La violación de los límites en el proceso psicoanalítico se refiere a la ruptura del marco de trabajo que hace posible el funcionamiento del análisis. El encuadre brinda las condiciones para que el analista y el analizado establezcan un vínculo propicio para la exploración, la comprensión y el tratamiento de los padecimientos por los que el paciente consulta.
El desarrollo del análisis moviliza ansiedades y defensas en el paciente y también en el analista. Es fundamental atender a las variaciones inevitables del encuadre, para hacer posible el tratamiento evitando que las interferencias conduzcan a un impasse y en casos extremos fuercen una interrupción.
El acuerdo entre analizado y analista en torno al encuadre no termina con la formulación de las reglas y su aceptación. Este proceso es algo previo al inicio del análisis, pero forma parte del análisis mismo, porque las reglas externas −horarios, frecuencia, uso o no del diván, honorarios− influyen y son influidas por las configuraciones “internas” inconscientes, por lo que el establecimiento del encuadre es parte esencial del proceso mismo.
Una parte importante de la relación entre paciente y analista consiste en encontrar la forma de aplicar el modelo típico en cada caso, respetando las reglas fundamentales; la aceptación del paciente de las reglas no puede ser un acto de sumisión. Por el contrario, requiere tiempo y trabajo para que el analizado incorpore a través de su experiencia, la necesidad de contar con ese marco, tanto en su papel facilitador de comunicaciones inconscientes, como de protección frente a rupturas que pueden llevar a una descompensación. Los acuerdos logrados en las entrevistas iniciales deben ser reanalizados de modo que el paciente, desde su lugar, sea un sujeto activo en la constitución y el mantenimiento del marco de trabajo. El encuadre clásico fue establecido a través del tiempo y por la revisión crítica de situaciones complejas que surgieron al principio. La técnica analítica se desarrolla al mismo tiempo que el conocimiento de su objeto de estudio: el inconsciente y sus manifestaciones.
En las épocas iniciales, no se tenía el conocimiento que se adquirió después acerca de la fuerza de los impulsos y ansiedades que se movilizan en el tratamiento. La dinámica de la transferencia y la contratransferencia fueron hallazgos relativamente tardíos, producto del análisis crítico de los tratamientos, de sus éxitos y de sus fracasos. El encuadre no es, por lo tanto, un punto de partida abstracto.
Algunos casos son bien conocidos como el de Breuer con Anna O., o Freud con Dora, porque fueron publicados. Pero existen muchos otros, que seguramente no se publicaron por razones de confidencialidad y porque el psicoanálisis se desarrolló en núcleos sociales bastante estrechos; esto favorecía la interferencia entre la relación analítica y otros vínculos que podía llevar a la confusión o al fracaso terapéutico.
En mi opinión, no se trata de una “historia negra del psicoanálisis”, sino de años de aprendizaje, inevitables y necesarios, que aportaron la base empírica, desde la cual reflexionar, teorizar sobre la clínica y aprender desde la crítica.
El psicoanálisis es una práctica que analiza sus fallos e intenta construir un modo de abordaje que favorezca la asociación libre del paciente y la atención flotante del analista. Es una vía para aproximarse al postulado de Freud de una comunicación de inconsciente a inconsciente, lo que constituye otro modelo ideal.
Para no hacer una descripción meramente fenomenológica, deseo recordar algunos conceptos para poder pensar sobre una base metapsicológica tanto la cuestión de los límites como su violación.
Bases metapsicológicas
La idea de límite se relaciona con un espacio. El concepto de espacio en psicoanálisis fue concebido desde los primeros esquemas de Freud en su ensayo sobre los sueños, y lo siguió desarrollando a lo largo de su obra. Se encuentra ya en los primeros esbozos de su Proyecto (1895).
Los esquemas espaciales se hicieron cada vez más complejos. Freud (1917) describió la incorporación de los objetos externos en los procesos de duelo para configurar un mundo interno poblado por objetos y sus dinámicas y esta complejidad culminó con la llamada segunda tópica. Esta concepción del psiquismo inconsciente fue ampliada en las elaboraciones de Melanie Klein y otros autores.
