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Introducción

Que el Tercer Reich fue una pesadilla para buena parte del pueblo alemán, y de tantos países europeos, es mucho más que una figura literaria. El descubrimiento de los hornos crematorios de los campos de exterminio, al finalizar la guerra, junto a los macabros hallazgos que desde entonces hasta recientemente han ido saliendo a la luz, superan la más espantosa de las pesadillas. Pero ese potencial destructivo tardó en desplegarse con toda su fuerza. Y cabe preguntarse si en los inicios de esa barbarie los ciudadanos alemanes pudieron captar indicios de lo que se estaba fraguando. Y como analistas, además, sentimos curiosidad por saber si en sus sueños intuyeron algo de todo eso. Una publicación relativamente reciente que acaba de llegar a nuestras a manos, ofrece un valioso documento que responde a esa curiosidad.

Una muestra. Un empresario de 60 años de edad, socialdemócrata, jefe de una mediana empresa, al tercer día del acceso de Hitler al poder, sueña lo siguiente: Goebbels, el mandatario nazi ministro de propaganda, le visita en su fábrica. El hombre llama a los empleados a formar en filas, y, al intentar el saludo hitleriano, tarda media hora en alzar el brazo. Una vez conseguido, Goebbels le dice que no quiere su saludo, y se marcha. El hombre queda humillado frente a sus empleados con el brazo en alto, mientras fija su mirada en la cojera del jerarca. La misma temática onírica persigue al hombre en varias ocasiones, con algunas variantes. Por ejemplo, que en el momento de realizar el esfuerzo para levantar el brazo se le quiebra la columna. La autora de la publicación lo considera una parábola de cómo se ejercía la violencia de Estado, de manera fría y cínica, para quebrar la voluntad y moral del individuo. Es también paradigmático del impacto que el régimen totalitario infringe para penetrar hasta la intimidad onírica de las personas. Solo son posibles pequeños indicios vengativos, como resaltar la cojera de Goebels.

La autora y su obra

La autora es Charlotte Beradt, una periodista judía que, al escuchar el sueño del empresario, semanas después de que este lo soñara, siente curiosidad por el material onírico de otros ciudadanos de a pie. Al iniciar sus pesquisas encontró algunas resistencias, a pesar de que le decían: “Aunque está prohibido soñar, sin embargo, sueño”. Consultó a las personas de su entorno: la modista, la vecina, el lechero, la tía, el amigo, y también intelectuales, juristas y médicos, casi siempre sin revelar su objetivo. Un dato significativo es que todos estos ciudadanos alemanes no eran judíos. De las diez temáticas en que clasifica los sueños escogidos, reservando un capítulo para cada una de ellas, tan solo hay uno dedicado a sueños de los judíos. Su indagación perduró desde 1933 hasta 1939, cuando tuvo que exiliarse a Estados Unidos, por razones obvias.  El número de soñantes asciende a unas 300 personas.  

Los medios de propaganda a los que están expuestos los soñantes durante la vigilia constituyen elementos centrales de los contenidos oníricos. Aunque las reacciones son diferentes. La mayoría de sueños reflejan al ciudadano que ‘sigue la corriente’ de que no pasa nada, y solo unos pocos se atreven a soñar mostrando alguna forma de oposición. De ahí que Bárbara Hahn (en el epílogo) considere el libro “como una pequeña contribución a la teoría del totalitarismo”.

En 1934, tras un año de régimen nazi, un médico sueña que su vivienda queda de repente desprovista de paredes, así como todas las de su alrededor; un altavoz ruge recordando el decreto que exige la eliminación de las paredes. Impactado por el sueño, toma nota. Al día siguiente sueña que se le culpa por haber anotado el sueño. Este ambiente orwelliano queda también reflejado ya en 1933 en el sueño de “la estufa hitleriana”, relatado por una ama de casa, que parece anticipar escenas que luego formarán parte de la vida real. Un hombre de la SA abre la compuerta de una antigua estufa, de la que emerge una voz penetrante (como la de los altavoces omnipresentes, precisa la autora) y repite cada frase que los habitantes de la casa dijeron contra el gobierno. Es decir, el ambiente de sospecha y paranoide inunda la vida del ciudadano, hasta en sueños.

