Descargar el artículo

Introducción

Según explica Freud en sus Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis (1917), el descubrimiento de las leyes que rigen la formación de los sueños fue lo que hizo que el psicoanálisis pasara de ser “un procedimiento psicoterapéutico a convertirse en una psicología de profundidad”. El paso del psicoanálisis contemporáneo hacia la psicología de profundidad, y hacia una psicología enfocada en dos personas, ha influido sobre el modo en que se conceptualiza el papel de los sueños y su valor técnico. Primeramente, comenzaré por examinar de forma breve la evolución teórica de las ideas hacia la ampliación del papel de los sueños, más concretamente, hacia los múltiples papeles que desempeñan en el campo intersubjetivo de la díada analítica como posibles agentes de cambio y transformación.

En este contexto, el trabajo de Winnicott (1971) sobre la función y el desarrollo del juego, facilita la comprensión de los sueños y su función en la vida mental y en el desarrollo. Winnicott veía el espacio virtual, el espacio transicional, como “el área intermedia (…) que tiene el bebé entre la creatividad primaria y la percepción objetiva basada en pruebas de realidad” (1971). Afirmaba que “no se cuestiona su pertenencia a una realidad interior o exterior; este espacio constituye la mayor parte de la experiencia del bebé y permanecerá a lo largo de su vida en la experiencia intensa asociada al arte, la religión y la vida imaginativa”. Se trata del espacio intermedio entre los sueños y la realidad denominado vida cultural.

Fosshage (1983) hace referencia a la función superior de los sueños en el desarrollo, el mantenimiento (la regulación) y la restauración (si procede) de los procesos psíquicos y de su estructura y organización. En primer lugar, los sueños participan en el desarrollo de la organización interna consolidando la representación de las nuevas configuraciones psíquicas emergentes (por ejemplo: modificaciones de las representaciones del self y el objeto). En segundo lugar, los sueños mantienen, regulan y restauran las configuraciones y los procesos psíquicos actuales, entre los que se encuentran el mantenimiento del equilibrio interno entre los procesos de autoestima, sexuales, agresivos y narcisistas. En tercer lugar, los sueños continúan con los esfuerzos conscientes e inconscientes del estado de vigilia para resolver conflictos intrapsíquicos mediante el uso de procesos de defensa, sea con el mantenimiento del equilibrio interno, o bien a través de una nueva organización creativa emergente.

Dada su función organizativa, los sueños permiten observar el desarrollo psicológico, desde el punto de vista de la consecución de unos nuevos niveles de organización psíquica. Al igual que sucede con la actividad mental en el estado de vigilia (Loewald, 1957), los niveles de organización más recientes son los más susceptibles de cambiar, ya sea a causa de su inestabilidad y regresión hacia una organización anterior, o por un proceso de nueva reorganización progresiva, lo que explicaría los movimientos progresivos y regresivos del imaginario de los sueños y su grado de cohesión dramática.

En este artículo examinaré el efecto que ejerce sobre la transferencia y sobre la relación general entre analista y analizado, el análisis de los sueños y los poemas. Mi objetivo es mostrar cómo la experiencia aportada por los sueños, a la paciente y a la analista, devino un agente de cambio y transformación en la experiencia de transferencia y contratransferencia. Espero que dicha exploración me permita ilustrar lo que Loewald denominó “la función organizativa de los sueños” (1957), tanto desde el campo intersubjetivo de la relación analítica como desde la perspectiva intrapsíquica de la revisión de los conflictos con los objetos primarios, lo que da como resultado nuevas formas de relacionarse dentro del aquí y ahora de la transferencia. Prestaré especial atención a los cambios relativos a la calidad de los sueños y a su uso por parte de la paciente durante el tratamiento psicoanalítico, que se desarrolló durante dos años y medio a razón de cuatro sesiones semanales.

Ana: poetisa, soñadora y una niña muy asustada

Ana era una estudiante de doctorado en el inicio de la treintena. De constitución delgada y menuda, lucía libremente su cabellera de rizos rebeldes, que describía como el termómetro de su estado de ánimo. De raíces mestizas, era la mediana de tres hermanos: tenía una hermana dos años mayor y un hermano dos años menor. Nació y creció en una región rural de Estados Unidos dentro de una estructura familiar nuclear. Sus padres vivieron una vida dedicada a seguir una tradición religiosa cristiana ortodoxa hasta que Ana cumplió los 11 años, momento en el que comenzaron a alejarse de la Iglesia tras un altercado entre la madre y el ministro de su congregación.

