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Introducción

El acuerdo de París de 2015, el primer pacto mundial contra el calentamiento global, se consiguió con un consenso total en la XXI Conferencia sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (COP21) y fue la evidencia de que la comunidad internacional había tomado conciencia de los límites biofísicos de nuestro planeta y se planteaba la necesidad de promover cambios, reclamando la máxima cooperación entre todos los países para mantener el aumento de la temperatura media mundial por debajo de 2°C respecto a la temperatura de la época preindustrial.

La OMM (Organización Meteorológica Mundial), la NASA (2015, 2019) y otras importantes organizaciones han proporcionado información fiable basada en la evidencia científica del cambio climático. Está claro que no es una cuestión de ciencia ficción, sino una crisis de la que ya estamos sufriendo sus consecuencias, y se prevé que las temperaturas pueden llegar a ser muy superiores si no se reducen las emisiones de dióxido de carbono. Durante 2020 los medios de información han ofrecido numerosas imágenes de las consecuencias devastadoras del cambio climático (huracanes, tormentas, incendios, inundaciones, sequías, pandemias y personas con riesgo de morir de hambre y necesidad de emigrar). La mayoría de países y de personas han tomado conciencia del problema, pero a pesar de todas las evidencias, todavía hay mucha negación o desinterés.

Pese a los esfuerzos de científicos y grupos ecologistas, desde 2015 no hemos sido capaces de avanzar mucho para prevenir, ni para resolver los problemas que el calentamiento global conlleva. En 2017, Trump se retiró del Acuerdo de París contra el Cambio Climático, basándose en teorías negacionistas y dando la espalda a la ciencia. La última Cumbre del Clima (COP25) celebrada en Madrid en 2019 fue decepcionante, porque los compromisos que se consiguieron fueron insuficientes y parecen más simbólicos que operativos. Estas constataciones llevan a preguntarnos por qué los humanos no somos capaces de responsabilizarnos en la problemática del cambio climático y qué podríamos hacer al respecto.

Afrontar el cambio climático

Hay variables psicológicas individuales y comunitarias que deberemos tener en cuenta (Hamilton, 2013; Hoggett, 2013; Randall, 2013). El cambio climático es complejo y puede parecer demasiado lejano, difícil de entender o abstracto; además, los efectos más graves se prevén en unos años y ello conlleva una dificultad para reconocer y actuar en el presente. Además, muchas personas manifiestan sentirse cansadas de recibir noticias preocupantes o piensan que reciben demasiada información y no la pueden procesar.

Por otra parte, la crisis climática se transmite a menudo con el discurso del miedo, y aunque se intente no provocarlo, inevitablemente es una realidad dolorosa e incómoda que despierta incertidumbre, angustia y estimula la aparición de mecanismos de defensa (Weintrobe, 2013 a).

Desde el psicoanálisis estudiamos nuestra relación con el medioambiente y los mecanismos de defensa individuales y comunitarios que impiden tomar conciencia de la gravedad de la crisis ambiental, reconocer el valor intrínseco de la naturaleza y los ecosistemas y actuar en consecuencia (Weintrobe et al., 2013c; Sala, 2019; Schinaia, 2020). La comprensión de las estructuras psicológicas y sociales subyacentes puede ayudar a estimular un cambio interno en nuestras representaciones, emociones, teorías, prioridades, actitudes y vínculos con la naturaleza, que podría llevarnos a lo que propongo denominar un estado mental ecológico.

Como señala Cosimo Schinaia (2020), la imagen que tenemos del entorno se desprende de la representación que tenemos en nuestro interior. Sally Weintrobe denomina «paisaje psíquico interno» a la representación de la naturaleza en nuestra mente; denuncia que el capitalismo busca colonizar la mente y reducir todos los paisajes a un único tipo de relación en la que nos sentimos superiores y con derecho a explotar al otro. Se trata de una escisión del paisaje ligada a la idealización: ponemos la atención en una parte idealizada y nos desentendemos de la parte escindida. Un ejemplo de Weintrobe: ofrecemos muchos regalos a los niños y así nos sentimos muy buenos padres, pero se trata de una idealización consumista que enmascara la escisión de lo que sería una preocupación genuina sobre el bienestar de los hijos a largo plazo en un mundo sostenible.

