus análisis y luego se quedan atascados en una atmósfera que es percibida como repetitiva y atrofiante. A veces parece como si el tratamiento hubiera tropezado con una barrera más allá de la cual es imposible avanzar y se presenta una situación difícil, tanto para paciente como para el analista. ¿Deberían ambos tolerar la frustración para ver si se puede desarrollar algo nuevo? ¿O deberían aceptar las limitaciones y permitir que el análisis terminase? A mayor escala, es el mismo dilema que enfrenta nuestra aproximación teórica con los obstáculos del análisis. A veces los obstáculos pueden ser como un estímulo para un avance teórico que nos lleve a una mayor comprensión, facilitando que el progreso continúe. Otras veces, una mayor comprensión teórica puede ayudarnos a aceptar las limitaciones en relación a lo que el análisis puede conseguir.
 

El pesimismo de Freud: “Por tanto, nuestras actividades tienen sus límites”

Freud adoptó una visión más bien pesimista, particularmente expresada en sus últimos trabajos, cuyo colofón fue Análisis terminable e interminable (1937), en el cual describía una roca madre más allá de la cual el progreso parece imposible. Habiendo concluido finalmente que … nuestras actividades tienen sus límites”, él atribuyó la limitación a dos factores en concreto: al funcionamiento del instinto de muerte, por un lado, y al repudio de la feminidad, por el otro.

El punto de vista de Freud respecto a estos dos factores son controvertidos y nuestro enfoque contemporáneo difiere notablemente del de hace ochenta años, cuando su libro fue publicado. En este trabajo voy a intentar modificar en lugar de desestimar su visión, para ver si un enfoque contemporáneo kleiniano puede rescatar algunas de sus ideas básicas e incluso habilitar alguna idea nueva para poder aplicarla al problema de la resistencia.
 

Un instinto anti-vida expresado como envidia

Freud estaba claramente preocupado por vincular la causa última de la resistencia al análisis con el funcionamiento de una fuerza destructiva.

No surge ninguna impresión más fuerte de las resistencias, durante el trabajo analítico, que el observar  a una fuerza que se defiende con todos los medios posibles, en contra de la recuperación y que está absolutamente decidida a aferrarse a la enfermedad y al sufrimiento. (Freud, 1937).

Estos fenómenos son señales inconfundibles de la presencia de un poder en la vida mental al que llamamos instinto de agresión o de destrucción, según sean sus objetivos, y que tiene su origen en la pulsión de muerte de la materia viva (Freud, 1937).

Klein apoyó el punto de vista de Freud sobre el conflicto primario entre los instintos de vida y de muerte, pero lo hizo mediante sus descripciones del papel crucial que juega la envidia como una fuerza destructiva. Sitúa la escena permitiéndonos reconsiderar la naturaleza y los motivos de los ataques destructivos. Klein específicamente no vinculó la envidia y el instinto de muerte, pero lo describió así:

… una expresión oral y anal sádica de impulsos destructivos, en funcionamiento desde el principio de la vida y que tiene base constitucional. (Klein, 1957).

Mientras que puede haber un desacuerdo acerca de la naturaleza del instinto de muerte, parecen haber abundantes evidencias de una resistencia profundamente arraigada, que se resiste al cambio, que puede apoyar la afirmación de Freud de que  hay algo, en todos nosotros, “… defendiéndose a sí mismo, por todos los medios, de la recuperación”. Si modificamos la visión de Klein y Freud, y reemplazamos la idea del instinto de muerte por el de un instinto anti-vida, expresado como envidia, podemos posponer el análisis del significado más profundo de este proceso y concentrarnos en las situaciones que provocan y sostienen la envidia. También podemos explorar los mecanismos y fantasías  a través de las cuales se construyen los ataques destructivos,  analizar la repercusión de estos ataques, y sus efectos en el individuo y en sus relaciones.
 

¿Qué provoca la envidia?

Me parece que, posiblemente, la persistente y habitual denigración de la feminidad ―que vemos tanto culturalmente como en el análisis― está de hecho basada en una temprana y tal vez más profunda apreciación de la feminidad, donde se valora y, además, temporalmente se sobrevalora e idealiza. Klein argumentó que era esencial una buena relación con el pecho, como símbolo del valor maternal, para que el niño  pueda establecer unas buenas relaciones de objeto internas que le proporcionen la base para los futuros desarrollos. Klein escribió:

Encontramos en el análisis de nuestros pacientes que el pecho, en su aspecto bueno, es el prototipo de la bondad maternal, de una paciencia y generosidad inagotables y también de la creatividad. Son estas fantasías y necesidades pulsionales las que enriquecen tanto al objeto primario y que siguen sentando las bases para la esperanza, la confianza y la creencia en la bondad. (Klein, 1957).

Sin embargo, ella también reconoce que la envidia lleva al odio, inicialmente centrado en la madre y en su pecho, pero que subsecuentemente es dirigido contra cualquier relación creada por la madre, en la que se amenace con la intrusión y la perturbación de la perfección de la pareja primaria. Lo que parecía especialmente probable que provocase envidia eran las imágenes del rico potencial de la madre en su relación tanto con figuras externas de la familia como de su mundo interno. Por ejemplo: “… la madre recibe el pene del padre, teniendo bebés dentro de ella, dándoles a luz y siendo capaz de alimentarles” (Klein, 1957).

