para TEMAS DE PSICOANÁLISIS

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Mariela Michelena es psicóloga clínica, psicoanalista miembro titular de la Asociación Psicoanalítica de Madrid (APM-IPA) con función didáctica, ha dirigido el Departamento de Niños y Adolescentes de la APM, además de realizar función docente sobre psicología infantojuvenil.

Usted se define en su blog como una psicoanalista que escribe libros, concretamente «libros de psicoanálisis que cualquier persona puede entender», también allí señala una de sus otras especialidades: amor y desamor. Se ha interesado en este tema a lo largo de la carrera profesional, pero ya en 2007 escribió Mujeres malqueridas, un libro que ha tenido varias reediciones y que, a partir de la respuesta de las lectoras, dio lugar a otros dos: Me cuesta tanto olvidarte y Mujeres que lo dan todo a cambio de nada.

El motivo por el que escribe libros, dice, es para acercar el psicoanálisis a todo el mundo. Es por esto que en este dossier sobre relaciones sentimentales creemos que su mirada es necesaria.

Temas de Psicoanálisis.─ Usted está interesada en la difusión del psicoanálisis y, sobre todo, ha publicado libros de divulgación que procuran aportar comprensión a los problemas afectivos, pero desde la óptica del psicoanálisis. Esto es poco frecuente que suceda, hoy en día los psicoanalistas no solemos dar nuestro punto de vista en foros generales, solo en foros profesionales. Su decisión es interesante y valiente, ¿qué la llevó a ello?

M. Michelena.─ A mí me parece que el psicoanálisis habla de la vida, de las cosas que nos suceden y no llegamos a explicarnos, de lo que nos hace sufrir, gozar, padecer… y, en esa medida, estoy convencida de que son temas que necesariamente nos conciernen y nos interesan a todos; otra cosa es el vocabulario técnico, que nos sirve a los psicoanalistas para relacionarnos entre nosotros y tener un lenguaje común.

Respecto a que parezca “valiente” lo que escribo, no es la primera vez que me tildan de “atrevida” por la misma razón, y no puedo dejar de preguntarme ¿por qué nos parece una audacia hacer accesible un conocimiento? No digo yo que sea fácil, supone un trabajo extra, se trata de un esfuerzo de traducción importante, pero, desde mi punto de vista, es casi una responsabilidad.

En una época en la que proliferan terapias de todo tipo y procedencia, si los psicoanalistas continuamos inaccesibles, subidos a nuestra torre de marfil, hablando solo entre nosotros, de cuestiones interesantísimas, en un lenguaje indescifrable que nadie entiende, estaríamos dejando desatendidos a un gran número de sujetos que podrían beneficiarse de un tratamiento más profundo que les permita conocerse mejor, reconocer sus contradicciones y, eventualmente, cambiar de lugar en la vida.

No son pocos los casos de personas que después de leer alguno de mis libros, y ante el abanico de posibilidades que encuentra en el mercado, elige una terapia psicoanalítica.

TdP.─ ¿Cree que en la postmodernidad ha aumentado o ha variado el malestar en las relaciones sentimentales? Si es que sí, ¿nos podría decir cómo?

M. Michelena.─ Ante cuestiones como ésta, siempre recuerdo una frase de Les Luthiers que, con muy pocas palabras, expresa la inutilidad de demonizar una época o de idealizar otra: “Todo tiempo pasado fue anterior”. En cada momento histórico el individuo se las tiene que ver con las coordenadas culturales que le corresponda atravesar.

Ya en El malestar sexual “cultural” y la nerviosidad moderna, Freud (1908) atribuía el sufrimiento de sus pacientes a la represión sexual que exigía la monogamia, y afirmaba literalmente que: “seríamos mucho más felices si regresáramos a las condiciones primitivas” en las que la sexualidad, apartada de la reproducción, podía expresarse libremente. Hoy, y gracias a los métodos anticonceptivos, hemos vuelto a esas condiciones primitivas y descubrimos que Freud se equivocó, porque al final hemos cambiado unas miserias por otras.

Ahora los vínculos son frágiles, “líquidos”, como dice Bauman y, en vez de servirnos para afianzarnos en la vida y proporcionarnos una cierta sensación de seguridad, se nos escurren como agua entre los dedos y nos dejan, si cabe, más desprotegidos. Hoy se privilegia el atractivo sexual, de manera que la jerarquización de los valores se ha perdido, la obsolescencia programada parece que funciona igual para las lavadoras, los teléfonos inteligentes y las parejas, así que los fracasos amorosos se suceden.

