para TEMAS DE PSICOANÁLISIS
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Teresa Olmos es psicóloga, psicoanalista con función didáctica y profesora del Instituto de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica de Madrid (APM). En diciembre de 2019 ha finalizado su presidencia de dicha Asociación, que le ha permitido tener una perspectiva amplia de las instituciones psicoanalíticas en la actualidad, experiencia que nos aporta a esta entrevista.
Es autora, junto a Carlos A. Paz y María L. Pelento, de los libros Estructuras y estados fronterizos en niños, adolescentes y adultos, tomos I, II y III. Ha publicado numerosos trabajos en la Revista de la APM sobre adolescencia y sobre teoría y clínica psicoanalítica.
En 1992, junto a Carlos Paz, recibió el primer Premio de Investigación del Libro Anual de Psicoanálisis por su trabajo de investigación Adolescence and border pathology: characteristic of the relevant psychoanalytic process, publicado en The International Journal of Psychoanalysis.
Recientemente ha editado y prologado el libro Los huéspedes del Yo. Las identificaciones y desidentificaciones en la clínica psicoanalítica, publicado por la editorial Biblioteca Nueva.
TEMAS DE PSICOANÁLISIS agradece la colaboración de Teresa Olmos para la realización de esta entrevista.
Eileen Wieland.― Nos interesaría conocer su trayectoria profesional desde los inicios. ¿Cómo surge su interés por el psicoanálisis y cuáles fueron sus maestros y/o autores que la inspiraron?
Teresa Olmos.― Mi interés por el psicoanálisis nació en plena adolescencia cuando yo tenía quince años y cursaba cuarto de bachillerato. Una de las asignaturas era Psicología y tuve como profesor a una persona muy creativa y estimulante que nos enseñaba a pensar. Uno de los temas del curso fue el pensamiento de Sigmund Freud. Al estudiarlo descubrí la existencia del inconsciente, de la sexualidad infantil, del significado de los sueños y las fantasías. Recuerdo que empecé a leer su obra traducida por López Ballesteros. A partir de entonces fue surgiendo en mí el deseo de ser psicoanalista. Al año siguiente ingresé en la Universidad para estudiar Psicología, pero ya entonces con el claro deseo de realizar la formación psicoanalítica.
Antes de terminar la licenciatura en Psicología, en la Universidad Católica de Córdoba (Universidad de los Jesuitas), Argentina, fui ayudante de cátedra de Psicología Profunda como se llamaba entonces a la teoría psicoanalítica dónde no solo se enseñaba Freud, sino también Melanie Klein, Winnicott y autores argentinos como José Bleger y David Liberman. También realicé en ese tiempo mi primera experiencia psicoanalítica y luego, ya graduada, me trasladé a Buenos Aires dónde comencé mi formación psicoanalítica. Por un lado, inicié mi análisis personal con Giuliana Smolensky, analista con función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina y luego de Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires, y por otro asistí a diversos seminarios que dictaban destacados psicoanalistas de la Asociación Psicoanalítica Argentina en aquellos años. Realicé mi primer seminario cronológico del pensamiento de Freud con Isidoro Bernstein. Poco después, ingresé en la Escuela Argentina de Psicoterapia donde realicé una formación reglada.
Esta Escuela fue fundada por Ángel Garma y Arnaldo Rascovsky y el sistema de estudio era muy similar al del Instituto de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Análisis obligatorio, entrevistas de admisión, estudio de cuatro años del pensamiento de Freud, teoría de la técnica, psicopatología, supervisiones individuales y una grupal.
Mi formación como analista de adolescentes la realicé fundamentalmente en el Centro de Salud nº 1 de la ciudad de Buenos Aires, Centro Municipal dirigido por psiquiatras y psicoanalistas que nos supervisaban la tarea y nos transmitían en seminarios el psicoanálisis de adolescentes. Recuerdo durante mi asistencia a este centro una tarea de aprendizaje muy enriquecedora: el rol playing como terapeutas de adolescentes, que coordinaba E. Pavlovsky, psicoanalista de la APA especializado en terapia de grupo y psicodrama.