El espacio interno resulta de la introyección más o menos distorsionada de los objetos reales externos y sus relaciones recíprocas. Cada individuo construye de forma inconsciente la estructura básica de su personalidad. Las características de cada sujeto surgen tanto de factores constitucionales como de componentes ambientales, tales como las identificaciones, las relaciones de objeto u otros.
El espacio interno tiene sus raíces en el espacio real que experimenta el niño con sus primeros objetos como el pecho materno. Este espacio real puede ser reconocido o negado de acuerdo con las características conscientes e inconscientes del bebé y de la madre. De los rasgos reales y fantaseados de esta experiencia, el niño introyecta un espacio interno, que favorece su desarrollo o lo conduce a diversos tipos de perturbaciones.
La formación del espacio interno es un proceso evolutivo difícil que puede ser exitoso o conducir a diversas formas de fracaso. En un desarrollo de la teoría kleiniana, Britton (1998) describe:
La percepción por el niño de los padres que se juntan independientemente de él unifica su mundo interno. Se crea un mundo en el cual pueden tener lugar diferentes relaciones de objeto, más que mundos seriales monádicos con sus propias relaciones de objeto (pág. 41).
Es decir, que la integración del mundo interno depende de la resolución satisfactoria de fases previas, que permiten que el sujeto tolere la vivencia de una escena primaria en la que no participa; la tolerancia de esa exclusión abre la vía de un desarrollo autónomo.
Con algunos matices, este espacio equivale al descrito por Winnicott (1971) a partir de sus experiencias de juego con los niños, como espacio “potencial” o “transicional”. Son conceptos familiares al espacio potencial recuperado por Ogden quien escribe (1985):
Tal vez la más importante y al mismo tiempo la más elusiva de las ideas introducidas por Donald Winnicott es el concepto de espacio potencial. Espacio potencial es el término general usado por Winnicott para referirse a un área intermedia de la experiencia que yace entre la fantasía y la realidad. Las formas específicas de espacio potencial incluyen el espacio del juego, el área de los fenómenos y objetos transicionales, el espacio analítico, el área de la experiencia cultural y el área de la creatividad.
Para Winnicott:
El espacio potencial […] es el área hipotética que existe (pero puede no existir) entre el bebé y el objeto (madre o parte de la madre) durante la fase de repudio del objeto como no-yo, es decir, al final del estado fusional con el objeto (Winnicott, 1971b: 107).
Este tipo de vínculo en el espacio potencial favorece la aparición de paradojas (no-yo/yo, realidad interna/realidad externa) que el analista tolera sin empeñarse en resolver.
Así como la estructura del mundo interno está parcialmente condicionada por los vínculos con los objetos, también los vínculos reales, estarán influidos por las estructuras y dinámicas inconscientes. Nuestro modo de relación con los otros está marcado por el inconsciente en combinación y conflicto con el razonamiento consciente.
La organización del encuadre analítico debe ofrecer un marco de trabajo lo más neutro posible, de forma que permita al paciente proyectar su mundo interno, en relación estrecha pero asimétrica con el del analista. En este marco se observan los patrones de relación del mundo interno del analizado que se canalizan hacia su analista a través de la transferencia. Las intervenciones del analista están marcadas por su contratransferencia, lo que hace que el análisis esté sometido a tensiones inconscientes por ambas partes.
La relativa estabilidad del encuadre es un valioso recurso para observar las fluctuaciones de la relación en la transferencia y contratransferencia, y proporciona un medio de contención, comprensión e interpretación. El respeto de los límites no significa su aplicación rígida. Pero solo a partir de la determinación clara de los límites se podrán observar las desviaciones y atribuirles sentido. Es imposible que un análisis transcurra sin alteraciones del encuadre (horario, pagos, etc.). Pero es importante diferenciar la flexibilidad necesaria de las transgresiones que lo hacen imposible.
Los límites tienen la finalidad de proteger el análisis. Por lo tanto, el analista y el paciente deben limitar su relación al análisis: no se deben permitir vínculos de ningún otro tipo. Obviamente estos límites abarcan cualquier contacto físico o relación sexual. Estas consideraciones no son obvias porque el análisis, por su propia naturaleza moviliza impulsos inconscientes libidinales o agresivos que influyen poderosamente en el campo de la transferencia y la contratransferencia. Estos impulsos pueden pasar desapercibidos y manifestarse después que han ocurrido.