En el intento de estimular un cambio de actitud para afrontar el cambio climático, hemos de ser conscientes de que para muchas personas el conocimiento de sus aspectos físicos tiene una importancia limitada. Implicarnos en el cambio climático comporta revisar nuestros sentimientos hacia la naturaleza, ya que, como señala Jordi Sala (2019 b), “En el mundo actual nos hemos separado más que nunca de la naturaleza, nos hemos desconectado de ella. No entendemos emocionalmente los ciclos naturales y las interconexiones que se establecen entre los diversos elementos en juego.”

Se requiere la colaboración de distintas disciplinas para aproximar a la población a la crisis climática de una manera que favorezca la responsabilidad y simultáneamente promueva esperanza. El psicoanálisis, desde sus inicios, ha tenido conexiones con la literatura, el arte, la filosofía, la neurología, la sociología y todas estas disciplinas están actualmente implicándose en la crisis climática y ecológica que vivimos. En este artículo me centraré en las aportaciones del arte y el psicoanálisis al cambio climático. Ambos pueden estimular contacto emocional y pensamiento, y favorecer así un cambio de mentalidad que promueva una mejor relación con la naturaleza. Los psicoanalistas, estudiando los vínculos que los humanos establecemos con la naturaleza, podemos y debemos aproximarnos a las ansiedades y defensas que despierta el cambio climático y promover responsabilidad y esperanza ante la crisis climática y ecológica que estamos viviendo.

Narcisismo, visión antropocéntrica y amor a la naturaleza

Actualmente, diversos filósofos y movimientos critican la visión antropocéntrica en la relación del hombre con la naturaleza, visión que viene en gran medida determinada por nuestro entorno sociocultural e histórico. Podríamos agrupar a estos pensadores en dos subgrupos: uno formado por aquellos que parten de una visión antropocéntrica de la moral y plantean las injusticias que los humanos cometemos hacia la naturaleza y los ecosistemas; otro, más ambicioso y radical, que defiende la necesidad de un cambio en nuestra manera de ver la naturaleza, reconociendo un valor intrínseco a todos los seres naturales que nos rodean, sus ecosistemas y a la naturaleza en general.

Aldo Leopold es un importante representante de la primera perspectiva. Su artículo ya clásico, La ética de la tierra, data de 1949 y en él propuso una extensión de la ética hacia una “conciencia ecológica” y denunció que, a pesar de que las problemáticas relacionadas con la sobreexplotación de la tierra eran claras, los humanos no actuábamos en consecuencia. Leopold señaló también que no sirve de nada imponer normas ecológicas si no hay un cambio en la conciencia de los individuos.

“Tal vez el obstáculo más serio que impide la evolución de una ética de la tierra sea el hecho de que nuestros sistemas educativo y económico en lugar de estar dirigidos a inculcar una intensa conciencia de la tierra, se alejan de ella. Hoy en día, el hombre moderno está separado de la tierra por muchos intermediarios, y por innumerables artefactos físicos.” (Leopold, 1949, p. 43).[1]

Dos filósofos australianos fueron precursores de la segunda perspectiva. John Passmore (1974) estudió las fuentes judeocristianas de las representaciones occidentales de la naturaleza y concluyó que debíamos cambiar de forma urgente nuestra actitud hacia el entorno y dejar de sobreexplotar la biosfera (el sistema ecológico que integra todos los seres vivos y sus relaciones). Richard Sylvan Routley, en su artículo de 1973 titulado ¿Existe la necesidad de una nueva ética ambiental?, defendió una explicación novedosa basada en el valor intrínseco del mundo natural no humano. Casado en primeras nupcias con la ecofeminista Val Routley, se implicó en movimientos políticos australianos con el objetivo de preservar la biodiversidad y luchar contra la deforestación. Ambos pusieron los cimientos de lo que se ha llamado ética medioambiental, que me parece imprescindible para afrontar la crisis climática.

Dentro de esta segunda perspectiva podemos situar los siguientes grupos:

– El movimiento denominado ecología profunda (deep ecology), fundada por Arne Næss, que rechaza la idea del hombre en la naturaleza y la reemplaza por la imagen de un campo total de interacciones, reconociendo que todo lo que conforma la biosfera tiene el mismo derecho a vivir.

– El ecofeminismo, que sugiere que la dominación y explotación de la naturaleza tienen las mismas raíces que la opresión sobre las mujeres y las minorías.

– La dark ecology (ecología oscura): sostiene que para empezar a cambiar hay que afrontar la “oscuridad” que reside en nuestro mundo interior, los miedos interiores que se nos despiertan al admitir que el calentamiento global está destruyendo el mundo, y empezar a amar la ecología.