Como dice Eva Illouz, ya no es la lógica contractual la que regula las relaciones de pareja, sino una incertidumbre crónica, generalizada y estructural. Así que no. No somos más felices. En estos tiempos, la falta de compromiso agudiza la angustia de separación y nos convierte en acosador@s y controlador@s; negamos el dolor que supone una separación y con el mandato del “sal y diviértete”, acumulamos duelos sin resolver. En fin, que la lista de sufrimientos de nuestros tiempos de Google también es larga.

TdP.─ En sus libros, usted observa los conflictos en las relaciones de pareja interesándose sobre todo en las mujeres. ¿Cree que sufren más que los hombres? ¿Cree que son las que más consultan?

M. Michelena.─ Sé que, en estos tiempos en los que las diferencias de sexo y de generación están borradas, mi discurso no es políticamente correcto. Pero sí, la experiencia clínica nos demuestra que, a pesar de que la mujer ha alcanzado enormes avances en cuanto al tema de la igualdad de derechos y de oportunidades, a pesar de que hoy una mujer puede ganar más que su pareja y disfrutar de una situación económica autónoma y holgada, seguimos siendo nosotras quienes acudimos en tropel a las consultas aquejadas de penas de amor como en el siglo XIX. Es inevitable preguntarnos ¿por qué?, y yo me atrevo a sugerir varias hipótesis. Para empezar, una mujer es hija de otra mujer y esa relación especular de dos seres que se aman y rivalizan a partes iguales, suele ser de una intensidad y de una prevalencia inusitada. Ya decía Freud que la vinculación de la niña con el padre siempre viene precedida de una vinculación más estrecha y apasionada con la madre, que sucumbe a una represión particularmente intensa, lo que la convierte en una relación casi imposible de descifrar, oscura y misteriosa. Esa intensidad será la que se va a poner en juego una y otra vez cuando nos relacionamos, no solo con la madre, sino con los hermanos, las amigas, la pareja y los hijos.

Por otra parte, aunque sabemos que nada en el ser humano es instintivo, es verdad que, por el momento, la mujer es la única que puede parir y, en esa medida, siempre estará presente en el momento del parto y eso la convierte en la elegida para poder olvidarse de sí misma por un tiempo y entregarse incondicionalmente al cuidado del bebé recién nacido que “depende absolutamente de un adulto”, dice Winnicott y lo enfatiza sin titubeos: “cuando digo absolutamente, quiero decir absolutamente”. Repito, no es una obligación ni es un instinto. Pero esta disposición que exige de la madre una dependencia tan radical por parte del bebé, aúna omnipotencia, sacrificio y culpa, ingredientes comunes entre la madre y el bebé, pero muy peligrosos para abordar las relaciones adultas en las que, con frecuencia, la mujer da mucho más de lo que nadie le ha pedido, se cree capaz de transformar a su pareja en lo que ella espera que sea, y se siente responsable del devenir de la relación.

A todo lo anterior hoy se suma la influencia de la cultura, lo que veíamos antes de la falta de compromiso que favorecen estos tiempos, que, sumada a la postergación de la maternidad, hace que sean muchas las mujeres que se vean acosadas por las urgencias del reloj biológico. Aunque contemos con la eficacia de las técnicas de reproducción asistida, el cuerpo manda y pone límites. Entonces, o bien recibimos a una mujer apremiada por el tiempo, que no encuentra pareja estable, que decide congelar óvulos y/o tener un hijo sola con un donante o, en el peor de los casos, recibimos a una mujer para quien ya se han cerrado las puertas de la maternidad biológica y que arrastra un duelo por la pérdida de algo que nunca llegó a tener y que en un cierto sentido daba por sentado que tendría.

TdP.─ La palabra «malquerida» señala al que tal vez quiere pero no sabe o no quiere aprender a querer. ¿Cree que los hombres son más causantes de sufrimiento que las mujeres?

M. Michelena.─ Siempre que hablamos de “los hombres” y “las mujeres” (yo la primera), incurrimos en una generalización peligrosa, así que prefiero recordar que, como siempre, cada caso es cada caso. Además, prefiero hablar de posición femenina o masculina, independientemente de la inclinación sexual de cada cual. También en las parejas homosexuales, de cualquier género, suele haber uno de los dos más dispuesto al sufrimiento y al sacrificio que el otro, o la otra. Dicho esto, me parece que a lo que nadie tiene derecho es a maltratar física o psicológicamente a su pareja, pero, un hombre, cualquier hombre, o cualquier mujer, tiene todo el derecho a ser un niño mimado, un don Juan, un inmaduro incapaz de comprometerse, etc. Lo importante es que cada mujer (o cada hombre) sepa qué es lo que él o ella espera de una relación y qué es lo que el otro está dispuesto (o capacitado) para dar.