Una situación diferente ocurre cuando el paciente o el analista se dejan llevar a la actuación consciente debido a demandas incontenibles de satisfacción u otras justificaciones argumentadas racionalmente. La expresión espontánea de las fantasías, su contención y su elaboración, se hace posible siempre que se mantengan los límites analíticos. Dentro de este espacio, los impulsos pueden representarse y recorrer el camino hacia la simbolización. Esto favorece la superación de defensas patológicas y la creación de formas nuevas y más satisfactorias para manejar y contener las ansiedades.
El espacio potencial no es rígido ni constante, sino que está sujeto a modificaciones que amplían o reducen su funcionamiento. En este punto es interesante recordar el aporte de Britton con su idea de “posición post-depresiva”. Por un lado, se aleja de considerar la posición depresiva (D) como la meta final del desarrollo. Por otro, advierte que cada experiencia nueva implica un movimiento desde D hacia desorganizaciones propias del funcionamiento normal. El movimiento hacia la desorganización estimula una recuperación de D, pero en una D diferente, que incorpora la nueva experiencia e impulsa el crecimiento mental. La oscilación entre estos extremos es el modo de funcionamiento en todo análisis y por lo tanto, la diferenciación entre las oscilaciones necesarias y la violación de los límites no es fácil.
Bion dedicó especial atención a los procesos que subyacen a la formación del pensamiento. Partía de la experiencia clínica con pacientes incapaces de pensar; personalidades cuya estructura los lleva a utilizar otras vías de comunicación que acompañan o sustituyen la verbalización o la simbolización. El analista podrá captarlo en la sesión si tiene la sensibilidad, la experiencia, los conocimientos teóricos y de su contratransferencia, y la capacidad de contención adecuada. No obstante, son frecuentes las situaciones en las que solo después de la sesión o durante una supervisión se puede tomar conciencia de estos procesos.
En resumen, hay pacientes que no pueden utilizar su mente para pensar, sino para evacuar sus impulsos sobre el objeto, es decir, sobre el analista en la sesión. Bion observó pacientes graves, que sienten que la interpretación del analista equivale a un rechazo de sus proyecciones, lo que da lugar a un círculo vicioso maligno de desencuentro y malentendidos.
Estas observaciones son importantes porque señalan momentos durante los cuales se reduce o colapsa la diferencia entre fantasía y realidad. Pueden implicar una incapacidad permanente o transitoria del analista para reconocer las únicas formas de comunicación al alcance de un paciente en un momento crítico de su análisis. A veces, esta incapacidad conduce al analista a confundir el significado de las proyecciones del paciente, que transfiere al analista su incapacidad de discernir realidad de fantasía. En esos momentos el analista puede tomar estas proyecciones como elementos concretos que impulsan a la “actuación”.
Bion describió una función de los objetos primarios por la cual las proyecciones son transformadas en elementos alfa, aptos para almacenar, soñar y simbolizar. Pero también describió que, bajo el efecto de algunos impulsos como la envidia, se pone en marcha una función anti-alfa que produce elementos beta no aptos para la simbolización y el pensamiento, sino que promueven su expulsión por mecanismos como la identificación proyectiva.
Escribe Ogden (1985): “los hechos imitativos, las palabras, conductas y acciones contaminados con trazas del yo y del superyó, interfieren con el proceso secundario y en especial con el pensamiento racional, de forma que se puede considerar que se originan en la función anti-alfa…”.
Abel-Hirsch (2016) lo describe con estas palabras: “En la clínica, una falta de resonancia, profundidad, asociaciones, atasco en el contenido manifiesto, son buenas señales de un movimiento desde lo simbólico hacia la concretización (actividad beta)”.
Los límites del marco psicoanalítico representan zonas diferenciadas del psiquismo inconsciente que nos protegen de la intrusión psicótica o de otras perturbaciones graves. Por lo tanto, la noción de límite en el encuadre implica la frontera que impide la irrupción incontrolada de ansiedades primitivas bajo la forma de manifestaciones psicóticas.
Hay que subrayar la noción de “incontrolada” porque la irrupción de lo psicótico puede ser inevitable en algunos momentos de un análisis. Pero hay que diferenciar las manifestaciones primitivas o psicóticas, que ocurren bajo la contención protectora del encuadre, de las que se desencadenen por la violación más o menos sistemática del mismo.
