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En este artículo me centraré en la sociología de la tercera edad, desde la perspectiva psicoanalítica. Concretamente la tercera edad vista como un colectivo sobre el que proyectar colectivamente aspectos intolerables del psiquismo. Este aspecto ha sido estudiado en el caso de las proyecciones sobre grupos definidos como «el otro diferente», los negros, los judíos, los inmigrantes o las mujeres, por citar algunos. Así pues, la eufemísticamente llamada tercera edad, la vejez, puede ser pensada como un colectivo sobre el que socialmente se proyectan los sentimientos de vulnerabilidad, pérdida, carencia, decrepitud y dependencia y, al hacerse colectivamente, sus individuos pueden quedar reducidos a estas proyecciones. Cada sociedad tiene un punto de vista hegemónico sobre qué es ser viejo y, por tanto, las proyecciones variarán según la sociedad de que se trate. Para centrar el tema, hablaré de la vejez en mi entorno, que es la sociedad occidental de un país mediterráneo, con un fuerte componente familiar, en una sociedad del bienestar pero con una crisis económica de más de diez años de duración y con una de las expectativas de vida más altas del mundo. Y esto en un momento en que ser joven, sano, bello y exitoso es el ideal colectivo que tiraniza las aspiraciones implícitas y no tan implícitas de jóvenes y mayores.

Me referiré aquí a proyección en su acepción de mecanismo de defensa primitivo, según el cual aquello rechazado en uno mismo es arrojado fuera de sí y se vuelve a encontrar de inmediato en el exterior depositado sobre el sujeto en el que fue proyectado. La proyección, como proceso inconsciente que es, altera la percepción de la realidad y conlleva desde luego consecuencias reales para con el trato que se dispensa al sujeto objeto de la proyección, en este caso los ancianos, ya sea con un cuidado paternalista por haber sido infantilizados, ya sea con un abandono o un maltrato por representar aquello que se teme o desprecia. Asimismo, cuando se produce un proceso de proyección colectivo, igual a como sucede entre individuos, puede producirse un proceso de identificación también inconsciente con lo proyectado. La característica específica en este caso es que, si cuando se proyecta lo negativo en un colectivo uno no puede, o no suele, convertirse en un miembro de él, es decir, uno no puede convertirse en negro, judío o mujer, por ejemplo, en el caso de la vejez, si todo va más o menos bien, es muy probable que lleguemos a viejos. Esto me insta a la reflexión sobre cómo puede vivirse el proceso de envejecimiento desde el sujeto según hayan sido de masivas las proyecciones que se han realizado durante la juventud sobre la vejez, según se hayan realizado los procesos de duelo a lo largo de la vida y según la fortaleza de la identificación con el objeto primario. Sea como sea, es muy probable que saber que la vejez es un destino que nos llegará ―y mal si no nos llega― nos inquieta y preocupa. Esta angustia a su vez puede aumentar la identificación con lo proyectado y la desidentificación de lo que se es, y en un círculo vicioso terrible, la identificación y la desidentificación aumentarían la angustia. Eso siempre dependiendo de las circunstancias de cada persona, naturalmente, pero desde luego, con distintas intensidades, el proceso sería este.

Ya hemos dicho que en todo proceso de proyección puede haber un proceso de identificación del sujeto con lo que se le proyecta. Así, según los individuos, esta identificación comportaría la asunción sumisa de las proyecciones de incapacidades, lo que podría suponer una dolorosa desidentificación, una pérdida de identidad, a veces súbita según las circunstancias ―enfermedad grave, quebranto económico, por ejemplo― con grandes dificultades para elaborar el duelo y reconducir la vida. Y, si se trata de una identificación masiva con lo proyectado, implicaría dejar de ver las capacidades todavía conservadas. Por el contrario, se podría negar el proceso de envejecimiento y transitar entre defensas maníacas, rechazando no solo las proyecciones, sino las reales necesidades de esta etapa vital: necesidades de cuidado de la salud, de las relaciones, de la nueva economía, de los límites.

