El formato pareja y el amor romántico como formas de control político
“La idea de trabajar con la pareja como unidad de tratamiento es relativamente nueva: es posible que solo tenga 40 años”, escribía Virginia Satir en un volumen misceláneo (Andolfi 1999); y explicaba que la relación formada por dos individuos dentro de la pareja es cosa diferente que la simple suma de dos individualidades que conservarían sus rasgos personales dentro de la estructura de la que forman parte. En efecto, las terapias familiares se basan en la idea de que el sujeto que hay que analizar y tratar es la relación, que puede ser sana o estar enferma. La rica documentación que el volumen aporta es una importante contribución a esta problemática. Aquí quiero destacar la idea esencialista de la pareja, considerada como una manera natural o culturalmente necesaria de socializar, independientemente de las patologías que pueden alterar su funcionamiento correcto. Supongo que en el ámbito clínico sigue vigente este planteamiento; pero la investigación sociológica, sobre todo la que se inspira de manera directa o indirecta en el feminismo, ha dado un vuelco a esta perspectiva al entender “la pareja” como la enfermedad de la que hay que curar al individuo, que no como el organismo del que hay que curar las patologías.
En mis investigaciones sobre la afectividad juvenil[1] he podido comprobar que, entre los jóvenes, está muy difundida la idea de que el malestar afectivo de nuestra época tiene su origen en el “formato pareja” como estructura heredada e impuesta de las relaciones entre mujeres y hombres. En efecto, con matices muy distintos, todas las investigaciones sobre el amor apuntan también hacia la denuncia del formato pareja y el amor romántico, en tanto que lugares originarios de la crisis moral y de valores de nuestra época.
En esta misma dirección apunta también el documental Singled out (Guiu y Ralea, 2017), que muestra las peripecias de cinco mujeres de diferentes lugares del mundo en su búsqueda de relaciones afectivas satisfactorias, ya sea en régimen de pareja, ya sea en situación de soledad. Con independencia de las situaciones y los resultados, muy diferentes tanto por la personalidad de las protagonistas, todas de nivel económico y cultural medio-alto, como por los ámbitos sociales y políticos en los que cada una vive y actúa, el film plantea como cuestión común a todas el agotamiento del formato tradicional de las relaciones sentimentales entre hombre y mujer, es decir, la pareja como estructura nuclear de la afectividad. Por distintos motivos, subjetivos en unos casos y objetivos en otros, ninguna de las mujeres presentadas por las cineastas consigue establecer, a lo largo del seguimiento, que duró algunos años, una relación de pareja con un hombre.
El film fue visionado el 6 de marzo de 2020 en un acto organizado por el grupo de trabajo “Psicoanálisis y sociedad“, en el Colegio de Psicología de Catalunya, en una sesión con amplia participación de público (mayoritariamente femenino) y que dio lugar a una animada discusión (moderada por Paloma Azpilicueta, Neri Daurella y yo mismo) en la que se plantearon algunos temas y problemas de las relaciones afectivas mujer-hombre, que yo ahora, libremente resumo[2].