Una vez graduada en la Escuela de Psicoterapia continué mi formación asistiendo a diferentes seminarios que dictaba Elizabeth Tabak de Bianchedi, con quien estudié el pensamiento de W. Bion, de J. Bleger y de E. Rodrigué. Al mismo tiempo realizaba supervisiones con diferentes psicoanalistas, Maria Lucila Pelento, con quien supervisé muchos años niños y adolescentes, Vicente Galli, Horacio Etchegoyen, Rebeca Grinberg, David Liberman.
E.W.― En aquellos años la formación en psicoanálisis para psicólogos dentro de las sociedades psicoanalíticas en Argentina no era posible. A pesar de ese obstáculo se vivía una época muy estimulante en la expansión del psicoanálisis, sin duda gracias a los analistas de prestigio emigrados de la guerra europea. Esta expansión no fue solo en ámbitos académicos sino también en los servicios públicos de salud mental. Por lo que comenta, estos obstáculos no fueron un impedimento para hacer su formación.
T. Olmos.― Efectivamente. En Buenos Aires, los psicólogos, por una ley del Estado, no podían ingresar en el Instituto de la Asociación Psicoanalítica Argentina para realizar la formación porque el psicoanálisis, en el Estado Argentino de aquellos años, era considerado una profesión médica y, por tanto, solo los médicos podían ejercerlo. Esto cambió posteriormente y en la actualidad hay tres Sociedades Psicoanalíticas en Buenos Aires en donde muchos de sus miembros son psicólogos.
A pesar de aquella ley que regía en los años setenta del siglo pasado, cuando yo me estaba formando recibí una transmisión del psicoanálisis muy valiosa que no me hacía echar de menos estar en una Asociación Psicoanalítica. Como ya he comentado antes, en la Escuela Argentina de Psicoterapia todos los profesores y supervisores eran psicoanalistas, miembros de la Asociación Psicoanalítica Argentina. En aquellos tiempos se vivía en Buenos Aires una época muy estimulante en la difusión y expansión del psicoanálisis. Como ya se apuntaba en la pregunta, los Servicios Públicos de Salud Mental estaban dirigidos por muchos psicoanalistas y la práctica asistencial era casi exclusivamente de orientación psicoanalítica.
E.W.― Usted y su compañero, Carlos Paz, llegaron a España a finales de los años setenta. Dejaban Argentina al inicio de una cruenta dictadura militar, mientras España estaba en un momento de apertura y de inicio de la democracia después de cuarenta años de férrea dictadura franquista. El primer destino fue Valencia. Allí, en aquellos años, su labor fue pionera en ampliar la cultura y la práctica psicoanalítica. ¿Cómo fue esa experiencia de migración desde el punto de vista profesional?. ¿Cómo recuerda la experiencia en Valencia?
T. Olmos.― Todo proceso de migración es difícil porque implica un trabajo de duelo múltiple. Su elaboración lleva mucho tiempo y pienso que siempre quedan restos inelaborables, en el sentido de difícil sustitución de tantas pérdidas a diferentes niveles.
Llegamos a Valencia en febrero de 1978 y nos dedicamos a transmitir la teoría y la clínica psicoanalítica a un grupo de gente joven con mucha ilusión por el psicoanálisis. Yo me dediqué especialmente a la formación de psicoanalistas de niños y adolescentes, impartiendo seminarios y supervisiones clínicas cuando este grupo de psicoterapeutas comenzó a trabajar con niños y adolescentes.
Los años ochenta fueron muy fructíferos en la tarea y en la producción psicoanalítica en Valencia. Invitamos diferentes analistas internacionales a trabajar con nosotros, produciéndose una verdadera apertura hacia el exterior.
