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Llegué a las ciudades en tiempos de caos,
cuando reinaba el hambre.
Llegué a los hombres en tiempos de revuelta,
y yo me rebelé con ellos.
Y así pasó mi tiempo,
el que me fue concedido aquí en la tierra.
Bertolt Brecht, A los que vendrán.

La bona persona de Sezuan es una obra de teatro que Bertolt Brecht escribió durante su período de exilio en Escandinavia y luego en Hollywood, entre 1938 y 1941. La obra original se presentó por primera vez en Zurich, en 1943. Oriol Broggi ha dirigido esta nueva representación en la temporada 2018-19 del Teatre Nacional de Catalunya, en coproducción con la compañía La Perla 29. Anteriormente se había representado en Barcelona en el año 1966 en el teatro Romea bajo la dirección de Ricard Salvat, y en 1988 en el Teatre Lliure de la mano de Fabià Puigserver. Hoy, como ayer, nos parecen oportunas las palabras de Broggi cuando dice que se trata de una obra “que hay que llevar al teatro de vez en cuando porque hay que verla”. Si estimular la reflexión es una tarea propia del teatro, reflexionar sobre la bondad humana aporta una dimensión trascendente y universal.

Con una duración de más de tres horas, esta pieza de teatro musical se desarrolla en un ambiente amenizado, en esta ocasión, por las canciones de Joan Garriga y su grupo. Esta libertad en lo concerniente a la música es relativamente reciente, pues hasta no hace mucho la familia del autor no autorizaba representaciones de Brecht en las que no se interpretara la música original, en el caso de La bona persona de Sezuan, del compositor suizo Ulrico Georg Früh y de Paul Dessau.

En la primera parte, para mi gusto excesivamente lenta, surge en el espectador la pregunta de hacia dónde se dirige el autor, o qué reflexiones pretende provocar en el público, pues sorprende el carácter naif de la protagonista que parece representar la bondad, esa virtud que los dioses andan buscando en la tierra para poder volver a creer en la humanidad.

En el guión, tres dioses visitan un lugar de la China buscando una persona bondadosa, con una sola bastará para recuperar la confianza en el hombre. Xen Te, representada en esta ocasión por Clara Segura, es una prostituta que acogerá sin condiciones a los tres foráneos (dioses disfrazados de humanos) que le piden alojamiento tras una larga búsqueda entre los habitantes de la población, que han optado por ignorarlos. La protagonista renuncia a la oportunidad de obtener beneficio con su trabajo durante esa noche, pues la necesidad de albergue de los tres desconocidos pasa a ser prioritaria, pasando por encima de sus propios intereses.

Esta actitud generosa y desprendida será reconocida por los huéspedes que optan por gratificarla económicamente, con creces, a condición de que su bondad perdure, bondad entendida como hacer el bien a los demás.

Es aquí donde surge el alter ego de Xen Te, su primo Xui Ta, este personaje, en el polo opuesto, encarna el egoísmo, la astucia, la crueldad, la desconsideración hacia el otro. Ambos van alternando sus roles, encarnados en la representación por la misma actriz, en una aparente ignorancia mutua. La trama se asemeja a un cuento donde los portadores de la bondad y de la maldad quedan radicalmente diferenciados, sin matices, sin convivencia posible, disociados. Asoma en el contenido del texto una amarga visión social donde quien es bondadoso será abusado por aquellos a quienes pretende beneficiar, quedando así, quién ejerce la bondad, desprotegido y en situación de alto riesgo de arruinarse y arruinar su vida. De ahí la necesidad de crear un contrapeso, su antítesis, que se presenta como salvaguarda. Surgen entonces preguntas: ¿el egoísmo para evitar el abuso?, ¿la maldad para proteger la bondad? Una y otra vez, en esta parábola, B. Brecht transmite una visión del mundo donde lo opuesto, lo aparentemente irreconciliable, coexiste y está condenado a coexistir.

