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“…si bien el psicoanálisis se desarrolló sin preocuparse demasiado de los
procesos de pensamiento en los casos de psiconeurosis de transferencia

bien estructuradas, la aparición de variadas estructuras no neuróticas
demostró que, para entender estas manifestaciones, hacía falta

una concepción psicoanalítica del pensamiento”.
André Green, 2003.

La teoría de la mentalización, presentada originariamente por Fonagy (1991), Fonagy y Target (1996), Target y Fonagy (1996), Fonagy et al. (1998) y la práctica que de ella deriva, se han extendido de manera exponencial en los últimos veinte años en Inglaterra, EEUU, Alemania, Noruega, Dinamarca, Suecia, Finlandia, Italia, Holanda, España, Suiza, Austria, Nueva Zelanda, Australia y países de Latinoamérica como Brasil y Perú (Jurist, 2018, p. 92). Por otra parte, una serie de estudios de seguimiento sobre los resultados de la terapia basada en la mentalización (MBT) muestran que la misma posee un elevado grado de eficacia en el tratamiento de los pacientes no neuróticos (Bateman, Fonagy, 2008; Jørgensen et al., 2013; Kvarstein et al., 2015). No obstante esos datos, en la mayoría de los círculos psicoanalíticos continúa siendo ignorada, a pesar de sus innegables aportes y de su parentesco notable con el pensamiento de Bion y con algunos de los desarrollos de Winnicott (Jurist, 2018; Mantilla Lagos, 2007; Taubner, 2015).

Al igual que el autor de Aprendiendo de la experiencia (Bion, 1962), la teoría de la mentalización pone un fuerte acento en los procesos de pensamiento y sus perturbaciones, en sintonía con el epígrafe de Green y con los muchos desarrollos que éste y otros autores dedicaron a este tema, considerándolo de vital importancia en la comprensión y tratamiento de los pacientes no neuróticos (Bion, 1962, 1967, Donnet, Green, 1973; Green, 1995, 2003; Marty, de M’Uzan, 1963; Marty, de M’Uzan, David, 1963; Smadja, 2005).

Por esa razón, es dable considerar que a pesar de las innegables diferencias que existen entre el pensamiento freudiano y las propuestas del así llamado psicoanálisis contemporáneo (Green, Urribarri, 2013), por un lado, y los desarrollos de la teoría de la mentalización, por otro, vale la pena llevar a cabo algunas reflexiones a efectos de interrogarnos si esta teoría tiene algo que aportar a la teoría y práctica psicoanalíticas.

Con este objetivo in mente, en lo que sigue llevo a cabo en primer término algunas puntualizaciones sobre la teoría freudiana del pensamiento. Seguidamente reseño algunos conceptos claves de la teoría de la mentalización. Por último, intento articular algunos de los conceptos de esta última en el corpus freudiano y utilizo esta articulación para considerar hasta qué punto estos aportes permiten comprender mejor las vicisitudes de la acción específica, así como ciertas situaciones clínicas que presentan desafíos complejos a nuestras intervenciones.
 

La teoría freudiana del pensamiento

En un artículo ya clásico de 1911, Freud diferencia dos tipos de pensar, uno de ellos que se rige por el principio de placer y otro por el principio de realidad, manifestándose el primero en los sueños, el fantasear, el juego y los sueños diurnos.

Dado que una caracterización pormenorizada de ambos tipos de pensamiento excede largamente el objetivo de este trabajo, me limitaré a señalar algunas características de los mismos, que nos permitirán establecer comparaciones con la teoría de la mentalización.

En lo que hace al primero de ellos, que se expresa en fantasías, sueños, etc., cabe decir que su origen es muy anterior a la constitución de estas formaciones complejas y que se remonta a la vivencia de satisfacción.

En dicha experiencia, tal como nos enseña Freud (1900), lo esencial es el empuje de “las grandes necesidades corporales”, cuya excitación busca primeramente un drenaje mediante la alteración interna (expresión de las emociones), sin conseguirlo. Será a partir del auxilio externo, de la madre que da de mamar al niño, que se alcanzará la vivencia de satisfacción, la cual cancelará el estímulo interno… hasta que éste reaparezca.

Un componente esencial de dicha vivencia consiste en la presencia de percepciones (gustativas, motrices, olfatorias, táctiles, visuales) del objeto materno, que quedarán inscriptas en el psiquismo como huellas mnémicas asociadas a la huella dejada por la vivencia de satisfacción y a la huella dejada por la excitación emanada de la necesidad corporal. De este modo, cuando reaparezca la tensión de la necesidad, y gracias a la asociación establecida, tendrá lugar un movimiento psíquico (al que Freud denomina deseo) que buscará investir nuevamente las huellas de aquella percepción del objeto, a efectos de reproducir la misma percepción satisfactoria. Cuando tal cosa se logra, se produce una alucinación consistente en una identidad de percepción.

Pero no por ello se consigue el apaciguamiento de la necesidad, por lo que esta “primitiva actividad de pensamiento” (ibidem) se muda paulatinamente en otra, más acorde al fin, consistente en la inhibición de este camino corto e inmediato y el establecimiento progresivo de un rodeo, a partir de la imagen mnémica, para buscar en el mundo externo la identidad perceptiva deseada, en un objeto real capaz de calmar la necesidad.

Como dice Freud,

“…toda la compleja actividad de pensamiento que se urde desde la imagen mnémica hasta el establecimiento de la identidad perceptiva por obra del mundo exterior, no es otra cosa que un rodeo para el cumplimiento de deseo, rodeo que la experiencia ha hecho necesario” (ibidem)(cursivas en el original).

Este conjunto de huellas mnémicas, comandadas por las huellas mnémicas visuales, se organizan como representaciones de cosa, que son el contenido primordial del sistema inconsciente de la primera tópica y que permiten la primera ligazón de la pulsión (Green, 1987) en lo inconsciente, donde la energía es libre, rigen los procesos primarios (desplazamiento y condensación) y prevalece el principio de placer (Freud, 1900, 1915b).

Una segunda ligazón tendrá lugar por medio del sistema preconsciente, tal como sucede, por ejemplo, en los sueños y en la psicoterapia (1900).

Cabe aclarar que las representaciones de cosa, no consisten en las huellas mnémicas de objetos del mundo exterior, sino en huellas derivadas de la percepción de un otro humano, de un “prójimo”, tal como refiere Freud en el Proyecto (1950[1887-1902]).