– Psicoanalistas preocupados por la crisis climática, que están contribuyendo a tomar conciencia de las ansiedades y defensas que ésta despierta y de cómo los humanos nos hemos situado en el mundo a partir de una visión narcisista (antropocéntrica) que condiciona la manera de relacionarnos con la biosfera.

Como señala la psicoanalista Weintrobe (2013 b), el capitalismo —especialmente el neoliberalismo global— promueve nuestra identidad como consumidores y erosiona los sentimientos amorosos hacia la naturaleza, estimulando la creencia de que tenemos derecho a explotarla sin pensar en las consecuencias que esto implica. En la sociedad consumista occidental se utilizan técnicas para promover nuestra identidad como consumidores de naturaleza en lugar de amantes de la naturaleza.

Es fácil estimular unos sentimientos que encuentran resonancia en nuestro narcisismo, pero que pueden llevarnos a perecer ahogados —y no solo en un sentido metafórico— como Narciso en el agua que refleja su propia imagen. Pere Folch, en un artículo —que me parece muy sugerente en relación al tema que nos ocupa— titulado El mito de la clínica y la clínica del mito (Folch, 2010) señala que “En el procesamiento psicoanalítico del narcisismo, los vectores paralelos del mito y de la clínica han confluido tantas veces que han acabado entrelazándose”. Revisa algunas representaciones poéticas y pictóricas del mito y de distintos cuadros clínicos descritos dentro del narcisismo (un Narciso que no sabe que se enamora de su propia imagen, uno que se encierra en la autocontemplación erotizada, etc.) y presenta un buen resumen a partir del cual diferencia el narcisismo libidinal del narcisismo destructivo. Folch concluye que no todo amor a sí mismo ha de ser patológico, sino que también puede estar ligado a la creatividad, es decir que narcisismo no siempre significa idealización de sí mismo y ataque al objeto o a los vínculos.

“¿Qué mira este Narciso cerca y dentro del agua, más al fondo de su rostro y de sus ojos? (…) parece que Narciso se evade, agua adentro, más allá de sí mismo, por no poder soportar el peso de la añoranza, del odio y tal vez de la culpa intolerable.” (Folch, 2010, pp. 242-243).

Me pregunto si algo similar nos ocurre respecto a la crisis climática. En este artículo Folch se detiene en el cuadro de Salvador Dalí, Metamorfosis de Narciso, que el pintor realizó después de la lectura de La interpretación de los sueños (ver en la bibliografía el link a la imagen):

“(…) en contraste con una visión quietista del repliegue narcisista, en la contemplación extasiada o ansiosa de uno mismo, como Narciso frente al agua encalmada, existe la apasionante experiencia introspectiva, lejos de la imagen del espejo estático del charco, que nos lleva corriente allá, como la vida misma, y ​​refleja , por instantes, la aventura continua de nuestra metamorfosis. El cuadro quiere ser representación de esta transformación continuada. Lejos de la pintura que detiene un momento del tiempo fugitivo, el Narciso de Dalí es diacrónico, es secuencial e intenta plasmar las maravillosas y contradictorias transformaciones del héroe.” (Folch, 2010, pp. 245)

El artículo del doctor Folch y la pintura de Salvador Dalí conectan con nuestras contradicciones ante la crisis climática y la necesidad de un cambio de actitud, una transformación desde una posición narcisista antropocéntrica hacia un estado mental ecológico que incluye la aceptación de la realidad, el amor a la naturaleza y una ética medioambiental.

Cuando no reconocemos el valor intrínseco de la naturaleza nos colocamos en un lugar central, superior, y desde allí percibimos a los otros seres vivos y a la naturaleza como de segunda categoría o de nuestra propiedad. Pero no es fácil cambiar esta visión antropocéntrica tan arraigada en nuestra cultura y responsabilizarnos de nuestra relación con la biosfera; para ello es necesario un cambio psíquico que comporta una modificación de nuestras creencias, pensamientos, sentimientos, ética y actuaciones. La aceptación progresiva de la realidad del cambio climático requiere que nuestra parte no narcisista pueda contener la ansiedad y tolerar los sentimientos de culpa, pérdida y vergüenza en relación a no haber cuidado el planeta y, de forma paralela, mantener la esperanza para así conseguir este cambio psíquico, un estado mental que restablezca nuestro vínculo con la naturaleza, de la que hemos ido desconectando sin darnos cuenta.