El desarrollo de la obra sorprende, pues crea la expectativa de una resolución que no llega y que nos mantiene en la perplejidad. En la adaptación que comentamos, Oriol Broggi irrumpe con música alegre, con canciones diversas que van de Johnny Cash a Bob Dylan, de canciones latinas a melodías chinas. También las de cabaret berlinés como el clásico Lied vom achten elefanten que ya formaba parte de la música original de la obra y que en esta versión permite a los actores cantar y bailar con ritmo desenfadado y trepidante. A mi entender, Broggi, captando a Brecht, transmite a través de tanto “concierto”, “el desconcierto”, que llega al espectador como algo esencial de la obra. Asombra de nuevo, cuando al final de la representación, un actor se dirige al público y recita el epílogo mostrando que el autor “desplaza el problema hacia el público. En la obra no existen recetas para el futuro” (F. Ewen, 1967).

El dramaturgo lo ha intentado, pero no consigue sacar conclusiones, dar luz y comprensión sobre la bondad y las bondades de la bondad, sobre el ejercicio de la bondad humana en el mundo. Pero la razón de la obra está en la dialéctica misma del llamado teatro épico, que sitúa al espectador en la distancia, estimulando sus propias reflexiones frente al contenido del texto.

En el coloquio posterior a la representación que tuvo lugar el 8 de febrero de este año, el director, los actores y el filósofo Josep Maria Esquirol dialogaron con el público. En un momento dado, Toni Gomila, el actor que representaba a Wang, el aguador, reivindicó su papel como el que mostraba, sin que fuese aparente, la bondad humana. Nadie parecía prestar atención al personaje anodino que ejerce de mediador desde el primer acto, pues es Wang quien espera a los dioses y busca el techo donde alojarles. Tal vez la bondad humana existe ―parece decirnos el autor―, aunque apenas tenga visibilidad. Un posicionamiento humilde que se cuela entre los grandes ideales de B. Brecht de búsqueda del bien social, en este caso, a través de la bondad.

La bona persona de Sezuan, desde mi punto de vista, presenta unos personajes prisioneros de la virtud o de la maldad que encarnan. En cierta manera son ajenos a sí mismos, carentes de subjetividad. La subjetividad, la afectación y la reflexión pertenecen al espectador, que va a sentirse movido hacia un despertar del pensamiento propio, lejos de identificarse con los personajes. La historia de amor de Xen Te con el aviador Sun no conmueve en lo esencial, pues los obscuros intereses de Sun, por egoístas, enturbian el romance, y la protagonista aparece ingenua, alejada de la realidad en su credulidad.

La disociación se va haciendo insostenible con el desarrollo del texto y es en el momento de la espera para la boda, esa boda, que más que una boda parece una metáfora sobre la integración psicológica, cuando Xen Te declara ser Xui Ta. Aquí, el autor se aleja de la fábula social y se aproxima a lo humano, pues es el ser humano quien alberga lo mejor y lo peor y no puede permanecer desdoblado. Es un rendirse ante lo que ha sido una poderosa exigencia de los dioses, es una renuncia al Yo ideal que enajenaba al personaje principal en su deseo de “ser la bondad” para complacer el divino requerimiento. Esto da paso al planteamiento del conflicto que representa tomar conciencia de todo aquello que uno alberga, al conflicto de amar al otro como alteridad y, al mismo tiempo, preservar el propio Yo, es el amor objetal confrontado al amor narcisista. La bondad que consiste en darlo todo frente al egoísmo de quererlo todo para sí, llevado al extremo y trascendiendo a los propios personajes.

Tal vez Brecht reflexiona sobre su propia entrega a unos ideales sociales, sobre las renuncias que ha tenido que asumir por su inclinación hacia el marxismo, pues paga el precio del exilio que le ha dejado a la intemperie, aun disponiendo de la creatividad como sostén, como arma de combate, y manteniendo viva su confianza en el teatro como estímulo del pensamiento. La prohibición de la representación de sus obras y la quema de sus libros en la Alemania nazi había tenido lugar en 1933.

A mi entender, en la obra, cuando Wang plantea a la protagonista alojar por una noche a unos extraños, Xen Te practica lo que J.M. Esquirol denomina “la ascética del discernimiento”, pues “discrimina lo que merece la pena de lo que no” (J.M. Esquirol, 2018), y opta por la generosidad. Pero cuando este gesto de bondad espontáneo deviene exigencia “por mandato divino”, la situación se hace insostenible, pues ningún humano puede encarnar la virtud, siendo ésta dominio de los dioses.