El régimen orwelliano

No solamente la privacidad ha de quedar desmantelada de tabiques para dejar acceso a la mirada omnipresente del Estado, sino que cada objeto cotidiano (un escritorio, un espejo, un reloj de mesa… hasta un huevo de pascua) se convierte en un ojo u oído delator al servicio del régimen. E incluso el lenguaje, disfrazado para hablar críticamente del Estado, queda desenmascarado en los sueños. Así, otra ama de casa sueña que al encender la lámpara de su mesa de noche, en lugar de iluminar la estancia emite con voz ronca y potente (de nuevo como un altavoz) todo lo que ella había hablado desde su cama; y aunque la apaga enseguida, se da cuenta que es inútil, pues le informan que en los sueños la palabra “lámpara” simboliza enfermedad grave; y si bien al principio le alivia, luego se da cuenta que esta palabra es utilizada para referirse crípticamente a una detención, por lo que sigue siendo objeto de sospecha. O también el caso del verdulero que, al reunirse para charlar con su familia en el salón de casa, tomaba la precaución de colocar un almohadón encima del teléfono, y sueña con espanto que el almohadón comenzó a dar cuenta de las conversaciones familiares para testificar en su contra.

A medida que el régimen radicaliza los métodos de control, los individuos no solo han de ser cautos en la vigilia, sino que han de sofisticar los contenidos oníricos para no ser descubiertos… aunque con poco éxito. Por ejemplo, una mujer sombrerera sueña que habla ruso, como medida de precaución. Como no sabe este idioma, si dijera algo contra el Estado, ni ella misma lo podría reconocer. Pero aun en el sueño se entera de que eso está prohibido, por lo que acaba entregándose a las autoridades. En otro caso, parece que la medida de precaución es exitosa. Como quedaba implícitamente prohibido soñar, por el riesgo de manifestar algo indebido contra el régimen, un joven sueña con imágenes geométricas como rectángulos, triángulos y octógonos, que semejan abstractos e inocentes pastelitos de navidad. Podría ser una forma irónica de endulzar la terrible realidad.

Algunas personas intentan llevar al sueño alguna disconformidad contra la situación política, pero acaban con un sentimiento de impotencia absoluta. Un hombre, tras difícil deliberación, decide por fin hacer una denuncia contra el régimen, toma una hoja de papel en blanco y, sin escribir ni una palabra, la mete en un sobre. Realizada la acción se enorgullece; acto seguido, se siente profundamente avergonzado de no haber escrito nada, y envalentonado llama a la policía con la firme decisión —ahora, sí— de formular la denuncia… pero cuando le contestan no es capaz de decir ni una sola palabra.

La perversión del régimen inoculada en los sueños

El siguiente, es uno de los sueños que me han parecido más significativos de la dinámica perversa del totalitarismo, al generar en la mente de los individuos una confusión entre la maldad y bondad del régimen, aun sabiendo de su destructividad… e incluso llegando a identificarse, aunque parcialmente, con el mismo. En 1934, un médico sueña que observa con irritación a agentes de la SA instalando alambradas en las ventanas del hospital, y piensa que no permitirá que lo hagan cuando lleguen a su servicio. Sin embargo, no hace nada cuando convierten su sala en un campo de concentración. Y además, luego, le despiden. Pero más aún, a continuación, lo convocan para que cure una enfermedad de Hitler de la que él era el único capaz de hacerlo. “Avergonzado por mi orgullo, me pongo a llorar”. Destrozado, el médico despierta a media noche. Y al pensar en el sueño, recuerda que el día anterior uno de sus ayudantes en la clínica había ido a trabajar con el uniforme de la SA, y él no protestó, a pesar de su indignación. Se vuelve a dormir y tiene otro sueño en el que se encuentra en un campo de concentración, donde los prisioneros disfrutan de banquetes y obras de teatro. Así que piensa, aún en el sueño, que la gente exagera cuando habla negativamente de estos campos, al mismo tiempo un espejo frente a él refleja su imagen, “y me veo con un informe de médico del campo con botas altas que brillan como diamantes… Apoyado en el alambre de púas, me pongo de nuevo a llorar”.