Es importante recordar que la responsabilidad del paciente y del analista no es la misma. Es parte de la relación asimétrica. Podemos entender las dinámicas inconscientes que subyacen a estas violaciones, pero el analista debe manejar sus conflictos de tal manera que no perjudiquen al analizado ni al campo transferencial. Mientras el paciente puede expresar libremente sus impulsos y fantasías, el analista tiene el deber de proteger el encuadre a través de las interpretaciones y del cuidadoso escrutinio de su contratransferencia.
La violación del encuadre, tolerada o alentada por el analista (cediendo a fantasías y proyecciones del paciente o a sus propios impulsos) resulta traumática para el paciente (y con frecuencia también para el psicoanalista) a pesar de las gratificaciones puntuales que se obtengan. La ruptura del encuadre protector y su desenlace en actuaciones dañinas tiene el significado del incesto cuando una figura parental de la que se espera protección y ayuda se transforma en el agente del abuso. Las transgresiones desencadenan una perturbación, y el paciente, como el niño, debe asumir el peso de “contener” al analista/padre, invirtiendo la organización normal, o entrar en colusión con las inevitables consecuencias catastróficas.
En los modelos que se han desarrollado a partir de una mayor atención al papel del analista y su contratransferencia y a los efectos de sus interpretaciones, destaca entre otros el concepto de tercero. Este es un punto común a muchos desarrollos. El concepto de tercero significa una amplia variedad de cosas para diferentes pensadores, y se ha usado para referirse a la profesión, la comunidad, la teoría con la que se trabaja, todo lo que se tiene en la mente para crear otro punto de referencia por fuera de la dualidad” (Aron, 1999; Britton, 1988; Crastnopol, 1999).
Mi interés no es qué “cosa” usamos, sino en el proceso de crear la terceridad, es decir, cómo construimos sistemas relacionales y cómo desarrollamos capacidades intersubjetivas para esa co-creación. Pienso en términos de terceridad como una cualidad o experiencia de relación intersubjetiva que tiene como correlato un cierto tipo de espacio mental interno; está estrechamente relacionado con la idea de Winnicott de espacio potencial o transicional (Benjamin, 2004).
En la discusión actual, el uso del tercer objeto debe diferenciarse con rigor del tercero intersubjetivo o simbólico porque no hay reconocimiento de una subjetividad separada en la mente del transgresor. Más bien el tercero se usa como en el “tercero negativo” de Benjamin (2004) como complementario o “hacedor-hecho” de las relaciones, como el tercero “seductor” de Ogden (1994), o de la manera como Aron (1999), Greenberg (1999), y Spezzano (1998) utilizan el concepto como representativo de la comunidad analítica.
Al considerar las causas y los remedios para abordar el colapso del reconocimiento del otro, y la manera como el colapso y la recuperación se alternan en el proceso psicoanalítico, llevaron a formular el contraste entre la dualidad de lo complementario y el espacio potencial de la terceridad. Sin el espacio de la terceridad, atrapados en la dualidad de lo complementario, el conflicto no puede ser procesado, observado, contenido o mediado: “En cambio, emerge en el nivel del proceso una oposición no resuelta, hasta de ojo por ojo, basada en el uso que hace cada uno de la escisión” (Benjamin, 2004).
El aspecto paradójico del encuadre queda bien expresado por Celenza (2006):
De esta forma, el encuadre del tratamiento es una estructura compleja que demanda de manera única varias contradicciones. Es especialmente interesante la forma como el marco del tratamiento combina estos dos ejes contradictorios: el eje de la igualdad y el de la mutualidad (una experiencia estamos juntos en esto) junto con la experiencia contradictoria y el foco desequilibrado sobre el analizado (una experiencia del tipo tú estás solo en esto).
Esto recuerda la idea de Winnicott sobre las paradojas del espacio transicional, mencionadas anteriormente.
Con lo dicho hasta aquí, parece claro que ni el análisis personal, ni la formación teórica y clínica, ofrecen una garantía de seguridad absoluta frente a eventuales violaciones de los límites (Celenza, 2007; Gabbard, 1994a, 1994b). Como señala Gabbard (2016): “Cualquiera que haya estudiado este fenómeno en detalle comprende pronto la verdad desconcertante: todos somos potencialmente vulnerables a variados tipos de transgresiones de los límites, incluidos los sexuales, con nuestros pacientes”.
