Introducción
El famoso psicólogo americano James McKeen Cattel publicó en 1906 la primera edición del American Men of Science, texto que recogía los nombres de más de cuatro mil profesionales que o bien eran miembros de sociedades científicas, o participaban en actividades de investigación. Entre los ciento ochenta y seis de ellos que se autocalificaban como psicólogos aparecían veintiseis mujeres a las que el propio McKeen Cattel calificó de pioneras. Esta cifra y el porcentaje que representaba respecto al total fue aumentando en sucesivas ediciones, llegándose a identificar doscientas setenta y siete psicólogas, es decir casi el veintidós por cien, en 1938. Lo más interesante es que según el autor, en comparación con otras áreas científicas, la Psicología era la que agrupaba un mayor número de mujeres (S. Garcia Dauder, 2005).
Entretanto, en 1929 se había publicado A History of Experimental Psychology de Edwin G. Boring. Esta obra se considera el primer Manual de Historia de la Psicología, tanto por su enfoque historiográfico como porque trata de explicar el desarrollo de esta disciplina en el conjunto del mundo occidental desde su fundación por Wundt en 1879 hasta 1929.
En 1950 el propio autor revisa el texto y lo amplía para una segunda versión. El periodo que abarca esta vez es de setenta y un año. Pues bien, a lo largo de las páginas de su extenso y riguroso manual, frente a un número incontable de hombres psicólogos, Boring cita solamente a seis psicólogas (M.C. Giménez, 2007).
Cierto que, en este caso no se trataba de un estudio estadístico sino de un libro de historia que además no se limitaba al área norteamericana. Con todo, el dato es tan llamativo que el año siguiente el mismo Boring escribe The Women Problem, en el que básicamente atribuye la escasez de psicólogas de significación histórica a las trabas que las mujeres encontraban para ingresar en la universidad y a la naturaleza femenina, demasiado proclive a tener en cuenta aspectos subjetivos tales como sentimientos, emociones o afectos.
Sería de esperar que el tiempo transcurrido desde 1951 hasta ahora hubiera cambiado sustancialmente esa tendencia a ningunear el papel de las mujeres en la historia de la construcción del conocimiento científico en general y de la Psicología en particular, pero los síntomas no parecen avalar una visión optimista del tema.
A modo de ejemplo, cabe recordar el trabajo estadístico, presentado en el 2002 por S.J. Haggbloom, R. Warnick, J.E. Warnick, R. y otros, titulado The 100 Most Eminent Psychologist of the 20th Century, en el que tras un complejo y minucioso estudio multifactorial, también se identifica a seis psicólogas ilustres.
Más cercano a nuestros días es el estudio de L. Diener, S. Oishi, y J. Park, del 2014, cuyo título es An Incomplete List of Eminent Psychologist of the Modern Era. En este caso, tomando en consideración tres factores cualitativos y otros tres cuantitativos, señala once psicólogas eminentes.
Podría pensarse que los autores tomados hasta ahora a modo de ejemplo están fuertemente influenciados por el contexto social y cultural norteamericano. Tal vez sea así. Pero al margen de algunas honrosas excepciones, proceda de Norteamérica, de Europa o de cualquier otro punto de este vasto mundo, la mayor parte de la narrativa histórica sobre la ciencia y la creatividad artística ignora la contribución femenina y las pocas veces que la tiene en cuenta la trata como poco significativa, banal o simplemente anecdótica. Son relatos que invisibilizan la obra de las mujeres en esos ámbitos que, además de injustos, transmiten una visión falseada de la historia.
Una primera aproximación a las causas por las que los historiadores tienden a eludir gran parte de la autoría, la actividad y la producción femenina sea en el área de la creación, la investigación o incluso de la docencia, remite a dos viejos tópicos. El primero es que así como se dice que la historia política la escriben los vencedores, la de la ciencia, en la que aparentemente no hay vencedores ni vencidos, la escriben los hombres. Es claro que este intento de explicación denota una concepción de las relaciones humanas basada en la desigualdad y el ejercicio del poder. El segundo tópico se refiere a la arraigada convicción de que el ámbito natural de las mujeres se circunscribe a la esfera privada, mientras que los hombres se desenvuelven en la esfera pública. Ambas ideas, que además de caducas ni explican cabalmente la situación, ni permiten atisbar vía alguna de cambio, están profundamente arraigadas en el pensamiento social contemporáneo.