Una primera y clamorosa evidencia que resulta de la película es la fuerte diferencia entre las políticas matrimoniales en los lugares del mundo que las cineastas han explorado. Los estados en que las protagonistas del documental viven sus vidas pueden fácilmente ser catalogados según dos tipologías: intervencionistas, China y Turquía, y no intervencionistas, Australia y España. En el primer modelo el estado interviene con su propaganda institucional exigiendo a las mujeres la vida en pareja, o sea la formación de una familia; en el segundo no hay tal propaganda, al menos en el nivel explícito de los mensajes institucionales. Todo ello supone, en un caso, una fuerte presión sobre las mujeres para que formen una familia; en el otro, una aparente libertad de las mujeres para escoger cada una su propio régimen afectivo. Llamativo es que allí donde existe una intervención institucional, la familia originaria de cada mujer es portavoz y altavoz del estado, presionándola e incluso intimidándola; en cambio, allí donde esta presión no existe, tampoco aparece un espacio familiar que haga de trasfondo en la vida afectiva de la mujer y que desde allí la condicione. Desde una perspectiva de sociología política, este es, tal vez, el rasgo más revelador de la diferencia que existe entre las formas de estado que se dan en el mundo: en algunas, la familia es el principal aparato de control ideológico de la sociedad; en otras su rol ideológico es inexistente. Muy significativo es también que la religión solo en un caso, el de Turquía, constituya el soporte “confesional” del modelo familiar; en el otro, China, las formas tradicionales de relación afectiva (la familia) se imponen al margen de todo credo religioso. Dado el desarrollo capitalista que se ha dado en China, la naturaleza mercantil del matrimonio no se disimula, y es el mismo estado el que organiza eventos públicos, que se parecen a subastas, para que hombres y mujeres se junten. Por otro lado, la comparación entre estados distintos y lejanos, en relación con el régimen afectivo que cada uno promueve (a partir de un diagrama evolutivo común a todos, por el cual se puede medir su nivel de desarrollo) es posible e incluso necesaria, puesto que la economía, globalizándose, establece las mismas reglas, propias del capitalismo neoliberal, por doquier. En lo que concierne a la demanda subjetiva de realización personal, tanto en el campo laboral como en el profesional, las mujeres viven problemáticas similares y con las mismas consecuencias en la vida afectiva, tal y como muestra el film en su análisis de las peripecias sentimentales de sus protagonistas.
Considerando que se trata, en todos los casos, de mujeres con elevado nivel de independencia económica, el malestar que todas experimentan tiene causas opuestas. En China y Turquía, donde hay una fuerte presión para que las mujeres tengan familia, la dificultad consiste, para cada una, en ser aceptada viviendo en situación de soledad (como single); en Australia y España, donde no hay ninguna presión en este sentido, la dificultad consiste en encontrar una pareja (masculina) que responda a los requisitos exigibles por parte de una mujer perfectamente emancipada. Podríamos definir como políticamente “pre modernas” las sociedades del primer tipo, y “modernas” las del segundo tipo, teniendo en cuenta que el desarrollo de la economía en el mundo llevará antes o después a ajustar las exigencias del estado a los roles que las mujeres deben desempeñar dentro de la producción. Una mujer emprendedora difícilmente se adaptará a los roles tradicionales de ama de casa, que la ideología de estados políticamente pre moderna, siguen exigiendo de ellas. No sorprende, por lo tanto, el rechazo de las mujeres chinas y turcas a asumir un formato “familiar” incompatible con su vida profesional. Sorprendente es, en cambio, la idealización del formato “pareja” que lleva a mujeres de Australia y España a buscar un compañero de vida, a pesar de haber madurado una radical autonomía, tanto en al plano sexual (la australiana), como en el de la maternidad (la española), aspectos de su personalidad que ambas mujeres viven con total independencia de la pareja. Es justamente en estos casos, en los que la mujer persigue su bienestar a través del sexo y la maternidad sin contar con una pareja, cuando el formato pareja revela su naturaleza simbólica e imaginaria, independiente de los roles sociales tradicionales, que ya no son esenciales en la organización social. Sin embargo, el carácter únicamente simbólico que la pareja conserva en los estados modernos no impide que su formato familiar responda a precisas necesidades de la economía, en su actual configuración de capitalismo neoliberal[3].