Por otro lado, es evidente que las representaciones de cosa no existen aisladas unas de otras, sino que tienden a combinarse y formar unidades mayores, sea en lo inconsciente ―“El núcleo del inconsciente consiste en representantes de la pulsión (Triebreprepräsentanzen) que quieren descargar su investidura; por tanto, en mociones de deseo” (1915b, p. 183)―, sea en sus retoños en el preconsciente, entre los que encontramos las escenas, las fantasías, los sueños diurnos, etc. (Freud,1907 [1906]; 1908 [1907]; 1909 [1908]), En la construcción de estos retoños participan tanto el sistema inconsciente como el preconsciente. De este modo, se conjugan en ellos dos tipos de pensamiento, el previamente señalado, que tiende a la ligadura del representante psíquico de la pulsión (Green, 1987) y a su descarga, y el pensar propio del preconsciente., que posee otras características. Así, en relación con las fantasías, señala Freud que reúnen notas contrapuestas, ya que presentan una alta organización y están exentas de contradicción, habiendo aprovechado todas las adquisiciones del sistema preconsciente, pero no son susceptibles de devenir conscientes. “Por tanto, cualitativamente pertenecen al sistema preconsciente, pero, de hecho, al inconsciente” (1915).

Otro tipo de pensamiento que pertenece al inconsciente es el pensar por medio de símbolos, que el pensamiento de la vigilia no conoce ni reconoce, pero que se abre paso en los sueños, los mitos, los cuentos tradicionales, los proverbios, las canciones populares y las poesías (Freud, 1915-1916).

Una de las características del pensar inconsciente es que por su intermedio se liga y se vehiculiza la pulsión, a la vez que adquiere figurabilidad el representante psíquico de la misma. Esta necesidad de conquistar la figurabilidad se halla particularmente sugerida en la segunda tópica, ya que en ella el Ello consiste en una serie de mociones pulsionales sin representante representativo ―a diferencia de lo que ocurre en la primera, en la que la representación es el dato de partida―, al cual deberán ligarse, según postula Green en diversos textos (1987; 2000; Green, Urribarri, 2013).

En lo que hace al movimiento pulsional, podríamos decir que su recorrido es predominantemente interno ―aunque la huella de la experiencia con el objeto primario sea decisiva―: comienza en el cuerpo, prosigue con el representante psíquico de la pulsión y continúa con las formaciones ya mencionadas, pero siempre al servicio del trabajo que la pulsión exige a lo psíquico “a consecuencia de su trabazón con lo corporal” (Freud, 1915a).

Es indudable que el movimiento no termina en la representación, sino que ha de llegar hasta el objeto para que la pulsión alcance su satisfacción mediante la acción específica (Freud, 1895 [1894]) y es ésta la razón por la que ha de ser tenida en cuenta la realidad y por la que será necesaria la puesta en juego de otro tipo de pensar, capaz de tomar en consideración las restricciones y peligros que aquélla conlleva.

Vale la pena aclarar que el objeto del que se trata aquí ―caracterizado del siguiente modo: “… es aquello en o por lo cual [la pulsión] puede alcanzar su meta. Es lo más variable en la pulsión” (1915a)― es visualizado desde el objeto fantasmático. El objeto de la realidad es visto siempre por el sujeto desde este entramado representacional investido libidinalmente, tal como lo expresa Freud reiteradas veces, por ejemplo, de un modo sumamente sintético, en los Tres ensayos: “El hallazgo (encuentro) de objeto es propiamente un reencuentro” (1905).

Yendo ahora al segundo tipo de pensar, referido al comienzo y mencionado por Freud en el artículo de 1911, cabe decir que le atribuye allí relación con la realidad y la función de representar las condiciones del mundo exterior por más que sean desagradables, lo que es correlativo del establecimiento del principio de realidad. Esto implica el aumento en la importancia de la realidad, de la aprehensión de las cualidades sensoriales, de la conciencia, la atención y de parte de la memoria. Asimismo, el que en lugar de la represión surja el fallo imparcial, que decide si una representación es verdadera o falsa, y que la descarga motriz se transforme en acción dirigida a modificar la realidad.

La suspensión de la descarga motriz ―“… inhibición de la proclividad a la descarga, característica de las representaciones investidas” (1915b)― ha quedado entonces a cargo del proceso del pensar preconsciente-consciente, que requiere la transformación de las investiduras libres en investiduras ligadas. “Es probable que en su origen el pensar fuera inconsciente, en la medida en que se elevó por encima del mero representar y se dirigió a las relaciones entre las impresiones de objeto; entonces adquirió nuevas cualidades perceptibles para la conciencia únicamente por ligazón con los restos de palabras” (1911).

Este último párrafo señala la importancia de las representaciones de palabra, propias del preconsciente o del yo de la segunda tópica, que establecen diversas relaciones con las representaciones de cosa y entre sí, tema que sería demasiado extenso desarrollar en el presente trabajo (Forrester, 1980; Maldavsky, 1977). Baste decir que dichas representaciones se organizan en frases y éstas en relatos, para la comprensión de los cuales es necesaria la presencia de lazos lógicos, responsables de su ensambladura. Entre ellos, podríamos citar: “sí”, “porque”, “así como”, “o bien… o bien”, “en consecuencia”, “semejante a”, “diferente de”, “contradictorio con”, etc. (Freud, 1900; Maldavsky, 1977). Son estos lazos los que organizan el “material concreto del pensamiento” (Freud, 1923), que es lo único que puede devenir consciente en el pensar visual, sin palabras (ibidem).

Sintetizando lo expuesto hasta este punto, podríamos decir que el primer tipo de pensamiento (representación cosa, fantasía, etc.), que se rige por el principio del placer, tiene como objetivo, al decir de Green (1987), ligar el representante psíquico de la pulsión y tornarlo representable, lo que lo habilita para dar lugar a la descarga del quantum pulsional, sea por la vía corta del sueño o el síntoma, sea por mediación del rodeo impuesto por el principio de realidad, con la participación del segundo tipo de pensamiento. Como hemos visto, el principio de realidad se enlaza con este tipo de pensamiento ―ligado a la representación de palabra y poseedor de lazos lógicos― y tiene como objetivo, no la cancelación del principio de placer, sino su aseguramiento: “… el yo decide si el intento [de satisfacer la pulsión] desembocará en la satisfacción o debe ser desplazado, o si la exigencia de la pulsión tiene que ser sofocada por completo como peligrosa (principio de realidad)” (Freud, 1938).