La madre de Ana trabajaba en sanidad en turnos de noche, por lo que dormía de día. Esto implicaba que el padre era el cuidador principal de los niños. Ana recordaba y mencionaba con frecuencia una educación muy estricta en la que abundaban la culpa y el conflicto si se mostraba abiertamente feliz o disfrutaba de algún placer (por ejemplo: no nos permitían comer cereales con azúcar). Ana describía la relación con su madre como muy ambivalente y, a veces, conflictiva. Decía que su madre sufría períodos de depresión profunda durante los cuales sabía que no debía molestarla. Describía a su padre como una persona mucho más vital y accesible. Al preguntarle por el matrimonio de sus padres, afirmaba no saber por qué seguían juntos. Calificaba a su madre de ambiciosa y trabajadora y, a su padre de pasivo y sumiso. Mantenía una relación estrecha con su hermana mayor, una empresaria de éxito. Su hermano pequeño todavía vivía con sus padres debido a problemas severos de salud mental.

La madre de Ana era la tercera de ocho hermanos. Su familia era muy humilde y religiosa y, según la paciente, en esa casa se sufrían maltratos físicos y verbales. Ana nunca había estado unida a su familia materna. El padre de Ana provenía de una familia extensa que ella adoraba. Sobre todo, estaba muy unida a su abuela latinoamericana (nana), a la que describía como una mujer jovial y de carácter fuerte que con su risa era capaz de “iluminar cualquier estancia”. La abuela falleció cuando Ana tenía 14 años. Recordaba vívidamente su muerte y su funeral. Durante su infancia, a Ana le gustaba pasar las vacaciones con su familia paterna. A menudo evocaba el contraste de ver a su madre en ese contexto, rodeada de personas de baja estatura y tez oscura, entre las que destacaba por su largo pelo rubio y sus ojos azules. Ese recuerdo le hacía pensar en la sensación de estar atrapada entre dos culturas muy diferentes, donde la religión se convertía en un puente entre ambas.

Ana afirmaba sentir mucha vergüenza de su cuerpo y, en general, de su sexualidad. Al inicio de la adolescencia, llevó durante una época la ropa muy holgada y el pelo muy corto. En retrospectiva, pensaba que no quería crecer y que negaba su sexualidad emergente. Se describía a sí misma como queer, en el sentido de que prefería a los hombres, pero también se sentía atraída por las mujeres. En la Universidad mantuvo relaciones sexuales ocasionales con dos mujeres. Su hermano se declaró bisexual tres años antes de que iniciáramos nuestras sesiones. Aunque los padres habían aceptado al hermano y le apoyaban, Ana no les había informado de sus propias preferencias sexuales por temor al rechazo.

Ana repetía con frecuencia que se sentía decepcionada y desilusionada con sus relaciones de pareja. Había tenido dos relaciones románticas importantes: la primera, de los 19 a los 21 años (en la universidad) y, la segunda, entre los 24 y 26 años. Decía que quería conocerse mejor a sí misma antes de buscar a alguien.

¿Por qué inició el tratamiento Ana?

Ana me fue derivada por su psicoterapeuta a raíz de su cambio geográfico para continuar sus estudios universitarios de doctorado. Inicialmente, Ana había comenzado psicoterapia a raíz de dificultades con su imagen corporal. Ana tenía antecedentes de sufrir crisis de ansiedad nocturnas. En los primeros años de secundaria, tuvo una fase en la que dormía en posición fetal porque temía que alguien le agarrara las piernas. Cuando la paciente me fue derivada, seguía presentando problemas por la noche para conciliar el sueño si estaba sola.

Ana se describía a sí misma como una persona con Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH), pero decía no tomar medicación alguna desde que inició la psicoterapia. En las sesiones surgía a menudo el tema de su carácter disperso, sobre todo como mecanismo de defensa para evitar pensar en situaciones dolorosas y  los afectos asociados. En la primera sesión expresó su deseo de trabajar sobre la siguiente cuestión: Me gustaría que mi familia no estuviera siempre tan presente en todo lo que hago. Además, deseaba examinar y reformular algunas de las narrativas y las voces en su mente. Cuando le pedí que se explicara, me habló de su terapeuta anterior y de lo que descubrieron sobre la vergüenza y la culpa.