El documental muestra cómo el problema del control de la vida afectiva, especialmente de las mujeres, se desplaza de la propaganda institucional en los estados “pre modernos”, al aparato mediático-cultural en los estados “modernos”. En efecto el formato pareja, ausente de la normativa legal moderna en tanto que estructura protegida y privilegiada de relaciones humanas, sigue siendo más que nunca activo en el imaginario social a través de la literatura, el cine, la televisión y la publicidad, en cuyo universo ficcional el amor romántico es la trama novelesca dominante. Ausente de la propaganda institucional, el formato “pareja” (hombre-mujer) es hegemónico en la ficción, que bombardea el imaginario colectivo proponiendo la pareja exclusiva como fundamento de la felicidad individual y sobre todo femenina. Esto explica que mujeres muy emancipadas, tanto económica como culturalmente, vivan como un fracaso, y no como un éxito, su condición de soledad. La búsqueda de la media naranja sigue siendo un objetivo vital, y eso a pesar de la dificultad de encontrarla, y de los inconvenientes que en muchas ocasiones presenta la convivencia con un hombre. La paradoja, en el caso de las mujeres de estados “modernos”, consiste en que la pareja formada por un hombre y una mujer, fuertemente dependientes el uno de la otra, sigue actuando como un potente ideal de relación afectiva y como una estructura sentimental de convivencia que impide, o limita, la realización personal que el sistema económico exige, tanto en lo laboral como en lo ideológico (a través del feminismo, cuyos elementales postulados se han convertido en imperativos categóricos de cualquier mujer mínimamente emancipada). La economía neocapitalista por un lado pretende niveles muy elevados de autonomía personal, no solo en los hombres sino también en las mujeres; por el otro “vende” el amor romántico, o sea la dependencia afectiva de un partner exclusivo, como condición de bienestar y felicidad. La etiqueta de “amor romántico” con la que se define esta estructura dual de mutua dependencia afectiva, aunque muy imprecisa desde un punto de vista historiográfico[4], expresa sin embargo perfectamente la naturaleza literaria, o sea radicalmente ficcional, de los contenidos emocionales y sentimentales que alimentan subjetivamente dicha estructura, que, lejos de expresar instintos “naturales” o “biológicos”, responde a una precisa configuración de la economía y de las relaciones de poder que la sustentan, tanto en el aspecto productivo como financiero.
La pareja como unidad de consumo en la economía neoliberal
La sociología ha investigado ampliamente las motivaciones económicas de esta necesidad del capitalismo de que los humanos vivamos en pareja; la fórmula “capitalismo afectivo”, expresa bien el dominio y manipulación que cierto tipo de producción ejerce sobre los sentimientos[5]. Se podría incluso afinar el análisis de esta influencia de la economía en los afectos observando el capitalismo financiero. En las últimas décadas éste ha desempeñado la función de locomotora en la producción mundial de riqueza y se ha inflado de manera gigantesca gracias al mercado de las hipotecas (la crisis de 2008 estalló por el descontrol de este mercado). Ahora bien, las hipotecas, antes de ser el compromiso de unos consumidores con un banco, son el compromiso afectivo de una pareja de enamorados, que sellan su pacto de recíproca y absoluta dependencia entregando a un banco sus ahorros, y sobre todo, su futuro. El banco ejerce, frente a la pareja de enamorados, la misma función que ejercía antaño el cura en los países católicos, sellando, con la bendición del notario, un sacramento de fidelidad y dedicación. Es suficiente observar la propaganda con que los bancos venden sus productos, casi siempre protagonizada por una pareja con hijos pequeños, garantía de estabilidad y futuro, para darse cuenta de la naturaleza económico-financiera del amor romántico y de las hipocresías que están detrás de los mensajes que, desde las páginas impresas y las pantallas, lo presentan como ideal de vida y condición de felicidad. Si pensamos en la pareja como una unidad de consumo, podríamos distinguir, dentro del capitalismo neoliberal, una fuerte presión hacia la autonomía individual en lo que concierne a la producción de bienes y servicios, ya que a cada trabajador se le exige un alto nivel de rendimiento profesional, y una presión igualmente fuerte hacia la vida de pareja, en lo que concierne al consumo, que gira alrededor de la casa y el grupo familiar. Esta disociación subjetiva entre producción y consumo es especialmente desgarradora, en el plano mental, para las mujeres, que deben rendir profesionalmente lo mismo que un hombre, pero al mismo tiempo deben dimensionar y programar los consumos en función de la familia, renunciando, mucho más de lo que se exige a un hombre, a las gratificaciones individuales que premiarían su esfuerzo y su trabajo. La diferencia entre el consumidor y la consumidora queda patente en la propaganda de los principales bienes sobre los que interviene la actividad crediticia de los bancos: los coches, cuya publicidad se dirige a un consumidor masculino[6] y la vivienda, cuya publicidad se dirige a una pareja en la que es normalmente la mujer quién toma las decisiones: o sea, en realidad, se dirige a una mujer casada.