Cabe agregar que, en el Proyecto, Freud postula que el pensar solo se torna posible después de que ha tenido lugar una inhibición, por parte del yo, de la intensidad del deseo, lo que permite entonces distinguir entre percepción y recuerdo.

Cobran entonces valor los signos de realidad objetiva, suministrados por la percepción del objeto real.

Respecto a este último es útil para el sujeto compararlo con la investidura deseo del complejo de recuerdos, ya que “… la experiencia biológica enseñará que es inseguro iniciar la descarga cuando los signos de realidad no corroboran el complejo íntegro, sino solo una parte” (Freud, 1895 [1894]).

Por tal motivo, el juicio descompone el complejo perceptivo en una parte constante (a lo largo de diversos complejos-percepción), que es semejante al núcleo del yo y es denominada “la cosa del mundo”, y una parte variable: su predicado.

Esta descomposición favorece el establecimiento de la concordancia entre el complejo-recuerdo y el complejo-perceptivo ―lo que hemos llamado “la identidad perceptiva por obra del mundo exterior”―, con lo cual la descarga (acción específica) se volverá posible, poniendo término al acto de pensar.

Cuando tal concordancia no se logra, el trabajo del pensar continúa mediante investiduras nuevas que permiten llegar al elemento faltante para lograr dicha concordancia. Nos encontramos aquí con el proceso secundario del pensar reproductivo, el cual tiene entonces un fin práctico, consistente en alcanzar la identidad y el “derecho a la descarga” (ibidem).

Ha sido el interés por establecer la situación satisfactoria la que ha producido, en un caso, el meditar reproductor y, en el otro, el apreciar judicativo “… y ello, como un medio para alcanzar desde la situación perceptible dada, real, la situación perceptiva deseada” (ibidem). Esto habla del “sentido eminentemente práctico de todo trabajo de pensar” (ibidem).

Posteriormente, en el mismo texto, Freud introduce los signos de descarga lingüísticos ―que posteriormente denominará representación palabra―, los cuales “… equiparan los procesos del pensar a los procesos perceptivos, les prestan una realidad objetiva y posibilitan su memoria” [cursivas en el original] (ibidem). Tenemos así el pensar observador consciente (ibidem) o pensar discerniente (ibidem).

Dejo sin consignar aquí las consideraciones freudianas acerca de la economía del pensar, el pensar desinteresado, las representaciones-meta en el pensar, el pensar reproductor recordante, el pensar crítico, el desprendimiento de displacer en el pensar y su domeñamiento, la defensa de pensar primaria, el error en el pensar, etc. Estas elucidaciones revisten el mayor interés, pero su consideración nos alejaría del objetivo de este trabajo.

Baste consignar que el pensar práctico es “… el origen de todos los procesos de pensar, [y] sigue siendo también su meta última. Todas las otras variedades se han desprendido de él” (ibidem), y tiene lugar en el pasaje entre la representación investida y la acción específica. Su función se relaciona con la inhibición de la investidura de modo tal que no se llegue a la alucinación, y con la función del juicio, que descompone el complejo perceptivo hasta lograr la concordancia con la imagen de deseo, para dar curso, entonces, a la acción específica.

Podríamos decir, entonces, que el pensar práctico es el mediador entre la representación investida y la acción específica.

Cabe agregar que en la medida en que el pensar se interpola entre el deseo y la acción, recurriendo a los restos mnémicos de la experiencia, anticipa también si la satisfacción de la moción pulsional acarreará algún peligro (pérdida de objeto, castración, etc.), en cuyo caso el yo dará una señal de alarma que pondrá en marcha el mecanismo de la represión (Freud, 1926 [1925]; 1933 [1932]), o decidirá no llevar a cabo la acción, si el proceso transcurre de modo consciente.

Sintetizando lo expuesto hasta aquí, cabe decir que podemos diferenciar dos tramos en el recorrido que va del proceso corporal hasta la acción específica.

El primer tramo parte del cuerpo, que encuentra un representante en el representante psíquico de la pulsión, el cual inviste la representación (derivada de las huellas mnémicas del objeto primario y erigida como representación de cosa), a la vez que se descarga como afecto. Estas representaciones de cosa se ligan luego con representaciones de palabra y están en la base de las fantasías, los sueños, los sueños diurnos, etc. En estas últimas producciones participa también el pensar preconsciente, con sus lazos lógicos.

Llegamos así a la representación investida (objeto fantasmático), diferenciada de la alucinación, que tiende a buscar la satisfacción en el mundo real.

El segundo tramo, entonces, comprende el pasaje desde la representación investida a la acción específica en el objeto real y supone la puesta en juego de los diversos tipos de pensar, mencionados más arriba, que son los mediadores entre una y la otra.

Por su parte, Fonagy y colaboradores ponen el acento de modo decidido (aunque no exclusivo) en este segundo tramo, en este ámbito de la relación con el otro, pero de un modo diferente. Y es en ese aspecto que creo que tienen algo que ofrecer al enfoque psicoanalítico.

Para decirlo de una vez: en este segundo tramo privilegian el estudio de las interacciones interpersonales efectivas entre dos sujetos, así como sus perturbaciones, en el interior de las cuales sitúan el pensar mentalizador.

Así, en uno de los pocos textos en que Fonagy se ocupa de cuestiones filogenéticas, postula que las capacidades mentales se desarrollaron (en nuestros antepasados homínidos) no tanto para lidiar con las fuerzas hostiles de la naturaleza, sino para hacerlo con la competencia con los otros hombres, lo que tuvo lugar después de que nuestra especie hubo alcanzado un dominio relativo sobre el entorno físico. Fue en ese momento que nuestros congéneres se volvieron las fuerzas hostiles principales, así como los aliados más importantes en la lucha contra los otros grupos que disputaban un mismo territorio. En ese contexto, el éxito en dicha empresa dependía esencialmente de la experticia alcanzada en la cognición social, cuya faceta nuclear es la capacidad para representar simbólicamente los estados mentales. Predecir y anticipar el comportamiento del otro, forjar estrategias y prever contraestrategias, basándose en la comprensión de sus estados mentales, se volvió una herramienta poderosa en esta competencia social (Fonagy, 2006).