Es comprensible que el deseo de “ayudar al paciente” esté en la base de nuestra elección del psicoanálisis como profesión. Pero es necesario subrayar que la única ayuda que podemos ofrecer es a través del análisis de sus conflictos y no de la gratificación de sus impulsos y mucho menos en colusión con los nuestros. En mi opinión algunos analistas distorsionan la noción de ayuda, cuando no se limitan con claridad a la aplicación rigurosa de los recursos del análisis.
La contención de las demandas del paciente puede ser un aspecto difícil de manejar. Hay demandas regresivas que rechazan la interpretación y la contención analítica, y exigen en cambio su satisfacción desde lo real. Esto puede impulsar al analista a “actuar en ayuda del paciente” entrando en colusión con tales demandas, que pueden ser de tipo sexual u otras con fuertes componentes erotizados.
La pérdida de la función analítica en el psicoanalista
Sería un error pensar que el analista adquiere la función analítica en su formación y que la retiene para siempre. El trabajo analítico con muchos pacientes, a la vez que refuerza nuestra experiencia y conocimientos también produce un “desgaste”. Este “desgaste” se expresa en una cierta “inercia” que nos puede llevar a comenzar cada sesión aplicando de forma rutinaria conocimientos adquiridos acerca del paciente; esta actitud nos hace difícil estar abiertos a la comprensión de lo que vivimos como algo siempre nuevo.
Cuando señalo “la confianza en el método psicoanalítico” no me refiero a un sometimiento sin crítica a las técnicas clásicas. Se trata de una incorporación profunda de la teoría y de la técnica, que nos permite adecuarnos a cada caso singular que tomamos en tratamiento. Lo contrario sería condenar nuestra práctica profesional a un dogmatismo esterilizante.
Al mismo tiempo, este encuadre intenta proteger al analista y a su paciente de actuaciones que interfieran severamente con el análisis, al provocar situaciones en las que la actuación sustituye a la reflexión analítica o que impidan su continuación. La transgresión del marco psicoanalítico en el curso de un tratamiento puede ser una situación que conduzca a consecuencias graves para el paciente, para su familia y también para el psicoanalista, la institución y la profesión en general.
La transgresión de los límites es algo que ocurre en la vida social, por lo general asociada a relaciones de poder como la jerarquía laboral, la fuerza física, o “espiritual” en el ámbito religioso y otras condiciones de dependencia. La paradoja del psicoanálisis es que moviliza fuerzas reales −impulsos, deseos, inhibiciones− para ser tratadas como fantasías, como producciones psíquicas. En ese terreno es donde debemos comprender su significado, sus motivaciones inconscientes, sus fines. Esta paradoja existe siempre, y sin ella no habría análisis. Al mismo tiempo, el hecho de que impulsos o sentimientos reales sean tratados como productos psíquicos supone un riesgo permanente de confusión para el paciente y para el analista.
El trabajo del analista implica no desconocer la realidad que le transmite el paciente, pero al mismo tiempo no quedar atrapado en ella. Este es un movimiento permanente en todo análisis. Por el lado del paciente, significa aceptar la frustración de que sus realidades sean trasladadas a otro plano (su mundo interno, la relación transferencial) en vez de ser satisfechas como lo demanda: en el plano real. Por el lado del analista, significa asumir su rol de analizar sin gratificar las demandas pulsionales ya sugeridas por Freud.
La transgresión del marco en un tratamiento psicoanalítico tiene consecuencias significativas porque su dinámica estimula impulsos profundos, de intensidad suficiente como para que la tendencia a la actuación sustituya al análisis y al crecimiento mental. Lo específico de las transgresiones en el análisis es que movilizan aspectos de la subjetividad, que implica a las capas profundas del inconsciente reprimidas o disociadas.