A la hora de analizar el efecto manipulador que el aparato ideológico del capitalismo ejerce sobre la vida sentimental de las personas, es necesario partir de la diferente reacción de hombres y mujeres frente a la influencia mediático-económica, sobre todo después de la liberalización de la sexualidad que se produce en Occidente después de la segunda guerra mundial. Una vez proclamado el derecho de todo el mundo, hombres y mujeres, a la felicidad sexual, con el consiguiente derrumbamiento de los tabúes ético-religiosos, se verifica una importante polarización en la actitud de los dos géneros, que (Illouz,2012) ha definido como tendencia a la acumulación cuantitativa en los hombres, por el prestigio social que se asocia al éxito sexual y, tendencia a la exclusividad en las mujeres, cuya exploración sexual se orienta hacia el encuentro de la pareja exclusiva. Esta polaridad genera otra que se mueve entre la exigencia de autonomía, propia de los hombres, y la exigencia de reconocimiento, propia de las mujeres. La autonomía es amenazada por el compromiso de exclusividad; el reconocimiento, en cambio, es amenazado por la acumulación de relaciones. Mientras el desarrollo económico exige autonomía, y por lo tanto premia actitudes masculinas de independencia afectiva, el sistema mediático-ideológico gira simbólicamente alrededor del reconocimiento (el compromiso de pareja). Esta diferencia explica que el mito del amor romántico tenga a las mujeres como destinatarias, o víctimas, privilegiadas, ya que en ellas el antiguo formato pareja sobrevive como exigencia afectiva a pesar de su emancipación de la dependencia masculina tanto en el terreno de la sexualidad como en el de la maternidad. Para Eva Illouz, el ideal de autonomía del sujeto moderno es una imposición masculina a la que las mujeres han tenido que adaptarse:
“El dominio masculino toma la forma de un ideal de autonomía al que las mujeres se han suscrito por medio de la lucha por la libertad en la esfera pública. Sin embargo, cuando se traslada a la esfera privada, la autonomía reprime la necesidad femenina de reconocimiento, pues una de las principales características de la violencia simbólica consiste en que sea imposible oponerse a una definición de la realidad que resulta perjudicial para uno. No pretendo afirmar aquí que las mujeres no deseen autonomía…”[7]
La inclinación mimética de las mujeres
A las mujeres van dirigidos, por lo tanto, los mensajes de orientación ideológica elaborados por la literatura, el cine y la propaganda televisiva y publicitaria, siendo ellas los sujetos más inclinados a interiorizar los estereotipos sentimentales dominantes que apuntan hacia la sacralización agápica de la pareja exclusiva, nido de amor y cuna de felicidad. Y de estos estereotipos, el primero y más activo psicológicamente es el de la belleza, entendida come adecuación del cuerpo a los esquemas normativos que garantizan deseabilidad y éxito, no solo en la relación con los hombres, potenciales consumidores del cuerpo entendido como objeto sexual y potenciales interlocutores de la demanda amorosa exclusiva, sino también frente a las demás mujeres, competidoras y rivales en el mercado de la sexualidad románticamente aderezada. La presencia y la influencia de este mercado en la vida sentimental de las personas han sido potenciadas enormemente por las redes sociales, que han convertido a cada usuaria/o en una mercancía cuyo valor es exactamente calculable en función de su deseabilidad. Reveladora de los efectos mentalmente colonizadores de la generalizada mercantilización de la afectividad es la crónica de Judith Duportail de los encuentros con hombres, realizados a través de Tinder; muy impactante es su confesión del significado que tuvo para ella la posibilidad de vestir una prenda que garantizaba la adecuación de su cuerpo a los modelos estéticos dominantes:
“Ese día lloro de felicidad porque la talla de mi culo se corresponde, por fin, con la talla oficial del culo bonito. Fui una niña regordeta y me siento como si me vengara de todos los brutos del patio del recreo. No me doy cuenta de que no me estoy vengando, sino que más bien me uno a su cohorte. Yo también me insulto, insulto a la mujer que era hace solo unas semanas, la que usaba una talla 40, y la que volveré a ser muy pronto, evidentemente. Al mismo tiempo, también insulto a todas las mujeres que no usan la talla 36, porque me siento superior a ellas. Sí, sí, tengo que ser sincera, me regodeo. Lloro de alegría cuando tiro la toalla: acabo de ratificar el hecho de que gastar dinero, tiempo y energía para doblegarme a las normas que me imponen es decisión mía. Me hace tan feliz adaptar mi cuerpo para que sea un objeto que ni se me ocurre que son los objetos los que se tienen que adaptar a mí”[8].