También personalmente fue para mí un tiempo de enriquecimiento porque, si bien cuando vine a vivir a España yo ya tenía un largo recorrido en mi training como psicoanalista, decidí ampliar mi formación ingresando como analista en formación en el Instituto de la Asociación Psicoanalítica de Madrid. Este hecho hizo que yo viviera entre Madrid y Valencia hasta 1996, año en el que nos trasladamos definitivamente a Madrid.
E.W.― Usted ha publicado un extenso trabajo sobe la adolescencia. ¿Cuál es el aspecto prioritario o de mayor interés en su reflexión e investigación en referencia a esta etapa?
T. Olmos.― En el trabajo psíquico de la adolescencia tienen un lugar fundamental los procesos de simbolización-re-simbolización y de construcción-re-estructuración de las identificaciones. La adolescencia implica un proceso mental que empieza con las consecuencias de la metamorfosis de la pubertad y representa una profunda transformación, que obliga al aparato psíquico a enfrentarse con nuevas representaciones de un cuerpo que cambia y una nueva forma de manifestación de su mundo pulsional. Es un momento a partir del cual se resignificarán las experiencias sexuales infantiles que imponen un trabajo de simbolización, en el que una clave esencial será el poder simbolizarse como extraño, apoyándose en un extrañamiento corporal.
La adolescencia es un proceso de re-significación y cuando se producen fallos o fisuras en los diferentes niveles de la simbolización, aparece la repetición mortífera de algo impensado, situación que impide al yo inventar nuevas estrategias ante los acontecimientos encontrados. Por lo tanto, el adolescente se encuentra impedido para realizar un trabajo psíquico de automodificación frente a las “ideas nuevas” que hacen impacto sobre su mente.
También pienso que la investigación y el trabajo clínico con ellos ha profundizado el estudio del narcisismo, y hoy podemos dar cuenta del pasaje que se produce desde la indiferenciación narcisista a la aceptación de la alteridad y del devenir.
Asimismo, la función del otro es condición necesaria para que los procesos psíquicos puedan estructurarse. El trabajo clínico con adolescentes muestra la importancia fundamental de las funciones parentales. El trabajo de simbolización, esencial en las transformaciones mentales que debe llevar a cabo el adolescente, requiere de lo real del objeto, que habla de la necesidad de la experiencia de la pérdida para la representación de la ausencia.
En la adolescencia se produce una re-significación de la historia significante del sujeto. El trabajo psíquico a realizar implica también la des-idealización del tiempo infantil y la experiencia de una crisis de identidad producto de la re-construcción de identificaciones con los otros idealizados de la infancia y una re-estructuración de los ideales del yo.
Se trata de una mudanza, las viejas identificaciones caen, aunque aquellas identificaciones que estructuraron al yo permanecen como anclaje estructural, condición fundamental para afrontar los procesos de cambio y la re-estructuración de nuevas identificaciones.
Diría, para terminar de contestar esta pregunta, que el proceso analítico que involucra una historia personal, implica una historización simbolizante y pone en marcha un trabajo psíquico de re-interpretación abierto. La simbolización que deviene en el proceso analítico a partir del movimiento que se produce entre analista y analizando y que se concreta en la construcción y/o interpretación, es re-simbolización sobre la base de simbolizaciones anteriores. Por lo tanto, podemos decir que el trabajo de simbolización implica re-transcripciones que son efecto de transformaciones de nuevas experiencias por nuevas formas de re-simbolización. Es un trabajo psíquico que se realiza y se resignifica en la adolescencia.
Transformar las vivencias en experiencias constituye el eje central del trabajo de simbolización (Olmos de Paz, 2013). Esta idea se relaciona con aquello que sostuvo W. Bion en Aprendiendo de la experiencia (1963), que la experiencia en sí misma no genera significación, sino que la significación requiere de una metabolización de lo vivenciado para transformarse en experiencia, en “acumulación de pensamiento”.
Asimismo, el pensamiento desde la perspectiva psicoanalítica implica un carácter representacional; siempre está ligado a algo que es del orden de la simbolización.