Desde hace muchos años, analistas de diferentes tendencias han cuestionado el valor de conceptos como la neutralidad, la objetividad, la actitud del analista con su contratransferencia, la auto revelación y otros. Estas cuestiones han sido ampliamente debatidas y tienen una doble vertiente. Por un lado, desde la teoría de la técnica en la que se discute y por otro desde la perspectiva adquirida después de más de un siglo de experiencia clínica. Estos debates surgieron en la medida en que se prestó mayor atención al papel del analista en el tratamiento, su implicación subjetiva, su organización psíquica o de los aspectos no resueltos de su personalidad.
Pero también tienen una vertiente clínica, en la medida en que sus modificaciones pueden implicar cambios en el encuadre que faciliten, más allá de las intenciones del analista, actuaciones que distorsionen el trabajo de análisis y transformen el vínculo de trabajo en la repetición dolorosa de relaciones patológicas de la historia del paciente. Y también del analista, porque este puede verse incitado a desempeñar un rol en el escenario de la transferencia-contratransferencia, en la que paciente y analista ponen en acto objetos primitivos de sus respectivos mundos internos.
El papel del tercer objeto, señalado más arriba, es también un proceso inestable, expuesto a las vicisitudes de la dinámica inconsciente. J. Benjamin (2004) señala:
Así, considero crucial no cosificar el tercero, sino considerarlo primordialmente como un principio, función o relación, más que una “cosa”; de la manera como la teoría, las reglas o la técnica son “cosas”. Mi propósito es diferenciarlo de las máximas del superyó o de los ideales que el analista retiene junto a su yo, a menudo aferrado a ellas como una persona que se ahoga se aferra a un madero. En el espacio de la terceridad, no nos aferramos a un tercero; estamos, según el acertado uso de Ghent (1990), rendidos a él.
La cuestión reside, desde mi punto de vista, en que tanto las transgresiones como el sometimiento puedan ser objeto de análisis y no de actuaciones que distorsionan el trabajo.
En la clínica psicoanalítica
Una transgresión especialmente grave es la implicación del analizado y el analista en una relación sexual. Estos hechos se dan en la práctica clínica y tenemos elementos para reflexionar entre otras cosas, porque estas actuaciones y sus consecuencias alteran la vida de ambos. Por un lado, detiene el proceso analítico, pero por otro puede producir perturbaciones serias en el estado psíquico de ambos. En el caso del paciente puede ser que retome el tratamiento con otro analista y que pueda examinar lo ocurrido. En el caso de los analistas, son muchos los que después de estos episodios han vuelto a analizarse, lo que aporta un conocimiento más profundo de las dinámicas que se ponen en juego en tales actuaciones.
En los análisis de candidatos
En principio un análisis de formación no tiene ninguna diferencia con cualquier análisis. No obstante, es posible que al tomar un paciente en análisis que tiene la intención de formarse como analista despierte en nosotros reacciones muy diversas: desde la simpatía y el deseo de ayudar a un futuro colega, hasta el rechazo o la rivalidad frente a rasgos que consideramos inadecuados para llevar a cabo sus deseos, a pesar de que sabemos que nuestra función de analista está separada de las comisiones de admisión o similares según la organización de cada Sociedad. Confundir nuestros roles en tales casos, conduce a otra forma de violación de los límites, tal vez menos ostensible y grave en apariencia, pero igualmente dañina para el proceso analítico.
A veces no se insiste lo suficiente en la idea de que la ayuda solo puede ser a través del análisis. La interpretación, el trabajo conjunto para dar sentido a manifestaciones oscuras o poco accesibles a la interpretación, la contención −entendida ésta psicoanalíticamente lo que significa evitar cualquier acto de colusión− y en los casos extremos en los que cierta colusión sea inevitable, tratar de analizarla con toda la profundidad posible.
No es raro sentir la presión por parte del paciente de que actuemos desempeñando el papel de “objeto bueno”. En ocasiones puede ser necesario o inevitable. En cualquier caso, es esencial examinar las motivaciones inconscientes que pueden llevar al paciente a reclamar gratificaciones reales o fantaseadas y al analista a desempeñar ese papel gratificador. El problema naturalmente no reside en que en algún momento podamos ser un objeto bueno para el paciente. La cuestión está en saber si somos forzados a desplazar o alejar la función analítica. Es posible descubrir que, en algunos casos, esos roles no dependen solamente de la situación de la actualidad de la sesión, sino que expresan la actualización de conflictos primarios del paciente y también del analista.