El argumento de mayor calado se refiere al hecho de que hombres y mujeres hemos vivido y vivimos en una sociedad patriarcal en la que, enraizados en la cultura y enredados en nuestra subjetividad, se conservan aún argumentos y mecanismos de exclusión propios de los siglos XVIII y XIX, que con mayor o menor fuerza, siguen activos y vigentes en el XXI.
Existe abundante literatura sobre tales mecanismos aplicados a lo político, lo social, lo laboral, etc., y también, aunque en menor medida, a las estrategias de resistencia de las mujeres, pero a los fines de este trabajo me limitaré a enumerar los argumentos más frecuentemente utilizados en el siglo XIX y principios del XX para justificar la prohibición de acceso de las aspirantes norteamericanas a las aulas de las Facultades de Psicología[1]:
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. La capacidad intelectual de las mujeres es insuficiente para cursar estudios superiores.
. La naturaleza femenina no es apta para tareas intelectuales.
. La actividad de estudio enferma a las mujeres.
. Es contra natura que las mujeres estudien porque su destino es ser esposas y madres.
. Las mujeres estudiosas abandonan sus obligaciones como hijas sumisas, esposas dedicadas y madres atentas.
. Las mujeres que estudian imitan a los hombres y compiten con ellos.
. Estudiar menoscaba la feminidad.
. La presencia de mujeres en las aulas universitarias distrae a los hombres y les impide concentrarse.
. Las conversaciones y actitudes de los hombres pueden ofender a las mujeres.
. Las mujeres graduadas se vuelven rebeldes.
. Si después de graduadas deciden trabajar, quitan puestos de trabajo a los hombres que son los que deben mantener a sus familias.
No creo necesario comentar aquí estas afirmaciones, entre otras cosas, porque es cierto que el mundo ha cambiado y que actualmente hay pocas personas e instituciones que se atrevan a expresarse en los mismos términos. Pero lo que importa es que a lo largo del tiempo, en base a esa serie de prejuicios, se ha ido configurando un estereotipo de mujer que, aunque con algunos matices o versiones más elaboradas, a menudo funciona automáticamente a modo de cliché que obvia los datos concretos y deforma la percepción de la realidad.
Evidentemente, existen muchos otros factores que inciden en la invisiblidad. Factores relacionados con el contexto cultural y científico, económico, político, sociológico y también, no hay que olvidarlo, con las circunstancias, los sentimientos y deseos de cada mujer. Pero, ni el peso del patriarcado ni el hecho de que la mayor parte de historiadores de la ciencia sean hombres, explican suficientemente el sesgo de sus narrativas. Son argumentos que contienen una parte de verdad pero que, a mi entender, se quedan en la superficie del problema y en lugar de aclararlo tienden a obturar la curiosidad e impedir la comprensión.
Conviene recordar, además, que en el contexto en el que nos ha tocado vivir, las tendencias del mundo científico en cuanto a temas de investigación y presupuestos para desarrollarlos, así como las especialidades profesionales, en lo que se refiere a formación, técnicas aplicables y a oportunidades laborales, no obedecen solo a las necesidades y demandas sociales sino que en gran parte están determinadas por la dinámica del mercado y las leyes de competencia que le son inherentes. En este sentido, no parece que la visibilización del trabajo de las mujeres en la ciencia interese demasiado al mercado del conocimiento.
Precisamente por eso me parece pertinente destacar el gran contraste que existe entre la narrativa histórica de la Psicología y la del Psicoanálisis. No deja de ser paradójico que una teoría que enfatiza la pasividad (excepto en la maternidad) y la envidia de pene como características de la feminidad haya generado y reconocido como ilustres a tantas mujeres. Desde sus inicios en la Sociedad de los Miércoles hasta el momento presente, la historiografía del Psicoanálisis ha sido inclusiva. Es verdad que las figuras de algunas psicoanalistas han sido oscurecidas o no son aún suficientemente divulgadas pero, en términos generales, puede decirse que el Psicoanálisis no ha sido nada reticente ante los aportes de las mujeres. Es difícil explicar esta notable diferencia, pero tal vez tenga que ver con el hecho de que para el Psicoanálisis, la posición masculina o femenina que adopa cada sujeto humano deriva de sus introyecciones e identificaciones y no de sus características naturales o anatómicas por más que estas sean importantes. Es decir: “es absolutamente electiva” (N. Chodorow, 1989).
