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Es una satisfacción para mí dar la bienvenida a todos ustedes a este IV Encuentro de Psicoanalistas de Lengua Castellana, que realizaremos durante estos días en esta entrañable ciudad de Sevilla.

En este Encuentro tenemos como objetivo principal reflexionar entre todos sobre “Los niveles de simbolización en el proceso analítico”.

Sabemos que hoy en día la clínica psicoanalítica nos lleva en muchas ocasiones a pensar en la problemática de la simbolización, problemática que en muchos casos recae sobre la formación del pensamiento, produciendo trastornos que observamos, sobre todo, en aquellos pacientes con un funcionamiento mental que se mueve en los bordes de la tópica psíquica. Pero no solo en estos pacientes sino también en muchos sujetos con un funcionamiento psíquico predominantemente neurótico, una fina escucha analítica nos permite descubrir que sus resistencias más tenaces y su compulsión de repetición están vinculadas a perturbaciones en los procesos de simbolización.

La simbolización implica un trabajo psíquico que se produce a partir de las vivencias que se generan en el encuentro con el otro. Comenzando con la experiencia de satisfacción, se producen inscripciones como efecto de acciones singulares que marcan el origen de representaciones que, por su misma condición de organización de huellas, de marcas, poseen ya un carácter simbólico. Carácter simbólico que va enriqueciéndose con el tiempo, a partir de las constantes reorganizaciones generadas por el modo de funcionamiento del psiquismo humano, con una temporalidad que le es propia que es la del après-coup. Y una característica fundamental que se da en los inicios de este proceso de simbolización es que la marca no reconoce la existencia del objeto, solo se remite a sí misma.

En este sentido, en los orígenes, la simbolización consiste en la presencia de una ausencia, que consiste en una marca que da cuenta de algo que estuvo allí, pero que en ese momento ya no está. Una marca que se activa en el momento de la ausencia. ¿Pero qué tipo de ausencia? La ausencia del objeto real.

Como efecto de nuevas experiencias se van generando nuevos modos de simbolización. El trabajo de simbolización supone un doble proceso. En primer lugar, la ligazón libidinal necesaria para mantener esa red de simbolización, y también que puedan darse los cambios que permitan el desarrollo psíquico. En segundo lugar, supone a la vez desligazón, necesaria para que se puedan producir nuevos lazos.

A partir de nuevas experiencias, se producen transformaciones nuevas de re-simbolización. Como es el caso del trabajo de simbolización, auto-simbolización que se realiza y se resignifica en la adolescencia.

Ahora bien, esos encuentros con el otro no se producen en el vacío sino embebidos en las dinámicas propias del medio social e histórico en el que vive el sujeto, con sus particulares características culturales, determinadas, entre otras cosas, por el sistema de la lengua. Éste permite un ordenamiento de significación y transcripción. Hay elementos que podrán ser transcriptos y otros que nunca lo serán.

Al ofrecer la estructura de la lengua, el otro abre la posibilidad, no solo del marco general, sino también del habla que circula en ese determinado medio social, familiar y cultural.

Entonces, ¿qué sucede más específicamente en el interior del sujeto? Podemos decir que se produce un pasaje desde un estado sensorial perceptivo a una comunicación lingüística. Pasaje que requiere de una serie de transformaciones que implican movimientos que hacen signo y van organizando redes a nivel de las representaciones. Se produce entonces un devenir de las representaciones en pensamiento y luego en ideas que, incluidas mediante la palabra en un sistema de relaciones, adquieren el carácter de lenguaje.

Como vemos, existen distintos niveles de simbolización que podemos englobar en los conceptos de lo representable, lo figurable y lo pensable. Niveles que pueden entrar en escena sucesivamente por ser traducciones diferentes de un mismo material de base que se origina en la alucinación primitiva, primer núcleo de simbolización, y que, en su devenir, pueden llegar a la constitución de un sujeto que se “apropia de sus pensamientos”.

También nosotros,  recorriendo el camino desde allí y entonces, 1883, en que a imitación de Cipión y Berganza, Sigmund Freud, con su amigo Silberstein, crearon la “Academia Castellana” ―siendo el castellano la lengua de sus coloquios―, llegamos a este presente en el siglo XXI, con un formidable crecimiento de la “Academia Castellana” en el mundo. Y espero que a lo largo del coloquio a realizar estos días sobre los niveles de simbolización pensados desde vértices teóricos diferentes, podamos avanzar a través de la lengua en común, en un diálogo profundo sostenido entre nosotros.
 

Palabras clave: niveles de simbolización, inscripción, alucinación primitiva, representación, lenguaje.
 

Teresa Olmos
Psicóloga, Psicoanalista, Miembro titular con función didáctica de la Asociación Psicoanalítica de Madrid (APM) y de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA),
Presidenta de la Asociación Psicoanalítica de Madrid.