A menudo la envidia se experimenta como respuesta a las señales que da la madre de que es una persona independiente, que se relaciona con otros o incluso con sus propios pensamientos; su mente abandona al niño por sus objetos internos, incluyendo a su marido y a los hijos aún no nacidos. Esas imágenes representan a la madre como participante en una pareja generativa, con su bebé en una relación oral temprana o con su marido en la escena primaria, y todo ello provoca envidia. Especialmente cuando nos sentimos excluidos, envidiamos lo que más valoramos y aquí lo que se ataca son todas aquellas actividades que simbolizan el crecimiento, el desarrollo, la vitalidad y la creatividad de ambos padres, tanto en la creación de una nueva vida, como en su cuidado, sostenimiento y protección.

Al nivel de un objeto parcial, el símbolo creativo puede implicar el vínculo entre pezón y boca y entre pene y vagina, pero estos símbolos pueden extenderse a áreas que van más allá del nivel concreto, para incluir funcionamientos mentales como el sentir o el pensar. Por este motivo, en su descripción de “ataques al vínculo” Bion sugiere que los ataques de envidia están dirigidos hacia: “cualquier cosa que parezca que tenga la función de vincular un objeto con otro” (Bion, 1959).

Aquí Bion incluye el vínculo entre el pensamiento verbal del analista que se le ofrece a la mente del paciente, donde tanto la capacidad receptiva de su mente, como las ideas ofrecidas por el analista pueden convertirse en el centro de los ataques envidiosos, por el vínculo que se va construyendo entre ellos. Feldman (2000) argumenta que semejantes actividades promotoras de vida, pasan a ser el centro de los ataques anti-vida, estrechamente relacionados con la envidia y que no es necesario ir más allá para postular un instinto que busca la muerte.
 

La envidia y el repudio de la feminidad

Los ataques de envidia pueden conseguir destruir el vínculo creativo, centrándose tanto en el hombre como en la mujer, como componentes de una pareja. Pero parece que las imágenes que involucran la feminidad receptiva, componente del vínculo, son particularmente valiosas y provocadoras de odio. No está claro por qué esto es así, o incluso si esto solo aparece porque la envidia de la masculinidad creativa puede estar escondida bajo el deseo de omnipotencia fálica, que puede ser en sí mismo un ataque envidioso.

Sin embargo, es la mujer, con su capacidad para la fecundación, con su rol de cuidar y alimentar a sus criaturas, y tal vez en parte por su vulnerabilidad, quién a menudo parece llevarse la peor parte del ataque, especialmente sus pechos y genitales; esto es lo que, desde mi punto de vista, llevaría al repudio de la feminidad en favor de la masculinidad fálica. Estas consideraciones nos permiten leer la sección VIII de Análisis terminable e interminable desde un nuevo punto de vista y ver las observaciones de Freud, surgiendo de las fantasías inconscientes de sus pacientes, más que obedeciendo a una descripción del desarrollo femenino normal.

Freud introduce el repudio de la feminidad como el tema de una novela, bastante desconectado del resto del libro y creo que es muy fácil para el lector ―incluyéndome yo mismo― pasarlo por alto. Thompson (1991), en su detallado análisis del trabajo, inicia la discusión de la Sección VIII como “el sorprendente giro”, y afirma que:

Parece curioso que este factor, tras una cuidadosa argumentación sobre las limitaciones en el tratamiento psicoanalítico que precede a su introducción, sea declarado la ‘roca madre’ de la resistencia al progreso. (Thompson, 1991).

Los párrafos críticos de Freud dicen lo siguiente:

Tanto en los análisis terapéuticos como en los de carácter es llamativo el hecho de que se destaquen dos temas en particular y den trabajo al analista en una medida desacostumbrada. No pasa mucho tiempo sin que se reconozca lo acorde a ley que ahí se exterioriza. Los dos temas están ligados a la diferencia entre los sexos; uno es tan característico del hombre como lo es el otro de la mujer. A pesar de la diversidad de su contenido, son correspondientes manifiestos. Esos dos temas en recíproca correspondencia son, para la mujer, la envidia del pene, el querer alcanzar la posesión del genital masculino, y para el hombre, la revuelta contra su actitud pasiva o femenina hacia otro hombre. Lo que tenían en común estos dos temas fue destacado prematuramente por la nomenclatura psicoanalítica como una actitud hacia el complejo de castración. (Freud, 1937).

Freud creía que ambos factores llevaban a una inquebrantable resistencia.

Lo decisivo es que la resistencia no permite que se produzca cambio alguno, todo permanece como está. A menudo  uno tiene la impresión de haber atravesado todos los estratos psicológicos y llegado, con el deseo del pene y la protesta masculina, al ‘fundamento de la roca’ y, de este modo, al término de su actividad. Y así tiene que ser, pues para lo psíquico, lo biológico desempeña realmente el papel de lecho de la roca subyacente. En efecto, el repudio de la feminidad no puede ser más que un hecho biológico, una pieza de aquel gran enigma de la sexualidad. Sería difícil decir si se ha conseguido, y cuándo se ha conseguido, dominar este factor en el tratamiento analítico. (Freud, 1937).  