Inicio del viaje conjunto: el primer sueño 

Según Stekel (1961), los primeros sueños se derivan principalmente de experiencias de la vida real y pueden expresar la historia completa del soñador. En este contexto, ¿la tarea analítica consiste en cambiar el curso previsto de los sueños e introducir una diferencia en la «predicción» realizada por los sueños? Si consideramos que los sueños contienen una narrativa condensada sobre la relación de transferencia, parece bastante importante escuchar su contenido sin perder de vista el impacto del proceso emergente en el campo intersubjetivo de la relación analítica. Este es un punto que a mi parecer, se ilustra en el desarrollo cronológico y las asociaciones de mi paciente durante la segunda semana de psicoanálisis:

Un día, Ana llegó 20 minutos tarde a la sesión. Era la primera vez que se retrasaba. Apareció con aspecto desaliñado y expresión cansada. Se tumbó en el diván y movía los pies sin cesar. Me di cuenta de que tenía el pelo bastante húmedo, algo que me provocó sentimientos encontrados: por un lado, me preocupé por ella porque hacía una mañana demasiado fría como para ir por la calle con el pelo húmedo y, por el otro, me molestaba que mojara el cojín del diván. Era jueves y era la última sesión semanal. Sabía que Ana llevaba toda la semana tratando de decidir si asistiría o no a la fiesta de principio de curso organizada por su Departamento Académico. Al acabar la sesión anterior, yo había tomado nota de mi sensación de frustración y aburrimiento tras una hora repleta de silencios largos y pensamientos circulares en los que la paciente expresó su preocupación por sus sentimientos de vergüenza y por el miedo a la humillación pública. La conversación subsiguiente discurrió así:

(N: Analista; Ana: Paciente)

Ana- Siento llegar tarde. Me ha costado muchísimo despertarme esta mañana. Debo confesar que me ha despertado un sueño agotador y aterrador… Entonces he recordado que tenía que venir aquí… Y por primera vez me ha costado mucho venir… No me sentía motivada y no entendía por qué…

N- ¿Dices que has tenido un sueño agotador y aterrador?

Ana- Sí… en el sueño… Estoy sentada en una habitación grande, hay telarañas por todas partes y las miro sin entender lo que está sucediendo. De pronto, noto el cuerpo muy, muy frío y percibo en las sombras una mujer desnuda, pero sólo puedo verle la espalda y oler su perfume en la distancia. No veo el resto de su cuerpo. Comienzo a caminar hacia ella, con miedo de que me vaya a comer y, cuando se da media vuelta… no tiene rostro y su cuerpo es un conjunto de extremidades deformadas… Me desperté asustada y encendí la luz (silencio). 

N- ¿Cómo te has sentido contándome el sueño?

Ana- La verdad es que asustada… A ver si me explico… es como… cuando eres pequeña y ves una película o te cuentan una historia y te parece real… Creo que quizás la mujer del sueño sea usted… Puedo oler su perfume… el otro día lo olí en otro sitio, en una clase, y pensé que estaba ahí… Me puse nerviosa… y pensé… Qué raro… apenas la conozco…

N- ¿El rostro es difuso…?

Ana- Sí… A usted no le veo la cara… Veo lo que hace con las manos…

N- ¿Tienes sensación de peligro…?

Ana- Pienso en las esperanzas que he depositado en usted y en su capacidad para cambiarme, y en mi preocupación por perder aspectos de mí misma que me gustan… Las extremidades deformadas me hacen pensar en una persona que está dañada, que no tiene un cuerpo operativo… Quizás… sea yo la mujer…

N- Alguien situado detrás… Esta semana me has hablado de tu sensación de impotencia y miedo sobre lo que piensan los demás de ti… Me pregunto qué opinas acerca de lo que yo pienso de ti, no sólo de lo que yo puedo hacerte…

Ana- Creo que a menudo asocio lo femenino al peligro…

N- ¿Podríamos convivir aquí, en un mundo donde existe el servicio de llamadas de urgencia 911? ¿O podemos colocar las extremidades en el sitio que les corresponde y buscar un rostro coherente y una sensación de seguridad?

Ana- El mundo de la sala de emergencias está repleto de personas con extremidades deformes y de gente que hace daño… Son las telarañas…Mi pasado, mi pasado antiguo y las historias de mi madre… Cuando era pequeña, escuchaba a mi madre explicarle historias terribles a mi padre… A veces, mi madre nos decía: “Dad gracias a Jesús de que tenéis unos buenos padres que os cuidan, hay mucha gente mala ahí fuera”…Pero después era la primera que, sin más, se enfadaba y era cruel después de una temporada de silencio y sueño… Así, sin más…

N- Seguro que a veces te sentías muy abrumada y asustada…, pero, al igual que esta mañana, ¿quizá sientas también cierta responsabilidad hacia ella…, anhelas estar con ella, pero al mismo tiempo tienes miedo…?