E.W.― Su pensamiento clínico con adolescentes está fuertemente influenciado por diferentes autores y en especial por Piera Aulagnier. ¿Cuál es la aportación más significativa de esta autora a su trabajo analítico?
T. Olmos.― Una teoría del yo y del proceso identificatorio. En mi práctica psicoanalítica, en la función de escuchar a mis pacientes, echaba de menos una teoría de la identificación que fuera más allá de la conceptualización de la identificación proyectiva. Fue entonces, a comienzos de los ochenta, cuando me encontré con Piera Aulagnier; me pareció muy original su conceptualización del yo como “constructor que jamás descansa”.
Un eje privilegiado en el pensamiento de P. Aulagnier es el proceso identificatorio. Ella diferencia las identificaciones en identificación primaria, identificación especular y lo que ella llama identificación al proyecto. Si la madre está ubicada en el registro de lo simbólico, si puede constituir una representación imaginaria del cuerpo del hijo, empezará a darse ya una relación con el infans; al tiempo que va a posibilitar el encuentro boca-pecho. Al dar el pecho, el bebé asegura a la madre como dispensadora de dones para él y, por otra parte, la madre le permite al infans que tenga una experiencia erógena, una experiencia de satisfacción, y que empiece a producirse una fusión de identidad. Porque el pecho empieza a ser tan importante para el infans como para la madre. Tanto la boca del bebé instituye a la madre como madre, como el pecho de la madre instituye al infans, como boca, como objeto parcial. Es decir, que este investimiento de la boca como zona erógena a través de la cual un significante de la madre va a pasar a ser un significante del bebé, es lo que está en la base de la identificación primaria.
En la identificación especular empieza a haber cierta diferenciación. El bebé frente al espejo logra una imagen unificada del cuerpo; empieza a poder constituir esta imagen de él, donde ya no es solo objeto parcial, está entero. Pero para que todo esto se pueda realizar mira a la madre para ver si ella lo reconoce, si ése que está ahí es él. Necesita que la madre lo libidinice y que lo afirme para poder realizar ese reconocimiento en el espejo. En este proceso, cuando el bebé se mira en esa imagen y se identifica con esa imagen de unidad, se instaura el yo ideal.
La tercera forma de identificación es la identificación al proyecto. Cuando el niño de alguna manera elabora la situación edípica, empiezan a surgir en él distintos tipos de enunciados identificatorios. Por ejemplo, “cuando sea mayor tendré muchas cosas que quiera, voy a ser papá”. Este tipo de enunciados va sufriendo modificaciones y más tarde dirá: “voy a ser médico, empresario, bombero, etc.”. Cuando el niño empieza a mencionarlas es porque él comienza a incluir la idea de temporalidad, y comienza a investir el tiempo futuro.
Ahora bien, para que pueda hacer esa identificación con un proyecto propio, personal, tiene que haber tenido una madre ―dice P. Aulagnier― que haya podido investir el futuro de su hijo.
Sintetizando, diría que, en un primer tiempo, el yo forma parte de los investimientos y de los enunciados que lo nombran; el segundo tiempo, corresponde a la interiorización y apropiación por el yo de la posición identificatoria, que resulta del trabajo de transformación, de duelo y de simbolización. Y adquiere una posición intrapsíquica más definitiva con la instalación de las instancias ideales a través de las identificaciones edípicas y postedípicas. Y si bien el yo es producto de los investimientos y enunciados identificantes que vienen del objeto, no es solo una instancia pasiva que incorpora sin mediación lo que el discurso parental le ofrece. Es también una instancia dinámica e identificante, que transforma experiencias fragmentarias en una construcción histórica que aporta al sujeto la sensación de una continuidad temporal. La simbolización historizante es la elaboración psíquica que el yo realiza a consecuencia del trabajo representativo.
Estas ideas, que trasmito de manera muy sintética, hicieron impacto sobre mi mente, y después de un trabajo de elaboración pude escuchar a mis pacientes de una manera más enriquecida. Al mismo tiempo, podía descubrir y profundizar en identificaciones que alienaban al sujeto.