Hoy en día, estos dos párrafos y la superioridad masculina que implican, parecen anacrónicos y prejuiciosos. La idea de ver a la mujer como inferior, pasiva y caracterizada por la falta ha sido vigorosamente desafiada por Horney (1924, 1926), Riviere (1925) y Deutsch (1925), y más recientemente por un gran número de escritores, incluyendo a Chasseguet-Smirgel (1976), y Birksted Breen (1993, 1996). Esto, junto a una extensa literatura femenina (Person y Ovesey, 1983; Dimen, 1997; Gildner, 2000; Balsam, 2013), significa que ya no pensamos en la inferioridad femenina como un hecho. Britton (2003) sugirió que la imagen de Freud, de la mujer carente de todo, es una defensa para contrarrestar una imagen de la madre, como mujer que lo tiene todo. En este sentido el trabajo de Klein ha sido un gran ímpetu para revisar la imagen de Freud de la inferioridad femenina, común en su tiempo y aún hoy común en forma de prejuicios sexistas.
 

Redefinición del vínculo creativo

Los componentes masculinos y femeninos del vínculo creativo están malinterpretados en la afirmación de Freud donde expresa que el problema surge debido a:

… en la mujer, la envidia del pene, la lucha por poseer los genitales masculinos; y en el hombre, la lucha contra una actitud pasiva o femenina hacia otro hombre. (Freud, 1937).

En primer lugar, quisiera argumentar que “la lucha por poseer los genitales masculinos” sería más apropiado pensarla, hoy en día, como un deseo de poseer la superioridad fálica omnipotente, siendo este deseo algo que prevalece, tanto en el hombre como en la mujer, como defensa contra la dependencia y la necesidad. En segundo lugar, yo sugiero que no hay nada pasivo o inferior en la feminidad y que el punto de vista de Freud de “una lucha contra una actitud pasiva o femenina” es, de hecho, una lucha contra la adopción de una posición receptiva, la cual, aunque sea femenina en el imaginario colectivo, es igualmente importante que lo acepten tanto los hombres como las mujeres. Ambos, hombres y mujeres, tienen que ser capaces de adoptar una actitud receptiva, no solo en relación con el pecho de la infancia, sino también para ser receptivos a los pensamientos de otros mediante la capacidad de recibir y contener proyecciones.

No obstante, esto no quiere decir que no existan diferencias en la manera en que reaccionan hombres y mujeres. Más bien significa que en el área de los obstáculos hacia el progreso tienen mucho en común, y todos hemos de ser capaces de aceptar la existencia de fantasías masculinas y femeninas y  tolerar el vínculo entre ellas.

La resistencia al progreso en el análisis trazado por Freud puede ser que surgiera, por una parte, por la predilección de la omnipotencia fálica y, por otra, por la reticencia a adoptar la posición receptiva. Así, el pezón, el pene y los pensamientos del analista, pueden ser vistos como “entrando”, “insertándose”, o “dando”, mientras que la boca, la vagina y la mente del paciente son receptores.

Sin embargo, el tráfico va en ambas direcciones, e igual que la madre tiene que estar abierta a las proyecciones de su bebé, es vital para el analista ser receptivo a las proyecciones del paciente, si se quiere establecer una relación creativa.

Me parece que la receptividad es una capacidad que lleva a algunas de las cualidades más importantes y valiosas que asociamos con la feminidad en los hombres y las mujeres. Éstas incluyen la creatividad y la capacidad de conectar con el mundo interno, asociado con imágenes de embarazo y con el cuidado de los otros, y de este modo crecer y desarrollarnos tanto en la vida como en el análisis.

Para que se reanude el progreso en el análisis después de un contratiempo, tanto los elementos masculinos como los femeninos, deben ser restaurados en su verdadero valor, de tal forma que la receptividad femenina pueda unirse con una masculinidad benigna en un vínculo creativo funcional, es decir, un vínculo en el que se renuncie a la omnipotencia y la receptividad femenina sea valorada y aceptada.

Probablemente estaremos de acuerdo con Freud en que esta es una tarea difícil, pero la redefinición que he intentado hacer nos permite explorar estos elementos de uno en uno y examinar si una más amplia comprensión podría restablecer el progreso o si nos obliga, al menos temporalmente, a aceptar el “fundamento de la roca”.
 

La omnipotencia fálica y las organizaciones narcisistas

La idea es que la envidia del pene a la que se refiere Freud puede ser concebida más apropiadamente como envidia fálica o, incluso, como envidia omnipotente, manteniendo el punto de vista de Birksted-Breen (1996), quien propuso:

La envidia del pene es a menudo una envidia fálica, un deseo de tener o ser el falo, que  cree que mantendrá a raya sentimientos de inadecuación, falta y vulnerabilidad.

Ella contrastó la masculinidad fálica, la cual está basada en la omnipotencia con un deseo de controlar y dominar a los objetos, con una masculinidad que reconoce las relaciones y valora la feminidad, a la cual ella denominó “pene como vínculo”. Se recurre a la versión omnipotente de la masculinidad como defensa y a menudo es la que también vehicula los ataques destructivos envidiosos contra los vínculos creativos.

Por supuesto que para el imaginario del falo, éste es masculino, pero el deseo de omnipotencia surge tanto en pacientes femeninos como masculinos y frecuentemente ambos recurren a estas fantasías para solucionar mágicamente el dolor de la realidad. Efectivamente, los vínculos creativos son a menudo envidiados y odiados porque implican una capacidad de tolerar la falta de omnipotencia.