Emergencia climática y estado mental ecológico

 

 

Jill Pelto, Degradación del hábitat: deshielo del ártico

 

Estudiar la crisis climática implica tomar conciencia de la crisis ecológica que comporta, porque formamos parte de un ecosistema que está en peligro. Los científicos aseguran que el calentamiento global está derritiendo los glaciares y provocando un calentamiento de las aguas que hace disminuir su pH, produciendo graves catástrofes meteorológicas y una disminución progresiva y rápida de biodiversidad. Por otra parte, nuestro consumo excesivo aumenta el nivel de CO2 (el principal gas de efecto invernadero), reduce los recursos y dificulta la capacidad de regeneración de la Tierra. Hemos dejado la agricultura, la pesca, la ganadería y la alimentación en manos de la industria, que solo persigue ganar dinero y convertirnos en consumidores. En consecuencia, el déficit ecológico crece cada año, es insostenible a largo plazo y perjudica más a los más pobres.

Es necesario estimular el desarrollo de un estado mental ecológico que comporta unas tareas específicas: desarrollo de nuevas representaciones de la felicidad (no ligadas al consumo), de la naturaleza y de nuestro vínculo con ella, así como tomar conciencia de que formamos parte de un ecosistema. Este proceso de elaboración de un nuevo vínculo con la biosfera es complejo y debería aunar esfuerzos individuales, familiares y sociales para estimular la internalización de nuevas creencias, emociones, representaciones y valores. Ello implica un duelo —el reconocimiento de que se ha perdido alguna cosa valiosa y querida— y la aceptación del daño que hemos infringido. Además, como todos los procesos mentales, es progresivo, requiere tiempo (tiempo de trabajo psíquico, de negociación interna, de transmisión generacional) y comporta renunciar a las soluciones rápidas. Se trataría de desarrollar la capacidad de tolerar y metabolizar la ansiedad ante la pérdida irreversible que el cambio climático conlleva y afrontarla con esperanza, responsabilidad y creatividad. El amor a la naturaleza puede ayudar a tomar conciencia del cambio climático (Weintrobe, 2013, b), y desarrollar la capacidad de respetar la naturaleza y amarla de forma creativa requiere una responsabilidad solidaria y esperanza en los desarrollos futuros. El objetivo es afrontar los hechos y aceptar la responsabilidad, mirando sin pánico la crisis climática.

La idea de estimular un estado mental que contenga la ansiedad y genere pensamiento creativo nos conduce a la teoría del pensamiento de Bion, para quien la capacidad de pensar va unida a la capacidad de sentir emociones. Su modelo continente-contenido nos ofrece un punto de partida: Bion sugiere que hay que trabajar sobre el continente antes que sobre el contenido. Será necesario tener un lugar para pensar los pensamientos y éste es nuestro trabajo: así como la madre se ocupa de percibir y metabolizar las ansiedades del niño mediante su rêverie y le devuelve una respuesta transformadora y que favorece el contacto con la realidad, los psicoanalistas nos ocupamos de las ansiedades del paciente y de los grupos sociales. Meltzer mostró que este proceso de desarrollo psicológico es también estético.

Arte y cambio climático

Las aportaciones psicoanalíticas sobre el valor estético y el proceso creativo en el arte han sido muy fecundas. Meltzer, en La aprehensión de la belleza (1988), subrayó la importancia del impacto estético en el desarrollo.

“En este sentido, el crecimiento de la conciencia estética del individuo refleja la evolución de la raza humana, en su transformación de armas en herramientas, en su movimiento gradual desde el antropomorfismo a la comprensión de la naturaleza, incluso en su desarrollo más lento desde la posesión y la explotación hacia la responsabilidad por el mundo.” (Meltzer, 1988, p. xvii)

Bion mostró que, en el proceso creativo, es necesario desmantelar puntos de vista y teorías anteriores para así permitir la formación de nuevas ideas. Este desmantelamiento genera lo que él denominó un cambio catastrófico y será necesario tolerarlo para poder construir algo nuevo (teorías o puntos de vista). La intuición, la rêverie y la función alfa ayudan a tolerar este cambio catastrófico conteniendo y transformando la ansiedad; a partir de la experiencia emocional, la función alfa permite la formación de símbolos que hacen posible el soñar y el pensar. El poder creativo del arte puede estimular esta rêverie, favorecer el desarrollo de la dimensión estética de la mente (Lia Pistiner, 2007) y generar conocimiento, conciencia y responsabilidad, así como promover cambios para encontrar una manera diferente de relacionarnos con el entorno.