Revisado por el autor del artículo publicado en la Revista Catalana de Psicoanàlisi, vol. XXXVIII-2, 2021, con el título “Transgressions en psicoanàlisi”
Referencias bibliográficas
Abel-Hirsch, N. (2016). Bion, Alpha-Function and the Unconscious Mind. British Journal of Psychotherapy, 32(2), 215–225. https://doi.org/10.1111/bjp.12213
Aron, L. (1999). Toward a triadic relational theory: an introduction. Psychoanalytic Dialogues, 9(4), 441–443. https://doi.org/10.1080/10481889909539335
Benjamin, J. (2004). Beyond Doer and Done To: an Intersubjective View of Thirdness. The Psychoanalytic Quarterly, 73(1), 5–46. https://doi.org/10.1002/j.2167-4086.2004.tb00151.x
Britton, R. (1998). Belief and Imagination. Routledge.
Celenza, A. (2007). Analytic Love and Power: Responsiveness and Responsibility. Psychoanalytic Inquiry, 27(3), pp. 287–301. https://doi.org/10.1080/07351690701389478
Crastnopol, M. (1999). The analyst’s professional self as a “third”; influence on the dyad when the analyst writes about the treatment. Psychoanalytic Dialogues, 9(4), 445–470. https://doi.org/10.1080/10481889909539336
Freud, S. (1917). The standard edition of the complete psychological works of Sigmund Freud: Mourning and melancholia. Volumen. XIV. pp. 237-258
Gabbard, G. O. (1994). On love and lust in erotic transference. Journal of the American Psychoanalytic Association, 42(2), 385–386. https://doi.org/10.1177/000306519404200203
Gabbard, G. O. (2016). Commentary on Steven H. Cooper’s paper “Blurring boundaries or why do we refer to sexual misconduct with patients as ‘Boundary violation’”. Psychoanalytic Dialogues, 26(2), 223–228. https://doi.org/10.1080/10481885.2016.1144986
Ghent, E. (1990). Masochism, submission, surrender. Contemporary Psychoanalysis, 26(1), 108–136. https://doi.org/10.1080/00107530.1990.10746643
Greenberg, J. (1999). Analytic authority and analytic restraint. Contemporary Psychoanalysis, 35(1), 25–41. https://doi.org/10.1080/00107530.1999.10746379
Ogden, T. H. (1985). On potential space. International Journal of Psychoanalysis, 66, pp. 129–141.
Ogden, T. H. (1994). The analytic third: Working with intersubjective clinical facts. International Journal of Psychoanalysis. (75). pp. 3–19.
Spezzano, C. (1998) The Triangle of Clinical Judgment. Journal of the American Psychoanalytic Association. (46). pp. 365-388.
Winnicott, D. (1971) Playing and Reality. London: Tavistock Publications.
Resumen
El autor de este artículo considera que el encuadre analítico es un recurso esencial para el desarrollo del proceso terapéutico. El marco no debe ser rígido y sufrirá muchas interferencias externas e internas de ambos participantes durante el análisis. Esto ocurre porque estos movimientos están influidos por estructuras inconscientes que son movilizadas por el trabajo analítico; para mostrar algunas de estas circunstancias se hace una breve revisión de estas estructuras profundas de la personalidad y se describen algunos de los previsibles movimientos. Asimismo, es necesario diferenciar entre las oscilaciones inevitables de los límites y las violaciones severas que impiden proseguir el tratamiento.
Palabras clave: Límites, encuadre, violaciones, sexual, transferencia
Abstract
The author of this paper considers that the analytic frame is an essential resource for the development of the therapeutic process. The frame must not be rigid and will undergo many external and internal interferences from both participants during the analysis. This is because these movements are influenced by unconscious structures that are mobilised by the analytic work; in order to show some of these circumstances, a brief review of these deep personality structures is made and some of the foreseeable movements are described. It is also necessary to differentiate between the inevitable oscillations of the limits and the severe violations that prevent the continuation of the treatment.
Keywords: boundary, framing, violations, sexual, transference.
Guillermo Bodner
Psicoanalista didáctico de la SEP (IPA)
Vicepresidente de la Junta de la SEP
Docente del Instituto de Psicoanálisis de Barcelona
Miembro de Editorial Board del International Journal of Psychoanalysis