E.W.― Junto con Carlos Paz ha ganado el premio del Libro Anual de Psicoanálisis. ¿Nos podría exponer la tesis principal de este trabajo?
T. Olmos.― El principal objetivo de nuestra investigación fue descubrir los posibles rasgos característicos de las estructuras fronterizas en la adolescencia. Integramos la experiencia de Carlos Paz en el psicoanálisis de estos pacientes y mi experiencia como analista de adolescentes.
El punto de partida, y al mismo tiempo eje central de nuestra tarea, lo constituyó la circunstancia de disponer de un conjunto de rasgos que ya habíamos hallado como específicos de dichas estructuras en la clínica psicoanalítica de adultos.
Reflexionar acerca de los adolescentes borderline nos llevó a la conclusión de que era imprescindible un profundo conocimiento del proceso adolescente que nos permitiera caracterizar, después, una patología en la que se superponen niveles de estructuración, de simbolización y de funcionamientos psíquicos tan diferentes.
La revisión crítica de las principales contribuciones a este tema reafirmó nuestra postura. La presentación de dos procesos analíticos de dos adolescentes borderline permitió ilustrar nuestras experiencias abordando, al mismo tiempo, algunos puntos controvertidos como la analizabilidad o su evolución en los procesos con la técnica psicoanalítica.
E.W.― Su foco de reflexión es la crisis identificatoria en la adolescencia y sus caminos fallidos. ¿Por qué es tan importante y decisiva esta crisis?
T. Olmos.― De alguna manera ya he respondido a esta pregunta al hablar del proceso adolescente. Al ser la adolescencia un proceso de resignificación de la historia significante del sujeto, tiempo en que se de-construyen identificaciones que alienan al sujeto y se re-estructuran nuevas identificaciones, que implican un proceso de transformación, de duelo y de elaboración psíquica, la identidad del adolescente está en juego por su turbulencia emocional. Podríamos también decir que la adolescencia implica un “cambio catastrófico” y a partir de las “ideas nuevas que hacen impacto sobre su mente”, es necesario que se produzca un trabajo de transformación y elaboración, en vez de una catástrofe psíquica, como algunas veces sucede en la adolescencia.
Pienso que, para que la crisis de identidad en la adolescencia pueda ser elaborada, es necesaria la existencia de un sólido anclaje identificatorio para así poder afrontar los procesos de cambio. A mayor posibilidad de resignificación, en lugar de la repetición, de ligazón y de transformación, mayor posibilidad de dominio de la angustia y del sufrimiento.
E.W.― Desde 2012 se ha creado el Congreso de Lengua Castellana que se realiza cada dos años en España, ya sea Madrid o Sevilla. ¿Cómo ha surgido esta iniciativa? ¿Cuál es el objetivo de este encuentro bianual, que en enero de 2020 celebra su quinta edición?
T. Olmos.― Siempre asistí, desde que vivo en España, a los Congresos de analistas de Lengua Inglesa y a los de Lengua Francesa que organizaban la Sociedad Británica o la Sociedad Psicoanalítica de Paris. Muchas veces me encontré pensando en la posibilidad de compartir y de avanzar a través de la Lengua común, en un diálogo profundo sobre el pensamiento analítico, y así poder fundar un espacio para hablar en castellano sobre psicoanálisis en este continente europeo.
El primer Encuentro de Psicoanalistas de Lengua Castellana se realizó en Madrid en febrero de 2012 en la Casa de América y elegimos como tema del Encuentro Vigencia y actualidad del método psicoanalítico.
Durante sus años adolescentes, Sigmund Freud con su amigo Silberstein, reproducían el mundo cervantino de su Coloquio de los perros, haciéndose llamar mutuamente Cipión y Berganza, como los personajes del cuento, y fundaron una insólita “Academia Castellana” de la cual eran ellos sus exclusivos miembros. Era claro que el juego de la Academia Castellana suponía un ensayo adolescente y genial del modelo psicoanalítico donde el perro Berganza le cuenta al perro Cipión sus penalidades y desventuras que éste trata de contener y comprender.