Los artistas, con su función de rêverie, pueden captar, metabolizar y responder al conflicto climático mediante su propuesta estética —que nos ofrece una nueva visión del problema— a partir de la cual estimulan emociones y transformaciones en nuestra mente que lo hacen más accesible al pensamiento. El artista expresa sus experiencias emocionales en el área sensorial, perceptiva; el sentido de la obra puede ser compartido y cocreado por la interpretación del observador. Ante el impacto estético de una imagen tenemos una experiencia emocional que nos estimula a acercarnos al problema y pensar sobre él, generando un estado mental en el que puede ser posible el cambio. Podríamos decir que, de alguna manera, el arte proporciona forma sensorial y perceptiva a las emociones e ideas del artista y del observador, y éste, también con su propia rêverie, pone su propia narrativa.

El arte siempre ha estado conectado a la naturaleza y el arte moderno y contemporáneo se ha unido además a un activismo social y político y ha entretejido numerosas conexiones con la ciencia. Por todo ello, la realidad del cambio climático es cada vez más visible en el arte: arte conceptual, land-art, net-art, arte del cambio climático, arte ecologista, etc. Los dos últimos parten de la constatación de que en las informaciones científicas a menudo falta la emoción; el ser humano tiende a valorar más la experiencia personal que los datos e informaciones, por lo que proponen usar el arte para concienciar acerca de la crisis climática y ecológica, estimular una conexión estético-emocional con el problema y promover la sostenibilidad.

 

Julieta Aranda, 2018. © Rob Battersby

Es un arte en el que a menudo encontramos la colaboración de artistas y científicos, como pudimos observar en la exposición Quàntica del CCCB, que introducía los principios de la física cuántica en un diálogo entre ciencia y arte (Romagosa, 2019). Allí pude visionar una instalación de Julieta Aranda formada por esculturas, frases escritas en la pared y un vídeo de diez minutos donde denuncia el impacto de la actividad humana con las actividades de extracción: la explotación y la disminución de los recursos naturales de la Tierra. Son numerosos los ejemplos de arte climático y de exposiciones o muestras que podríamos citar; me limitaré a algunos ejemplos:

Kasia Molga diseñó en colaboración con dos investigadores unos vestidos que cambian de color según los niveles de contaminación del aire y organizó una performance con bailarines que llevaban los trajes. Había observado que cada vez hay más personas con problemas respiratorios debido a la contaminación, pero la mayoría de ellos no tienen información sobre la calidad del aire del lugar donde viven. En 1982 Joseph Beuys realizó una intervención titulada 7.000 Oaks (7.000 robles) en la que colocó 7.000 bloques de basalto frente a la fachada del museo Fridericianum de Kassel (Alemania) y en un extremo plantó un roble con sus propias manos. Su propuesta consistía en una exigencia: solo se podrían mover los bloques si se les encontraba a cada uno una nueva ubicación en la ciudad y se plantaba un roble junto a cada bloque. Esta “reforestación urbana” duró cinco años y en ella colaboraron ciudadanos privados, empresas y administraciones; cambió el paisaje de Kassel y actualmente forma parte del patrimonio nacional alemán.

En 2019-2020 la Royal Academy de Londres presentó Eco-visionaires, una exposición en la que artistas, arquitectos y diseñadores miraban la crisis climática y fantaseaban el futuro. En ella había una serie de veinte fotografías de Olafur Eliason (The Ice Melting Series 2002) que mostraban el deshielo glacial y destacaban “el efecto que nuestras acciones, aparentemente pequeñas y aisladas, tienen en el planeta”. Este artista de renombre mundial a menudo presenta instalaciones artísticas en espacios de grandes dimensiones, situando al espectador en la obra y animando a reflexionar a partir de las sensaciones en las que éste está inmerso. Profundamente comprometido con los problemas sociales y del medio ambiente, en 1999 fotografió y documentó cuarenta y cinco glaciares de Islandia; los volvió a fotografiar veinte años después y expuso las fotografías de 1999 y de 2019 una al lado de la otra para mostrar el deshielo (The glacier melt – series 1999/2019. Ver link en bibliografía). Con este proyecto intentó mostrar la enorme importancia de los glaciares, ya que cuando se derriten provocan un aumento del nivel del mar (directamente relacionado con la desaparición de costas, islas y ciudades costeras, que generarán migraciones y desestabilización económica), desequilibrios de los ecosistemas (que comportarán la extinción de numerosas especies y la proliferación de otras como las medusas, que viven mucho mejor en aguas calientes) y la aparición de nuevas enfermedades.