Ana- Yo soy la mujer sin rostro, llevo en mí la ira de mi madre y me preocupa que la vean los demás, que me vean tal cual soy.. .Una persona mezquina, enfadada y repugnante…

En esa sesión, Ana parecía estar explorando su miedo de sentirse engullida por la transferencia emergente. En el contexto de una nueva relación terapéutica, los sueños sacaron a la luz su miedo arcaico de entablar nuevas relaciones. Por otro lado, al reflexionar sobre mi contratransferencia, fui capaz de asociar mi sensación de aburrimiento e impotencia, así como mi resentimiento e irritación, a posibles respuestas de rol (Sandler, 1976). Al parecer, me convertí en la madre insatisfecha que exige lealtad, independientemente de la percepción de mi paciente de que no era capaz de contener y metabolizar su miedo de ser ridiculizada y humillada por los demás. Entendí su pelo mojado como una manera de llevar su cuerpo y el contenido, consigo, a la sesión. No obstante, decidí no interpretar directamente ninguna de estas cuestiones porque consideré que estábamos en una etapa temprana del proceso de alianza terapéutica y creía que mi paciente recibiría mi interpretación como una confirmación de lo que ella percibía como su carácter cruel y egoísta. Esa fue la primera de muchas apariciones de la mujer engullidora y sus múltiples iteraciones. Una metáfora —en mi opinión— de la sensación de desconexión de mi paciente entre el self del cuerpo sin forma ni representación y su mente. A pesar de esta desconexión, Ana era capaz de reflexionar sobre las metáforas emergentes durante las sesiones y de auto observarse y trabajar con ellas. Las metáforas devinieron contenedores importantes e instrumentos creadores del espacio mental dentro del campo intersubjetivo de la relación analítica.

Perdida entre palabras: revisión de la separación y la individualización 

Durante nuestra primera separación de cuatro días tras seis meses de psicoanálisis, recibí un correo electrónico de Ana con el siguiente mensaje:

Apreciada Dra. Malberg: He aprovechado este tiempo libre para revisar algunas cajas viejas que arrastro desde hace años y he encontrado una libreta con poemas que escribí en el instituto. He pensado que le parecería interesante, así que le envío esto… Hasta mañana.

El mensaje contenía un poema titulado “el juego del psicólogo”, una descripción gráfica de ansiedades primitivas encapsuladas, el relato de una  persona descubriendo al otro al sobrevivir obstáculos.

Al día siguiente, Ana reanudó el tratamiento sin hacer mención alguna al correo electrónico o al poema. Sin embargo, en su tercera sesión de esa semana, me relató el siguiente sueño:

Camino por lo que parece un callejón muy estrecho y veo a un hombre y una mujer. El hombre habla en un idioma que no entiendo. La mujer está callada, pero sonríe. Sonríe sin emitir ni una palabra… Prosigo mi camino y les dejo atrás. Parece que llego al final del callejón, pero de algún modo regreso el principio. Esta vez hay otro hombre en la esquina que se me insinúa y me pregunta si quiero tener sexo con él. Me enfado y me alejo. Seguidamente, veo a dos mujeres de clase alta que me proponen cosas extrañas, me preguntan si quiero acostarme con ellas… No hacen caso de lo que les digo, no me escuchan y, de pronto, me siento tentada por su oferta. Una de ellas, una sofisticada mujer asiática, se me acerca y percibo su olor y el tacto de sus plumas… Me siento abrumada y asustada, me despierto…

Ana- Me desperté y pensé en el taller de escritura que hice en un campamento de verano en el último año de secundaria. La profesora era asiática y muy guapa. Me enamoré platónicamente de ella, pero cuando regresé al curso siguiente, ya no estaba… Me sentí abatida… Fue la primera vez en que caí en la cuenta de que podía amar a una mujer… sentirme atraída por una mujer…, así como por un hombre…

N- Debió de ser difícil para ti volver y no encontrarla…

Ana- Me prometió que estaría allí… (silencio). En el siguiente curso escribí el poema que le envié… No me ha dicho nada al respecto…

N- Ha sido nuestra primera pausa. Quizás te preocupaba que yo no volviera…

Ana- Me molesta que no me haya preguntado por el correo y que no me contestara. Me molesta y me he sentido rechazada… Creo que el sueño es sobre el callejón oscuro en el que me adentro cuando siento ira hacia alguien que me cae bien… No sé qué hacer con esa ira. Es lo que pasaba con mi madre: a menudo me sentía enfadada con ella, pero trabajaba tan duro…

N- Había un hombre que hablaba en un idioma extranjero…

Ana- Sí… Ya lo he pensado. Creo que es mi padre. Él habla español con fluidez, pero yo no. Mi madre nunca aprendió a hablar español, así que nosotros tampoco. Mi madre sentía bastantes celos de mi relación estrecha con mi padre… ¿Qué le pareció el poema?