Más allá de la eventual exactitud de esta conjetura filogenética, lo que resulta útil de la misma es que expresa con claridad el punto de vista que privilegia este autor y torna comprensible que enfoque los procesos de pensamiento desde otro vértice, poniendo el acento en un tipo de proceso mental que, si bien no fue desconocido por Freud, no mereció su conceptualización debido a su propio ―y diferente― punto de vista en relación al pensar.

Cabe en este punto recordar las consideraciones de André Green, quien hace referencia a un cierto solipsismo en el enfoque freudiano, a la vez que destaca la presencia en el psicoanálisis actual de una especie de tercera tópica, la que se centra en la relación sí mismo-objeto (1982), de la cual el pensamiento de Fonagy es tributario.

Por su parte, considera el autor francés que más que marcar una contraposición entre ambos enfoques, resulta más adecuado a los hechos clínicos y más enriquecedor en el aspecto teórico, postular una unión indisoluble entre la pulsión y el objeto (1995), o, dicho de otro modo, una articulación entre lo intrapsíquico y lo intersubjetivo (Green, Urribarri, 2013). Éste es el punto de vista que adopto en este trabajo y de ahí mi propuesta de articular algunos desarrollos de la mentalización en el contexto del corpus freudiano.

En referencia a Peter Fonagy y colaboradores, cabe decir que han identificado y diferenciado un tipo de pensamiento al que llamaron capacidad de mentalizar (o mentalización), que podríamos definir como un pensar que habilita al sujeto para comprender el comportamiento propio y ajeno en términos de estados mentales.

Este pensamiento debe diferenciarse del pensar ―vigente en el primer tramo ya señalado― que busca la ligadura y figurabilidad de la pulsión, o su procesamiento en el interior del aparato psíquico (aunque pueda enlazarse con él de múltiples formas), como así también de aquellos tipos de pensar ―que corresponden al segundo tramo― de los que habla Freud en el “Proyecto” y que tienen al pensar práctico como su meta última.

Si bien la cognición social es central en este enfoque, los desarrollos del mismo no se restringen a ella, sino que abarcan también la mentalización del propio self, la regulación emocional y el énfasis en las relaciones interpersonales mediadas por el mentalizar.

A lo largo de más de veinte años estos autores han investigado las características de este tipo de pensamiento, su evolución, su relación con los vínculos tempranos; los tres tipos de déficits o fallas que puede experimentar, a los que denominan modos pre mentalizados (equivalencia psíquica, modo teleológico, modo como sí [pretend mode]), así como su relación con los pacientes no neuróticos y el modo en que determina una serie de desenlaces clínicos en estos pacientes.

El cuerpo teórico elaborado en todos estos años en el campo de la mentalización es de tal magnitud que sería imposible reseñarlo en este trabajo, ya que incluye las relaciones de apego tempranas con los progenitores, la constitución de las representaciones secundarias para simbolizar los afectos, los modos de pensamiento a partir de los cuales surge el mentalizar, los modos pre mentalizados, las polaridades de la mentalización, las etapas en el desarrollo del self y su relación con el mentalizar, la regulación emocional, el self ajeno, el pensamiento concreto, la hiper mentalización, etc. (Allen, Fonagy, Bateman, 2008; Bateman, Fonagy, 2004, 2006, 2016; Fonagy et al., 2002).

De todo este conjunto me centraré exclusivamente en caracterizar la capacidad de mentalizar y, posteriormente, trataré de enlazar dicha capacidad con la acción específica, como así también las fallas de esta capacidad con ciertos desenlaces psicopatológicos.
 

La capacidad de mentalizar o mentalización

Según la propuesta de Fonagy y colaboradores, el concepto mentalización se refiere a una actividad mental, predominantemente preconsciente, muchas veces intuitiva y emocional, que permite la comprensión del comportamiento propio y ajeno en términos de estados y procesos mentales.

También cabe definirla diciendo que este constructo se refiere a una serie variada de operaciones psicológicas que tienen como elemento común focalizar en los estados mentales, de uno mismo y de los demás. Estas operaciones incluyen una serie de capacidades representacionales y de habilidades inferenciales, las cuales forman un mecanismo interpretativo especializado, dedicado a la tarea de explicar y predecir el comportamiento propio y ajeno mediante el expediente de inferir y atribuir al sujeto de la acción determinados estados mentales intencionales que den cuenta de su conducta (Gergely, 2003).

La capacidad de mentalizar está sustentada por un cierto número de habilidades cognitivas específicas, algunas de las cuales encontramos también en la caracterización que hace Freud del pensar preconsciente-consciente (como la atención), mientras que otras son exclusivas de la mentalización.

Entre estas últimas encontramos la comprensión intuitiva de los estados emocionales ajenos, la capacidad para representar los estados mentales de los demás con contenido epistémico (creencias), la habilidad para representar estados mentales con contenido ficcional (imaginación, fantasía). Esta capacidad para representar los estados mentales ajenos es complementaria de la capacidad para diferenciarlos de los propios.

De igual forma, encontramos la capacidad para realizar juicios acerca de los estados subjetivos propios y ajenos, así como para pensar explícitamente acerca de los estados y procesos mentales, etc. (Fonagy, 2006; Fonagy, Gergely y Target, 2007).

Cabe diferenciar entre un mentalizar automático y otro deliberado. El primero no es reflexivo ni consciente (sino preconsciente), tiene un tiempo de procesamiento rápido, procesa estímulos en paralelo (gestos, tonos de voz, ritmo del habla, posturas, etc.), no requiere esfuerzo ni atención concentrada, se mueve en el registro de lo sensorial y suele conocérselo como intuición (Allen, Fonagy, Bateman, 2008). Su discernimiento no escapó a la aguda percepción de Theodor Reik (1948).

El segundo es deliberado, tiene un tiempo de procesamiento más lento, procesa la información de modo serial, se vale de las palabras y requiere esfuerzo y atención concentrada.

En relación a la capacidad para representar y hacer juicios acerca de los estados mentales ajenos, podríamos decir que fue llevada a cabo por el propio Freud hasta límites difíciles de igualar, e inclusive no se le escapó que constituía una capacidad humana universal, tal como consigna en el siguiente párrafo:

“En verdad, se puede aseverar universalmente que cada persona practica de continuo un análisis psíquico de sus prójimos, y por eso los conoce mejor de lo que cada quien se conoce a sí mismo” (1901, p. 207).