Sin embargo, desde hace algunos años, a partir de la mejora de la expectativa de vida, la tercera edad ha pasado a ser considerada como un problema debido a que la vejez se retrasa cada vez más en el ciclo de vida. Se ve como un problema el cambio en la pirámide poblacional, ya que en todas las sociedades el aumento de la vida media se acompaña de un descenso de la fecundidad, lo que hace pensar en una interrelación entre ambos indicadores demográficos. Sin embargo, ya hay estudios que revelan que este mal llamado envejecimiento de la población puede no ser tan negativo como se presenta, sino que conlleva ventajas importantes al aparecer un nuevo tipo de envejecimiento, el llamado envejecimiento activo. Ello comporta que la significación de las diferentes edades ha cambiado puesto que, gracias a los avances científicos, la vejez se retrasa cada vez más en el ciclo de vida. Sí, hay más viejos, pero son más jóvenes. Desde 2002 emerge en la investigación y en las políticas públicas sobre personas mayores este nuevo paradigma. La Organización de Naciones Unidas, a través de la Organización Mundial de la Salud, elaboró el documento Active ageing: A policy framework, citado por Mohamed (2018). En este documento, referente para la investigación y las políticas públicas, se aleja la consideración de la vejez como un problema, como venía siendo habitual. Recoge la potenciación de la participación de los mayores en la sociedad, en concreto en el ámbito público.

Asimismo, el hecho de adjudicar determinados problemas a una cohorte de edad, debe matizarse con el concepto de generación política determinada. Muchos de los cambios que se dan no se deben a efectos del ciclo vital, sino a la pertenencia a una generación política determinada. Este concepto está basado en que determinado momento histórico señala a las distintas generaciones al conferirles unas pautas específicas y duraderas que conlleva actitudes y comportamientos que influyen en el tipo de vida y en los procesos de socialización. Se trata de la interiorización de normas, valores y actitudes políticas, principalmente al final de la adolescencia y al inicio de la vida adulta, ―los “años impresionables”― que acompañarán a la persona con una estabilidad relativa a lo largo de la vida (Mohamed, K.A., 2018).

No podemos obviar que en un país como España ―pero no solo aquí― con una de las expectativas de vida más elevadas del mundo, aparece este colectivo numeroso que por edad hubiera sido considerado como viejo hasta no hace mucho, pero que dista de la idea hegemónica de vejez como sinónimo de decrepitud, incapacidad, enfermedad o impotencia. Al igual que la adolescencia es una etapa de la vida de reciente aparición, que cada vez dura más años (en el siglo XIX se pasaba sin apenas notarse de la infancia a la vida adulta), en la actualidad existe esta gran cantidad de personas de edad avanzada con una excelente calidad de vida, con capacidades conservadas y con intereses y ganas de ser socialmente útiles más allá del trabajo remunerado, que se niegan, no de forma maníaca sino saludable, a identificarse con las proyecciones que se les atribuyen. Esto resulta como mínimo novedoso en la historia. Esta generación de envejecimiento activo está formada por personas a partir de la sesentena, activas, interesadas, luchadoras, capaces de pedir ayuda y de ayudar, que se niegan a ser relegados a simples trastos consumidores de servicios sociales y de salud, a los que hay que pagar una pensión. Es decir, se niegan a identificarse con lo que se les proyecta socialmente como normativa hegemónica: los viejos vistos solo como un problema social. Esta negativa a identificarse con las proyecciones, tiene desde luego efectos sobre las generaciones más jóvenes, en las que la sociedad deposita los ideales antes mencionados de salud, belleza, energía y éxito. En un momento en que las dificultades para abrirse camino son realmente difíciles no solo para los más jóvenes, sino para las generaciones intermedias en la cuarentena y la cincuentena, este colectivo de gente mayor con experiencia vital, con tiempo disponible, con un nivel de vida aceptable, no solo devuelve lo proyectado sino que puede despertar sentimientos de envidia y rechazo entre las generaciones precedentes, precisamente por dar la impresión de que lo tienen todo más fácil y viven estupendamente a costa del trabajo de los más jóvenes. Realmente este planteamiento así expresado tiene un tinte caricaturesco, pero sirva para acercarnos a la comprensión de un momento social que nos afecta a todos.