N- Pensé que querías comunicarme que estás intentando confiar en este proceso, pero que a veces te resulta difícil y te asusta. Al igual que en el sueño, quizás tengas la sensación de que te hago explorar cosas que percibes como prohibidas…

A lo largo de la segunda mitad del primer año de psicoanálisis, Ana comenzó a analizar la relación con su madre de forma más minuciosa a medida que se aproximaban las vacaciones de verano, y cada vez le preocupaban más las dos semanas que pasaría en casa antes de asistir a una serie de retiros espirituales y de viajar a otro país para un taller de escritura. En la transferencia, unas veces yo era la madre competitiva y distante y, otras veces, parecía que desempeñaba el papel de la abuela que hablaba castellano, la que tenía “todas las cosas buenas”, pero que era inaccesible a través de las palabras por la barrera idiomática.

Tras una serie de asociaciones sobre varios sueños, Ana hizo referencia al ambiente acogedor de mi consulta y a los vivos colores de los cuadros de la pared. Yo le hablé de la necesidad del exterior para ayudar al frío interior. En respuesta a ello, Ana mencionó su experiencia como niña pequeña de pelo rizado en un país de niños con pelo fino y lacio, y reflexionó sobre su sentimiento de culpa por la ira que sentía hacia esos niños que parecían tener mucho más que ella. Acto seguido, manifestó su convencimiento de que yo iba a pasar un verano de lujo y que no la echaría de menos.

De esta manera expresó su envidia de forma explícita, así cómo, a través de un sueño en el que aparecemos ella y yo conduciendo dos coches, uno rojo y uno plateado, que al final acaban incendiándose. Pensé que, para ella, la separación del verano era como una muerte. Entonces recordé su petición al inicio del tratamiento: Me gustaría que mi familia no estuviera siempre tan presente en todo lo que hago. En este período surgió el problema de la separación y la individualización y revisamos algunas de las identificaciones tempranas de Ana: en concreto, la identificación con la “nana”, la humilde y alegre abuela mexicana, y con el padre que, al parecer, era de carácter tan disperso como Ana y que, por no haber asegurado el sustento de la familia, la madre había acabado siendo una mujer exhausta y amargada. Durante esa época, Ana soñó varias veces con la mujer sin rostro, hecho que interpretó como el regreso de su miedo a fallar durante el ambicioso verano que se había planificado y a “quedar mal”.

El segundo año: sobrevivir al miedo de la dependencia y de la ira

 Al iniciar el segundo año de tratamiento tras el mes de vacaciones estivales, Ana me anunció que había conocido a un hombre y que salían juntos. Se trataba de un recién divorciado algo mayor que ella, con una niña pequeña. A Ana le preocupaba la niña y el modo en que debía llevar la relación para no hacerle daño. En esa época me narró el siguiente sueño:

En el sueño siento que alguien me tira del pelo por detrás mientras me hace una trenza. Y me veo a mí misma arrancándome mechones de pelo… me veo con los mechones en las manos. Me desperté y fui a la ducha. Tenía pánico de que se me cayera el pelo.

Ana sentía que los límites entre dentro y fuera, y entre el espacio de ensoñación y el estado de vigilia se interrelacionaban y confundían entre sí. En mi opinión, el sueño reflejaba su estado mental. Sentía que Ana hablaba de mí: le “tomaba el pelo” porque no le daba unas pautas claras sobre cómo tratar a la hija de su novio. A Ana le hubiera gustado, por ejemplo, iniciar una conversación sobre la vida moral y espiritual de los niños y preguntarme lo que yo creía que podía pensar una niña de cuatro años que veía a su padre con otra mujer. Ante mi abstinencia, su frustración aumentó. Comenzó a saltarse las sesiones por sus estados de estupor y dolores de cabeza constantes, y le preocupaba la posibilidad de perder su empleo de maestra auxiliar a causa de sus numerosas ausencias. A pesar de que su nueva relación le resultaba satisfactoria sexual y personalmente, parecía que exacerbaba sus dificultades para lidiar con la tensión de las relaciones triádicas y con el dolor de la exclusión. Expresaba con frecuencia sentimientos despectivos hacia la hija de su novio y, acto seguido, se desesperaba porque los celos la hacían sentir culpable y pecadora.