Este sueño es bien ilustrativo del conflicto generado en personas que, si bien son capaces de indignarse ante un uniforme de la SA, luego se identifican con el régimen que los produce, incorporando elementos además idealizados: las botas con brillo diamantino. Nos cabe el consuelo de pensar que el llanto indica que no ha quedado completamente pervertido: alguna culpa persiste. Pero recordemos que estamos aún en 1934, y que por tanto los sueños están revelando el cierto conocimiento que ya existía de los campos de concentración, lo que parece que se está negando en la vigilia, y aunque el sueño sí lo desvela, aún en el mismo acaba por tergiversars la verdad. El régimen de Hitler permaneció en el poder hasta 1945, es decir, once años más después de este sueño. Período en el que la dinámica totalitaria fue incrementando su potencial destructivo. ¿Cuántos sueños de características parecidas no se habrán producido, donde, para tranquilización propia, el soñante debería ejercer fuertes distorsiones de la realidad, y participar en dicha perversión?

Racismo y sospecha

La ideología racista del nazismo, sobre todo a partir de la aparición de las leyes raciales del régimen, penetró en la intimidad del soñante, que contemplaba con pavor que sus rasgos no arios (la piel y pelo moreno, la nariz curvada) constituían los signos fehacientes de pertenecer a una raza inferior. La autora menciona la frecuencia de sueños en los que el individuo no ario, es rechazado ante la pretensión de acceder a cualquier derecho como todo ciudadano alemán, con el argumento final de “usted —por sus rasgos— es enemigo del pueblo”.

Así como el individuo con rasgos no arios no puede ocultar los “motivos” para ser considerado sospechoso, y su control es relativamente fácil de conseguir, la tarea del nazismo y de todo totalitarismo es detectar la posible desconfianza en el régimen de aquellos cuya “disidencia” no es visible. De ahí surge uno de los principios del totalitarismo, dice la autora, que todo el mundo es sospechoso.

Impotencia del súbdito en el régimen totalitario: “Aquí no hay nada que hacer”

No obstante, en algunos individuos esta colonización de la vida íntima mental halla resistencias. Un hombre sueña que se encuentra entre las filas de la SA vestido de rojo, y aunque piensa que debería tener miedo, no lo siente, incluso cuando empiezan a golpearle. O la sencilla ama de casa de clase media convertida en una Penélope moderna, que se siente orgullosa porque cada noche descose la esvástica de la bandera nazi, a pesar de que al día siguiente aparece de nuevo firmemente cosida. Esta resistencia persiste también en los sueños de ciudadanos que ejercen una actividad clandestina de oposición. Su fuerza moral y política hace que el miedo no les paralice. Aunque parece que estos fueron pocos, pues una buena parte de la gente corriente acaban sometidos, incluso en sueños, para sobrevivir. La autora destaca que no encontró sueños en los que se consumara el tiranicidio. Sólo encontró uno, de un periodista, aunque cuando lo soñó ya vivía fuera de Alemania. Está claro que predomina el sentimiento de “aquí no hay nada que hacer”.

Así que, en una buena mayoría de ciudadanos, se produjo un proceso de uniformización y adaptación, resultado del trabajo previo del régimen para conseguirlo. Un hombre sueña con la figura de Hitler vestido de manera extraña, que le sugiere a un payaso de circo. Pero luego percibe en esta indumentaria algo mágico: esa magia que —según decían— poseía la sobreactuación del dictador; de manera que termina el sueño diciéndose que “quizá no es tan malo… Tal vez no tendría que oponerme [al régimen] y debería ir a recaudar dinero para el Movimiento”.

La libertad de soñar, se convierte en una carga, mientras que su ausencia es un alivio. Así que “cuando la senda de la resistencia se hace pedregosa”, surgen los deseos de congraciarse con las figuras relevantes del régimen (Hitler, Göring, Goebbels) soñando que son sus amigos o consejeros. Recordemos que los sueños siempre proceden de personas no adeptas al nazismo. Se recogen un grupo de sueños de mujeres que aún estando en contra del partido nazi sueñan contenidos eróticos con estas figuras destacadas. Una baila con Hitler; otra, que Göring le acaricia en el cine a pesar de que ella le confiesa que no es del partido etc. Es decir, el Führer, o sus representantes, como seductor nato y objeto erótico de deseo. Esto queda bien reflejado en el sueño de otra ama de casa en la que Hitler, con una mano, le da un panfleto de propaganda y con la otra la acaricia.