“Este verano, veinte años después, volví a fotografiar los mismos glaciares desde el mismo ángulo y a la misma distancia. Volando sobre los glaciares de nuevo, me sorprendió ver la diferencia. Por supuesto, sé que el calentamiento global significa derretir el hielo y esperaba que los glaciares hubieran cambiado, pero simplemente no podía imaginar el alcance del cambio. Todos se han reducido considerablemente y algunos incluso son difíciles de encontrar de nuevo. (…) Una vez que un glaciar se derrite, desaparece. Siempre. Solo al ver la diferencia entre entonces y ahora, apenas veinte años después, llegué a comprender completamente lo que está sucediendo. Las fotos hacen que las consecuencias de las acciones humanas en el medio ambiente sean vívidamente reales. Hacen sentir las consecuencias.”» (Olafur Eliasson, 2019)

En el Museo del Prado, en el marco de la Cumbre del Clima de 2019, se presentó el proyecto titulado +1,5ºC lo cambia todo: alteraron digitalmente cuatro pinturas para reflejar el futuro del calentamiento global. En una de ellas, “Felipe V a caballo”» de Diego Velázquez, vemos sobresalir del agua la cabeza del rey y del caballo, que han quedado en su mayor parte sumergidos en el agua.

Jill Pelto, licenciada en ciencias de la tierra y artista, después de haber participado en una investigación para medir la salud de los glaciares, ha conseguido transformar los datos y gráficas sobre el cambio climático en unas acuarelas bellas y sutiles. “La investigación científica y los datos sobre el cambio climático alimentan el contenido de mi obra de arte”. Usa información real de los gráficos del deshielo de los glaciares, el aumento del nivel del mar o las especies amenazadas:

“Mis ilustraciones alrededor de los gráficos creaban una historia emocional que puede inspirar a la gente a promover la justicia ambiental (…) mi ilusión es que mis obras de arte puedan compartir este mensaje de cambio y, al mismo tiempo, encender una pasión para ayudar a prevenir más daños ambientales”.

 

Jill Pelto, Paisaje del cambio

En esta obra titulada «Paisaje del cambio» utiliza datos de la NASA del 2015 sobre el aumento del nivel del mar, la disminución del volumen de los glaciares, el aumento de las temperaturas mundiales y el uso creciente de combustibles fósiles para componer este paisaje modelado por el cambio climático. (Agradezco a Jill Pelto haberme autorizado a reproducir sus obras para ilustrar este artículo. Ver link en la bibliografía).

La artista Marina Abramovic, famosa por sus performances, ha explorado en ellas la relación entre el artista y el observador y los límites del cuerpo. En 2019 presentó una experiencia de realidad virtual en la que los espectadores entran en un espacio donde se encuentran con un avatar de la artista encerrada en un depósito de cristal que lentamente se va llenando de agua y les pide si quieren salvarla. Cuando el observador se compromete a apoyar al medio ambiente, el nivel de agua del tanque disminuye. (Ver link en la bibliografía). Podría continuar presentando numerosas iniciativas artísticas interesantes, pero por razones de espacio me detendré aquí.

Arte y cambio psíquico

Quisiera ahora volver a la Cumbre de París de 2015 sobre el Cambio Climático. Ésta se acompañó de la exposición ArtCOP21 Event que reunió obras de arte sobre el cambio climático. Laura Kim Sommer y Christian A. Klöckner se propusieron investigar en el público asistente si el arte puede tener un efecto psicológico estimulante en los observadores y cuáles son los mecanismos psicológicos que tienen impacto en los observadores de arte. De las personas que visitaron la exposición 874 respondieron a un cuestionario sobre su percepción de treinta y siete obras seleccionadas. Sommer y Klöckner (2019) analizaron las respuestas categorizándolas en cuatro grupos según las reacciones emocionales y cognitivas que despertaban en el observador y llegaron a la siguiente conclusión:

“Basándonos en los grupos de obras de arte y las reacciones de los participantes ante ellas, sugerimos que el arte activista, incluido el arte del medio ambiente, debe alejarse de una forma distópica de representar los problemas del cambio climático, e intentar ofrecer soluciones, enfatizando la belleza y la interconexión de la naturaleza. El uso de elementos distópicos puede inicialmente llamar la atención, pero concentrarse en la esperanza de una solución parece ser aún más prometedor para alentar la acción.” (p. 14)

Las respuestas emocionales ante una obra de arte se han estudiado desde diversas disciplinas como la estética, la neurología o la neuroestética. El psicoanálisis nos muestra que cuando la obra de arte provoca emoción, ésta puede favorecer el cambio psíquico. Como señala Antonia Grimalt (2013), “El cambio psíquico no se lleva a cabo por el contenido ideativo de la representación sino por el contenido afectivo.” Ante una obra de arte el observador puede sentir emociones diversas: interés, alegría, culpabilidad, entre otras, que en parte dependen de la obra y en parte de su propia mirada, y de su estado mental.