La manifestación más frecuente de las fantasías fálico omnipotentes, toma la forma de idealizaciones basadas en organizaciones patológicas, las cuales crean una imagen poderosa de la superioridad fálica como una defensa contra la dependencia, la vulnerabilidad y la necesidad (Rosenfeld, 1971; Steiner, 1993). Comúnmente, estas fantasías crean  ilusiones de estados idealizados basados en el control omnipotente de  objetos ideales que, a veces, se cree existieron en la realidad en lugar de en la fantasía, con frecuencia en forma de un paraíso maravilloso en el pecho o, a veces, en el útero. Estas ilusiones del “jardín del Edén” respaldan las fantasías omnipotentes descritas por Aktar (1996) de que “algún día” la dicha será mágicamente restaurada o que aún podría existir “si solo” el desastre hubiera podido ser evitado.

Cuando la idealización se colapsa, el paciente puede responder con una terrible vivencia de desilusión, a veces, sentida como una catástrofe y a menudo asociada con sentimientos de haber sido robado o castrado. Quizás este tipo de fantasías llevaron a Freud a su imagen de la mujer como un hombre castrado. Incluso me parece claro que esos temores se basan en el colapso de fantasías defensivas que, por supuesto, afectan a los pacientes de ambos sexos.
 

El abandono de la omnipotencia.

Se puede pensar que al renunciar a la omnipotencia y aceptar la feminidad receptiva podríamos cosechar nuestras propias recompensas, pero los beneficios tienden a demorarse y son inciertos. En contraste, la omnipotencia funciona inmediatamente y con certeza mágica, y a menudo parece tener tal peso en la personalidad, que el abandonarla supone un problema. Freud argumentó que seguramente no es posible abandonar totalmente una fuente de satisfacción instintiva (Freud, 1908), ni renunciar por completo a los placeres de la omnipotencia. Quizás, como Freud ha sugerido, lo mejor que podemos hacer es reconocer su existencia y el daño que puede hacer, así como estar atentos a que el control que tiene la omnipotencia sobre la personalidad pueda ir debilitándose. Para hacerlo, tenemos que admitir los placeres que ofrecen las fantasías destructivas omnipotentes, para que de este modo la omnipotencia pueda ser adecuadamente añorada y pueda hacerse el duelo (Segal, 1994).

No obstante, incluso cuando la omnipotencia fálica es, hasta cierto punto, reemplazada por la idea de un “pene como vínculo”, al paciente se le presenta una segunda tarea que le confronta con algo igualmente difícil: la aceptación de una feminidad receptiva para permitir la restauración de una pareja creativa.
 

Fantasías de mutilación femenina

Ahora tenemos que considerar por qué la feminidad es tan difícil de valorar y aceptar, y aquí las fantasías inconscientes de mutilación pueden jugar un papel. Estas fantasías llevan a una receptividad asociada con imágenes en que el genital femenino, no es solo vulnerable, sino que se le puede considerar inferior e incluso desagradable. Para comprender cómo surgen estas imágenes, creo que es necesario reconocer que algunas fantasías inconscientes primitivas arrastran secuelas de los ataques destructivos, pudiendo ser extremadamente perturbadoras y provocar aversión.

Klein, por ejemplo, describe lo violentas que pueden llegar a ser algunas fantasías destructivas:

En sus fantasías destructivas, él muerde y desgarra el pecho, lo devora, lo aniquila; y siente que el pecho le atacará de la misma forma. A medida que los impulsos anal sádicos y uretrales ganan terreno, el niño en su mente ataca al pecho con orina envenenada y heces explosivas, y por ese motivo luego teme que se vuelva venenoso y explosivo contra él. (Klein, 1957).

A veces, el pezón es el centro del odio cuando es asociado con el aspecto masculino de la madre, el cual es visto por el niño como hostil, y que protege a la madre limitando el acceso al pecho. Arrancar el pezón de un mordisco puede dar lugar a una imagen de un pecho dañado, sangriento y mutilado, pudiendo ser la base para fantasías de castración de los genitales femeninos; además también puede dar pie a las fantasías de castración de los genitales femeninos dañados y vulnerables a intrusiones hostiles. Riviere describió cómo el sadismo pasa a ser dirigido contra el cuerpo de la madre:

El deseo de arrancar el pezón de un mordisco va cambiando y aparecen los deseos de destruir, penetrar y desentrañar a la madre y a los contenidos de su cuerpo. Este contenido incluye el pene del padre, sus heces, sus hijos, todas sus posesiones y objetos de amor que imagina dentro de su cuerpo. El deseo de arrancar el pezón de un mordisco es también cambiante y, como sabemos, ahí está el deseo de castrar al padre arrancándole el pene.
En este momento ambos padres son considerados rivales en este escenario, ambos poseen objetos deseados; el sadismo es dirigido contra ambos y se teme su venganza. (Riviere, 1929).

Klein describe detalladamente cuán violentas, perturbadoras y primitivas pueden llegar a ser las fantasías:

Las fantasías de ataques violentos contra la madre siguen dos líneas: una es el impulso predominantemente oral de succionar, morder, vaciar y robar del cuerpo de la madre todos sus contenidos. La otra línea de ataque deriva de los impulsos anales y uretrales e implica expeler sustancias peligrosas (excrementos) fuera del self y dentro de la madre. Estos excrementos y partes malas del self pretenden no solo hacer daño, sino también controlar y tomar posesión del objeto. (Klein, 1957).