Obsérvese que la talla del culo tiene un valor simbólico de doble cara: la cara que mira hacia los hombres garantiza la deseabilidad del sujeto femenino que con él se identifica; la cara que mira hacia las mujeres garantiza el éxito frente a las competidoras en el mercado sexual-matrimonial.
El carácter heterónomo del ideal normativo de la belleza femenina, y su doble vertiente, están perfectamente analizados por Mercedes de Francisco (2012):
“La mayoría de las mujeres de una u otra manera están preocupadas por generar interés en los hombres, por despertar su deseo para facilitar el encuentro con ellos. Pero este interés no se agota en sí mismo, ya que lo que la mujer anhela en última instancia es ser amada. Es decir, que las mujeres se adornan, se acicalan, se embellecen no porque sea su naturaleza, no porque esta sea su manera de ser, sino porque saben que es la forma en que despertarán el deseo masculino, y que esto puede dar lugar al encuentro amoroso.”
Los publicistas saben bien que la mujer lanza su pregunta ¿cómo ser deseada por un hombre? a las “otras mujeres”, y por ello en la mayoría de los spots publicitarios se muestran mujeres sugerentes para ellos. Es en este bombardeo que la mujer va quedando arrinconada, pues se va olvidando de quién es ella, de lo que a ella le mueve más allá de lo que mueve a las otras. Hay un ejemplo paroxístico de esto, cuando una mujer cercana con otra se mimetiza, y casi sin darse cuenta termina por usar los mismos zapatos, vestidos, perfumes, etc. Se trata de tener, tener lo que ella tiene: “el saber cómo se es una mujer”. Lo que se desprende de estos testimonios es la inclinación mimética de las mujeres, mayor que la de los hombres, lo que explica que a ellas vaya dirigido, sobre todo, el aparato ficcional de la literatura, el cine y la publicidad. La antigua división de roles, por la cual el hombre representa el lado cognitivo del ser humano (el cerebro) y la mujer el lado intuitivo (el corazón), de alguna manera pervive en la especialización femenina de las actividades culturales, sobre todo las que tienen un alto contenido de ficción. Todos los que nos ocupamos de filología sabemos que en una conferencia sobre literatura las tres cuartas partas del público al menos, está formada por mujeres.
Desde planteamientos lacanianos, De Francisco llega a la misma conclusión de Illouz sobre la diferencia estructural entre la posición masculina y la femenina, en relación con el deseo y el amor, una diferencia que tiene su más espectacular manifestación en la dificultad de comunicar recíprocamente los sentimientos. Más concretamente, a la inclinación femenina de conceptualizar-verbalizar los sentimientos (por la desgarradora dicotomía entre las opuestas exigencias de las mujeres), se opone la tendencia opuesta a huir de dicha verbalización, en los hombres, hasta el punto de considerar como una amenaza las tentativas femeninas de “tematizar” los contenidos de la relación. Reveladora, en este sentido, es en Illouz (2012), la conversación con una entrevistada:
Amanda: Me quedé dos años con Ron y, en esos dos años, nunca le dije “te amo”. Y él nunca me dijo “te amo”.
Entrevistadora: ¿Por qué?
Amanda: Yo no quería decirlo primero.
Entrevistadora: ¿Por qué?
Amanda: Porque si lo dices y la otra persona no siente lo mismo, pasas a ser el más débil en la relación, y el otro se puede resentir, se puede aprovechar de ti, o puede poner distancia.
Entrevistadora: ¿Usted cree que él pensaba lo mismo? ¿Que no quería decirlo primero?