No obstante, Freud no desarrolló teóricamente este discernimiento, ni incluyó en el pensar preconsciente-consciente el pensar acerca de los estados mentales, diferenciándolo del pensar práctico e investigando los efectos de sus perturbaciones en diversas patologías no neuróticas, tal como han hecho Fonagy, Bateman y otros (Bateman, Fonagy, 2004, 2006, 2016).

El mentalizar implica también una serie de conocimientos y supuestos acerca de los estados mentales, que son de dos tipos: generales e idiosincráticos. Entre los primeros encontramos, entre otros, el conocimiento del tipo de experiencias que están en el origen de ciertas creencias y emociones, de las actitudes y comportamientos esperables dado el conocimiento de determinadas emociones, motivaciones y creencias, de las relaciones transaccionales esperables entre emociones y creencias, como así también de los estados mentales propios de determinada fase del desarrollo, o de determinado tipo de situación vincular (como el amor de la madre por su hijo, por ejemplo). Este conocimiento no está organizado en forma declarativa, sino en forma procedural, por lo que no es de esperar que las distintas personas puedan articularlo de modo explícito, pero sí que incida de modo implícito en el desempeño mentalizador que tiene lugar en las relaciones interpersonales (Fonagy et al., 1998).

Entre los idiosincráticos encontramos el conocimiento de los estados mentales habituales de tal o cual persona particular, de su modo de funcionamiento mental, de su forma de reaccionar a determinadas situaciones interpersonales, etc., que le son propias. La experiencia muestra que cuanto mayor conocimiento tenemos de una persona, mayor es nuestra capacidad para entender su comportamiento en términos de sus estados mentales y su modo de funcionamiento mental.

Por otra parte, para focalizar en los estados mentales y poder reflexionar sobre ellos, necesitamos contar con un sistema representacional simbólico para los mismos, que es específico y diferente del conjunto de representaciones con las que pensamos el mundo de los objetos materiales. Así, el niño de tres años de edad posee una serie de símbolos para operar en el mundo físico, pero no posee aún símbolos para sus propios procesos mentales (Fonagy, 1991). Estos símbolos se construyen a lo largo de un complejo proceso, que comienza por la construcción de representaciones secundarias para simbolizar los afectos. En dicho proceso, el reflejo parental de los estados emocionales del niño juega un rol cardinal (Fonagy et al., 2002).

La caracterización del mentalizar esbozada hasta este punto, subraya tres variables que le son específicas: a) determinadas habilidades cognitivas; b) ciertos conocimientos generales e idiosincráticos; 3) un sistema simbólico particular.

Esta caracterización muestra con claridad lo propio de este modo de pensamiento, así como su diferencia con el pensar práctico ya mencionado. Asimismo, permite postular la importancia que posee su deslinde y caracterización detallada, en la medida en que sus disfunciones se encuentran en la base de perturbaciones de la más variada índole, según postulan los autores previamente mencionados (Bateman, Fonagy, 2004, 2006, 2016).

Por lo demás, podríamos incluir este tipo de pensamiento en la secuencia que hemos consignado más arriba: soma ― representante psíquico de la pulsión ― representación de cosa ― fantasías y otras formaciones complejas ― representación de palabra ― pensar preconsciente-consciente… incluyendo el mentalizar. La justificación de esta inclusión se pondrá de manifiesto en los dos apartados siguientes.
 

Acción específica y satisfacción pulsional mediada por la mentalización

Podríamos ahora considerar el hecho de que en la teoría freudiana el objeto es caracterizado ―tal como hemos dicho― como aquello en lo cual la pulsión puede encontrar su satisfacción (Freud, 1915a). En su enfoque el objeto es, por tanto, visto básicamente desde el punto de vista de la pulsión y no es resaltada ni su actividad ni su condición de “sujeto”, así como tampoco se pone el énfasis en el intercambio que tiene lugar, en las relaciones interpersonales, entre dos sujetos.

Otro aspecto importante de la relación con el objeto, tiene que ver ―tal como ha sido mencionado― con la acción específica que se realiza sobre el mismo a efectos de lograr la satisfacción pulsional (Freud 1950 [1887-1902]). En este caso el otro es visto como un “objeto” de la realidad, a la que hay que tener en cuenta y cuyos peligros hay que evitar (Freud, 1938). En el acceso a este objeto tiene lugar ―según hemos dicho ya― un rodeo, diferente al circuito corto a través del cual se satisface la pulsión en el sueño, el sueño diurno y el síntoma.

En los desarrollos de André Green, y en la medida en que este autor habla de una unión inextricable entre la pulsión y el objeto (1995), se pone el acento en la relación, así como en la necesidad de tener en cuenta al objeto de la realidad. Entre otros párrafos elocuentes al respecto, cabe citar el siguiente:

“La evolución exige, no como decía Freud, que la pulsión acabe domesticada por el yo, sino que éste consiga ligarla. Entonces, y solo entonces, el objeto podría ser reconocido en su realidad, lo cual implica una cierta renuncia al cumplimiento irrestricto de la totalidad de las metas pulsionales. De un lado, porque no todas las que nacen en su mundo interno pueden ser satisfechas, pero, además, porque el sujeto se ve llevado a considerar también las pulsiones del objeto, fijándose la meta de satisfacerlas, al menos en parte, incluso si algunas de ellas no gozan de su favor” [cursivas agregadas] (Green, 1995, pp. 43-44).

En este párrafo de Green se ve un cambio considerable respecto al enfoque de Freud, ya que el “objeto” es considerado como un sujeto que tiene sus propias pulsiones, que hay que tener en cuenta para que sea posible alcanzar la satisfacción.

De todos modos, cabe agregar que la conceptualización de Green, del otro como sujeto, no va mucho más allá de señalar su condición de sujeto de pulsiones, que es menester tener en consideración.

En el enfoque de Fonagy, en tanto el mentalizar (considerado como aprehensión de los estados mentales ajenos) permite anticipar cómo determinada actitud (o verbalización) propia impactará en el otro, su eficaz desempeño posee la mayor importancia para regular la propia conducta en función de la reacción probable del otro que podamos prever.

Para lograr este rendimiento tienen que tener lugar una serie de complejos procesos mentales.