A veces puede aparecer una escisión vertical en la cual los sentimientos de repulsión son dirigidos directamente a la mitad inferior del cuerpo y, especialmente, hacia los genitales femeninos. Lo podemos ver en El Rey Lear de Shakespeare, cuyo odio hacia sus hijas es expresado mediante la repulsión:

Pero en la parte de abajo, que todos los dioses heredan, están todos sus enemigos. Está el infierno, la oscuridad, el interior de una mina sulfúrica que quema, hierve, hedionda, que consume. ¡Fuego, fuego, fuego, ah! Deme una onza de almizcle, buen apotecario, para endulzar mi imaginación, ahí tiene el dinero. (El rey Lear, acto 4, escena 6).

Freud (1930) continuó dedicándose a este tema cuando relacionó el desarrollo de los sentimientos de repulsión con la época de la prehistoria, cuando el hombre asumió la posición erecta. La postura vertical comportó una gran expansión de la visión y el desarrollo de la repulsión, que evolucionó en relación con el olfato, el tacto, el gusto y, especialmente, con las funciones anales y genitales. Cuando los genitales femeninos se convierten en el centro de la envidia anal y de los ataques uretrales, éstos dejan una  imagen de una especie de campo de batalla con miembros mutilados y profanados, de modo que femenino y receptivo se asocia con sentimientos de vulnerabilidad, se asocia a los ataques fálicos combinados con imágenes repulsivas de mutilación contaminadas con  heces y  orina.

Creo que estas imágenes asociadas a los ataques sádicos dirigidos a la feminidad receptiva dan lugar a la preferencia por las emociones del triunfo fálico, así como,  a los sentimientos de rechazo hacia la receptividad femenina. Las imágenes son espantosas, a veces repulsivas, y dificultan la tarea de restaurar la feminidad en su auténtico valor. Al estar profundamente arraigadas en nuestro inconsciente, solo se pueden modificar parcialmente mediante la educación y un cambio social. No obstante, esperamos que la aproximación psicoanalítica sea más efectiva y que el análisis del daño hecho a través de los ataques envidiosos pueda poner en marcha un proceso de reparación más benevolente. Si se pueden tolerar sentimientos de culpa, pesar y remordimiento, el duelo por la pérdida de la omnipotencia puede llevar a una visión menos destructiva de la masculinidad y a una visión menos dañada de la feminidad receptiva.
 

Receptividad y pensamiento

La receptividad femenina es también vital en el campo de las ideas, donde es necesario tanto el dar como el recibir para poder pensar creativamente. En ocasiones los pacientes parecen repudiar especialmente el pensamiento de tipo femenino y, en particular, no permitir la interacción, de una manera productiva, con un pensamiento masculino. Esto es cierto para la paciente que presentaré a continuación, cuyo análisis se detuvo y llegó a ser improductivo. Ella parecía incapaz de usar su evidente  capacidad intelectual.

Un problema similar describió Riviere (1929) en el pensamiento asociado a la receptividad femenina en una mujer competente y con buenas habilidades, que tenía problemas para desarrollar su inteligencia. Escondía sus conocimientos, que eran notables, mostrando deferencia hacia los hombres, dándoles la impresión que era estúpida, mientras ella les veía a ellos como aparentemente inocentes e ingenuos. Coqueteaba para esconder una gran rivalidad con los hombres y no podía aceptar un punto de vista más profundo de la feminidad, como receptiva, creativa y valiosa. Britton también ilustra este tema en una paciente que había idealizado a su analista como una fuente de poder mágico sin el cual ella era incapaz de pensar. Sentía que existía una posesión compartida entre ambos, un falo omnipotente, mientras mantenía la fantasía de una idealización mutua y las interacciones entre la paciente y su analista eran vistas como un coito simbólico. Sin embargo, ni su paciente, ni la paciente descrita por Riviere, eran capaces de mantener la ilusión y su fracaso tenía como resultado algo que parecía ser algún tipo de estupidez.

Cuando la ilusión fracasa, no hay un sentido de pérdida, sino la fantasía de haber sido literal o simbólicamente “castrado”. Si el falo es simbólicamente equivalente al intelecto, el sentimiento consecuente de castración es experimentado como la pérdida de todo potencial mental, es sentirse estúpido. (Britton, 2003).

Britton describió cómo la pérdida de la creencia en una secreta supremacía fálica exponía a su paciente a una intensa experiencia de envidia y desesperación, haciéndole sentir que se había convertido en alguien con una deficiencia mental.
 

Un fragmento clínico

Presentaré un fragmento del análisis de una paciente Sra. A, quién se sentía bloqueada en su vida y también en su análisis[3]. Se quejaba de sentirse atrapada y en desventaja porque era madre soltera. Admiraba a aquellos que eran libres de ejercer su poder, especialmente si eran hombres, pero también admiraba a las mujeres que podían permitirse una vida de lujo bajo la protección de hombres poderosos. Parecía concebir la inteligencia como algo masculino y poderoso, pero también peligroso y perjudicial, tanto para las mujeres como para otros hombres. Esto le llevó a repudiar su propia inteligencia, usándola principalmente para protegerse a sí misma de una explotación intrusiva y, en particular, sentía la necesidad de evitar un pensamiento receptivo en relación a mi trabajo.