J.M. Esquirol, en su libro La penúltima bondad, relata la recreación literaria que hizo en 1896 Marcel Schwob sobre la tragedia vivida hacia 1212 por una tropa de jóvenes, “cruzada de los niños”, que querían llegar desde las costas de Francia hasta Jerusalén para liberar la ciudad de los infieles. En esta recreación literaria, Allys acompaña a Eustace, un niño ciego, ambos han sido capturados en Marsella para ser vendidos como esclavos. Allys lleva de la mano a Eustace y éste no tiene miedo porque siente que Allys le ama y le da amparo. “Resulta inverosímil que en un mundo tan hostil, la bondad se muestre con esta viveza”, nos dice Esquirol, y añade: “Allys cuida a Eustace porque es buena y porque lo quiere. Y es buena porque es buena, y lo quiere porque lo quiere”. Es una bella manera de plantear el enigma de Brecht, pues integra la dimensión de misterio que entraña la naturaleza de la bondad humana. En la obra, Xen Te sigue un proceso evolutivo hacia un devenir como persona. Su desdoblamiento no puede sostenerse y muestra su vulnerabilidad. Se da la circunstancia de que es mujer y está embarazada y llena de esperanza en el porvenir y en lo que ha de venir. Se vislumbra, pues, confianza en el cambio y en la transformación integradora.

En la obra del genial dramaturgo se esbozan importantes intuiciones desde diferentes perspectivas, social, psicológica e incluso de libertad femenina. Social, pues si nos situamos en la década de los años treinta, la fábula nos habla de la confrontación entre los ideales soñados desde el comunismo en la búsqueda del bien común, figurado por Xen Te, frente al capitalismo representado por el egoísmo explotador del despiadado Xui Ta. Desde una perspectiva psicoanalítica, podemos pensar que el funcionamiento psíquico del personaje central de la obra, se sitúa en la posición esquizoparanoide descrita por M. Klein, cuando domina la escisión y cuando, bajo la apariencia de entrega, se oculta la omnisciencia. Se encuentra entonces dominado-enajenado por el Yo ideal, tanto Xen Te, como Xui Ta, la otra cara de la misma moneda. Ambos aparecen atrapados, a lo largo del guión exceptuando en el final, en un funcionamiento que es propio del narcisismo primario, es decir, centrado en sí mismo, grandioso, fusionado e indiferenciado del objeto todopoderoso que los dioses representan.

Podemos pensar que la posición depresiva definida por M. Klein y, entendida como una etapa de diferenciación que permite el desarrollo del sentimiento de  responsabilidad respecto al propio funcionamiento psíquico, falta mientras se desarrolla la obra, de ahí que los personajes no despierten empatía. El espectador no se identifica, los observa a distancia y trata de pensar. Cuando la farsa toca a su fin, Xiu Te evoca y reconoce lo disociado, ha habido evolución, humanización y, cede entonces el protagonismo al autor de la obra que nos va a hablar de los límites de la creatividad intentando alcanzar alguna verdad y del conflicto inherente al “ser” en la búsqueda de la virtud.

Hay un reconocimiento de la vulnerabilidad, de la imperfección, de lo que falta, de lo incompleto, una renuncia a la omnisciencia, a los atributos divinos, diferenciándose y dando lugar a la alteridad. Desde el punto de vista de la libertad femenina, Xen Te se enamora y sigue el dictado de su libre elección. Se abre la esperanza en el futuro, representado por el embarazo como metáfora de lo que está por venir, también como expresión del potencial de progreso y de desarrollo de la humanidad a través de la integración transformadora y del pensamiento.

Tal y como dice Broggi “es una obra que hay que ver”, pero no solo ésta, sino otras muchas de Brecht, entre ellas La vida de Galileo, escrita a lo largo de los mismos años que La bona persona de Sezuan, y que parece reflejar, salvando las distancias, la trayectoria dramática del autor durante ese período trágico de la historia que fue el auge del nazismo y la Segunda Guerra Mundial.
 

Referencias bibliográficas

Esquirol, J.M. (2018), La penúltima bondad, Barcelona, Acantilado.

Ewen, F. (1967), Bertolt Brecht, su vida, su obra, su época, trad. Alejandro Varela, Buenos Aires, Adriana
Hidalgo ediciones, 2008, pp. 313-322.
 

Palabras clave: bondad, buena persona, Bertolt Brecht, Sezuán, Oriol Broggi.
 

Pilar Tardio Abizanda
Psiquiatra de adultos e infanto juvenil.
Psicoanalista miembro de la SEP-IPA.