El problema surge cuando, como psicoanalistas, sabemos que una cosa es lo que conscientemente decimos que queremos, y otra muy distinta lo que inconscientemente necesitamos repetir, desde la historia infantil, sometidos como estamos a la compulsión de repetición. La pregunta que cualquiera se debe hacer no es ¿por qué él o ella me quiere mal?, sino ¿por qué será que yo tolero mantenerme en una relación que a todas luces me hace sufrir? ¿Qué es lo que estoy ganando a cambio? ¿Qué repito?

TdP.─ ¿Podría referirnos su punto de vista de cómo los hombres viven hoy en día las relaciones de pareja? ¿Cree que el nuevo empuje del movimiento feminista les afecta especialmente?

M. Michelena.─ Me parece que los tiempos que corren nos afectan tanto a los hombres como a las mujeres. Pareciera que ahora la sexualidad se vive sin restricciones. Ellos, supuestamente más dados a valorar la cantidad de encuentros sexuales en detrimento de la calidad, tendrían que estar a sus anchas, y, sin embargo, nunca habían proliferado tanto, como ahora, las clínicas de tratamiento para disfunciones eréctiles. Ellos, (en la realidad o en la fantasía), se saben comparados con multitud de competidores con quienes se miden, y en ocasiones se sienten tratados como simples sementales. Los valores que en generaciones anteriores generaban prestigio, como formar una pareja estable y ser capaces de mantener a una prole numerosa, ya no rigen. Compartir no solo la carga económica sino la paternidad y las labores del hogar, supone un cambio de paradigma que puede afectarlos, desconcertarlos y hacerles sentir que tienen una ardua labor de aprendizaje por delante. ¡Nunca será tan ardua su carga como la que nosotras hemos llevado a cuestas a lo largo de la historia! Así que repito, estos cambios nos afectan a todos de una manera o de otra, la dificultad añadida, seguramente más característica de estos tiempos, es la velocidad con la que se suceden estos cambios que exigen nuestra adaptación.

TdP.─ Usted es también analista de niños y gran parte de su trabajo y sus aportaciones se refieren a la infancia. ¿Cómo cree que la infancia influye en la manera cómo de adultos enfrentamos las relaciones de pareja?

M. Michelena.─ Bueno, esto no lo digo yo, lo dicen Freud, Winnicott, Klein… Empezando por las primeras experiencias, la posición que se ocupa entre los hermanos, las vicisitudes de la contienda edípica y el desarrollo libidinal, en definitiva, la peculiar historia infantil de cada sujeto va a modelar no solo sus relaciones de pareja, sino su vida misma, sus síntomas y su manera de ubicarse en la vida. Ese será el camino de vuelta que el análisis intentará recorrer, para comprender lo que desde la racionalidad adulta nos resulta a veces tan misterioso en la insistencia del sufrimiento humano.

TdP.─ En su libo Saber y no saber. Curiosidad sexual infantil usted refiere con gran detalle la importancia de la información que el niño puede procesar y en qué momento. Ahora que la sociedad se halla hipersexualizada y los niños tienen acceso a contenidos sexuales desde edades muy tempranas, ¿cómo cree que influye esto en la imagen que pueden construir de una pareja y de la sexualidad?

M. Michelena.─ La experiencia clínica nos muestra que tenemos cada vez más niños diagnosticados de trastorno de hiperactividad, niños hiperexcitados que no encuentran sosiego. La etapa de latencia parece haber desaparecido. Nuestros niños de hoy saltan, sin la pausa que supone la latencia, de la excitación edípica a la excitación preadolescente cuando todavía no tienen ni siquiera la disposición física para expresar su sexualidad y descargarla. La pornografía, sin censura, tan disponible a todas las edades, ofrece una imagen muy distorsionada de la sexualidad. Una sexualidad hiperefectiva de erecciones perpetuas y disponibilidad indiscriminada sin ningún referente afectivo que la acompañe. Se privilegian la inmediatez y la dominación. Si ese es el modelo que se ha convertido en ideal, para empezar, será fácil que tanto ellos como ellas se sientan inadecuados e insuficientes al pretender emular una actuación estelar, que nada tiene que ver con las dificultades cotidianas de una sexualidad suficientemente satisfactoria.

TdP.─ ¿Qué papel piensa que juegan las nuevas tecnologías en los patrones de relación afectiva?

M. Michelena.─ Por supuesto que, como en el resto de nuestras vidas, las nuevas tecnologías han venido a cambiarlo todo. Con la pandemia y el confinamiento nos hemos familiarizado con el teletrabajo, las redes sociales han cumplido una función de mantenernos al día, y las comunicaciones online se han impuesto no solo en el ámbito laboral y social, sino también en lo que atañe a la pareja.