Un camino para el cambio
Nada se modifica si más allá del lamento y la crítica de situaciones injustas o de los intentos de analizar sus causas, no existen personas que asuman el deseo y el compromiso de actuar para cambiar las cosas.
Tal vez ese deseo motivó que a partir de los años setenta del siglo pasado, a tenor de los replanteamientos feministas de la época, se generasen en las universidades de los EUA, diversos grupos de investigación dedicados a descubrir y demostrar las verdaderas aportaciones de las mujeres a la construcción de las diferentes ciencias. Como es lógico, a medida que aumentaba el número de profesoras universitarias interesadas en el tema, la tendencia se extendió a otros países.
En el caso de la Psicología, el proceso parece haber empezado con Edna Heidbreder[2](1890-1985). Graduada en Artes y en Medicina, obtuvo el título de Doctora por la universidad de Wisconsin tras la lectura de una tesis titulada A Experimental Study of Thinking. Durante su vida estudiantil impartió clases de Historia en secundaria y posteriormente, una vez doctorada, de Historia de la Psicología en las universidades de Wisconsin primero y de Columbia después. Su docencia fue la fuente de inspiración de algunas de sus alumnas que emprendieron los que, creo, fueron primeros proyectos de investigación sobre el tema que nos ocupa.
Entre sus alumnas cabe destacar a Laurel Furumoto (1935-2015), quien en 1979 empezó a rescatar del olvido la personalidad y la obra de Mary Whiton Calkins y que unos años después, concretamente en 1987, junto con Elizabeth Scarborough, publicaron Untold Lives. The First Generation of American Women Psychologist. A partir de ahí, los estudios y publicaciones sobre mujeres en Historia de la Psicología se multiplicaron en diferentes países y universidades.
En España existen diversos grupos de investigación dedicados a estudios de género o directamente estudios sobre la mujer desde la perspectiva feminista que, en general, abarcan proyectos relativos a diferentes disciplinas. También hay masters y doctorados en esta línea. Al margen de lo estrictamente académico el Instituto de la Mujer colabora eficazmente en la promoción de este tipo de trabajos. Pero en lo que se refiere a la visibilización de las mujeres en la historia de las disciplinas psicológicas no existe, que yo sepa, un grupo específico.
A pesar de esto y del largo camino que queda por recorrer, los esfuerzos realizados en los últimos años para otorgar a las psicólogas el lugar que les corresponde en la historia de la construcción y desarrollo de esta rama del saber, han ido dando sus frutos. Buena muestra de ellos es la restitución a la narrativa histórica de la vida y obra de muchas psicólogas que hasta hace bien poco eran desconocidas. Entre ellas las tres de las que hablaré a continuación.
Algunas pioneras rescatadas del olvido: Christine Ladd-Franklin (1847-1930) y Mary Witon Calkins (1863-1930)
Aunque estas dos pioneras de la Psicología son bastante diferentes entre sí, su trayectoria así como algunos de los obstáculos que hubieron de afrontar y superar tienen ciertas similitudes, lo cual no es de extrañar porque tales inconvenientes reflejan el espíritu de su época e ilustran como su constancia y trabajo contribuyeron a cambiarlo. No solo consiguieron soslayar las normas académicas que les impedían el acceso a la universidad, sino que también aportaron nuevos enfoques y teorías al acervo científico de la Psicología de su tiempo.
Ambas nacieron en Connecticut (EUA), si bien en ciudades distintas, cuando la Psicología que se hacía en el mundo aún formaba parte de la Filosofía, la Fisiología, la Medicina y la Física. Cabe recordar que la Psicología no se instituyó como tal hasta 1879.
Tanto una como otra pertenecían a sendas familias de clase media que, por suerte para ellas, no comulgaban con los prejuicios imperantes entonces sobre la naturaleza y capacidades de las mujeres. En consecuencia veían con buenos ojos que las chicas estudiasen y las estimulaban a hacerlo. Pero, como ya hemos señalado, el problema era que no se las admitía en las aulas universitarias. Esta limitación chocaba contra el progresivo incremento de la cantidad de mujeres deseosas de estudiar y aprender, que aspiraban a graduarse. Puesto que, por más que las protestas se multiplicasen, las universidades persistían en su cerrazón, algunos mecenas e instituciones privadas fundaron los llamados Colleges, centros de formación superior exclusivos para mujeres, que otorgaban títulos sin validez oficial.