Uno de ellos consiste en la capacidad para construir un modelo de la mente del otro que nos permita aprehender los estados desiderativos, afectivos y cognitivos que tienen lugar en él en determinada situación vincular, de un modo descentrado, esto es, desde el punto de vista del otro y no como mera proyección de nuestras características o ilusiones. A partir de esta información, será posible prever cómo será vivida por el otro una solicitud pulsional determinada (una propuesta amorosa o erótica, por ejemplo).

Dicha previsión, edificada sobre la inferencia de los estados mentales ajenos, se encuentra en la base de la decisión de si dar cauce, o no, a la moción pulsional de que se trate, así como del “modo” en que habrá de dársele cauce para que la misma encuentre una respuesta que permita alcanzar la satisfacción, lo que da una idea de la importancia del mentalizar en la tramitación del empuje pulsional.

La imposibilidad de realizar algunas de estas operaciones (inferir los estados mentales ajenos, anticipar las consecuencias de la propia acción, identificar el mejor modo de dar cauce al empuje pulsional teniendo en cuenta el sentir del otro) da pie para toda clase de conflictos interpersonales, desarrollos de afectos displacenteros y frustraciones en el intento de canalizar la pulsión, esto es, de llevar a cabo la acción específica.

Podemos decir entonces que para encauzar el devenir pulsional de modo satisfactorio en un entramado intersubjetivo específico, es necesario ponerse intuitivamente en el punto de vista del otro, identificar su deseo o saber cómo despertarlo (a partir de la construcción de un modelo de su mente) y llevar a cabo aquel repertorio de acciones que encuentren un eco en él, con las que sintonice, que ayuden a crear un clima de reciprocidad, etc. Sin ello, la acción específica carecería de guía para poder llegar a un desenlace adecuado.

Lo que se vuelve importante del objeto en este punto no es solamente aquello que lo hace atractivo como objeto de la pulsión, sino también aquello que lo convierte en un sujeto con un deseo propio, con modos de sentir, creencias, representaciones, valoraciones, etc., también propios. En suma, con una serie de estados mentales que es necesario tener en cuenta, ya que deciden acerca de su conducta y de su respuesta a cualquier solicitud que se le haga. Y es solo en la medida en que son tenidos en cuenta y en que se puede incidir sobre ellos de algún modo, que el empuje pulsional puede ser satisfecho de un modo interpersonalmente satisfactorio.

De este modo, vemos cómo en este punto (la satisfacción pulsional en el mundo real) es posible lograr una fructífera inclusión del mentalizar en el pensar preconsciente-consciente, que da cuenta del tipo de rodeo que es necesario llevar a cabo para satisfacer la pulsión.

Podríamos ilustrar esta idea con el caso de un paciente de cuarenta y cinco años, separado, al que llamaremos Fernando, que conoció a una mujer, Marisa, en una reunión, la cual le pareció muy atractiva y seductora. Salió con ella dos veces sin que el acercamiento físico pasara a mayores, no obstante el deseo ardiente que en él se había despertado y el enamoramiento que comenzaba a sentir. Así las cosas, Marisa lo invitó a cenar a su casa, en la que convivía con su hijo de dieciséis años, Germán, fruto de un matrimonio que se había truncado por la muerte de su cónyuge, cinco años atrás.

Durante la cena, el hijo hizo gala de sus habilidades deportivas e intelectuales en una serie de relatos sobre la escuela, mientras su madre lo miraba arrobada. Por lo demás, en la medida en que Fernando expresó algunas ideas políticas y opiniones sobre un coche que pensaba comprar, Germán descalificó sus opiniones con actitud soberbia y hostil.

En la sesión en la que hizo el relato de esta velada, Fernando refirió la hostilidad que en él se había despertado a raíz de la actitud y comentarios del hijo de su amada, agregando que había tratado de responderle de la manera más suave y conciliadora posible, porque el amor que había identificado en Marisa hacia Germán (y que podríamos también considerar como un conocimiento general, en el sentido expuesto más arriba) podría hacer que ésta se molestara con él si hubiese respondido de una manera hostil hacia ese “chaval engreído”, como lo llamó en la sesión. Pensó entonces que las actitudes de Germán, que supuso derivaban de los celos que su presencia había despertado, así como el amor de Marisa hacia su hijo, eran dos variables que tenía que tener muy en cuenta si quería avanzar en la relación con ella. Por esta razón, pensó que su trato con el hijo debía mantenerse en el cauce que había podido sostener durante la cena, esto es, inhibiendo la hostilidad que le surgiría si situaciones de similar índole volvían a repetirse, a los efectos de no predisponer a Marisa de manera negativa hacia él.

En este breve y sencillo ejemplo podemos ver cómo, a los efectos de llevar a cabo la acción específica, la consumación de sus deseos sexuales y amorosos, el paciente necesita “mentalizar”, esto es, aprehender el sentimiento de Marisa hacia Germán y anticipar las consecuencias que tendría en el sentir de aquélla que él se dejase llevar por el impulso a mostrarse hostil, a su vez, con su hijo. Esta aprehensión y la anticipación basada en ella, permitía que inhibiera dicho impulso a los efectos de no obstaculizar la concreción de la acción específica. Vemos cómo operan también en esta situación la mentalización del self (identificación del impulso hostil) y la regulación emocional (inhibición del mismo).

La experiencia clínica, así como las experiencias de la vida de cada quien, muestran con elocuencia que el caso mencionado no es una excepción, sino más bien la regla, en la medida en que la capacidad para aprehender los estados mentales de la persona amada, así como los propios, como asimismo la de anticipar consecuencias de determinadas acciones, son variables de la mayor importancia a los efectos de que la acción específica pueda tener lugar. Podríamos decir, entonces, que en este sentido le hacen de guía.

De todos modos, cabe agregar que en el ejemplo mencionado lo que primordialmente vemos en acción es la mentalización deliberada. En la mayor parte de las interacciones que tienen lugar en el camino hacia la consumación de la acción específica, en cambio, juega un papel de la mayor importancia la mentalización involuntaria, que procede de un modo que podríamos llamar intuitivo, según fue mencionado con anterioridad.
 