Los sueños de los judíos ocupan un capítulo aparte, como ya anunciamos. Si los relatos recogidos hasta ahora reconocen los principios y metas del estado totalitario, en los de los judíos existe una mayor claridad de la amenaza inminente. Aunque ciudadanos alemanes, los judíos sueñan que alguien ocupa el lugar social o profesional que les correspondía, hasta el punto que en un caso el soñante le ofrece su sitio a un motón de deshechos de papel. O aparecen contenidos donde se insinúa la perspectiva errante del judío, sin que consiga librarse de la persecución. Así, en 1935, un empleado de la banca sueña que emigra y consigue un empleo en un banco en el nuevo país, e incluso puede permitirse una excursión a la montaña; un guía (Führer) le ayuda en la escalada, y al llegar a la cima, descubre atónito, cuando el guía se despoja de la capa, que lleva un uniforme de la SA.

 Comprensión política y comprensión psicoanalítica

La autora concede importancia al contenido manifiesto de los sueños, y deja de lado el significado individual. Beradt conoce la versión freudiana de la interpretación de los sueños como expresión de alteraciones pasadas del individuo no resueltas. Pero los soñantes no se enfrentan a conflictos individuales, dice, sino que se ven sumergidos en conflictos propios del espacio público. Los sueños expresan las relaciones perturbadas de dicho espacio, hunden sus raíces en el presente político que rodea a los soñantes. Los contenidos oníricos muestran el trasfondo de tal manera que se trata de “casi sueños conscientes”. No son necesarias muchas imágenes simbólicas, ni disfraces, por lo que no se requiere de interpretación. El conjunto de estos sueños, por tanto, constituyen un mosaico, a veces con tintes surrealistas, del que claramente se percibe su procedencia: la realidad del Tercer Reich. Ello permite, defiende Beradt, interpretarlos como un aporte a la psicología del totalitarismo. Podríamos añadir que es también un aporte a la psicología colectiva. Pero el hecho de que los contenidos reflejen de manera “casi consciente” la realidad externa no quiere decir que no intervenga el inconsciente. Por algo hay la necesidad de soñarlos.

El libro tiene como referencia teórica Los orígenes del totalitarismo, de H. Arendt (Arendt, 1999), que fue amiga de la autora. Así cita un comentario de la filósofa alemana sobre un dirigente nazi quien afirmaba que solo en sueños se podía tener vida privada. Beradt apostilla que con ello se estaba subestimando las potencialidades del Tercer Reich, pues ni aun durmiendo los ciudadanos podían sustraerse a la pesadilla diurna, tal era la colonización de sus vidas privadas por el régimen, como muestra la obra. Aunque luego añade que la “visión nocturna” que proporcionan los sueños permitía ver más claramente la realidad que se estaba viviendo, y que resultaba difícil aceptar en estado de vigilia.

Por esto, diríamos hoy, como psicoanalistas, que no podemos desestimar el valor intrínseco de los fenómenos oníricos para el individuo que los produce. Es más, resulta una actividad necesaria. No solamente en un sentido defensivo y encubridor, sino como una forma de seguir pensando en la realidad psíquica inmediata no suficientemente elaborada durante la vigilia. Es decir, la elección de unos determinados “restos diurnos”, no solo sirven al propósito de disfrazar lo íntimo, sino para ampliar la comprensión de cómo esa realidad externa nos impacta. Es lo que, en mi opinión, sucede en los analistas cuando sueñan con sus pacientes; que, si bien el sueño dice algo del inconsciente del analista, también habla de aquello del paciente que le ha impactado y que necesita reconocer para comprenderle mejor (A. Pérez-Sánchez, 2021). Por lo tanto, no me parece incompatible la versión de la autora, de que los sueños bajo el tercer Reich son expresión de una realidad social precisa, el totalitarismo régimen, con que también sirve a la necesidad del individuo de seguir elaborando el impacto de esta realidad; además de que pueda manifestar particularidades de la psique del soñante, que obviamente, no es el objetivo de la obra.

Aunque la mayoría de soñantes expresan el quebranto e impotencia que les dificulta enfrentarse al régimen, y optan “por seguir la corriente”, no obstante, haber sido capaces de soñar, verbalizarlo y comunicarlo a otros es expresión de un contacto con ese conflicto, a pesar de todo. Uno se pregunta cuántos ciudadanos alemanes ni siquiera se “atrevieron” a soñar, y simplemente miraron para otro lado, ante todo lo que estaba ocurriendo. Cabe recordar aquí la idea de Kershaw (1991), que si el poder personal de Hitler tuvo tal fuerza y alcance no fue solo debido a las características personales del dictador, sino gracias, entre otras cosas, a “La disponibilidad [de una buena mayoría de la gente] para aceptar ese poder personalizado [… ] y trabajar en la línea de la persona que ejerce ese poder”. Consciente o inconscientemente, podríamos añadir. Esta puede ser una de las respuestas a la pregunta que muchos historiadores se vienen planteando: “¿Cómo logró [Hitler] que tanta gente se plegara a sus mandatos? (Rees, 2013).