En ese período manifestó su resistencia al tratamiento llegando tarde a las sesiones y saltándose algunas. Me explicaba que, cuando se saltaba una sesión, permanecía en la cama soñando despierta. Yo percibía la hostilidad detrás de sus actos y la presión para que respondiera de forma heroica a sus llamadas de urgencia. Por ejemplo, en las vacaciones de Semana Santa, me mandó un mensaje de texto urgente diciendo que estaba desesperada tras haber discutido con su novio. Me resultó difícil decidir qué hacer. Parecía una llamada de emergencia. Yo sabía que estaba sola en casa y sentí el impulso de rescatarla. Sin embargo, después de intercambiar varios mensajes, decidí que podía esperar hasta la semana siguiente. En la primera sesión, Ana se mostró fría y poco comunicativa.

Durante las dos semanas a continuación, sus sueños estuvieron poblados de santos y mártires. Creo que los sueños reflejaban el estado mental de mi paciente, con los mecanismos de tipo paranoide-esquizoide descritos por Klein (1935). En ese período no reaccionaba ante nada de lo que le decía, los silencios eran largos y muchos días llegaba con el pelo húmedo y mojaba el cojín del diván. Yo me había convertido en otra de las personas que, como la madre de su infancia, no le permitía comer azúcar.

Ana me explicó varios sueños en los que entraba en una estancia llena de cuerpos decapitados y criaturas medio humanas. Sus terrores nocturnos aumentaron, así como sus manifestaciones somáticas asociadas a la ira que sentía hacia muchas personas de su vida, entre las que se encontraban sus compañeras de piso, su novio y su madre.

Las últimas vacaciones de verano antes de la terminación del análisis estuvieron marcadas por el fin de la relación entre Ana y su novio. Al principio, adoptó su actitud habitual de paranoia y miedo a perderlo todo, seguida por una ira dirigida hacia sí misma en forma de síntomas psicosomáticos (migrañas). Hablaba de forma incesante sobre el miedo a quedarse sola y a no encontrar nunca el amor. Manifestó su envidia y resentimiento hacia aquellas amigas que habían encontrado el amor en parejas que no consideraba lo bastante buenas. Además, planeaba sobre nosotras la ansiedad del último verano antes del fin programado del tratamiento, pues tenía previsto mudarse a otro estado. Yo tenía la sensación de no haberla ayudado lo suficiente y sentía que estaba decepcionada conmigo porque no había sido capaz de arreglar su problema, ya que volvía a sufrir estados de estupor y dolores de cabeza psicosomáticos. En general, parecíamos destinadas a vivir una sensación de impotencia y frustración conjunta. El siguiente sueño nos ayudó a explorar esto en la transferencia:

Me veo a mí misma sentada en la sala de espera de su consulta. De pronto, veo a una niña y una estatua en un rincón. La estatua es muy bonita, pero la niña me dice que no debo tocarla porque se romperá. Me enfado con ella y toco la estatua igualmente. A continuación, me veo rodeada de alumnos. Me pregunto qué le ha sucedido a la estatua. Los alumnos miran a su alrededor. Parecen perdidos. No son mis alumnos de preescolar, sino alumnos de instituto… Intento rebobinar, quiero ver lo que ha sucedido con la estatua, pero un hombre entra en la sala y comienza a disparar a todo el mundo. Salgo corriendo y me despierto… No estoy asustada. Ha sido un sueño caótico y frustrante….

Tal y como este, los sueños de Ana durante los meses siguientes reflejaban, a mi modo de ver, su ambivalencia, su deseo tanto de preservar como de asesinar su dependencia de mí y del proceso analítico. En todos los sueños aparecían los alumnos asesinados y el asesino. Las asociaciones de Ana siempre hacían referencia a la envidia que sentía de los niños de preescolar del colegio donde trabajaba de maestra. Yo intenté conectar esta envidia con los otros “niños” de mi vida, los niños de mi consulta. Aparecieron varios recuerdos relacionados con el trabajo de la madre: mi paciente tenía la impresión de que su madre consideraba más como su familia a los jóvenes que tenía bajo su supervisión en el hospital que a ella y sus hermanos. Recordó una Navidad en la que encontró un montón de regalos en el armario de su madre y descubrió que no eran para ella, sino para la gente del trabajo. Este recuerdo le permitió explorar el sentimiento de exclusión que experimentó en ese instante y el dolor que ello le provocó, pues era una niña que ya se sentía invisible.

En el segundo año de tratamiento, el análisis se centró en la transferencia del miedo que sentía Ana por todo lo que yo podía quitarle sin darle lo suficiente a cambio. Este miedo aparecía en muchas de sus relaciones. El final de la relación con su novio nos brindó la oportunidad de explorar sus sentimientos de desesperación y, sobre todo, la ira por todo aquello que el otro retiene y no comparte. Al analizar los sueños y los poemas de mi paciente no sólo como comunicaciones inconscientes, sino también como mecanismos de defensa y reorganización en la transferencia, pudimos examinar de forma más minuciosa lo que subyacía detrás de sus sentimientos de miedo, envidia, ira y tristeza.