Empezando por los métodos utilizados para encontrar pareja a través de las aplicaciones del teléfono, o los sobreentendidos y los malentendidos de las conversaciones vía Whatsapp, las relaciones a distancia o el control del otro a través de fisgonear sus redes; son innumerables las cartas que las nuevas tecnologías ponen en juego en las relaciones de pareja. Sin embargo, seguimos siendo en el fondo los de siempre, cambian las formas y sus manifestaciones, pero, como veíamos hace un momento, la historia infantil de cada persona sigue teniendo un peso indiscutible.

TdP.─ La velocidad a la que los cambios sociales influyen en la crianza de los hijos y en los modelos de pareja dificultan muchas veces el análisis y la comprensión de lo que encontramos en la clínica ¿cuáles serían, según su experiencia y sus reflexiones, las principales causas de malestar en la pareja hoy en día?

M. Michelena.─ Yo diría que la causa más importante de malestar es la levedad de los vínculos y la dificultad para asumir compromisos a largo plazo. La consigna de “Prohibido enamorarse, prohibido sufrir”, reconoce que enamorarse, comprometerse con el otro y aceptarlo en toda su diferencia y su autonomía, nos pone en riesgo de sufrir. De manera que, al evitar el sufrimiento del vínculo, nos topamos con el sufrimiento del desarraigo y de la soledad.

TdP.─ En algunos momentos podemos tener la impresión de un gran liberalismo en las relaciones afectivas, pero simultáneamente asistimos al recrudecimiento de unos conflictos muy antiguos en cuanto a control del otro, celos, dependencias, a veces violencia ¿comparte esta visión paradójica y podría darnos su punto de vista?

M. Michelena.─ Los seres humanos nos movemos entre el deseo, que es insaciable, que siempre va en busca de otra cosa, de algo distinto, de algo nuevo, y la pulsión de apoderamiento, que necesita de arraigo, de pertenencia, de posesión y de control del objeto. En estos tiempos en que los vínculos son líquidos, las relaciones son abiertas y la oferta de parejas es ilimitada, tenemos, por una parte, la impresión de que “el verdadero amor de mi vida puede estar por venir”, así que mientras tanto me divierto y, por otra, cada relación que comienza, con fecha de caducidad, produce angustia en el individuo. ¿Seguirá conmigo? ¿Podré retenerle? ¿Podré convencerle de que soy yo el amor de su vida? ¿Por cuánto tiempo? ¿Hasta cuándo?

TdP.─ ¿Cómo cree que el psicoanálisis puede ayudar hoy en día a mitigar el sufrimiento que se tiene en las relaciones sentimentales? Suponiendo que sea partidaria de la presencia en los medios y en las redes sociales del pensamiento psicoanalítico ¿cómo cree que deberíamos salir de la supuesta torre de marfil de nuestras consultas para dar apoyo no solo a los equipos de salud mental, que ya se hace, sino en los medios y en las redes?

M. Michelena.─ Por supuesto que creo que el psicoanálisis hoy, como en otras épocas, puede ayudar al individuo a mitigar su sufrimiento, sobre todo porque el psicoanálisis no se va a detener en las relaciones sentimentales, sino que irá a la fuente, a la raíz del padecimiento.

Yo sí soy partidaria de la presencia en medios y en redes sociales. No vamos a psicoanalizar a nadie por Instagram, pero podemos ofrecer un punto de vista distinto, hacer ver que hay una perspectiva más profunda, que no es lineal, que cuestiona más al individuo y le lleva a hacerse unas preguntas que antes no se habría planteado, como por ejemplo su propia participación en su sintomatología. Desde esa perspectiva, la persona que tenga acceso a esa información intuye que sus propias contradicciones pueden tener una respuesta y una razón de ser y que vale la pena descubrirlo. Eso puede que permita a muchas personas elegir una terapia psicoanalítica entre las muchas ofertas que tiene delante.

TdP.─ Y, para terminar, ¿qué mensaje le gustaría que quedara claro para profesionales y público en general sobre la higiene de las relaciones sentimentales?

M. Michelena.─ En líneas muy generales, me gustaría decir que tenemos que pedir alto y claro lo que queremos, estar dispuestos a comprometernos, a renunciar a ciertas cosas, y esperar reciprocidad. Pero, en cuanto pensamos que una cosa es lo que creemos que queremos, y otra distinta lo que queremos de verdad desde lo inconsciente, los consejos universales, como siempre, se quedan cortos y resultan ingenuos.

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