Hacía énfasis en su descontento, subrayando las cosas que no tenía, como una carrera profesional, un marido, y la riqueza y el confort que solo un hombre le podría proporcionar. Era sorprendente ver que era incapaz de obtener placer de las cosas buenas que tenía, como sus amigos, su trabajo, sus hijos y, especialmente, su capacidad de pensar. Describía su trabajo como un lugar inútil, sin posibilidades y sin futuro, y se veía a sí misma marcada por la mala suerte y por repetidas traiciones e infortunios. No mantenía ninguna relación seria y usaba a sus amigas para quejarse de los hombres, igual que usaba el análisis para reiterar su infelicidad debido a las injustas dificultades que ella tenía que soportar.

Describía un resentimiento parecido hacia su padre, un pastor laico que había inculcado una moral estricta y arbitraria en su casa, que su madre y su hermana, considerablemente mayor, habían aceptado sin protesta alguna, pero que ella sospechaba que era corrupta e hipócrita. Sus padres dormían en habitaciones separadas y su madre compartía cama con ella hasta que le dieron su propia habitación a los ocho años. Ella vinculaba muchos de sus sentimientos de injusticia a esta expulsión y sentía que nunca más se había sentido amada y valorada.

A diferencia de su hermana, que no fue a la universidad y se casó con un exitoso hombre de negocios, a ella le fueron bien los estudios y consiguió un puesto en la universidad, sorprendiendo a todos cuando sacó matrícula de honor en matemáticas y física. Sin embargo, en su segundo año se descompensó y hubo que trasladarla a su casa en un estado de ansiedad aguda con despersonalización y algunos pensamientos persecutorios. Gradualmente se recuperó, pero no pudo retomar los estudios; pasados dos años realizó un curso de secretariado y consiguió trabajo en una gran empresa de abogados, donde finalmente llegó a tener una posición de alta responsabilidad.

Cuando comenzó el análisis pasó muchas sesiones confusa y en un estado de ensoñación, describiendo sus fracasos y teniendo la expectativa de que fueran resueltos. Adoptaba una actitud de niña pequeña en sus relaciones, las cuales eran sumamente erotizadas y acompañadas por una cierta ingenuidad y aparente inocencia. Se vestía de manera seductora y se insinuaba a los hombres de una forma que se prestaba a equívocos. Por ejemplo, le dio la mano por debajo de la mesa a uno de los abogados mayores en un evento de la empresa, pero luego se mostró indignada cuando él le ofreció llevarla a casa. En las sesiones era seductora, pero también se sentía fácilmente maltratada, y se indignaba si le interpretaba la atmósfera erótica que creaba. Me parece que se encontraba en un estado de ensoñación donde se sentía cercana a mí de una manera ligeramente erotizada, pero si yo se lo interpretaba, esa interpretación rompería el encantamiento y se sentiría expulsada de esa intimidad, como le había sucedido cuando compartía la cama con su madre.

Uno de los aspectos más sorprendentes del comportamiento de la Sra. A, era algo que me llevó a pensar en una pseudo-imbecilidad (Mahler-Schoenberger, 1942; Hellman, 1954). Adoptaba una manera de razonar irreflexiva y daba la impresión que era incapaz de pensar de forma inteligente. Por ejemplo, se lamentaba: “¿Por qué no me dice qué he de hacer?” o “no me había dicho que tenía que asociar libremente. He venido todos estos años y nunca he sabido qué se suponía que tenía que hacer”. Era difícil creer que esta misma persona había obtenido en la universidad una nota excelente en ciencias. Solo cuando pude entrever una inteligencia bastante superior ―por ejemplo, cuando podía dominar problemas complejos y sutiles en su trabajo o cuando me señalaba errores de pensamiento por mi parte― fue que empecé a darme cuenta que ella no estaba usando apropiadamente su capacidad de pensar. En parte parecía escindirla y proyectarla dentro de mí, con tal de depender de mí hasta en la forma más elemental de pensar, y a la vez me observaba cuidadosamente y usaba su inteligencia para señalarme mis errores factuales y éticos. Parecía que ella concebía el pensamiento como una actividad masculina y peligrosa, que podía ser utilizado para explotar y abusar de la vulnerabilidad de las mujeres. El deseo femenino también era peligroso porque, desde su punto de vista, el vínculo entre la mujer y el hombre podía ser perjudicial y explotador.
 

Fragmento de una sesión

Mostraré un fragmento de una sesión en la cual la paciente llega cinco minutos tarde, explicando que había estado intentando activamente cortar la conversación con una amiga que quería conversar. Después pasó a describir un sueño en el cual ella bajaba las escaleras del metro, pero al final de éstas, tenía que hacer una elección entre el camino de la izquierda, que llevaba a la ciudad, o el de la derecha, que la llevaba a casa. Se quedó allí detenida incapaz de escoger, sintiendo un terrible peso, y luego vio que tenía una hoz de jardinería en su mano. Su indecisión le había hecho retrasarse y se sintió aliviada, porque eso quería decir que no tendría que ir a la ciudad y que podía irse a casa y hacer el trabajo necesario en su jardín, terriblemente lleno de maleza y desordenado. Recordó que con frecuencia, cuando sentía que tenía mucho trabajo, lo dejaba descuidado y se iba de tiendas. Un vecino le había prestado la hoz hace dos años y ella la había descubierto, hace pocos días, mientras ordenaba los estantes de jardinería. Se sintió culpable, no solo por no haberla devuelto, sino porque nunca la había llegado a usar. La describió como una cosa afilada y horrible, y se preguntaba por qué su vecino no le había pedido que se la devolviese. Tal vez él había olvidado que se la había prestado.

