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Humano, más humano:
una antropología de la herida infinita
Josep Maria Esquirol
Editorial Acantilado, 2021

 

Complace la oportunidad de llevar la atención del lector hacia la última publicación del filósofo y profesor Josep Maria Esquirol, Humano, más humano: Una antropología de la herida infinita. El pasado mes de marzo pasado las librerías acogieron el último de tres ensayos desarrollados desde 2015 con el celebrado y premiado La resistencia íntima: Ensayo de una filosofía de la proximidad y seguido de cerca por La penúltima bondad: Ensayo sobre la vida humana (2018). Para los que han acompañado este recorrido, la obra que nos ocupa será una deliciosa recapitulación de la reflexión que Esquirol ha compartido hasta el momento y, para los que no tenían la suerte de conocerla todavía, puede servir perfectamente como puerta de entrada, pues su carácter de síntesis sin duda permite usarla como prólogo o epílogo de un itinerario del pensamiento que se nos presenta como una amable invitación.

En primer lugar, es imprescindible atender al título, que establece un diálogo evidente con Nietzsche. Coincidiendo con el filósofo alemán, Esquirol deja de lado la metafísica que ha embriagado el pensamiento de Occidente. Es decir, la enfermiza ambición de captar la realidad en un sistema, de objetivarla, de fijarla y dominarla bajo complejos —y aún así simplistas— edificios conceptuales. Sin embargo, después de diagnosticar el carácter provisional, variable, interesado y relativo de todas nuestras verdades, Nietzsche se lamenta de nuestra condición —Humano, demasiado humano, reza el título nietzscheano— y aboga por una superación de la misma, dirigiéndose hacia los hombres libres, los “superhombres” del futuro que, heroicamente, impondrán sus voluntades y deseos sin la constricción de las antiguas verdades. Con la agudeza de quien lee bien, con detenimiento, Esquirol encuentra en el anhelo de superación de la condición humana la misma voluntad de evasión de nuestra fragilidad que animaba la metafísica, los grandes relatos de la Historia, los ídolos sociales de la Nación, la Patria, el Bien, la Religión, etc., las metáforas cristalizadas que destruyó Nietzsche con el martillo de su crítica pero que, sin embargo, seguían oscureciendo el espíritu de su nuevo Evangelio.

Esquirol quiere proponernos otra dirección más coherente con la crítica nietzscheana y a la vez totalmente arraigada en nuestra experiencia: abandonar el deseo de dejar de ser lo que somos y permitirnos atender a la condición humana y al valor que brilla solo para los ojos que se detienen en ella como si la miraran por primera vez. De este ejercicio modesto y esforzado sale la antropología filosófica que nos presenta el autor, que nos habla de la condición humana con rigor filosófico. Rigor que, en este caso, se refiere al diálogo con otros pensadores y, a la vez, con la atención obligada hacia nuestra experiencia, nuestro mundo de la vida o “Lebenswelt”, vacunándose de entrada contra las abstracciones estériles que abarrotan universidades, estanterías y cabezas sin servirnos.

¿Y de qué nos tiene que servir la filosofía? De alimento, diría Esquirol. Por esta razón el primer capítulo de Humano, más humano se llama “Víveres conceptuales”, y las primeras palabras son: “Se necesita poco para vivir. «Pan y canto”. Así pues, los conceptos dejan de ser unidades que encapsulan lo real, que reflejan indudablemente lo que hay, para, con una renovada humildad, convertirse en referencias orientadoras y cantos que nos hacen compañía.

A quienes leyeron La resistencia íntima, estas palabras les trasladarán sin duda a la escena que inicia el ensayo del 2015: la de los compañeros y compañeras, los que comparten el pan, las personas que se reúnen alrededor de una mesa y bajo el mismo techo. ¿Para qué? Pues, como dice ahora en Humano, más humano, para hacer lo que más importa: acompañar el sufrimiento y celebrar la belleza del mundo.

No abandonamos todavía las primeras páginas del ensayo porque en ellas encontramos una pista muy valiosa: el “pregón filosófico”, un pequeño poema que toma la forma de las notas de un pregonero, con frases cortas y largas pausas durante las cuales resonará su mensaje por los valles. Son unas líneas que inicialmente son evocadoras, y a medida que avanza la reflexión se convierten en una bella condensación del conjunto. Si estiramos de su hilo, nos presentan algunos de los temas principales del libro, como son la contingencia de la condición humana; el protagonismo del nacimiento como muestra del tipo de libertad que tenemos, la de ser inicio, la de introducir la novedad en el mundo. Asimismo, apunta a la capacidad de crear refugios en la intemperie, ya tomen forma de cabañas en el desierto, de palabras o de pensamientos: todas nos cobijan curvándose sobre nuestra fragilidad y acompañándola con diferentes gestos llenos de sentido.

Uno de estos gestos es el de pensar, el que está compartiéndonos Josep Maria Esquirol. El modo que toma esta reflexión no pretende culminar en una visión panorámica que refleje lo que hay, que capte una verdad objetiva; como hemos indicado coincidiendo con Nietzsche, ya es hora de dejar atrás toda “filosofía de los espejos”, como dice Rorty. El pensamiento es aquí un itinerario, una reflexión que se vuelca de nuevo sobre la experiencia encontrando aquello que es significativo para nosotros, que nos permite adivinar cierto sentido en algunas actitudes y obras humanas más que en otras, que es capaz de discernir entre los infiernos que generamos los humanos y los humildes oasis que nos regeneran, entre los engaños autocomplacientes y la honestidad como buena compañera.