 Proceso de terminación

 Ana estaba a punto de finalizar su formación y, con ello, nuestras sesiones, puesto que su deseo era mudarse a otro estado. En la fase de terminación, comenzó a traer poemas y a compartirlos conmigo. Hablaba del proceso de escritura, de sus prácticas de plegaria y de lo que denominaba “los pensamientos del diván”, es decir, las asociaciones. Comentaba con frecuencia que sentía que todas esas actividades estaban integradas entre sí. En respuesta a los sueños, exploró su miedo a perder cosas, más concretamente, el miedo a perder su creatividad y capacidad de juego por las obligaciones que le impondría la iglesia.

Ana y yo observamos que la necesidad de escribir surgió en ella al pensar en la terminación del análisis. Según Ana, sus poemas recientes expresaban su miedo a tener que abandonar la seguridad de la otra cama: el diván. Al preguntarle por las serpientes en sus sueños, Ana recordó haber visto  pequeña imágenes de serpientes en la iglesia. Recordó los nervios y el miedo que le provocaban. La Iglesia era el único lugar en el que veía a sus padres vivaces, participando juntos de forma activa en algo. En respuesta a mis intentos por vincular esto con su miedo a perder su libertad y capacidad de juego al graduarse e incorporarse al mundo laboral, Ana habló de la falta de vida de su madre, de su fatiga constante y de su deseo de que la dejaran en paz en su habitación. En ese instante creí comprender todas las referencias a su habitación realizadas por Ana durante el análisis, la reorganización constante y el modo en que se replegaba en la cama frente a los peligros planteados por el psicoanálisis y la relación analítica. Una vez más, exploramos el mundo interno a través de la observación conjunta de los sueños y los poemas. Conseguimos mantenernos con vida en medio de los recuerdos de la falta de vida y las serpientes. Logramos sobrevivir como pareja analítica productiva y activa.

 Conclusión

 A menudo siento que escribir sobre un paciente es como una prolongación del trabajo realizado, una revisión de lo vivido por el analista y una elaboración posterior de lo que el analista imagina que ha vivido el paciente. Al revisar las piezas del rompecabezas, uno reflexiona sobre el proceso de co-creación, sobre la aparición de un tercero en la habitación y sobre el entendimiento compartido. En el caso de Ana, los sueños nos proporcionaron un espacio óptimo donde encontrarnos y mostrar curiosidad la una por la otra.

Ana inició el análisis con el deseo expreso de encontrar una manera de individualizarse psicológicamente de su familia. En mi opinión, los conflictos internos con sus padres, especialmente con la madre, inhibían la capacidad de mi paciente de experimentar placer, orgullo y libertad en su vida, que aparentemente era bastante creativa. Por el contrario, Ana se sentía prisionera de sus miedos primitivos, que la perseguían por las noches e inhibían su capacidad de amar sin miedo y a una distancia prudencial. De forma bastante rápida, yo me convertí en otro objeto peligroso y potencialmente decepcionante. Al igual que su madre, ¿era yo una persona que la ayudaba pero que era imprevisible? La capacidad de Ana de simbolizar a través de los sueños y los poemas permitió crear el entramado necesario para sentar los cimientos de nuestra alianza terapéutica y co-crear un espacio mental conjunto donde poder revisar, volver a experimentar y reorganizar las representaciones internas del self y del otro dentro del marco de la transferencia.

De acuerdo con lo descrito por Fosshage (1983) y Loewald (1957), el uso de los sueños durante el análisis de Ana proporcionó un escenario de contención seguro para revisar y reorganizar las representaciones internas del self y del otro, así como para el desarrollo de nuevas organizaciones intrapsíquicas alrededor de los conflictos del ego y del superego y para la aparición de estrategias de defensa más económicas que propician las relaciones. La creación de un espacio transicional seguro a través de la exploración de su poesía hizo audible la voz psicológica de Ana, como dice Winnicott (1971): “permitió que su sinsentido fuera reflejado por el otro”. Al principio, Ana percibió la experiencia de ser reconocida por el otro como una acción invasiva y persecutoria, por lo que se replegó en su estado infantil de estupor y síntomas psicosomáticos. Sin embargo, al sobrevivir a la agresión inherente de sus ausencias y sus retrasos, y al aceptar explorar como un juego sus sueños y poesías, la díada analítica se transformó en un lugar seguro y creativo.