Mentalización en el trabajo clínico

Llegados a este punto vale la pena consignar que la identificación, deslinde y caracterización de este tipo de pensar (el mentalizar) no solamente resulta de interés en tanto nos permite un mejor discernimiento de la dimensión interpersonal en que tiene lugar la acción específica, sino que también nos resulta de la mayor utilidad a los efectos de comprender ―y actuar sobre― diversos tipos de perturbaciones que pueden ocurrir en él, las que son responsables de diversos desenlaces y dificultades clínicas.

Dada la variedad de estas perturbaciones, cuya consideración excede largamente el espacio disponible en este trabajo, en lo que sigue me limitaré a describir una sola de ellas, la “equivalencia psíquica”, uno de los modos pre mentalizados que pueden activarse cuando colapsa el mentalizar.

Diremos entonces que cuando este modo pre mentalizado forma parte de la problemática clínica de un paciente adulto, estamos asistiendo a la reactivación de una manera de experimentar el mundo interno que es normal en la temprana infancia. Hasta los tres años de edad, aproximadamente, el pensamiento del niño es muy diferente de lo que es para el adulto promedio, ya que no ha adquirido todavía una teoría representacional de la mente y, por tanto, no considera que sus ideas sean representaciones de la realidad, sino más bien réplicas directas de la misma, reflejos o copias de ésta que son siempre verdaderas y compartidas por todos (Gopnik, 1993).

Cuando tiene vigencia este modo de experimentar el propio pensamiento, no es posible que haya distintos puntos de vista sobre el mismo hecho, ya que pensamiento y realidad no se diferencian y, por tanto, hay solo una única forma de ver a esta última (Target, Fonagy, 1996) y basta la existencia de una idea para que sea considerada como “real”. Lo que existe en la mente ha de existir en el exterior, y lo que existe fuera ha de existir también en la mente.

En los pacientes límite vemos que en ciertas situaciones padecen una perturbación de la capacidad que permite diferenciar los pensamientos de la realidad efectiva, junto con una reactivación de este modo pre mentalizado, lo que configura entonces un modo de funcionamiento mental diferente al normal o al neurótico, ya que en este último caso no se pierde la capacidad de tomar a la representación como mera representación en el preconsciente o en la conciencia (sabemos que en el sistema inconsciente dicha diferenciación no se produce, según nos enseña Freud en 1911).

Esta diferenciación entre “mera representación” y “equivalencia psíquica” posee la mayor importancia, no solo en cuanto a las manifestaciones que produce la vigencia de la segunda, sino también en lo que hace al enfoque clínico que debemos adoptar en un caso y en el otro. Cuando lo que predomina es un modo de experimentar el mundo interno en el que la representación es reconocida como tal (un modo “mentalizado”), cabe trabajar mediante un abordaje interpretativo que busque desvelar lo latente de dicha representación, sea que ésta aparezca como síntoma, fantasía, sueño, idea obsesiva, etc. En tanto el paciente reconoce este carácter “representacional” de sus fantasías, sueños y creencias, se predispone a trabajar sobre ellas en la búsqueda de los determinantes que las subtienden. Pero si en él predomina el modo de equivalencia psíquica, el intento del terapeuta por “interpretar” dicha manifestación confundirá al paciente (¿cómo “interpretar” algo que es “real”?), lo perturbará, o no tendrá el menor efecto sobre él.

Intentaré ilustrar esta diferencia con dos breves viñetas clínicas, de dos pacientes diferentes.

La primera se refiere a una paciente con rasgos histéricos y fóbicos, con un funcionamiento mental mentalizado, que presentó, como uno de sus motivos de consulta, la angustia que le despertaban las relaciones sexuales y el dolor que sentía en las mismas. En el curso del trabajo analítico fuimos descubriendo que poseía una imagen de su novio como agresivo y de su pene como un arma que podría dañarla (como resultado de la proyección en él de su propia hostilidad hacia los hombres). En los comienzos del trabajo sobre esta temática la paciente seguía viviendo de esta forma a su novio y sintiendo angustia pero, a la vez, podía identificar conscientemente que se trataba de una imagen suya y no de una “realidad”, aunque este saber no implicara en el primer momento mayores cambios en su sentir. Más allá de cómo prosiguió el análisis de esa situación ―que no es el objeto de este escrito― lo esencial para nuestro tema es que el “carácter representacional” que la imagen mencionada del novio tenía para la consultante, posibilitaba que la misma se volviera “analizable” y que pudiera ser abordada mediante un trabajo interpretativo, con la colaboración de la paciente, en la medida que sus resistencias se lo permitían.

Como dicen Target y Fonagy (1996): “El analista y el paciente discuten fantasías, sentimientos e ideas que “saben”, al mismo tiempo, que son falsas” (Target, Fonagy, 1996, pág. 66).

Distinta fue la situación en el caso de una paciente esquizoide con rasgos paranoides y evitativos. La consultante comenzó una relación de pareja a poco de iniciado el análisis y al poco tiempo relató una situación en la que su novio se había mostrado algo agresivo, lo que desencadenó en ella una intensa angustia. A la semana siguiente relató que su pareja se había rapado el pelo, lo que la angustió porque lo vio transformado en un militar (un militar la había violado en su adolescencia). A partir de ese momento interpretaba diversos estados de malhumor y actitudes algo bruscas de su novio como signos de una violencia que ella suponía intensa y contenida, pero susceptible de emerger en cualquier momento de una manera brutal, lo que le daba mucho miedo y era origen de múltiples dificultades en la relación. Hablaba de esto con la mayor seguridad y sin que asomara en su decir un atisbo de duda o crítica respecto de sus propias afirmaciones (lo que hubiera indicado la activación de la capacidad de mentalizar).

Intenté entonces una aproximación similar a la mencionada en la viñeta anterior, ya que conjeturaba también en este caso (a raíz de una serie de indicadores) una proyección de la propia hostilidad en la persona de su pareja. Comencé diciendo que suponía que lo que ella veía en su novio era una “imagen” que había construido de él como violento, cuya razón de ser sería cuestión de investigar. Pero esta intervención desató una reacción levemente paranoide y una fuerte angustia en la paciente: si ella creía (o yo le hacía creer) que se trataba de una “fantasía” suya, esto haría que bajara la guardia y que quedara inerme frente a la “realidad” de la agresión de él. Si mi intervención resultó tan perturbadora fue porque en aquél entonces no advertí con suficiente claridad que en la paciente se había reactivado un modo de experimentar el mundo interno, consistente en la “equivalencia psíquica”, por lo que sus pensamientos eran para ella equiparables a la realidad: era “real” la violencia del novio, y constituía un elevado riesgo que “le hicieran creer” que la misma era solo una fantasía suya.