En cada etapa vital se producen cambios que conllevan una crisis identitaria que, si todo va bien, servirá para elaborar los duelos y adaptarse lo mejor posible a la nueva etapa y a las pérdidas que conlleve, pero el afrontar la vejez y la muerte, es una crisis que va más allá de los síntomas de las alteraciones fisiológicas ya que éstos constituyen un aspecto más de una situación compleja. León y Rebeca Grinberg en Identidad y cambio (1993) refiriéndose a esta etapa vital dicen:

“Las fantasías y ansiedades específicas que surgen durante tales crisis son de distinta clase. Pueden estar referidas a la salud y al propio cuerpo: son fantasías hipocondríacas que abarcan toda clase de preocupaciones y temores a enfermedades […] pueden estar vinculadas con una inquietud económica […] o bien fantasías que se relacionan con el temor de perder el status social o el prestigio alcanzado. La base inconsciente de muchas de estas fantasías está conectada con el problema de la identidad y el profundo temor al cambio. Para decirlo en otras palabras e introducir un elemento que consideramos fundamental en estas crisis, es el problema de la elaboración patológica del duelo por el self que afecta a esta edad de la vida lo que debe ser encarado esencialmente”.

Sin embargo, esta generación que llega a edades avanzadas con buena calidad de vida debida a los adelantos en medicina y al bienestar social de las últimas décadas, puede vivir, por primera vez en la historia de la humanidad, en una pendiente suave que aligera y da un respiro a las ansiedades de vejez y a la cercanía de la muerte. Como una prórroga en un partido de fútbol, un periodo del que disfrutar antes de empeorar, pero sin referencias en generaciones anteriores. Esto resulta novedoso, puesto que al igual que los jóvenes no tienen referencia de adultos usando las nuevas tecnologías, esta generación, que podríamos llamar con un poco de humor casi-viejos, tampoco tiene muchas referencias sobre cómo ser casi-viejo, y así a menudo busca referencias en la juventud con la práctica de deportes, viajar, estudiar de nuevo o por primera vez, implicarse en voluntariados o en participación social e inventa nuevas maneras de estar en el mundo después de la vida laboral. No sirve ya la normativa hegemónica sobre cómo ser viejo, al menos durante este periodo. Visto así, podría pensarse que se trata de una generación en la que prevalecen las defensas maníacas, pero no debería generalizarse esta idea. Primero, porque un poco de manía tampoco le hace daño a nadie; después, porque es la cantidad de estas actividades o mejor dicho su aspecto compulsivo o no, lo que determinaría si se trata de una adaptación reparadora, quizá de muchas renuncias y muchas horas de trabajo, y de preparación para una etapa de auténtica decrepitud; o bien, sí se trata de una defensa maníaca que comportaría un empobrecimiento de la vida emocional, un deterioro del carácter y del sentimiento de identidad. Este periodo de prórroga abre la posibilidad de elaborar poco a poco las vivencias depresivas que acompañan al declive que llegará aunque más tarde y puede permitir mantener la propia capacidad de amar y la autoconfianza para mitigar los sentimientos hostiles y contrarrestar el temor a la muerte con el deseo de vivir.