Amanda: No sé. Puede ser. Aunque, no sé, creo que los varones, por algún motivo, tienen más libertad para decirlo. Tengo la sensación de que todos sabemos que el hombre lo puede decir primero, pero la mujer no tiene esa libertad. Ninguna mujer se alejaría de un hombre si le dice que la ama, mientras que el hombre se espanta y piensa que la mujer ya quiere el anillo y el vestido blanco.
En este caso, es evidente que la mujer ha interiorizado el miedo de los hombres a verbalizar sus sentimientos, y por este motivo calla los suyos. Queda patente, por lo tanto, que uno de los obstáculos mayores a la hora de intentar reducir la “incomprensión” entre mujeres y hombres, y la violencia que tal incomprensión a menudo genera, es la asimetría en relación con el lenguaje y la verbalización de la afectividad. La diferente disponibilidad de unas y otros a la verbalización incrementa, en lugar de reducir, la distancia que, ya sea en el plano biológico, ya sea en el plano ideológico, existe entre unas y otros.
Otros modelos de amor
En contra de estos planteamientos dicotómicos, sobre las relaciones de género, hay que señalar planteamientos que apuntan en la dirección contraria, hacia la neutralización de la diferencia y la distancia estructural entre lo “masculino” y lo “femenino”. Es el caso de Alain Badiou que reivindica la función positiva del amor en las relaciones hombre-mujer, pero no en la perspectiva fusional e irracionalista del amor romántico, de una recíproca dependencia más o menos asimétrica, ni como repetición de rituales estúpidamente consumistas, sino como epopeya existencial, una “reinvención de la vida”, poética en la medida en que el lenguaje es entendido como medio de acercamiento entre dos lejanías, como apuesta o desafío a la sustancial incognoscibilidad del otro. Desde su perspectiva, el contacto sexual de los cuerpos no agota o termina la relación de intimidad, sino que representa el control y la verificación en el plano físico de una comunicación que es primariamente verbal, ya que solo a través del lenguaje es posible establecer una relación de intimidad con el otro (2011):
“El amor, sobre todo en su sentido de duración, tiene todos los rasgos positivos de la amistad, pero solo él está relacionado con la totalidad del ser del otro; y el abandono del cuerpo constituye, en definitiva, el símbolo material de dicha totalidad. Podría decirse: -no, es el deseo y solo él el que aquí actúa-. Por el contrario, pienso que, en el caso del amor declarado, es esta declaración incluso aun manteniéndose en estado latente la que genera el deseo, que no nace sin más. El amor quiere que su prueba arrope el deseo. La ceremonia de los cuerpos viene a ser, entonces, la verificación material de la palabra y, a través de ella, se transmite la idea de que la promesa de una reinvención de la vida se va a mantener, en primer lugar, en el nivel corporal. Pero los amantes saben, incluso en el delirio más violento, que el amor está ahí, como un ángel guardián de los cuerpos, al despertar por la mañana, cuando la paz desciende sobre la prueba de que los cuerpos han entendido la declaración de amor”.
Marta Segarra (2014) también apunta hacia una posibilidad de comunicación entre hombres y mujeres, pero no en el plano del lenguaje ni de las relaciones sentimentales y conscientes, sino en un nivel de imaginario más profundo, relativo a todo tipo de figuración mental del cuerpo, de cuyos “agujeros” la estudiosa considera el simbolismo a lo largo de la historia de la cultura. Su propuesta es la de una transcorporalidad subyacente a toda relación de deseo, y que “escapa a cualquier categorización binaria del género, el sexo y la sexualidad”. Para ella, el agujero es la abstracta forma simbólica del ser humano entendido como corporeidad: siendo, en última instancia, los signos de su mortalidad, los agujeros realizan una vertiginosa reduccio ad unum de todas las diferencias de género y sexo, que resultan superficiales o engañosas si se las compara con el “ser para la muerte” de todo individuo, lo que tal vez explica, más allá de la biología y la psicología, la misteriosa y poderosa atracción entre los individuos que la sexualidad desencadena.