La comprensión de esta situación me llevó a realizar un abordaje diferente, centrado no ya en la interpretación, sino en estrategias y técnicas que buscaban favorecer la reactivación de las capacidades mentalizadoras inhibidas, de modo tal que la equivalencia psíquica fuera reemplazada por el mentalizar (esto es, por la dimensión “representacional” de la mente) y se recuperara paulatinamente la capacidad reflexiva. Y fue solo en la medida en que se iba logrando este objetivo y que la paciente recuperaba poco a poco dicha dimensión representacional, así como la capacidad de interrogarse y de reflexionar sobre su propia mente, que comenzaba a ser posible inquirir por las razones de esa construcción mental (el hombre como violento) y trabajar de un modo centrado en la interpretación.
 

Consideraciones finales

Las consideraciones propuestas hasta este punto pretenden llamar la atención sobre una serie de desarrollos recientes, poco conocidos en el ámbito del psicoanálisis, algunos de los cuales considero que pueden ser integrados provechosamente en el contexto del pensamiento psicoanalítico, y más específicamente, del pensamiento freudiano y del psicoanálisis contemporáneo (Green, Urribarri, 2013; Revue Française de Psychanalyse, 2001).

No obstante, dichas consideraciones adolecen de, al menos, dos limitaciones. Por un lado, no he llevado a cabo una reflexión metapsicológica acerca del pensamiento mentalizador y de los modos pre mentalizados, aunque en la obra de Freud se encuentran referencias que podrían utilizarse provechosamente para tal fin. Por esa razón, las consideraciones que he vertido en este escrito sobre las propuestas de Fonagy y colaboradores se despliegan en un plano diferente, más descriptivo, que aquél en el que se encuentran los conceptos freudianos que he reseñado.

Por otro lado, he tomado en consideración solo unas pocas ideas del complejo acervo conceptual producido por estos últimos autores, lo que no permite formarse una idea cabal de sus desarrollos teóricos y sus propuestas clínicas.

De todos modos, el presente escrito no pretende ser más que un pequeño aporte en la dirección de articular estos desarrollos y propuestas en un marco conceptual psicoanalítico. Si dicha articulación se ha logrado, queda cumplido el objetivo que me había propuesto al redactar estas páginas.
 

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Resumen

El trabajo comienza planteando que, a pesar del desarrollo que la teoría de la mentalización propuesta por Fonagy y colaboradores ha conocido en los últimos veinte años, de su llamativa similitud con la teoría de Bion y de los buenos resultados obtenidos en la práctica clínica a la que informa, no es mayormente conocida en las instituciones psicoanalíticas.

Postula que cabe pensar que es posible llevar a cabo una articulación entre las caracterizaciones que la misma hace del pensar y el enfoque de Freud acerca del mismo tema.

A efectos de realizar dicha articulación, se reseñan los principales aportes de Freud a la teoría del pensamiento.

Posteriormente se caracteriza la forma en que, desde el punto de vista de la mentalización, se enfoca este proceso mental y se lo relaciona con el pensar preconsciente-consciente, tal como es desarrollado en la obra freudiana.

Seguidamente se ilustra el modo en que la consideración del pensar mentalizador puede ser de utilidad para comprender las vicisitudes de la acción específica, así como las dificultades de ciertas situaciones clínicas, cuando falla y se ve reemplazado por un modo pre mentalizado de pensamiento.

Se concluye señalando las limitaciones y alcances del presente trabajo.

Palabras clave: mentalización, teoría del pensamiento, preconsciente, acción específica.
 

Abstract

This work starts positing that, in spite of the development of Fonagy and colleagues’ mentalizing theory during the last 20 years, of its resemblance to Bion’s theory and its evidenced good results in clinical practice, it is still relatively unknown within psychoanalytic institutions.

This paper suggests that it is possible to articulate the notions of this theory has about thinking, and the conceptions of Freud about this same topic.

To carry out this articulation, Freud’s main contributions to the theory of thinking are reviewed.

The paper then advances into characterising the way in which mentalizing theory conceives this mental process and related it to preconscious-conscious thinking, as it has been discussed by Freud.

An illustration is given, in how this idea of mentalizing thinking can be useful to understand the vicissitudes of the specific action, as well as the difficulties arising in certain clinical situations when mentalizing thinking fails and it is replaced by a pre mentalizing mode of thinking.

This paper is concluded with the scope and limitations of this work.

Key words: mentalization, theory of thinking , preconscious, specific action.
 

Résumé

Le travail débute disant que, malgré le développement que la théorie de la mentalisation proposée par Fonagy et collaborateurs, a connu dans les derniers vingt ans, de sa notable similitude avec la théorie de Bion et des bons résultats obtenus dans la pratique clinique qu’elle a informé, elle n’est pas majoritairement connue dans les institutions psychanalytiques.

Le travail énonce que c’est possible d’établir une articulation entre les caractérisations que cette théorie fait sur la pensée et celles de la théorie de Freud au sujet du même thème.

Aux effets de réaliser une telle articulation, on mentionne les principaux apports de Freud à la théorie de la pensée.

Par la suite il caractérise la façon dans laquelle le point de vue de la mentalisation comprendre ce processus mental et sa relationne avec la pensée préconscient-consciente, tel qu’elle est développée dans l’œuvre freudienne.

En suite se développe la façon dans laquelle la considération de la pensée mentalisateur peut être utilisée pour comprendre les vicissitudes de l’action spécifique, tout comme des difficultés de certaines situations cliniques, quand le mentaliser fait default et se voit remplacé par une façon pre-mentalisé de la pensée.

La conclusion est de signaler les limitations et les conséquences de ce travail.

Mots clé: mentalisation, théorie du pensée, préconscient, action spécifique.
 

Gustavo Lanza-Castelli
Psicoanalista. Psicoterapeuta acreditado por la Federación Latinoamericana de Psicoterapia y el World Council for Psychotherapy.
Presidente de la Asociación Internacional para el Estudio y Desarrollo de la Mentalización.
Director de Mentalización. Revista de Psicoanálisis y Psicoterapia, disponible en  http://revistamentalizacion.com
gustavo.lanza.castelli@gmail.com