“Mi miedo a la vida es necesario para mí como es mi enfermedad. Sin ansiedad y enfermedad soy un barco sin timón. Mi sufrimiento es parte de mí mismo y de mi arte. Son indistinguibles de mí y su destrucción, es destruir mi arte”.
Esta cita de Edvard Munch extraída de sus notas biográficas describe como su amplio legado artístico está íntimamente entrelazado a su biografía. El arte de Munch es una biografía visual donde se refleja tanto el hombre como el artista. La amplia producción creativa de Munch indagando en la pintura, xilografía, dibujos, fotografía, poesía, y aforismos dan cuenta de la necesidad desesperada de comunicar la incesante elaboración de las tragedias vividas en su infancia y que le definen. Reelabora constantemente un repertorio de motivos relativamente limitados a través de seis décadas. En conversación con su médico y amigo K.E. Schreiner, le dice: “Mi arte dio sentido a mi vida”.
Su vida está marcada por pérdidas significativas. Nace en 1863 en un pueblo, Loten, cerca de Oslo. A los cinco años muere su madre de tuberculosis quedándose el padre a cargo de la familia formada por tres hijas y dos hijos. El padre, cuya frágil salud mental se acentúa ante esta pérdida, incrementa su depresión manifestada por un extremo autoritarismo, rigidez moral y delirios religiosos. Años después muere también por tuberculosis su hermana, con quien Munch había establecido un fuerte vínculo emocional debido a la ausencia de la madre.
“Enfermedad, locura y muerte fueron los ángeles que rondaron mi cuna”. Esta otra cita de sus notas describe como estos hechos marcan su vida.
Siguiendo las presiones paternas entra a estudiar una carrera técnica que rápidamente abandona para entregarse a la expresión plástica en sus diferentes modalidades. Entre 1892 y 1908 vive entre París y Berlín. En su periodo francés es influenciado por pintores impresionistas como Monet, Manet y por los postimpresionistas Van Gogh, Cézanne, Gauguin.
Berlín, a principios del siglo XX, es un centro de intensa actividad intelectual y artística, por lo que se instala allí durante unos años, atraído por este ambiente de cuestionamiento de los valores morales de la época, de la insistencia en la subjetividad y el reconocimiento de la vida subconsciente. En 1892 realiza su primera exposición, que resulta un fracaso, pero esto es justamente lo que moviliza el debate sobre su obra en los círculos artísticos de la época.
En esos años su técnica y el uso del color cambian. Ya no son colores fríos y sombríos. Su paleta se amplía a colores cálidos. Esta evidencia nos permite deducir unos años de un estado emocional diferente pero que se quiebra en 1908. Ese año se desencadena una gran crisis emocional que lo lleva a internarse en una clínica psiquiátrica en Copenhagen. En una carta a Karen Brolstad le dice: “Aquí la cura está en plena marcha, me someto a electrochoques, masajes y baños cada día… El doctor dice que me falta electricidad…”. Hacia el final de su estancia, en 1909, escribe: “He entrado en la orden: no toques nada, cigarros sin nicotina, bebidas sin alcohol, mujeres sin veneno (ya sean solteras o casadas), así que me encontrarás como un tío aburrido”.
Al salir de ese centro vuelve a Noruega, donde se instala en una granja a las afueras de Oslo hasta su muerte, que ocurre en 1944.
Munch describe su arte como una confesión que le ayuda a esclarecer su relación con el mundo esperando que al espectador le impacte de la misma manera. Su prolífica obra nace como una perentoria necesidad de mantener un vínculo con el mundo externo, que le permita elaborar las complejas circunstancias de su vida. Estuvo activo más de sesenta años, valiéndose de diferentes expresiones artísticas tales como la pintura, la xilografía, la fotografía, escribiendo poesías y aforismos.
Los críticos y teóricos de Munch no encuentran un punto de convergencia para encuadrar el conjunto de su obra en un determinado estilo. Algunos críticos la consideran dentro del movimiento del Simbolismo de finales del siglo XIX y que fue inspiradora del expresionismo alemán, el cual se desarrollará a principios del siglo XX. Este movimiento encuentra en Munch el talento para reflejar el clima de escepticismo que vive Centro Europa, previo a las guerras mundiales de la primera mitad del siglo pasado. Hay una necesidad perentoria en todos los ámbitos de la cultura de expresar la visión subjetiva del artista sobre la soledad, la muerte, la enfermedad, el dolor, el amor. Y este es su interés: “El arte surge como una necesidad de compartir con el otro y todos los medios son válidos”. Tanto la temática que desarrolla como el uso del color son el reflejo de su subjetividad. En lo referente a su técnica, se caracteriza por pinceladas largas y libres de colores turbios. En cambio, deja colores puros allí donde debía transmitir una carga emocional.