Para ese primer Encuentro de Psicoanalistas de Lengua Castellana elegimos abrir un diálogo sobre el método, paradigma del diálogo psicoanalítico. Su raíz intrínseca se fundamenta en el diálogo y relación entre el analista y el analizando. Múltiples coordenadas pasan por ahí: el encuadre, la transferencia, la contratransferencia, la interpretación, la construcción, la simbolización, etc. El analista como guardián del encuadre y piloto del método.
En este mes de enero se va a realizar en Madrid el V Encuentro de Psicoanalistas de Lengua Castellana, cuyo tema será: La práctica psicoanalítica en la actualidad. Esperamos que este Encuentro nos permita compartir y actualizar nuestro pensamiento clínico heterogéneo y dinámico para que trascienda cualquier tipo de reducción simplificadora. Es un Encuentro inspirado en un idioma común tan rico y diverso como lo es el castellano.
E.W.― Tal como le recordaba al inicio de esta entrevista, en diciembre de 2019 acaba su función de presidencia en la Asociación Psicoanalítica de Madrid. Ha desarrollado diferentes funciones dentro de la Asociación en distintos periodos, circunstancia que le habrá permitido tener un conocimiento profundo del funcionamiento de la sociedad propia y de las europeas. Nos gustaría saber cuál es su reflexión de esa trayectoria, los cambios, los logros y las dificultades que ha vivido.
T. Olmos.― Sin lugar a dudas todas las Sociedades Psicoanalíticas tienen sus luces y sus sombras. Por suerte más luces que sombras, lo que favorece que el psicoanálisis vaya hacia adelante.
Hay una cuestión importante que deseo comentar porque me parece que tiene que ver con el futuro del psicoanálisis y de los psicoanalistas. En el mes de julio pasado, en una reunión de presidentes de todas la Sociedades de la Asociación Psicoanalítica Internacional realizada en Londres, se trató un tema de fundamental importancia: cómo acercar a los analistas en formación a las Sociedades Psicoanalíticas.
Hoy en día, los candidatos no asisten a las reuniones científicas de las Sociedades. Este es un problema internacional y para favorecer su asistencia algunas Sociedades, por ejemplo, de Brasil, otorgan créditos por la asistencia. Otras Sociedades les dan algunas responsabilidades para hacerlos sentir que participan de la Sociedad, etc.
Nosotros, en la Asociación Psicoanalítica de Madrid, hemos creado un link entre los analistas en formación y la Junta Directiva que actúa como un canal de comunicación.
También en este momento se está organizando la formación de un grupo de trabajo de miembros y analistas en formación sobre: Pensar el presente y el futuro del psicoanálisis. Este grupo estará coordinado por un miembro de la Asociación que irá rotando con otros miembros cada tres meses. También otro grupo con el mismo formato sobre: El psicoanalista en las instituciones. Por otra parte, se está trabajando en la elaboración de un estatuto sobre derechos y deberes del analista en formación.
Desde la Junta Directiva percibimos un buen clima de trabajo. Hay un grupo de analistas en formación entusiasmado con los que hay que seguir adelante trabajando.
También el clima actual de nuestra Asociación, a diferencia de un tiempo pasado, es de amabilidad, de reflexión, de intercambio, circunstancia que favorece el desarrollo del pensamiento psicoanalítico.
E.W.― ¿Cuál es su perspectiva del desarrollo y porvenir del psicoanálisis en España en este siglo XXI?
T. Olmos.― Es una pregunta muy compleja, por tanto, no tengo una respuesta definitiva. Por una parte, pienso que es necesario que el psicoanálisis esté cada vez más incluido en el mundo de la cultura. En este sentido, como presidenta de la Asociación Psicoanalítica de Madrid, he posibilitado la vuelta del psicoanálisis a la Residencia de Estudiantes (Cesic-Instituto de Libre Enseñanza). Digo la vuelta, porque en los años treinta, desde la Residencia, invitaron a Sigmund Freud a venir a España y por motivos de salud le impidieron venir, pero sí vino a la Residencia Sandor Ferenczi. Estos hechos muestran el ambiente de entonces en relación al psicoanálisis. Lamentablemente después llegó la Guerra Civil española y este ambiente se truncó.