Christine Ladd empezó a fomarse en Lógica, Matemáticas y Física en el Vassar College de Nueva York, mientras que Mary Calkins estudió Filosofía en el Smith College de Massachussetts. Pero, por razones diferentes, las dos se vieron obligadas a interrumpir temporalmente sus estudios.
Ch. Ladd por motivos económicos. Los ingresos de sus padres no eran suficientes ni para sufragar sus estudios ni para cubrir las necesidades familiares. De modo que tuvo que ponerse a trabajar. Curiosamente encontró una ocupación que no contradecía sus intereses intelectuales, porque fue contratada por algunas revistas de entretenimiento y divulgación, como la llamada Times Education, en la que planteaba, explicaba y resolvía complicados problemas matemáticos. Quiso el azar que esa revista cayera en manos de James Joseph Sylverstein (1814-1897), que fue el primer profesor de matemáticas en la recién creada universidad John Hopkins. Vivamente interesado por el trabajo de Ch. Ladd se puso en contacto con ella y la animó a que intentara entrar en aquella nueva universidad. Efectivamente ella se dejó convencer. Por costumbre o quizá por astucia, firmó los papeles de solicitud como C. Ladd con lo cual las auroridades académicas, dando por supuesto que era un hombre, la aceptaron. El encanto solo duró hasta el día en el que, al presentarse a la entrevista para formalizar su contrato, fue inmediatamente rechazada.
Por fin, tras repetidas protestas tanto de ella como de Sylverstein, la John Hopkins le ofreció una alternativa: podía asistir a clase como oyente pero sin derecho a título. Entre tanto podría ganarse el sustento dando clases de Matemáticas en escuelas de secundaria. Aceptó. Asistió a clase e impartió las suyas por más de doce años, durante los cuales tuvo ocasión de conocer y colaborar con algunas de las grandes figuras de la época, en especial con Ch. S. Pearce, iniciador de la Filosofía Pragmática que tanto incidió en la Escuela Funcionalista americana. Sin embargo, aunque completó todos los requisitos y exigencias necesarias para obtener la licenciatura y el doctorado, incluso presentando con éxito su tesis doctoral, ambos títulos le fueron denegados. No sólo se quedó sin título, sino que además, como había contraido matrimonio con otro matemático, Fabian Franklin, alegando que las mujeres casadas no tenían derecho a ejercer una profesión, tampoco pudo seguir como profesora.
Aprovechando que su marido podía disfrutar de un año sabático, emprendió con él un largo viaje de estudios por Europa. Llevaba en la mochila sus intereses y preparación en Matemáticas, Filosofía Pragmática y experimentación. Un equipaje con el que se presentó y logró colaborar en los Laboratorios de Fisiología Experimemtal de Müller en Göttingen y en el de Helmholtz en Berlín.
Herman Von Helmholtz, promotor de la escuela científica que lleva su nombre, se ocupaba de temas a medio camino entre la Fisiología y la Psicología, en especial de las relaciones entre el sistema nervioso y la percepción. Ladd empezó a aplicar las Matemáticas a esas investigaciones y en particular a las reacciones retinianas frente a estímulos de color.
Debía ser una persona muy tenaz e insistente −no en vano era hija de una de las primeras sufragistas− porque cuando, cargada de prestigio regresó a su país, consiguió contratos a tiempo parcial no remunerados en las universidades de Columbia y de Clark en 1912 y 1913, y en las de Harvard y Chicago a partir de 1914.
Finalmente, en 1924, es decir, cuarenta y dos años después de su lectura de tesis, la John Hopkins la reconoció como doctora. Tenía setenta y siete años. Además de sus numerosas publicaciones en revistas científicas, en 1929 publicó Colour and Colour Theories, donde exponía una nueva teoría sobre el tema que en parte completaba y en parte contradecía las existentes hasta entonces. Sus innovaciones son aún vigentes. Fue, además, la primera mujer admitida como miembro de la American Psychological Association (APA).
Como anunciaba anteriormente, la trayectoria de Mary Whiton Calkins se asemeja en algunos aspectos a la de Ch. Ladd. Después de acabar sus estudios en el Smith College se vió obligada a interrumpirlos para atender a su madre enferma −probablemente deprimida− que se sentía incapaz de cuidarse a sí misma y a sus otros hijos menores. De modo que Mary la sustituyó en esas necesidades familiares que ella sentía como prioritarias. De todas formas, como la vida doméstica le resultaba tediosa y no tenía tiempo para desplazarse a ninguna escuela, contrató un profesor de griego que le daba clases en casa. Aprovechó tan bien esa enseñanza que cuando volvió a su vida normal se incorporó como profesora de Griego en el Departamento de Filosofía del Wellesley College.