Bruno Bettelheim, en el epílogo para la versión inglesa de la obra que comentamos (Beradt, 1968), objetó la falta de sueños de los propios partidarios del régimen a fin de tener una pintura general de la vida onírica del mismo. Aunque se hace difícil pensar cómo la autora, judía, podía tener acceso a tal material. Se puede especular, no obstante que, si en los ciudadanos opuestos al nazismo, una buena mayoría expresan actitudes de “seguir la corriente”, porque se han quebrado sus resistencias internas, en los adeptos al Führer y sus secuaces, más bien habrían proliferado sueños de anticipar la voluntad de Hitler para ganar su aprobación. La otra cuestión que objeta Bettelheim es que la descripción de los sueños se limita al contenido manifiesto, falto de las asociaciones que permitieran encontrar el sentido latente. Obviamente, el marco de este material onírico no es la clínica, sino la sociología y la política, y por tanto sigue siendo válido como documento revelador, y como ya señalamos no incompatible con una comprensión psicoanalítica.

En fin, una obra necesaria que ilustra con claridad cómo afectan hasta lo más íntimo del ser humano los regímenes dictatoriales. A la vez, una advertencia sobre el riesgo de banalizar los totalitarismos, como algo del pasado, cuando en las recientes décadas asistimos al resurgimiento de fuerzas de extrema derecha, algunas más o menos disfrazadas, otras agrupadas sin ningún tipo de pudor bajo el calificativo de neonazis. Y también nos alerta que la vulnerabilidad humana siempre supone un riesgo de ‘sucumbir’ y entrar en complicidad con el poder absoluto totalitario.

 

Referencias bibliográficas

Arendt, H. (1999). Los orígenes del totalitarismo. Trad. de Guillermo Solana. Alianza

Beradt, Ch. (2019). El Tercer Reich de los sueños. Trad. y prólogo de Leandro Levi y Soledad Nivoli. LOM Ediciones. 2019.

Beradt, Ch. (1968). The Third Reich of Dreams. The Nightmares of a nation, 1933-1939. Epilogue of B. Bettelheim, trad. A. Gottwals. Quadrangle Books.

Kweshaw, I. (1991). Hitler. Biblioteca Nueva. 2000.

Pérez-Sánchez, A. (2021). Contratransferencia y sueños del analista. Temas de Psicoanálisis. Nº 22.

Rees, L. (2013). El oscuro enigma de Hitler. Crítica.

 

Resumen

A partir de la obra de C. Beradt, El Tercer Reich de los sueños, que recopila relatos oníricos de ciudadanos alemanes entre 1933 y 1939, se reflexiona sobre la validez del documento, no solo como fuente de conocimiento de la dinámica del totalitarismo, que defiende la autora del libro, sino como material susceptible de interpretación psicoanalítica, según el autor del artículo. En concreto, considerar que los sueños no solo son algo defensivo, sino que sirven también para seguir elaborando experiencias de la vida de vigilia que no han sido suficientemente asimiladas y contenidas.

Palabras clave: sueños, Tercer Reich, totalitarismo, interpretación psicoanalítica.

 

Abstracts

Based on the work of C. Beradt, The Third Reich of Dreams which compiles dream accounts of German citizens between 1933 and 1939, some reflections are made about the validity of the document, not only as a source of knowledge of the dynamics of totalitarism, which the book’s author defends, but also as material susceptible to psychoanalytic interpretation, according to the author of this paper. Specifically, to consider that dreams serve, not only as something defensive, but to continue working through experiences of waking life that have not been sufficiently assimilated and contained.

Keywords: Dreams, Third Reich,  totalitarianism, psychoanalytic interpretation

 

Antonio Pérez Sánchez
Psiquiatra y psicoanalista con funciones didácticas en la SEP-AP
Coordinador del Grup de Estudios Portugués de Psicoanálisis (API)
Miembro del equipo de redacción del Diccionario Enciclopédico Interregional de la API