Este itinerario empieza con tres preguntas muy personales, dirigidas sin reparo a quien las lee: ¿cómo te llamas?, ¿de dónde vienes? y ¿qué te pasa? Estos interrogantes titulan los tres primeros capítulos del ensayo. El primero de ellos se responde reconociendo la pertinencia y centralidad del nombre propio, que nos protege de toda abstracción en ideas generales de la humanidad. “No hay una humanidad que camina”, dice Esquirol. Pero sí que hay personas con nombre. Hay alguien. Y lo humano se encuentra y se ama solo si se atiende a las personas concretas y singulares. Así lo demuestra el hecho inhumano que ha testimoniado repetidamente la historia de negarle el nombre a alguien, convirtiéndolo en un número, en una cosa. De esta forma, destaca Esquirol, el carácter valioso del nombre propio, el ancla alrededor de la cual nos orientamos y tejemos una narrativa tentativa que permite dar sentido a nuestra lábil existencia.

Al segundo interrogante le sigue la constatación de que no venimos de ninguna parte: somos seres contingentes, que podríamos no existir pero que aquí estamos, y eso nos hace maravillosos, increíbles e inexplicables.

Pero no estaríamos dando cuenta de nuestra situación si no habláramos de lo que nos pasa porque, por encima de todo, somos alguien a quien le pasan cosas. En la línea de muchos pensadores contemporáneos, Esquirol indica que lo más humano no tiene que ver con nuestro poder, dominio, autoafirmación y posesión, sino más bien con la capacidad de ser afectados por lo que nos ocurre, de ser conmocionados, de encontrarnos vinculados y comprometidos con el mundo. Y, todavía más, de poder responder a esa afectación primera. El cambio de planteamiento acerca del sujeto al que estamos asistiendo en este ensayo y en otras voces afines de nuestra época augura consecuencias éticas muy profundas que, aunque no se expliciten en el libro, poseen para quien sepa intuirlas un gran potencial revolucionario.

Llegamos así a una de las imágenes y conceptos centrales de Humano, más humano: la de las cuatro heridas infinitas que nos definen.  Pero no avanzaremos más de la cuenta, solo que se trata de cuatro afecciones primordiales, infinitas porque no pueden resolverse, no se puede colmar y agotar su interpelación; pero sí que pueden y deben, acompañarse con obras humanas fieles al sentido que desprenden. Este tipo de obras tienen que ver con el cuidado del otro, el gozo de la existencia, la preparación ante la muerte y la generación de mundo, de cosmicidad, de medio habitable y amable. Por el contrario, si lo que hacemos no está en relación directa con lo que de hecho nos pasa, con lo que nos conmueve, nuestras acciones se vuelven redundantes, abstractas, suspendidas en el aire quedándose, como dice Simone Weil, “sin capacidad para morder la tierra.”

El resto del ensayo se dedica a dar cuenta de muestras de estas respuestas humanas graves, profundas, comprometidas con lo que nos pasa; como el canto, el silencio, la bondad y la resistencia esperanzada entre otras. Y en todas estas actitudes Esquirol descubre una cordura básica que consiste en mantenerse de pie en la situación de juntura que es la condición humana: en saber reunir la incertidumbre con el anhelo de sentido, la repetición de la cotidianidad con la certeza de la muerte, la ligereza de la alegría y la gravedad del duelo…, en definitiva, las verdades evidentes del día y el misterio de la noche.

A este discurso que presenta verdades solo provisionales pero que alimentan, le va como anillo al dedo el formato del ensayo, una aproximación lateral y accesible a la filosofía de la proximidad, que su autor sigue compartiendo y desarrollado no solo en ensayos, sino también de forma más explicativa en seminarios, conferencias, clases y todo tipo de conversaciones. Que no nos engañe el ritmo ligero del ensayo, su estilo literario y sus evocadoras imágenes: debajo de todo esto, como un suelo fertilizante, se encuentra el riguroso diálogo, a veces explícito pero la mayor parte de veces implícito, con interlocutores de la talla de Friedrich Nietzsche, Emmanuel Lévinas, Martin Heidegger, Jan Patocka, Hannah Arendt o Sócrates, que ha madurado en una propuesta personal y no por ello menos vinculada a sus compañeros de camino.  Si pese a estos nombres que carga en sus espaldas, Humano, más humano escoge presentarse como un ensayo amable de poco más de ciento cincuenta páginas es porque se quiere ofrecer como alimento. Las referencias a los grandes nombres no son imprescindibles: sin duda, su mensaje puede interpelar a un lector profano en filosofía, siempre que comparta el hambre de reflexión, siempre que esté dispuesto a sumarse al peregrinaje del pensamiento.

En suma, Humano, más humano propone pensar y practicar una transformación: pasar del humano al más humano; de ser humano de hecho a poner en valor aquello que el humano es y hace, sin espejarnos en ideales abstractos de paraísos imposibles o superhombres que han dejado atrás toda fragilidad. Basta con encontrarse con la vida, la muerte, el otro y el mundo y orientar nuestra obra respondiendo a estos faros cuya luz es tan antigua como nosotros. Y, como Esquirol recuerda a menudo, a veces poco es mucho, y este poco de más sentido, la diferencia entre ser humano e intentar ser más humano, no solo basta, sino que lo es todo.

 

Berta Sáenz Almazán
Investigadora pre Doctoral
Docente Universitaria en Formación, Universidad de Barcelona
Grupo de Investigación Aporía
bsaenz@ub.edu