Desde una perspectiva teórica y metodológica muy diferente, Brigitte Vasallo (2019) propende por una radical ruptura de la tradición cultural que tiene su núcleo en el postulado del amor romántico y de su corolario social, que es la pareja hombre-mujer. Su línea teórica denuncia no sólo el carácter perverso del “pensamiento monógamo”, sino su generación de ideologías tan peligrosamente reaccionarias como el nacionalismo:
“La nación es un bien superior, algo que configura tu identidad de manera transversal, igual que lo es la pareja, y tan disidente y sospechosa es una persona desafectada por el sentimiento nacional como una persona desinteresada en tener pareja. El amor romántico a la nación es el patriotismo, un tipo de enfermedad colectiva peligrosa, necesaria para morir y matar en guerras ofensivas aunque se vendan como defensivas”.
En esta reflexión de Vasallo el formato pareja de las relaciones mujeres-hombres no sólo es patológico en sí mismo, sino que se irradia ideológicamente impregnando de sí también el pensamiento político. La propuesta es muy sugerente, sobre todo si se piensa en fenómenos de masas como el nacionalsocialismo (Hitler no quiso tener públicamente una compañera porque su esposa era la nación alemana, y en efecto, se casó con Eva Braun solo en la inminencia del suicidio de ambos). Por otro lado, la transitabilidad de las esferas afectiva y política, especialmente en lo que concierne al control de las masas, está perfectamente analizada por Freud en el ensayo Psicología de las masas y análisis del yo: aquí los mecanismos de formación de una masa a través del amor (de absoluta, exclusiva y romántica dependencia) hacia un líder (o hacia una idea) son descritos a partir de los mecanismos de la hipnosis, por un lado, y del enamoramiento, por el otro.
El tema del amor y la pareja se trató en el festival “Escenes de Filosofía i Teatre. Les nits de La Maleta i La Perla 2019”, celebrado el diecisiete y diecinueve de octubre en el Teatre de la Biblioteca de Catalunya, en Barcelona; cuya síntesis puede leerse en la Maleta de Portbou[9].
Referencias bibliográficas
Andolfi, M. (1999), La crisi della coppia. Una prospettiva sistemico-relazionale, Milano, Raffaello Cortina.
Badiou A. (2011), Elogio del amor, Madrid, La esfera de los libros.
Cirlot, V. (2020), “¿Qué es eso del amor?”, La maleta de Portbou, núm. 39, https://lamaletadeportbou.com/articulos/que-es-eso-del-amor-y-como-aman-las-mujeres/
De Francisco, M.e (2012), Un nuevo amor, Buenos Aires, Grama.
Duportail, J. (2019,) El algoritmo del amor. Un viaje a las entrañas de Tinder, Barcelona, Contra.
Freud, S. (1997), La sexualidad en la etiología de las neurosis, en Sigmund Freud, Obras completas, vol. I, pp. 317-329, Madrid, Biblioteca Nueva.
Freud, S. (1997), Psicología de las masas y análisis del Yo, en Obras completas, vol. VII, pp. 2563-2610, Madrid, Biblioteca Nueva.
Illouz, E. (2019), Capitalismo, consumo y autenticidad. Las emociones como mercancía, Buenos Aires, Katz.
Illouz, E. (2012), Por qué duele el amor. Una explicación sociológica, Buenos Aires, Katz.
Pinto, R. (2000), La metáfora del cuerpo en el discurso de la anorexia, en Escenografías del cuerpo, Madrid, Fundación Laura Borràs.
Pinto, R. (2010), Poetiche del desiderio. Sagi di critica letteraria della modernità, Roma, Aracne.
Satir, V. (1999), Il cambiamento nella coppia, pp. 13-21, Roma, Andolfini.
Segarra, M. (2014), Teoría de los cuerpos agujereados, España, Melusina.
Vasallo, B. (2018), Pensamiento monógamo. Terror poli amoroso, Madrid, La oveja roja.
Resumen
El artículo comenta el film Singled out (Mariona Guiu y Ariadna Ralea, 2017), visionado en un acto organizado por el grupo de trabajo “Psicoanálisis y Sociedad“de Colegio de Psicología de Catalunya. A partir de la literatura sociológica y psicoanalítica sobre el tema de la pareja, se deconstruye el concepto de “amor romántico”, señalando el uso y la explotación que la economía capitalista y neoliberal hace de la vida afectiva de las personas.