En 2014, Curtis et al. (citados por Sommer, L. K., & Klöckner, C. A., 2019) publicaron un resumen de sus estudios en los que también llegaron a la conclusión de que el arte puede funcionar como un estímulo para el desarrollo de un comportamiento favorable a la resolución de los problemas del cambio climático. Sus resultados muestran que las experiencias artísticas ayudan a:

“(a) mejorar las creencias, valores y actitudes favorables al medio ambiente; (b) aumentar la conciencia de las consecuencias de ciertas acciones; (c) formar un autoconcepto proambiental; (d) descongelar hábitos arraigados; (e) formar normas sociales favorables al medio ambiente; (f) fomentar la participación de la comunidad en actividades proambientales; y (g) reducir algunas limitaciones situacionales y barreras físicas para la adopción de un comportamiento proambiental.” (p. 3)

Cuando un artista que reconoce el valor intrínseco de la naturaleza y de la problemática asociada al cambio climático y ecológico explora estos temas en su obra, abre nuevas posibilidades a que otras personas se puedan aproximar a estos valores. Así, el arte puede estimular cambios en nuestras representaciones de la naturaleza, al ayudar a conectar con el principio de realidad y oponerse a la apatía y la negación y por tanto impulsa a imaginar cómo reparar y construir un mundo mejor.

Algunas ideas finales

La Tierra no es una pertenencia de los humanos; hemos de poder aceptar que somos una especie más del planeta y aprender a relacionarnos mejor con él. Todos tenemos contradicciones y podemos caer en argumentos negacionistas, intelectualizados o incluso —como señala Schinaia— demasiado autocomplacientes, místicos o acríticos; todos ellos son formas de huir de la realidad del cambio climático. Si tomamos conciencia de ello, podemos estar atentos y aplicar a nuestra relación con el cambio climático estas palabras de Grimalt:

“Nuestra relación con la realidad representa, en todo momento, una espada de doble filo: para el paciente que ignora o niega la realidad, ésta es sentida como restrictiva y frustrante; para el paciente que acepta la realidad, ésta será liberadora y conducirá al crecimiento mental.” (Grimalt, 2013)

¿Cómo pasar de estimular un conocimiento sobre el cambio climático a estimular los cambios internos de nuestras representaciones del medioambiente y nuestro vínculo con él, reconociendo el daño que le hemos infringido y contribuyendo de forma creativa a su solución?

“Una buena estrategia podría ser la de hacernos emocionalmente seguros, para crear espacios de colaboración y diálogo que permitan reducir la intensidad de nuestras defensas, compartir nuestros mundos internos y tomar contacto con nuestra creatividad y con nuestra capacidad reparativa.» (Schinaia, 2020, p. 195)

Ello contribuiría a desarrollar ese estado mental ecológico, que incluiría lo que Weintrobe (2013, b) describe como paisajes internos no escindidos: permitiría ver la naturaleza con sus inconvenientes y limitaciones, así como reconocer también las limitaciones en nuestra capacidad de amarla. Requiere poder tolerar los sentimientos ambivalentes de amor hacia su belleza y odio o miedo frente a su poder (porque puede dar vida, pero también provocar la muerte) y reconocer que nosotros somos a la vez parte del problema y de la solución.

Este estado mental puede contribuir a conseguir una respuesta colectiva, a luchar para que los políticos y los organismos internacionales se impliquen en una responsabilidad que desemboque en acciones creativas y reparadoras. Todo ello necesariamente comportará sacrificios individuales y colectivos sustentados por nuestra capacidad de reparar el daño que hemos infligido.

Lucy Wood, activista medioambiental comprometida con la sostenibilidad y las bajas emisiones de carbono, en una conferencia en el CCCB (2017) dijo:

“No se trata de decir: “No hagas eso”. Lo que importa son las cosas simples, como explicar las ventajas de ir en bicicleta, que te hará sentir más sano, tener mejor aspecto y vivir más. ¡Ir en bici te permite comer lo que quieras sin engordar! Debemos darles la vuelta a las cosas. No somos perfectos; no lo seremos nunca, eso seguro. Somos humanos y tenemos muchos defectos, pero las pequeñas decisiones son clave, una decisión tan sencilla como cambiar a la energía renovable.” (Lucy Wood, 2017).