Eran años en los que la Psicología estaba prestigiándose gracias a los aportes de W. Wundt en Alemania y los de W. James en EUA. Por ese motivo la demanda de hombres y mujeres para cursar esta carrera crecía exponencialmente. El College se planteó entonces la conveniencia de implementar un programa de formación para psicólogas. Para ello, necesitaban una profesora experta en el tema, pero no la había. Decidieron entonces becar a Mary Calkins para que buscara la forma de aprender esta disciplina, diseñara el correspondiente programa y lo dirigiera. El plan le entusiasmó y la indujo a solicitar plaza de estudiante en la Universidad de Harvard donde enseñaban W. James y J. Royce.
Como era de esperar, a pesar de su insistencia, de la de su padre y de las constantes recomendaciones de W. James, de J. Royce y más tarde de H. Müstenberg, quienes la querían como alumna, las autoridades académicas no lo consintieron. Aunque repitió el intento en otras universidades, el resultado fue el mismo. Finalmente, Harvard aceptó que siguiese los estudios en un anexo al edificio de la universidad en el que las mujeres, con el mismo programa que los hombres y los mismos profesores pero sin acceso a título, podían cursar la carrera. Mary Calkins se atuvo a esta propuesta con la condición de poder utilizar los laboratorios en horas que no estaban ocupados por los estudiantes varones. De esa manera hizo toda la carrera y el doctorado aunque, tampoco en su caso le otorgaron el título.
Mientras tanto se había dedicado a montar su propio laboratorio en el Welleley College, a poner en marcha el programa de formación y a publicar sus numerosos trabajos de investigación.
Su contribución más importante y conocida al conocimiento psicológico fue una nueva concepción de la Psicología, alternativa al atomismo de Wundt y a la versión funcionalista de la conciencia.
Desde su punto de vista, el ser humano es una unidad que interactúa con su medio ambiente físico y social. La vivencia de esa unidad a la que denomina Self, es única, personal y constantemente modificable por las relaciones sociales de cada uno. El Self que, en parte es consciente y en parte inconsciente, se manifiesta a través del movimiento, la palabra, la emoción y la acción. Pues bien, para ella ese Self y sus implicaciones constituyen el verdadero objeto de la Psicología tanto en el nivel teórico como profesional (S. García Dauder, 2005).
Cuando el anexo en el que había estudiado se convirtió en el Rackliff College, se le ofreció el título de Doctorado, pero ella se negó a aceptarlo alegando que había leído su tesis en Harvard y no en ese nuevo College. En 1905 fue elegida como primera Presidenta de la APA. Como Ch. Ladd, falleció en 1930.
En 1960, o sea treinta años después de su muerte, gracias sobre todo a la presión ejercida por los estudiantes, Harvard la reconoció oficialmente como Doctora a Título Póstumo.
Una pionera española: Mercedes Rodrigo Bellido (1891-1982)
Entre otros méritos de los que haré un apretado resumen, señalaré que Mercedes Rodrigo fue la primera psicóloga española (Fania Herrero, 2003). Para situarnos correctamente hemos de trasladarnos al ámbito de la España de principios del siglo XX. Un ambiente político, social, cultural y científico muy alejado del europeo y del de los EUA. Un mundo caracterizado por un altísimo nivel de analfabetismo, por sus constantes altibajos políticos y por una considerable agitación social. Un país predominantemente agrícola, apenas industrializado, que vivia la tensión entre la tradición del espíritu imperial y la modernidad. Tensión que se había reforzado por la dolorosa y sangrienta pérdida de las colonias en 1898 y los correspondientes duelos, al mismo tiempo en que veía nacer una brillante capa de intelectuales hasta cierto punto progresistas y críticos que cuestionaban el inmovilismo del Estado y luchaban por importar los aires europeos y los avances científicos del momento. Es la España de Clara Campoamor, de Victoria Kent y de tantas otras mujeres que batallaban por la igualdad de derechos, el voto femenino, la reforma de las leyes y la formación intelectual de las mujeres.[3]
Mercedes Rodrigo nació en Madrid en el seno de una familia culta de clase media. Su padre era un músico profesional muy conectado con los ambientes intelectuales de la ciudad. En la bibliografía consultada al respecto, no consta a qué se dedicaba su madre, por lo que puede suponerse que era ama de casa. Después de la escuela secundaria, Mercedes estudió Magisterio[4] y se especializó en la educación de sordomudos y ciegos.