Si consideramos esta generación dispuesta al envejecimiento activo ―a la que se irá sumando la generación del baby boom― no solo como un grupo de edad sino, como sugiere Mohamed (2018), que la consideramos una generación política, en la sociedad española nos encontraríamos a la gente que vivió los “años impresionables” durante el final de la dictadura y la transición democrática, con los cambios políticos y sociales notorios que se produjeron: la organización social para la lucha política, laboral y vecinal, la revolución sexual, los movimientos de liberación de la mujer, el desarrollo económico que se había iniciado al final de la dictadura y el aumento del nivel educativo de la población. Creo que es importante tener en cuenta esta generación política, en tanto en cuanto estas identificaciones al final de la adolescencia pueden recuperarse durante esta etapa de envejecimiento activo. Así, después de la vida laboral activa, de las obligaciones familiares con la crianza de los hijos y el cuidado de los padres, se pueden reencontrar los intereses y las formas de socialización, disfrute y lucha que marcaron la creación de la identidad adulta. Esta generación política que afronta el envejecimiento activo, puede empezar a ser vista como un activo social y no como una carga. Su nivel de formación más alto, el disfrutar de buena salud y desenvolverse bien con las nuevas tecnologías les permite cumplir un papel activo para con las personas cercanas, la familia sobre todo, pero también con la sociedad. Así el incremento de la esperanza de vida podría verse como un logro del progreso, y a este colectivo no como un consumidor de servicios que arruina al país, sino como un activo. De hecho, como dice Celeste López (2019) en un artículo de La Vanguardia: «señalan los investigadores del CSIC Julio Pérez Días y Antonio Abellán García, ”el envejecimiento demográfico de la humanidad entera no solo no está colapsando la economía, motivando la crisis social o el hundimiento del Estado de bienestar, sino que corre paralelo con el crecimiento económico y el progreso»”.

Sin embargo debería tenerse en cuenta, como dice Mohamed (2018) que, al tratarse de una generación política, estas actitudes de lucha, asociacionismo o interés por lo colectivo pueden no darse en las generaciones políticas posteriores. De momento se habla de una gran revolución que sacudirá la estructura social actual. Y esta revolución estará protagonizada por esta generación política alrededor de los sesenta y cinco que nada tiene que ver con las que la precedieron: una vejez alejada de estereotipos negativos. Primero las mujeres, ahora los viejos. ¿Dónde se proyectarán a partir de ahora aquellos sentimientos rechazados por la sociedad? ¿A dónde irán a parar las proyecciones de vulnerabilidad, pérdida, carencia, decrepitud y dependencia? ¿A los que llegarán a más ancianos? Hemos de estar atentos: una sociedad narcisista como la nuestra no tardará en encontrar nuevos chivos expiatorios, ─si es que no los ha encontrado ya─ donde depositar estos malestares, y los convertirá en molestares colocados en otros colectivos. El auge de la extrema derecha en toda Europa con el rechazo descarnado del «otro» diferente, apunta en esta dirección. Así, el malestar en la cultura seguirá buscando su lugar, y esperemos que no lo haga regresivamente hacia formas hostiles de manejar la diferencia.
 

Referencias bibliográficas

Grinberg, L. y R., (1993), Identidad y cambio, Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona.

López, C., (2019), «Los nuevos 65 rompen moldes», La Vanguardia, Madrid, https://www.lavanguardia.com/vida/20190130/4691796194/vejez-mayores-65-calidad-vida-cambios-sociales.html?utm_campaign=botones_sociales&utm_source=whatsapp&utm_medium=social

Mohamed, K.A., (2018), «Interés por la política, ciclo vital y generación: nuestros actuales mayores como esperanza», en Envejecimiento de la población, familia y calidad de vida en la vejez, Panorama social, nº 28, Funcas, Madrid, https://www.funcas.es/publicaciones_new/Sumario.aspx?IdRef=4-15028
 

Resumen

En este artículo se trata de los sentimientos que puede despertar la aparición de un nuevo tipo de envejecimiento activo. Se analizan las proyecciones sociales que se hacen sobre el colectivo de gente mayor y las diferencias con anteriores formas de envejecer y de identificarse o no con los valores de decrepitud, carencia, vulnerabilidad e impotencia. Asimismo se explica el concepto de generación política distinto de la clasificación por grupo de edad, lo que permite un análisis más específico del momento actual.

Palabras clave: envejecimiento, envejecimiento activo, generación política, proyección, identificación, desidentificación.
 

Carme Garcia Gomila
Licenciada en Medicina y Cirugía,
Psicoterapeuta (FEAP)- Psicoanalista (SEP-IPA),
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