El cambio climático es actualmente un grave problema que afectará a nuestros descendientes y por ello uno de los retos más importantes que tenemos entre manos. Vandana Shiva, pensadora y activista ecofeminista, afirma que la crisis climática debe resolverse colectivamente, pero todos tenemos que colaborar. Si seguimos colonizando la naturaleza, vamos hacia la extinción de nuestra especie. Es posible promover un futuro diferente si asumimos un compromiso con la Tierra y aprendemos a cuidarla, porque la salud humana, animal y del medio ambiente están relacionadas. Podemos centrarnos en cuestiones concretas en las que implicarnos: consumir de forma razonable (productos locales, sostenibles), reciclar, no contribuir a la contaminación o participar en campañas para presionar a los políticos en políticas energéticas.

Sabemos que las acciones individuales no serán suficientes para afrontar esta enorme crisis que requiere soluciones globales, pero ello no debe ser motivo de indolencia. Los cambios que podamos hacer en nuestra mente y en nuestro comportamiento —aquellos que cada uno de nosotros podemos hacer a nivel individual, familiar y social—, por pequeños que sean, son importantes. El sociólogo Bruno-Latour con su teoría del actor-red describe cómo parece que una persona individual no puede hacer grandes cambios, pero está inmersa en un sistema, que es como una red que incluye humanos y no humanos, y las interconexiones que se desencadenan pueden promover cambios importantes. Si pensamos en una escala de 100, 1.000 o 10.000 años, las pequeñas acciones se amplifican. Es absolutamente necesario avanzar hacia unas relaciones con la naturaleza más éticas y sostenibles.

 

Referencias bibliográficas

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Folch, P. (2010), El mite de la clínica i la clínica del mite, en Pere Folch. La poesia de la paraula en psicoanàlisi, vol. III,, Barcelona, Monografies de Psicoanàlisi i psicoteràpia, 2019, pp. 231-247.

Grimalt, A. (2013), “¿Mentalización o transformación? Experiencia sensorial ↔ experiencia emocional”. Temas de psicoanálisis, núm. 5, Enero 2013,

https://www.temasdepsicoanalisis.org/2013/01/13/mentalizacion-o-transformacion-experiencia-sensorial-experiencia-emocional/

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Hoggett, P. (2013), “Climate change in perverse culture”, en Engaging With Climate Change, ed. S. Weintrobe, cap. 4, Routledge, Londres. Reseñado en: https://www.monografies-psicoanalisi.cat/el-canvi-climatic-en-una-cultura-perversa-ressenya/

Leopold, A. (1949), La ética de la tierra, trad. de Margarita M. Valdés (comp.), en Naturaleza y valor. Una aproximación a la ética ambiental, Fondo de cultura económica, México, 2004, pp. 25-44

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Resumen

Partiendo de conceptualizaciones psicoanalíticas, en este artículo reviso las aportaciones del arte y el psicoanálisis a la concienciación de la crisis climática. Exploro variables psicológicas individuales y comunitarias que debemos tener en cuenta para comprender nuestra relación con la naturaleza y abandonar una relación narcisista antropocéntrica en nuestro vínculo con ella. Planteo que para favorecer un cambio respecto a cómo nos situamos ante la crisis climática, hay que estimular un desarrollo hacia lo que he denominado un estado mental ecológico. El arte despierta emociones y pensamiento y puede favorecer este desarrollo.

Palabras clave: arte del cambio climático, crisis climática y psicoanálisis, crisis ecológica, dimensión estética de la mente, estado mental ecológico.

 

Summary

Starting from psychoanalytic conceptualisations, this paper reviews the art and psychoanalysis contributions to raising awareness of the climate crisis. I explore individual and community psychological variables that we must take into account in order to understand our relationship with nature and abandon an anthropocentric narcissistic relationship in our link with it. I propose that in order to favour a change regarding how we face the climate crisis, we must stimulate a development towards what I have called an ecological state of mind.  By stimulating emotions and thought, art can facilitate this development.

Keywords: climatic change art, climate crisis and psychoanalysis, ecological crisis, mind’s aesthetic dimension, ecological state of mind

 

Anna Romagosa Huguet.
Psicóloga clínica. Psicoanalista (SEP-IPA).
Miembro de la SEPYPNA y de la AIPPF.
Co-editora de la Revista Catalana de Psicoanàlisi.
Email: anna@romagosa.cat

 

 

[1] La autora ha traducido todas las citas del catalán, francés e inglés al español.