En el año 2018 hemos vuelto a la Residencia y realizamos dos diálogos por año en un ciclo denominado Diálogos entre la cultura y el psicoanálisis, organizado por la Asociación Psicoanalítica de Madrid y la Residencia de Estudiantes.
También es importante la trasmisión del psicoanálisis en diversos contextos, a través de diálogos, cursos, asistencia y, sobre todo y cuando es posible, en la Universidad.
Decía antes que se trata de una pregunta compleja y pienso que son muchas las puertas de entrada a esta problemática. Voy a intentar, también, acercarme y delimitar algunas cuestiones a las que deseo referirme.
Los enunciados teóricos que contienen una serie de hipótesis, como las formas ideológicas con las que fueron construidas, se construyeron sobre la base de la práctica analítica con sujetos singulares dentro de una cultura determinada. Por ello, pienso que cualquier acto o pensamiento que pretenda captar el movimiento del psicoanálisis en un momento dado, debería tener en cuenta la cultura singular que lo atraviesa, al tiempo que también le impone nuevas cuestiones a pensar.
Hoy vivimos tiempos complejos y tengo en cuenta, en este momento presente el impacto de los cambios culturales sobre el psicoanálisis actual. Los cambios en la noción de tiempo, la velocidad, la globalización, el ascenso del neoliberalismo que produjo fuertes cambios en la economía, la incertidumbre, etc. Estos rasgos predominantes han creado un tipo de subjetividad social que se destaca por una serie de características: la necesidad perentoria de inmediatez, la búsqueda permanente de éxito, la presión a competir y estar siempre en el lugar de los ganadores, el alejamiento del sentimiento de dolor y la sustitución del placer y del dolor por las categorías de éxito o de fracaso. También, por lo tanto, el cambio en los emblemas, en los ideales y, en el área de la sexualidad, diferentes formas de goce. También los cambios en la organización de las familias.
Por tanto, pienso que el debate acerca del presente y del futuro del psicoanálisis no puede reducirse a la exploración de las condiciones de su ejercicio porque lo que está en juego no es solo la supervivencia de un modo de práctica, sino la racionalidad de los enunciados mismos que la sostienen.
Por todo ello pienso que deviene una tarea muy necesaria, que algunos de nosotros venimos realizando en nuestra práctica y también en la trasmisión del psicoanálisis. Ésta es diferenciar, por un lado, aquellos enunciados de permanencia que trascienden las transformaciones de la subjetividad derivadas de las modificaciones históricas y políticas, de aquellos aspectos permanentes del funcionamiento psíquico que no solo se sostienen, sino que cobran mayor vigencia debido a que devienen el único horizonte explicativo posible para estos nuevos modos de emergencia de la subjetividad. Como decía S. Bleichmar, diferenciar entre la constitución del psiquismo y la producción de subjetividad.
Asimismo, la problemática de la práctica analítica tiene que ver fundamentalmente con la posibilidad de simbolización de aquello no simbolizado y diferenciable de aquello “insimbolizable” por definición.
Tener presente estos matices es un camino para disminuir el peligro de superficializar nuestra mirada y creer que todas las dificultades que presenta un o una paciente son solamente marca de la época actual. O, por el contrario, el peligro opuesto, que reside en quitarle importancia a los efectos de los contextos sociales y culturales, creyendo que éstos no dejan ninguna marca ni producen transformaciones en la función y formas de simbolización ni en la producción de nuevos malestares.
Por tanto, los psicoanalistas tenemos por delante una tarea muy estimulante y apasionante.
Y antes de finalizar, deseo agradecerles la oportunidad que me han brindado con esta entrevista de poder expresar algunos pensamientos.