Hacía unos años que se había creado en Madrid la Institución Libre de Enseñanza (ILE). Una fundación privada formada por catedráticos que habían renunciado a trabajar en la universidad a raíz de que el gobierno, con el argumento de que no fomentaba la fidelidad a la tradición y el espíritu religioso católico, había prohibido la libertad de cátedra. La finalidad de la ILE, que se basaba en principios krausistas, era la enseñanza en libertad, el aprendizaje de cualidad para hombres y mujeres y sobre todo, la introducción en España de las ideas científicas más avanzadas del mundo. Junto a esta institución se creó también la Junta de Ampliación de Estudios (JAE) que, entre otras cosas, becaba a estudiantes destacados para que completaran o ampliaran su formación en otros países europeos.
Pues bien, Mercedes Rodrigo disfrutó de una de estas becas para trasladarse a la universidad de Ginebra, con la intención de estudiar Psicología. Allí fue compañera de estudios de J. Piaget y alumna destacada de Claparède, con quien trabajó en la aplicación de conceptos psicológicos a la Pedagogía. Obtuvo el título de Psicóloga por la universidad J. J. Rousseau a principios de 1923.
Tras una corta estancia de estudios en Alemania, regresa a España donde pone en marcha un proyecto didáctico para la formación de profesorado utilizando las técnicas más modernas del momento tales como la aplicación de pruebas psicotécnicas de capacidades y selección, el entrenamiento en la observación sistemática de cada alumno y el estudio de los procesos de aprendizaje.
En 1929 ingresa en el Instituto Nacional de Psicotecnia (INP) que dirigía José Germain para introducir la selección y orientación profesionales en el ámbito educativo. Paralelamente empieza a trabajar como psicoterapeuta en una clínica infantil.
En 1936, cuando estalla la Guerra Civil, era directora del INP y psicóloga clínica del Tribunal Tutelar de Menores. Pero, como buena parte de los psicólogos que ejercían en la España republicana, tuvo que exilarse. Su destino fue Colombia, donde se instaló junto a su hermana María, quien siguiendo las huellas de su padre era una afamada pianista. La elección de Colombia no fue casual. La Universidad Nacional de Bogotá, conocedora a fondo de su trabajo, la había invitado a montar un centro de Psicotecnia en sus instalaciones.
Mercedes no sólo cumplió el encargo sino que pocos años después organizó en esa misma universidad la primera Facultad de Psicología de Colombia. Permaneció en aquel país durante once años.
Pero de nuevo, los avatares políticos truncaron su trayectoria obligándola a exiliarse por segunda vez. En esta ocasión ambas hermanas fueron acogidas en Puerto Rico porque Pau Casals, que entonces vivía allí, en nombre de la profunda amistad que le unía a Maria y a su padre, así lo procuró. En la ciudad de San Juan, Mercedes promueve la creación y organiza el programa de estudios de la primera Facultad de Psicología de Puerto Rico, donde residió el resto de su vida. Nunca regresó a España.[5]
Algunas reflexiones acerca de la Historia del Psicoanálisis
Como decía más arriba, la historiografía del Psicoanálisis ha incluído desde siempre la contribución de las mujeres a su desarrollo e institucionalización. Sin embargo, eso no significa que no existan lagunas y que no sea posible destacar la biografía y la obra de aquellas psicoanalistas que son menos conocidas o de las que apenas se habla.
Es pertinente recordar que cuando, no sin intensas discusiones previas, la Sociedad de los Miércoles admitió entre sus miembros a las primeras mujeres, lo hizo en función de la importancia que tenía investigar a fondo y desarrollar adecuadamente la exploración y posible tratamiento del psiquismo de infantil. Abraham, muy interesado en el tema, había hecho algún intento en este sentido pero, como los primeros psicoanalistas no eran ajenos al espíritu de su tiempo, intuyeron que la inclinación femenina a la maternidad y el cuidado de los niños, las hacían más aptas que la mayoría de hombres para ocuparse de ellos. Por otro lado, buena parte de las pioneras del Psicoanálisis también trabajaron temas relativos a la feminidad y las mujeres.