Palabras clave: pareja, amor romántico, capitalismo afectivo, autonomía personal, redes sociales.
Abstract
The article comments on the film Singled out (Mariona Guiu and Ariadna Ralea, 2017), viewed at an event organized by the working group “Psicoanalisis y Sociedad “Colegio de Psicología de Catalunya. From the sociological and psychoanalytic literature on the subject of the couple, the concept of ‘romantic love’ is deconstructed, pointing out the use and exploitation that the capitalist and neoliberal economy makes of the affective life of people.
Keywords: couple, romantic love, affective capitalism, personal autonomy, social networks
Raffaele Pinto
Profesor de Filología Italiana. Universitat de Barcelona
rpinto1951@gmail.com
http://malestarafectivo.blogspot.com
[1] http://malestarafectivo.blogspot.com
[2] Agradezco a Paloma Azpilicueta y Eileen Wieland la amable invitación a este acto.
[3] La desvinculación de la maternidad de la relación de pareja con un hombre, es un paso más en la desvinculación del ser humano respecto a la naturaleza, significa ir hacia una humanidad íntegramente dueña y responsable de su existencia (como género y como individuo). Debe ser, por lo tanto, atentamente considerada la genial intuición de Freud que, en el marco teórico del psicoanálisis, en 1899 escribía: “Es indiscutible que las prevenciones malthusianas puedan llegar a ser alguna vez de absoluta necesidad en un matrimonio, y teóricamente constituiría uno de los mayores triunfos de la Humanidad y una de las más importantes liberaciones de la coerción natural, a la que nuestra especie se halla sometida, conseguir elevar el acto de la concepción, que tanta responsabilidad entraña, a la categoría de acto voluntario e intencionado, desligándolo de su amalgama con la precisa satisfacción de una necesidad natural” (Freud, 1997).
[4] El “amor romántico”, entendido como dependencia afectiva exclusiva, de tipo religioso, de una persona del otro sexo, tiene su origen, en la Edad Media, en la poesía de los Trovadores. Desde entonces su modelo imaginario de pareja ha ido difundiéndose, dentro y fuera de la literatura, a toda la sociedad, primero a la europea y occidental y luego, con la globalización económico-cultural, a todo el planeta. Para una reseña razonada de algunos de sus “momentos” literarios más significativos, remito a mi estudio (Pinto, 2010).
[5] “La publicidad y el marketing no explotaron una mina de emociones “reales”: más bien al aplicar un significado emocional a los bienes, lo que hicieron fue contribuir a la construcción del consumidor como entidad emocional, haciendo del consumo un acto emocional y legitimando la identidad del consumidor como un ser movido por las emociones…”, (Illouz, 2019).
[6] Es verdad que en algún que otro caso la publicidad de los coches se dirige a las mujeres, pero solo si se trata de coches utilitarios.
[7] El análisis de Illouz tiende a infravalorar la autonomía definida como “cálculo económico” y a exaltar el reconocimiento entendido como legítimo derecho de la mujer a la búsqueda de la felicidad dentro de la pareja: “la ansiedad [de las mujeres no correspondidas] puede interpretarse como el resultado de una tensión entre la demanda de reconocimiento y la amenaza que representa dicha demanda frente a la autonomía, una tensión entre una mirada económica del yo, que lo pretende ubicar como ganador estratégico de la interacción y una mirada agápica que supone un deseo de entregarse sin que ningún cálculo económico regule el intercambio. Las mujeres que “aman demasiado” son fundamentalmente culpables de malentender el cálculo económico que debería gobernar las relaciones y de no resolver bien el imperativo del reconocimiento y el cariño. Aunque critique, con agudeza de mirada, la penetración del capitalismo en la vida afectiva de hombres y mujeres, la estudiosa aboga por la búsqueda de una nueva autenticidad afectiva en el marco del formato pareja.
[8] La interiorización extrema, de tipo religioso, de las normas estéticas es uno de los elementos psicocaracteriales de la anorexia nerviosa (cfr. Pinto 2000).
[9] Revista de humanidades y economía