En resumen, en el proceso analítico, los sueños y los poemas actuaron como contenedores de la memoria y facilitadores del cambio. Se convirtieron en un medio de comunicación seguro en la díada analítica y brindaron la oportunidad a la analista de ofrecer a Ana la experiencia de una respuesta lúdica y vivaz, aunque la situación no fue idílica, puesto que nos acecharon a menudo las sombras de los sueños y la poesía de Ana, que con frecuencia repercutieron sobre mis propios estados afectivos e influyeron sobre mis respuestas, incluidas mis propias pesadillas. Del mismo modo, sus estados de estupor y sus mensajes cinco minutos antes de acabar una sesión provocaron en mí sentimientos de apremio, impotencia y rabia en la contratransferencia.

En retrospectiva, tengo la sensación de que Ana y yo conseguimos crear una narrativa alternativa a la que expresó en su primer sueño. A pesar de enfrentarnos a las imágenes de la mujer con las extremidades deformadas, las serpientes, los niños asesinados y otras manifestaciones de los miedos y los afectos primitivos y prohibidos de Ana, pudimos encender juntas la luz de nuestras linternas y ayudarnos mutuamente a desarrollar un sentimiento de confianza y seguridad que facilitó la autoobservación y la modulación de los afectos en el contexto de las relaciones de pareja.

Asimismo, revisamos y reorganizamos la relación con los cuidadores principales con respecto a los problemas de la separación y la individualización. Finalmente, establecimos una sensación de seguridad en lo que hace referencia a la verbalización de los sentimientos y los pensamientos “prohibidos”, que en un principio aparecieron representados en los sueños en forma de externalización de los conflictos del superego: el amor frente al odio y el deseo frente al altruismo. El trabajo con Ana me permitió experimentar lo que Loewald denominó “la función organizativa de los sueños”, tanto desde el campo intersubjetivo de la relación analítica como desde la perspectiva intrapsíquica de la revisión de los conflictos con los objetos primarios, que dan como resultado nuevas formas de relacionarse dentro del aquí y ahora de la transferencia.

 

Referencias bibliográficas

Bion, W. (1970). Attention & Interpretation. Routledge.

Britton, R. (1999). Getting in on the Act: The Hysterical Solution. International Journal of Psychoanalysis. Volumen 80 (1) pp.1-14.

Fosshage, J.L. (1983). The Psychological Function of Dreams: A Revised Psychoanalytic           Perspective. Psychoanalysis and contemporary thought. Volumen VI (4) pp.641.

Freud, S. (1917). Introductory Lectures on Psycho-Analysis. The Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud. Volume XVI. Introductory Lectures on Psycho-Analysis (Part III), pp 241-463.

Klein, M. (1935). A contribution to the psychogenesis of manic-depressive states. International Journal of Psychoanalysis. Volumen 16. pp. 145-174. 

Loewald, H. (1957). On the Therapeutic Action of Psychoanalysis. En Papers on Psychoanalysis, Yale University Press, 1980, pp. 221-256. New Haven, CT.

Sandler, J. (1976). Countertransference and Role-Responsiveness. International Review of Psycho-Analysis. Volumen 3. pp. 43-47.

Stekel, W. (1943). The interpretation of dreams. Liveright Publishing Corporation

Winnicott, D.W. (1971). Playing and Reality. Tavistock Publications

 

Resumen

En este artículo se analiza, a través de la descripción del tratamiento psicoanalítico de una mujer de 30 años, el valor mutativo de examinar los sueños desde una perspectiva más amplia, como herramienta técnica para fomentar la imaginación y el juego en la díada analítica. Asimismo, se explica el uso de los sueños y la escritura creativa en el estudio de los afectos difíciles de la transferencia, dentro del aquí y ahora de la sesión. Los sueños se examinan de forma detallada como contenedores de la memoria, del afecto y como potenciales organizadores psíquicos.

Palabras clave: Sueños, Transferencia, Poesía, Contratransferencia, Afecto, Memoria

 

Abstract

The mutative value of considering dreams from a wider lens as a technical tool to encourage imagination and playfulness in the analytic dyad is explored through the description of the psychoanalytic treatment of a 30-year-old woman. The use of dreams and creative writing to explore difficult affects in the transference in the here and now of the analytic hour is illustrated. The dream as a container of memory and affect and potential psychic organizer is explored throughout.

Keywords: dreams, transference, poetry, cuontertansference, affect, memory.

 

Norka t. Malberg
Psicóloga Clínica y Psicoanalista  (ApSa/ IPA)
Contemporary Freudian Society
Western New England Psychoanalytic Society, New Haven, CT
Profesora Clínica Asociada, Yale School of Medicine
Editora Internacional, Journal of Infant, Child and Adolescent Psychotherapy (JICAP)
NMalberg@gmail.com