Le interpreté que el hecho de escoger, que era tan pesado en su sueño, representaba el conflicto que tenía entre llevar adelante la difícil tarea analítica o huir de ella. Le sugerí que ella observaba que su mente estaba llena de maleza y desordenada como su jardín y que todavía teníamos mucho trabajo por hacer. Quizás camino a la sesión había tenido que escoger entre embarcarse en este trabajo o hablar con su amiga.

En respuesta a estas interpretaciones, dijo que se sentía con mucho peso y se quejó que mis interpretaciones le hacían sentirse mal. Que si yo decía que teníamos mucho trabajo por delante significaba que aún estaba muy enferma y era terrible decirle algo así a un paciente. A medida que la sesión avanzó, mostró más resentimiento, aunque pensó, ―y yo también pensé― que había mostrado un ligero interés en su sueño y en mi interpretación.
 

Discusión

Me parecía que la Sra. A, había hecho un buen uso de su análisis, pero que luego se había quedado estancada. Como ocurría en su trabajo, el análisis había llegado a ser “un lugar inútil”. Mi propia desilusión en mi trabajo con ella me llevaba a periodos de duda y eventualmente a la idea que no se podían lograr futuros progresos, que ya habíamos avanzado lo que era posible.

Gradualmente empecé a interesarme en el hecho del por qué nos habíamos estancado y esto me llevó a volver a Freud y a sus formulaciones sobre el repudio de la feminidad, como un camino para pensar acerca de nuestra situación. Me pregunté si parte de los fracasos de la paciente en desarrollarse estaban conectados con una desvalorizada opinión acerca de su feminidad por una parte, junto a un miedo a usar su inteligencia por la otra. Como la paciente de Riviere, ella usaba su feminidad para provocar deseo en los hombres, deseo que luego se veía obligada a resistir, porque no valoraba, ni se sentía segura con una receptividad femenina.

En su sueño se sentía culpable por no haber usado la hoz que había pedido prestada, y pensé que esto podía significar una capacidad para trabajar y pensar que ella sabía que no usaba. Me parecía que ella sí que tenía alguna idea de una feminidad creativa, pero se veía obligada a repudiarla, ya que no quería verse trabajando conmigo de una manera creativa. Si usaba su inteligencia, utilizaría un arma afilada y peligrosa, algo feo. Así era cómo ella describía mi trabajo: le hacía sentirse mal; visualizaba su propia inteligencia, teniendo la misma cualidad peligrosa y destructiva.

Sin embargo, en su primer año de universidad había sido capaz de pensar y tal vez se había permitido la libertad de ser curiosa, de razonar y de disfrutar de sus capacidades. Sin embargo, esta libertad no duró y después de su crisis se vio obligada a conformarse con un secretariado, que ella concebía como femenino e inferior. Es posible que en ese tiempo su libertad para cuestionar supuestos muy establecidos fuese percibida como peligrosa, si esto la llevaba a hacer observaciones acerca de la moralidad rígida de su padre. Naturalmente, en el análisis ella también podía ver mis propias limitaciones intelectuales y éticas, entonces lo que hacía era un retroceso, como si de alguna manera me protegiera de una expresión de sus puntos de vista más fuertes. En ocasiones ella parecía fingir ser estúpida, para poder usar su inteligencia y cogerme desprevenido y luego argumentar que no podía protegerse a sí misma porque era una mujer vulnerable a merced de hombres poderosos. Las fantasías de mutilación violenta, bien podrían haberle creado la expectativa de recibir ataques violentos con una hoz afilada y llevarla a concebir la idea de la feminidad receptiva como repelente y peligrosa.

Me parecía que mientras la receptividad era repudiada, también lo era la masculinidad amorosa y productiva. Lo que significaba que se sentía a la merced de una superioridad fálica y  tenía que protegerse negándome la entrada. No era posible que existiera una pareja creativa en la cual el lado de receptividad femenina de ella permitiese entrar un lado mío cuidadoso. Ella decía que admiraba a hombres exitosos y envidiaba a las mujeres que no tenían que trabajar, pero pienso que reconocía que este punto de vista estaba basado en fantasías de superioridad fálica y devaluaban la auténtica feminidad creativa que ella mantenía solo como potencial dentro de sí. Su intensa rivalidad y celos hacían que temiera que si se permitía un coito creativo dentro de su mente, y también dentro del análisis, ella podría ser objeto de violentos ataques envidiosos por parte de los otros.
 

Conclusión

Cuando hemos procedido a estudiar los obstáculos para el progreso en el desarrollo del análisis, nos hemos encontrado con una variedad de factores que van en contra de este desarrollo. En este trabajo yo he destacado dos que derivan de las originales observaciones de Freud, pero también he dado significado a otros que se apartan considerablemente de ellas.