La primera mujer, que apoyada por Federn, entró a formar parte de la Sociedad fue Margarete Hilferding (1871-1942) cuyo trabajo de presentación en 1911 versó sobre los fundamentos del amor maternal. La segunda, Hermine Hug Hellmuth, quien inició verdaderamente el Psicoanálisis Infantil e inventó la técnica del juego. Al margen de saber que Hilferding fue partidaria de Adler, que dejó la Sociedad a la vez que él y que tuvo un final trágico, poco sabemos de ella.
Hay un poco más de información histórica asequible acerca de Hermine Hug Hellmuth (1871-1924) sobre su tormentosa vida y su patético final. De Eugènie Sokolnicka (1884-1934), Sophie Morgenstein (1875-1940) e incluso Marie Bonaparte (1882-1962) sabemos de su importancia en los inicios del Psicoanálisis francés, de Sabina Spielrein (1885-1942) conocemos algo más de su historia en la que destaca sus tempranas alusiones a lo que Freud teorizaría después como «agresividad» y «pulsión de muerte» (R. Vallejo, 2003a, 2003b, 2004).
Se habla aún menos de Vera Schmidt y sus fracasados intentos de educación psicoanalítica en Rusia, ni de muchas otras mujeres que los relatos históricos relegan a la oscuridad.
La historia del Psicoanálisis en España es relativamente corta. Pero se conoce bastante bien, o al menos hay documentación suficiente sobre las pioneras de las sociedades Luso Española, Española y la de Madrid, pero aún así hay figuras que a falta de información se van diluyendo en el tiempo. Pienso, por ejemplo en Jesusa Pertejo que estuvo en el grupo de los iniciadores de las sociedades que acabo de nombrar y de la que sin embargo solo he podido encontrar un apartado en el libro publicado en 2011 por Carmen García Colmenares, «Las primeras Psicólogas Españolas. Itinerarios vitales y Profesionales». El relato al que me refiero está basado solamente en la documentación proporcionada por la misma Jesusa Pertejo. Por ahora, es difícil encontrar otras fuentes.
Para concluir, vale la pena subrayar que enumerar estos nombres de mujeres psicoanalistas escasamente conocidas no tiene otra finalidad que la de mostrar que también a la narrativa histórica del psicoanálisis, por inclusiva que sea, le queda bastante que desvelar sobre el papel que, en su establecimiento, desarrollo y extensión, han jugado las mujeres.
Referencias bibliográficas
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Vallejo, R., (2003b), “El trío francés. Eugènie Sokolnicka, Sophie Morgenstein y María Bonaparte”, Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq, vol. 23, núm. 87, pp. 127-140.
Vallejo, R., (2004), “Hermine Hug Hellmuth genuina pionera del psicoanálisis del niño”, Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq, vol. 24, núm. 89.
Resumen
En este artículo discuto acerca de los motivos de invisibilidad de las contribuciones de las mujeres en la construcción de teorías y prácticas científicas, especialmente en la narrativa de la Historia de la Psicología. Por otro lado, he intentado rescatar del silencio a algunas figuras de psicólogas históricamente importantes que han sido olvidadas.
Palabras clave: Mujeres, ciencia, historia, invisibilidad, Psicología, Psicoanálisis.
Abstract
In this article I discuss about the motives of invisibility of contributions of the women to the construction of scientifics theories and practices, especially in the narrative of the history of the Psychology. On the other hand, I have tried o rescue from the silence to someone historically important figures of forgotten psychologist.
Keyword: Women, science, History, invisibility, Psychology, Psychoanalisys.
Mari Carmen Giménez Segura.
Profesora Titular jubilada de la Universidad de Barcelona.
mgimenez@ub.edu
[1] He extraído estos argumentos de las biografías de las Psicólogas de las que hablaré más adelante.
[2] La obra más difundida de Edna Heidbreder es Seven Psychologies, publicada en castellano por Paidós en 1982 con el título Psicologías del Siglo XX.
[3] La universidad española abrió sus puertas a las mujeres en 1910.
[4] El Magisterio no se estudiaba en la Universidad sino en la llamada Escuela Normal.
[5] Es bueno recordar que la primera Facultad de Psicología en España no se inauguró en Madrid hasta 1982, y la segunda en Barcelona en 1983.