En cuanto a la temática está casi exclusivamente relacionada con los conflictos del ser humano donde cada uno fácilmente se puede reconocer. Para Munch, el pintor no es un traductor objetivo de lo que observa, sino que ha de dar cuenta del impacto que deja una escena vivida filtrada por la propia sensibilidad. Lo sintetizó magistralmente en este comentario: “No pinto lo que veo sino lo que vi”. Solo pintó lo que vivió y experimentó. Se ciñe a la experiencia concreta “como si fuera un naturalista del interior psíquico”, en la opinión de P. Schjeldahl.
Quizás por esta razón su obra interpela con fuerza al espectador donde cada uno puede verse reflejado. Su obra refleja tanto al hombre como al artista describiendo esencialmente la vida emocional. Es la historia de los problemas humanos devastados por el sufrimiento de la vida. Tanto la temática como el uso de los colores transmiten su mundo interno con un entendimiento melancólico que seduce. Él descubrió la vida de la psique a la pintura. Su destino personal, el dolor que experimentó, las dudas con que tuvo que luchar marcaron su producción artística.
Autorretrato entre el reloj y la cama es la última obra de Munch, realizada un año antes de su muerte. En ella, resume su vida pintándose a sí mismo. Hay una sola figura humana ocupando el centro que mira al espectador a contraluz con expresión triste, hombros caídos, rodillas flexionadas. A su izquierda y en primer plano una cama, y en el lado opuesto un reloj sin manecillas. Al fondo, un estudio que se intuye repleto de cuadros o libros.
Hay tres planos bien diferenciados por el uso del color. El estudio a las espaldas del personaje central es de un amarillo luminoso, un segundo plano que destaca la figura humana y el reloj, para la que utiliza colores fríos, predominantemente el azul. Y finalmente la cama, en un primer plano, pintada con pinceladas largas y ligeras con colores vivos. Un tratamiento de técnica y color muy diferente a los otros elementos de este cuadro, que produce en el espectador un impacto visual inquietante.
Sin duda, es una obra que destaca por el simbolismo, mediatizado por el tema y los colores. Sugiere al hombre haciendo frente a su incontestable destino, dejando atrás su estudio lleno de sus obras. El reloj sin manecillas que ya no marca las horas. Su tiempo se ha acabado. La cama en el primer plano como el reposo final. La potencia de este primer plano, que atrae la atención del espectador, representa de manera ineludible los límites de la vida humana. En sus notas biográficas escribe: “La muerte la padecemos con el nacimiento ―nos queda la más extraña experiencia: el verdadero nacimiento que se llama la muerte― ¿nacimiento a qué?”.
Su inagotable interés en mostrar las vicisitudes del hombre lo lleva a crear un ciclo temático El friso de la vida, en el cual La danza de la vida (1899-1900) es considerada como la pieza central de este ciclo de veintidós obras. Es una antología visual de los estados del alma del hombre; un conjunto de pinturas y litografías, que juntas, representan la esencia de la vida: el conflicto entre sexos, la muerte, la enfermedad. Él mismo comentaba que, así como Leonardo da Vinci ha estudiado el cuerpo humano disecando cadáveres, él buscaba disecar el alma.
En esta obra hay una pareja de enamorados en el centro, ensimismados en un color rojo intenso, que da cuenta de la intensidad del abrazo de los enamorados. A la derecha, una joven pintada de blanco sonriente que se dirige a unas flores y al otro extremo una mujer madura, encogida con las manos juntas, pintadas en colores fríos y con expresión amarga.
En un primer momento la temática nos remite al ciclo de vida de la mujer: la juventud, la danza y el abrazo a la pareja como expresión del deseo y fertilidad y la melancolía de la edad madura y de los amores perdidos. Cada una de las figuras expresan las emociones que se asocian a las etapas del ser humano, desde la adolescencia, al desencanto de la edad y la soledad. Esta obra también refleja la metáfora del devenir de la vida y sus momentos.
En sus notas biográficas escritas de manera directa y muy sincera define así su obra:
“Mi arte es una confesión, busco en él esclarecer mi relación con el mundo, por tanto, es una especie de egoísmo. Mas, a la vez, he pensado y sentido siempre que mi arte podría también esclarecer a otras personas en su búsqueda de la verdad”.
Referencias Bibliográficas
Bischoff, U. (2000), Munch 1863-1944. Cuadros sobre la vida y la muerte, Madrid, Benedikt Taschen Verlag.
Loshack, D. (1991), Munch, Madrid, Ed. Libsa.
Palabras clave: Edvard Munch, simbolismo, subjetividad y arte, La danza de la vida, Autoretrato entre el reloj y la cama.
Eileen Wieland
Psicóloga clínica,
Psicoanalista SEP-IPA,
eileen.wieland@gmail.com