Mientras que apoyo la idea que un objetivo esencial es abandonar la idealización y la omnipotencia, argumento que ambos, tanto paciente como analista, tienen que superar su propia reticencia a valorar la feminidad y las dificultades que surgen de ambos factores. Las organizaciones fálico omnipotentes crean refugios psíquicos idealizados, los cuales protegen al sujeto de la vergüenza y la culpa, y el emerger de estos estados implica tanto ver como ser visto (Steiner, 2011). Cuando los ataques son motivados por la envidia y se dirigen directamente en contra de los vínculos creativos, el daño a los objetos buenos y a las buenas relaciones pueden dar lugar a sentimientos insoportables de vergüenza y culpa, particularmente cuando se dirigen a la receptividad femenina, vista como el elemento del vínculo más frágil y dañado.

El analista tiene que ofrecer entonces una estructura de apoyo en la que la vergüenza y la culpa se puedan examinar y el hecho de que sean o no soportables se pueda explorar. A veces el paciente parece capaz de aceptar la pérdida de la superioridad fálica y enfrentar la culpa y el daño que ha hecho. El moverse en esta dirección es posible si la culpa es soportable y cuando hay indicios de que los deseos de reparación pueden ser movilizados e iniciar un ciclo benevolente en los cuales los objetos pueden llegar a estar menos dañados y son menos persecutorios, debido a que la severidad del superyó es moderada (Klein, 1958).

Sin embargo, incluso cuando se inician los movimientos para hacer frente a estos aspectos difíciles de la realidad, queda una dificultad adicional si no se puede aceptar y valorar una feminidad receptiva. Este paso de ir más allá requiere reconocer, valorar y dar importancia a la receptividad, tanto dentro de nosotros como en los demás. La vulnerabilidad asociada a un abrirnos nosotros mismos, a que entre la masculinidad, requiere de una vigilancia, porque no podemos nunca estar seguros que la masculinidad no esté ocultando un falo que pueda dañar y una fuerza explotadora. La receptividad femenina tiene que ser protegida mediante la creación de un setting en el cual ésta esté valorada y se tengan en cuenta los peligros asociados a ella.

He descrito estas tareas, como si estos fueran problemas que el paciente tiene que enfrentar y como si las funciones del analista fueran una ayuda y una influencia benigna. Es obvio, sin embargo, que el analista precisamente se enfrenta a los mismos problemas: su propia omnipotencia y tiene el mismo rechazo a aceptar la receptividad femenina. Por ello es realmente importante que el analista sea capaz de examinar su propia contribución a detener el desarrollo del análisis. Solo es posible ayudar al paciente con su omnipotencia si el analista ha sido capaz de enfrentar la suya.
 

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Resumen

En su discusión sobre los obstáculos para el progreso del análisis, Freud sugirió dos factores: el funcionamiento del instinto de muerte y el repudio de la feminidad. En este trabajo argumento que es más apropiado pensar en el instinto de muerte como un instinto anti-vida expresado como envidia, que lleva a ataques destructivos contra los vínculos creativos. El prototipo de estos vínculos creativos es la temprana relación oral entre el niño y la madre, que más tarde se expresará en la relación genital entre los adultos en pareja. Estas relaciones mutuamente interdependientes vendrán a representar la creatividad y el cuidado materno, siendo particularmente propensas a provocar ataques de envidia. La vulnerabilidad de la posición femenina receptiva a este tipo de ataques puede llevar a una preferencia por la identidad masculina basada en identificaciones omnipotentes con objetos fálicos considerados poderosos. Inevitablemente esta masculinidad defensiva ocasiona más daños y así el progreso en el análisis requiere que primero haya un abandono de las identificaciones fálicas omnipotentes y segundo una aceptación y valoración de la feminidad. Algunas de las dificultades en esta área serán ilustradas en el material de una paciente que temía usar su inteligencia porque la concebía como una cruel arma masculina.

Palabras clave: repudio de la feminidad, masculinidad defensiva, omnipotencia, envidia, obstáculos en el análisis.
 

Abstract

In his discussion of obstacles to progress in analysis Freud gave emphasis to two factors, the operation of the death instinct and the repudiation of femininity. In this paper I argue that it is more appropriate to think of the death instinct as an anti-life instinct expressed as envy, which leads to destructive attacks against creative links.  The prototype of these links is the early oral relationship between the infant and his mother, which later is expressed as the genital relationship between adults in a couple.  Such mutually interdependent relationships come to represent creativity and maternal care and are particularly likely to provoke envious attacks. The vulnerability of the receptive feminine position to such attacks may lead to a preference for a masculine identity based on omnipotent identifications with powerful phallic objects.  Inevitably such defensive masculinity inflicts further damage so that progress in analysis requires first a relinquishment of the omnipotent phallic identification and second an acceptance and valuing of femininity. Some of the difficulties in this area are illustrated in a patient who feared to use her intelligence because she saw it as a cruel masculine weapon.
 

John Steiner
Psicoanalista didacta de la Sociedad Británica de Psicoanálisis.
 

[1] Agradecemos a Taylor&Francis Ltd. y a The Psychoanalytic Quarterly su autorización para traducir y publicar el artículo John Steiner, publicado en The Psychoanalytic Quarterly, 87(1):1-20.

[2] Traducido del original en inglés por Mabel Silva (SEP).

[3] Se describe con más detalle en Steiner, J. (1993), Psychic Retreats: Pathological Organisations of the Personality in Psychotic, Neurotic, and Borderline Patients.